Publicado en
enero 19, 2017
Por Daniel Sugarman.
EN CIERTO estudio sicológico preguntaron a varios niños por qué querían a sus abuelos. La mayoría de los infantes contestó que los querían porque les regalaban cosas; en cambio los de ocho o nueve años preferían a los abuelos que participaban con ellos en sus actividades; es decir, que les proporcionaban el regalo de divertirse en su compañía.
Ya a esa edad, tales niños presentían algo que nosotros los adultos, en nuestra cultura materialista, olvidamos a menudo: los juguetes quizá resulten sensacionales y tal vez los ópalos resplandezcan muchos años, pero en general el placer que proviene de un regalo material es de corta duración, mientras que el obsequio sicológico puede constituir una fuente inagotable de placer y de salud mental. He aquí cuatro importantes regalos emocionales que podemos brindar.
Fomentemos la autoestimación. Como sicólogo, sé que una de las necesidades humanas más imperiosas es sentirse satisfecho consigo mismo. Las personas que se auto-estiman sanamente saben aceptar las cosas como vienen. Entablan relación sin excesiva timidez con otras personas, se encuentran a sus anchas en casi todas las interacciones sociales, siempre están dispuestas a aceptar los cambios y se encaran a la mayoría de las situaciones con ánimo flexible y razonable. Suelen prestar oído a lo que otros les dicen, pero cuando deben tomar una decisión, tienden a confiar en su propio criterio.
Una de las mejores formas de adquirir la autoestimación es recibirla como regalo de otra persona. Podemos ayudar a otros para que la adquieran, por ejemplo, reconociendo su éxito en determinada tarea. Incluso a los niños les gusta que los alaben cuando cumplen bien alguna labor.
Sin embargo, tarde o temprano, a todo el mundo se le presentan problemas. Uno de los mejores regalos que podemos hacer a una persona es ayudarla a recobrarse de alguna derrota. El de Arturo es un caso a propósito. Considerado como un prodigio de las finanzas, progresó con rapidez hasta hacerse millonario y ocupar el puesto de vicepresidente de una modesta empresa de inversiones. Pero luego vino un revés de la Bolsa, la compañía de Arturo sufrió seríos descalabros y él mismo se encontró poco menos que en la ruina. Tras un corto período de choque emocional, el joven supo adaptarse a su nueva situación. Con lo que reunió de la venta de su casa y sus automóviles, y con la ayuda de un préstamo bancario, abrió una tienda pequeña de diversos artículos.
Arturo ha adquirido hoy un saludable sentimiento de su propia valía. Pero su historia no termina aquí. Cada vez que, por los días en que se recuperaba, un torrente de dudas lo amenazaba, Clara, su esposa, le recordaba sus antiguos triunfos y le aseguró que a ella misma le agradaría volver a trabajar. Le hizo ver que lo amaba. Es posible que, sin Clara, Arturo hubiera naufragado, pero con su apoyo salió adelante. La autoestimación es sin duda un espléndido obsequio.
Demos paso a la alegría. Por desdicha, todos sabemos de personas que destruyen la autoestimación de otras. Son gente capaz de percibir fallas en la situación más afortunada. Cierta joven a quien atiendo experimenta un sentimiento crónico de ineptitud, fomentado por su madre, que extinguía constantemente los arranques de entusiasmo de su hija. No hace mucho, mi paciente quiso sorprender a sus padres con una cena. Se esforzó durante muchos días en lograr que fuese un éxito, y lo consiguió en forma admirable. Su padre le dio las gracias efusivamente, con expresión radiante en los ojos. En cambio su madre sólo supo decir: "Fue muy gentil de tu parte haberte tomado tantas molestias, hija. Lástima que el asado se te quemara un poco..."
Sería muy preferible que nos fortaleciéramos a nosotros mismos y a nuestros seres queridos con el buen humor. La capacidad de reírnos de nuestras propias debilidades y de lo absurdo de determinada situación nos protege como una armadura.
Recuerdo una película conmovedora de la invasión de Checoslovaquia por los comunistas. En ella se veía cómo obligaban a la gente a subir a unos camiones para llevarla a los campos de concentración. Un anciano observó que su esposa estaba a punto de desplomarse moralmente cuando la arrancaban de su hogar y la despojaban de todo lo que estimaba, y quiso suavizar el golpe con una expresión de buen humor. "¡Apresúrate!" le gritó. "No hay que perder este camión. Los mejores están ya en la cárcel, y tenemos que llegar allí antes de que empiecen a cargar con cualquiera".
¡Las personas discretas y valerosas saben dar el obsequio del humorismo a sus seres queridos!
