LOS DUPLICADORES (Murray Leinster)
Publicado en
diciembre 29, 2016
Capítulo Primero
Se le ocurrió a Link Denham, como cosa de leve desagrado, que estaba a punto de despertar y que había tenido una velada demasiado satisfactoria para querer hacerlo. Yacía entre dormido y despierto y notó una paz espléndida y los acontecimientos festivos, en los que se había relajado después de seis meses en Glaeth, ahora le atravesaban placenteramente su imaginación. Ya no quería pensar en Glaeth. Se había aventurado a una larga velada porque deseaba olvidar aquel mundo asesino de hombres. Ahora, no del todo dormido y muy lejos de estar completamente despierto, retazos de encantadores recuerdos flotaban a través de su consciencia. Había habido una canción, esta noche pasada. Había habido conversación, charla de hombres sobre asuntos de gran interés o de insignificante importancia. Y las cosas habían proseguido hasta alcanzar un clímax notablemente agradable.
No se agitó, pero recordaba que uno de sus nuevos amigos íntimos había sido amenazado con la expulsión del lugar en donde Link y los demás descansaban. Hubo protestas, a las que se unió Link. Luego se produjo el conflicto, en el que tomó parte. El presunto expulsado fue rescatado antes de que le empujasen a la oscuridad exterior de aquella encrucijada particular del espacio puerto. Se celebró su rescate. Luego llegaron los policías del espacio puerto, lo que era un insulto para todos los cálidos amigos que ahora así se consideraban, puesto que habían estado divirtiéndose juntos.
Link, amodorrado y complacido, recordó el tumulto. Había muchas cosas agradables que era delicioso revivir. Alguien desafió al destino y al azar y a los policías del espacio puerto desde una pirámide de sillas y mesas amontonadas. El propio Link, con muchos camaradas leales, cargó contra los polizontes que trataron de bajarle. Recordó cómo las botellas daban vueltas por el aire, desparramando su contenido. Los policías del espacio puerto enfocaron con sus mangueras contra incendio a los nuevos amigos de Link y ellos, y él, amontonaron sillas, tirando muchas de ellas contra los agentes del espacio puerto. Algunos amigos peleaban cordialmente en el suelo y otros animosamente en diversos lugares y toda la dureza de nervios desarrollada en Glaeth — en donde el coeficiente de mortalidad era el diez por ciento mensual entre los cazadores de carintio — quedó aliviado y hasta anulado y totalmente borrado. Así que Link ahora se sentía del todo pacífico y beatíficamente satisfecho.
En algún lugar, algo mecánico chasqueó alto. Otra cosa emitió un apagado gruñido que era también mecánico. Estos sonidos comportaban realidad, entrometiéndose en la feliz tranquilidad que ahora disfrutaba Link.
Recordó una cosa. No abrió los ojos, pero su mano palpó su cintura. Se tranquilizó. Su cinturón portamonedas lo conservaba puesto y aún contenía los pequeños objetos areniscos por los que arriesgó su vida varias veces al día durante unos cuantos meses sucesivos. Aquellos cristales rosados fueron de inmediato la razón y recompensa para su viaje a Glaeth. Había tenido suerte. Pero alcanzó una tensión intolerable. Se sintió incapaz de relajarse cuando la lancha le recogió con otros cazadores de carintio y no pudo desahogar sus nervios en el planeta al que le llevaba dicha lancha. Pero aquí, en este mundo remoto, en Trent, por fin logró relajarse. Estaba tranquilo. Se sentía preparado para enfrentarse a la realidad con una animosa confianza.
Al recordar, por poco se despierta. Se le ocurrió que las leyes del planeta Trent se decía eran severas. Los policías tozudos. Era muy probable que cuando abriese los ojos se encontrara en la cárcel, teniendo que pagar una fianza y recibiendo el sermón de un magistrado acerca de la conducta apropiada a un hombre de su edad. Pero recordó sin preocupación que podía pagar todas las multas y que estaba dispuesto a comportarse como un ángel, ahora que se sentía ya desahogado.
El fuerte chasquido se repitió. Le siguió de nuevo el gruñido. Link abrió los ojos.
Algo que parecía como una pared giró lentamente unos seis palmos alejándose de su persona. Un momento más tarde se encontró mirando a una esquina en donde tres muros confluían. No había movido la cabeza. La pared se movió. Otra, más tarde, un cuadrado y un objeto más o menos llano con un paño rojo detonante colocado encima apareció a la vista flotando. Dedujo que era una mesa.
Ahora no estaba de pie, sin embargo. Tampoco yacía en un camastro. Flotaba, sin peso, en medio del aire, en una cabina que quizá tendría tres metros por cuatro y medio, con unos dos y pico de altura. La cosa con el mantel rojo era en verdad una mesa, sujeta a lo que debería ser el suelo. Había sillas. Había un umbral con escalones que no conducía a ninguna parte.
Link cerró los ojos y contó diez, pero el aspecto de las cosas permaneció igual cuando tornó a abrirlos. Antes de su relajación de la noche pasada, tal despertar le habría conturbado. Ahora contemplaba lo que le rodeaba con tranquilidad. Evidentemente no se hallaba en la cárcel. Igual de evidente, no se encontraba en ninguna parte del suelo. La única posible explicación era improbable hasta el punto de la locura, pero tenía que ser cierta. Se hallaba en un navío espacial y no de los lujosos. Este compartimento particular era definitivamente mezquino. Y ante la evidencia de la falta de gravedad, el navío se encontraba en caída libre. No era un estado normal de cosas para encontrarlo al despertar.
Luego se produjo de nuevo el fuerte chasquido, seguido por otro gruñido mecánico apagado. Link trató de deducir el origen de los sonidos. Lo más probable era una válvula de reducción de presión emitiendo aire desde un tanque donde estaba comprimido para mantener una presión inferior en alguna otra parte. Si Link hubiese podido pensar, se le hubiera puesto inmediatamente el cabello de punta. Pero no pudo.
La cabina, moviéndose suavemente a su alrededor, trajo una de sus paredes al alcance de su pie. Dio una patada. Se alejó flotando del techo para chocar contra el suelo en un suave impacto. Se aguantó allí, más o menos, utilizando las palmas de sus manos como ventosas... un sistema muy poco agradable... y llegó al alcance de una de las patas de la mesa. Giró en redondo y se empujó hacia el umbral. Flotó en él en un movimiento lento, se agarró a un peldaño, logró asirse al marco de la puerta y se orientó con respecto a la habitación.
Se encontraba en la camareta de un antiguo y evidentemente pequeño navío espacial. Todo era mezquindad. En donde la pintura no so había desconchado, permanecía en pegotes. El suelo estaba gastado hasta descubrir las planchas de debajo. Había otros signos de descuido. No se había aseado aquella camareta desde hacía mucho tiempo.
Oyó un nuevo sonido creciente y débil. Cesó y volvió a producirse. Venía de encima de su cabeza, en la dirección a la que conducía la escalera. El rumor le llegó una vez más. Poseía ritmo.
Link se agarró a la barandilla y se alzó suavemente hacia arriba. Llegó a un rellano y allí el ruido era mucho más fuerte. Este nivel de la nave contenía camarotes para la tripulación. El sonido procedía de un piso todavía más alto. Ascendió más escalones, flotando como antes.
Llegó a una sala de control que era anticuada y pobre, tenía aspecto de muy dudosa eficiencia. Allí había ojos de buey, cubiertos de escarcha.
Alguien rezongó por encima de su cabeza. Ese era el sonido que había estado percibiendo. Link alzó los ojos y vio al que roncaba. Un hombre pequeño, patilludo, con el ceño fruncido amenazadoramente incluso en su sueño. Flotaba en el aire, como Link había flotado, pero con las rodillas alzadas y las dos manos junto a su mejilla, como si descansase sobre una almohada imaginaria. Y roncaba.
Link reflexionó y luego dijo con buen humor:
— ¡Hola!
El patilludo tornó a roncar. Link advirtió en él algo familiar. Sí. Había participado en el festival de la noche antes. Link recordaba haberle visto con un ceño feroz en uno de sus flancos, mientras el tumulto se incrementaba y las mangueras entraban en funciones.
— ¡Ah, del barco! — exclamó Link con voz potente.
El hombrecillo se sobresaltó, en el mismo centro de un ronquido. Se sofocó y parpadeó e hizo movimientos de estupefacción y, claro, comenzó a girar excéntricamente describiendo semicírculos en el aire. En una de sus vueltas vio a Link. Dijo con malicia:
— ¡Maldición, no te quedes ahí mirando! ¡Bájame! ¡Pero no pongas la gravedad! ¿Quieres que me rompa el cuello?
Link extendió el brazo y le cogió por una pierna. Hizo bajar al hombrecillo hasta el piso firme y le soltó.
— ¡Uf! — exclamó el hombrecillo con viveza—. Estás despierto.
—En apariencia — admitió Link —. ¿Y tú?
El hombrecillo rezongó. Se alineó y se dio un empujón. Flotó por el aire hasta el tablero de control. Se cogió a una esquina. Lo miró y oprimió un botón. Nació la gravedad del navío. Hubo un súbito y ligero sobresalto y luego una serie de saltitos menores, después la estupenda sensación normal de la gravedad y del peso de arriba y abajo. Las cosas bruscamente parecieron más sensatas. No lo eran, pero así lo parecían.
—Siendo curioso — empezó Link —. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?
El patilludo contestó con desdén:
— ¿Dónde estamos? ¿Y cómo voy a saberlo? ¡Esto es cosa tuya!
Su aire creció en truculencia al ver que Link no captaba la idea.
— ¿Cosa mía?
—Tú eres el astrogador, ¿verdad? Así firmaste la noche pasada; tuve que ayudarte a sostener la pluma, pero firmaste. Billete de astrogador, oficial de tercera, y dijiste que podrías astrogar un cubo de agua desde Sirius Tres hasta el Borde sin nada más que una tabla de logaritmos y una regla de cálculo. ¡Eso afirmaste! Dijiste que habías astrogado en un transporte Norse seiscientos años de luz de punta a rabo hasta un puerto después de que la unidad de supe impulsión de la nave cambió de probabilidad. Dijiste...
Link alzó la mano.
—Bueno... ejem... reconozco el estilo imaginativo — confesó con dificultades —. Es mío, me nace en los momentos más exuberantes. ¿Pero cómo me sobrevino... dónde estoy?
—Hiciste un trato conmigo — dijo el hombrecillo con truculencia —. Me llamo Thistlethwaite. Firmaste para trabajar en esta nave, el Glamorgan, y dijiste que eras astrogador y yo hice el trato en esa presunción. En Trent se condena a cuatro años de cárcel por firmar un contrato o actuar como astrogador si no se posee la debida licencia.
—Los que se encargan de la jurisprudencia en Trent son gente muy siniestra — comentó Link —. ¿Y qué más?
—No cobrarás sueldo —continuó el patilludo, con tanta truculencia como antes —. Eres socio de segunda clase en este negocio que empiezo. Accediste a dejar que me ocupase de todas las materias, excepto de la astrogación, bajo la pena de perder todo el dinero que se te deba, que tengas que ganar o que hayas ganado. Es un contrato muy duro. Yo mismo lo redacté.
—Sigo perdido en admiraciones — confesó Link educadamente —. Pero...
