PERDIDOS EN LA GUERRA, REUNIDOS EN LA PAZ
Publicado en
diciembre 29, 2016
¿Sabe usted... quién soy? ¿Cómo me llamo? ¿De dónde vengo?. Foto: "Suchdienstplakat" DRK-Suchdienst.
Se trata de la mayor empresa detectivesca del mundo. Treinta y tres años después de haber terminado la guerra, el Servicio de Búsqueda de la Cruz Roja alemana sigue trabajando con mayor intensidad que nunca para hallar parientes desaparecidos e identidades ignoradas.
Por John Dornberg.
Me llamo Gerd Kleinhammer, según decisión de un tribunal de menores. El 29 de abril de 1945 me encontraron, con heridas de metralla, al lado de una mujer muerta, a unos 50 km al sudeste de Berlín, en los alrededores de Kónigs Wusterhausen. Por entonces tenía yo unos dos años de edad y se cree que aquella mujer era mi madre, pero no llevaba en su persona ningún documento de identificación.
Un soldado me llevó a un hospital y en julio de 1945 me recogieron los que habían de ser mis padres adoptivos. Aunque han pasado más de 33 años, ¿habría alguna posibilidad de que yo sepa realmente quién soy y de averiguar dónde residen mis verdaderos padres o cualquier otro pariente?
En los archivos de la sede de Munich del Servicio de Búsqueda de la Cruz Roja, en Alemania Occidental, se acumulan millares de solicitudes como esta, la mayoría de cuyos autores fueron los tristes residuos de los campos de batalla, la muchedumbre de niños que se perdieron en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, carentes de papeles y tan pequeños, por lo común, que no recuerdan ni siquiera su nombre.
La guerra sigue siendo una realidad permanente para los 120 hombres y mujeres que constituyen el Servicio de Búsqueda. Para llevar a cabo su difícil trabajo cuentan con computadoras, 900.000 fotografías, un archivo de listas, documentos y mapas militares, y 36 millones de fichas con referencias mutuas. Su misión consiste en conocer el paradero de 450.000 soldados de la Wehrmacht que siguen figurando como desaparecidos en el campo de batalla, y dar con 147.000 civiles alemanes y más de un millar de niños cuyo destino se ignora, ayudando también a otras mil personas que, como Kleinhammer, desean saber quiénes son realmente o dónde residen sus familiares.
Cuando cesaron las hostilidades en Europa, una de cada cuatro per-sonas de origen alemán intentaba localizar a alguno de sus parientes y, para resolver este problema, la Cruz Roja estableció centros de búsqueda en Hamburgo y en Munich. A partir de 1975 todas las tareas de localización de personas desaparecidas han recaído sobre la central de Munich, situada en un antiguo cuartel de infantería edificado en el siglo XIX. El gobierno de Alemania Occidental contribuye a esta obra con unos cuatro millones de marcos al año (aproximadamente dos millones de dólares), a lo que hay que añadir un considerable volumen de donativos de diversas fuentes. En el curso de los tres decenios últimos el centro ha resuelto los casos de un millón y medio de desaparecidos, de los cuales 286.000 eran de padres que buscaban a sus hijos o viceversa.
"Este trabajo destroza nuestros corazones o los llena de alegría", dice Max Heinrich, director del Servicio. "Es una dura tarea que nos convierte, de grado o por fuer-za, en ardientes pacifistas".
"El caso más trágico de que tengo noticia es el de una madre a la que, por error, se informó dos veces de que su hijo había muerto en combate. Pero después de cada notificación el joven regresó a su hogar en disfrute de permiso. Próximo ya el final de las hostilidades se comunicó a la madre que había desaparecido, y todas las pruebas recogidas posteriormente indican que ha fallecido, pero ella mantiene su convicción de que aún vive y de que la Cruz Roja ha cometido el mismo, error que cometió en dos ocasiones la Wehrmacht".
En verdad resulta muy difícil cometer un error, pero hay casos. Por ejemplo, un agricultor de Alemania Occidental, tras muchos años de abrigar la creencia de que seguía viviendo un hermano suyo, al que se dio por desaparecido, abandonó finalmente toda esperanza y decidió en 1975 incluir el nombre de su hermano en el monumento que había elevado la aldea a los caídos en la guerra. Un viajante de comercio pasó por el lugar, vio la inscripción e informó que el "falle-cido" era cliente suyo y vivía a menos de 100 km de aquel pueblo.
"Esta es la labor de localización de seres humanos más grande que se realiza en el mundo", asegura Wolfgang Kreisig, que se jubiló hace poco, después de haber trabajado en el Servicio de Búsqueda por más de 30 años. "Para llevarla a cabo ha sido preciso consultar montañas de informes, partes de guerra y memorias de soldados a fin de hallar pistas que permitieran saber lo que sucedió con determinados batallones. Ha habido que entrevistar a millones de testigos, muchos de los cuales eran prisioneros de guerra alemanes que pudieron ser repatriados, así como a cada refugiado o expulsado de Europa Oriental y de la URSS".
