Publicado en
marzo 21, 2017
Historia verídica de una pareja de enamorados y de lo que les sucedió en el hotel más famoso del mundo.
Por Jean y Bud Ince.
Bud: Hace 30 años, en una lluviosa tarde de octubre, estaba sentado en mi habitación de la Academia Naval de Annapolis (Maryland), con la mirada fija, sin poner atención, en una clase de navegación y pensando en Jean. La había conocido dos meses antes en Chicago y me había enamorado. Tres días después estaba de regreso en Annapolis, rodeado de órdenes y reglamentaciones, mientras ella se encontraba muy lejos, rodeada de solteros con buenas perspectivas. El panorama era, sin duda alguna, sombrío.
Se presentaba, sin embargo, un rayo de luz en el horizonte. En noviembre Jean vendría a Filadelfia a presenciar el partido anual de fútbol entre la Academia Naval y la Militar de West Point (Nueva York). Mi tío y mi tía nos habían invitado a pasar ese fin de semana en Nueva York. Si quería tener alguna esperanza, ese fin de semana habría de ser inolvidable para Jean. Puse mis libros a un lado y escribí la siguiente carta:
Al Señor Gerente
Hotel Waldorf-Astoria
Ciudad de Nueva York, Nueva York.
Estimado señor:
El sábado 27 de noviembre, espero pasar a través de los postrados cuerpos de los jugadores de West Point, hasta un asiento del Estadio Municipal, donde una joven me estará esperando. Iremos de prisa ella y yo hacia la estación del ferrocarril y tomaremos el tren a Nueva York. Cuando lleguemos, tomaremos un taxi hacia su hotel... y ahí, estimado señor, es donde usted y el Waldorf-Astoria entran a formar parte de mi problema.
Estoy muy enamorado de esa joven, pero ella aún no ha reconocido que siente por mí un amor equivalente. Atrapado como estoy en este monasterio castrense, las oportunidades que tengo de expresar mis sentimientos son extremadamente raras. Por tanto, esa noche deberá ser la más maravillosa de todas las veladas, pues tengo la intención de pedirle que sea mi esposa.
Quisiera una mesa perfecta. Deberá haber luz de vela, cubiertos de plata y mantelería blanca como la nieve; también vino y una cena que será la culminación de la carrera del cocinero. Quisiera que exactamente a medianoche la orquesta tocara muy suavemente el himno de la Academia Naval, Navy Blue and Gold ("Azul marino y oro").
Y en ese preciso momento, pienso pedirle que sea mi esposa.
Le agradecería mucho si pudiera usted confirmarme este plan y decirme a cuánto ascendería aproximadamente la cuenta. Admito que no me estoy enriqueciendo con 13 dólares al mes, pero tengo algo ahorrado.
Lo saluda atentamente,
E. S. Ince.
Guardia marina de la Armada norteamericana.
En el mismo momento en que deposité la carta me pesó haberlo hecho. Era ingenua, petulante y, sobre todo, presuntuosa. El gerente del hotel más famoso del mundo ciertamente no estaba interesado en la vida sentimental de un oscuro guardia marina mediocre. La carta sería arrojada al cesto de los papeles, como correspondía.
Pasó una semana y luego otra. Me olvidé de la carta y traté frenéticamente de pensar en alguna otra forma de convencer a Jean, en 36 horas, de que debía pasar el resto de su vida conmigo. Una mañana encontré sobre mi escritrio un sobre con el membrete "El WaldorfAstoria". Lo abrí y leí:
Estimado Guardia marina Ince:
Su muy agradable carta ha recibido cierta atención por parte de nuestro personal. Sólo por diversión le voy a adjuntar las sugerencias de nuestro Maitre d'hotel, el famoso René Black.
"Pinzas de cangrejo rellenas con caviar de esturión del mar Caspio, en honor del Dios de los Océanos."
"Filete de pámpano, conocido como la Dama del Atlántico, en una bolsa de papel con la leyenda ¡Saludos del Poseidón!"
"Pechuga de pollo servida en un pequeño nido, representando la seguridad de un queche; guarnición de verduras y ensalada."
"Un excelente postre llamado Ritorna vincitor de la ópera Aída, y galletitas. Un dulce licor para sellar la anticipación."
"El precio de esta maniobra, que incluye vinos, champaña, propinas, flores y música, andará por los cien dólares, con lo cual esperamos que su plan lo conduzca a una completa victoria..."