—Vamos a un planeta que conozco — continuó muy firme Thistlethwaite —. Otro individuo y yo aterrizamos allí en una lancha espacial después de que nuestro navío naufragó. Hicimos un trato con las... ejem... autoridades. Volvimos a despegar en la lancha espacial. ¡Estaba atestada de una carga muy valiosa! Íbamos a volver, pero mi socio... era el astrogador de la lancha espacial... tomó su parte del dinero y comenzó a celebrarlo. Dos semanas más tarde saltó por una ventana porque pensó que garfios colorados salían de la pared para capturarle. Eso me dejó el único propietario del negocio, pero sin dinero efectivo. También lo había estado celebrando. Así que compré el Glamorgan con lo que tenía y adquirí cargamento para transportar.
—Un estupendísimo navío el Glamorgan — comentó Link con aire de cumplido —. Pero esta mañana me encuentro algo espeso, o esta tarde, o en el momento del día que sea. ¿Cómo encajo en la escena de una empresa comercial a bordo de este espléndido navío que es el Glamorgan?
El patilludo escupió las palabras venenosamente.
—La nave es chatarra — repuso —. No pude conseguir documentos que la permitiesen ir a ninguna parte excepto a un cementerio de naves en Bellaire, para que fuese desguazada. Necesitaba un astrogador y un compañero para que me diera conversación en la sala de máquinas. Creyeron que iba a la chatarrería, pero tuvimos algunas dificultades con los motores y una filtración de aire. ¡Mucha cosa! Así que cuando llegamos a Trent los dos tipos se me largaron. Se arriesgan a pasar dos años de cárcel por quebrantar un contrato concerniente a servicios personales. ¡Infiernos! ¡No creían que llegaríamos a Trent! Deseaban tomar la lancha y abandonar el navío a mitad de camino. ¡Y yo tenía todo el capital invertido en él!
Link miró a su compañero con cierta incomodidad. Thistlethwaite le espetó:
—Así que me quedé atascado en Trent, sin astrogador y con los derechos portuarios amontonándose. Hasta que viniste tú.
— ¡Ah! — exclamó Link —. ¡Vine yo! Sin duda, cabalgando en un caballo blanco y dejando que las damas me besaran la mano. ¿Y luego qué?
—Te pregunté si eras astrogador y tú me contestaste que sí.
—Me sabe mal desilusionar a la gente — dijo pesaroso Link —. Probablemente deseaba alegrarte el día, o la tarde. Lo intenté.
—Luego — prosiguió con altanería Thistlethwaite —, te conté lo bastante acerca de lo que busco y dijiste que era una espléndida aventura, apropiada para hombres como tú y como yo. Dijiste que te unirías a mí. Pero querías luchar con algunos policías más antes de despegar. Yo ya te había sacado de una escaramuza cuando los policías utilizaban por ambos lados las mangueras contra incendios. Te dije que el pelear con un policía supone seis meses de cárcel en Trent. Pero no quisiste escuchar. Incluso después de haberte narrado por qué teníamos que despegar con rapidez...
— ¿Y cuál era ese motivo?
—Los derechos de espaciopuerto — respondió vivaz el hombrecillo —. ¡Al Glamorgan! ¡Derechos de rejilla de aterrizaje! ¡Al Glamorgan! ¡Me quedé sin dinero! Además, faltaba comida y parte de los motores estaban causando dificultades. Compré suministros y los cargué, como hace un hombre de negocios, esperanto regresar algún día y pagarlos. Pero la gente del espaciopuerto comenzó a recelar. Iban a embargar la nave mañana... hoy... y venderla si podían para resarcirse de las facturas del puerto, de la comida y de los recambios.
—¡Comprendo! — exclamó Link —. Y probablemente sentí simpatía por ti.
—Dijiste que era una conspiración contra almas valientes y esforzadas como las nuestras y que sólo pelearías con dos policías más... seis meses que se amontonarían a las otras penas que te podrían corresponder... y luego desafiaríamos a todos esos burócratas y comerciantes y que despegaríamos para perdernos en el universo azul — dijo el hombrecillo sonriendo.
Link reflexionó. Sacudió la cabeza con tenue desaprobación.
—¿Y qué pasó?
—Luchaste contra cuatro policías — respondió lacónico su compañero —. En dos grupos separados, añadiendo un año de cárcel a los que ya se te habían amontonado antes.
—Eso comienza a aparecer como si me hubiese hecho muy impopular en Trent —dijo Link ¿Hay algo más que debiera saber?
—Comenzaron a utilizar sobre ti gas lacrimógeno — le confesó el patilludo —, así que incendiaste un camión de la policía. Para dejar que las llamas despejasen el gas, afirmaste. Eso representaría unos cuantos años más en la cárcel. Pero logré meterte en el Glamorgan...
—¿Y conseguiste que la rejilla nos pusiera en el espacio?— al ver que el hombrecillo sacudía la cabeza, Link preguntó desesperanzado —. ¿Yo conseguí que la rejilla nos lanzase? ¿Nosotros convencimos...?
—No — le interrumpió Thistlethwaite —. Simplemente despegaste. Con los cohetes de emergencia. De la pista del espaciopuerto. Sin permiso. Dejando inflamada esa misma pista — Link parpadeó. El hombrecillo continuó inexorable —: llegamos al espacio a una aceleración de seis gravedades y me imagino que hubieses seguido marchando así hasta que los primeros cohetes se consumieran. Luego bajaste a la camareta.
—Supongo que me había entrado apetito —admitió Link con aire infeliz —. ¿O había algún modo para que pudiera amontonarme sobre mí unos cuantos meses más de cárcel?
—Te pusiste a dormir — dijo el hombrecillo —. ¡Yo no quise molestarte!
Link recapacitó.
—No — estuvo de acuerdo —. Veo que no deseabas molestarme. Tenías intención de dar media vuelta y regresar a Trent, ¿verdad?
—¿Y para qué? —preguntó con amargura el hombrecillo —. ¿Para ir a la cárcel? ¿Y para que ellos vendiesen el Glamorgan para cobrarse los derechos portuarios, etc.?
—Eso mismo, claro — admitió Link —. Pero prefiero creer que no deseabas abandonar a un amigo en apuros, o en la cárcel. De acuerdo. Yo tampoco quiero regresar a Trent. Soy un tipo al que le gusta vivir al aire libre y no me agradaría pasar los próximos dieciocho años entre rejas.
—Veintidós — corrigió Thistlethwaite—. Y seis meses.
—Vaya — terminó Link —. Comprendo. Puesto que soy astrogador trataré de descubrir dónde estamos. Luego me dirás adónde quieres ir. Y después, alguna noche, cuando no tengas nada especial que hacer, me explicarás el porqué. ¿De acuerdo?
—El porqué repuso el patilludo —, es que prometí hacerte tan rico que no pudieses gastar el interés que te produciría el dinero. ¡Y eso que eres un socio de segunda categoría!
—¿Carintos? — sugirió Link.
Los Carintos eran las piedras más recientes y más fabulosas aparecidas en la galaxia. No se podían producir por síntesis — se decía que era el resultado de impactos meteóricos en un mineral especial color melocotón — y eran tan hermosos como raros. Hasta ahora sólo se encontraban en Glaeth. Pero si una mujer tenía un anillo de Carinto, era alguien. Si llevaba un brazalete de Carinto, era una personalidad. Y si tenía un collar de Carinto, gobernaba la sociedad del planeta en el que se dignara a residir. Pero...
—Los Carintos son basura — respondió desdeñoso Thistlethwaite —, comparado con lo que nos espera. Por cada uno de los objetos que trato de comerciar, llevándonoslo del lugar al que vamos, yo consigo cien millones y medio de créditos, de los que más de la mitad son beneficios. ¡Y tendré una carga de esas cosas! ¡Y está todo ajustado! Ahora realiza tu trabajo y yo repasaré las máquinas.
Se encaminó descendiendo la escalera. Llegó primer rellano inferior. En el segundo Link oyó débil chasquido y luego un gruñido mecánico. Al oír el sonido, el hombrecillo aulló furioso. Link sobresaltó.
—¿Qué es lo que pasa?— preguntó ansioso.
—¡Se nos escapa el aire! — rugió el hombrecillo —. ¡Una filtración! ¡Debes haber provocado averías, despegando, así, a tantas gravedades! ¡Todo el aire se nos disipa!
Sus palabras se hicieron ininteligibles, pero resultaban definitivamente profanas. Las puertas sonaron metálicas al cerrarse, cortando en seco su voz. Estaba sellando herméticamente todos los compartimentos.
Link examinó la sala de control del navío. En sus días juveniles aspiró a ser un hombre del espacio. Fue cadete en la Academia Espacial Mercante de Malibú, durante dos cursos completos. Luego la facultad le dejó ir. Le gustaba la novedad y la excitación, y, en ocasiones el tumulto. La Facultad opinaba de manera distinta. Sus notas eran buenas, pero le expulsaron. Así que conocía bastante de astrogación. No mucho, sino lo suficiente para permitirle volver a Trent.
Una puerta se cerró por debajo. La voz del hombrecillo se podía percibir, jurando como un diablo. Sacó algo de alguna parte y la puerta sonó tras él de nuevo, apagando del todo su voz una vez más.
Link reanudó su inspección. Allí estaba el tablero de control, razonablemente fácil de comprender. Aquí estaba el computador, lo bastante sencillo para que pudiese operarlo. Allí estaban los libros de referencia. Un Directorio Galáctico para este sector. La Astrogación Práctica, de Alditch. Y un volumen llamativamente encuadernado de Reglamento del Comercio Espacial. El Directorio era nuevo de trinca. Los otros eran viejos y maltrechos volúmenes.
Link repasó con cuidado el diario de a bordo, que contenía cada rumbo tomado, tiempo transcurrido y, por tanto, la distancia cubierta en pársecs y fracciones de ellos. Sería fácil seguir el rastro del Glamorgan hasta los últimos tres puertos que hubiese visitado, revertiendo las maniobras registradas. Pero eso no parecía prometedor.
Ojeó el Astrogador. Deberían encontrarse a no muchos millones de kilómetros del sol del planeta Trent. Repasaría los datos de Trent que venían en elDirectorio, copiaría sus coordenadas y su movimiento propio, revisaría los polos galácticos y la longitud galáctica cero mediante observación por los ojos de buey y luego se pondría al trabajo delicado en cuanto supiera el destino de la nave.
Accionó el interruptor de los calefactores poniéndolos en funcionamiento, para poder ver por los ojos de buey y observar el sol que brillaba en Trent. Al instante un bramido furioso le llegó desde abajo.
—¡Apaga la calefacción! — rugió Thistlethwaite —. ¡Apágala!
—Pero los ojos de buey están empañados por la escarcha — respondió Link—. ¡Necesito ver lo que hay fuera! ¡Nos hacen falta los calefactores!
—¡Estaba sentado sobre uno! ¡Apágalos!
Una puerta sonó con estrépito abajo. Link se encogió de hombros. Si Thistlethwaite tenía que sentarse en un calefactor, el calefactor no podría encenderse. Se requería un retraso.
No se sentía preocupado. El estado de tranquilidad, de reposo con que se despertó seguía acompañándole. ¡Era natural! Su situación actual podía haber parecido conturbadora para cualquier persona, pero un hombre que acababa de abandonar el planeta Glaeth, con su fauna estrictamente mortífera y su flora, tres cuartos de lo mismo, más las condiciones climáticas haciendo juego con las dos características anteriores, estar a bordo de una nave espacial con filtraciones, de una antigüedad ruinosa, era una incomodidad. Que al navío se le hubiese dado permiso únicamente para viajar hasta el chatarrero para ser desguazado no era motivo de preocupaciones. Que Se dirigiese a una misión misteriosa más bien daba al caso un aspecto interesante. Sin preocupaciones de ninguna índole, Link se sintió encantado al encontrarse en una situación en donde prácticamente podría suceder cualquier cosa.
