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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Cherish Youre Day - Instrumental - Einarmk - 3:33
  • 10. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 11. España - Mantovani - 3:22
  • 12. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 13. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Drons - An Jon - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 25. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 26. Travel The World - Del - 3:56
  • 27. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 28. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 29. Afternoon Stream - 30:12
  • 30. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 31. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 32. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 33. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 34. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 35. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 36. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 37. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 38. Evening Thunder - 30:01
  • 39. Exotische Reise - 30:30
  • 40. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 41. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 42. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 43. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 44. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 45. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 46. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 47. Morning Rain - 30:11
  • 48. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 49. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 50. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 51. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 52. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 53. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 54. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 55. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 56. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 57. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 58. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 59. Vertraumter Bach - 30:29
  • 60. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 61. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 62. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 63. Concerning Hobbits - 2:55
  • 64. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 65. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 66. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 67. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 68. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 69. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 70. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 71. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 72. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 73. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 74. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 75. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 76. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 77. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 78. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 79. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 80. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 81. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 82. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 83. Acecho - 4:34
  • 84. Alone With The Darkness - 5:06
  • 85. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 86. Awoke - 0:54
  • 87. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 88. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 89. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 90. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 91. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 92. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 93. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 94. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 95. Darkest Hour - 4:00
  • 96. Dead Home - 0:36
  • 97. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 98. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 99. Geisterstimmen - 1:39
  • 100. Halloween Background Music - 1:01
  • 101. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 102. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 103. Halloween Time - 0:57
  • 104. Horrible - 1:36
  • 105. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 106. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 107. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 108. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 109. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 110. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 111. Long Thriller Theme - 8:00
  • 112. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 113. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 114. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 115. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 116. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 117. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 118. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 119. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 120. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 121. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 122. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 123. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 124. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 125. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 126. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 127. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 128. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 129. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 130. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 131. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 132. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 133. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 134. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 135. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 136. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 137. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 138. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 139. Mysterious Celesta - 1:04
  • 140. Nightmare - 2:32
  • 141. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 142. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 143. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 144. Pandoras Music Box - 3:07
  • 145. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 146. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 147. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 148. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 149. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 150. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 151. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 152. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 153. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
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  • 165. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 166. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 168. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 169. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 170. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 171. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 172. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 173. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 174. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 175. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 176. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 177. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 178. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 179. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 180. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 181. Tense Cinematic - 3:14
  • 182. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 183. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 184. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 185. Trailer Agresivo - 0:49
  • 186. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 187. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 188. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 189. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 190. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 191. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 192. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 193. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 194. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 195. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 196. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 197. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 198. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 199. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 200. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 201. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 202. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 203. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 204. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 205. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 206. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 207. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 208. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 209. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 210. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 211. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 212. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 213. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 214. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 215. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 216. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 217. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 218. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 219. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 220. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 221. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 222. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
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  • 224. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 225. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 227. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 228. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 229. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 231. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 232. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 233. Noche De Paz - 3:40
  • 234. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 235. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 236. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 237. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 240. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 241. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 242. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 243. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


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    PUENTE CÓSMICO (Eric Borgens)

    Publicado en febrero 22, 2017

    La gran alma, de la cual tú no eres más que una partícula, sueña a través de ti, a tu manera, cosas que en secreto sueña siempre de nuevo de su juventud, de su esperanza, de su felicidad, de su paz..., y de su escenario sangriento.
    (Thomas Mann, Der Zauberberg.)


    PREFACIO

    ESTO también es como un sueño, aunque del mañana.

    Día vendrá que será presente; pero, un instante después de la medianoche, será pasado. ¡Será igual que hace mil años... igual que dentro de otros mil! Por esto, ¿qué es el tiempo? ¿Una ilusión poética o un factor matemático?

    Hoy es igual que mañana.

    Maña habrá vida, habrá luz, habrá... ¿qué más habrá mañana?

    ¡Mañana habrá sueño!

    Nos dormiremos dentro de poco. Nuestros ojos del subconsciente se abrirán a un no sabemos qué. Pero nosotros no somos oniromantes, como Artemidoro de Daldis; no embaucamos a nadie, ni siquiera a nosotros mismos.

    Nuestro sueño no será «de juventud, de esperanza, de felicidad, ni siquiera de paz..., será, eso un escenario sangriento», como dibujó Mann, quien ha inspirado el presente relato.

    ¡Correrá la sangre, la veremos emplastada contra el suelo, contra los muros, en grandes coágulos negros, pestilentes, horribles...! Pero no será sangre humana porque el hombre de hoy no ha llegado aún al mañana; será... ¡sólo horrendo sueño!

    El despertar vendrá con la palabra «fin», en mayúscula. Pero, ¿existe siquiera el fin de un sueño o quimera? El fin también es nebuloso y esotérico, como el futuro. Todo pertenece a un más allá brumoso, «freudiano», que el hombre no puede prever.

    Aún así...

    Sigamos adelante. ¡Que nadie se escandalice! Ese mundo insólito donde vamos a penetrar, no es el nuestro. Está ahí arriba, en el cielo negro y rutilante de la noche insondable. Es un planeta — tal vez parecido a la Tierra — con seres disociados, si lazos humanos que les unan, odiándose unos a otros...

    Empezaron agrediéndose con las manos; luego, emplearon armas, ¡toda clase de armas de diabólica concepción!

    Es un mundo que tal vez encontrará en sus viajes algún Yuri Gagarin o Alan Shepard del «avenir sombre» (porvenir sombrío) y que no sabrán discernir si se trata de un lugar poblado por seres racionales o fieras.

    —¡No anticipemos!

    Tampoco se trata de ningún mensaje.

    Es simple y llanamente una nueva descripción de lo horrendo. En ello nos vemos precisados a emplear un medio de expresión —diálogo a nuestro modo—, aunque rezume odio ancestral. Los atormentados seres del relato odian más que conversan; son seres anormales, deformados por una naturaleza mezclada con la Historia.

    Historia. Breve compendio de la aberración más abyecta, en donde, igual que es roja, la sangre podía ser verde, o azul, o negra. ¡Sería mejor negra!

    Sea, pues, negra. ¿Qué más nos da? Como son las imágenes mentales afectadas de daltonismo...

    «Es una gran alma, de la cual no somos más que una partícula».

    Con lo dicho basta para disipar temores. Penetremos pues en la aventura.

    Ante nosotros, y ante usted, lector, «Ivi—Joab», el planeta iluminado por un gigantesco sol rojo, con el cual nos une un imaginativo «Puente Cósmico»...


    Eric Börgens.


    CAPÍTULO PRIMERO


    —IVI—JOAB es todo cuanto ves en torno a ti, hijo.

    —¿También aquella montaña dentada?
    —También.
    —¿Y la gran luz roja del cielo?
    —No, eso no es Ivi-Joab. Es Agrá, el viejo y moribundo Agrá.

    Sentado sobre un escabel de piedra cincelada, Uvro-Elk hablaba a su hijo. Era una misión que no podía eludir. Debía enseñarle a «vivir». Ambos eran varones.

    Uvro-Elk vivía en aquel mundo treinta años —¡no importa esta medida de tiempo!—, y su hijo, Mut-Elk, sólo cinco. Era, pues, un niño.

    El padre tenía que enseñar a su hijo. Enseñarle a todo, incluso a huir de él mismo.

    ¡Llegaría un día en que Uvro-Elk mataría a su propio hijo!

    Por esto, Mut-Elk había de aprender pronto a vivir. Luego, a huir.

    —Ivi-Joab es esto. — El padre golpeó el suelo con el pie—. ¡Y esto! —Se golpeó con fuerza el pecho desnudo—. Y esto otro...

    Mut-Elk no sonrió porque no sabía. Poro también se tocó donde tenía el estómago.

    —¿De dónde viniste tú, padre?
    —De mi madre.
    —¿Y yo?
    —De tu madre también.
    —¿Quién es mi madre?
    —Una hembra. Las hembras se educan en la sombra. Allí donde nosotros no podemos ir. La oscuridad nos ciega.
    —¿Dónde está eso padre?

    Uvro-Elk extendió la mano, como señalando a los árboles descarnados, allende el valle silencioso.

    —Allí. A muchos días de marcha... ¡En las metrópolis que construyeron nuestros antepasados antes de...! ¡Antes del odio!
    —¿El odio? ¿Eso qué es?
    —El signo de nuestra vida. ¡El estigma de los condenados!

    El niño sacudió la cabeza.

    —No lo entiendo, padre.
    —¡Pues tienes que aprenderlo!

    Uvro-Elk golpeó a su hijo en el pecho con el pie, arrojándolo lejos de sí. Cuando Mut-Elk se puso de rodillas para levantarse, tenía la espalda descarnada.

    —Me duele, padre — dijo.
    —¡Vete... vete o te mataré!

    Mut-Elk no se movió.

    Miró a su padre y en sus ojos aparecieron lágrimas.

    Las manos de Uvro-Elk, fuertes como garfios de acero, se crisparon. Su mente se hizo negra. Sentía deseos de matar... ¡Matar, aunque fuese contra natura, a su propio hijo!

    Y se levantó del escabel de piedra cincelada, mirando a su hijo con ojos inyectados en sangre.

    Dio un paso hacia él...

    En aquel instante, alguien asomó la cabeza en el terraplén que conducía al valle. Era un ser con la cabeza redonda, de mirar fijo y desorbitado.

    Uvro-Elk se olvidó de su hijo y echó a correr. Sus pies descalzos hollaron el suelo. El aparecido vio aquel modo de correr y comprendió que tenía delante un hombre joven. La presencia del niño lo confirmaba.

    Pero IxtVelli era viejo y poseía mucha sagacidad. Por esto fingió huir, corriendo también terraplén abajo, hasta donde había visto antes el hoyo.

    Y en él se metió de un salto.

    Uvro-Elk no conocía la añagaza de cazar hombres con pozo. Creyó en la cobardía del otro y se arrojó dentro del agujero sin vacilar.

    ¡Allí, antes de poder revolverse contra su enemigo, dos manos que sostenían una gruesa piedra le aplastaron el cráneo! Uvro-Elk emitió un gemido y murió sin sorpresa. Sabía que la vida era efímera en Ivi-Joab, un mundo condenado a morir...

    IxtVelli levantó el cuerpo sangrante de su víctima y lo arrojó fuera del hoyo. Las fieras, cuando vinieran en manadas, lo encontrarían.

    A diferencia de su víctima, el asesino se cubría de cintura para abajo con una piel felpuda. De una especie de cinto vegetal pendía un instrumento de piedra punzante.

    Miró por última vez al hombre que había matado sin conocer.

    Era una mirada indiferente. ¡Necesaria!

    —¡Torpe! —masculló IxtVelli.

    Luego se alejó terraplén arriba, hacia donde estaba Mut-Elk, sentado en el suelo, desnudo, e intentando frotarse las magulladuras de su pequeña espalda con la mano.

    El niño miró con ojos muy abiertos al asesino de su padre.

    —¿Cómo te llamas? — preguntó IxtVelli.
    —Mut-Elk. ¿Y tú?
    —IxtVelli.
    —Tienes la cabeza redonda. ¿De dónde vienes?
    —De muy lejos. Ahora vendrás conmigo.
    —¿Por qué?
    —Porque... No se debe matar a un niño.

    MutElk no respondió. Su mirada estaba fija en el terraplén, donde había desaparecido su padre.

    ¿Estaba triste?

    Sí, muy triste.

    ¡Mut-Elk había de ser siempre un muchacho triste!

    Se puso en pie. Tomó la mano de IxtVelli y ambos se alejaron.

    —¿Tú ahora mi padre? — preguntó con voz débil.
    —Sí, hijo mío —respondió IxtVelli.
    —Estas piedras dispersas fueron hace siglos una gran ciudad.
    —¿Quién la destruyó? — preguntó Mut-Elk.
    —El odio. Hace muchos años, cuando Agrá era un sol caliente; las gentes de Ivi-Joab vivían unas con otras, en familias...
    —¿Qué son familias?
    —¿No has vivido con tu madre y tu padre la Montaña Alta?
    —¡Sí! —En los ojos de Mut-Elk apareció un brillo singular.
    —¿Te acuerdas de tu madre?
    —Un poco. Creo que... que era muy buena conmigo. Mi padre le traía alimentos, pero ella los escondía para mí. Un día no la volví a ver más.
    —Se fue al mundo oscuro — dijo IxtVelli—. Más allá de la Muralla Gigante... Con las otras mujeres.

    ¡No era cierto! Uvro-Elk había matado a la madre de Mut-Elk. Se echó encima de ella y le aplastó la cabeza, golpeándola furioso, contra una piedra. Luego, huyó llevándose al pequeño.

    Uvro-Elk había sido un ser venenoso.

    ¡Todos eran homicidas en Tvi-Joab!

    —Explícame todo eso, IxtVelli —suplicó el niño.

    IxtVelli levantó los ojos de la piel que estaba perforando con el punzón de piedra afilada. No sabía por qué, pero aquel niño le atraía. Había visto muchos niños semejantes dispersos por el ancho mundo. Mas Mut-Elk parecía distinto.

    —Quiero hacerte una prenda de abrigo — dijo señalando la piel de «cax» que tenía en las manos—. Cuando esto se seca protege el cuerpo de las caídas.
    —¿Qué quieres que te cuente?
    —¿Por qué hicieron y deshicieron esta gran ciudad?

    IxtVelli se frotó la redonda cabeza.

    —Es muy largo de contar... ¡Muy largo! Te lo iré diciendo poco a poco. De lo contrario no lo comprenderías.

    IxtVelli se detuvo bruscamente. Miraba hacia un hacinamiento de piedras que parecían sostener un muro. En un recodo había aparecido un hombre que se quedó inmóvil, sorprendido; luego retrocedió de un salto y desapareció por donde había venido.

    IxtVelli se puso en pie.

    —¡Oye, Mut-Elk; ayúdame a cazar a ese! —habló febril—. Has de subirte sobre aquel punto elevado. Desde allí dominarás las ruinas. Cuando veas moverse algo, me avisas. ¡Y, sobre todo, vigila que nadie se me acerque por la espalda!
    —¿Qué hago en ese caso?
    —¡Grita... grita con todas tus fuerzas!

    IxtVelli había vivido mucho tiempo porque era muy astuto, muy sagaz. Ahora, escondiendo la piel de «oax» entre las piedras, vio a Mut-Elk alejarse hacia el muro en ruinas. Le siguió a escasa distancia.

    «Ahí arriba el muchacho estará a salvo —pensó—, Y me puede servir de ayuda».

    Mut-Elk trepó con paso inseguro, aferrándose con pies y manos. En una ocasión estuvo a punto de caer, cuando las piedras cedieron bajo sus pies. Pero sus manos se asieron fuertemente y logró prenderse al muro derruido como una lapa.

    IxtVelli, mirándole, sintió un sobresalto.

    Luego, se alejó saltando entre las piedras. Iba a la caza del hombre.

    —¿Lo has visto? —gritó al chico, que ahora parecía una curiosa estatua sobre el muro alto.
    —¡No! —gritó Mut-Elk—. No lo veo.

    IxtVelli empuñaba ahora su punzón de piedra. Con aquella arma había abierto infinidad de pechos. La piedra posesa un fatídico color pardusco.

    Caminaba con el sigilo de una fiera de los bosques. Sus ojos bailaban arriba y abajo, a izquierda y derecha, y su mirada escudriñaba todos los recovecos del atormentado terreno.

    ¿Dónde se había metido aquel hombre?

    Al saltar blandamente sobre una losa, vio una fisura en el suelo. Era honda. Había tubos de metal retorcidos, cables oxidados...

    ¡Y vio moverse algo en el fondo!

    —¡Sal de ahí! —gritó IxtVelli.

    Sólo salió una gran piedra que pasó rozando la redonda cabeza de IxtVelli. Este se ladeó.

    —¡Cuidado, IxtVelli! — gritó de pronto Mut-Elk, desde su atalaya.

    El aludido se volvió, ladeándose al mismo tiempo. Un hombre desnudo, enarbolando una gruesa barra de metal oxidado, caía sobre él.

    Pero IxtVelli esquivó el primer golpe, el cual había hecho perder el equilibrio a su agresor, cayendo al suelo. Antes de que se pudiera levantar, IxtVelli había caído sobre él, ferozmente, hundiéndole su punzón de piedra en la espalda.

    El hombre caído se revolvió y gritó.

    IxtVelli le hundió repetidas veces su punzón en el cuerpo.

    La sangre brotaba a borbotones.

    ¡El hombre seguía agitándose, agitándose...!

    Al fin quedó inmóvil, muerto.

    Su destino se había cumplido.

    ¡Feroz!

    Sobre el muro que parecía cimbrearse, Mut-Elk miraba aquella escena con ojos desorbitados. El no estaba acostumbrado a la muerte. Su padre, Uvro-Elk, no había matado nunca en su presencia. Sabía que también mató porque una vez llegó a la cueva de las montañas, con las manos sucias de sangre.

    —¿Qué es eso, padre? — había preguntado él.
    —Sangre.
    —¿De quién?
    —De un hombre a quien he matado.

    ¡Matar, matar, matar! ¿Era la ley de Iv-Joab? ¿Era una ley de supervivencia? Mut-Elk, pese a su corta edad, había ido comprendiéndole así. ¡Matar o morir!

    —¿Por qué?

    Vio a IxtVelli desaparecer en la fisura del suelo. Allí, sobre el muro, con los ojos muy abiertos, espero el muchacho que saliera su mentor. Le pareció un tiempo interminable. El también había visto salir la piedra.

    Desde allí veía gran extensión de piedras de todas formas. Su vista se perdió en los atormentados lugares que habían sido, siglos atrás, una ciudad.

    «¿Quién vivió aquí? ¿Qué era una familia? ¿Por qué tenían las piedras aquella forma tan irregular? —Por más que miró, Mut-Elk no vio ninguna piedra igual a otra—. ¿Eran también las gentes como las piedras?»

    ¡No, las gentes eran iguales! Mut-Elk había visto a poca gente. Yendo con su padre vieron fugazmente algunos hombres que corrían al verse. Una vez vio a su padre peleando con otro, también desnudo como él. Pero cuando su padre cayó de espaldas, el hombre se levantó y salió huyendo.

    ¡En otra ocasión, vieron a dos personas juntas!

    Uvro-Elk había tomado a su hijo del brazo, llevándoselo de allí a toda prisa.

    —¿Por qué nos fuimos? —había preguntado Mut-Elk.
    —¡Son un hombre y una mujer! —había respondido su padre.

    ¿Una mujer? ¿Qué era una mujer?

    En aquel momento vio Mut-Elk aparecer a IxtVelli. Surgió de la grieta del suelo. ¡Pero venía alguien con él!

    Mut-Elk abrió muchos los ojos. ¡Aquel individuo que se tapaba el rostro...!

    ¡Llevaba algo cubriendo su cuerpo...! ¡Como su madre!

    En su mente se formó una caótica confusión.

    —¡Baja de ahí, Mut-Elk! —gritó lxt-Velli.

    Estuvo a punto de caerse con la precipitación. Momentos después estaba el niño junto a su mentor, mirando con curiosidad a la persona que se ocultaba el rostro.

    —¿Quién es?
    —Una hembra retrasada... ¡Está ciega! — respondió IxtVelli—. Vámonos de aquí. ¡Tengo que explicarte muchas cosas! ¡Esta ocasión no se volverá a presentar en mucho tiempo!

    Mut-Elk siguió el paso apresurado de Ixt-Valli, quien llevaba sujeta del brazo aquella extraña mujer, que gemía y se cubría el rostro con las manos.

    El muchacho se fijó en la estropeada ropa de la mujer. Vio un círculo dorado en torno a su cintura.

    Y algo así como una rara caja o recipiente que colgaba de aquel cinto.

    También vio que lxt-Velli miraba ferozmente en derredor.

    La mujer no hablaba, sólo gemía y se dejaba arrastrar por su captor. ¡Lo que no sabía Mut-Elk era que aquella situación no tenía antecedente!

    ¿Qué significaba todo aquello?

    IxtVelli había apartado una gran piedra, bajo la cual apareció un negro agujero. Por allí hizo pasar a la mujer primero, y luego a Mut-Elk. El se quedó fuera durante un largo rato. El chico le vio escudriñar los contornos con atención.

    La mujer se recostó contra el muro, en la penumbra, y por primera vez retiró sus manos del rostro. Mut-Elk veía poco en la penumbra, pero se dio cuenta de que la mujer tenia los ojos muy pequeños.

    Además, el costurón de una cicatriz surcaba su rostro desde la sien al mentón.

    —¿Quién eres? — pregunto Mut-Elk—. ¿Por qué vistes de ese modo?... Mi madre llevaba una piel fina como la tuya.

    La mujer, cuya boca temblaba, miró al chico.

    No llegó a decir nada.

    En aquel instante, lxt-Velli penetró en el agujero y colocó unas piedras, de modo que la luz roja del exterior no llegó hasta ellos.

    —Venid conmigo. Ahí abajo estaremos seguros.

    Mut-Elk no veía los peldaños que tenía delante, y lxt-Velli caminaba con precaución. La única que se movía con soltura era la mujer, la cual iba delante.

    Poco a poco, el muchacho fue acostumbrando sus ojos a la oscuridad, que, por cierto, no era completa, dado que múltiples fisuras en el techo y muros permitían llegar hasta ellos una débil claridad.

    Al fin llegaron a una estancia donde había desvencijadas sillas de hierro, una litera de muelles y un cajón alto, adosado al muro, cuyas puertas abrió IxtVelli y sacó pedazos de carne ahumada.

    —Comida para todos —pareció reír lxt-Velli—. Presiento que me voy haciendo viejo... Incluso me gusta tener familia...

    «¡Pero somos una familia muy rara!»

    Se acercó a la silenciosa mujer.

    —¿ibas o venias? — pregunto gravemente.
    —Descendí hace tiempo de la Muralla Gigante, hombre — hablo la mujer cicatrizada con voz muy clara y agradable—. Pero tenía mucho miedo... ¡Mucho miedo!
    —¿No encontraste ningún hombre?
    —Si..., pero hui. ¡Esto es horrible! ¡Horrible!

    IxtVelli deposito la carne ahumada ante la mujer sus manos desgarraron un gran trozo y se lo tendió a Mut-Elk, diciéndole: —Toma, come, pequeño microbio de hombre.

    Y agregó al cabo de un breve silencio: —Come tú también, mujer. No temas, no te haré daño.

    De aquel modo comieron los tres en silencio. Cuando hubieron concluido, IxtVelli sacó un recipiente de agua del armario de hierro y dio primero a Mut-Elk. En el mismo recipiente bebió también la mujer cicatrizada y luego el dueño de aquel extraño refugio entre las ruinas de la gran ciudad.

    —Soy un hombre extraño —dijo Ixt-Veili—. Durante mucho tiempo he vivido lejos de donde deambulan los hombres. Mi padre tenía miedo a matar. ¡Era una pobre herencia la suya! ¡Casi un ser civilizado!... Se dejó despedazar por un «kaob» de afiladas uñas.

    »Yo quedé solo y pasé mucha hambre. Tanta, que mis huesos se transparentaban. Y, de seguro habría muerto en mi cueva si no encuentro a un santón.
    »Según parece hubo personas, hace muchos años, que predicaban y hacían el bien...

    —¡Los religiosos! — exclamó la mujer mirando de un modo extraño a IxtVelli.
    —Eso es. Aquel hombre tenía poco alimento, pero me lo dio. Y me habló de Ivi-Joab y del castigo Divino que apagó al gigante Agrá.

