Publicado en
marzo 28, 2017
Se compone de 18 centímetros de madera y grafito, y es quizá el instrumento intelectual más subestimado que ha inventado el hombre.
Por Jerome Brondfield.
LO EMPLEAMOS para hacer sumas, preparar listas de compras, anotar mensajes telefónicos, llevar cuenta de los puntos ganados en el dominó... o simplemente para hacer garabatos. Lo robamos de los escritorios ajenos, lo utilizamos para agitar las bebidas, sostener una plantita desmayada, y aun para grabar en él una frase de propaganda o algún lema político. Lo extraviamos, lo desechamos o sencillamente le sacamos punta a una velocidad rayana en el despilfarro.
Pero, en fin, ya el lector habrá comprendido a qué nos referimos. Jamás ha existido nada tan indiscutiblemente útil como el viejo y modesto lápiz. Quien lo dude, no tiene más que pensar en lo que era el mundo sin el lápiz moderno, que todavía no cumple dos siglos de vida. Los individuos de la antigüedad (los pocos que llegaron a dominar la escritura de sus respectivas civilizaciones) empleaban pinceles exquisitamente finos o varitas cuya punta mojaban en tintas imperfectas. La pluma de ganso fue introducida en Europa en el siglo VI.
Pasaron los siglos. Luego, en 1564, una violenta tempestad derribó un enorme árbol cerca de Borrowdale, en Cumberland (Inglaterra). En el sitio donde habían estado las grandes raíces del árbol quedó al descubierto una masa de cierta sustancia negra de aspecto mineral: una veta de plombagina, o "plomo negro". Era el grafito más puro jamás encontrado en Gran Bretaña.
Los pastores de la localidad utilizaron los pedazos de aquel material para marcar a sus ovejas. Pero en poco tiempo otros lugareños más astutos comenzaron a cortarlo en forma de varitas, que vendían en las calles de Londres con el nombre de "piedras de marcar", y los mercaderes y tenderos las usaban para distinguir sus cestas y cajas. Posteriormente, en el siglo XVIII, el rey Jorge II se incautó de la mina de Borrowdale y empezó a explotarla como monopolio de la Corona. (Parece ser que el grafito resultaba indispensable para dar forma precisa a las balas de cañón.) Tan celosa se mostró la Corona en salvaguardar sus recursos, que el Parlamento dictó una ley que condenaba a la horca a quien sacara clandestinamente grafito de la mina o de los depósitos hallados en los alrededores de la región. La mina se explotaba sólo durante algunos meses cada año con objeto de mantener escasa la oferta del material y alto su precio, y a los trabajadores se les registraba antes de que salieran de la mina.
Las primitivas varitas de marcar de grafito tenían dos deficiencias notables: se rompían con facilidad y manchaban las manos. Algún genio desconocido resolvió el problema de la suciedad enredando un cordel alrededor y a todo lo largo de la varita, para irlo quitando a medida que se gastaba el grafito. El problema de la fragilidad lo solucionó en 1761 Kaspar Faber, de Baviera, artesano y, en sus ratos libres, químico, que mezcló grafito en polvo con azufre, antimonio y resinas; de esta mezcla espesa y semiviscosa hizo unas varitas que, una vez formadas, se conservaban mucho más firmes que el grafito puro.
En 1790 a Napoleón Bonaparte le molestó el que la guerra que él mismo había desatado para conquistar a Europa lo estuviera privando de un objeto predilecto suyo, proveniente de Inglaterra y Alemania: el lápiz de grafito. En efecto, la burocracia francesa y la misma máquina de guerra de Napoleón habían acabado por depender en gran parte del lápiz. Así pues, Nicolas Jacques Conté, eminente químico e inventor galo, recibió orden de tomar cuanto grafito francés pudiera encontrar y dedicarse a fabricar lápices. Ya fuera que le inspirase el temor al fracaso o la esperanza de una espléndida recompensa, el caso es que Conté tuvo un éxito espectacular.
Etapas en la fabricación de un lápiz; de abajo arriba: 1. Tablillas de cedro. 2. Tablilla acanalada. 3. Tablilla con grafito. 4. "Emparedado" de grafito. 5. Forma y separación. 6. Desde la derecha: pulimento, barniz y marcado, colocación de la goma de borrar en el extremo.
