GAINSBOROUGH, PINTOR CON MAGIA
Publicado en
enero 05, 2017
"Autorretrato", 1759
Por Janet Graham.
EN 1777 expuso Gainsborough el retrato de mi antepasada Mary Graham en la Real Academia y causó sensación. En esa época el artista se hallaba en la cumbre de su talento. A diferencia de los llamados "pintores de caras" de aquel entonces, que dejaban a sus asistentes el trabajo de pintar la ropa y el fondo, se complacía recreando el provocativo brillo del raso, la mágica transparencia de la gasa, el movimiento de las plumas de avestruz y el lustre de las perlas. Cuando ese virtuosismo tenía como motivo de inspiración una cara y una silueta tan seductoras como las de Mary Graham, dejaba suspenso al espectador. Desde entonces fue conocida como "la bellísima señora Graham".
Mary (a quien mi familia venera) era hija de lord Cathcart, embajador británico ante la corte rusa de Catalina la Grande. A los 17 años contrajo matrimonio con un terrateniente de Perthshire, llamado Thomas Graham, y empezó a posar para Gainsborough poco después de la boda. El artista consagró todo un año a perfeccionar su retrato de cuerpo entero. Según la tradición familiar, un conocido dijo escépticamente a Gainsborough que a la honorable señora Graham le sería fácil aparecer exquisita; vestida con tan fabulosas sedas y rasos, no era sino una ilustración de modas.
El artista salió galantemente en defensa de Mary, para lo cual volvió a pintarla con una escoba en la mano y ataviada con la gorra de tela y el vestido de calicó de una sirvienta. Con esa ropa seguía siendo tan hermosa como siempre, al punto de que La señora Graham vestida de sirvienta continúa deleitando a quienes hoy la ven en la Galería Tate. El uniforme de calicó y el suntuoso vestido de novia de Mary se conservaron amorosamente como tesoros de familia.
En cuanto al deslumbrante retrato que provocó la respuesta de Gainsborough, llegó a ser una de las más conocidas glorias del arte británico. Ha sido grabado, impreso, copiado, fotografiado y reproducido en millones de tarjetas postales y calendarios. El pintor inmortalizó a Mary Graham, pero también ella lo ayudó a él a conquistar la inmortalidad.
Único entre los pintores ingleses por la brillantez con que ejecutaba retratos y paisajes, Gainsborough regaló al mundo un nuevo tipo de obra pictórica. Había habido retratistas que pintaban a sus modelos en el estudio y en actitudes solemnes; y hubo también paisajistas que retrataban en sus obras figuras insignificantes. Gainsborough creó retratos de tamaño natural con ambiente de paisaje. La hermosura de los cielos y los follajes realzaban la belleza de rostros y cuerpos. Sus rápidas pinceladas integraban a los modelos con el escenario en deleitosa armonía. No se volvió a ver una técnica tan ligera y espontánea en el retrato hasta la aparición de Renoir, unos cien años más tarde.
El vivaz y original Gainsborough fue autodidacto. Inventaba métodos con fecunda imaginación y así solía empezar un cuadro poniéndose a gran distancia de la tela y trazando anchas pinceladas en ella con un pincel de casi dos metros. La mayoría de los pintores prefieren pintar bajo una luz clara del norte; él, por principio, cerraba los postigos y trabajaba con el estudio casi en penumbra para distinguir mejor las luces y las sombras esenciales, sin preocupación por los detalles. Posteriormente dejaba penetrar la luz en el cuarto para terminar la pintura.
Adelgazaba los colores hasta que casi se escurrían de la paleta; luego combinaba pinturas transparentes y opacas una sobre la otra. Su rival, sir Joshua Reynolds, advertía a los estudiantes de la Real Academia que no ensayaran aquellas heterodoxas brujerías: Gainsborough, les decía, pintaba con magia.
Thomas Gainsborough nació en Sudbury (en el condado inglés de Suffolk) en mayo de 1727. Los Gainsborough habían sido tejedores y mercaderes de lana en la ciudad desde varias generaciones atrás. Tom fue el menor de una familia emprendedora, alegre y creadora: dos de sus hermanos fueron inventores. Desplegó gran ingenio para eludir la escuela y pasó muchas horas felices dibujando en el cercano bosque de Cornard Woods (tema de un paisaje de Gainsborough, hoy en la Galería Nacional).