    »El santón me habló de las grandes ciudades destruidas por el odio. ¡Me habló del odio!

    —¡Pero nosotras no tenemos la culpa! — exclamó la mujer.
    —Calla. Rexa, calla. —IxtVelli agitó su fibrosa mano—. Yo no te culpo a ti.

    »¡Se llama Rexa!», se dijo Mut-Elk Mut-Elk ignoraba que IxtVelli era una especie de filósofo singular. ¡No había matado a la mujer, ni la quería hacer madre! Quería hablar con ella simplemente, para que Mut-Elk comprendiera muchas cosas.

    Pero IxtVelli no podía hacer el destino ¡No podía hacer más que repartir su comida con otros, contra la Ley de la Supervivencia! ¿Estaba loco IxtVelli?

    —El santón me dijo que los viejos saben más que los jóvenes. Pero es difícil llegar a viejo en Ivi-Joab. Las fieras o los hombres acaban con uno pronto. Yo no he querido morir joven. He luchado con astucia... ¡Necesitaba algo más que vivir matando!... Y...
    —¿Qué quieres decir, hombre? — preguntó la mujer —Hasta ahora no he tenido suerte — siguió IxtVelli—. Nunca encontré una mujer. Incluso me vine a estas ciudades septentrionales, próximo a la Muralla Gigante, para tener esa oportunidad.

    «¡Cuánto habla IxtVelli!» se dijo Mut-Elk. Durante los días de viaje hasta aquí apenas decía nada... Dijo sólo: «Siento haber matado a tu padre, muchacho. De no haberlo hecho así, él me habría matado a mí. ¿Lo comprendes, verdad? «Ya no habló más. ¡Pero ahora!...».

    —Todos los que vivimos ahora en Ivi-Joab, estamos condenados por el odio de nuestros antepasados. Nos matamos unos a otros, como fieras salvajes, y nos hemos olvidado que formamos parte de una vasta civilización. ¡Vosotras conserváis la Historia! ¿Es que cien siglos de civilización se pueden olvidar?

    Rexa no respondió. No comprendió a IxtVelli.

    Parecía hablar un extraño lenguaje.

    ¡Parecía loco!

    —¿Por qué ha de ser Ivi-Joab así? — gritó IxtVelli poniéndose en pie—. Si dentro de varias generaciones nuestros hijos han de morir inexorablemente, ¿por qué no morir como nacimos...? ¿No nacimos todos hermanos? ¿No luchábamos juntos? ¿No construíamos la vida juntos? ¿Quiénes fueron los culpables del odio?
    —¿Quién? —preguntó Mut-Elk—. ¿Qué es el odio?
    —¡El odio —se volvió IxtVelli furiosamente, al hijo de Uvro-Elk— es la causa de que las mujeres habiten el hemisferio en sombras, más allá de la Muralla Gigante, y nosotros estemos como fieras deambulando de un lado para otro, bajo un sol que se extingue, matándonos unos a otros por creer que así supervivimos! ¡Eso es el odio, una herencia infernal que nos legaron nuestros antepasados!
    —Fue después de la Guerra...
    —¿Quién encendió la guerra entre hombres y mujeres? —rugió IxtVelli ya descompuesto —.

    ¿Una mujer abominable o un hombre diabólico? ¿Dos seres amargados, desesperados, egoístas, que sólo bebían su propia ruindad? ¡Malditos, malditos mil veces!...


    CAPÍTULO II


    ELEK había sido educada rígidamente. ¡Y odió al hombre desde los primeros instantes de su vida! ¡Lo odió convencida de lo que hacía devoradoramente!

    Esto no fue óbice, para que un día llegase a su residencia, a las afueras de Gramka, un vehículo flotante y silencioso del Servicio de Estadística.

    —Tienes que irte, Elek —dijo una empleada del Grupo Oficial.

    Elek asintió; no dijo nada.

    Al día siguiente, vestida con una amplia túnica, se despidió de sus amigas. Dijo: —¡Volveré!

    Estaba convencida.

    Atravesó en su coche la silenciosa y oscura ciudad y llegó al Edificio de Armas. ¡Siempre había contemplado Elek aquel lugar con un poco de avidez! ¡Ella también pasaría por allí cuando tuviera veinte años!

    ¡El Grupo Oficial funcionaba perfectamente! En su vigésimo aniversario la vinieron a buscar.

    —Soy Elek — dijo ante la pantalla Registradora.

    Se comprobó su identidad y la puerta se abrió. De no haber sido Elek la puerta no se habría abierto. ¡Y Elek habría caído muerta, acribillada por fatídicos rayos magnéticos!

    Sabía que su corazón quedaría destruido con uno solo de aquellos rayos. Pero Elek era Elek. Así entró. Detrás de ella se cerró la puerta.

    Un enorme vestíbulo, iluminado con luz indirecta, apareció ante ella. Una empleada del Grupo Oficial le indicó con un gesto la gran puerta vidriera del fondo.

    —Allí, Elek. Sólo faltabas tú.

    Al atravesar la sala y franquear la puerta, se vio ante en enorme hemiciclo. Más de mil asientos de blando tapizado verde llenaban la pendiente. Al fondo se alzaba la tribuna. Ahora estaba vacía. Empero, detrás, una pantalla visora fluctuaba para encenderse.

    Sentadas en las primeras filas había unas treinta mujeres jóvenes. ¡Todas tenían veinte años!

    A Elek le sorprendió ver allí a una muchacha, conocida suya, y de quien, por ignorar su edad, sospechó siempre que sería mucho más joven. Sabía, empero, que no podía hablar.

    Se sentó y miró la pantalla.

    El rostro arrugado, pese al cosmético, de la Directora del Servicio de Estadística, apareció en la pantalla de un modo descomunal. Las muchachas de veinte años, no debían esforzarse lo más mínimo para verla.

    —Hoy no haré preámbulos. Todas sabéis lo que se espera de vosotras. Id, pues, a cumplir con vuestra obligación. Espero que os volveré a ver pronto.

    ¡«Yo volveré pronto!», se dijo Elek mentalmente. «Cazaré el primer hombre que vea y tendré una niña...»

    Elek sabía que si tenía un niño debería quedarse durante dos años y medio con aquel hombre. ¡Sería un desastre! Su casa, su trabajo en el laboratorio, su jardín... ¡Todo quedaba solo, sin cuidado de nadie! Un año podía resistirlo. Tenía fe suficiente.

    ¡Pero tres años y medio, sería un castigo muy duro!

    «¡Quiero una niña!»

    Elek se había sometido a la prueba genética seis años antes.

    Apta.

    Era un sino fatídico el suyo. Pero, aún así, volvería. Todo cuanto había conseguido y construido no podía perderse. Alguna mujer salvaje podía regresar y quitárselo todo.

    ¡Volver! ¿Volvería?

    «¡Sí, he de volver!»

    —...que se aleja mucho tiene pocas posibilidades de regresar iba diciendo la voz bien modulada de la directora—. Os aconsejo que no vayáis muy lejos. Agrá ha de ser para vosotras un semicírculo en el horizonte. Más allá sería peligroso. Ahora, id a recoged vuestra arma. Y no olvidéis que su carga no durará mucho. Mas, no podemos hacer por vosotras. ¡La continuación de la especie os exige este sacrificio! Buena suerte.

    Luego, para Elek, todo fue como un sueño.

    Le ciñeron a la cintura una correa metálica extensible y le dieron la pistola enfundada y un folleto impreso. ¡Tenía que aprenderlo de memoria y no olvidarlo antes que sus caracteres desaparecieran! Seis horas como máximo.

    Con el rabillo del ojo vio a sus compañeras leer ávidamente el folleto. Estaban ante la ventanilla oblonga del almacén.

    Resorte «A», se corre hacia atrás...

    Resorte «B», se cierra hasta el punto 5...

    Pulsador «X», ajustado a fondo. (Esto da paso a la carga.) ¡Era muy complicado!

    Pero Elek fue de las primeras que compareció ante la empleada, y demostró saber montar y desmontar su arma con suma facilidad.

    Lo repitió hasta diez veces. Incluso con una capucha en la cabeza.

    —Perfecto, Elek. Ve ahora al camión.

    ¡Allí, sentadas cómodamente, viendo el paisaje iluminado artificialmente, viajaron durante cincuenta horas, hasta alcanzar la Muralla Gigante!

    Era impresionante descender del camión y contemplar aquella mole altísima, inexpugnable. Elek había oído decir que trabajaron en ella veinte millones de hombres durante cincuenta años.

    ¡Los prisioneros de la Muralla Gigante!

    Los escasos supervivientes de aquellos hombres merodeaban ahora, como fieras, en los confines iluminados de Ivi-Joab, desnudos, arrancando raíces a la tierra.

    ¿Y ella debía tener un hijo de uno de aquellos seres?

    Elek se estremeció. Desde la infancia había odiado.

    El hombre era una fiera.

    ¡Un vencido!

    La exclusa se abrió y Elek se vio ante la aventura.

    De su hombro colgaba ahora una bolsa con alimentos superconcentrados, medicinas. Su equipo. Empuñaba la pistola con mano firme.

    Era preciso caminar mucho.

    En el horizonte se veía una claridad rojiza. ¡La luz de Agrá! Avivó el paso. Otra muchacha salió después. Elek emprendiendo distinto camino, alejándose de ella, furtivamente. Parecía tener miedo.

    Elek, en cambio, no tenía miedo. Era valiente. Su madre le había enseñado a ser valiente, a afrontar su destino con arrojo.

    —Tengo que encontrar pronto a un hombre. Lo defenderé mientras pueda... Luego, le matare. ¡Elek ansiaba matar!

    Así, caminó horas tras horas. Muchas horas. Cuando sentía hormiguear su estómago ingería una pastilla. Caminaba por lo que debía haber sido tiempo atrás una autopista, aunque a trechos, profundos hoyos la obligaban a desviarse.

    Los ojos de Elek empezaron a dolerle. Eran muy pequeños, como los de todas las mujeres. Y de mirar la luz roja de Agrá le lloraban.

    No estaba acostumbrada a la luz natural.

    —Tengo que resistirlo.

    Para ello le habían dado un frasco de un líquido verdoso. Para los ojos. Y es que las mujeres apenas conocían la luz. Las doctoras estudiaban aquel problema. Había que vencer las dificultades, aniquilarlas; por encima de todo, la mujer de Ivi-Joab debía vencer su destino.

    ¡Ante ella apareció un valle!

    Luego vino un bosque. Pero de entre las piedras, a escasa distancia surgió un «kaol» de afiladas uñas.

    Saltó.

    Algo pareció aturdir momentáneamente a Elek.

    Quiso levantar su pistola y no pudo. Toda su integridad se había desvanecido. Los ojos brillantes de la fiera parecieron hipnotizarla.

    Cerró los ojos.

    Un grito...

    Un rugido...

    Luego, una voz extraña, bronca y un silbido.

    —¡Échate al suelo!—escuchó claramente.

    Al caer abrió un segundo los ojos. Una gruesa piedra rodaba por el suelo, cerca de donde el «kaol», aturdido, volvía su faz horrible contra el inopinado agresor.

    También vio Elek a un hombre alto correr como una saeta hacia aquella especie de leopardo gigante. Un segundo después, hombre y fiera se debatían, cuerpo a cuerpo, para exterminarse.

    El hombre iba desnudo, pero pronto un atavío de sangre le cubrió horriblemente. Empuñaba un duro hueso afilado con el que había hendido ambos ojos a la fiera. Su heroicidad le había costado un tremendo zarpazo en el pecho.

    Ahora, mientras el «kaol» ciego giraba sobre si mismo, tambaleándose, el hombre alto tomó una gruesa piedra y la arrojó sobre la cabeza de la fiera, aplastándosela.

    La fiera murió exhalando un rugido espeluznante.

    Elek se desmayó.

    Cuando abrió los ojos vio un rostro barbudo junto al suyo. El ojo derecho del hombre estaba cerrado. Un costurón de carne mal puesta lo cubría. No era el mismo que había matado al «kaol».

    El hombre alto que la salvó de la fiera había muerto hacía poco.

    Ahora, Elek pertenecía a otro hombre.

    —¿Qué te ha pasado? — preguntó el horrendo barbudo.
    —Me... me desmayé.

    El hombre rio. Tomó en sus fuertes brazos a Elek y la llevó hacia el valle.

    —Eres muy bonita. ¿Cómo te llamas?
    —Elek. ¿Y tú?
    —Bok-Odo—respondió él riendo.
    —¿Has matado a ese...?
    —Sí, le hice un favor. La fiera lo dejó mal herido. Vendrás conmigo a mi morada. ¿Ves aquel bosque? Allí tengo un refugio, en la copa de un árbol.
    —¿No me llevas a la Montaña Alta?

    El hombre barbudo y tuerto rió de nuevo.

    —No, pequeña. Yo no quiero educar niños. ¿Sabes? Tener una mujer es una defensa. Cuando salga de caza vendrás conmigo y todos me respetarán... ¡Bok-Odo no quiere arriesgarse a morir a manos de otro hombre más fuerte!
    —¡No! —gritó Elek—. ¡No puedes hacerme eso! ¡Te mataré!

    ¿Con qué? — rio Bok-Odo—. Te quité la pistola y la enterré donde nadie la encuentre. Yo no sé hacerla funcionar, pero tú no podrás escapar de mis manos.

    Elek forcejeó para desasirse.

    Él fue más fuerte.

    Empero, un día. —Habían pasado muchos—, Elek pudo matar a Bok-Odo.

    Entre las hojas del árbol, un fibroso y alto sicómoro, Bok-Odo había construido una plataforma.

    Hojas de palma que cambiaba cada temporada le servían de techo. Todo estaba tramado con lianas recias.

    Bok-Odo había sido hábil.

    Dejó a Elek sin nada, incluso sin medicinas ni alimentos.

    Pero ella se hizo una cuerda fina y recia. Necesitó tiempo, mucho tiempo, pues Bok-Odo salía poco de su morada, y ella debía aprovechar sus ausencias. Al fin tuvo su fibra preparada.

    Aquel día, antes de matarle, Elek preguntó a su captor.

    —¿Por qué no me haces madre y me dejas volver a mí país?
    —No quiero. Esta es mi venganza.
    —Haces mal, Bok-Odo. Vas contra de la Ley de la Supervivencia. ¿Por qué no me matas?
    —No, quiero que te acostumbres a mí. Las hembras sois odiosas. Pero yo quiero vivir. Cuando estés habituada a mí nos iremos por ahí. Nadie nos podrá hacer nada. ¡Sólo las fieras! Pero sé cómo contender contra los «oaxs» y «kaols».

    Y recuerda. No te muevas mientras duermo. El más mínimo ruido me despierta.

    Por esto, actuando velozmente, Elek sacó su cuerda de fibra y ató las manos a Bok-Odo. Cuando éste despertó, ella le ataba con la misma celeridad las piernas. Los lazos habían estado preparados con cuidado.

    ¡Sólo tuvo que tensarlos y apretar!

    —¿Qué haces? — gritó Bok-Odo al verse imposibilitado.
    —Voy a matarte — murmuró Elek—. Así podré escapar de ti.
    —¡No, no me mates! ¡Te dejaré ir si quieres!
    —No me convencerás, Bok-Odo. Ya me has hecho perder mucho tiempo. Tengo que matarte.

    Elek tenía en las manos un trozo de fibra.

    Se inclinó sobre el hombre y rodeó su cuello.

    El abrió mucho su único ojo.

    Pareció querer escapar.

    Elek apretó con saña. Tiró de ambos cabos. La fibra se incrustó en la carne del cuello.

    El rostro se tornó violáceo.

    ¡Bok-Odo dejó de moverse!

    Y Elek siguió apretando, apretando, apretando...

    Cuando su captor hubo muerto, Elek descendió del sicomoro y escapó corriendo por el bosque. Corrió mucho, alocadamente. No podía apartarse del pensamiento el rostro de su víctima.

    ¡Le había matado!

    ¿Qué le pasaba? ¿No había salido de Gramka dispuesta a matar con tal de volver a su morada de lujo y bienestar?

    ¡Encontraría otro hombre! Sabía que existían muchos. Uno cualquiera. Todos eran fieras...

    De repente, un brazo desnudo surgió de detrás de un árbol.

    Elek se sintió apresada. Vio unos ojos claros que la miraban. ¡Del susto, gritó!

    —No temas — dijo él suavemente—. ¿Por qué huyes?

    Desfallecida de tanto correr, presa del pánico por lo que había hecho, creyendo ser fuerte y valiente, Elek se dejó caer de rodillas y su brazo libre rodeó las rodillas velludas del hombre.

    Ahora no temía nada. Pero lo contó todo ¡Lo explicó todo!

    —Ven conmigo, mujer. Yo no soy como Bo-Odo. Conozco mi obligación. Me llamo Xiru. ¿Y tú?
    —Elek.
    —¿Quieres volver pronto al otro lado de la Muralla Gigante, verdad?... Yo... yo no quiero odiarte, Elek. No sé cómo se hace, pero quisiera darte una hija.

    Pareció como si un rayo de esperanza cayera de pronto sobre Elek quien levantó vivamente la cabeza. Mirose en los ojos claros de Xiru y creyó ver un gesto raro en sus labios.

    ¡Xiru sonreía con bondad!

    ¡Qué mundo más extraño aquel!

    Cierto tiempo después, Elek traía al mundo una niña.

    Atendida de un modo primitivo, con mucho dolor, por Xiru, la niñita vio la luz roja de Agrá en una caverna de la Montaña Alta. El padre hizo todo cuanto pudo por Elek y la niña, obedeciendo ciegamente a la mujer. Luego, fue al manantial y lavó a la criatura, gozando por sus débiles vagidos.

    Después regresó con la niña a la caverna.

    Elek yacía sobre un lecho de hierba seca.

    Sin embargo, ¡cosa curiosa!, Elek miró con más ternura al hombre que a la niña. ¿Qué fenómeno había ocurrido en ella durante el tiempo que vivió con Xiru? ¿No odiaba al hombre de los ojos claros?

    Durante un largo rato no se dijeron nada.

    Xiru depositó a la niña junto a su madre y se sentó sobre una piedra.

    Elek estaba contenta, porque ahora podría volver a su morada de Gramka. No obstante, algo incomprensible hervía dentro de ella. Pensó en el tiempo que Xiru había cazado para ella, alimentándola. La pareja no había peleado con los hombres, sino contra el huidizo «oax» y contra el feroz «kaol».

    —Ahora... tendrás que irte, Elek — dijo Xiru rompiendo el silencio.
    —Sí — dijo ella con voz muy queda.

    El la secó la frente.

    —Te echaré de menos. Quería complacerte, Elek. Pero... ¡en el fondo de mi alma deseaba que tuvieras un niño!
    —¿Por qué, Xiru?
    —Así, te habrías quedado más tiempo conmigo. Dos años y medio... El otro día, un hombre llamado Malk-Roi me dijo en el lago que él y su mujer no quieren separarse...
    —¿Y ella consiente en vivir aquí? ¿Es que no tienen vástagos?
    —Sí. Viven con ellos. Tienen dos.

    Elek estuvo muchas horas pensando en aquello. ¿Qué mujer era capaz de vivir con un hombre tanto tiempo? ¿No añoraba su vida fácil allende la Muralla Gigante, en las metrópolis oscuras donde vivían las mujeres y sus hijas?

    Xiru no volvió a mencionar el hecho. La Montaña Alta era refugio de hombres y mujeres que cumplían como Xiru y Elek habían cumplido.

    ¡Allí los hombres no se mataban porque tenían que educar a sus hijos! Diariamente, mujeres armadas con fatídicas pistolas, se encaminaban hacia la Muralla Gigante. Nadie las podía detener. Llevaban una niña en brazos y parecían fieras febriles de matar.

    Las armas de aquellas madres habían sembrado la muerte desde la Montaña Alta hasta la Muralla Gigante.

    Allí, se inspeccionaban a las recién nacidas y se admitían en el mundo de las sombras. Una vez, una mujer tuvo un niño con un hombre ciego; huyó con el niño y quiso atravesar la Muralla Gigante. Descubierta, la mujer fue muerta y su hijo arrojado a un río que volcaba su torrente de agua en el hemisferio iluminado, donde se ahogó.

    Elek, que pensaba todo aquello, empezó a temer el regreso.

    —¿Qué harás cuando yo me vaya, Xiru? — preguntó.
    —Bajaré a los llanos a seguir luchando.
    —¿Solo?
    —Solo. ¿Qué puedo hacer? Ya te dije que respeto la Ley de la Supervivencia. Yo he cumplido... Si un «kaol» me arranca el pecho, ¿qué importará?

    Elek ahogó un sollozo. Un año viviendo con aquel hombre de los ojos claros y los ademanes suaves y felinos, habían hecho mella en ella. Además, había perdido su pistola y sus medicamentos. Pese a éstos, su niña había nacido. ¿Pero podría volver a la Muralla Gigante sin la pistola que le quitó Bok-Odo?

    Hizo un esfuerzo y apartó de su mente estos pensamientos.

    —¿Cómo quieres que se llame la niña? — preguntó.

    Xiru pareció sorprenderse.

    —¡Te pertenece a ti!
    —Pero... ¡has sido muy bueno conmigo! Te recordaré mucho tiempo. Yo creía que los hombres erais peores.
    —Sí, somos muy malos. Pero... ¿Por qué no le pones Xira?
    —¿Como tú?
    —Sí — dijo tímidamente Xiru.

    Elek miró primero a Xiru y luego al cuerpecito sonrosado que se agitaba a su lado, sobre la hierba seca.

    —¡Sea —exclamó—, la llamaré Xira!

    Al oír aquello, el hombre de los ojos claros se acercó a la mujer y se inclinó sobre ella.

    La besó castamente en la frente.

    —¡Xira! — murmuró.

    ¡Aquellos seres no parecían estar dominados por el odio!

    Este fue el nacimiento de Xira.

    Con el tiempo habría de ser una mujer singular, extraña. ¡La única en muchos años que no había vuelto a la Muralla Gigante con su madre!

    ¡Elek no volvió!

    En el último instante quiso quedarse con Xiru, pero éste no quiso sacrificarla.

    —Vete a Gramka. Allí nuestra hija será educada mejor que aquí. ¡Pero... no le inculques odio hacia nosotros, por favor!

    Llorando, Elek se alejó. A distancia, Xiru la siguió temblando como un niño sin alimentos. ¡Y, ya en las sombras, a veinte horas de la Muralla Gigante, surgió el ««kaol» ambicioso que desgarró la espalda a Elek!

    La niña cayó, hecha un ovillo, bajo el cuerpo de su madre. La fiera desgarró la carne de aquella mujer. ¡Y hubiera desgarrado a la tierna Xira, si el padre, loco de furor, no atacase a la bestia, logrando matarla!

    ¡Cruda escena!

    Xiru se había enamorado de Elek, Y Elek había muerto, apenas si murmuró unas palabras...

    —¡Cuídala tú, Xiru...! ¡Es tuya!

    Aterrado, Xiru, tomó a la niña en brazos y huyó corriendo. En sus ojos brotaban lágrimas.

    —¡Hijita... hijita! — exclamaba.

    Y es que en Ivi-Joab aún quedaban vestigios de conciencia civilizada...


    CAPÍTULO III


    —TENGO mucho miedo —confesó Rexa—. Cuando llegó mi hora me vi obligada a salir de la Muralla Gigante. Mi madre me había explicado horrores de esta parte de Ivi-Joab.

    »¡Fue una pesadilla!
    »Tuve que luchar contra un «kaol» y me desgarró el rostro. Ni siquiera pude curarme bien. Mi terror iba en aumento.