Francamente, salvo que tenga usted recursos propios, creo que es totalmente innecesario gastar tanto dinero. Para mí sería un placer hacerle una reservación en el Salón Wedgwood y asegurarme de que tenga una mesa muy agradable, la mejor de las atenciones, flores... y de que usted y su chica puedan elegir directamente lo que más llame su atención del menú. Podrán sin duda, beber un par de cocteles, gozar de una muy buena cena y saborear una botella de champaña por un tercio de lo que sugiere René Black. Sin embargo, sólo usted puede tomar la decisión, así que le ruego me diga cómo desearía que le organizáramos su pequeña fiesta.
Con los mejores deseos.
Cordialmente,
Henry B. Williams
Gerente
Posdata: Creo que su encantadora carta inspiró al señor Black.
Estaba pasmado de alegría y agradecimiento, pero también me sentía desalentado. Mis ahorros no se acercaban ni remotamente a los cien dólares. Con pena escribí al señor Williams diciéndole que él había calculado mis recursos con más acierto que el señor Black, y que le agradecería me reservara una mesa.
Los días pasaron sin que confirmaran mi reservación. Estaba seguro de que mi carta no había llegado a manos del señor Williams, o de que habían tomado todo a broma. Llegó así el fin de semana del 27 de noviembre. La brigada de guardias marinas vieron a su inspirado equipo jugar un partido de fútbol emocionante y altamente favorable al Ejército. Quedamos empatados a 21. Corrí en busca de Jean. Estaba tan bonita y encantadora como la recordaba.
En el tren hacia Nueva York le mostré la carta del señor Williams. Le dije que no estaba seguro de si teníamos reservación, o si realmente debiéramos ir al Waldorf. Decidimos hacerlo.
Entramos al vestíbulo. A la derecha, al final de una escalera, estaba el Salón Wedgwood. Había un cordón de terciopelo en la parte inferior de la escalera y otro arriba; y un mayordomo apostado junto a cada cordón. Muchas parejas, vestidas elegantemente, esperaban ser admitidas. Miré a Jean y ella a mí. Finalmente tragué saliva y me dije: "Aquí vamos". Me acerqué con gran susto al primer mayordomo.
—Señor —le dije—, soy el guardia marina Ince. ¿Tienen ustedes por casualidad una reservación a mi nombre ?
Corrió el cordón como por arte de magia.
—Por supuesto que sí —respondió el mayordomo.
Vimos al jefe de camareros en la parte superior de los peldaños y nos preguntó con una amplia sonrisa:
—¿Guardia marina Ince?
—Sí, señor —logré responder.
—Pase por aquí —indicó, y castañeteó los dedos.
Un capitán de meseros nos llevó a través del salón hacia una preciosa mesa. Dos camareros encendían las velas blancas y altas...
Jean: Iba delante de Bud. Miré con asombro la mesa. En medio de las velas y en un jarrón blanco, había flores: estefanotes blancos y rosas rosas. Cuando el camarero de saco rojo corrió la silla para sentarme, vi en mi lugar una caja. La abrí y en su interior había un ramo de pequeñas orquídeas blancas.
El menú era una acuarela pintada a mano. Se veía un barco gris de la Marina, navegando hacia el ángulo superior derecho; y a la izquierda, en resplandeciente relieve, el rostro de una muchacha con una pareja de enamorados en el cabello.
Después de un momento superamos nuestro entusiasmo por las flores, la mesa y el menú, hasta el punto de admitir una interrupción. Nuestro camarero preguntó a Bud: "¿Les gustaría un coctel?"
Pedimos un Manhattan. Fue la única pregunta que nos hicieron durante toda la velada.
Comenzó la cena. La plata brillaba y en el cristal centelleaba la luz de las velas. Eddy Duchin y su orquesta tocaban la música de fondo. El servicio era constante, atento y discreto; cada plato, mejor que el anterior.
A la mitad de la cena un caballero distinguido, con canas y una gran nariz galesa, se acercó a nuestra mesa. "Soy René Black. Vine para asegurarme de que no estaban enojados conmigo". Bud se puso de pie de un salto y yo le brindé una amplia sonrisa, mientras dábamos las gracias al hombre que había planeado esa noche. Acercó una silla, se sentó y nos deleitó con anécdotas acerca de la constante relación amorosa con su mujer, del origen de las tortillas de huevo, y con un relato encantador sobre una cena que ofreció a su regimiento en Francia durante la Primera Guerra Mundial. Cuando le preguntamos si él había dibujado el menú, sonrió, le dio vuelta y trazó rápidamente con una pluma la cabeza de un chef. En la parte inferior escribió: Si l'amour ne demande que des baisers á quoi bon la gloire de cuisinier? ("Si el amor sólo requiere de besos, ¿de qué sirve la fama del cocinero?")