El talento que mostró precozmente le valió un permiso para ir a Londres a los 13 años; allí empezó como aprendiz de un orfebre, y luego de un ilustrador francés de libros. Más tarde se ganó el pan con mucho trabajo, pintando paisajes de pequeño formato y retratos. Al final de su adolescencia era un muchacho alto, apuesto, de labios carnosos, ojos penetrantes y sentidos despiertos. Tenía apenas 19 años cuando se casó con Margaret Burr, una linda joven de quien se decía que era hija natural del duque de Beaufort y que, por consiguiente, disfrutaba de una pensión anual de 200 libras esterlinas, suma importante para aquellos días.
En 1750 encontramos a la pareja radicada en Ipswich, donde, como retratista, Gainsborough se formó una clientela de mercaderes e hidalgos. Muchos de los retratos que pintó entre los 20 y los 25 años nos muestran pulcras familias en sus bien cuidadas fincas. Las figuras resultan rígidas y artificiosas (y, en efecto, cuando no estaba trabajando con sus modelos, fabricaba y vestía muñecas articuladas que le servían para pintar). Sin embargo, estos pequeños cuadros de Suffolk ostentan una frescura y una inocencia que los hacen sumamente atractivos para los coleccionistas. El delicioso retrato de El señor Robert Andrews y su mujer, pintado cerca de Sudbury, fue comprado por la Galería Nacional, en 1960, por 143.000 libras esterlinas. Otro Gainsborough de la primera época, La familia Gravenor, saltó a los titulares de los diarios en junio de 1972, cuando lo remataron por 280.000 libras, precio nunca visto en una pintura británica.
Poco a poco el inquieto y fecundo Gainsborough maduró un estilo más fácil y fluido practicando sus nuevas técnicas en retratos de él mismo, su esposa y sus dos niñas.
"La señora Graham", 1775 a 1777
En 1759 tomó una decisión que quizá, por su audacia, conmovió de raíz a su esposa Margaret (ella era tan ahorrativa y cautelosa como él derrochador e impulsivo): desarraigó a su pequeña familia y atravesó el país para instalarla en la ciudad de Bath, balneario del occidente de Inglaterra que se había convertido en la más elegante residencia de invierno de la nación. Ningún otro centro en Gran Bretaña brindaba más oportunidades a un pintor de retratos relativamente desconocido. La nobleza, el dinero y la elegancia llenaban las calles de relucientes carruajes.
A la vuelta de pocos meses ya tenía abundancia de clientes; al cabo de unos años se encontraba agobiado por los encargos. Aunque trabajaba rápidamente, no le era posible satisfacer los compromisos, por lo que buena parte de su correspondencia se compone de excusas y explicaciones a clientes impacientes: "Porque, como usted sabe, la pintura y la puntualidad se mezclan como el vinagre y el aceite".
Sus visitas a las casas señoriales próximas a Bath le brindaron la oportunidad de estudiar obras del gran Van Dyck, maestro holandés del siglo XVII. Como consecuencia, pintó algunos soberbios retratos con los modelos vestidos a la manera de los caballeros de la época de Van Dyck, entre ellos El muchacho azul, que quizá era el hijo de su amigo Thomas Buttall.
Maestro de la expresión fugaz —el arqueamiento de una ceja, la sombra de una sonrisa, la dilatación de una ventanilla de la nariz—, Gainsborough supo revelar la verdadera faz que oculta la cara. Pintaba aristócratas, soldados e hidalgos de provincia; actores como Garrick y Sheridan; hombres de Estado como Clive y Pitt. Sus retratos de varones son sagaces y comprensivos, magistrales por su agudeza sicológica; pero los inspirados por mujeres hermosas resultan los más conmovedores de todos. Cautivado por la sensual belleza de sus modelos, a Gainsborough le importaba un comino que fueran damas de alcurnia, como Mary Graham o la condesa de Howe, o bien fascinantes mundanas como la bailarina italiana Madame Bacelli.