    —¿Por qué son tan fieros los «kaols», IxtVelli? — interrumpió Mut-Elk mirando al hombre que le había ahijado.

    IxtVelli fulminó al muchacho con una mirada. Rexa respondió por él.

    —El «kaol» es un animal doméstico en nuestras granjas. Conoce su misión. Nace, se le cuida durante años, y luego muere para alimentarnos a nosotros. Es dócil y apacible.
    —¡Pero el «kaol» que mora con nosotros se ha vuelto fiero, agresivo, como los hombres con los cuales vive! ¡Otra víctima del odio! ¿Quién lo empezó?
    —Yo estudié Historia en Xuptmon. ¡Nadie empezó el odio!
    —¿Cómo es eso?
    —Lo engendró el desprecio del sexo. La mujer tenía al hombre como inferior; el hombre tenía —¡y había tenido! — a la mujer casi como una esclava.

    »Primero se consiguió la igualdad de derechos. Ambos coparticipaban en la vida doméstica, en el trabajo, en las oficinas. Luego, vino le Terrible Verdad: Agrá se moría y Ivi-Joab fue perdiendo su rotación. Agrá aún no ha fenecido del todo, pero nuestro planeta se ha detenido. Sólo la traslación en torno a Agrá lo alienta.
    »Era preciso evacuar la zona en sombras. Era preciso vivir en el otro hemisferio, emigrar. Pero el desastre se avecinaba. En el Consejo Supremo hubo un gran debate. Algo debió suceder, pues una mujer tomó el mando. Alara pretendía la emigración, y las mujeres la apoyaban; por su parte, Homko pretendía un gran esfuerzo de todos para evacuar el planeta. Aquel hombre pretendía llevarnos a otro planeta.

    —¿Podía hacerse tal cosa? — preguntó IxtVelli muy interesado.
    —Eso pretendía Homko. Aseguró que el esfuerzo de todos los habitantes de Ivi-Joab, conduciría a la invención de un aparato gigantesco capaz de remontarse al cielo y evadirse de este mundo en decadencia.
    —No era mala cosa — apuntó IxtVelli—. Si Ivi-Joab se extinguía, ¿por qué no buscar otro Ivi-Joab? El Universo está lleno de mundos como el nuestro.
    —Eso no dejaba de ser una teoría — replicó Rexa—. Pero la historia no fue así. Alara se hizo con el poder. Homko fue muerto por la rebelión de las mujeres.

    »¡Debieron vivirse días terribles! Muchas mujeres atacaron a sus maridos. Estos se defendieron. En medio estaban los hijos. Poco a poco se encendió la guerra. La desgracia estuvo en que existían más mujeres que hombres. Y las que no tenían compañero, ¡las más rabiosas!, acometieron con más brío.

    —¡Horrible! — admitió IxtVelli.
    —Sí, debió ser odioso, abominable. Se luchó con un fanatismo criminal durante muchos años. La raza estuvo a punto de desaparecer.
    —Lo que hubiera sido una suerte.
    —Tal vez. Creo que los muertos no sufren —admitió Rexa—. Pero el hombre fue vencido. En aquella tremenda y larga contienda murieron millones de personas... ¡Cientos de millones en ambos bandos! Al fin, los hombres se dieron por vencidos.

    »Entonces, se decidió separar los dos sexos y sé planteó otro problema. ¿Quién se quedaría en la parte oscura del planeta? La mujer, vencedora de la guerra que había durado muchos años, quiso encerrar al hombre en las eternas sombras. Se construyó, con ayuda de los prisioneros de guerra, la Muralla Gigante. Las mujeres reedificarían la parte soleada aún por Agrá. Pero, si desaparecían los hombres morirían también las mujeres.

    —Cierto — dijo IxtVelli—. ¿Y Alara promulgó la Ley de la Supervivencia, no es así?
    —No, Alara había muerto hacía años. Por pura paradoja fue precisamente la nieta de Homko quien la dictó, aunque fue juiciosa ella y sus consejeras. Pensaron que el hombre, vencido y sin medios para subsistir, diseminado por el hemisferio en sombras, perecería. Era preciso sacrificar la luz de Agrá para poder sobrevivir.

    »La mujer disponía de la ciencia y la técnica. Con ella podría alumbrarse artificialmente. El hombre volvería a su estado semisalvaje. Por esta razón, al terminarse la Muralla Gigante, los hombres que habían sobrevivido fueron arrojados, sin medios de vida, al mundo destruido.
    »Se acordó ir soltándolos lentamente, a medida que iban terminando de restaurar las ciudades. Como se había previsto, el hambre hizo que los hombres se robaran. Apenas tenían semillas para plantar, caza, ni animales domésticos. ¡Todo se lo comieron!
    »¡Incluso se comieron unos a otros al principio!
    »Patrullas de mujeres hubieron de salir de la Muralla Gigante para castigar a los caníbales. Fue la época de las patrullas femeninas tan temidas. Los pocos hombres estaban enloquecidos. Se veían cada vez menos, y con exiguos medios de vida.

    —No dudo que debió ser horrible —admitió IxtVelli.
    —Sí, lo fue. Tanto es así que al fin apenas si se veía un hombre por ninguna parte. Pero también las mujeres iban muriendo y nadie venía a ocupar sus puestos.

    »Fue por entonces cuando decidieron apresar hombres y traerlos a nuestras ciudades. ¡Aquello fue peor! ¡Se les mataba más aprisa!

    —El sistema que emplearon al fin fue mejor... ¡Más inhumano, pero mejor para vosotras! — IxtVelli expresaba con aquellas palabras todo el resentimiento que albergaba su alma y su cabeza redonda.

    Con un suspiro se levantó y paseó por la oscura estancia. En uno de aquellos paseos, de mudo silencio, acarició la cabeza de Mut-Elk.

    El chico se estremeció. Apenas había comprendido.

    —Tendrás que darme tu pistola y enseñarme su funcionamiento, Rexa —habló de pronto IxtVelli—. La necesito para cazar y traer alimentos. Tenéis que comer.
    —¿Qué piensas hacer conmigo? — preguntó Rexa con un hilo de voz.
    —Tú eres una pobre mujer. Pero no tienes la culpa de esta situación. Cuando tú naciste ya estaba hecho el mal. Hace siglos que la amputación se efectuó en nuestra raza.

    »¡Pero yo formaré aquí mi familia! ¡Viviremos aquí hombres y mujeres!

    Rexa se estremeció. Le pareció estar viendo de nuevo la Guerra Parricida. Entrevió a hijas matando a sus padres. ¡Madres luchando contra sus propios hijos! ¿No era mejor del modo cómo se vivía ahora? Pero Rexa era cobarde...

    ¡Muy cobarde!

    Su salida de Xuptmon había sido escondiendo el miedo entre los pliegues de su resistente túnica. Su paso por el Servicio de Estadística había sido como un sueño fatal. Luego, cuando atravesó la esclusa, el miedo se le desbordó completamente.

    Por esto la agredió un «kaol», destrozándole el rostro.

    Un hombre la salvó. Acudió en su ayuda.

    Pero ella huyó, corrió como no lo había hecho nunca. Se escondió y castañeteó de dientes durante mucho tiempo.

    No sabía cómo había llegado a la ciudad en ruinas. Allí se escondió. Tenía alimentos para mucho tiempo. Alimentos superconcentrados.

    ¡Pero todo lo consumió!

    Y cuando ya estaba dispuesta a dejarse caer al suelo de la zanja y morir, IxtVelli la vio por casualidad. Pudo matar a IxtVelli de un tiro magnético. El miedo y la sorpresa la hicieron asir una piedra y lanzarla.

    ¡Ya no pudo más!

    Rexa cedió. ¿Qué más daba?

    Y explicó a IxtVelli cómo funcionaba su arma Mut-Elk también estuvo presente, ante la rendija de luz roja, cuando la mujer habló al hombre, revelándole un secreto que podía cambiar la historia de aquel planeta ensangrentado.

    Rexa repitió como un oráculo la técnica que a los hombres había estado vedada durante muchos años. Su voz parecía surgir del pasado. ¡Como un eco de ultratumba!

    —El resorte «A», se corre hacia atrás...

    »Resorte «B», se cierra hasta el punto cinco...
    »Pulsador «X», ajustado a fondo...

    IxtVelli parecía beber aquellas palabras. En el interior de su cabeza redonda, como una esfera cubierta de pelo, germinaba una idea liberadora. Hacía tiempo que pensaba en algo bueno, sublime, altruista...; sentía la necesidad imperiosa de trastocar algo en Ivi-Joab.

    Tenía que luchar contra algo inicuo y monstruoso. Para ello necesitaba incluso armas. Lo demás vendría solo. Estaba seguro.

    La oportunidad de conocer a Rexa, ¡la terriblemente asustada Rexa!, le facilitaba las cosas. No sabía existieran mujeres como aquélla. Pero sabía que si encontraba alguna vez una, antes de morir, obraría como estaba obrando en aquel momento.

    Rexa siguió repitiendo:

    —...y cuando el mecanismo ha entrado en funcionamiento, el arma está en condiciones de fulminar a cualquier ser vivo, dado su alto poder desintegrador.

    »Sin embargo, al efectuar varios disparos seguidos, un resorte interior vuelve a inutilizar el arma. Entonces, es preciso pulsar el conmutador «H» para que siga funcionando.
    »Esto es así para que, en caso de que la poseedora se vea despojada de su arma por un número crecido de adversarios, éstos no puedan hacerla funcionar tras un breve lapso de inacción. ¡Ellos han de desconocer siempre el mecanismo de esta arma!

    ¡Ya lo había dicho!

    IxtVelli repasó mentalmente las indicaciones. Con el extraño instrumento de muerte en la mano, ¡sin temblar!, repitió las indicaciones. Al fin, tuvo la pistola cargada en sus manos.

    —Pulsa con el índice sobre la placa en la que se apoya el dedo... ¡Pero apunta hacia el rincón!

    IxtVelli movió la mano y pulsó la placa. Un chorro ígneo de luz destructora brotó del arma. Hubo una explosión... ¡Y la piedra objeto de su blanco quedó desintegrada!

    —¡Espléndido! — dijo IxtVelli.

    Aproximadamente a la misma hora, Xiru llegaba a la cueva donde Malk-Roi vivía con su mujer.

    —¿Qué te ha ocurrido?
    —Elek ha sido despedazada por un «kaol» — dijo Xiru casi llorando—. Regresaba con la niña a la Muralla Gigante.

    Malk-Roi miró a su mujer.

    Luego a sus dos hijos. El mayor de ellos, de unos tres años, tenía los ojos muy abiertos, la boca muy abierta. Miraba intensamente el pequeño bulto que Xiru tenía en brazos.

    —¿Queréis cuidarme de Xira? — suplicó—. Yo cazaré para ella. Le traeré alimentos... ¡Te defenderé, Malk-Roi; y defenderé a tus hijos!

    Sí, Malk-Roi necesitaba que alguien le defendiera. Su situación era anómala y lo sabía. ¿Por qué había aceptado a quedarse con su mujer? ¿Era juicioso aquello?

    Ella había resultado una mujer muy dulce.

    —Yo cuidaré de tu hija — habló la mujer.
    —Gracias... gracias — repitió Xiru.

    ¡Qué extraño era todo aquello!

    De este modo, la recién nacida fue amamantada por una madre que había roto con el odio sexual. Ella sí sabía por qué estaba junto a Malk-Roi. ¡No quería volver al otro lado de la Muralla Gigante! ¡Odiaba el gobierno de las mujeres! En Gramka había tenido que trabajar en una fábrica de luz. Sus compañeras la odiaban; incluso la denunciaron al Grupo Oficial, porque aborrecía la existencia que llevaban.

    «¡Sé que la mujer necesita del hombre para sobrevivir! ¿Por qué no reconciliarse con él?», había gritado varias veces.

    Y la condenaron a trabajar más horas, más penosamente.

    Pero había sido declarada apta y al cumplir los veinte años tuvo que atravesar la Muralla Gigante. Conoció a Malk-Roi en un bosque y vio que el hombre sabía ser dulce y sumiso con la mujer.

    Transcurrido el tiempo tuvo un niño.

    Con ello cumplía su misión. Pero había tomado afecto al valiente Malk-Roi. Cuando el niño empezó a caminar solo, tuvieron el segundo niño.

    Malk-Roi fue un hombre feliz y lo comunicó a los moradores de la Montaña Alta.

    —Yo cuidaré de tu hija — repitió la mujer de Malk-Roi con un susurro de voz.

    Sus manos ennegrecidas asieron a la criatura, apretándola contra su pecho.

    —¡Una niña!

    Y agregó:

    —Esta no será una esclava de su sexo.

    Aquellos fueron los primeros focos de rebelión. Algo no marchaba bien en Ivi-Joab. IxtVelli había querido siempre tener una mujer y poseer un arma. Aquello podía conducir a una grave situación.

    El hombre fiera demostraba tener aún sentido y raciocinio.

    Xiru había adoptado a una niña.

    IxtVelli había adoptado a un niño.

    Y, prueba de que algo iba mal en Ivi-Joab es que, algunos días más tarde, Xiru y IxtVelli se encontraron.

    El primero había caminado mucho para llegar al océano, «La Gran Maria» de Ivi-Joab. Muchos años atrás se construyeron grandes ciudades a la orilla de la «maria». Pero, sin que nadie pudiera explicárselo, a medida que se detenía la rotación del planeta, las aguas del hemisferio negro se desbordaron hacia el hemisferio soleado por Agrá, ¡De aquel modo, muchas ciudades quedaron sepultadas por las codiciosas aguas que anhelaban seguir tomando el cada vez menos cálido sol!

    En sus merodeos, Xiru encontró una vez una caverna junto a la «maria». Nadó por entre las rocas y pudo penetrar en ella. Allí encontró una vieja lancha metálica de pequeño tamaño.

    Con ella viajó por el interior de la caverna acuática. Se había provisto de una larga rama de árbol que le servía de puntal. De aquel modo, Xiru había conseguido pescar unos extraños peces negros, de muy jugosa carne.

    Ahora, regresó a su caverna. Quería peces para llevarle a Malk-Roi y su mujer, en atención a cuidarles a Xira.

    Fue al saltar sobre las rocas, hacia las aguas de la «maria», cuando descubrió a IxtVelli, con su singular cabeza redonda y sus ojos casi saltones.

    ¡Y el hombre empuñaba una pistola, apuntándole!

    —¡Quieto! — exclamó IxtVelli.

    Xiru no se movió, petrificado. ¿Cómo era posible aquello?

    Al mismo tiempo escuchó el grito infantil que procedía del agua.

    —Sal, Mut-Elk — gritó IxtVelli—. Tenemos visita.

    El niño no tardó en aparecer. Un taparrabos de piel de «oax» chorreaba agua. Mut-Elk temblaba y miró al petrificado Xiru.

    —¿Cómo te llamas? — preguntó IxtVelli.
    —Xiru... ¿Por qué tienes esa arma? ¿Sabes cómo funciona?
    —Sí.
    —La madre de mi hija murió por no tenerla. Un hombre se la arrebató.

    En la mente de IxtVelli centelleó un pensamiento.

    —¿La madre de tu hija ha muerto? ¿Cómo lo sabes?
    —Yo estaba delante.
    —¿Y tu hija?
    —La tiene una mujer de la Montaña Alta.
    —¿Una niña?
    —Sí, una niña. ¿Qué otra cosa podía hacer?
    —Debiste llevarla junto a la Muralla Gigante... ¡Ellas se ocuparían de la niña!
    —No quise. Elek me pidió que cuidara de la niña.

    IxtVelli, asombrado, había abatido la mano armada y se acercaba lentamente a Xiru.

    —No deseo hacerte daño. Yo no quiero matar. ¿Comprendes? ¿Quieres que hablemos? Todo eso que me has contado es muy interesante...

    »¿De modo que una mujer de la Montaña Alta ha aceptado cuidar de tu hija?... ¡Sí, es muy interesante!

    —Sí. La mujer de Malk-Roi Tiene dos niños.

    El asombro de IxtVelli iba en aumento.

    En aquel instante, la cabecita de Mut-Elk salió entre las rocas, donde había desaparecido brevemente. Cuando IxtVelli se acercó a Xiru, tímidamente, el muchacho se acercó también.

    —¿Has oído eso, Mut-Elk? — preguntó IxtVelli.
    —Sí. Pero no lo entiendo.

    Xiru tuvo que explicarlo todo.

    ¡No omitió ni su amor por Elek!

    —Tú eres un hombre bueno—dijo simplemente Mut-Elk.

    Los dos hombres miraron estupefactos al niño.

    Sólo IxtVelli creyó comprender, a medias, claro está.

    —Óyeme, Xiru. Tenemos que ir contigo a la Montaña Alta. Deseo conocer a Malk-Roi. ¡No puedes imaginarte el gran beneficio que podríamos obtener reuniendo a un grupo de personas que sean capaces de no odiar!
    —Yo no odio. Cuando mato a un hombre lo hago para defenderme.
    —Yo también — admitió IxtVelli—. Pero con la razón y la justicia, términos estos que han caído en desuso entre nosotros, podremos persuadir a las mujeres... ¿sería conveniente intentarlo, al menos! ¿No te parece, Mut-Elk?
    —Sí, me parece bien, IxtVelli.
    —Yo quiero ayudaros. Pero... ¿qué ocurrirá si subimos juntos a la Montaña Alta? ¡La gente se volverá contra nosotros!
    —No. Tú irás solo, indicándonos el camino. Yo y Mut-Elk iremos con Rexa. Tiene una cicatriz en la cara y no quiere salir a causa del miedo; pero estoy seguro que nos acompañará.

    ¡Ah, qué dichoso momento este! ¡Me parece estar viviendo en un mundo completamente distinto!

    Xiru se dejó convencer. Intuitivamente, comprendió que IxtVelli esgrimía argumentos irrefutables. Una pistola, y, que, al parecer, sabía manejar, convencía al más abominable de los seres.

    Por otra parte, Xiru estaba predispuesto al bien.

    Vigilando atentamente el terreno, caminando durante muchas horas, llegaron a la ciudad destruida. IxtVelli fue a buscar a Rexa, y, como tenía los ojos muy irritados, le puso unas hojas de árbol, para protegerla de los rayos rojos de Agra.

    Así, siguiendo a Xiru, se encaminaron hacia la Montaña Alta.

    Antes, IxtVelli repartió alimentos.

    —¡Llevareis cada uno una bolsa de piel de «oax» con carne ahumada! —les dijo. Y encarándose con Xiru, agrego—: Yo proporciono los alimentos. Para ello utilizo el arma que Rexa me ha dejado. Disparo a las patas de los «oaxs» y «kaoils» en plena carrera.

    »Los animales caen...
    »Se retuercen, imposibilitados, y terminan por morir fácilmente cuando les paro el corazón con mi cuchillo de piedra. Antiguamente, los animales eran domésticos y se utilizaban para alimentar a las personas. Morían dócilmente. Aún, ahora, se sirven de ellos las mujeres al otro lado de la Muralla Gigante.

    —¡sabes mucho, Ixt-Valli!
    —Por eso he de ser yo, quien lleve a los hombres dispersos al lugar que les corresponde.

    »A partir de ahora, los hombres nos uniremos, formaremos un frente único...
    »Pondremos condiciones a las mujeres...
    »Les arrebataremos sus armas y... ¡Volveremos a ser seres humanos!»

    Por desgracia, el sueño de IxtVelli se truncó. Cuando pretendía reunir a los hombres, agruparlos, después de desarmar a muchas mujeres de la Montaña Alta, una hembra logro escapar y avisó a la Directora del Grupo Oficial.

    Una legión de mujeres armadas, provistas de orugas blindadas y máquinas de disparar automáticas, atacaron a los hombres, diezmándolos.

    Xiru pudo escapar con Mut-Elk y su hija Xira, refugiándose en la caverna junto a la «maría». ¡Pero IxtVelli se entregó, a fin de salvar muchas vidas, y Milka II, la Directora del Grupo Oficial, ordenó que fuera ejecutado!

    ¡IxtVelli murió sin haber realizado el sueño del santón!


    CAPÍTULO IV


    PASO un tiempo que podemos traducir en 20 años.

    Mut-Elk se convirtió en un joven robusto y alto.

    Y Xira se hizo guapa, ¡muy guapa!

    Vivieron durante aquel tiempo en la caverna junto al mar. Habían construido su morada, lejos de los ojos de la gente, ocultos. Durante los primeros tiempos todo fue fácil.

    ¡Olvidar no lo fue tanto!

    A medida que Xiru se fue haciendo inútil para la caza y la pesca, Mut-Elk le fue substituyendo.

    Dos incidentes sufrió el joven durante aquel tiempo. El primero cuando iba siguiendo a un «oax» a quien había dejado aturdido de una pedrada con la «vira» — la cuerda que lanzaba piedras haciéndola girar sobre la cabeza—. Lo vio penetrar por entre unos arbustos y, al ir a seguirle, un hombre cayó sobre su espalda, arrojándose desde un árbol.

    Mut-Elk estaba solo en aquella ocasión y tuvo que defenderse para salvar su vida. Con tanto ahínco luchó que uno de sus golpes dejaron aturdido al agresor.

    Entonces, con la «vira» quiso estrangularlo.

    ¡Pero un remoto recuerdo le contuvo!

    ¡IxtVelli, desde el más allá, pareció hablarle!

    «¡No debes matar, Mut-Elk... No debes matar... Este hombre es un semejante tuyo, influido por el odio! ¡No le mates!»

    Mut-Elk se levantó y echó a correr, huyendo. A su espalda, el hombre se incorporó y le vio huir con incredulidad en los ojos.

    Otro incidente ocurrió cuando un pulpo atacó a Xira, la bella y maravillosa compañera de toda su vida.

    La muchacha había ido a bañarse a un pequeño lago transparente, unas diez millas de donde tenían la entrada de la caverna submarina. Mut-Elk frotaba una piedra larga y puntiaguda, pretendiendo hacer un cuchillo como el que vio en su infancia colgando del cinto de un hombre a quien no había podido olvidar.

    Y de repente escuchó un grito.

    —¡Mut-Elk... Xiru... Socorro!

    Un baluarte de piedras separaban a Mut-Elk de la muchacha que se había criado con él. Pero el joven se encaramó como un «kaol» en un abrir y cerrar de ojos.

    Sobre las rocas pudo ver el grave peligro que corría Xira.

    ¡Un enorme monstruo, semejante a un cefalópodo, había surgido del agua, y varios de sus tentáculos succionadores se enristraban en el cuerpo blanco de Xira!

    La muchacha se había quitado la piel de «oax» para bañarse y estaba engarfiada en una roca aristada, luchando por escapar del monstruo.

    Mut-Elk no vaciló.

    De un salto impresionante se arrojó de cabeza al agua y nadaba vigorosamente. En la mano llevaba la piedra que había estado afilando y, que pese a no estar terminada aún, ya era una buena arma contundente.

    Nuevos tentáculos surgieron del agua transparente, aferrándose a Xira y tirando de ella. También surgió una monstruosa cabeza, de ojos grandes y saltones, que se agitó, volviéndose hacia donde venía Mut-Elk.

    La lucha se entabló.

    El pulpo gigante desprendió algunos tentáculos de Xira y los dirigió hacia Mut-Elk. Este sintió aprisionado un brazo. Pero, impulsándose con los pies, avanzó e incrustó su rústico puñal en aquel cuerpo horrendo. Una y otra vez.