Dejemos un hábito perjudicial. ¿No ha pensado nunca el lector en el magnífico regalo que sería, no sólo para sí mismo sino también para las personas de su cariño, el renunciar a un hábito malsano o perjudicial?
La mayoría de los planes para modificar los hábitos se concretan a unas cuantas técnicas útiles. Lo más importante que debemos recordar es que los hábitos se adquieren, y todo lo que se adquiere se puede desechar. Hace falta, sin embargo, tener buenos motivos para ello, y comprendo que muchas personas no están realmente dispuestas a invertir el tiempo, el cuidado y las incomodidades que tal fin requiere.
Cierto individuo me dijo, no hace mucho tiempo, que deseaba que lo ayudara a dejar de fumar. Ya antes lo había intentado, pero se había convencido de que le era "imposible renunciar al cigarrillo".
—Supongamos que yo le dijera que fusilarían a su esposa y a sus hijos si no dejaba usted el tabaco —le espeté—; ¿podría dejar de fumar?
—¡Claro que sí! —me respondió sin vacilar.
Por tanto, el primer paso para abandonar cualquier hábito estriba en reforzar los motivos de querer hacerlo.
Para lograr tal cosa existen diversos medios. Por ejemplo, formule usted una lista de sus razones para renunciar a cierto hábito. Asimismo, enumere los "beneficios" que cree obtener, inconscientemente, de tal hábito. Una señora anhelaba superar su hábito de gastar con exceso, pero no pudo conseguirlo hasta que se dio cuenta de que, al gastar más de lo necesario, estaba castigando a su esposo. Esto era para ella un valioso "beneficio", pues vivía en extremo disgustada con él. Cuando aprendió a enfrentarse a su enojo con más franqueza, se halló en condiciones de vencer su hábito.
Un segundo paso consiste en llevar un registro diario, tomando nota de los detalles relativos a la conducta que se desea alterar. Examinemos fría y cuidadosamente cuáles son las causas que nos provocan a observar tal conducta.
Luego, aprendamos a sustituirlas. He comprobado que sólo las personas muy motivadas son capaces de renunciar a algo durante mucho tiempo, y en consecuencia trato de ayudar a mis pacientes a pensar en algún hábito que pudieran cultivar, antes que en renunciar al que constituye su problema.
Por ejemplo, cierto individuo solía volver a casa exhausto y servirse en seguida medio vaso de whisky. Resolvió dar un paseo a paso rápido en vez de recurrir a la bebida... y le asombró descubrir que después de media hora de aquel ejercicio se sentía también menos fatigado. En breve comenzó a disminuir su consumo de alcohol.
Abrámonos a los demás. La impasibilidad es muy conveniente en los juegos de envite, porque demostrar a otros nuestras emociones puede perjudicarnos. Sin embargo, en el juego de las relaciones humanas, los reservados e impenetrables suelen ser los que más pierden.
Las personas que se abren ante los demás tienen, por lo general, más amigos que quienes no lo hacen. Cuando no revelamos nuestros verdaderos sentimientos, estamos cerrando todo acceso a alguien que quiera conocernos realmente. ¿ Por qué, entonces, no arriesgarnos a pasar por un período en que permitamos que otros nos conozcan tal como somos?
También es importante hacer saber a nuestros seres queridos si nos sentimos eufóricos o deprimidos. Cierta señora me explicaba los efectos de ello en su matrimonio: "Mi marido y yo reñíamos a menudo, generalmente por tonterías, por el mal humor de que estábamos. Pero un día, en el parque zoológico, me di cuenta de que hasta las serpientes de cascabel dan aviso cuando van a atacar. Y si tal hacen las víboras, me pregunté, ¿por qué no han de hacerlo las personas ? Ahora, si mi esposo o yo estamos de mal humor, nos lo hacemos saber. Le aseguro que es una medida de lo más conveniente".
Cada vez que ocultamos algo a una persona muy ligada a nosotros, nuestra relación se debilita. Cierto, abrirse a los demás no siempre es fácil. Pero cuando no somos sinceros con los demás, no podemos serlo con nosotros mismos. Si sabemos mostrarnos auténticos, lograremos brindar a quienes nos rodean algunos obsequios valiosos. Podremos decir, haciéndonos eco del poeta Walt Whitman:
"¡Ved! No doy simplemente una conferencia o alguna modesta caridad."
"Cuando doy, me entrego a mí mismo".
CONDENSADO DE "PRICELESS GIFTS HOW TO GIVE THE BEST TO THOSE YOU LOVE", © 1978 POR DANIEL A. SUGARMAN.