HACIA LA LUNA CON JULIO VERNE
Publicado en
febrero 12, 2017
En octubre de 1954, SELECCIONES publicó una primera versión de este artículo. Los veinticinco años transcurridos desde entonces no han hecho más que reforzar la vigencia de la obra de este popular escritor francés, un auténtico visionario en el campo de la anticipación científica. Al cumplirse en el presente mes el décimo aniversario de que el astronauta Neil Armstrong se convirtiera en el primer ser humano que pisó la Luna, SELECCIONES recuerda el hito mediante la reimpresión de este trabajo. Con ello se rinde homenaje no sólo a la hazaña, sino también al hombre que, hace más de 100 años, tuvo fe en que ella sería posible.
Por Geroge Kent.
CUARENTA segundos después de las 10:46 de la noche, tres seres humanos remontaron el vuelo hacia el espacio interplanetario. Michel Ardan, Monsieur Barbicane y el capitán Nicholl habrían de completar el viaje 97 horas, 13 minutos y 20 segundos más tarde. En consecuencia, su llegada a la superficie de la Luna tendría lugar a medianoche del 5 de diciembre, y no el día 4, como anunciaron ciertos periódicos mal informados.
La noche del 11 al 12 se envió un telegrama desde la estación de Long's Peak. En él se decía que, a las 20:47, por alguna razón, el proyectil se había desviado de su curso y, si bien no dio en el blanco, sí pasó lo bastante cerca de él para ser capturado por la fuerza de gravedad lunar. Atrapado en una órbita elíptica, se había convertido en satélite de la Luna.
Esto ocurrió en 1866, en mente turbulenta de Julio Verne. Dos periódicos, el Journal des Débats ("Diario de debates") y el Union Bretonne ("Unión bretona"), de Nantes, mantuvieron al público en tensión al publicar en entregas la nueva novela de Verne, De la Tierra a la Luna. Más de 500 lectores hechizados se suscribieron para seguir las peripecias del viaje.
En esta obra, el autor imagina que Impey Barbicane, presidente de una asociación de artilleros llamada "Gun Club", logra construir un cañón gigantesco, de 297 metros de largo, que, al ser cargado con más de 180.000 kilos de algodón fulminante, los cuales producen 6000 millones de litros de gas, lanza a la Luna un proyectil hueco, acondicionado para albergar a tres hombres junto con sus víveres y equipo científico. Durante el viaje, estos tres "cosmonautas" de la era pre-espacial afrontan muchas de las dificultades comunes a los viajeros espaciales de nuestra era. Barbicane calculaba que, a su regreso de la Luna, una nave debía avanzar a 16.000 metros por segundo al llegar a la atmósfera terrestre. Mstislav Keldysh, director de la Academia Soviética de Ciencias, calculó esa velocidad en 11.299 metros por segundo. Para Barbicane, al igual que para Keldysh, el problema ocasionado por tan alta velocidad constituía todo un quebradero de cabeza.
Uno de los mayores peligros que amenazaban a los héroes de Verne en las inmediaciones de la Luna era un posible choque con meteoritos formidables. A tales meteoritos se refirió el científico Alexander Vinogradov, al afirmar que habían golpeado 53 veces el proyectil espacial no tripulado "Luna-10". julio Verne describió así estas cascadas de meteoritos: "Los cuerpos incandescentes pasaban uno junto a otro a gran velocidad, chocaban entre sí y estallaban en pedazos. Algunos golpearon nuestro proyectil, y hubo uno que incluso estrelló la ventanilla izquierda. La luz que inundaba el éter adquirió incomparable intensidad cuando los asteroides se dispersaron en todas direcciones. Era como una inmensa conflagración: millares de fragmentos luminosos se incendiaban y cruzaban el espacio como cintas de fuego. Había rayos amarillos, rojos, verdes y grises, como una corona de fuegos artificiales de colores".
Julio Verne fue un gran visionario y, en el siglo actual, el progreso de la ciencia no ha hecho sino aumentar el interés por su obra. Él hizo funcionar a la televisión antes de que se inventara la radio: la llamó fonotelefoto, y creó helicópteros medio siglo antes de los vuelos de los hermanos Wright. Son pocas las maravillas del siglo XX que no previó este genio de la era victoriana: submarinos, aviones, luces de neón, aceras móviles, aire acondicionado, rascacielos, proyectiles teledirigidos, tanques de guerra. Es, sin lugar a dudas, el padre de la ficción-científica.