    El animal marino emitió algo así como un chillido infrahumano. Mut-Elk siguió golpeando a diestro y siniestro. Y aunque cada vez estaba más sujeto por los tentáculos, vio con alegría que Xira había quedado libre y trepaba ágilmente por las rocas, yendo a cubrirse púdicamente con su piel, tal y como la había enseñado Xiru.

    No obstante, la muchacha no cesaba de gritar.

    Y Mut-Elk no cesaba de debatirse clavando su herramienta de piedra en la blanda cabeza del monstruo submarino. Este, sin dejar de chillar, y apretando sus tentáculos, retrocedió hacia el fondo del lago.

    ¡Mut-Elk fue arrastrado al interior de las aguas!

    Lo único que oyó Mut-Elk fue el angustioso grito de Xira. Luego, no vio nada más. Se debatió ferozmente, sintió su boca llena de agua salada, escupió, procuró contener el aliento y cerró los ojos.

    A ciegas, sumergido en el líquido elemento, sintiéndose arrastrado hacia el fondo, luchó con mayor brío. A veces golpeaba el cefalópodo asestándole heridas de muerte, pero otras su cabeza giraba al sentir los fuertes golpes de la fiera, azotándolo con sus tentáculos.

    El aire empezó a faltar en los pulmones de Mut-Elk.

    La cabeza empezó a zumbarle.

    Los oídos estaban a punto de estallar.

    ¡Y aún seguía descendiendo hacia aquel abismo sin fin, arrastrado por el monstruo marino!

    Pero tuvo la fortuna de incrustar su piedra afilada en uno de los ojos del pulpo y sintió una convulsión. Al mismo tiempo, todos los tentáculos se aflojaron, sintiéndose libre. Agitó vorazmente pie y brazos, abandonó el arma y se remontó hacia la superficie.

    Segundos después, las manos de Xira le sujetaban y le sacaban del agua.

    ¡Mut-Elk se había salvado por puro milagro!

    Estaban comiendo en tomo a una hoguera dentro de la caverna acuática.

    —Xira y yo podemos tener hijos.

    Xiru movió su cansada cabeza hacia el Joven.

    —¿No estáis bien así?
    —Hace una temporada que miro demasiado a Xira, padre —argumentó el joven.
    —¡Ve a buscar una mujer cerca de la Muralla Gigante! —rezongó Xiru.
    —¿Para qué? ¿No tengo aquí a Xira?

    La muchacha, sonrojada, escuchaba aquella conversación.

    —Xira es... — El viejo no sabía como expresar sus pensamientos.

    Su hija le recordaba extrañamente a una Elek a la que trató durante un año. Algo nebuloso flotaba en su mente de aquellos tiempos. Incluso creía recordar a IxtVelli, el hombre que quiso liberarlos a todos.

    ¿Había sido él fiel a la doctrina de IxtVelli?

    Durante el ataque de las orugas blindadas había prometido a IxtVelli que cuidaría de Mut-Elk. Pero no fue fiel al que quiso redimirles. Sólo pensó en salvar su vida, huyendo con su hija de un año, y un muchacho de seis.

    Escondió a los dos; se escondió él. Pero, ¿tenía derecho a privar a su hija de las ventajas que podía ofrecerle el vivir al otro lado de la Muralla Gigante?

    —Xira es mi hija—terminó.
    —Si no me autorizas me llevaré a Xira. Estoy dispuesto a luchar contra ti.
    —¡No, Mut-Elk! —habló por vez primera Xira.

    Hubo un intenso silencio. Las algas secas y retorcidas que formaban el combustible de la hoguera ardían sin humo. Xiru las encendió hacía tiempo, frotando dos piedras, y habían procurado no apagarlas nunca. Las algas abundaban en aquel litoral y habían recogido grandes brazadas de las más secas, que apilaron dentro de la caverna.

    Mut-Elk se levantó de un salto. Miró a Xira, luego a Xiru, y terminó por salir corriendo de la caverna.

    Padre e hija quedaron a solas.

    —¿Qué impedimento hay en que Mut-Elk y yo tengamos hijos?
    —¡Yo no quiero que nadie tenga hijos! —gritó Xiru con amargura—. Seguir con la Ley de la Supervivencia es continuar en la agonía de generación en generación. ¿Por qué no se extingue Agrá de una vez?
    —¿Qué mal hay en ello?
    —¡El odio, hija; el odio! ¡Todos somos víctimas de odio! Seguir procreando es transmitir el odio a nuestros hijos... Lo mejor que podías hacer tú, como mujer, es dirigirte a la Muralla Gigante.
    —¡Aquí no puede encontrarme nadie!
    —No es eso, hija. ¿Qué harás cuando yo falte? ¿Seguir viviendo con Mut-Elk?
    —Siempre he vivido con él.
    —Pero yo estaba delante. A mí modo, os he enseñado a vivir.
    —Me siento muy atraída a él —insistió Xira.
    —Precisamente. Escucha, Xira. Ya sabes quién es Mut-Elk. IxtVelli le inculcó durante un año su doctrina de rebelión. Yo he contenido al chico durante muchos años. Pero cuando esté solo y se gobierne a sí mismo en su mente germinará la idea de la libertad. Todos nosotros lo hemos pensado. IxtVelli se creyó que poseyendo un arma destruiría la Muralla Gigante.

    ¡Y eso es imposible!

    Mi deseo sería que ningún hombre se acercase a las mujeres.

    ¡Quisiera matar uno a uno a todos los hombres! Cuando estuviera seguro de que no queda nadie me mataría yo... ¡Esto sí que sería una gran victoria!

    —¿Por qué?
    —¡El odio se extinguiría en Ivi-Joab al cabo de los años! Las mujeres se extinguirían también...
    —¡Eres abominable, padre!
    —Pero tengo razón...

    La muchacha se puso en pie. Se ciñó la piel que cubría su sinuoso y bien modelado cuerpo y se dispuso a salir de la caverna.

    —No vayas con Mut-Elk, hija. ¡Te lo pido por favor!

    Varios días después, Xiru encontró una solución.

    Debía hacer lo que le pedía su conciencia.

    Llamó a Xira y le dijo a solas: —Irás al otro lado de la muralla Gigante...

    —¡No!—protestó ella.

    Sí. Irás y te someterás a la ley de las mujeres. Cuando llegue tu hora saldrás de allí a cumplir a Ley de la Supervivencia... Yo no deseo luchar contra el destino de nadie... ¡Te faltan aún tres años!

    —¡No, he cumplido veinte!
    —¿tú qué sabes? ¿Conoces acaso el tiempo? ¡Eso sólo lo podemos hacer los viejos como yo, viendo cómo salen los soles distantes en el cielo y se vuelven a poner; No tienes más que diecisiete años...

    ¡Xiru mentía a conciencia!

    —Cuando llegues a la Muralla Gigante explicarás quién eres. Les dirás toda la verdad, que eres hija de Elek y mía, y que te he tenido raptada contra tu voluntad todo este tiempo.
    —¡No quiero ir!
    —Si no te vas, mataré a Mut-Elk — agregó Xiru.

    En su interior, Xiru pensaba así salvar a su hija. Estimaba que la Directora del Grupo Oficial estudiarla personalmente el caso de Xira. ¡No era frecuente!

    Tal vez fuese una suerte para ella. Su vida sería más halagüeña y llevadera que en aquella caverna. ¡Quería más bienestar para ella! ¡Y seguir al lado de Mut-Elk era ir contra la Ley de la Supervivencia!

    El ejemplo podía extenderse, como se extendió el de Malk-Roi años atrás. Los «IxtVellis» estaban en todas partes intentarían formar de nuevo otra rebelión... ¡No! Xiru se hacía viejo y quería cumplir con la Ley. Su hija debía cumplir también. Aunque tarde, aún tenía tiempo de hacerla volver a su camino.

    —¿Y si Mut-Elk te mata a ti? — preguntó insinuante Xira.

    Xiru no respondió. Estuvo varios días ideando un plan mejor y más perfecto. No quería hacer daño a Mut-Elk, pero, como necesitaba llevarse a Xira...

    Preparó el plan del siguiente modo: en la soledad de su caverna, y con el pretexto de hacer una cuerda larga para construir su lancha metálica, fue tejiendo algas tiernas y resistentes.

    Así, una vez terminada su obra, aguardó a que Mut-Elk estuviera dormido, tal y como le contó Elek que había hecho ella con el tuerto Bok-Odo en la vivienda del árbol. —¡Después de veintiún año aún lo recordaba, como recordaba todo cuanto habló con la bella Elek!— hizo él también.

    Amarró a Mut-Elk los brazos y las piernas, de modo que cuando despertó no puedo hacer el menor movimiento.

    El muchacho despertó. Mas no pudo hacer nada para librarse de las ligaduras con que le atenazaba Xiru.

    —¿Qué haces, Xiru?—se limitó a preguntar.
    —Voy a imposibilitarte para que no puedas seguirnos. Xira y yo nos vamos a ir muy lejos. ¡No puedo permitir que sigamos juntos!
    —¡Quiero a Xira!
    —¡Yo también! —respondió el viejo frenético—. Pero de modo distinto. Yo no deseo sacrificarla. Ella es mujer y tiene otra perspectiva mejor.
    —¡Suéltame!
    —No.

    A los gritos de los dos hombres se despertó Xira, que dormía en un rincón, bajo una piel de «oax», y se acercó corriendo a su padre.

    —¿Qué haces con Mut-Elk, padre?
    —Sal y espérame fuera, hija.
    —¡Responde!
    —¡Sé muy bien lo que hago! ¡Sal he dicho!
    —¡No puedes hacer eso con Mut-Elk! ¡Ha sido siempre como un hijo para ti!
    —En Ivi-Joab no se respetan a los hijos... ¡No se respeta nada en absoluto! Mi error ha sido este. Soy demasiado blando...

    La voz murió en la garganta del viejo Xiru. Tenía cincuenta años, pero el resquemor de haber malbaratado su existencia equívocamente le había carcomido el alma y el cuerpo.

    Ahora, sólo vivía obsesionado con apartar a su hija de aquella existencia que no le correspondía. Sin embargo, Xira no estaba dispuesta a separarse del hombre por el cual latía su corazón, y a quien había tratado y conocido más que a su padre.

    ¡Debía a vida a Mut-Elk!

    Esto era algo que tenía más peso en ella, dada su existencia irregular y anacrónica, que haber sido criada por Xiru. Por ello, sin vacilar, se arrojó sobra su padre, echándole las manos al cuello.

    —¡No, Xira; no! —Fue el postrado e imposibilitado Mut-Elk quien gritó. Su conciencia se rebelaba ante aquello.

    Xiru podía estar más o menos obcecado. Pero Mut-Elk no podía permitir que la ira se apoderase de la muchacha.

    La hija habría podido matar al padre.

    No lo hizo. El joven la conminó.

    —¡Haz lo que él te diga! ¡Sal fuera y déjanos!

    Xira no podía hacer nada más. Era una fuerte razón aquella.

    Retrocedió, miró tristemente a su amado, sujeto ron la resistente cuerda de algas, y terminó por dar media vuelta, saliendo de la caverna con lágrimas en los ojos.

    Xiru, indeciso, la vio partir.

    —¿Lo comprendes, verdad, Mut-Elk?
    —No, pero no puedo permitir que te haga daño. Ella es joven y tú eres viejo.
    —He gastado mi vigor cuidando de vosotros. Los hombres no estamos acostumbrados a esto, Mut-Elk. Pero tú has de reconocer que Xira merece una vida mejor que esta. ¿Qué ocurrirá si se queda contigo y tenéis hijos?

    »No querréis separaros, puesto que siempre habéis estado juntos. ¿Sabes por qué murió IxtVelli? Quería que hombres y mujeres vivieran juntos, quería terminar con el odio de muchos siglos... ¡Era un visionario!
    »Yo he vivido muchos años recordándole. Sé que era bueno y tenía razón. ¿Pero, qué podía hacer? ¡Lo que hizo, morir!... No, Mut-Elk; yo no deseo eso para ninguno de vosotros. Xira irá al otro lado de la Muralla Gigante. Es una mujer y debe estar con las mujeres.
    »No lo podrás impedir.

    Mut-Elk podía arrastrarse. Xiru había tenido esto en cuenta. No perecería de hambre. Tenía carne ahumada sobre la roca pulimentada por las aguas. Los brazos sujetos firmemente al cuerpo le impedían escapar. Pero tenía el alimento asegurado para bastantes días.

    Y, mientras estuviera el fuego encendido, los «kaols» no penetrarían en la caverna.

    Podía venir algún hombre y matarle. Aunque esto era difícil. Nadie conocía la entrada de la caverna, disimulada casi al nivel de las aguas. Los hombres de Ivi-Joab no transitaban por aquellos lugares.

    Todo esto le había dicho Xiru antes de marcharse. Aún más. Le dijo: —Cuando Xira haya atravesado la Muralla Gigante, y penetrado en la región de las sombras, volveré a soltarte, Mut-Elk. Entonces, si es tu deseo, podemos seguir juntos. Si no, nos separaremos y me iré a morir a la selva.

    Dicho esto salió.

    El silencio se hizo en la caverna marina. El furor de Mut-Elk se fue apaciguando con el transcurso del tiempo. Al fin, la inmovilidad se le hizo angustiosa. Pensó en mil modos de liberarse, pero por más contorsiones que hizo no consiguió aflojar aquella trenza de algas fibrosas y resistentes.

    Todo lo que la cuerda podía dar de sí ya lo había experimentado Xiru antes de amarrar a Mut-Elk. Pero éste tenía más recursos. Se dijo que frotando la trenza contra una piedra podría desgastarla y romperla.

    Esto parece pueril. Sin embargo, no lo era. Para una mentalidad con muchas lagunas y de discernimiento casi primitivo, el imaginar tal cosa venía a ser como descubrir la pólvora.

    ¡Y Mut-Elk puso manos a la obra!

    Primero hubo de trasladarse, rodando sobre si mismo, hasta que encontró la roca más áspera de cuantas había en la caverna. Sobre ella empezó a frotar pacientemente, agitando los brazos y las piernas.

    Pronto se dio cuenta de que la labor era ímproba. El sudor empezó a inundarlo, angustiándolo de tal modo que fue preciso detenerse. También al cabo de varias horas necesitó ir a comer. Para lo cual raptó por el suelo y comió utilizando sólo la boca y los dientes.

    Después de descansar volvió a la carga con sus ligaduras.

    De aquel modo estuvo casi un día —si es que los días podían ser contados en Ivi-Joab, dada la escasa noción del tiempo que tenían los que no se preocupaban de contar las apariciones de los planetas gigantes que orbitaban perezosamente en torno a Agrá—, hasta que, al fin, las ligaduras empezaron a ceder.

    Y llegó el momento en que, con la piel ensangrentada de tanto frotarla contra la roca áspera, la trena de alga marina cedió, y un violento tirón final acabó con ellas, dejándole libre.

    Luego, con temblorosos dedos, procedió a liberarse de los pies.

    Cuando estuvo completamente libre se hizo una cura que hacía años había aprendido cuando al caer se había rasgado la piel: se zambulló en el agua salada, la cual estaba impregnaba de yodo, y sintió la escocedura en las heridas.

    Nadó vigorosamente durante unos minutos y luego salió fuera. Se puso su taparrabos de piel y se colgó el punzón de piedra a la cintura. Hecho todo esto, salió al exterior.

    —¡Te encontraré dondequiera que estés, Xira...! ¡Aunque hayas atravesado la Muralla Gigante! La escalaré para salvarte y vendrás conmigo. Nada ni nadie podrá separarnos... ¡Seré capaz de matar si llega el caso para conservarte a mi lado!

    Echó a correr hacia el norte.

    Sus ligeras piernas debían recorrer mucho trecho. Sin embargo, cuantos hombres ocultos y fieras salvajes le vieron pasar raudo como una bala, sintieron un extraño presentimiento.

    ¡Aquel joven era desconocido! ¡Había salido de una sombría caverna a orillas de la «maria» y venía a cambiar la faz de Ivi-Joab por el amor de una mujer!

    Mientras tanto, Xiru llegaba a la Muralla Gigante y gritaba a todo pulmón: —¡Mujeres de Ivi-Jiab; aquí os traigo a una muchacha que ha vivido conmigo muchos años! ¡Su sitio está en vosotras, acogedla! ¡A mí podéis matarme por no haber respetado la Ley de la Supervivencia!

    Dentro de la Muralla Gigante funcionó un teléfono. Se comunicó con Milka II incluso. Y se recibió orden de admitir a Xira y llevarla a la Capital Mayor.

    —¡Al hombre matadlo!

    ¡De este modo, una descarga magnética acabo con la vida de Xiru! Esto fue cuando un camión se llevaba a su hija hacia el interior del hemisferio en sombras...


    CAPÍTULO V


    —ACÉRCATE, muchacha.

    Xira obedeció asustada.

    —¿Cómo te llamas?
    —Xira.
    —¿Sabes la edad que tienes? —Mi padre decía que veinte años. Pero últimamente dijo que sólo diecisiete.
    —Sí, pareces menor aún. Eres muy bonita.

    Milka II estaba sentada en un trono de cristal azul. Los grandes focos que iluminaban el rutilante salón, vasto hasta el extremo de apenas poder distinguirse el fondo, iluminaban indirectamente a la Directora del Grupo Oficial.

    ¡Nadie hubiera dicho que aquella mujer llevaba gobernando más de treinta años!

    Porque... ¡apenas parecía contar veinte! Su rostro era maravillosamente suave, sus labios rojos y jugoso y su cutis fino y aterciopelado. Era una mujer que se distinguía por sus ojos grandes y rasgados.

    Y era que Milka pertenecía a la casta privilegiada de las gobernantes: no vivían en la oscuridad, no trabajaban, y, la mayor parte de su tiempo, lo pasaban en los salones de belleza.

    Xira no respondió al piropo. No lo comprendía.

    —Explícame todo lo que te ha sucedido, pequeña.

    Su voz era suave, musical.

    ¡Pero Milka II poseía un alma depravada y ruin! Su aspecto no correspondía a sus sentimientos, negro como el País de las Sombras.

    Xira lo explicó todo. Y terminó diciendo: —¡Y quiero a Mut-Elk! Mas, si no hubiera obedecido a mi padre, Mut-Elk habría muerto.

    Milka II era también inteligente. Escuchó en silencio y leyó en el corazón de la muchacha. Sonreía, pero en su interior el furor la dominaba.

    —¡Muchos años... muchos...!

    Una de las consejeras que había junto al trono, ¡una verdadera beldad en toda la extensión de la palabra!, comentó: —¡Es un caso insólito!

    Otra añadió:

    —¡Esta muchacha tiene el sentido y la incultura de un hombre salvaje!
    —¡Eso! —agregó una tercera—. No debemos ver en ella más que a un enemigo.
    —¡Silencio! —gritó inesperadamente Milka II.

    Su voz bien timbrada y melódica pareció un repicar de campanillas agitadas por un viento fuerte. Volvió a mirar a la humilde Xira y, tras una breve pausa, agregó: —Pero no importan los años. Eres una mujer. ¡De eso estamos convencidas! La verdad es que no sé qué hacer contigo... De momento, deseo tenerte cerca de mí. Quiero estudiarte. Es preciso saber cómo actúan y piensan los hombres.

    Se volvió al grupo de ahora silenciosas consejeras.

    —Ya sabéis que a principios de mi mandato, hubo un hombre que intentó rebelarse. Yo hube de solucionar aquel problema con mano dura. Desde entonces, mujeres entrenadas especialmente me han ido teniendo informada de cuanto sucede en el hemisferio iluminado por Agrá. Sin embargo, esta muchacha puede saber más cosas que nadie. Toda su vida la ha pasado entre hombres.
    —Dime, pequeña, ¿por qué querías quedarte con ese...?
    —Mut-Elk — dijo Xira tristemente.
    —Ese. ¿Por qué?
    —Le quiero.

    Un murmullo de protestas brotó entre las consejeras. Muchas de ellas incluso se levantaron de sus dorados sillones.

    —¡Silencio!—volvió a gritar Milka II.

    Las consejeras se volvieron a sentar. Algunas de ellas se miraron entre sí, enrojeciendo.

    —¿Qué es querer a un hombre?
    —¡Es una aberración: un deseo insano y nefasto...!— gritó una consejera alta y delgada.

    Pero Milka II había llegado al colmo de su paciencia. Se puso también de pie y se encaró con la que había hablado.

    —¡Ta-Dua, sal inmediatamente de la sala!
    —¡No puedes...!

    Un coro de protestas se elevó entre las consejeras. Más de treinta mujeres se habían puesto de pie agitando los brazos. Xira se volvió asustada. No comprendía nada de aquello. Incluso el lenguaje de aquellas mujeres le parecía exótico.

    Pero Milka II tenía recursos para imponer su autoridad. Su mano se movió hacia un lado de su trono, pulsando un timbre. Inmediatamente, del techo del salón surgió un agitado aleteo y una legión de mujeres provistas de alas batientes, descendieron y se arrodillaron ante la Directora del Grupo Oficial.

    Todas iban provistas de armas automáticas y se cubrían el rostro con una máscara de vidrio color rosado. La facilidad con que aquellas mujeres se movieron por el aire sorprendió a Xira, que nunca había visto nada igual.

    Por su parte, las consejeras callaron atemorizadas.

    —¡Expulsarlas de aquí!—ordenó Milka II.

    Las mujeres-pájaros tuvieron que dirigir sus armas hacia el grupo de consejeras. Todas éstas adoptaron una actitud digna y se encaminaron al fondo de la sala, seguidas de la escolta armada.

    —¡Ya se estaban haciendo pesadas! —exclamó Milka II—. Necesitan una lección y se la daré... Es posible que muchas de ellas tengan que dirigirse al lugar donde tú has estado hasta ahora, pequeña.

    Milka descendió de su trono y se acercó a donde estaba Xira, a quien tomó cordialmente del brazo: —Dime lo que es querer a un hombre. Itwana infringió hace años la Ley de la Supervivencia, al quedarse con un hombre en la Montaña Alta. Alegó que lo quería. Fue preciso matarla, matarle a sus dos hijos y matar a Malk-Roi, el hombre que vivía con ella. En realidad, murió mucha gente... ¡Fue una lástima!

    Pero gobernar no es fácil. Se tiene que conocer muy bien el corazón de las mujeres. ¡Y qué duda cabe que el de los hombres también se debe conocer!

    En la Capital Mayor del hemisferio en sombras de Ivi-Joab podían suceder cosas semejantes. En realidad, las mujeres vivían gobernadas por la oscuridad. Nada sabían, nada preguntaban, nada las inquietaba...

    La vida era así para ellas desde hacía muchos, muchísimos años. Habían venido del otro lado de la Muralla Gigante en brazos de sus madres, pasaban temporadas en los centros de enseñanza, se especializaban en una profesión y trabajaban hasta que tenían veinte años.

    Todas conocían su obligación.

    ¿Sabían algo más?

    En sus mentes sólo albergaba una doctrina cerrada y estrecha. El trabajo, la obediencia al Grupo Oficial, criar a sus hijas y luego perderlas para volver al trabajo.

    Era como una inmensa colmena de afanosas abejas.

    Nada más importaba.

    ¿Quién las dirigía? Sí, eso lo sabían todas: Milka II, cuya efigie reproducía constantemente el Grupo Oficial para acatamiento y respeto.

    Las mujeres del Grupo Oficial tenían un uniforme característico. Vestían ropas muy ajustadas, iban siempre armadas y había que mirarlas con respeto por dondequiera que pasaban.

    El resto de las mujeres se limitaban obedecer y trabajar.