Pensó satisfecho en no encontrarse en Glaeth. Había animales allí que parecían piedras y se portaban como tales hasta que uno se ponía al alcance de sus zarpas ganchudas notablemente extensibles. Había árboles que dejaban caer gotas de un fluido corrosivo sobre cualquier criatura moviente que les molestara. Había gigantescas cosas valoradoras contra las que la única defensa era ocultarse, y bichos que formaban túneles subterráneos y preparaban trampas en las que cualquier cosa más pesada que un conejo caería al ceder el suelo bajo sus pies. Y estaba el clima. En la zona en la que se encontraban los mejores Carintos no se conocía que hubiese llovido jamás y la temperatura a mediodía, en la estación más favorable, oscilaba por encima de los noventa grados a la sombra. Pero era el único mundo en donde se podían encontrar Carintos. Los buscadores de Carintos que tomaban tierra allí, durante la estación más favorable, claro, a veces se enrique cían. Pero con más frecuencia no. Sólo un cuarenta por ciento de los que desembarcaban al principio de la temporada de prospección podía volver al encuentro de la lancha transbordadora que venía a buscarles. Link fue uno de esos afortunados. Naturalmente, no sintió alarma en el Glamorgan. ¡Si casi se había acostumbrado a vivir en Glaeth! Así que aguardó pacientemente hasta que Thistlethwaite dijo que ya podía encender los calefactores y fundir la escarcha de los ojos de buey.
Comenzó a prepararse para la astrogación. Las coordinadas de Trent entrarían en el computador y luego las del destino del navío. El computador calcularía el rumbo entre ellas y su longitud en pársecs y fracciones de pársecs. Uno conduciría en ese rumbo. Uno podía, si era aconsejable, buscar posibles puertos de arribada en el camino. Link tomó el Directorio para ajustar las primeras cifras. Advirtió una cierta consecuencia lógica en el nuevo del Directorio. Era el único objeto flamante y no desgastado ni sucio de la nave. Pero aún así mostraba una zona gris en el borde de ciertas páginas indicando que habían sido consultadas con frecuencia. La parte gris debería ser una guía para la información acerca de Trent, como último puerto de visita del Glamorgan. Link buscó la página más oscura de todas, satisfecho de sí mismo por mostrar tanta agudeza.
Pero no aparecía Trent en aquella página. Ni siquiera estaba en esa parte del libro. Los titulares del capítulo particular decían: Planetas fuera del macizo entre Huyla y Glaire. Describía un enjambre de sistemas solares que no se encontraban en las rutas normales de comercio y que requerían largos viajes desde los espaciopuertos comerciales si alguien deseaba llegar hasta ellos. Pero las personas rara vez lo ansiaban.
Link miró con fijeza. Encontró señales de que esto había sido consultado por alguien con manchas de aceite de máquinas en los dedos. Una página mostraba evidencias de haber sido leída, releída y requeteleída. El margen estaba tan oscurecido como si un pulgar aceitoso se hubiese posado allí mientras se digería la información. Desde cualquier punto de vista normal resultaba difícil de comprender.
«SORD, decía el Directorio. Seguían después las coordinadas galácticas hasta tres decimales. Sol amarillo tipo terrestre, aproximadamente masa solar 1, 4, muchas manchas en todo momento, espectro...
Los símbolos del espectro se podían pasar por alto. Si uno quería estar seguro de que un sol particular era de tal y tal clase, tendría que tomar una foto espectral y compararla con la del Directorio. De otro modo el espectro era para los pájaros de paso. Link trabajó con las abreviaturas que los libros de referencia y de consulta utilizan para dificultar las cosas.
3.° pl., cred. hab., atm ox., 2/3 mar, ext. normales casq. pol. Sist. nub., hab. est. 1.
Luego venía la parte interesante, en el lenguaje claro que los libros informativos utilizan de mala gana, leyó:
«Este planeta se dice que ha sido colonizado a partir de Surheil 11 hace varios siglos y puede estar habitado pero no se conoce la existencia de ningún espaciopuerto. El único informe del planeta era de un yate espacial de hace dos siglos. El yate se acercó pidiendo permiso para aterrizar y fue amenazado con la destrucción si lo intentaba. El yate tomó fotos del espacio mostrando manchas que podían ser pueblos o las ruinas de algo, aunque esto es dudoso. No se conocen otros aterrizajes o comunicaciones. Cualquier registro que pueda haber existido en Surheil 11 se destruyó en las Guerras Económicas del planeta.»
En la sala de control del Glamorgan, Link se sentía intrigado. Volvió a las abreviaturas y las descifró. Sord era un sol tipo terrestre, amarillo, con una masa de 1,4 soles y muchas manchas. Su tercer planeta se creía habitable. Tenía una dosis de oxígeno, dos tercios de su superficie estaban ocupadas por el mar, el mar era normal y estaban los vulgares casquetes polares y sistemas nubosos de un planeta cuya habitabilidad se calculaba al factor Uno.
Y dos siglos atrás sus habitantes amenazaron con destrozar un yate espacial que quería tomar tierra.
Según Thistlethwaite, el permiso del absoluto desahogo de Link importaba veinte y pico años de prisión en la cárcel. Aún cuando hay sentencias que admiten una reducción, era preferible no volver a Trent. Por otra parte...
Pero no era necesario pensar en eso. Thistlethwaite deseaba con toda evidencia ir a Sord Tres, cuyos habitantes sentían el evidente deseo de que les dejaran en paz. Pero parecían hacer una excepción en su favor. Estaba tan ansioso en llegar allí y tan confiado en una cálida recepción que compró el Glamorgan y lo cargó de mercancías y corrió el infernal riesgo que representaba escoger tal navío. ¡Incluso corrió otro fiándose por la capacidad de Link como astrogador! ¡Pero sería una lástima desilusionarle!
Así que Link copió con cuidado, en el diario de a bordo, las tres coordinadas de Sord Tres y buscó su movimiento solar adecuado y también lo hizo constar en el diario y después incluyó las cifras para Trent en el computador y copió la respuesta en el mismo diario. Parecía la actitud propia de un profesional. Luego rascó la escarcha de los ojos de buey y tomó observaciones del rumbo actual del Glamorgan y volvió al tablero e hizo los ajustes precisos. Estaba en la última etapa, incluyendo los datos recién obtenidos en el diario, cuan do entró Thistlethwaite. Tenía las manos negras del trabajo que había estado haciendo y en cierto modo daba la impresión de un hombre que ha utilizado todo su vocabulario de reniegos y palabrotas y que sigue sin encontrar alivio.
—¿Y bien?— preguntó Link placenteramente.
—Se nos escapa el aire — contestó el patilludo amargamente —. ¡Sale a chorros! ¡Silba y. toca melodías al marcharse! ¡He tenido que cerrar y condenar el muelle de las lanchas! ¡Si necesitamos emplear una estaremos en un apuro! Cuando esté en marcha mi negocio, nunca utilizaré otro navío tan malo como éste. ¡Al despegar has provocado un caos infernal!
—¿Tan mala es la situación?— preguntó Link.
—Cerré todos los compartimentos que permitían el cierre hermético respondió Thistlethwaite amargamente —. Y todavía hay filtraciones en la sala de máquinas, pero no puedo encontrarlas. ¡Por lo menos no las he encontrado ahora!
Link preguntó:
—¿Qué tal andamos de existencias de aire?
—Llené los depósitos en Trent — dijo el hombrecillo —. ¡De haberlo sabido, también me hubiesen querido cobrar por eso!
—¿Podemos aguantar un par de semanas?— preguntó Link.
—¡Podemos aguantar diez! — respondió el patilludo —. Somos uno o dos y podemos cerrarlo casi todo excepto la sala de control y la de máquinas y el camino que las une. ¡Podemos marchar durante diez semanas!
—Entonces todo va bien — repuso aliviado Link. Hizo un ajuste final —. ¿Las máquinas funcionan?
Alzó la vista tranquilo, la mano puesta en un conmutador.
—Con irregularidades — repuso Thistlethwaite —. ¿Qué vas hacer?— preguntó receloso —. No te he dado...
Link estableció el circuito del conmutador. El universo pareció vacilar. Todo semejó volverse del revés, incluyendo el estómago de Link. Las luces en la sala de control disminuyeron hasta casi apagarse. El patilludo murmuró un estrangulado aullido. Esta era la experiencia normal cuando se entraba en viaje de superimpulsión a un número de veces la velocidad de la luz.
Luego, bruscamente, todo volvió a ir bien. Los ojos de buey estaban oscuros, pero las luces recobraron su plena brillante. El Glamorgan estaba en superimpulsión, atravesando el vacío mucho, muchísimo más de prisa que lo permitía la teoría en el universo normal. Pero el universo inmediatamente alrededor del Glamorgan no era normal. El navío estaba en un campo de superimpulsión, lo que en absoluto ocurre en la normalidad.
—¿Qué diablos has hecho?— inquirió furioso Thistlethwaite—. ¿Hacia dónde nos dirigimos? Yo no te dije...
—Conduzco el navío a un lugar llamado Sord Tres — contestó placenteramente Link —. Debe de haber buenas perspectivas comerciales allí. ¿No es donde querías ir?
El rostro del hombrecillo se volvió púrpura. Le miró llameante.
—¿Cómo lo has descubierto?— preguntó feroz.
—Oh, tengo unos cuantos amigos — dijo Link, mintiendo como un bellaco.
El hombrecillo saltó hacia él, murmurando aullidos de furia.
Link cortó la gravedad del navío. Thistlethwaite saldría rebotado del techo. Se agarraría allí, jurando. Link mantuvo la mano cerca del botón gravitatorio. En cualquier instante podía devolver la gravedad e inmediatamente cortarla.
—¡Tate, tate! — dijo Link con aire de reproche —. Qué palabras más horribles. ¡Y yo que pensé que te complacería descubrir que tu socio, haciendo una exhibición de energía y entusiasmo y utilizando su cerebro lealmente para dedicarlo al magnífico negocio comercial que hemos iniciado, había logrado adelantarse a tus deseos!
Capítulo 2
El Glamorgan siguió perforando el espacio. No el espacio normal, claro. En la clase ordinaria de espacio entre soles y planetas y sistemas solares generalmente un navío se ve estrictamente limitado al 98 y pico por 100 de la velocidad de la luz, porque la masa aumenta con la velocidad y la inercia se incrementa con la masa. Pero en un campo de superimpulsión las propiedades del espacio son modificadas. El efecto de la tensión electrostática sobre los aislantes es absolutamente anormal. Y la inercia, en lugar de multiplicarse con la gran velocidad, se convierte tan indetectable como en la velocidad cero. De hecho, la teoría dice que un navío no tiene velocidad en un campo de superimpulsión. La velocidad es el propio campo. El navío es transportado. Cabalga, por así decirlo.
Pero no había por qué meditar en tales abstracciones a bordo del Glamorgan. El efecto de superimpulsión era el mismo como si la nave perforase el espacio a muchas veces la velocidad de la luz. Con toda evidencia, la luz de delante era transportada ascendiéndola una gran cantidad de octavas, en algo tan distinto de la luz como lo es la radiación de onda larga respecto al calor. Esta radiación se veía refractada hacia el exterior del navío por el campo de superimpulsión y, por tanto, quedaba sin efecto sobre los instrumentos o personas. La luz de detrás se quedaba allí. La luz de los lados era también refractada hacia el exterior y se le alejaba. El Glamorgan flotaba tranquilo en un centro tensional del espacio, sin movimiento, insustancial, y tratar de comprenderlo podría producir jaqueca, pero apenas algo que fuese más útil o sensible.