Una parte considerable de estas informaciones procede de la Cruz Roja de la Unión Soviética y de otros países de Europa Oriental, con los cuales se estableció una política de reciprocidad a partir de 1957. Desde entonces los gobiernos del bloque soviético han eliminado parcialmente las limitaciones im-puestas a los movimientos de personas y a las libertades humanas. Desde 1971 la URSS ha permitido la emigración de más de 47.000 personas de origen alemán residentes en su territorio, y Polonia ha accedido a facilitar la salida de sus fronteras de otras 120.000. Cada una de estas personas puede ser una nueva pieza del enorme rompecabezas que constituye la búsqueda de los desaparecidos. Por otra parte, incluso quienes decidieron permanecer en los países comunistas tienen ahora menos temor a solicitar informes acerca de sus parientes en Europa Occidental.
Cuando Albert Otto fue llamado a filas por la Wehrmacht, residía en Wehlau (Prusia Oriental). En la Navidad de 1944, de permiso en casa, vio por última vez a su esposa Martha y a sus tres hijos. Poco después de regresar al frente occidental lo hicieron prisionero los ingleses, al mismo tiempo que los rusos avanzaban por Wehlau y la señora de Otto huía con los niños, hacia Danzig (ahora Gdansk). Durante el peligroso viaje de 240 km la madre falleció a causa de una infección y los niños decidieron regresar a Wehlau. Las autoridades soviéticas de ocupación llevaron a los dos adolescentes, Manfred y Christel, a una granja; Christel murió allí de desnutrición.
La hermana menor, Liesabeth, de ocho años, fue protegida por una mujer que se encariñó con ella e intentó llevársela en su huida a Lituania, pero en el camino las separaron y la pequeña desapareció. Manfred logró llegar a Alemania Occidental, y allí encontró a su padre, que acababa de salir de un campamento de prisioneros de guerra. Ambos se establecieron cerca de Oldemburgo, donde comenzaron una búsqueda en pos de Liesabeth, que duró 31 años.
"Fue uno de los casos más difíciles", recuerda Friedl Gobmeier, jefa del departamento infantil del centro de Munich. "Innumerables veces enviamos los datos de la niña a los cuatro vientos, pero no obtuvimos ningún resultado".
Por último, durante la primavera de 1976, la Cruz Roja soviética transmitió una carta escrita en ruso por una tal Maria Albertowna Logwinenko, conductora de trolebuses, que habitaba cerca de Krasnoyarsk (Siberia).
"Por favor", pedía la mujer, "ayúdenme a saber quién soy y dónde está mi familia. Lo único que sé es que nací en una ciudad llamada Wellau o Wehlau, que tenía un hermano, Manfred, y una hermana, Christel, y que mi madre murió en Danzig. Cuando era pequeña y jugaba en la arena, solía escribir en ella con una vara este nombre: Otto. Quizá esté relacionado con mi familia".
Correlacionar los datos de la carta con los que figuraban en los archivos fue coser y cantar. Maria Albertowna Logwinenko era sin duda alguna la Liesabeth Otto a la que habían estado buscando su padre y su hermano desde 1945.
Antes de llegar a Alemania Occidental, a fines de 1976, envió una carta en la que decía: "Han pasado 31 años y en tan largo tiempo han sucedido muchísimas cosas. ¿Qué podremos decirnos? ¿Acaso ni siquiera nos reconoceremos?"
El padre y el hermano no hablaban ruso y ella no sabía ni una palabra de alemán, pero una reunión como aquella es una experiencia afectiva que trasciende las simples diferencias idiomáticas.
En ciertas ocasiones, a pesar de haber transcurrido varios decenios, la búsqueda se termina en unos cuantos minutos. Hannelore Schilling (su nombre de casada), procedente de Alemania Oriental, es un ejemplo:
"Creo que mi verdadero nombre es el de Hannelore Pottina", escribió en junio de 1976. "Aunque podría ser también Pottnat o Potinsk. Nací en 1940 o en 1941 en Kónigsberg, en Prusia Oriental (que ahora se llama Kaliningrado y se encuentra en la Unión Soviética). En nuestra familia había un joven de más edad que jugaba con un gran tren eléctrico, así como una mujer llamada tía Martha. Llamábamos a las madres de mis padres abuela grande y abuela pequeña, y creo recordar que vivíamos encima de una tienda".
Cuando se introdujeron en la computadora los tres nombres: Pottina, Pottnat y Potinsk la respuesta fue "inexistente". Pero en el banco de datos había 74 niñas desaparecidas cuyo nombre era Hannelore; 683 niños desaparecidos nacidos en Kaigsberg, y 851 nacidos en 1940 o en 1941. La computadora indicó finalmente que había dos niñas llamadas Hannelore y que ambas habían nacido en Kánigsberg en 1941. Una de ellas era Hannelore Putenat.