    Pero el Grupo Oficial era un clan cerrado, hermético, donde regían leyes bien distintas. Aquellas mujeres pertenecían a otra casta superior. Eran las que, en los centros de enseñanza demostraban una capacidad superior, a la de sus compañeras. Se podía decir que de cada cien alumnas, una pasaba a engrosar las listas del Grupo Oficial. Escuelas superiores de capacitación y mando las adiestraba. Un clan juramentado con categorías ascendentes. De tocas ellas, naturalmente, la más sabia era Milka II. De otro modo, sus compañeras del Grupo Oficial la habrían eliminado hacía tiempo.

    En realidad, en aquel hemisferio de Ivi-Joab se imponía la Ley de la Selección y de la Fuerza. Milka II había sido, hasta e momento presente, la mujer mas lista y fuerte. Las demás habían intrigado mucho, pero no consiguieron eliminarla.

    Por otra parte, la Ley de la Supervivencia no regía entre las mujeres del Grupo Oficial. Estas hacían la ley a su modo y capricho. Ya había millones de otras mujeres que servían para procrear y cumplir con una ley absurda y monstruosa.

    Seleccionadas entre las mejores, Milka II se había rodeado siempre de una corte de beldades e inteligencias llamadas Consejeras del Grupo Primero Oficial.

    Últimamente, una de estas consejeras que venía minando el sitial de cristal azul de Milka II era Ta-Dua, biznieta de Alara.

    Por otra parte, aquella especie de oligarquía femenina estaba convirtiéndose en dictadura. Milka II había captado, por medios indirectos, ciertos informes que hablaban de la situación levantisca de las consejeras.

    La medida inmediata fue rodearse de una guardia bien pertrechada —las mujeres-pájaros— que la protegía de cualquier conspiración.

    Había aceptado la ayuda de una mujer de ciencia, a la cual había dotado de medios materiales para su técnica y, el resultado, entre otras cosas, eran las alas batientes sujetas a los brazos y a la espalda por medio de una operación quirúrgica lo que las permitía volar y trasladarse rápidamente de un lugar a otro.

    Milka II estaba satisfecha de su guardia personal.

    —No he tenido más remedio que hacerlas aparecer ante mis consejeras. Esto me da más solidez.

    Xira la miró sin comprender.

    —Estoy preparando un verdadero ejército de mujeres voladoras, ¿sabes, pequeña? Volarán por encima de la Muralla Gigante y me traerán informes del otro lado. Necesito estar al corriente de lo que ocurre al otro lado de la muralla.
    —Claro que periódicamente vienen mensajeras fidedignas, pero estas no pueden abarcarlo todo. Además, estoy pensando en rodearme también de hombres. Este palacio podía estar vigilado por hombres de mi confianza. ¿Qué te parece la idea?
    —No comprendo...

    Milka II se echó a reír. Pasó su enjoyada mano sobre el hombro de la muchacha y la condujo a lo largo del silencioso y solitario salón del trono. Una gran puerta de bronce se alzaba al fondo.

    —Ahora no te preocupes, Xira. Mis doncellas te cuidarán, te bañarán y te darán ropas y perfumes. Quiero comer contigo más tarde. ¡No estés asustada! Me gusta verte. Eres... ¡no sé cómo eres!... Algo así como salvaje, diferente a las mujeres que estoy acostumbrada a tratar. Y...

    Hizo una pausa intencionada.

    —¿Qué?
    —Me explicarás lo que es querer a un hombre. Me interesa ese fenómeno.

    ¡Pero el reinado de Milka II se tambaleaba ya!

    ¡Una hormiga iba a sacudir los profundos pilares de una civilización decadente y anormal! Lo inverosímil de un estado regido por la fuerza sobre un pueblo de mujeres ignorantes iba a ser sacudido por un brazo mucho más fuerte que todo aquel sistema absurdo e incongruente.

    Mut-Elk se disponía a la lucha...

    Protegido por las sombras que rodeaban la Muralla Gigante buscaba intrépidamente el modo de atravesarla.

    Xira estaba al otro lado, lo sabía. En su alocado correr había encontrado el cadáver medio descuartizado de Xiru. Aquello sólo podía significar que Xira había cruzado la gran esclusa de hierro.

    Y cuarenta metros de pared inclinada hacia afuera no eran fáciles de escalar, especialmente, siendo una superficie lisa como el cristal.

    Desesperado corrió a lo largo de aquella muralla inexpugnable. Procuraba no hacer ruido para no alertar a la vigilancia que pudiera haber sobre la muralla.

    Y la había, ciertamente; mujeres del Servicio de Vigilancia armadas con pistolas magnéticas. Pero hacía años que nadie vigilaba allí arriba. ¡Nadie había intentado nunca escalar aquel muro!

    ¿Para qué?

    Si se trataba de una mujer la que pretendía entrar, lo hacía por la esclusa. A una llamada, éstas se abrían. Un breve reconocimiento y la mujer pasaba, viniera con una niña u sola. (A veces ocurría que una mujer perdía a su hijo o hija. En estos casos, la ciencia examinaba a la mujer, permitiéndola reintegrarse a su vida anterior. Pero no podía haber engaño.) Un hombre ni intentaría llamar. Si intentaba penetrar mientras estaba abierta la esclusa, su muerte sería inmediata.

    ¡Pero Mut-Elk tenía que atravesar la muralla para encontrar a Xira y no le importaba que fuese inexpugnable!

    ¡¡Tenía que entrar en el país de las sombras!!

    Y entró...

    Corriendo silenciosamente al pie de la muralla se cansó. Luego, sintió sueño y hambre. Sabía perfectamente que en aquellas condiciones no podría conseguir nada. Necesitaba alimentos para vivir, sólo así podría conseguir algo.

    Y tenderse a dormir allí, en despoblado, era suicida. En vista de ello, se apartó de la muralla y se dirigió hacia un bosque que creyó entrever a cierta distancia.

    La oscuridad era allí casi absoluta. Pero el crepúsculo eterno de aquella región le permitía ver como se puede ver en una noche de luna media.

    Así fue como se encontró con algo que no había visto nunca: una quebrada muy honda donde rugía el agua en turbiones, surgiendo de las entrañas agrietadas del suelo para ir a perderse, más allá, entre el bosque, también bajo tierra.

    ¡Y, algo así como un chispazo brilló en su mente!

    Un recuerdo de la infancia le asaltó. Se lo había oído contar a Xiru. Elek, la que fue madre de Xira, se lo contó a él: Una mujer había intentado pasar clandestinamente a un niño al otro lado de la Muralla Gigante; pero fue descubierta y ejecutada. Al niño lo habían arrojado a un río que atravesaba bajo la tierra la Muralla Gigante.

    Mirando a las tumultuosas aguas, se preguntó: —¿Es este el río que cruza la Muralla Gigante?

    Miró hacia la Muralla. Luego, miró el agua. La corriente venía del país de las sombras.

    Una extraña composición se formó en la mente de Mut-Elk.

    —¿Se puede nadar dentro de ese río?

    Mut-Elk no vaciló.

    —¡Lo intentaré!

    Primero buscó el modo de descender al fondo de la quebrada. Lo accidentado del terreno le facilitó el descenso. Se había olvidado incluso del cansancio y del hambre.

    No dejó empero, de pensar que en aquella aventura podría encontrar la muerte. Mas le daba igual. ¿Qué importancia tenía morir?

    Así llegó hasta donde salía con violencia de su encierro.

    ¿Qué distancia habría hasta el fondo de aquel pozo?

    Mut-Elk había nadado mucho en la «maria». Incluso luchó contra un pulpo durante mucho tiempo, según le dijo luego Xira. No comprendía cómo había podido resistir tanto dentro del agua.

    —Iré por dentro de este río hasta donde pueda. Luego, volveré. Volver empujado por la corriente ha de ser fácil.

    Sin pensarlo dos veces Mut-Elk se lanzó al agua y luchó contra la corriente. Contuvo el aliento y braceó con unas fuerzas capaces de arrastrar el lanchón metálico en donde había paseado a Xira y Xiru muchas veces, dentro de la gruta, junto al mar.

    Luchó, braceó, se golpeó las manos, brazos, cabeza...

    Pero no consiguió nada. Cuando comprendió que las fuerzas empezaban a fallarle y su circulación sanguínea se hacía dificultosa a causa de la falta de aire, dio media vuelta y retrocedió.

    Casi sin sentido emergió minutos después y se sujetó a una roca, donde respiró y recobró la vida. Luego, salió del agua y se sentó a descansar.

    —Calculo que he recorrido un buen trecho. Pero me falta mucho para alcanzar la muralla Tendría que alimentarme bien y volver a intentarlo de nuevo.

    Descansó y luego fue a buscar comida.

    Tuvo suerte. En el bosque encontró a un hombre con alimentos. El hombre, al verle, enarboló un largo palo y se lanzó hacia él.

    —¡No quiero matarte, hombre!—gritó Mut-Elk—. ¡Yo no quiero matar!
    —¡Yo sí! —respondió el otro.

    Mut-Elk se vio en la necesidad de defenderse. Y lo primero que hizo fue esquivar el tremendo golpe. Luego, con una agilidad que dejó sorprendido al otro, le golpeó en el pecho, arrojándolo al suelo. Antes de que el hombre pudiera levantarse. Mut-Elk estaba sobre él manteniendo la punta de su herramienta de piedra sobre el cuello.

    —¡Te he dicho que no quiero matarte!
    —¿Por qué?
    —Porque no se debe matar.

    El otro le miró como el que ve a un loco.

    —¿Qué quieres, pues?
    —Comida.
    —Eso es robar. ¡Mátame primero!

    Pero Mut-Elk no le mató. Tomó la bolsa de hojas de hiedra trenzadas y sacó la carne ahumada que el otro tenía. Sólo tomó la mitad.

    —Lo otro para ti. A cambio te diré donde está mi alimento.

    El agredido ahora, y agresor antes, miró con odio a Mut-Elk.

    —¡Mientes!
    —Yo vivía junto al gran mar. Hay una enorme roca blanca. Debajo hay una cueva. Allí hay una embarcación y mucha comida. Peces y carne ahumada de «oax». Adiós, vete y que tengas suerte.
    —Yo prefiero quedarme en este bosque. Las sombras me protegen.

    Mut-Elk se alejó comiendo.

    Corrió en torno al bosque, para desorientar al otro, si le había seguido, y luego se encaminó a la quebrada, junto al río subterráneo que le obsesionaba.

    Allá abajo, mirando las aguas, y sintiendo el tumulto en sus oídos, que le ensordecía, se quedó dormido.

    Debió dormir muchas horas, muchas, porque cuando despertó el agua había cesado de salir y un cauce seco y arenoso se veía en su lugar.

    El ruido Hel agua había cesado también.

    Mut-Elk hubo de frotarse los ojos y los oídos. Creía estar soñando. ¿Dónde se había ido el agua? ¿Qué había ocurrido? ¿Cuánto tiempo había estado durmiendo?

    Incrédulo aún, pese a saberse despierto, miró el lecho húmedo de la quebrada, donde antes había brotado tumultuosa el agua. La entrada de una negra caverna se abría ante él.

    —¡Pero si fue ahí donde me arrojé y luché contra la corriente! ¿Cómo es posible esto?

    Vio la roca pulida y húmeda por el curso de las aguas. También vio a su lado la carne ahumada que le sobró antes de quedar dormido.

    No vaciló más. Todo podía tener una explicación. Intuyó que penetrando en la caverna podía encontrar la respuesta. Así, de un salto, cayó sobre el lecho blando del río. Luego, sin temor, penetró en la oscuridad de la caverna.

    Todo rezumaba humedad allí dentro.

    Todo era silencio.

    ¡Silencio de incertidumbre!

    Con las manos extendidas en la oscuridad, Mut-Elk avanzó. Su sentido de la orientación le indicaba que avanzaba bajo tierra hacia la Muralla Gigante.

    ¿Se abrían apartado las aguas para que entrase él?

    ¿Qué encontraría al otro lado?

    —¿Qué fenómeno había ocurrido? —Sea lo que sea —se dijo—, estoy seguro que el Espíritu Divino del que me habló IxtVelli hace muchos años, me está ayudando.

    De aquel modo. Mut-Elk avanzó por lo que había sido poco antes desembocadura de un río subterráneo, hasta que encontró el paso de cemento y las gruesas barras de hierro. ¡Un obstáculo infranqueable!

    A tientas examinó el obstáculo. Debía encontrarse exactamente debajo de la Muralla gigante. Allí habían puesto algo para impedir el paso. El desaliento se apoderó de él.

    Sin embargo, tentando aquellas oxidadas barras, encontró en el extremo, junto al muro de cemento, dos barras casi corroídas. Sólo tuvo que empujar con fuerza en una para que cediera, rompiéndose y dejándole el paso libre.

    El agua, a través de los años, había desgastado el hierro.

    ¡El camino estaba libre!


    CAPÍTULO VI


    LA profesora Klam-Rea era muy anciana. Ni ella misma sabía los años que llevaba en Ivi-Joab. ¿Qué importancia podía tener aquello? Tampoco le interesaba la historia ni la política.

    Su reducido mundo era el laboratorio.

    Una estancia indiscernible. Las retortas, tubos de ensayo, alambiques y morteros de química se mezclaban confusamente con los alambres, pilas eléctricas, transformadores, y circuitos de sus estudios electrofísicos.

    Aunque todo aquello, a la sazón, tenía importancia relativa.

    ¡Sólo le interesaba su «Hayo»!

    —Será fantástico — se dijo.

    En la puerta de su laboratorio, iluminada por la luz de los focos que hacían resplandecer artificialmente su jardín, miraba hacia el extremo del césped. Una gran nave, cercada por un muro de ladrillos se alzaba allí.

    Al otro lado, como una barricada de tierra de varios metros de altura, estaba la zanja recién terminada. ¡Con aquella agua podía llenar la piscina! Dentro de diez o doce horas estaría llena.

    Luego, sólo tenía que pulsar el disparador y las cargas de explosivos reventarían el muro de contención. De este modo, las aguas del Oxfog volverían a su cauce.

    En la piscina su «Hayo» quedaría flotando. ¡El momento de la gran prueba se avecinaba!

    ¿Daría resultado?

    Inquieta, la anciana caminó por el sendero hacia su nave-taller.

    Ya se había olvidado de las alas batientes que construyó para Milka II. Ahora le interesaba su nave. La creía estar viendo surgir de las aguas, vencer el equilibrio y resistencia de la atracción, y remontarse al cielo.

    ¡Qué gran momento aquel!

    Ensimismada, caminó hacia la zanja. Tuvo que pasar por encima del dique de cemento construido días atrás para contener las aguas del Oxfog. Caminaba despacio porque sus piernas le temblaban mucho últimamente.

    Su vista también la tenía muy cansada, pese a las gruesas gafas que llevaba. Por esto, cuando miró hacia el oscuro lecho de lo que había sido el río, no vio una sombra que se movía velozmente.

    —¡Estoy segura que volará! La potencia de su motor de impulsión es gigantesca... Confío que los flotadores sean suficiente grandes... Tengo que vigilar personalmente los trabajos. Esas chicas son muy distraídas...

    Sólo pudo avanzar diez pasos.

    Algo surgió a su izquierda y se abalanzó sobre ella.

    Una mano recia le tapó la boca.

    Klam-Rea se asustó y quiso gritar. Pero no pudo.

    —¡Cállate, no te haré nada!
    —¡Llévame a donde podamos hablar!
    —¿Hay alguien en aquella casa?

    Klam-Rea sacudió débilmente la cabeza.

    —Vamos hacia allá.

    Mut-Elk, pues tal era el agresor de la profesora, la empujó sin muchos miramientos hacia el otro lado de la zanja. El agua del río corría impetuosa por aquel nuevo cauce, rugiendo como en señal de protesta por el desvío forzoso de su ancestral camino.

    Casi en volandas, Mut-Elk llevó a la anciana, sin dejar de taparle la boca, pero dando un rodeo para apartarse de los senderos y pasos iluminados. De aquel modo llegaron al jardín artificial.

    —¿Hay alguien ahí dentro?

    Klam-Rea sacudió negativamente la cabeza.

    Entonces, el joven dijo:

    —Por favor, no grites y no me delates. Si lo haces, no tendré más remedio que matarte.

    Klam-Rea al sentirse libre la boca tuvo que apoyarse contra el muro de la casa. Entonces miró al joven. Su boca se abrió en una expresión de estupor.

    —¡Un hombre!
    —¡Calla, por favor! Entremos ahí dentro.
    —¿Qué quieres? ¿Sabes lo que haces?
    —¡Claro que sí! De lo contrario no habría venido.
    —¿Y cómo has atravesado la Muralla Gigante?
    —Por el lecho del río seco...
    —¡Oh!

    La profesora Klam-Rea se había llevado la mano a la boca. Miró rápidamente en todas direcciones. Luego, dijo: —No te muevas de aquí. Voy a entrar en la casa sola. Te abriré esa ventana que ves ahí... ¡Cielos santo, el río! ¿Cómo no pensé en eso? ¡Si se enteran las del Grupo Oficial me retirarán el permiso para investigar!... ¡Ay, ay, pobre de mí!

    »Tienes que marcharte inmediatamente por donde has venido, hombre. No tengo más remedio que volver el río a su cauce.

    —No pienso irme sin encontrar a Xira...
    —Bueno, aguarda. Te abriré la ventana. ¡Por el amor de Dios, que no te vea nadie!

    Klam-Rea se alejó aprisa. En aquel momento no pensaba en sus temblorosas piernas. Penetró en la casa. Una mujer ataviada con clámide blanca y llevando en la mano una bandeja salió de una habitación.

    La profesora, al verla, se detuvo.

    —Oye, Larx-Gla; deja eso y vete a la Gran Nave. Dile a Via que lo dejen todo... ¿Me oyes? ¡Que lo dejen todo y que se marchen todas a casa!
    —Muy bien, profesora. Les diré lo que me has dicho.
    —¡Tú también puedes irte! Quiero estar sola...
    —¡Pero si no está la comida hecha aun...!
    —Es igual. Tomaré cualquier cosa. ¡He dicho que te vayas!
    —Está bien, profesora; como tú quieras...

    Larx-Gla miró de un modo extraño a la anciana, pero salió inmediatamente de la casa. En cuanto hubo marchado, Klam-Rea cerró la puerta por dentro y se dirigió hacia su alcoba.

    No encendió la luz, sino que, a tientas, abrió la ventana y musitó: —Hombre, ¿estás ahí?

    Mut-Elk, como si fuera un «kaol», surgió de entre la fronda de flores y penetró en la casa. La anciana cerró inmediatamente la ventana.

    —Ven conmigo.
    —He visto salir a una mujer.
    —Es mi ayudanta. La he despedido. Cuéntame; ¿cómo te se ha ocurrido entrar por el río? ¿Por qué te has atrevido? ¿Qué intenciones traes?
    —Quería entrar cuando salía el agua. Lo intenté, pero no pude. ¡Era necesario! Por eso, cuando desperté y vi que el río no salía, vi el cielo abierto. No perdí ni un momento.
    —Yo hice desviar el río. Necesitaba unos cuantos millones de litros de agua para sostener a «Hayo», mi máquina voladora... Pero no pensé que eso podía ser la entrada de nadie. Además, me aseguraron que existe una gruesa reja. ¿No la has encontrado?
    —Sí, pero un hierro cedió.
    —¡El óxido ha debido gastarlo!
    —Tienes que ayudarme, mujer. ¿Cómo te llamas?
    —Klam—Rea. ¿Y tú?
    —Mut-Elk. ¿Verdad que eres una mujer buena?
    —Pues... Me tengo por ello. —Klam-Rea miraba con simpatía al muchacho—. Naturalmente, no puedo ayudarte. Te daré alimentos y te volverás por donde has venido. ¿Comprendes?
    —¡No! He de encontrar a Xira...
    —¿Quién es Xira? Ya me has hablado antes de ella.
    —Xira es la mujer que siempre ha vivido conmigo...

    La profesora Klam-Rea se quitó las gafas y las limpió cuidadosamente con uno de los pliegues de su clámide. Luego, pensativa, se las volvió a poner y miró fijamente al joven que tenía ante ella, sentado en el canapé de muelles.

    —Comprendo, muchacho —dijo lentamente—. Es muy singular tu historia. Yo también tuve que salir de la Muralla Gigante hace muchos años... ¡muchísimos! Viví cierto tiempo en la Montaña Alta. Tuve un hijo, a quien dejé con su padre y luego me vine aquí... ¡Ah! Pero eso que tú pides no puede ser. Xira estará en alguna ciudad, no sé cuál; incluso puede haber sido conducida a la Capital Mayor, a muchas millas de aquí.

    »Quisiera hacer algo por ti. Yo no estoy de acuerdo con el sistema que nos rige. La Ley de la Supervivencia es antinatural. ¿Pero qué puedo hacer yo? Esto es como un quiste crónico. Hace falta una gran convulsión para volver las cosas a su estado común.
    »Convéncete, muchacho; tu Xira ha de estar aquí y tú tienes que volver al otro lado.

    —¡No! —gritó Mut-Elk—. He de volver con ella; de no ser así prefiero que me maten aquí.
    —Anda, come eso... Te confieso que me das pena. No sé por qué no he avisado al Grupo Oficial para que vengan a detenerte. La verdad es que no tengo permiso para desviar el río. Soy amiga de la Subdirectora de Xuptmon, por eso me permito la confianza de actuar por mi cuenta. Yo vivo a las afueras de la metrópoli. Claro que pude llamar a Milka II y conseguir un permiso. Pero me precipité y actué por mi cuenta.

    »¡Ya ves el resultado! Te has metido tú por ahí y pueden colarse muchos hombres más...

    —No lo creo. Era preciso bajar a una profunda quebrada. Nadie se arriesgaría a eso para nada. Yo también lo comprendo. ¡Pero no volveré a ver a Agrá si no viene Xira conmigo! Es más, estoy dispuesto a luchar como quería luchar IxtVelli. Conseguiré...
    —¿Cómo has dicho? — le interrumpió bruscamente la profesora poniéndose en pie y palideciendo—. ¡Ese nombre... ese nombre...!

    Mut-Elk miró extrañado a la anciana.

    —¿Nombre?... ¿IxtVelli?

    Febrilmente, Klam-Rea sujetó a Mut-Elk de ambos brazos y le miró fijamente a los ojos. Una llama extraña brillaba en ellos a través de las gruesas gafas.

    —¿Has dicho IxtVelli?
    —Sí... ¿Por qué te pones así, mujer?
    —¡IxtVelli fue el nombre que puse yo a mi hijo! ¡Tuve que dejarlo en la Montaña Alta para volver aquí! ¡Su padre era muy bueno y sentí mucho separarme de él!

    Casi asustado: Mut-Elk se había puesto de pie. La mesita que había a un lado con los manjares que le sirvió la profesora, se tambaleó al tropezar con ella. Retrocedió.

    —¿Cómo era? ¡Hábleme de él! ¡Sería demasiada coincidencia! ¡Por favor, Mut-Elk...!

    Mut-Elk hizo memoria. El recuerdo del que fue su mentor era un tanto nebuloso. Pero poseía una característica peculiar que no había visto en ningún otro hombre.

    —Era muy listo...
    —¡Como Vard-Velli! — gritó Klam-Rea.
    —¡Tenía la cabeza muy redonda...!
    —¡Como su padre!... ¡Sigue!

    Después de explicar Mut-Elk los datos que recordaba de aquel, singular libertador y filósofo, la profesora se dejó caer en su asiento abrumada.

    —No cabe duda... ¡Es él! Y... ¿qué le pasó? ¿Qué hizo?... ¡Hijo mío, cuántos años han pasado!
    —Murió... Murieron muchos hombres y mujeres de la Montaña Alta.