Pero, sin embargo, aunque el Glamorgan en superimpulsión alcanzaba los fines de la velocidad sin necesidad de ella misma, la relación humana entre Link y Thistlethwaite era menos sencilla. El hombrecillo patilludo se mostraba apasionado cerca de su empresa. Link había deducido su ultrasecreto destino y Thistlethwaite estaba molesto por aquella hazaña. Incluso cuando Link le mostró cómo averiguó la existencia de Sord Tres como objetivo de su viaje, Thistlethwaite no se ablandó. Apretó los labios con fuerza. Se negó a dar más detalles acerca de lo que pensaba hacer cuando llegaran a Sord Tres. Link sabía que sólo hasta que tocase en tierra allí, en una lancha espacial, con su compañero y abandonase el planeta llevando una valiosa carga, Thistlethwaite no volvería a ser el mismo individuo alegre y confiado... pero todo dependía de que Link pudiese llevarle I destino apetecido.
A veces, en diversos momentos, sentía dudas. Entonces Link se censuraba a sí mismo por intentarlo. No obstante, Thistlethwaite había elegido alGlamorgan... como navío propio y había llegado hasta Trent con él. Pero había otras ocasiones en que no parecía que la nave pudiese llegar a ningún otro planeta. El libro de a bordo tenía una cantidad incontable de emergencias anotadas en sus páginas mientras el Glamorgan estaba en servicio.
Tenía filtraciones de aire. No intentaron mantenerle la presión interna hasta lo normal de 147 libras. Se quedaron en once, porque perderían menos aire con la presión más baja. Aún así, el hecho de que el Glamorgan tuviera escapes era una sola de sus singularidades. También olía mal. Su sistema de aire estaba remendado y sus generadores sucios y en momentos raros emitía sonidos irregulares sin motivo alguno que ellos pudiesen descubrir. El sistema de presión de agua en ocasiones funcionaba y otras no. La unidad de refrigeración a veces se ponía en marcha cuando no debiera hacerlo y otras no lo hacía cuando lo debiera. Era prudente sondear el termostato varias veces al día, para impedir que las mercancías congeladas se estropearan.
El generador de campo de superimpulsión también era cosa de pesadilla. Link no entendía el procedimiento, pero sabía que un campo no debería mantenerse en resistencia mediante capas externas manuales efectuadas en algunas de las bobinas, con las conexiones apretadas para que hiciese un buen contacto en vez de soldadas, pudiendo por esta razón soltarse en caso de emergencia. Pero se decía que casi todo en la nave era una emergencia. Link ya llegaba a sentir un gran respeto por Thistlethwaite porque mantenía en funcionamiento todo aquel cacharro. Pero estaba algo abrumado ante la idea de que alguien deliberadamente arriesgase la vida viajando en él.
Por último comprendió que la cosa estribaba en que Thistlethwaite era un excéntrico. La galaxia estaba llena de chiflados, cada uno de los cuales tiene misteriosa formación secreta sobre riqueza ilimitada que se puede encontrar en planetas externos inexistentes que contornean soles raras veces visitados, o en las profundidades de los satélites acuosos de las Cefeidas. Pero los chiflados sólo hablan. Su ambición es ser envidiados como hombres misteriosos y de vasto conocimiento. Nunca tratarán actualmente de encontrar los tesoros que pretenden conocer. Si les ofreces proporcionarle un navío y tripulación para cosechar las riquezas que describe con tanto detalle, te pondrá condiciones imposibles. No quiere arriesgarse a que sus sueños se destrocen al tratar de convertirlos en realidad.
Pero Thistlethwaite no era así. Era un chiflado, pero de clase particular. Y por su descripción de la riqueza que les aguardaba, Link consideró que debía estar mal de la chaveta. No había tal tesoro en la galaxia. Pero sí que había estado en Sord Tres y ganó algo de dinero... lo bastante para comprar el Glamorgan y su cargamento... y ahora intentaba regresar. Había contado con Link por necesidad, ya que el Glamorgan tenía que despegar de Trent cuando lo hizo, o no remontaría el vuelo en absoluto. Así que Thistlethwaite no estaba loco. ¡Pero sí era un excéntrico!
Echando chispas, pero resuelto, el hombrecillo trató galantemente de mantener en funcionamiento la nave hasta que su proyecto quedase completo. Desde el principio cuatro compartimentos, además del muelle de lanchas de salvamento, quedaron sellados a causa de que no podían conservar el hermeticismo. Un quinto compartimento perdía media libra de aire cada hora. Thistlethwaite trabajó en ello, rociando de espuma especial las junturas y uniones hasta que descubrió dónde desaparecía primero esa espuma jabonosa. Luego se afanó en aplicar parches. Esto no era el acto de un chiflado que sólo quiere le admiren, se mostraba consistente con la mentalidad extraviada que correría los riesgos más absurdos por llevar a cabo un propósito. Además, cuando después de días de trabajo aún no podía rebajar la pérdida de aire a menos de media libra por día, selló también aquel compartimento. El Glamorgan había sido un cacharro incapaz de nada práctico últimamente. Ahora desplegaba características para hacer que un hombre razonablemente paciente se desplomara y gritara.
Link se ofreció ayudarle en el proceso de sellado. Thistlethwaite le repuso:
—¡Métete en tus asuntos y yo me cuidaré de los míos! —su tono era ácido —. Eres muy listo resolviendo problemas que yo deseo conservar para mí.
—Sólo descubrí cuál era nuestro destino —respondió Link—. No averigüé por qué...
—Para enriquecerte — saltó Thistlethwaite —. ¡Ese es por qué! ¡Yo quiero hacerme rico! Pasé la vida siendo pobre. ¡Ahora quiero tener dinero! ¡Mi primer socio lo consiguió y no pudo aguardar para disfrutarlo! Yo he esperado. No voy a decirle a nadie nada. Sé lo que haré. Tengo talento para el negocio. Jamás tu oportunidad de emplearlo. No tenía capital. Ahora voy a hacerme rico y realizaré cosas que siempre quise efectuar.
Link hizo unas cuantas preguntas más y el hombrecillo se volvió bruscamente sobre él.
—¡Gobernar el navío en su interior es cosa mía, como lo es tuya el rumbo! ¡Déjame estar! No quiero arriesgarme a que sepas lo que yo sé. ¡No deseo correr el riesgo de que calcules que te resultaría más beneficioso engañarme que jugar limpio!
En cierto modo esto significaba agudeza. Hay hombres que con toda naturalidad y sencillamente creen que el camino hacia el beneficio en cualquier empresa estriba en traicionar a sus asociados. El patilludo precisamente formaba parte de este grupo. No estaba seguro de que si Link era uno de los posibles traidores o no. Por eso mantuvo la boca cerrada.
—Eventualmente — dijo Link —, voy a tener que salir de superimpulsión para repasar el rumbo. ¿Estás de acuerdo?
—¡Eso es cosa tuya! —bramó Thistlethwaite—. ¡Ocúpate de tus asuntos y yo lo haré de los míos!
Desapareció, husmeando por el interior de la nave, repasando la presión de aire, pasando largos periodos en la sala de máquinas y volviendo con bastante frecuencia en silencio y secretamente por la escalera a la sala de control para mirar a Link con inveterado recelo.
Eso molestó a Link. Así que cuando decidió que debía romper la superimpulsión para verificar su posición, un asunto dudoso considerando los límites de su conocimiento, no lo notificó a Thistlethwaite. Simplemente cortó la superimpulsión.
Ocurriría meramente un instante de intolerable vértigo y de intensas náuseas y luego la sensación de una caída espiral hacia lo infinito, pero nada más. Esas sensaciones se produjeron. Pero al empezar hubo también un frenético rugido en la sala de máquinas. Y las luces disminuyeron de potencia. Thistlethwaite aulló con furia y se dejó caer a un infierno de arcos azules y de aislamiento chamuscado. En aquella atmósfera increíble de pesadilla tocó algo con un bastón o barra. Se agarró violentamente de una cuerda. Hizo girar una rueda con rapidez. Y los cortocircuitos se anularon. El antiguo sistema de aire acondicionado de la nave empezó a luchar contra el humo y los malos olores.
Necesitó dos días para efectuar reparaciones, durante los cuales no dirigió ni una sílaba a Link. Pero Link, por su parte, tenía trabajo. Efectuaba observaciones y comprobaba los datos con el Practical Astrogator sin cesar. Luego utilizó el computador para que estas observaciones tuvieran significado. Fielmente redactó la nota sobre estos ejercicios en el diario de a bordo. Le ayudaba a pasar el tiempo. Pero cuando la determinación de la posición de la nave por tres métodos distintos dio el mismo resultado, llegó a la sorprendente conclusión de que el Glamorgan estaba actualmente en el buen rumbo.
Se hallaba componiendo un tributo a sí mismo por la hazaña cuando Thistlethwaite entró brioso en la sala de control.
—Arreglé lo que estropeaste — dijo con amargura —. Ya podemos proseguir. Pero la próxima vez que hagas algo, espera a preguntármelo y yo te diré si puedes. Pudiste habernos destrozado.
Link abrió la boca para preguntar cómo podría estar más destrozado el Glamorgan de lo que lo estaba ahora, pero se contuvo. Concertó con Thistlethwaite bajar a la sala de máquinas. Gritó escaleras abajo. Thistlethwaite bramó su respuesta. Link volvió a repasar la dirección del navío, miró de reojo el cronómetro y colocó la superimpulsión.
No pasó nada, excepto el vértigo, la náusea y la sensación de caer en espiral hacia la nada. El Glamorgan volvía a estar en superimpulsión. El hombrecillo entró, frotándose las manos.
—Ese es el modo — dijo con truculencia —, de manejar esta nave.
Link garrapateó un memorándum del instante en que el Glamorgan había entrado en superimpulsión.
—Dentro de dos días, cuatro horas, treinta y tres minutos y veinte segundos — observó —, tendremos que salir de nuevo. Estaremos en alguna parte cerca de Sord, para entonces.
—Sí — repuso receloso Thistlethwaite —, sino tratas de echar sobre mí algo molesto... ya sabes a lo que me refiero.
Link se encogió de hombros. Había empezado a preguntarse últimamente por qué efectuaba este viaje tan misterioso. En parte tenía un buen motivo. La cárcel. Pero ahora comenzaba a mostrarse inquieto. Llevaba el cinturón monedero cerca de su piel y en él guardaba unos pequeños cristales. Había gente que asesinaría entusiasmada por robárselos. Otros le pagarían enormes sumas por adquirirlos. Lo malo era que no tenía idea específica de lo que deseaba hacer con una gran fortuna. Con pequeñas sumas, sí. Podría relajarse. Pero con fortunas... Sintió necesidad de afrontar lo inesperado. Incluso lo excitante.
Pasó un día y definitivamente la impaciencia le dominó. Estaba aburrido. Ni siquiera podía pensar en nada que escribir en el diario de a bordo. No mucho tiempo atrás hubo una chica con la que se sintió romántico. Intentó pensar sentimentalmente en ella. Fracasó. Hacía meses que no la había visto y probablemente se habría casado ya con cualquier otro hombre. El pensamiento no le molestó. Era enojoso que no le molestase. Buscó interés y excitación en los acontecimientos y meditó que se encaminaba hacia un planeta que no había establecido contacto auténtico con el resto de la Galaxia en doscientos años y que luego prometió disparar contra cualquiera que tomase tierra. Era sólo aquel un navío coladero, cuya maquinaria se estropeaba frecuentemente y en cualquier momento podría arder.
En una palabra, Link estaba aburrido.
Pasó el segundo día. Cuatro horas, treinta y tres minutos restaban. Intentó esperar acontecimientos interesantes. No tenía motivos para anticiparlos. Si Thistlethwaite tenía razón, sólo habrían relaciones comerciales en tierra y al poco un intento de llegar a alguna otra parte en el Glamorgan y después...