Antes de cumplir los 40 años, la prosperidad del pintor era suficiente para permitirle instalarse en una de las más suntuosas residencias de Bath. Vestía su figura garbosa con volantes de encaje y sombrero de tres picos, y empezó a mandar cuadros a las exposiciones de Londres. En 1768 el gran sir Joshua Reynolds lo invitó a ser socio fundador de la Real Academia, nueva institución artística fundada por el rey Jorge III. El artista se vio obligado, cada vez con más frecuencia, a cabalgar tres días para llegar a Londres y pintar allí a sus clientes, por lo cual en 1774, después de 15 años en Bath, decidió trasladar su domicilio a la capital.
Allí pudo enfrentarse a sir Joshua en su propio terreno. Reynolds era presidente de la Real Academia y principal pintor del Rey. Pero Gainsborough, precedido de la fama que ganó con su obra, La señora Graham, empezó a atraer la atención del soberano. El rey Jorge III y la reina Charlotte acabaron favoreciendo su estilo fresco y desenvuelto sobre las grandilocuencias de Reynolds, por lo que le encargaron muchas obras, inclusive 15 retratos de la familia real completa, con el propósito de colgarlos juntos formando un grupo.
Como académico de la Real, Gainsborough chocó frecuentemente con sus directivos y con sir Joshua, casi siempre por simples cuestiones de altura a que debían colgarse las obras de Gainsborough. Era costumbre colocar los retratos de cuerpo entero por encima de una línea trazada a 1,65 metros del suelo, pero el pintor protestaba furiosamente, porque, según él, a esa altura no se podían apreciar las sutilezas del color y la pincelada.
En 1784 estalló la tormenta final con motivo de un delicado retrato de tres princesas reales; Gainsborough juró que, si no colgaban el cuadro como era debido, abandonaría la Academia. El consejo se mantuvo en sus trece y, a partir de entonces, Gainsborough (cada vez más popular) exhibió sus pinturas exclusivamente en los muros de su propio hogar, Schomberg House, en Pall Mall.
Durante los años londinenses el pintor sufrió amarguras de familia, especialmente por el progresivo extravío mental de sus dos hijas, a quienes profesaba un amor entrañable. Por otra parte, su matrimonio distaba mucho de ser idílico, como lo había sido en los tiempos de Suffolk. En las pinturas ejecutadas en esta época londinense se advierte una nueva dimensión de sentimientos, sobre todo en el hermoso retrato de una pareja de recién casados, el señor y la señora Hallet, que cuelga hoy en la Galería Nacional con el título de Paseo matutino. La pareja de meditabundos cónyuges que pasean por el campo tiene un aire frágil y trémulo, que parece expresar lo fugaz de la dicha humana.
Para consolarse, el pintor se refugió en las cálidas amistades que colmaban su vida e inventó un nuevo modo de entretener a quienes lo visitaban al caer la noche. Primero, elaboró un método para pintar con colores transparentes sobre vidrios cuadrados de unos 30 centímetros de lado; después construyó una caja de madera con un agujero, dentro de la cual los vidrios se iluminaban desde atrás por la luz de tres velas, difundida por una pantalla de seda. Al igual que un anfitrión de hoy, Gainsborough mostraba las transparencias a sus huéspedes: un paisaje a la luz de la luna, o el resplandor de una lámpara en la ventana de una alquería. La caja, junto con 12 pinturas de Gainsborough sobre vidrio, se exhibe actualmente en el Museo de Victoria y Alberto.
En 1788, cuando tenía 61 años, Gainsborough descubrió en el cuello una inflamación que resultó ser cáncer. Comprendiendo que sus días estaban contados, escribió a sir Joshua Reynolds pidiéndole que lo fuera a ver en su lecho de enfermo. Por fin, tras varios lustros de rivalidad profesional y relaciones tirantes, se reconciliaron los dos grandes artistas, tan distantes por su talento y su estilo de vivir. Gainsborough murió el 2 de agosto de 1788. Pocos meses después, Reynolds declaró ante sus discípulos de la Real Academia que, si alguna vez llegaba a existir una escuela inglesa de pintura, Thomas Gainsborough figuraría entre sus creadores.
Una generación después, Constable resumía el frescor y la ternura que distinguen a la obra de Gainsborough: "La quietud de mediodía, la hondura del crepúsculo vespertino, el rocío y las perlas de la mañana invaden las telas de aquel espíritu tan dulce. y afectuoso. Al admirarlas, las lágrimas acuden a nuestros ojos..."
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