    Mut-Elk explicó lo que tantas veces le había explicado Xiru. A medida que iba relatando, el rostro apergaminado y rugoso de la anciana profesora se iba haciendo sombrío.

    Al fin, sin poderse contener, se echó a llorar.

    —¡Pobre hijo mío!... Muchas veces me he preguntado que habría sido de él. Pero, ¡ahora que pienso! ¡Tú no puedes ser muy viejo...! ¿Qué edad tenías cuando murió él?
    —Pocos años.
    —Entonces, ¡fue Milka II quien lo mató! ¡Hace muchos años que dirige el Grupo Primero Oficial!...

    Bruscamente. Klam-Rea se puso en pie y se dirigió a la puerta.

    —Aguarda aquí. Voy a llamar por teléfono a una amiga. Tengo que averiguar algo.

    A Mut-Elk le dio la sensación de que la anciana se había transformado súbitamente en una mujer joven y vigorosa. ¿Cómo era posible tanta coincidencia? ¡Aquella mujer vieja y de aspecto noble, había sido la madre de IxtVelli!

    Inquieto, Mut-Elk pasó la mirada en derredor. Aquel lugar donde estaba era el habitual para comer, según le había dicho la profesora. Vio objetos raros que no pudo averiguar para qué servían. Su nerviosismo se acentuó al ver que tardaba la mujer.

    Se asomó a la puerta por la cual había desaparecido Klam-Rea y escuchó su voz al fondo de un ancho pasillo. Curioso, se acercó y escuchó la voz de la profesora: —...Sí, aquí la profesora Klam-Rea, de Xuptmon. Me interesan esos datos ahora mismo. Pasa mi encargo al Gabinete de Historia... Sí, sí, espero. Gracias.

    Hubo un lapso de silencio.

    Mut-Elk se acercó a la puerta entreabierta y vio a la profesora de espaldas a él con un objeto brillante en el oído. Al ver que Klam—Rea se volvía, retrocedió rápidamente y volvió al comedor, donde se sentó en la silla larga donde había estado antes.

    Entonces, miró el recipiente con extrañas rayas en donde la profesora había vertido un alimento sacado de un bote metálico. Introdujo el dedo y lo chupó.

    En su lengua encontró un sabor agradable. Luego, tomó todo el contenido del plato con la mano y se lo llevó a la boca.

    —¡Está bueno esto!

    Minutos después volvía la profesora con el rostro terriblemente hosco. Iba profiriendo exclamaciones que Mut-Elk no pudo comprender.

    —Tienes razón, Mut-Elk — dijo al fin claramente—. Fue Milka II la que mandó las mujeres armadas a matar a IxtVelli... ¡A mi hijo precisamente! ¡Y yo que he hecho tanto por Milka! ¡Gracias a mí poseen armas especiales y alas su guardia personal!... De haberlo sabido hace tiempo...
    —¿Qué hablas, mujer? — preguntó Mut-Elk.
    —¡Ah, muchacho! He hablado por teléfono con la Capital Mayor... Sí, he sabido también que una muchacha llamada Xira ha llegado procedente del otro lado de la muralla. Ha sido conducida directamente al Palacio de la Directora. Pero...

    Se detuvo, giró la mirada en derredor, y. por fin, mirando abiertamente a Mut-Elk, agregó: —¡Te ayudaré, muchacho! Yo tengo medios para que Milka II me escuche. Y puede que le imponga condiciones... Ven, muchacho; vamos a recoger unas cuantas cosas de mi laboratorio y tomaremos el coche para ir a la Capital Mayor.

    »Pero... tendrás que vestirte de otro modo...

    El viaje por las suaves carreteras del hemisferio en sombras fue largo, pero cómodo. Mut-Elk iba tendido en una litera detrás de la anciana profesora. De cuando en cuando, el joven se incorporaba para mirar a través de las ventanillas. Sólo las sombras les rodeaban.

    Delante, admiró un enorme foco de luz que alumbraba el camino por el cual se deslizaban como una bala.

    —El coche no toca al suelo—explicó Klam-Rea—. Una suspensión de aire comprimido lo contiene... Exactamente como haré mi «Hayo» en el aire. ¡Volar! Naturalmente, la fuerza la recibe magnéticamente de esos pilares que ves a ambos lados de la ruta. Los de la izquierda dirigen corrientes negativas y los de la derecha positivas. El motor da mi coche funciona gracias a esa energía.

    »Lo que yo he descubierto es el medio de poder llevar energía eléctrica a bordo del vehículo. Así, generándose de la propia atmósfera, los motores pueden funcionar siempre. ¿Verdad que es un gran invento? Sé que el aire que respiramos está cargado de magnetismo...

    Mut-Elk, evidentemente, no comprendía nada.

    Se sentía molesto con la clámide que le habían puesto y que le cubría hasta los pies. Debajo de ella llevaba aún su taparrabos de piel de «oax», su cuchillo de piedra y su «vira», para lanzar piedras, sujeto a la cintura.

    Aparte de esto, Klam-Rea le había dado un objeto largo y complicado, de metal y pintado de color azul brillante, diciéndole: —Toma, llevarás esto. En caso de que alguien te ataque, sólo tienes que apretar este resorte. Chispas azules saldrán por aquí. Todas las personas que se pongan delante de estas chispas quedarán paralizadas y caerán al suelo.

    —¿Es un arma?
    —En cierto modo sí. Pero no mata ni hiere. Insensibiliza. Lo he inventado yo y es lo más perfecto que se conoce. Las ondas «goras» que despide neutralizan todos los centros nerviosos y mecánicos que encuentra. Igual insensibiliza a una mujer que a una máquina. En todo lo que abarca el radio de acción del disparo la vida mecánica y natural queda inmóvil, «gorizada». ¿Lo comprendes?
    —No.
    —Bueno, no importa. Esto te ayudará mucho para encontrar a tu Xira. Vamos.

    Durante el viaje, Mut-Elk hubo de explicar también muchas cosas que recordaba de la infancia y otras que le había contado Xiru. El proyecto de IxtVelli de destruir la Muralla Gigante y formar familias se lo hizo repetir Klam-Rea varias veces.

    Y siempre, la profesora decía: —¡Qué grande era mi hijo! ¡Cómo comprendió dónde estaba el mal! Su padre, Var-Velli, hablaba del mismo modo; debió ser él quien inculcó a su hijo sus teorías...

    —Recuerdo que me habló un día de su padre. Dijo que se había dejado despedazar por un «kaol», porque no quería matar a sus semejantes...
    —¡Pobre Vard-Velli! —comentó la profesora—. Tenía muchas ideas en su cabeza redonda. Había estado con una secta de santones. Yo le encontré arrodillado ante la Muralla Gigante curado éramos jóvenes. Había venido a suplicar piedad para los hombres de Ivi-Joab. Decía que ellos no tenían la culpa de las faltas de sus antepasados. ¡Pero yo te aseguro que Milka II habrá de oírme! En esas cajas de ahí detrás tengo medios suficientes para persuadir a todo el Consejo Supremo... ¡De lo contrario destruiré este planeta maldito!

    Pasaron raudos a través de varias grandes metrópolis profusamente iluminadas. En una de ellas, una potente luz amarilla parpadeó ante el coche, pero Klam-Réa pulsó un dial y el coche se desvió, sin detenerse.

    —¡No me pararé! —gritó.
    —¿Qué ocurre? —preguntó Mut-Elk.
    —Es el Grupo Especial de Tráfico, miembros del Grupo Oficial. Quieren saber quién soy y adonde voy. Pero mi coche lo pararé yo cuando se me antoje. ¡No consiento que esas estúpidas se metan en mis cosas!

    Pero en aquel mismo instante el coche se detuvo bruscamente y la cabeza de Klam-Rea fue a golpear violentamente contra el parabrisas. El porrazo fue tan violento que la anciana cayó de lado, sobre el asiento, sin exhalar ni un solo gemido.

    Mut-Elk, que viajaba tendido transversalmente, fue arrojado fuera de la litera. Pero no sufrió el menor daño y se incorporó rápidamente.

    —¡Profesora... profesora...! ¿Qué le ha sucedido?

    Pero la anciana no respondió.

    Entonces, Mut-Elk vio sangre en su frente. ¡Y vio que tenía las gafas rotas y hundidas en los ojos! La sangre roja-negruzca empezaba a deslizarse sobre el asiento.

    Sintió un ruido agudo detrás de él. Volvió la cabeza y vio un fuerte foco de luz de algo que se acercaba velozmente por la pulida carretera. Un momento después se apagaba el foco y escuchó un chirrido.

    Vio moverse, rápidas, varias figuras femeninas que llevaban trajes tan ajustados que parecían no llevar nada.

    —¡Baja o disparamos! —oyó gritar—. ¡Pronto!

    Al mismo tiempo, la puerta del coche de la profesora Klam-Rea se abrió y Mut-Elk se vio encañonado.

    —¡Baja!... ¿Qué le ha pasado a tu compañera?
    —Ha debido golpearse la cabeza contra el cristal cuando cortamos la corriente.
    —Hay que sacarla de ahí y llevarla al quirófano. ¿Eres muda tú? ¡Sal pronto de ahí!

    Mut-Elk, sujetando con fuerza el objeto azul que le dio Klam-Rea, saltó del vehículo. Vio que ahora descansaba contra el suelo, sobre dos cortos patines. Le extrañó que el otro vehículo llevase ruedas redondas con las que descansaba en la carretera.

    —¡Esta anciana ha muerto! — exclamó alguien detrás de Mut-Elk.

    Y de pronto una fuerte luz alumbró al joven. —Pero... ¿Qué es esto? ¡Si no es una mujer...!

    —¡Es un hombre vestido de mujer!
    —¡Eeeeeh!


    CAPÍTULO VII


    «CASO de que alguien te ataque, sólo tienes que apretar este resorte. Todas las personas que se pongan delante de estas chispas quedarán paralizadas y caerán al suelo».

    ¡Las palabras de la profesora Klam—Rea parecían brincar dentro de su mente!

    ¡Y le atacaban!

    Mut-Elk saltó de costado. Una mujer le apuntaba con un objeto que creyó recordar. Era una pistola semejante a la que en su infancia vio en manos de IxtVelli.

    Hubo gritos, chillidos, imprecaciones...

    Mut-Elk había apretado el resorte de su arma azul.

    Como sacudidas por una extraña enfermedad, las mujeres sucumbieron ante los disparos del arma electrónica. Se desplomaron en cómicas posturas, se retorcieron, se crisparon y terminaron por quedar inmóviles...

    —¡No dispares, hombre; nooo! — chilló—una mujer joven y bella que había surgido del coche ruedas y levantaba los brazos.

    Mut-Elk estaba como aturdido. El arma que empuñaba apenas se había movido. Sólo efectuó un corto abanico y las mujeres que intentaban saltar hacia el habían caído. Solo quedaba una, que le suplicaba clemencia.

    —¿Qué ha ocurrido? — preguntó Mut-Elk aturdido.
    —Somos del Grupo Especial de Tráfico... Nadie puede viajar hacia la Capital Mayor. Tememos que haya ocurrido algo en el Palacio del Consejo Supremo. Y como... como habéis pasado por nuestro control sin detener la marcha, pese a nuestro aviso de alto, desconectamos la corriente y venimos con un vehículo de motor autónomo...
    —Íbamos a la Capital Mayor. Esa es... — Mut-Elk vaciló al señalar el cuerpo que yacía sobre el asiento del vehículo primero—. Es la profesora Klam-Rea.
    —¡Klam-Rea! ¡Oh!

    La mujer del traje ajustado hubo de recostarse contra el coche de ruedas. La luz que surgía de los focos le alumbraba indirectamente el rostro y Mut-Elk lo vio palidísimo.

    —¡Necesito llegar a la Capital Mayor! Creo que Xira está en el Palacio de Milka II...
    —¿Xira? ¿Quién es?... ¿Dónde he oído ese nombre?
    —¡Ha vivido conmigo muchos años bajo la luz de Agrá!
    —¡Ah, sí! Pasó por aquí hace poco. Era una muchacha semisalvaje, que vivió con los hombres al otro lado de la Muralla Gigante.
    —¡Exacto! ¡Tengo que ir donde está ella! Llévame con ese aparato...
    —¡No puedo!
    —¡Llévame o aprieto el resorte de mi arma!

    La mujer se estremeció convulsivamente.

    Sudaba.

    En tierra, sobre la pulimentada carretera, veía los cuerpos contorsionados de sus compañeras. El rostro crispado del hombre le infundía un pavor inmenso. Y aquella extraña arma que empuñaba con firmeza mucho más.

    Se movió.

    —Sube al vehículo —musitó.

    Mut-Elk subió detrás de ella y dijo: —Si no haces lo que yo te diga apretaré el resorte. ¡Caerás como han caído tus compañeras!

    —No, no dispares...

    Mut-Elk se sentó detrás de la mujer, la cual manipuló en un tablero que tenía delante. El interior del vehículo era, poco más o menos, como el de la profesora Klam-Rea, pero tenía otra disposición interior, con más asientos.

    —Con ese vehículo magnético ahí delante tenemos poco espacio.
    —Sal del camino, si es preciso.

    La mujer maniobró el coche, retrocediendo y avanzando luego, hasta pasar junto al vehículo de Klam-Rea. Cuando tomaba velocidad por la autopista, preguntó temerosa: —Mis compañeras... ¿están muertas?

    —No lo sé — respondió Mut-Elk.
    —Entonces, ¿esa arma?...
    —Me la dio la profesora para defenderme.

    La mujer del Grupo Oficial de Tráfico no volvió a despegar los labios. Condujo su coche a buena velocidad, hasta que, a lo lejos, empezó a vislumbrarse una fuerte claridad que iba en aumento a medida que se acercaban.

    —Aquello es la Capital Mayor —dijo la mujer, más segura de sí misma—. No podrás salir vivo de allí. Tu arma no podrá contra los diez millones de mujeres que viven en la ciudad.
    —¡Yo no quiero matar a nadie!—gritó Mut-Elk—. Sólo quiero que me devuelvan a Xira. ¡Es mía y la quiero!

    Instintivamente, la mujer volvió el rostro hacia Mut-Elk.

    —¿Quieres a una mujer? — preguntó incrédula.
    —Si. ¡Y todas vosotras debías querer a un hombre, como Xira me quiere a mí. Me ha salvado la vida varias veces.
    —¿Cómo te llamas?
    —¿Mut-Elk? ¿Y tú?
    —Xada-Dua... Mi madre es Consejera de Milka II. Yo estaba antes en la Capital Mayor, pero me trasladaron a los servicios de vigilancia. Por favor especial me he librado de atravesar la muralla. Pero... ¡me hubiera gustado ir!
    —¿Es que todas las mujeres no salen de la Muralla Gigante?
    —¡No! Mi madre es muy bella y pertenece al Consejo Supremo. ¡Yo también pertenezco al grupo oficial!

    Mut-Elk no replicó ahora. Estaba mirando, por encima del hombro de Xada-Dua, hacia la luminosidad creciente al extremo de la autopista. A la luz de los focos del vehículo empezaba a ver raros edificios, árboles, grandes jardines colgantes, puentes de metal, focos que alumbraban la carretera.

    —Estoy pensando que...—empezó a decir la mujer.

    Pero se detuvo. Una potente luz blanca surgió en la autopista, delante de ellos.

    —¡Nos indican que nos detengamos! — exclamó Xada-Dua.
    —¡No! Dispararé contra todo el que se ponga por delante.
    —¡Nos estrellaremos contra la barrera!—gritó ella.
    —¡Sigue adelante te digo!

    Pero Xada-Dua había apretado ya el contacto del freno. El coche recorrió aún una leve distancia y se detuvo.

    —¡Condenada! —rugió Mut-Elk dirigiendo el extremo de su fusil electrónico hacia la cabeza de la mujer.

    Sin embargo, ésta se volvió velozmente y apartó el arma.

    —Aguarda —silabeó autoritaria—. Tengo una idea mejor que te ayudará. Necesito primero hablar con mi madre. ¿Es que no comprendes que en la Capital Mayor está ocurriendo algo grave? ¿A qué si no las órdenes que hemos recibido nosotras? ¡Todo el Grupo Oficial está movilizado!
    —¿Y a mí qué?
    —Necesito saber lo que ocurre. Sospecho algo, pero no sé concretamente qué es. De ser lo que temo, te podré ayudar mucho... ¡A cambio de que tú me ayudes a mí!

    Mut-Elk vio varias figuras que corrían por la autopista hacia el coche.

    Xada-Dua habló precipitadamente.

    —Desde este control de tráfico me pondré en comunicación con mi madre. Ya te he dicho que es miembro del Consejo Supremo. Ella nos dirá donde está tu Xira...

    Una expresión astuta había aparecido en el rostro de la hermosa muchacha.

    —¡Por favor, Mut-Elk, confía en mí! ¡Nos necesitamos mutuamente!
    —¿He, quién viaja en este coche?—gritó una voz.
    —Xada-Dua, miembro del Grupo Oficial. Pertenezco a las Patrullas de Tráfico.

    Una mujer se asomó al coche y miró fijamente a Xada-Dua. En Mut-Elk apenas si se fijó.

    —No puede entrar ni salir nadie de la Capital Mayor. Lo siento mucho.
    —¡Tengo que hablar con Ta-Dua! ¡Es mi madre y pertenece al Consejo Supremo!

    La mujer que se asomaba a la ventanilla titubeó. Luego comentó: —Es imposible: lo siento. Precisamente es en el Palacio del Consejo donde sucede algo grave. Las órdenes son terminantes.

    Xada-Dua guardó un instante de silencio. Luego se volvió astutamente a Mut,Elk y le dijo.

    —No nos dejan pasar... ¿Cómo vamos a conseguir recatar a Xira? ¿Por qué no empleas tu arma, Mut-Elk?

    Mut-Elk no vaciló ni un segundo. Chispas azules brotaron del cañón del fusil electrónico. La primera mujer que estaba junto al coche retrocedió gritando y cayó insensibilizada a tierra. Lo mismo sucedió con otras que se acercaban.

    Cuando cesaron los chispazos azules, Xada-Dua exclamó: —Bajemos del coche. Tengo que comunicar con palacio. ¡Ven conmigo!

    —¿No seguimos adelante con él vehículo este?
    —Espera unos minutos.
    —¡No! —gritó Mut-Elk, irreflexivamente.
    —Escucha, hombre. Ten confianza en mí. Voy a ese edificio negro y sólo perderé unos minutos. Te aseguro que será beneficioso para ti y para mí.

    Xada-Dua tomó del brazo a Mut-Elk.

    —¡De no ser así te habría dicho que disparases contra mis propias compañeras! ¿No lo has oído? ¡En Palacio ocurre algo! ¡Y allí está mi madre y tu Xira! Hemos de saber donde pisamos antes de llegar allí.

    Mut-Elk vaciló. Y la muchacha le condujo, fuera del coche, hacia el edificio del control que había s un lado de la carretera. Toda la pulida superficie de ésta estaba sembrada de cuerpos enfundados en atuendos ajustados color rosado.

    Sin embargo, alguien quedaba dentro del edificio. Una mujer alta que salió empuñando una pistola.

    —¡Dispara. Mut-Elk! —gritó Xada-Dua.

    No fue preciso el aviso. El muchacho había intuido el peligro mucho antes de aparecer la mujer y disparó con celeridad pasmosa. La mujer alta se desplomó en el umbral.

    Corriendo, Xada-Dua, que ahora llevaba su pistola en la mano, saltó por encima de aquel cuerpo. Sabía el terreno que pisaba, pues penetró sin vaciar en una estancia contigua y saltó a una especie de bajo mostrador transparente en donde se veían algo semejante a libros y revistas impresas en planchas de un metal flexible v amarillento.

    Detrás del mostrador había una larga mesa con extraños aparatos.

    —¡Quédate en la puerta y vigila que no venga nadie Mut-Elk! —gritó la dinámica muchacha, que ahora parecía no sentir ninguna clase de miedo por el brutal hombre que había dejado el fusil electrónico sobre el bajo mostrador de cristal y se despojaba de la clámide que le puso la profesora Glam-Rea y con la que no podía moverse libremente.
    —¡Central, por favor; necesito hablar con el Palacio del Consejo!
    —¡Inténtalo! Es muy importante.
    —¿Qué dice ese aparato? —preguntó Mut-Elk, mientras tomaba de nuevo su fusil.

    Xada-Dua dio a un botón y la voz al otro lado del hilo se hizo audible también para él.

    —...nos resulta imposible. Sólo tenemos la línea privada de la Directora. ¡Pero nos está terminantemente prohibido llamar por ella!
    —¡Hazlo!—gritó Xada-Dua—. Es cuestión de vida o muerte.
    —Bueno, ya no quiero responsabilidades. En Palacio deben pasar cosas graves. Tengo noticias de que todas las tropas del Grupo Oficial están rodeándolo. Nadie sale ni entra de allí... Conecto con la línea privada.

    Hubo un zumbido prolongado. Xada-Dua se volvió a mirar al perplejo Mut-Elk. Sus ojos se encontraron y la muchacha sonrió.

    Por vez primera veía el torso desnudo de Mut-Elk, cuyas proporciones atléticas eran llamativas. Sus piernas recias, sus brazos musculosos. Mut-Elk se cubría muy poco con el taparrabos de piel de «oax» y su figura era impresionante.

    —El cuchillo ese, ¿de qué es?
    —De piedra.
    —Ahora me dov cuenta de que eres muy guapo, Mut-Elk. No tendría inconveniente en atravesar la Muralla Gigante para vivir contigo en la Montaña Alta una temporada.

    Xada-Dua sonreía de un modo que turbó a Mut-Elk.

    En aquel instante, el teléfono habló: —¿Quién llama?

    —Soy Xada-Dua. Necesito hablar con Ta-Dua...
    —¡Oh! ¡Esto si que es providencial! — exclamó la voz de mujer al otro lado da la instalación telefónica—. Aguarda un instante. Ahora mismo se pondrá tu madre.

    Se oyeron ruidos, voces confusas y casi al momento sonó otra voz emocionada: —¡Hija! ¿Eres tú? ¡No sabes lo oportuna que eres! Estamos en un gran apuro. ¡Nos tienes que ayudar!

    —¿Qué ocurre?
    —Tenemos a Milka II detenida en las habitaciones interiores. Pero la tropa nos rodea. Buena parte del Grupo Oficial está a nuestro lado; pero la guardia personal de ella nos acosa. Desgraciadamente, está acudiendo gente armada del exterior y temo que nos arrollen. Cuando no podamos resistir más mataremos a Milka II y nos entregaremos.
    —¡Cielos Santo!—exclamó Xada-Dua—. ¡Esto es horrible! ¿Y qué puedo hacer yo?
    —¿Estás en Vora-Agra, verdad?
    —¡No, estoy a las afueras de la ciudad! Pero, aguarda... Tengo conmigo a alguien que puede ayudar mucho. A un hombre...
    —¿A un hombre? ¿Qué dices, Xada-Dua?
    —Sí, venía hacia la Capital Mayor con la profesora Klam-Rea, de Xuptmon. Lleva consigo un arma formidable, algo completamente revolucionario. No hay ejército que se le resista.
    —¡No digas tonterías, hija! ¡Lo que necesitamos son tropas del Grupo Oficial de otras ciudades! Has de reunir a tu grupo. Avisa a todas las capitales y dales una consigna...
    —¡No, madre; el fusil de Mut-Elk te ayudará mucho más y es muy eficaz! Atiende y no te excites. Este hombre ha venido a buscar a una muchacha llamada Xira...
    —¡Xira! ¿Xira has dicho? ¡Pero si la tenemos aquí!