El patilludo bajó a la sala de máquinas y bramó que todo estaba en su sitio. Link se sentó junto al tablero de control, apoyado en sus codos, de un humor de puro escepticismo. No creía que nada en particular iba a ocurrir. En especial no creía en la historia de Thistlethwaite sobre fabulosa riqueza. Nada había tan valioso como lo que describiese Thistlethwaite. Tales cosas de momento no existen. Pero ya que había llegado tan lejos...
Dos minutos. Un minuto veinte segundos. Veinte segundos. Diez... cinco... cuatro... tres... dos... ¡Uno!
Desconectó el interruptor de superimpulsión. Se produjeron las acostumbradas sensaciones de caída turbadora, vértigo y náuseas. Luego elGlamorgan flotó en el espacio normal y allí había un sol no irrazonablemente lejos y todo el cielo estaba cubierto de estrellas. Link se sentía incluso pesimista acerca de la identidad del sol, pero un espectrofoto lo identificó. Era en verdad Sord. Había planetas. Uno. Dos. Tres. El tercero tenía casquetes polares; parecía que dos terceras partes de su superficie estaban formadas por agua y en general encajaba con la descripción del Directorio. Podía... haber una posibilidad... de que estuviera habitado.
Un tedioso largo tiempo después el Glamorgan flotaba en órbita en torno al tercer planeta a partir del sol. Masas de tierra moteada aparecieron por abajo. Había mares y más masas terrestres.
Thistlethwaite aguardaba en silencio. No podía haber ninguna comunicación con tierra, aun cuando ésta estuviese preparada para comunicarse. El sistema de comunicación del Glamorgan no funcionaba. Link aguardaba a que el hombrecillo identificase su destino. Cuando lo citara, probablemente habría dificultades.
—No hay mapas — dijo Thistlethwaite con amargura en la segunda órbita —. Pedí al Viejo Addison un mapa pero apenas sabía lo que quise decirle. ¡Jamás se molestaron en construirlos! Pero la Hacienda del Viejo Addison está cerca del mar. Cerca de una bahía, con montañas no muy lejanas.
Link no sintió alivio. No es fácil encontrar una señal terrestre de tamaño limitado en un mundo grande desde un navío que circunda el espacio, careciendo de mapas o tan siquiera de un comunicador que funcione. Pero en el cuarto circuito orbital las nubes que primero escondían cierto lugar se habían apartado. Thistlethwaite señaló.
—¡Ahí es! — exclamó, frunciendo el ceño como para cubrir sus propias dudas —. ¡Ahí es! ¡Baja un poco más!
Link aspiró profundamente. Las maniobras para que un navío entre en un espaciopuerto normal son precedidas por la comunicación, proporcionándosele desde el suelo las coordenadas, entrando en posición y aguardando. Luego la rejilla de aterrizaje extiende sus campos de fuerza y deja que el navío descienda. Esto es sencillo, cómodo y seguro. Pero aquí no había rejilla de aterrizaje. Aquí no había información. Y Link carecía también de experiencia.
Efectuó una órbita extra para fijar el indicado punto de aterrizaje en su mente y tratar de reducir la velocidad relativa de su navío y la superficie planetaria. En la séptima órbita del planeta hizo girar la nave de manera que viajase de popa para utilizar así la energía de sus cohetes como freno. Thistlethwaite permaneció en la sala de control, para contemplarlo todo. Agitadamente se masticaba hebras de sus propias patillas.
El navío tocó la atmósfera. Hubo un silbido alrededor que se convirtió en aullido, como si el antiguo casco protestase ante su propia destrucción. Luego hubo golpes y rebotes. Placas sueltas que vibraron en sus remaches y en las soldaduras que todavía permanecían aguantando.
Algo se libertó y golpeó atronador contra otras placas antes de perderse locamente en la nada. Empezó la vibración. Se convirtió en un temblor profundamente ominoso de toda la nave. Link accionó la palanca de los cohetes y la vibración cesó para aumentar cuando las emergencias abajo bramaron. Les dio potencia, y más, hasta que la deceleración hizo difícil resistirla. Luego, pero muy luego, la vibración pareció disminuir muy poquito.
La nave descendió en un viento huracanado de su propio movimiento. Ruidos increíbles sonaban en todas partes. El agujero producido por la plancha que se desgajó desarrolló un tono de órgano que creció con el volumen de un pequeño terremoto terrestre.
La nave siguió adelante. Enfrente estaba el mar azul. Más cerca, las montañas. Había un aspecto arenoso en la superficie del suelo. Las nubes envolvieron el navío que salió por debajo de ellas, bramando, y Link dio a los cohetes más poder de frenado. Pero el suelo todavía parecía ascender a intolerable velocidad. Hizo oscilar el navío hasta que los cohetes no lo soportaron, sino que sólo servían de freno.
Entonces realmente descendió, oscilando. Luchó contra él, aprendiendo a aterrizar mediante la práctica, pero sin tener siquiera una idea clara de cómo realizarlo. Dos veces trató de reprimir su descenso a costa de no insistir en su movimiento hacia la línea de la playa que no parecía tan lejana. Se inició en él la esperanza. Se concentró en conjuntar la velocidad con el panorama huidizo.
Lo consiguió. La nave se volvió casi imperceptiblemente con respecto a los hitos terrestres que podía ver. Algo que tenía un vago parecido con un pueblo apareció, muy abajo, pero no pudo fijarse. El navío de pronto se tambaleó, a menos de dos mil metros de altura. Luego Link, sudoroso, empezó la última etapa del descenso.
Thistlethwaite protestó agitado.
—¡Vi un pueblo! ¡Desciende! ¡Bajemos ahora!
Link cortó los cohetes; la nave empezó a caer como una piedra y de nuevo conectó los cohetes, para volverlos a cortar.
El Glamorgan tomó tierra con un estrépito tremendo. Osciló a un lado y otro, emitiendo unos terribles ruidos de rechinar. Se reafirmó. Se detuvo.
Link se secó la frente. Thistlethwaite dijo acusador:
—¡Pero aquí no es donde debimos aterrizar! ¡Tuvimos que haber bajado junto a ese pueblo! ¡Y ni siquiera es el que yo deseo visitar!
—Pues aquí es donde aterrizamos — repuso Link —, y hemos tenido suerte. ¡No sabes la suerte que hemos tenido!
Se dirigió a un ojo de buey para mirar fuera. La nave había aterrizado en una especie de hondonada, liberalmente salpicada de peñascos de diversas formas y tamaños. Altozanos arenosos, con escasa vegetación en sus laderas, aparecían por todas partes. A pesar de la posición erguida del navío, Link no podía ver por encima de las colinas un verdadero horizonte.
—Iré hasta ese poblado que vimos al bajar — anunció Thistlethwaite con aire importante —, y trataré de enviar un mensaje a mis amigos. Luego nos dedicaremos al negocio. Y jamás ha habido negocio como éste en toda la historia, desde que los hombres dejaron de utilizar arcos y flechas. Quédate aquí y cuida de la nave.
Tomó la única arma del navío, una pistola anonadadora de tamaño grande, se la colgó del hombro. Le daba un aire piratesco. Se puso un sombrero.
—Bueno. ¡Vigila la nave hasta que vuelva!
Bajó las escaleras. Link le vio descender por todos los pisos hasta llegar a la portezuela de salida en una de las aletas de aterrizaje. Desde la sala de control vio a Thistlethwaite dar grandes zancadas hasta lo alto de la colina más próxima, mirar exhaustivamente desde allí y luego alejarse con aires de grandeza y una compostura que indicaba confianza. Desapareció de la vista más allá de la cresta de la colina.
Link descendió también hasta la portezuela de salida. El aire era fresco y notablemente agradable para respirar. Notó que había llegado el momento de que ocurriese algo interesante. Esto no lo parecía. Aquí existía un panorama vulgar de aterrizaje, un cielo corriente y un aburrimiento normal. Se sentó en el alfeizar de la abertura de la portezuela de salida y aguardó sin expectación a que ocurriese algo interesante.
Al poco oyó diminutos chasquidos metálicos. Dos animalitos, muy semejantes a cerdos en tamaño y apariencia, aparecieron trotando a la vista. Sus cascos eran lo que emitían los sonidos metálicos. Vieron al navío y se detuvieron, contemplándolo con fijeza. No parecían peligrosos.
—Hola, vosotros — dijo Link en tono amistoso.
Las pequeñas criaturas desaparecieron al instante. Se lanzaron tras los peñascos, para ocultarse. Link se encogió de hombros. Miró a su alrededor. Al cabo de un poquito vio cómo un ojo asomaba para mirarle detrás de un peñasco. Pertenecía a uno de esos animales como cerdos. Link se movió con brusquedad y el ojo se desvaneció.
Una voz habló, salida aparentemente de la nada. Era desdeñosa.
—¿Nervioso, eh? ¿Asustado?
—Me sentí sorprendido — dijo Link con suavidad —, pero yo no diría que estoy asustado. ¿Por qué tenía que estarlo?
La voz murmuró sardónica:
—¡Uh!
De nuevo silencio. Quietud. Una espesísima vegetación que parecía haber existido allá donde el Glamorgan descendió sobre sus cohetes. Aquellos desparramados pedazos de zona vegetal habían sido convertidos en cenizas por las llamas, pero en el borde de la zona quemada unos cuantos fragmentos, todavía convertidos en brasas, emitían hebras de humo hacia el cielo, que se disipaban por el viento que descendía de las cumbres. En la cresta de la colina en sí un diminuto diablo arenisco giró durante un momento en forma de torbellino y se disipó.
La voz dijo brusca y desdeñosamente:
—¡Ahí estás en la puerta! ¿De dónde has venido?
Link contestó placentero:
—De Trent.
—¿Qué es eso?— preguntó la voz con viveza.
—Un planeta... un mundo como éste — explicó Link.
La voz dijo:
—¡Uh! — hubo una gran pausa. Por fin la voz preguntó —: ¿Por qué?
Link no tenía idea de qué o quién era su invisible interrogador, pero el tono de la pregunta indicaba desdén. Experimentó por su parte que lo más adecuado era mostrarse digno e impresionante. Dijo:
—Eso es algo que sólo debo explicar ante las adecuadas autoridades. El propósito de mi compañero y mío, sin embargo, es por entero admirable. Puedo decir que en un próximo futuro es probable que el aniversario de nuestro aterrizaje sea celebrado como fiesta nacional en todo el planeta.
Después de pronunciar esa afirmación, se sintió admirado. Cualquier cosa se podía deducir de sus palabras, sin embargo éstas nada significaban.
De nuevo el silencio. Luego la voz que dijo quisquillosa:
—¿Celebrada por los uffts?
Aquí Link cometió un ligero pero natural error. La palabra «uffts» que le era desconocida le sonaba mucho a "nosotros" y la tomó por esta última. Dijo profundamente:
—Yo diría que es una deducción razonable.
Mortífero silencio una vez más. Duró un largo rato. Luego la misma voz habló con viveza.
—Alguien viene.
Entonces le llegó el sonido de algo que se escurría detrás de los peñascos. Se percibieron los chasquidos metálicos. Hubo como fogonazos de piel de un rosado blancuzco. Luego las dos criaturas cerdunas aparecieron a la vista, galopando frenéticas desde la cresta de la colina sobre la que surgieron la primera vez. Se disiparon más allá de ella. Link volvió a hablar, pero no hubo respuesta.
Durante largo rato el silencio se extendió sobre la hondonada en la que había posado el Glamorgan. Link habló repetidas veces... con aire indiferente, con seriedad. El silencio parecía casi ominoso. Empezó a darse cuenta de que Thistlethwaite llevaba fuera largo rato. Ya había pasado más de una hora. Debería estar de vuelta.