Verne relató con tal precisión las maravillas del porvenir que las sociedades ilustradas se han consagrado a su estudio y los matemáticos han pasado semanas enteras verificando sus cifras. Si comparamos sus obras de ficción con los recienctes acontecimientos científicos, nos asombra la exactitud de sus predicciones y la seguridad de su intuición. Por ejemplo, en De la Tierra a la Luna, lanzó a sus primeros astronautas de "un punto situado en Florida, a 27° 7' de latitud norte y 83° 25'* de longitud oeste". Cabo Kennedy, que es el lugar desde donde se efectúan los lanzamientos de naves espaciales norteamericanas, se encuentra en Florida, a 28° de latitud norte y 80° 28'* de longitud oeste.
Los científicos e inventores más célebres no titubearon en rendirle tributo. Simón Lake, el padre del submarino, escribió en su autobiografía esta frase inicial: "Julio Verne ha sido el director general de mi vida". Augusto Piccard, aeronauta y explorador submarino; Marconi, inventor de la telegrafía sin hilos, y muchos otros, están de acuerdo en que Julio Verne fue quien los inspiró. El famoso mariscal francés Lyautey manifestó una vez en la Cámara de Diputados en París que la ciencia moderna era sencillamente la puesta en práctica de las visiones literarias de Verne.
El autor vivió lo suficiente para ver muchas de sus fantasías convertidas en realidad. Verne lo encontraba muy natural. "Lo que un hombre puede imaginar", decía, "otro hombre lo puede realizar".
Cuando nació, cerca de Nantes en 1828, acababa de morir Napoleón; Wellington era el primer ministro de Inglaterra: el primer ferrocarril tenía sólo cinco años de edad; y los buques de vapor que cruzaban el Atlántico llevaban todavía velas para complementar la fuerza de sus máquinas.
Desde muy joven, mostró su agudo interész científico. Cuando tenía ocho años escribió una carta a una de las hermanas de su madre: "Querida tía: Me gustaría mucho que binieras a bernos porque te quiero mucho. Te ruego que bengas y que me traigas el telégrafo de juguete que me prometiste..." Como se aprecia, estaba más interesado en la ciencia y la técnica que en la buena ortografía.
Ante la insistencia de su padre, que era abogado, Julio se trasladó a París a los 18 años para estudiar derecho, pero se sintió mucho más inclinado a escribir versos y comedias. Era ingenioso, atrevido y despreocupado.
Cierta noche, mortalmente aburrido en una fiesta de sociedad, decidió súbitamente escapar a la calle y se deslizó por el pasamanos. Al pie de la escalera chocó contra la panza de un grueso caballero que se disponía a subir. Verne le soltó lo primero que se le ocurrió:
—Caballero, ¿por ventura ha cenado ya usted?
El otro contestó que sí y puntualizó que lo había hecho estupendamente con una tortilla al estilo de Nantes.
—¡Bah! —repuso Verne— No hay quien sepa hacerlas en París.
—¿Y usted sí?
—¡Desde luego! Soy de Nantes.
—Entonces, venga a cenar el miércoles próximo y hágala.
Aquello fue el inicio de la amistad entre Julio y el autor de Los tres mosqueteros. Su trato con Alejandro Dumas confirmó en el joven Verne la vocación de escritor. En colaboración con Dumas escribió una comedia que tuvo cierto éxito. Luego, aconsejado por su experimentado amigo, Julio decidió servirse de la geografía para hacer lo que Dumas había hecho sirviéndose de la historia.
El padre de Verne se impacientó a causa del abandono en que el joven tenía sus estudios y le suprimió la pensión. Julio consiguió un modesto empleo en un teatro, e incluso escribió la letra de tonadas tan populares como ¡Adelante, zuavos! y La canción de Groenlandia.
Sin embargo, los años siguientes fueron difíciles. "Como bistés que pocos días antes tiraban de un carro por las calles de París", escribió a su madre. "Mis medias", dijo a un amigo, "parecen telas de araña en que hubiese dormido un hipopótamo".
Apuesto y altanero, Julio se enamoró. En cierta fiesta oyó que la joven en la que había puesto los ojos decía a una amiga que la estaban matando las "ballenas" de su corsé. Julio comentó en voz alta: "¡Cuánto me gustaría lanzarme de cabeza a jugar con las ballenas!" El padre de la chica oyó el comentario, se puso furioso y prohibió al joven la entrada en su casa; pero Julio Verne volvió a enamorarse y esta vez se casó.