Frau Gobmeier sacó la carpeta que tenía el nombre de Putenat y en la que se hallaba la solicitud de búsqueda hecha en 1960 por un ciudadano de Alemania Occidental llamado Friedrich Putenat, según la cual deseaba saber el paradero de su cuñada Gertrud y de su sobrina Hannelore, que habían desaparecido cuando huían con un grupo de refugiados que salió de Prusia Oriental en 1945. (Su hermano había muerto en una acción de guerra en 1943.) Entre los datos que ofrecía figuraba el de que las dos abuelas vivían con la familia y eran llamadas "abuela grande" y "abuela pequeña".
La computadora de Munich tardó sólo 120 segundos en terminar la larga búsqueda de Hannelore Putenat, y la de sus parientes para dar con ella. Hannelore está ahora en frecuente contacto con los familiares que aún viven, aunque ignora todavía la suerte que corrió su madre.
La búsqueda exige paciencia, imaginación, facilidad para resolver jeroglíficos, aunque a veces basta la buena suerte, como sucedió en el caso de Jerzy Janczak, que vive con su esposa y sus cuatro hijos en Olsztyn (hoy Polonia; antes, con el nombre de Allenstein, quedaba en Prusia Oriental). En 1967, se dirigió al Servicio de Búsqueda para saber quién era y a qué familia pertenecía.
Apenas sabía detalles acerca de sí mismo, recogidos acá y allá en los nueve orfelinatos en los que había residido durante la mayor parte de su juventud. Conocía aproximadamente el lugar y año de su nacimiento y sabía que su madre había sido muerta a tiros por soldados rusos cuando iba a comprar leche después del toque de queda, a lo que podía agregar que su familia vivía entre la lechería y la estación del ferrocarril.
Pero aquellos escasísimos datos, que fueron reunidos penosamente por el Servicio de Búsqueda durante un decenio, resultaron suficientes para descubrir que seguramente Jerzy Janczak, de Olsztyn, era Jürgen Jahnscheck, de Liebstadt (hoy Milakowo). Una anciana tía, fallecida hacía tiempo, había preguntado por él hacia 1955.
"En diciembre pasado", cuenta Frau Gobmeier, "le estaba escribiendo una mañana, diciéndole que sabíamos ya quién era, pero que no conocíamos de la existencia de ningún pariente cercano. Aquella misma tarde el correo, por coincidencia o por pura suerte, trajo una carta de Alemania Occidental firmada por Heinz Jahnscheck en la que nos pedía que buscásemos a su sobrino Jürgen, del que no se sabía nada tras la muerte de su madre, acaecida en 1945".
"Las nuevas investigaciones que realizamos, además del intercambio de fotografías y de cartas, demostraron sin lugar a dudas que se trataba del tío y del sobrino, quienes se hicieron traducir su correspondencia y ahora se escriben de manera regular".
La búsqueda se dificulta con el paso de los años, que debilitan el recuerdo y van borrando las huellas del pasado. En la actualidad el Servicio de Búsqueda utiliza a fondo la publicidad y distribuye un informe mensual que contiene los nombres y fotografías de las personas buscadas. Además, cinco de las redes regionales de radio de Alemania Occidental emiten diariamente los nombres y la descripción de esas personas, y en las paredes de las oficinas de correos, de las estaciones de ferrocarril y de los aeropuertos se exhiben carteles con las fotografías y datos personales de los buscados.
Los carteles resultan especialmente dramáticos. Bajo la fotografía de un bigotudo joven llamado número 05600, se lee: "Nombre desconocido. Tenía unos cuatro meses en enero de 1945, cuando fue hallado en un cochecito de niño, en un bosque situado entre las aldeas de Liebtal y Kniedorf (Alta Silesia)".
El número 02259 es el retrato de un joven bien peinado y dice así: "Nombre desconocido. Nació alrededor de 1943. Lo encontró un soldado en 1945 y se hallaba en una zanja al lado de un camino cerca de Braunsberg (Prusia Oriental)".
La búsqueda de las identidades perdidas durará todavía mucho tiempo. "Ahora", declara Max Heinrich, "son más las personas, en especial jóvenes, que en vez de dirigirse a nosotros en alemán nos escriben en ruso, polaco, checo o rumano, pero las preguntas son siempre las mismas: ¿Cómo podría encontrar a...? ¿Quién soy?"
Y, por imposible que parezca, aún suceden milagros como el de Maria Albertowna Logwinenko, o sea Liesabeth Otto.
CONDENSADO DE "SMITHSONIAN". (FEBRERO DE 1978). © 1978 POR LA INSTITUCIÓN SMITHSONIANA. 900 JEFFERSON DR. WASHINGTON. D.C. 20560.