No vino. Link estaba muy interesado cuando, al cabo de otra media hora, un desfile de improbable importancia vino descendiendo calmoso por la cresta de una colina, compuesto por Thistlethwaite en vanguardia y seguido por los animales como cerdos. Los miembros del desfile contemplaron interesados el navío y continuaron su marcha a un paso tranquilo, sin prisas. Había una docena de hombres, montados en grandes animales con patas y cascos que hubieran sido llamados unicornios, ya que desde el centro de su frente sobresalían flexibles y agudos apéndices en forma de cuerno. Los apéndices parecían desanimados, decaídos. La expresión facial de los animales que los llevaban era de completo cretinismo.
Esa fue la primera impresión. La segunda resultó menos agradable. El jefe de los jinetes llevaba el sombrero de Thistlethwaite... le venía pequeño... y tenía colgada al hombro el arma de Thistlethwaite. Otro jinete llevaba la camisa de Thistlethwaite y un tercero los pantalones del patilludo. Un cuarto lucía sus zapatos, como si fuesen un ornamento, colgando de la silla de montar. Pero de Thistlethwaite mismo no había ni señal.
Todos los recién llegados llevaban largas lanzas, picas, puñales y en su cinto grandes dagas metidas en fundas ornamentadas, con un tamaño de la mitad de una espada normal.
La cabalgata parecía tranquila pero prosiguiendo ominosamente hacia el Glamorgan. Se detuvo, sus miembros mirando a Link con expresión cuyo significado exacto no era fácil decidir. Pero Thistlethwaite se había alejado del navío con la única arma a bordo, un rifle anonadador. El jefe de este grupo lo llevaba, pero sin dar la menor señal de estar familiarizado con él. Link consideró que probablemente podía entrar dentro de la nave y cerrar la portezuela antes de que le pudiese ocurrir nada drástico. También debería descubrir qué le había pasado a Thistlethwaite. Así que dijo:
—¿Cómo están? Hace buen día, ¿verdad?
Capítulo 3
Hubo un movimiento entre los miembros de la cabalgata. El jefe, llevando el sombrero de Thistlethwaite y portando su rifle, miró significativamente a sus seguidores. Luego se volvió a Link y habló con cierta penosa educación. No había ironía en él. Eran sus modales. Se trataba del más cortés de los adultos.
—Me encuentro muy bien, muchas gracias, ejem. Y el tiempo es muy bueno y seguirá siéndolo, aunque no estaría mal una pizca de lluvia — hizo una pausa y dijo con una complicada elaboración —. Soy el Hacendado de la Hacienda que hay más allá. Oímos bajar a su nave y nos preguntamos qué sería. Y luego... ejem... algo pasó y vinimos a echar un vistazo. Jamás habíamos visto un navío como éste antes; sólo que, claro, hay relatos de viejos tiempos en que existían.
Sus modales suponían una enorme dignidad. Llevaba el sombrero de Thistlethwaite y sus compañeros o seguidores todo lo demás que Thistlethwaite portaba en el Glamorgan. Pero ignoró el hecho. Parecía ser como si obedeciese estrictas reglas de etiquetas. Y, claro, la gente que sigue reglas de etiqueta está predispuesto hacia ella incluso en los preliminares del homicidio. Lo que es importante si la violencia está en el aire. Link se aprovechó del hecho conocido.
—Esto no es un navío, en verdad — dijo con aire despreciativo pero de todas las maneras me alegro de que lo hayan visto.
El jefe de la cabalgata se mostraba visiblemente complacido. Frunció el ceño, pero dijo con la misma elaborada cortesía.
—Mi nombre es Harl, ejem. ¿Le importaría darme un nombre por el cual llamarle? No puedo adivinarlo ni calcularlo.
Por el rabillo del ojo, Link vio que dos animales tipo cerdo habían aparecido no muy lejos. Podían ser los mismos dos que viera antes. Estaban agazapados sobre sus cuartos traseros y contemplaban curiosos lo que ocurría entre los hombres. Dijo:
—Mi nombre es Link. Link Denham, de hecho. Encantado de conocerle.
—¡Lo mismo digo, ejem! ¡Lo mismo! — el tono del jefe se hizo cálido mientras hablaba—. Le agradezco mucho, Link, que me haya dicho también el apellido. ¡Y en seguida! Denham... Denham... jamás conocí a nadie de su Hacienda antes, pero recuerdo que es un grupo muy viril. ¿Tiene usted... ejem... algo más que decir?
Link recapacitó.
—He venido desde muy lejos — observó —. No estoy seguro de que sea bien recibido.
—¡Bien recibido! — exclamó el hombre que se hacía llamar a sí mismo Harl. Se mostró radiante —. ¡Oh, tiene usted razón! ¡Muchachos, hemos sido bien recibidos por este Link aquí presente y nos ha dicho su apellido y cuáles son sus modales! ¡Este de aquí es un caballero, no como el otro individuo! ¡Nos está invitando!
Saltó de la silla, colgó el rifle anonadador de Thistlethwaite en el pomo de ésta y apoyó su lanza contra el Glamorgan. Extendió la mano cordialmente a Link. Link la estrechó. Los seguidores de Harl similarmente se despojaron de sus armas. Suavemente estrecharon la mano a Link. Harl dio unos golpecitos a una de las planchas del casco del Glamorgan y dijo con admiración:
—Este es un navío de hierro, ¿verdad? ¡M-mm-m! ¡Jamás vi tanto hierro reunido junto en toda mi vida!
Una voz desdeñosa, procedente de alguna parte, dijo indignada:
—¡Nosotros lo vimos primero! ¡Es nuestro!
—Cállate — contestó Harl con dirección al panorama en general —. Y permanece callado — se volvió —. Ahora, Link...
—¡Lo vimos primero! — insistió la voz furiosa —. ¡Lo oímos primero! ¡Es nuestro!
—Este caballero — dijo Harl con firmeza y volviéndose otra vez al panorama —, quizás esté pensando instalar aquí una Hacienda. ¡Vosotros, los uffts, largaos!
Dos voces, ahora, siguieron insistiendo estridentes.
—¡Es nuestro! ¡Lo vimos primero! ¡Es nuestro! Harl trató de excusarse.
—Lo siento de verdad, Link, pero ya se sabe el carácter de los uffts. ¡Uf... me gustaría pedirle algo en particular!
—Entre — dijo Link. Se levantó.
Harl y sus compañeros — Link pensó en la palabra «séquito», aunque sin motivo especial — se agolparon en la portezuela. Link se mostró alerta e interesado. No comprendía el estado de las cosas, en absoluto, pero los hombres con intenciones agresivas no se desarman. Esos hombres lo habían hecho. Los hombres con propósitos desagradables tratan de lanzar furtivas miradas de uno a otro. Estos hombres no lo hicieron. Si uno ignoraba la presencia de las ropas de Thistlethwaite y de sus aperos y la existencia de Thistlethwaite mismo, la atmósfera resultaba casi insanamente cordial y amistosa y nada preconcebido. Quedaba demostrado más allá de toda objeción que este planeta casi carecía de contactos con otros mundos. Las gentes de las culturas progresivas y con empuje sentían un profundo recelo hacia los desconocidos. Con motivo. Sin embargo, Thistlethwaite...
Link dejó que el grupito le precediese subiendo los escalones dentro de la aleta de aterrizaje y así pudo descender y quedarse fuera antes que cualquiera de ellos bajara y probablemente hasta lograría dejarlos encerrados. Entonces podría armarse y montar guardia, en cuyo caso la falta de amistad podría ser una ventaja. Pero, a pesar de lo que le había sucedido a Thistlethwaite, el aspecto de las cosas no tenían nada ominosas. Los visitantes del navío se mostraban abiertamente curiosos y asombrados de lo que veían.
Comentaron casi con incredulidad que el largo tramo de escalones estaba hecho de hierro. Link, con tacto, no se refirió a los cerrados compartimentos de carga, la lancha salvavidas también estaba cerrada, ni a la ropa de Thistlethwaite usada, con tanta indiferencia, por sus invitados. Pasaron por la sala de máquinas sin reconocer la puerta en lo que significaba. Se quedaron maravillados de que el hierro se mostrase a través de las alfombras rotas y desgastadas del suelo de la camareta y comedor. Se quedaron estupefactos ante las cabinas. Pero la sala de control les dejó completamente desinteresados, excepto en lo tocante a los pequeños objetos metálicos, instrumentos, sujetos al tablero de control y embutidos en las paredes.
El hombre que llevaba los pantalones de Thistlethwaite tomó una profunda bocanada de aire. Miró a los ojos de Link y dijo pensativo:
—¡Señor Link, esto es una cosa muy bonita!
Señaló el cronómetro de la nave. Harl dijo furioso:
—¡Cállate! ¿Qué clase de regalo de invitado has traído? ¡Le ruego perdón, Link, por este individuo! — Miró a su seguidor con ojos llameantes —. ¡Sput! Muchachos, bajad y esperad fuera, para que no me volváis a avergonzar ¡De cualquier forma, yo hablaré confidencialmente con el señor Link!
Sus seguidores, aun utilizando las ropas de Thistlethwaite, descendieron en tropel y salieron. El silencio cayó allá abajo. Luego, Harl dijo:
—Link, siento mucho lo de ese tipo. ¡Admirar algo vuestro para conseguirlo sin hacerle a usted primero un obsequio! ¡Debería echarle de mi casa por sus malos modales! ¡Espero que me perdone por su falta!
—No tiene importancia —dijo Link—. Simplemente se olvidó —era evidente que la etiqueta representaba una gran parte en las vidas de las gentes de Sord Tres. Eso tenía aspecto prometedor—: Me gustaría preguntar...
Harl contestó en tono confidencial:
—Hablemos en privado, Link. ¿Conoce usted a ese individuo pequeño, el de las patillas, que maldice de una manera terrible e insulta a la gente a derecha e izquierda y dice... —su voz adquirió un tono de sorpresa— dice que es amigo del viejo Addison? Un tipo como ese vino a mi hacienda y... quizás usted no lo crea, Link, pero es así... ¡me ofreció pagar por enviar un mensaje al viejo Addison! ¡Ofreció... pagarme! ¡Como si yo fuese un ufft! Le ruego me perdone por preguntar tal cosa, pero estamos hablando en la intimidad. ¿Conoce usted a un tipo así?
—Dirige las máquinas de este navío —repuso Link—. Se llama Thistlethwaite. No sé lo que tiene que ver con el viejo Addison.
—¡Es natural! —se apresuró a decir Harl—. ¡Yo jamás sospecharía nada por el estilo de usted! Pero... ejem... las mujeres dijeron que sus ropas no eran duplicadas. ¿Es eso verdad, Link? Se pusieron como locas tocando las ropas que llevaba. ¿Eran originales, Link?
—No podría decir nada acerca de sus ropas —respondió Link—. Me di cuenta de que sus hombres las llevaban. Me extrañó.
—Pero usted no dijo ni palabra —repuso Harl acaloradamente—. ¡Sí, señor! ¡Tiene usted educación! ¿Pero oyó usted algo como lo que acabo de decirle? ¡Ofrecer pagarme... a mí, a un hacendado... por enviar un mensaje al viejo Addison! ¿No le parece inconcebible, Link?
—¿Es malo? —preguntó Link, parpadeando.