Con ayuda de su padre, se hizo corredor de la Bolsa. Su situación económica mejoró aunque siguió viviendo y escribiendo en una buhardilla. A las 6 de la mañana se sentaba a la mesa de trabajo y redactaba artículos científicos para una revista infantil. A eso de las 10 se ponía un conservador traje de calle y se marchaba a su oficina, en la Bolsa.
Su primer libro fue Cinq semaines en ballon ("Cinco semanas en globo"). Devolvieron el manuscrito 15 editores. En un acceso de rabia Julio arrojó su obra al fuego. Pero su esposa la salvó de las llamas y le hizo prometer que intentaría nuevamente. El decimosexto editor aceptó el manuscrito.
Cinco semanas en globo resultó un éxito de librería y se tradujo a todas las lenguas civilizadas. En 1862, a la edad de 34 años, su autor era famoso. Abandonó la Bolsa de Valores y firmó un contrato en el cual se obligaba a escribir dos novelas por año.
Su libro siguiente, Voyage au centre de la terre ("Viaje al centro de la Tierra"), presentaba a sus personajes cuando se disponían a penetrar en el cráter de un volcán de Islandia. Después de pasar mil aventuras acababan por salir deslizándose sobre un río de lava en Italia. La novela contenía todo lo que a la sazón se sabía o se podía imaginar sobre las entrañas de la Tierra. Los lectores no se cansaban de alabarla. Fernando de Lesseps, que acababa de terminar el Canal de Suez, estaba tan entusiasmado que puso en juego su influencia para lograr que Verne fuera condecorado con la Legión de Honor.
Al nacer su primer hijo, el matrimonio Verne se mudó de París a Amiens. El dinero llegaba a raudales, y Julio compró un yate, el más grande que existía. Edificó una casa con una torre en la cual había una habitación, copia exacta del camarote de un patrón de barco. Allí, rodeado de mapas y libros, pasó los últimos 40 años de su vida.
Tal vez sea La vuelta al mundo en 80 días el más conocido de los libros de Verne. Cuando lo publicaba en folletín el diario Le Temps, de París, las aventuras del protagonista, Phileas Fogg, enfrascado en una carrera contra el tiempo para ganar una apuesta, despertaron tanto interés que los corresponsales en Nueva York y Londres cablegrafiaban diariamente a sus periódicos para dar cuenta de las andanzas imaginarias de Fogg.
Se cruzaban apuestas en cuanto a si lograría llegar a Londres a tiempo para ganar. Verne mantuvo hábilmente el interés del público: su héroe salvaba a una mujer india de la hoguera a que la condenaba su viudez, se enamoraba de ella y casi perdía por su causa las posibilidades de continuar el viaje; al cruzar las llanuras norteamericanas era atacado por los pieles rojas y llegaba a Nueva York justo a tiempo para ver que el buque que iba a llevarlo a Inglaterra no era ya más que una manchita en el horizonte.
Todas las compañías trasatlánticas ofrecieron a Verne grandes sumas de dinero para que pusiera a Phileas Fogg a bordo de uno de sus buques. El autor rechazó las ofertas e hizo que su protagonista fletase un navío. Se quedó sin combustible en medio del mar y, mientras el mundo contenía el aliento, la tripulación quemaba los puentes de madera y los muebles del camarote. Fogg llegó al Club de la Reforma, en Londres, cuando sólo faltaban unos segundos para que expirase el plazo. Vale la pena transcribir el último párrafo: "En el segundo 57 se abrió la puerta del salón y, antes de que el péndulo diese el segundo 60, Phileas Fogg apareció y dijo con voz serena: Aquí me tienen ustedes caballeros".
Eso fue en 1872. Diecisiete años después, un periódico de Nueva York contrató a una reportera llamada Nelly Bly para que batiera la marca de Fogg; la dama dio la vuelta al mundo en 72 días. Más adelante, y gracias a la apertura del Ferrocarril Transiberiano (que Verne había predicho muchos años antes) un francés logró darla en 43 días.
En Veinte mil leguas de viaje submarino, Verne creó el Nautilus, submarino que no sólo tenía casco doble y funcionaba por electricidad, sino que podía hacer lo que acababan de lograr experimentalmente dos científicos británicos: producir electricidad del mar. El ideado por Verne lograba también lo que el submarino estadounidense Nautilus, movido por energía atómica, puede hacer por primera vez en la realidad: permanecer sumergido indefinidamente.