    Xada-Dua se volvió a Mut-Elk, que había quedado petrificado al oír aquella conversación.

    —Óyeme bien, madre. ¡Tienes que hacer lo que yo te diga y te aseguro que todo saldrá bien! Dile a esa muchacha que se ponga al teléfono. Mut-Elk escuchará su voz e irá hasta ella, abriéndose paso a través del ejército mayor que haya en Ivi-Joab.
    —Pero...
    —¡Haz lo que te digo!—se volvió Xada-Dua a Mut-Elk y agregó—: Ahora oirás a tu Xira. ¿Verdad que quieres salvarla?
    —Sí —exclamó Mut-Elk saltando sobre el mostrador de cristal y acercándose a la muchacha.
    —Aguarda. Ahora la oirás.

    En efecto, casi al instante se escuchó como un balbuceo asustado. Mut-Elk reconoció la voz de Xira y gritó: —¡Xira, Xira! ¿Dónde estás?

    —¡Aquí, Mut-Elk; ven a sacarme de este infierno!
    —¡Voy corriendo, mi vida! ¡Mataré a todo el que te haya hecho daño!
    —No me hacen daño, Mut-Elk; pero tengo mucho miedo. Estas mujeres están todas locas. ¡Por favor, Mut-Elk, ven a sacarme de aquí!
    —¡Vamos! —prorrumpió Mut-Elk, tomando del brazo a Xada-Dua.

    Salieron corriendo y a su espalda, a toda potencia del amplificador, siguió hablando y suplicando Xira, creyendo que su compañero de toda la vida le escuchaba.

    El automóvil se deslizó por avenidas profusamente iluminadas. Grandes jardines cubiertos de cristales y de luces multicolores se veían por doquier. Los edificios de la Capital Mayor eran de una arquitectura inverosímil. Poseían todas las forma imaginables: desde altísimos rascacielos redondos, hasta superficies planas, en espiral, helicoidales, con plataformas enormes y pulidas, arcos gigantescos por los que se deslizaban vehículos rapidísimos, alamedas colgantes, túneles subterráneos de ojivales entradas... ¡Era una profusión diabólica!

    —¿Qué es eso?... ¿Qué es aquello? ¿Y aquella montaña?
    —Son residencias, centros oficiales... Aquello es el Instituto Oficial de Estadística—respondía Xada-Dua—. No sé cómo te entretienes en ver la ciudad estando tu Xira en peligro.
    —¿Por qué no vamos más aprisa, Xada-Dua?
    —¿Quieres que nos estrellemos contra alguna casa? Ya vamos bien. Estaremos en la plaza del Palacio del Consejo dentro de unos minutos. ¿Ves aquella torre altísima que surge allá, detrás de aquellos árboles que parecen suspendidos en el aire? ¡Aquello es el palacio!... ¡Dispara contra aquel vehículo que intercepta el paso!

    Mut-Elk iba sentado junto a Xada-Dua, con la ventanilla del vehículo abierta y asomando el cañón de su fusil electrónico. Al recibir la orden, apuntó su arma y apretó el pulsador. Las chispas azules surgieron en la boca del arma.

    Hubo un gran alboroto en el coche que interceptaba el paso. Un grupo de mujeres del gobierno cayeron por tierra. Solo una logro disparar contra el coche de Xada-Dua, pero ya caía y el disparo magnético fue alto a estrenarse contra un edificio, en cuyo muro se produjo un chispazo.

    —¡Debes disparar más aprisa! —gritó Xada-Dua, de lo contrario te alcanzarán—. ¿Sabes cuánta carga tiene ese trasto?
    —¿Qué es carga?
    —¿Cuánto tiempo puede disparar?
    —No lo sé. No lo he utilizado nunca.

    Xada-Dua hacía girar el vehículo de ruedas para esquivar al otro que estaba en mitad de la calle. Mut-Elk se tambaleó.

    —Mira, la gran plaza del Palacio... ¿Ves aquellos coches? ¡Dispara contra todos ellos! ¡Dispara contra todo el que se mueva! ¡Aprisa!

    Mut-Elk mantuvo el dedo presionado sobre el disparador. Al mismo tiempo hacía abanico con la boca del arma. El coche no dejaba de correr, volando si cabía, hacia la enorme escalinata blanca del fantástico palacio.

    La confusión en la enorme plaza fue dantesca. Miles de mujeres de ajustados trajes rosados se desplomaron. Se oyeron gritos por todas partes. Parecía haberse desencadenado el terror. Grupos compactos de miembros de los grupos oficiales se retorcían como atacados por aguda epilepsia, para terminar cubriendo la superficie de la plaza. Incluso un vehículo que venía corriendo hacia ellos se quedó bruscamente en seco, como contenido por un invisible muro.

    —¡Bien, Mut-Elk! Ahora subiremos la escalinata. Saltemos fuera y dispara contra todo lo que se mueva.

    En breves segundos, la plaza del Palacio había quedado alfombrada de cuerpos rosados. Mut-Elk vio luces parpadeando en un edificio enorme y frontero al palacio y contra él dirigió su arma de rayos «gorizados» e insensibilizadores.

    Las luces se apagaron.

    El abanico paralizante de los rayos invisibles tenía una considerable extensión, penetraba incluso a través de los muros, apagaba las luces, detenía los mecanismos.

    ¡Y Mut-Elk no cesaba de disparar, sin despegar el dedo del pulsador!

    Sólo él y Xada-Dua eran inmunes a las invisibles descargas, porque estaban detrás de la máquina paralizante. Xada-Dua había comprendido mejor que Mut-Elk el significado del arma. Comprendió por qué morían los chispazos azules a escasos centímetros de la boca del arma. ¡Sus efectos se producían después, a partir de estos tres centímetros y hasta una distancia incalculable!

    —¡Hacia las escalinatas!—gritó Xada-Dua corriendo junto a Mut-Elk.

    Y de pronto Xada-Dua levantó la cabeza. Vio unas sombras que aleteaban por encima de ellos —¡Arriba, Mut-Elk; dispara!

    Varios chispazos parecieron surgir del cielo. Algo estalló frente a Xada-Dua, la cual se tambaleó y hubiera caído si Mut-Elk no la sujeta.

    ¡Del cielo parecían caer rayos ardiendo!

    ¡Eran las mujeres-pájaros de la guardia personal de Milka II, y disparaban contra la pareja con armas mortales!

    ¡¡Xada—Dua había sido alcanzada!!


    CAPÍTULO VIII


    MUT-ELK intuyó la muerte en un brevísimo instante.

    Al sostener a Xada-Dua y levantar la cabeza al cielo oscuro, vio como cien rayos luminosos brotando en las sombras hacia el pie de las escalinatas donde ellos estaban.

    Algunos fogonazos habían rebotado en el suelo.

    ¡Pero bajo aquel diluvio de muerte nadie los podía salvar!

    Instintivamente, Mut-Elk presionó el pulsador de su arma, levantándola al mismo tiempo hacia arriba.

    ¡Y los rayos dirigidos contra ellos se detuvieron!

    Estallaron en el aire con fragoroso estruendo. Hubo muchos gritos, chillidos angustiosos. Luego, cuerpos extraños, provistos de extensas alas, cayeron siniestramente contra el suelo.

    Aquellas mujeres, además de paralizadas por los rayos «gorizados» quedaban reventadas por la caída. El espectáculo era horrible. La sangre encharcó los blancos peldaños que conducían a los fastuosos y gigantesco pórticos del palacio.

    Y entre la barahúnda de gritos de muerte, Xada-Dua musitó: —Me han herido en el vientre, Mut-Ek... No puedo seguir... ¡Ve a salvar a mi madre y a tu Xira! Te esperaré aquí...

    Mut-Elk no se hizo repetir la súplica.

    Disparó contra los tejados del palacio, hacia el cielo, hacia atrás. ¡En todas direcciones!

    Iba como loco. Pero su arma no dejaba de producir chispas azules en la boca.

    Así, pasó por entre los cuerpos retorcidos de las mujeres pájaros y corrió hacia el enorme palacio. Los peldaños los subía de cuatro en cuatro.

    Incluso tuvo que sacudirse un cuerpo pesado— ¡el de una mujer pájaro! —que se desplomó encima de él. Siguió subiendo. Aquella escalinata no parecía terminar nunca. Al llegar a la gran plataforma, siguió disparando contra el palacio. Gritó: —Xira, ¿dónde estás?

    Corrió, corrió, como un «kaol» asustado. Vio grandes puertas, bajo y entre los pilares. Una de ellas estaba abierta y veinte o treinta cuerpos se apilaban en el umbral, inmóviles.

    Enfurecido, Mut-Elk disparó contra ellos. Ignoraba que ya no podía hacerles más daño. Todos estaban insensibles.

    Y no miró siquiera donde ponía los pies. Pisó aquellos cuerpos con sus pies desnudos, penetró en un inmenso vestíbulo donde habían desaparecido las luces. Todo estaba a oscuras, todo estaba silencioso... ¡todo parecía estar muerto!

    —¡Xira... Xira!

    El eco de su voz regresó tras haber recorrido infinitos recodos del enorme palacio. Subió, bajó, entró en largos pasillos, hubo de retroceder muchas veces.

    Al fin vio una luz en una reducida estancia.

    Una mujer vieja parecía dormir en una silla. Tenía ropa en sus manos y un farol junto a ella, encendido, sobre una mesita. Por lo visto se apagó la luz y la anciana siguió cosiendo, provista de un farol de resina que sacó del armario abierto Los rayos «goros» debieron sorprenderla en aquella labor que nada tenía que ver con la sedición del palacio. Mut-Elk, sin pensarlo dos veces se apoderó del farol y retrocedió. Su luz no era muy fuerte, pero le permitía ver el terreno donde se hallaba.

    Así vio infinidad de mujeres postradas en toda clase de posturas. Muchas llevaban clámides blancas, otras iban armadas y vestían los ropajes ajustados de los miembros del Grupo Oficial.

    Regresó al gran vestíbulo.

    Nadie se movía.

    ¿Hasta cuándo duraría el poder paralizante de su arma en aquellas mujeres?

    A Mut-Elk le daba la sensación de que todas se levantarían de repente. Sin embargo, en muchas partes vio sangre que había brotado de aquellos cuerpos.

    ¡Cuando él llegó había interrumpido una lucha sangrienta dentro de palacio!

    —¡Xira... Xira... Xira...!

    Subió una fastuosa y alfombrada escalera. Al pie al llegar al primer rellano encontró otros. Estos eran de aquellas mujeres con alas. La luz del viejo farol, alumbrando aquel cuadro angustiado, pareció vacilar, oscurecerse.

    Mut-Elk saltó por encima de los cuerpos y corrió por el pasillo. Un obstáculo se opuso a su avance. Era como una barricada de muebles y objetos. Una mesa volcada estaba en primer lugar. Todo aquel pasillo estaba cubierto de mujeres con alas tendidas sobre las alfombras de colores.

    Al principio, Mut-Elk intentó esquivar los cuerpos. Luego, como había tantos, los pisaba sin miramientos. Presentía que se acercaba a su Xira.

    ¿La reconocería si la veía tendida en el suelo?

    Estaba seguro de que sí.

    De un salto brincó sobre una mesa, cayó sobre algo blando y muelle, rebotó y fue a caer al otro lado del aparato que interceptaba el paso del pasillo. Detrás había mujeres con trajes ajustados.

    Otros cuerpos vestían clámides bordadas en oro, donde la luz del farol despertaba refulgentes destellos. El pasillo se dividía en dos.

    Un ala estaba casi desierta; la otra parecía alfombrada de cuerpos retorcidos. Mut-Elk avanzó por éste último. Así atravesó una puerta metálica que estaba entreabierta y se encontró en un salón fastuosísimo. Preciosos sillones de oro se veían por todas partes. Otra puerta abierta al fondo.

    —¡Xira! ¡Sé que estás ahí!

    Corrió esquivando los cuerpos tendidos y atravesó la puerta.

    Naturalmente, el instinto animal, tan desarrollado en los hombres de Ivi-Joab, influía en aquella extraña búsqueda. Mut-Elk sólo se guiaba por su instinto, ¡y éste no le falló!

    En aquella última sala encontró a su Xira.

    Estaba tendida en el suelo, ante un sillón muy largo, rodeada de mujeres bellísimas y muy elegantemente vestidas. ¡El Consejo Supremo!

    Junto a Xira había una mujer delgada cuya fisonomía atrajo inmediatamente la atención de Mut-Elk, mientras levantaba el cuerpo inanimado de Xira, —¡Xada-Dua! ¿Cómo has llegado aquí antes que...?

    Se interrumpió al comprender que aquella no era Xada—Dua, sino su madre, de un parecido casi idéntico. Entonces, pensó en la muchacha del cuerpo gracioso y bello que había dejado herida en las escalinatas del palacio.

    —¡Pobre! —exclamó.

    Se echó a Xira sobre el hombro izquierdo, tomó el farol que había dejado en el suelo y recogió su fusil electrónico. Cuando se disponía a volver hacia la puerta se detuvo. Su mirada se posó en una figura que estaba sentada en una especie de trono. Era una mujer de edad avanzada, pero muy bien conservada.

    Algo instintivo detuvo a Mut-Elk. Durante varios minutos miró aquella figura inmóvil. Cerca de ella había una mesa con varios aparatos brillantes.

    —¡Tú debes ser Milka II! —exclamó Mut-Elk.

    Lentamente, con su preciosa carga al hombro, se acercó a la mujer paralizada. Se acercó tanto que podía tocarla con el rostro. No respiraba siquiera, parecía una estatua con la cabeza reclinada contra el respaldo del asiento.

    —¡Tú eres una enemiga terrible! —siguió diciendo Mut-Elk con voz opaca—. La gente de Ivi-Joab quedaría agradecida a mí si no te despiertas nunca más.

    Por la mente de Mut-Elk desfilaron visiones del pasado. Vio a IxtVelli, a Malk-Roi y a Itwana, a sus hijos, vio a muchos hombres que se acometían despiadadamente iluminados por el sol rojo de Agrá, como fieras, cruelmente porque estaban regidos por la fatídica Ley de la Supervivencia. Incluso vio el cuerpo mutilado de Xiru al pie de la Muralla Gigante.

    —¡Tú eres la culpable! —musitó.

    Con el cuerpo de Xira sobre el hombro, ladeado por la carga, Mut-Elk dejó su fusil sobre la mesa.

    No parecía el mismo, cuando llevó la mano a su «vira» y sacó el puñal de piedra. Incluso entornó los ojos cuando avanzó la mano hacia el cuello de Milka II.

    Sintió el obstáculo oponiéndose a la penetración de la piedra afilada. ¡El obstáculo era la piel de la Directora del Consejo Supremo!

    ¡¡Pero Mut-Elk apretó con fuerza y el punzón rasgó el tejido, penetrando profundamente en el ruello de la mujer paralizada!!

    Milka II no se despertaría más.

    La tosca piedra ensangrentada quedó allí, en el cuello de su víctima. Mut-Elk era la primera vez en su vida que mataba a un ser humano.

    ¡No volvería a matar nunca más!

    Huyó velozmente abandonando incluso el fusil electrónico.

    En la escalinata se detuvo ante la mujer que gemía.

    —Xada-Dua, gracias... Ya tengo a Xira...
    —¡Por favor, Mut-Elk, tú puedes salvarme! —suplicó la infeliz.
    —¿Qué puedo hacer por tí?
    —Llévame al coche... Iré a donde puedan curarme... Todavía tengo tiempo...
    —Sí, Xada-Dua. Tú eres una mujer buena.

    Cuando Mut-Elk, sin soltar a Xira tomó a Xada-Due por los hombros con una sola mano, la herida gimió: —¡Por favor, así no... Sufro mucho... Deja a Xira! ¡Luego vendremos por ella, te lo juro! Tú no sabes conducir el coche del Grupo de Tráfico... ¡Llévame cuanto antes!

    Mut-Elk vaciló. Se resistía a dejar a Xira. Dijo: —Puedo llevaros a las dos.

    —Pero yo estoy herida... Si me mueves mucho me desangraré... Me sujeto la herida con las manos... ¡Por favor, Mut-Elk!

    El muchacho no vaciló más. Depositó a Xira en tierra, con todo cuidado, y tomó a Xada-Dua con los dos brazos, corriendo hacia donde había quedado inmóvil el coche de ruedas.

    —Gracias, Mut-Elk...
    —He visto a tu madre... Estaba dormida como todas...
    —¿Están dormidas o muertas?
    —La profesora Klam-Rea dijo que se despertarían. No sé cuándo. ¿Sabes lo que he hecho?
    —He matado a Milka, la perversa.
    —¿Qué? — preguntó Xada-Dua con voz débil.
    —¡Oh...! ¿Cómo sabías quién era?
    —Me lo ha dicho IxtVelli desde el otro mundo. No podía equivocarme. Sé que ahora está tranquilo.

    Xada-Dua se desmayó en brazos de Mut-Elk.

    Cuando llegaron al vehículo, la muchacha no había recobrado el sentido. Angustiado, Mut-Elk la depositó en el asiento y gritó: —¡Aguarda, voy a buscar a Xira!

    Dio media vuelta y salió corriendo, sorteando los cuerpos crispados que lo sembraban todo.

    Pero mientras tomaba a Xira en brazos, sintió Mut-Elk el motor del coche. Le vio encender las luces, girar, poniendo al descubierto el horrendo cuadro que la oscuridad protegía, de cientos de cuerpos retorcidos, ¡muchos de ellos muertos!, y alejarse...

    —Xada-Dua, espérame...

    Su voz fue apagada por el rugido del coche, alejándose velozmente. ¡Xada-Dua se había recobrado algo en su agonía y escapaba!

    —¿Por qué? ¿Por qué?—exclamó Mut-Elk.

    Tal vez no lo comprendiera.

    Xada-Dua agonizaba. Iba en busca de ayuda médica.

    ¡Pero en la Capital Mayor no la encontraría!... ¡Todo estaba paralizado, todo el mundo estaba insensible!

    Sólo la patética figura de Mut-Elk, con Xira también insensible en brazos, se movía en la oscuridad de aquella inmensa plaza sombría y cubierta de cuerpos de mujeres crispados.

    Con una extraña opresión en la garganta, Mut-Elk siguió caminando en dirección a donde había desaparecido el coche.

    —Xira —murmuró—, ¿qué puedo hacer ahora?

    La ciudad había quedado completamente a oscuras, pero Mut-Elk no podía precisar cuándo ocurrió aquello. El más absoluto silencio se extendía por todas partes. Era como un enorme velo negro y fúnebre que hubiera caído del cielo azabache.

    Xira no podía contestar...

    Así caminando con su amada en brazos, el hombre se alejó de la inmensa plaza. Caminó ligero por calles y avenidas silenciosas, franqueó puentes y arcos, caminó, caminó...

    Era como un autómata cuya mente estuviera en blanco.

    Nadie se movía en torno a él.

    ¡Nadie!

    Sin embargo, encontró gentes postradas en muchos lugares. Gentes que parecían dormir en las posturas más absurdas. A medida que se alejaba del centro de la ciudad, las gentes caídas iban siendo más escasas. Vio dos coches que habían chocado violentamente. Uno de ellos aún humeaba. Dentro había varias mujeres retorcidas entre los hierros. ¡Estaban muertas!

    ¡Capital Mayor de Ivi-Joab!

    ¡Más bien parecía un vasto cementerio!

    Nunca podría decir Mut-Elk el tiempo que estivo caminando con Xira insensible en sus brazos. De un modo fugaz é inconcreto creyó verse cruzando las vías y calzadas. Incluso atravesó un vasto jardín con lianas suaves que le rozaban el rostro e inundaban el aire de efluvios paradisíacos. Vio sombras extensas.

    Casualmente apareció en el horizonte una de las lunas verdosas espectrales que recorrían la noche de Ivi-Joab, y Mut-Elk podía distinguir algo en la oscuridad. Muchas cosas de las que veía no las comprendía, huía de los edificios, caminaba por el centro de las calles sorteando los vehículos detenidos en su marcha.

    Apretó con fuerza el cuerpo delicado de Xira y corrió más aprisa. Le dolían las piernas. Pero a medida que corría, sus fuerzas decrecían.

    —¿Hacia dónde puedo ir?... ¿Qué rumbo he de seguir? ¿Dónde estoy?

    Así, agotado, al fin penetró en uno de los jardines cubiertos de cristales y se ocultó en una densa fronda de flores olorosas. Allí no llegaba ni la luz de la luna.

    Depositó cuidadosamente en tierra a Xira y se tendió junto a ella, protegiéndola con su cuerpo. La suave tela de la nueva clámide de Xira le acarició el rostro.

    Así, se quedó dormido, agotado de tanto andar...

    El ruido despertó a Mut-Elk. Le pareció escuchar cerca el ladrido del «oax». Se levantó de un salto y echó mano a su cuchillo de piedra. No hallándolo, desenroscó su «vira».

    No veía, pero sintió a Xira dormida junto a él.

    ¡No, dormida no! Despierta y con los ojos muy abiertos, preguntándose donde estaba.

    El «oax» penetró entre la fronda del jardín. Mut-Elk vio sus ojos brillando en la oscuridad. Como un felino se abalanzó sobre el animal y sus manos se crisparon en torno a su cuello.

    ¡El «oax» no opuso la menor resistencia!

    Mut-Elk ignoraba que aquellos animales, que él tenía por tan fieros, eran domésticos y sumisos a este lado de la Muralla Gigante. Por esta razón el «oax» murió dócilmente.

    Apretando, apretando, apretando... ¡Al fin, el animal dejó de existir con un leve ladrido!

    Al mismo tiempo, Xira se incorporó. Había oído a Mut-Elk forcejeando.

    —¡Mut-Elk! ¿Eres tú?
    —¡Xira!

    En la oscuridad los dos jóvenes se tomaron de las manos.

    —¡Xira, mi Xira!... ¡Al fin estamos juntos!
    —¿Qué ha sucedido?

    Las frondas se abrieron de repente y un luminoso foco los deslumbró. Una voz exclamó: —¿Qué hacéis ahí vosotras?... ¿Eh, quién eres tú?

    Mut-Elk dio un brinco.

    El foco de luz osciló violentamente y luego cayó de las manos de la mujer que lo sostenía. El terror había paralizado a la que lo llevaba...

    —¡El hombre!—gritó una voz.

    Hubo apresuradas carreras entre los arbustos. Mut-Elk había caído sobre la mujer de la linterna, pero de pronto aparecieron más mujeres... ¡muchas mujeres!

    Mut-Elk no pudo contra todas. Quiso debatirse, luchar desesperadamente; pero el número le abrumó. Le faltó el aliento. Por todas partes le sujetaban, y como entre brumas sentía la voz de Xira gritando: —¡Mut-Elk!... ¡Soltadle!... ¡Mut-Elk!... ¡Soltadle!..,*

    —...Volvedle a inyectar.

    Estas fueron las primeras palabras que escuchó en su despertar. Sintió un gran decaimiento, un cansancio infinito, como cuando una vez estuvo enfermo siendo niño y Xiru le cuidó en la caverna a orillas de la «maria».

    Un aguijón se clavó en su costado, entre las costillas.

    Pegó un brinco.

    ¡Pero no pudo moverse! Entonces se dio cuenta de que estaba amarrado a una mesa. Cuando abrió los ojos parpadeó. Vio varios rostros encima del suyo. Las fisonomías eran difusas. Más arriba había una potente luz.