—Les he dicho —repuso Harl—, que le ahorcaran en cuanto hubiesen bastantes personas para disfrutar del espectáculo. ¿Qué otra cosa podía hacer? Pero había oído el ruido que produjo este navío al bajar... ¡Y fue usted, aterrizando aquí! ¡Es una cosa estupenda haber aterrizado, Link! ¡Y lleva ropas que no han sido duplicadas! ¡Si usted instala una hacienda...!
Link le miró con fijeza. Siempre había creído que podría apechugar con lo nuevo e impredecible. Pero esta conversación le había dejado muy rezagado. Notó que sería una buena idea recluirse a sí mismo y conservar la serenidad durante un ratito. Sin embargo, Thistlethwaite...
—¡Cáscaras! —dijo Harl, frunciendo el ceño para sí— ¡Aquí estoy, invitado por usted y sin traerle ningún regalo! Pero en cierto modo usted es mi invitado, porque estas son tierras de mi hacienda. ¡Y no he sido hospitalario! ¡Mire, Link! Enviaré a un ufft con un mensaje para mantener las cosas tal como están hasta que lleguemos allí y podamos contemplar el ahorcamiento con los demás. ¿Qué le parece?
Quizá por primera vez en su vida, Link notó que las cosas eran mucho más inesperadas de lo que pudiera imaginarse. Sólo había una manera de adelantarse a los acontecimientos hasta poder comprenderlos.
—Esa sugerencia —dijo con tono profundo—, es muy consistente con las medidas de emergencia que yo presiento deberían ser sustituidas por los procedimientos aparentemente de operación con referencia a los descorteses viajeros espaciales —vio que Harl le miraba con expresión estupefacta y admirativa, que era precisamente lo que buscaba—. En otras palabras —continuó Link—, sí.
—Entonces, pongámonos en marcha —respondió Harl en tono complacido—. ¡Mire, Link, usted no sólo tiene buenos modales, sino palabras! ¡Tengo que presentarle a mi hermana!
Descendió las escaleras, siguiendo a Link. La situación, probablemente, era grave. Quizá fuese abrumadora. Pero Link se hallaba inquieto ya desde hacía días, por la falta de cosas de interés para su cerebro normalmente activo. Sintió como si le desafiasen. Le pareció que Sord Tres podía convertirse en un lugar interesantísimo.
Cuando llegaron al aire libre, los dos animales como cerdos se habían unido al grupo de espera de unicornios y hombres. Marcharon por allí con el aire acostumbrado de perros que acompañan a un grupo de cazadores. Pero sus no expresiones eran tan amables como la de los canes. Tenían un aspecto claramente malicioso.
—Quiero que alguien lleve un mensaje —dijo Harl con dureza—. Le daré dos cervezas.
Uno de los animales cerdunos le miró desdeñoso. Link percibió una voz que se parecía notablemente al del invisible interlocutor con quien había hablado antes de que llegaran aquellos hombres.
—¡Este es nuestro navío! —dijo la voz con estridencia—. ¡Lo vimos primero!
—No nos lo dijisteis —respondió Harl con firmeza—. Y lo encontramos sin vosotros. Además, pertenece a este caballero. ¿Queréis dos cervezas?
—¡Tirano! —contestó la voz—. ¡Ladrón! ¡Abusón de los pobres! Ladrón...
—¡Cállate! —ordenó Harl—. ¿Tomas el recado o no?
Una segunda voz dijo retadora:
—¡Por cuatro cervezas! ¡Pero vale diez!
—Está bien, sean cuatro cervezas —asintió Harl—. El mensaje es que no cuelguen al tipo patilludo hasta que lleguemos. No tardaremos en hacerlo.
La primera voz desdeñosa inquirió:
—¿Para quién es ese mensaje?
—Para mi hermana —contestó Harl impaciente—. ¡Adelante!.
Los dos cerdunos animalitos iniciaron juntos un galope y marcharon directos hacia la cresta de la colina más próxima. Cuando se fueron, a medida que lo hacían, con voces gritonas acusábanse uno a otro, el primero porque el trato fue de sólo dos cervezas por cabeza y el otro por haberse visto incluido en un convenio fuera de toda razón. Link se les quedó mirando, boquiabierto. Las voces disminuyeron, en su disputa, y finalizaron cuando las criaturas cerdunas desaparecieron. Link tragó saliva y parpadeó. Harl señaló a uno de sus seguidores, diciéndole que se quedase en el Glamorganpara cuidarlo. Eso dejó a una de aquellas bestias de cascos planos para montura que utilizaría Link. Divertido y casi incrédulo, se instaló en la silla a una señal de Harl. Aquella cabalgata completamente improbable se alejó briosa de la espacionave. No era una indiscreción por parte de Link. Un vigilante se quedaba con el navío y Thistlethwaite está en peligro. Link quería sacarle de apuros. También parecía decidido que Link había logrado en cierto modo convertirse en invitado de la hacienda de Harl, cualquiera que pudiese ser esto, y la etiqueta le protegía de cualquier peligro ordinario, mientras no hiciese nada equivalente a ofrecer un pago por que entregase un mensaje, o mejor, mientras no realizase nada equivalente a hacer pagar a Harl por que entregara un mensaje. En cambio, se aprobaba ofrecer pago a los animalitos pequeños como cerdos que...
—Mi compañero de allá —dijo Harl tranquilizador, mientras culminaban un otero y desde lo alto vio otras ondulaciones similares alejándose indefinidamente—, mi compañero cuidará de su navío, Link. Le advertí que no tocase nada, sino que se limitase a mantener alejados a los uffts y que si venía algún humano le dijera que usted es mi invitado.
—Gracias —repuso Link. Luego dijo penosamente—: Esos pequeños y gordos animales...
—¿Los «Uffts»?-preguntó Harl— ¿No los tienen en su país?
—No —negó Link—. No los tenemos. ¡Parece que... hablen!
—Es natural —asintió Harl—. Hablan demasiado, si me pide la opinión. Esos dos se detendrán en el camino y se lo contarán a los demás uffts, hablándoles del mensaje y de usted y de todo. Pero estaban en este mundo antes de que mis antepasados se instalasen aquí. Eran las criaturas más listas del planeta. ¡Muy listas! Pero tiene un orgullo terrible. Poseen cerebro, pero cascos en vez de manos, así que lo único que hacen es hablar. Celebran grandes reuniones, beben cerveza y pronuncian discursos de uno a otro sobre lo superiores que son a los seres humanos, porque no tiene zarpas como nosotros.
El movimiento de los unicornios, de cascos planos, era desagradable. Aquel en que cabalgaba Link movía cada pata independientemente y el resultado era una serie de oscilaciones en diversas direcciones que tenían tendencia a provocar a su jinete el mareo propio de los viajes por mar. Link forcejeó luchando contra esta sensación. Harl pareció sumirse en profundos pensamientos y se le veía triste. Los unicornios no eran animales con cascos duros, así que no había repiquetear alguno. Sólo se percibía el crujido del cuero de la silla y muy ocasionalmente el entrechocar de una lanza o de cualquier otro objeto contra alguna parte metálica.
—Mire —dijo al poco Harl—, me gustaría creer que su venida aquí, Link, tiene significado, o algo por el estilo. Me he estado desanimando bastante, al empeorar las cosas a cada momento. Hubo un tiempo, dicen los viejos, en que los uffts eran educados y respetuosos, obedientes y agradecidos y se mostraban satisfechos de hacer un favor a un humano. Pero en la actualidad no trabajarán para nadie sin un acuerdo acerca de cuánta cerveza se les va a dar por realizarlo. Y la gente vieja dice que solían utilizar ropa sin duplicar y un género mejor que el que tenemos ahora. Y sus cuchillos también eran superiores, lo mismo que las herramientas, y había electricidad y máquinas, de modo que las gentes vivían con comodidad. Pero últimamente se ha hecho cada vez más difícil conseguir que los uffts nos traigan material verde y quieren a cambio más y más cerveza. Se lo digo, no es sencillo ser un hacendado estos días. Hay que alimentar a la gente y vestirla y soportar el parlotear de las mujeres y ver cómo los hombres se ponen tristes si los uffts se echan atrás y se ríen y discuten uno con otro sobre el tema de que son más listos que nosotros. Se lo aseguro, Link, llegó el momento de que ocurra algo, o las cosas se pondrán tan mal que no podremos soportarlas.
La cabalgada prosiguió y la voz de Harl continuó como antes. Lo que deploraba le resultaba bastante confuso y era evidente que las responsabilidades en un universo imperfecto le causaban mucha pena, de la cual estaba perfectamente consciente.
Link captó una idea de vez en cuando, pero la mayor parte de la melancolía de Harl se refería a las condiciones que éste daba como normales, pero que Link no conocía. Por ejemplo, estaba en la idea de que era infamante pagar o ser pagado por algo que se hiciese, excepto en el caso de los uffts. En ningún otro planeta había oído Link que el comercio se considerase deshonesto. No conocía a nadie ni a nada, con respecta a mundos, donde el trabajo no se realizase gracias a intercambio de salarios. Y allí había, de manera irrelevante, el asunto de las ropas de Thistlethwaite. No eran «duplicado». ¿Pero qué era «duplicado»? Por todas partes, claro, los buenos tiempos pasados eran alabados por los que lograron sobrevivirlos. Pero cuando la ropa era duplicada resultaba inferior y las herramientas también inferiores, y ya no había electricidad ni tampoco máquinas.
Link entonces casi hizo la pregunta. Los antecesores de Harl y sus seguidores colonizaron este planeta procedentes del espacio. Por naves. Era inimaginable que no tuviesen electricidad, motores y máquinas. ¡Y cuando se conoce el modo de hacer cosas y éstas se necesitan, se fabrican! ¡El modo de fabricarlas no se olvida! ¡No es tan sencillo! Pero, según Harl, habían tenido aquellas cosas y las perdieron. ¿Por qué?
Harl siguió murmurando, con una especie de infelicidad resignada. La situación en Sord Tres era mala. Esperaba que la llegada de Link pudiese ayudar, pero no parecía probable. Citó diversas maneras en las que el tiempo pasado había sido mucho mejor. Citó asuntos en los que la deterioración se había producido llanamente muy a la larga. Pero no dio ninguna pista acerca de lo que pudiese haberlas empeorado, excepto que todo lo que fuese duplicado era inferior y todo estaba duplicado. ¿Pero qué era el duplicar...?
Culminaron una ondulada colina. Debajo de ellos el terreno se abría conturbado. Un número ilimitado de cuevas y pozos rompía su superficie, con pilas de tierra y piedras como evidencia de excavación subterránea. Un número increíble de criaturas cerdunas de piel rosada parecía vivir allí.
—Esto —dijo Harl incómodo—, es una ciudad ufft. Resulta más corto para volver a la hacienda, si la cruzamos. Darán un buen escándalo, pero no harán más que gritar diciendo que los humanos les invaden. Siendo uffts, sin embargo, y conociendo esos dos que yo envíe por delante que es usted extranjero, quizá hagan una exhibición extra de alboroto.
Link se encogió de hombros.
—¡Vosotros, amigos, no prestéis atención alguna a lo que digan! ¿Me oís? ¡Ignorarles!
El grupo siguió cabalgando y descendiendo por la ladera hasta entrar en la metrópolis ufft. Los unicornios de patas planas marchaban singularmente, eludiendo los innumerables agujeros que eran exactamente lo bastante grandes para permitir que los adultos se asomasen, entraran y salieran con gran rapidez. De haber conocido Link a los perritos de la pradera habría dicho que eran estos una versión mucho más ampliada de una ciudad de aquellos roedores. Los hoyos estaban colocados absolutamente sin sistema, aquí y allá, por todas partes. Los uffts se sentaban en los umbrales, por así decir, y miraron a animales y hombres con desdeñosa desaprobación. Le pareció a Link que le contemplaban con una atención especial y con no demasiada cordialidad.