Los últimos años de Julio Verne no fueron dichosos. Los círculos intelectuales se burlaban de su obra. A pesar de ser el autor francés más leído de su generación, nunca lo eligieron miembro de la Academia Francesa. Se le acumularon las desventuras. Enfermó de diabetes. Le falló la vista. Empezó a perder el oído. Sus últimos libros estaban impregnados de miedo profético al advenimiento de los tiranos y el totalitarismo.
Murió en 1905. El mundo entero asistió a sus funerales, incluso los que le habían zaherido y burlado, 30 miembros de la Academia Francesa, el cuerpo diplomático y representantes especiales de reyes y presidentes. Entre todos los millares de palabras dichas en su honor, Verne hubiera preferido estas dos frases de un periódico parisiense: "El viejo novelista ha muerto. Es como si se hubiera muerto Santa Claus".
Sin embargo, no resulta posible enterrar a Julio Verne, como tampoco lo sería sepultar a Santa Claus. Es el escritor francés más traducido en nuestros días: hace poco se contaron 808 versiones de sus obras en más de 80 idiomas.
"En Francia", dijo Guy Schoeller, director administrativo de la colección Livre de Poche: "La popularidad de Julio Verne es mayor que nunca ahora que la ciencia ha hecho realidad muchos de sus sueños más audaces".
IMPRESIONES DE UN ASTRONAUTA
• "Ninguno de nosotros imaginó jamás que volaría a la Luna. Pero cuando nos hablaron de ello nos interesamos y quisimos ser parte de la empresa".
• "En la Administración Nacional de la Aviación y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) trabajamos y nos preparamos con el propósito de desarrollar nuevos esfuerzos para explorar los planetas y convertir al espacio en algo útil para la humanidad. Esa es nuestra misión".
• "Al contrario de lo que mucha gente piensa, nuestra idea es que no vamos a la Luna sin estar seguros de que regresaremos. Se trata de misiones de alto riesgo y cabe la posibilidad de no volver, pero la mayor parte del tiempo no pensamos en esto, sino en nuestros siguientes pasos. Uno debe fijar en la mente pensamientos como estos: Estoy seguro de que regresaré y veré a mi familia. O: Esta es una gran experiencia, pero debo asegurarme de regresar con las rocas, pues de lo contrario no habré cumplido con mi trabajo. Muchas ideas se combinan cuando uno está en la Luna, pero la principal es el deseo de cumplir bien con el trabajo".
• "Cuando vi a Neil Armstrong en la Luna, sentí emociones encontradas. Parecía irreal, incluso para nosotros, que alguien estuviera caminando en nuestro satélite. Mientras lo observaba pensé que aquello no era como yo lo había imaginado. Entonces comencé a evaluar mi turno, que llegaría dos meses después, y tuve la esperanza de que lo haría mejor. Es algo parecido a lo que siente un atleta cuando ve a otro. Estudia su estilo, trata de aprender y se dice que lo hará mejor. Por supuesto, no puede. Pero ese es el sentimiento".
• "La voluntad es lo esencial para llegar a ser un buen astronauta. La voluntad y el deseo de efectuar cualquier misión que a uno le toque. Si uno tiene estas motivaciones, en el momento de actuar sabrá lo que hay que hacer y lo hará bien. Como en cualquier otro terreno, no siempre es la gente más inteligente la que triunfa, sino la más tenaz, la más persistente y la de mayor dedicación".
• "Las mujeres están perfectamente capacitadas para ser excelentes astronautas. En la actualidad hay 35 mujeres que se están entrenando en Houston y no existe ninguna diferencia entre ellas y los hombres. Estamos planeando hacer equipos e instrumentales más maniobrables para ellas, pero cuando trazamos proyectos no pensamos si será un hombre o una mujer el que participe en él. Ellas tienen mucha voluntad y capacidad y esta es una de las cosas más agradables en nuestro trabajo".
• "En materia espacial no hay tiempo que perder. Creemos que en 1983 habrá un lanzamiento por semana. Faltan apenas tres años y medio para ello y debemos prepararnos desde ya".
—Dicho a SELECCIONES por el astronauta estadounidense Alan Bean, que pisó la Luna de 1969 como miembro de la misión Apolo 12.
*Del meridiano de París.
REIMPRESIÓN DE UN ARTÍCULO PUBLICADO EN "SELECCIONES" DE OCTUBRE DE 1954.