A sus escasas provisiones de grafito francés, de calidad inferior, añadió arcilla a modo de complemento, y coció la mixtura en un horno. Todo se adhirió entre sí mucho mejor de lo que nadie lo hubiera soñado posible. Por el cocimiento, la mezcla se convirtió en la mejor varita de marcar del mundo, capaz de resistir a un uso razonablemente brusco. Más aún, regulando la cantidad de arcilla que se mezclaba con el grafito, Conté podía producir su lápiz en diversos grados, desde el duro al suave, apto para trazar líneas finas hasta muy gruesas.
Vino luego la guerra de 1812 entre Inglaterra y Estados Unidos, que privó a este último país de su fuente de abastecimiento de lápices.
A pesar de cuantas sustancias se mezclaban con el grafito norteamericano, de inferior calidad, no se mantenía firme dentro de la tosca envoltura de madera usada en esos días.
Fue entonces cuando William Monroe, ebanista e inventor de Concord (Massachusetts), se convirtió en el hombre del momento. En su taller fabricó una máquina que producía estrechas tablillas de madera de 16 a 18 centímetros de longitud. A lo largo de cada tablilla el aparato hacía unas estrías precisamente de la mitad del grosor de un delgado cilindro de grafito moldeado. A continuación, Monroe pegaba con cola las dos secciones de madera estriada uniéndolas estrechamente en torno al grafito. ¡Y así nació el primer lápiz moderno! Económico, útil, admirablemente portátil, aquel nuevo utensilio fue adoptado inmediatamente por el ejército de empleados, artesanos y administradores originado por la revolución industrial. La tinta y la pluma de ganso pasaron a segundo plano.
El lápiz corriente, de 18 centímetros de largo, que se fabrica en la actualidad puede trazar una línea de 55 kilómetros de longitud, escribir no menos de 45.000 palabras y sobrevivir a 17 visitas al sacapuntas, hasta verse reducido a un cabo de cinco centímetros. Por lo general va unido, por medio de un casquillo de latón, a un botoncito de goma mezclada con piedra pómez, utilizado para borrar.
El lápiz moderno está compuesto de 40 materiales diferentes. El mejor grafito proviene de Sri Lanka, Madagascar y México; y la mejor arcilla de Alemania; la goma para los borradores viene de Malasia; la cera, de Brasil. Las guijas de pedernal, del tamaño de un huevo, que se utilizan en las máquinas en que se mezclan el grafito y la arcilla, proceden de playas belgas y dinamarquesas.
Virtualmente toda la madera empleada para la envoltura de los lápices es del cedro de California, de 200 años de edad, que despide un aroma de incienso y sólo se da en la Sierra Nevada de ese Estado. Tiene vetas rectas y una textura uniforme, y es de cierta suavidad, lo que la hace ideal no sólo para aserrarla con precisión sino también para teñirla y encerarla, así como para sacarle punta. Los maderos de cedro se cortan en cuadros de siete centímetros y medio por lado y se ponen a secar. Luego se vuelven a cortar en tablillas de cinco milímetros de espesor (la mitad del grosor de un lápiz), 70 de anchura y 185 de longitud. Tales tablillas se tiñen y enceran, y después se despachan a los fabricantes de lápices, listas para hacerles las estrías, ponerles el grafito y pegarlas una con otra.
Así se producen más de 300 diferentes tipos de lápices, entre ellos uno que los cirujanos emplean para trazar sobre la piel del enfermo el campo en que se disponen a operar. Ya alguien lo dijo: "Todas las cosas comienzan con un lápiz, ya sea el diseño de un vestido, el de un barco de guerra, un guante de béisbol, o las cifras de una teoría nuclear". En verdad, el lápiz común y corriente tal vez sea el instrumento intelectual más subestimado y descuidado en la historia de la humanidad, que merece estar en el nivel mismo del cerebro humano.
CONDENSADO DE "THE KIWANIS MAGAZINE" (FEBRERO DE 1979). © 1979 POR KIWANIS INTERNATIONAL. 101 E. ERIE ST., CHICAGO (ILLINOIS) 60611.