    —¿Dónde está Xada-Dua? —le preguntaron bruscamente—. ¿Responde!
    —Xada-Dua... — balbuceó—. ¿Quién es?

    Apenas si podía pensar en nada. Unas manos febriles se asieron a su cuello.

    —¡Habla, hombre a te juro que te estrangulo...!

    La claridad empezó a hacerse en su mente Entonces se fijó en el rostro de la mujer que le interpelaba. ¡Aquel rostro...! ¿Dónde lo había visto antes?

    —Xada-Dua —murmuró—. Sí, ahora recuerdo... Venía conmigo en el coche... Estaba herida...
    —¿Herida has dicho? ¡Maldito seas mil veces! ¡Te descuartizaré como sea cierto que...! ¿Fuistes tú quien mató a Milka II!
    —Sí, yo la maté — Mut-Elk recorrió los rostros de mujeres hermosas que se inclinaban sobre él—. ¡Le clavé el cuchillo en la garganta!

    Algunos rostros retrocedieron aterrados. Eran miembros del Consejo y habían visto a Milka II horriblemente crispada. Era algo que no olvidarían fácilmente.

    —¡Yo quiero saber dónde está mi hija! —gritó Ta-Dua.
    —No lo sé. La ayudé hasta el coche. Cuando volví a buscar a Xira se escapó sola. La llamé pero no me escuchó... ¡Iba herida!

    Entonces, Mut-Elk vio que se encontraba en una reducida estancia de blancas paredes. Había diez mujeres en torno a él. Todas parecían muy trastornadas y cuchicheaban entre si.

    —¡El fusil, Ta-Dua...! —empezó a decir una.

    Ta-Dua, la mujer alta y bella se volvió como una fiera.

    —¡Más os valía a todas estar buscando a Xada-Dua! —gritó—. Yo me ocuparé de este hombre...

    Una mujer elegante se encaró con Ta-Dua, desafiadora.

    —¡No empieces a imponerte! No consentiremos que nadie ocupe el puesto de Milka. La experiencia ha sido muy dura. Necesitamos saber muchas cosas que tienen tanta importancia como tu hija...
    —¡Ella nos salvó a todas!
    —¡Ha sido ese hombre! —respondió la otra.

    Ta-Dua se estremeció y sus brazos cayeron inmóviles a lo largo de su cuerpo. Sollozó...

    —Ten compasión de mí, Vriwa— gimió.
    —La tengo. Pero tú supeditas todo por tu hija. Será mejor que vayas a dirigir la operación de búsqueda. Nosotras nos ocuparemos de este hombre.
    —Sí, Ta-Dua — exclamaron varias mujeres—. Vriwa tiene razón. Ya has oído que este hombre no sabe nada.

    Una mujer con un atuendo ajustado color rosa ayudó a la madre de Xada-Dua a salir de la estancia. Las otras se volvieron a reunir en tomo a Mut-Elk.

    —Te conviene decir la verdad, hombre. ¿De dónde sacaste el arma que causó la paralización?
    —Me lo facilitó la profesora Klam-Rea.
    —¿Cómo funciona? —preguntó otra. Se volvió y agregó —¡Traed ese artefacto!
    —¿No será peligroso tocarlo? — preguntó otra.
    —¡No, que no lo toque nadie! —gritó Mut-Elk—. Yo os diré todo lo que queráis saber, pero devolvedme a Xira.
    —Xira ha sido ejecutada ya — dijo una mujer—. No la volverás a ver más...


    CAPÍTULO IX


    ¡NO era cierto!
    Xira había sido sentenciada a muerte. Pero su ejecución aún no se había cumplido.

    Cuando Mut-Elk y Xira fueron sorprendidos en el jardín público, los miembros del Grupo Oficial condujeron a la pareja al Palacio del Consejo Supremo. Allí, las consejeras se habían hecho con el poder, al descubrir a Milka II horriblemente asesinada.

    Todo el mundo había despertado de aquel curioso letargo. Luego, las cosas empezaron a suceder de un modo precipitado.

    —¡Hemos de interrogar a ese hombre!
    —¡El fue quien nos paralizó a todas, con su arma que dispara cortas chispas azules!
    —Ejecutémosle... ¡Es un hombre!
    —¡Alto! —gritó Ta-Dua, una de las capitanas de la sublevación contra Milka II—. Ejecutad a la mujer, la mayor culpable de la revuelta. Al hombre hemos de interrogarlo.

    Así, Xira, rodeada por más de cien mujeres armadas, fue conducida a la Corte de Justicia. Antes de ejecutarla había de ser registrada allí, un trámite burocrático que tanto podía durar muchos días como unos minutos.

    ¡Pero el Grupo Oficial tenía prisa en ejecutar a Xira!

    ¿Qué razones tenían para ello? Simplemente, la odiaban. Muchas mujeres habían muerto por el alboroto producido por Mut-Elk al intentan rescatar a Xira.

    Esto se supo en seguida. Alguien del Consejo Supremo lo dijo.

    Y Xira, sojuzgada por aquella turbamulta de mujeres enardecidas, fue conducida a un vehículo oficial que había frente al Palacio del Consejo. Apenas si la dejaron hablar.

    —Te electrocutaremos y convertiremos tu cuerpo en polvo. Ya no te podrá proteger Milka II, concubina del «kaol» salvaje.

    Por su gusto, aquellas mujeres del Grupo Oficial habrían disparado contra Xira allí mismo. Todas llevaban armas al cinto y el odio las dominaba. Pero existía una Ley, una Corte de Justicia.

    Y cuando llegaron allí y sacaron a Xira del vehículo se encontraron con una gran confusión. Muchas Magistrados habían desaparecido. Eran cargos importantes puestos por Milka II, pero al correr la voz de que la Directora había muerto y de que en Palacio existía una sublevación, las que se consideraban comprometidas en la próxima revisión de cargos habían huido.

    Esto fue lo que dilató la ejecución de Xira.

    Por esto, la Consejera que dijo a Mut-Elk que Xira había muerto mentía...

    Y una furia demoníaca se apoderó de Mut-Elk al oír aquello. Forcejeó con las ligaduras de acero que le sujetaban y no pudo romperlas. Sus fuerzas por librarse de ellas, sólo consiguieron despertar sonrisas despectivas en las Consejeras.

    —¿Entonces, no debemos tocar el arma que dejaste sobre la mesa, junto a Milka?—preguntó otra.
    —¡No! —gritó Mut-Elk—. Escuchadme, yo hice un trato con Xada-Dua. Le dije que ayudaría a las mujeres buenas. Estaba dispuesto a libraros de Milka II, como hice, pero ella me prometió que me devolverían a Xira.

    Las mujeres se miraron entre sí.

    —Creo que nos hemos precipitado —dijo una—. No debimos mandar ejecutar a esa muchacha.
    —Si este hombre no nos dice cómo funciona el arma...
    —¡Eso es lo importante! ¿Qué ganamos con matar a estos dos si no conocemos el secreto del arma? Pueden venir más hombres con objetos así y...

    Ta-Dua entró precipitadamente en la estancia.

    —¡Mi hija vive! —gritó—. Me acaban de llamar desde Gramka. Fue allí a curarse. Dice que vendrá en cuanto pueda hacia acá. Me ha rogado que no hagamos nada a Mut-Elk...
    —¿Xada-Dua? —preguntó Mut-Elk—. ¿Por qué me abandonó?
    —No podía perder un solo minuto —dijo excitadamente Ta-Dua—. Se estaba muriendo y necesitaba una doctora. Me ha dicho que te diga lo mucho que lo siente...
    —Pero... ¿y Xira?

    Las consejeras se miraron entre sí con estúpida expresión. La primera en reaccionar fue Ta-Dua, diciendo: —Voy a llamar por teléfono a la Corte de Justicia. Tal vez aún estemos a tiempo de salvarla.

    —Si tú lo estimas oportuno... —empezó a decir la llamada Vriwa.
    —Sí, lo es. No debemos actuar precipitadamente. Este hombre nos ha hecho mucho bien. ¡No paguemos bien con mal! ¡Pronto, traedme un teléfono portátil!

    Una mujer ataviada de rosa apareció al instante con un objeto semejante al que Mut-Elk había visto ya en repetidas ocasiones, y por primera vez en manos de la profesora Klam-Rea.

    Ta-Dua se lo llevó al oído y habló: —¡Con la Corte de Justicia, pronto!... ¡Oyeme, soy la Consejera Ta-Dua... Sí, de la nueva Junta de Gobierno... ¿Han llevado ahí a Xira, la muchacha de Agrá?... ¿Sí? ¿En las cámaras? ¡Pero eso no puede ser! ¡Tienes que impedirlo inmediatamente! ¡Si esa mujer muere todas seréis ejecutadas! ¿Cómo que no puedes entrar?...

    En la mente de Mut-Elk iba entrando la comprensión. Xira estaba a punto de morir. ¡Lo intuía de un modo extraño! ¡Algo le decía en la mente que Xira necesitaba su ayuda!

    Y vio a Ta-Dua dejando caer los brazos con desaliento y murmurar: —No se puede hacer nada... Ya sabéis cómo funciona la cámara de las ejecuciones. Se cierran las puertas por dentro... ¡No hay apelación!

    —¡El fusil... Dadme el fusil! —gritó Mut-Elk—. ¡Yo impediré esa ejecución! ¡Lo paralizaré todo! ¡Pronto!

    Las mujeres quedaron sobrecogidas. La única que actuó sin vacilación fue la bella Ta-Dua. Se dirigió corriendo a la puerta mientras gritaba: —¡Soltadle... Es cierto!

    Las mujeres obedecieron con cierto reparo. Sólo tuvieron que dar vueltas a una manivela debajo de la mesa donde estaba sujeto y tendido Mut-Eik para que las cintas metálicas se aflojaran. El muchacho sacó brazos y piernas y se puso de pie.

    —¿Dónde está el arma? — preguntó.
    —Por aquí. Ven... —Antes de que Vrowa hubiese terminado de hablar, MutElk ya corría fuera de la estancia.

    Vio a Ta-Dua desapareciendo en un pasillo. En una veloz carrera la alcanzó.

    —¡Ya conozco el camino!—gritó Mut-Elk al pasar junto a ella—. He estado aquí antes. Es al otro lado de aquella puerta.
    —Sí. Pero... ¿sabes dónde está la Corte de Justicia?
    —No... ¿Hacia dónde debo disparar?
    —Hacia mí... ¡Dejadle paso, mujeres!

    Varias mujeres estaban delante de la puerta que comunicaba con el salón. Mut-Elk pasó junto a ellas como una exhalación. Penetró en el salón. Vio un cuerpo cubierto con un dorado cortinaje, la mesa con los teléfonos y... ¡el arma azul!

    De un salto se apoderó de ella y se volvió. Ta-Dua estaba en el umbral y gritaba: —¡En esta dirección. . Dispara...!

    El dedo de Mut-Elk se crispó sobre el pulsador. La palanquita se hundió hasta el fondo y las chispas azules aparecieron en la boca del arma. ¡Ta-Dua y las mujeres que estaban estupefactas junto a ella se contrajeron y rodaron por el suelo!

    ¡Pero Mut-Elk no cesó de disparar en abanico, formando un círculo completo en torno a sí! También disparó hacia arriba, hacia abajo, en todas direcciones. No quería correr riesgos.

    Cuando la luz se apagó bruscamente, se dejó caer en el sitial donde había estado sentada Milka II cuando encontró la muerte. Su dedo se aflojó y el arma azul se le escapó de las manos.

    ¡De sus labios se escapó también un sollozo.

    Xira, mientras tanto, había pasado por una dura ordalia. Empujada por muchas mujeres, zarandeada, se había visto llevada de un lugar a otro. En ninguna parte la dejaron hablar. Sólo le preguntaron en una ocasión: —¿Cómo te llamas?

    —Xira.
    —¿Delito?

    Una del Servicio de Hostigamiento tapó a Xira la boca y respondió por ella: —¡Traición! Dame pronto esa sentencia, mujer. Luego nos ocuparemos de las Funcionarías de este edificio de corrupción... ¡Vamos, hacia las cámaras de la muerte!

    Salieron de la sala y corrieron un largo y amplio pasillo. Un ascensor las llevó al fondo, a un lugar sombrío. Por el camino se habían ido quedando muchas mujeres. Ahora sólo una veintena acompañaba a la infeliz y maltratada muchacha.

    Al salir del ascensor, una puerta se abrió ante ellas. Cinco mujeres con las cabezas cubiertas con capuchas rosadas estaban allí. Una de ellas dijo: —El mandamiento.

    —¡Ahí lo tienes! Pero queremos presenciar la ejecución.
    —¡Imposible! —respondió otra de las encapuchadas—. Las que penetran en este pasillo no vuelven a salir vivas. Ni nosotras podemos salir de aquí.

    Era cierto, las del Grupo Oficial sabían que las enmascaradas eran «ajusticiadas» a quienes se había perdonado la vida para que cumplieran aquella misión.

    —Os devolveremos su cadáver convertido en cenizas.

    Otra de las encapuchadas dejó escapar una risita mórbida y espectral. Al oírla, las del Grupo Oficial retrocedieron.

    —Decidnos, ¿qué ocurrió? Nos quedamos todas sin sentido y...
    —¡Esta es la culpable!
    —¿Ah, sí? ¡Pues la arreglaremos! Ya os podéis marchar.

    Y la asustada Xira que quedó en poder de aquellas cinco mujeres de la muerte. Al irse el ascensor, la puerta se cerró detrás de ellas.

    —Vamos, acabemos cuanto antes. Tengo hambre.
    —Yo también — agregó otra—. ¿Quieres comer algo antes de morir, sentenciada?
    —No — replicó Xira con voz débil.
    —Entonces, ven con nosotras. Pronto terminaremos contigo. No nos gusta hacer sufrir a nadie.

    La condujeron, empujándola suavemente, por un pasillo oscuro. Atravesaron varias puertas de hierro y por fin se detuvieron en una cámara, en cuyo centro había una especie de sarcófago metálico con una tapa abierta. A un lado había una complicada máquina.

    —Tienes que meterte ahí dentro — dijo una de las encapuchadas.
    —Te encerraremos y conectaremos la corriente.
    —Al abrir luego la tapa—terminó siniestramente una tercera—. ¡Te recogeremos con una pala! ¡No quedará de ti más que el polvo! Luego... te echaremos al Oxfog.

    Xira retrocedió amedrentada.

    Las cinco mujeres la sujetaron férreamente de pies y brazos. La levantaron en vilo y, pese a sus forcejeos, la echaron sin miramientos dentro de la caja. Una de ellas cerró la tapa del sarcófago.

    —¡Esta es fácil! — murmuró—. Ya puedes aplicar los tubos de corriente, Klofa.

    La aludida se dirigió a la máquina, estiró dos tubos flexibles y los aplicó sobre la tapa del sarcófago, en donde repicaban mortecinos los puños de la encerrada.

    —¿Doy la corriente? — preguntó otra que se había situado frente a la extraña máquina de la muerte.
    —Sí — dijo suavemente Klofa.

    La mujer asió una palanca y la empujó...

    ¡En el mismo instante las mujeres se crisparon y la cámara de la muerte quedó a oscuras!

    Xira, dentro de su encierro, se crispó, convulsionada, y se quedó rígida ¡Pero la palanca que debía matarla en el acto no llegó a funcionar! Las ondas «goras» habían llegado instantáneamente hasta allí, surgiendo del fusil que disparaba frenéticamente Mut-Elk en el Palacio del Consejo Supremo...

    De nuevo se encontró Mut-Elk a solas en aquella ciudad. Había salido del palacio precipitadamente cuando comprendió que Xira debía ser salvada antes de que las mujeres de la Capital Mayor recobrasen el sentido. Si su muerte, la de Xira, había sido evitada, tenía que sacarla de donde estuviera.

    Pero..., ¿dónde estaba?

    ¡Nadie podía responderle!

    Ahora, empuñaba con mano firme su fusil de ondas «goras» paralizantes. Caminaba a oscuras, pero seguía un camino más o menos fijo.

    —¡Esa dirección... la Corte de Justicia!

    Las calles ofrecían el mismo aspecto que cuando disparó su arma por vez primera. Coches volcados por las calles, cuerpos derrumbados y crispados... ¡Pero mucha más gente en las calles, en los portales, en las plataformas y arcos!

    Mut-Elk siguió caminando. Iba a oscuras, pero, acostumbrado a la oscuridad, percibía perfectamente los contornos de las cosas, personas y edificios.

    Cuando llevaba andando mucho tiempo empezó a desesperar.

    —¿Pero es que no la voy a encontrar?... ¡Mas ahora tengo yo la fuerza! ¡Soy yo el que mando! ¡En cuanto empiece a despertar esa gente dispararé de nuevo, estoy dispuesto a destruirlo todo si no aparece mi Xira!

    Sí, apareció. Antes de lo que él esperaba.

    Primero apareció una luz que corría hacia él. Eran los focos de un vehículo rápido. Luego, éste se detuvo y una mujer vestida con una clámide azul saltó a tierra.

    —¡Mut-Elk! — gritó aquella mujer.

    ¡Era Xada-Dua y regresaba con el semblante muy pálido!

    —Escapé de la muerte por segundos. Si no me hubieras dejado en el coche habría muerto. Tuve el tiempo justo para llegar a Gramka. ¿Qué te ocurre? ¿Qué has hecho?
    —¡Busco la Corte de Justicia! ¡Xira está en la cámara de la muerte!

    La palidez de Xada-Dua se acentuó.

    —Explícate.

    Mut-Elk se explicó.

    Cuando hubo terminado, Xada-Dua dijo gravemente: —Ven conmigo. Yo te ayudaré. No puedo hacer mucha fuerza, pero te indicaré el camino. La doctora de Gramka no quería dejarme marchar... No sabes el trabajo que me ha costado burlar la vigilancia de las carreteras. ¡Sube al coche!

    Minutos después, Xada-Dua se detenía ante el edificio de la Corte de Justicia. Mut-Elk comprendió que no lo habría encontrado nunca. Estaba situado bajo el nivel del suelo. Su entrada era como la de tantos subterráneos que había eludido.

    —¡Ahí dentro es! Lo registraremos todo palmo a palmo.
    —No, sé que está en las cámaras. ¡Tu madre me lo dijo!
    —Pues vamos allí. Pero si no hay electricidad el ascensor no funcionará...
    —¡Me arrojaré de cabeza á donde sea por salvar a Xira!

    No fue preciso tanto. Xada-Dua rompió a disparos, con su pistola magnética, varias puertas hasta que llegaron a un hueco profundo.

    —Romperemos el suelo. Hay un tubo y podrás descender por él... Toma, llévate mi pistola.

    De aquel modo, desgarrando el acero que se interponía a su paso y siguiendo las instrucciones de Xada-Dua que dijo haber estado en aquellas profundidades de la muerte, Mut-Elk se abrió paso hasta la misma cámara de la muerte. Xada-Dua también le había dado una linterna de mano, ya encendida.

    ¡Y sería el instinto que nunca fallaba a Mut-Elk, pero cuando se vio ante el sarcófago comprendió que su Xira estaba allí dentro, aún viva!

    Y tocando resortes logró abrir la tapa. Al alumbrar dentro, lanzó un grito de alegría.

    —¡Xira... Xira... Xira...!

    Se abrazó a ella y la sacó de la caja de la muerte...

    El gran vocerío del enorme hemiciclo de la Capital Mayor cesó por ensalmo cuando las Consejeras, tocadas con clámides doradas, penetraron en la tribuna y se sentaron. En la otra mesa inferior, estaban Mut-Elk, Xira y Xada-Dua, esta última con un resplandeciente uniforme y mirando embelesada a la pareja.

    El gentío del hemiciclo se calló.

    El silencio era impresionante.

    De pronto zumbaron las invisibles cámaras de proyección enfocando a la gran tribuna del Consejo. Los altavoces ocultos transmitían ya la palabra de Ta-Dua...

    —¡Ivi-Joab vive hoy el día más significativo e importante de su historia! El Consejo de Gobierno se ha reunido durante varios días para deliberar y ha tomado importantes y justos acuerdos.

    »Esperamos que todas los aprobaréis, puesto que todos ellos han sido sometidos a juicio y la votación ha sido unánime. Estamos, pues, aquí, para ratificar estos acuerdos y ponerlos en vigor.
    »Primero, todas las leyes anteriores que regían en Ivi-Joab han quedado derogadas.
    »Segundo, los acuerdos se tomarán a partir de ahora por mayoría de votos en el consejo de gobierno. Existirá el sufragio y en nuestro nuevo mundo, tendrán cabida también los hombres desterrados...

    Un clamor indescriptible se elevó entre las miles de mujeres reunidas en el hemiciclo. Cuando se hizo el silencio, al cabo de varios minutos de delirio, Ta-Dua prosiguió: —Tercero, la Muralla Gigante será destruida y se construirán nuevas ciudades bajo la luz de Agrá.

    »Cuarto, en estas ciudades vivirán hombres y mujeres y formarán familias que educarán a sus hijos haciéndolos hombres y mujeres de provecho.
    »Quinto, se extinguirá el odio en nuestro mundo. Pero se buscará el medio para poder trasladarnos todos a otro mundo que esté en condiciones. A este efecto, la profesora Via, discípula de la siempre recordada y querida Klam-Rea, dispone de un vehículo que nos permitirá explorar otros mundos rotatorios. Siento el alto orgullo de decir que mi hija Xada-Dua, ha sido encargada de esta misión.
    »Sexto, se recogerá a los hombres dispersos y se les reeducará. Las normas establecidas para este proceso han sido dictadas por el Presidente Honorario de este Consejo, Mut-Elk...

    De nuevo las ovaciones y los gritos de entusiasmo interrumpieron a Ta-Dua, pero en esta ocasión hubo de pasar mucho tiempo antes de que cesaran las voces y el fabuloso estruendo.

    El nombre de Mut-Elk se repetía millones de veces. Millones de bocas lo vociferaban ininterrumpidamente.

    Tanto fue así, que hubo de suspenderse la proclama a causa del enardecimiento colectivo. Parecía como una fiebre enloquecedora...

    Se hubieron de proclamar los acuerdos por radio y televisión en los días sucesivos. Pero las gentes de Ivi-Joab ya estaban enteradas. ¡No querían más que aclamar al héroe!

    Mut-Elk y Xira hubieron de ser escoltados por fuerzas de los Grupos Oficiales, pues el entusiasmo de las mujeres habría acabado con ellos. Todas querían abrazarlos...

    Y, en efecto, se cumplieron aquellas nuevas leyes.

    Y muchas más que sabiamente se decretaron más tarde.

    En cambio, el proceso de readaptación de los hombres fue más lento. Hubieron de pasar muchos años para convertir a las fieras del hemisferio de Agra en seres civilizados.

    Mas este proceso corresponde a otro relato, tanto o más extenso que éste... Menos ensangrentado, más humano. Corresponde a la historia de los pueblos...

    De los pueblos... ¡Igual puede suceder aquí en la Tierra, que en Venus, Marte, u otro planeta cualquiera! Nosotros despertamos de nuestro sueño, vemos que no estamos en un «escenario sangriento» y sentimos el alivio humano al pensar que la fantasía más pura nos ha llevado a un mundo que no es el nuestro.

    ¿Como el que intuyó aquel genio de la literatura llamado Thomas Mann, en su «Montaña Mágica»?

    ¡Qué más da!

    Ya hemos llegado al presente. ¿Futuro, pasado?

    ¡No, es el...


    FIN



    Naviatom/03
    Autor: Borgens, Eric
    ©1962, Manhattan
    Colección: Naviatom/03

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