Una vez que el señor Black se fue, miré a Bud. Yo había hecho planes para ir a ver el partido de fútbol entre los equipos del Ejército y la Armada, y para pasar con él el fin de semana. Pero me preguntaba cuáles serían mis sentimientos hacia el guapo guardia marina , que había conocido brevemente el verano anterior.
Ahora estábamos en el Waldorf-Astoria de Nueva York. Acabábamos de hablar con el famoso René Black; nos habían servido una cena capaz de deleitar a los reyes; y juntos bebíamos vino. ¡Qué maravilla!
Bud: Momentos después Eddy Duchin abandonó el podio de su orquesta y vino a nuestra mesa. El legendario director, efusivo y cordial, comentó el gran partido que la Marina había jugado en la tarde; y nos dijo que él mismo había servido en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial. Cuando Jean se distrajo un momento, se inclinó hacia mí y susurró: "Navy Blue and Gold" at midnight. Good Luck ("Azul marino y a medianoche. ¡Buena Suerte!") Se levantó, sonrió, y regresó al piano.
Estábamos bebiendo un licor cuando el camarero me dijo que había una llamada de teléfono para mí en el vestíbulo. Lo seguí, preguntándome quién me podría llamar. El jefe de camareros me esperaba al otro lado de la puerta. Me entregó la cuenta y dijo: "Pensamos que quizá preferiría que no le lleváramos esto a su mesa". Temerosamente di la vuelta al papel y miré el total. Eran 33 dólares, exactamente lo que por carta había informado al señor Williams que podía gastar. Tal cantidad, desde luego, no podía siquiera comenzar a cubrir al Waldorf el costo de la noche; y si me habían presentado la cuenta con tal fineza era para evitarme una vergüenza si no hubiera tenido la cantidad. Miré al jefe de camareros con asombro. Sonrió y me dijo: "Todo el personal le desea suerte".
Jean: Bud volvió a la mesa sonriendo de oreja a oreja, y al preguntarle quién le había telefoneado, repuso: "Fue algo sin importancia. ¿Bailamos?" Sentí su mano sobre mi brazo al guiarme suavemente hacia la pista de baile. Otras parejas bailaban alrededor nuestro y hablaban y sonreían. Yo sólo tenía ojos para Bud. Vivíamos una noche de cuento de hadas y todo era verdad. "¡Estoy enamorada!" pensé. "¡Qué maravilloso! ¡Estoy enamorada!"
Bud: Cinco minutos antes de la medianoche estábamos sentados a la mesa rodeados por un halo de felicidad. De repente apareció a mi lado el camarero de vinos con una botellita de champaña. La abrió con un apagado "pop" y llenó dos copas de cristal con el vino espumante. Alcé mi copa hacia Jean y en ese momento el baterista de la orquesta hizo redoblar sus tambores. Eddy Duchin se volvió hacia nosotros y nos saludó con una inclinación de cabeza. Alzó su mano y la bajó; de repente escuchamos la melodía más bella y sentimental de todas las universidades... los marineros en batalla, desde los antiguos días de lucha, han probado el derecho de los hombres de mar a usar el azul marino y el oro. Miré a Jean, mi maravillosa Jean, y con algo que me oprimía la garganta, le pregunté: "¿Te casarías conmigo?"
Jean: Bud y yo nos casamos en junio siguiente. Ahora, 30 años después, con nuestros cinco hijos ya grandes y el guardia marina convertido en vicealmirante, a veces hojeamos el precioso regalo de bodas que recibimos del señor Williams: un ejemplar, bellamente encuadernado, de una edición limitada de la historia del Waldorf-Astoria. Habla el libro de algunos príncipes y potentados, presidentes y reyes, que fueron huéspedes de ese encantador hotel. Pero existe una velada que no está incluida en el libro... una noche en la cual varios hombres generosos, afables y románticos abrieron una puerta delicidad para una joven pareja de enamorados. Esa noche es nuestra y su testimonio es el regalo del señor Black. Enmarcada y colocada en un lugar de honor en la pared de nuestro comedor, está la acuarela de un pequeño chef que atiende su asador en una vieja cocina. De puño y letra del señor Black en la parte de arriba, se repiten las palabras.
Si l'amour
ne demande que des baisers
á quoi bon
la gloire de cuisiner.
CONDENSADO DE "GOURMET" (DICIEMBRE DE 1978). © 1978 POR GOURMET. INC., 777 THIRD AVE., NUEVA YORK (NUEVA YORK) 10017.