Una voz desde alguna parte de las hondonadas, gritó:
—¡Humanos! ¡Bah! ¡Aquí hay uno nuevo! ¡Pthth-th! —Era un pitido tipo Bronx. Otra voz dijo glacial:
—¡Ladrones! ¡Rateros! ¡Humanos!
Una voz gritó con agudeza:
—¡Opresores! ¡Tiranos! ¡Granujas!
Los seis jinetes, incluyendo a Link, mantuvieron la vista fija en la distancia. Dejaron que las monturas siguiesen el camino más apropiado. Las voces desdeñosas aumentaron su clamor. Los uffts, se parecían terriblemente a los cerdos, asomaron de sus madrigueras prácticamente bajo las patas de los unicornios y gritaron enrabiados.
—¡Eso está bien! ¡Eso está bien! ¡Pisoteadnos! ¡Mostradnos al extranjero! ¡Pisoteadnos!
Los uffts parecían hervir en torno a la masa de unicornios. Desaparecían de la vista a medida que las patas de los animales se les acercaban y luego se asomaban de inmediato tras ellos, con gritos de rabia.
—¡Tiranos! ¡Opresores! ¡Extranjero, cuenta a la Galaxia lo que estás viendo! —luego otros gritos confusos—. ¡Adelante! ¡Aplastadnos! ¿Os da vergüenza dejar que el extranjero lo vea? ¿Es eso lo que queréis hacer?
Hubo un coro de voces ufft a poca distancia. Uno de estos seres, sentado rígido sobre los cuartos traseros, agitó una pata delantera para dar cadencia a los gritos corales, que decían:
—¡Hombres, iros a casa! ¡Hombres, iros a casa! ¡Hombres, iros a casa!
Harl miró a Link con aire infeliz.
—Jamás tuvieron modales, Link. Pero esto es peor de lo que yo viera antes. Quizá al ver esto piense usted mal de nosotros, siendo extranjero. Lo siento mucho, Link.
—Los humanos parecen muy poco populares —comentó Link—. Sin embargo, no les tienen miedo.
—No puedo permitirme el lujo de ser duro con ellos —admitió Harl—. Les necesito para que nos traigan el género verde. Ellos lo saben. Trabajan cuando se dan cuenta de que necesitan cerveza. Consiguen el bastante licor para una fiesta y entonces pronuncian discursos sobre lo raros que son y lo estúpidos que somos los humanos. Si tratase de hacerles actuar de manera respetuosa, irían a buscar su cerveza a otra hacienda y ya no tendríamos más género verde. Y ellos saben que yo lo sé. ¡Así que se muestran muy frescos y atrevidos!
—¡Sí! —gritó una voz casi debajo de ellos— ¡Humanos! ¡Los humanos tienen zarpas! ¡Los humanos tienen manos! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza!
Los unicornios siguieron su marcha, sus flácidos cuernos del revés pendiendo y agitándose. Treparon por montones de tierra y piedras y bajaron a nivel del suelo entre las madrigueras y luego culminaron otros montículos. Su marcha era increíblemente desagradable. El clamor de los uffts se incrementó. El tumulto era lo bastante fuerte, pero la ciudad ufft se extendía durante largo trecho. Le pareció que a muchos kilómetros a derecha e izquierda se producían chillidos, uffts de piel rosada galopaban sobre sus rollizas patas para unirse a los insultos al grupo humano.
—¡Sí! ¡Sí! ¡Humanos! ¡Hombres, iros a casa! ¡Esconded vuestras zarpas! —un grupito pequeño gritó a coro—: ¡Los uffts volverán a crecer! ¡Los uffts volverán a subir! —Sin embargo otro grupito gimió, rugió, casi con voces quejosas— ¡Abajo las haciendas! ¡Abajo los tiranos! ¡Abajo los humanos! ¡Arriba los uffts!
La cabalgata era el centro de un móvil rugido. Al principio había habido espacio libre entre las patas de los unicornios. Pero los uffts procedían de otras direcciones, gritando y maldiciendo. Enjambres de cuerpos rotundos aparecían por entre los montones de tierra excavada y piedras y se unían a otros enjambres y se agrupaban cuerpo con cuerpo cada vez más cerca de lo s hombres montados. Algunos eran incapaces de apartarse y se metían en las madrigueras para evitar ser pisoteados. Pero de inmediato asomaban detrás de los unicornios y gritaban insultos. Luego uno asomó directamente por debajo del unicornio y la pata almohadillada de la bestia le hizo rodar por los suelos, gruñendo, pero ileso y entonces el estrépito alcanzó el máximo.
—¡Sucios humanos! ¡Tiranos! ¡Ahora nos matáis!
—Sujétese fuerte en su silla, Link —aconsejó Harl con amargura—. Dentro de un minuto empezarán a morder las patas de los unicornios. ¡Serán el diablo! ¡Echarán a correr nuestras monturas y usted no querrá que le desmonten! ¡Y menos entre estos uffts!
Link tomó las riendas y estuvo atento a cualquier variación en la marcha. Era extranjero y en parte esta demostración se hacía en su honor. Conocía algo acerca de manifestaciones. Un detalle, por ejemplo: Siempre se veían atraídas de manera casi irresistible ante la perspectiva de nuevas audiencias. Pero hay otra y profunda debilidad en la psicología de las multitudes. Cuando se está alejado del comportamiento cuerdo, gusta que se le diga lo inteligente que es.
—¡Amigos míos! —bramó Link, con una voz estupenda y retórica—. Amigos míos, en mi nave conversé con dos representantes de vuestra culta y brillante raza, que me llenaron de un respeto cada vez creciente por vuestra reconocida intelectualidad.
Hubo un ligero disminuir del tumulto próximo. Algunos uffts habían oído las palabras agradables. Escucharon.
—Pero esta conversación no es necesaria —anunció Link con magnanimidad—, para informarme de vuestra brillantez. En mi planeta patrio el intelecto de los uffts de Sord Tres ya se ha convertido en un lugar común. Cuando un problema difícil se presenta, seguro que alguien dice: «¡Ah, si pudiéramos preguntárselo a los uffts de Sord Tres, ellos lo resolverían!
Los uffts más próximos definitivamente habían callado. Sisearon para que hiciesen lo mismo los que estaban detrás. Luego gritaron a Link que prosiguiera. Aún hubo voces sobre atropello y abuso, pero procedían de muy lejos.
—Así que vine aquí —anunció Link con tonos sonoros—, para llevar a cabo un propósito que, si se cumple, hará probable que el aniversario de mi llegada se celebre por toda la superficie de por lo menos un planeta. Amigos míos, os convoco para que deis cuenta de esto. ¡Os convoco para que la causa de este regocijo esté indudablemente ligada con la modificación del futuro en todas las actividades intelectuales! ¡Lo que comportará para vosotros una permanente orientación ufft en las racionalizaciones más abstrusas de los intelectuales de la galaxia! ¡Yo os convoco, amigos míos, para dar a los otros mundos el beneficio de vuestros cerebros!
Hizo una pausa. Comprendía que Harl escuchaba asombrado y sin entenderle. Podía ver por el rabillo del ojo que los otros hombres detenidos parecían intranquilos y divertidos, pero los uffts al alcance del oído vitorearon. Los que estaban lejos, para poder escuchar con claridad trataban de silenciar a los que tenían detrás. Vitorearon por hacer que la audiencia escuchara. Link hizo una reverencia ante los aplausos.
—Os traigo —bramó con un estupendo gesto—, os traigo un problema filosófico, que es también lógica y sofística, que las mentes más grandes de mi planeta patrio no han sido capaces de resolver. He venido a pedir a los uffts de Sord Tres que utilicen sus intelectos superlativos sobre esta abrumadora cuestión intelectual. ¡Tiene que haber una respuesta! Pero si la hay ha estado eludiendo a los cerebros más grandes de mi sistema patrio. Así que pido a los uffts de Sord Tres se conviertan en los pedagogos de mi mundo. ¡Sois nuestra única esperanza! ¡Pero yo no tengo una sola esperanza! ¡Yo tengo confianza! ¡Estoy seguro de que el intelecto ufftiano encontrará la respuesta que iniciará una nueva era en los procesos intelectuales!
Hizo otra pausa. Hubo más vítores. La mayor parte de las ovaciones venían de los uffts que aplaudían porque otros uffts estaban aplaudiendo.
—¡El problema —dijo Link de manera impresionante, y con un amplio volumen—, el problema es éste! Ya sabéis lo que son los patilludos. Ya sabéis lo que es afeitarse. Ya sabéis que un barbero es un hombre que afeita las patillas de otros hombres. Ahora, hay una hacienda en la que existe un barbero. Afeita a todo el mundo de la hacienda que no se afeita a sí mismo. No afeita a nadie que se afeite de por sí. El problema ineludible es: ¿Quién afeita al babero?
Se detuvo. Miró muy serio a todas las partes de su público.
—¿Quién afeita al barbero?-repitió dramáticamente—. ¡Considerad esto, amigos míos! ¡Discutidlo! ¡Ha abrumado a los filósofos lógicos de mi mundo natal! ¡Os lo he traído a vosotros en completa confianza de que, sin prisa y tras examinar cada aspecto de la situación, penetrareis en sus complejidades y encontrareis la única solución verdadera! ¡Cuando la hayáis encontrado regresaré a mi mundo patrio llevando el triunfante resultado de vuestros cerebros y un nuevo campo de investigación intelectual se abrirá para las mentes de todas las generaciones futuras!
Realizó un gesto de finalidad. Ahora sí que los vítores eran fuertes. Link era un desconocido. Había abrumado a los uffts y los que se hallaban cerca de él estaban encantados por este tributo y los que estaban más lejos le vitorearon porque lo hacían los que tenían delante, lo mismo que ocurría con los que quedaban atrás...
—Continuemos la marcha —dijo Link lacónico.
La cabalgada reanudó su progreso. Pero ahora habían grupos de uffts corriendo junto al unicornio de Link, vitoreándole de vez en cuando y comenzando a discutir entre ellos a grandes gritos sobre si el barbero se afeitaba a sí mismo o no lo hacía, y si lo hacía, ¿por qué? Y si no llevaba patillas él no tendría que afeitarse y por tanto tendría patillas...
Los angulosos y feos unicornios volvieron con su trote acamellado cruzando las restantes pilas de tierra en las madrigueras de la ciudad ufft. Tras ellos, el zumbido de una discusión comenzó a crecer. Los uffts, a millares, discutían vivamente el problema del barbero. El afeitaba a todo el mundo que no se afeitaba de por sí. El no afeitaba a nadie que se afeitase. Por tanto...
Harl cabalgó en algo parecido a un ceñudo estudio durante largo rato y después de que la metrópolis ufft quedó atrás. Luego dijo con pesadez:
—Uf... Link, ¿seguro que vino usted aquí a hacer a los ouffts esa pregunta?
—No —admitió Link—. Pero me pareció una buena idea efectuarla.
Harl meditó largo rato. Luego dijo:
—¿Para qué vino aquí, Link?
Le tocó a Link el turno de meditar. Repasando el asunto desapasionadamente, no encontraba ningún motivo claro. Una cosa le llevó a otra y aquí estaba. Pero un carácter serio como Harl quizá encontrase la verdad difícil de comprender. Así que Link dijo con un estupendo aire de pesar:
—Se lo diré, Harl. Había una chica llamada Imogene...
—¡A, ja, ja, ja! —se apresuró a decir Harl apenado—. Empezaba a preocuparme por usted, Link. Es mi invitado y todo eso, pero aquel tipo patilludo que maldice tanto y me insultó vino en la espacionave en su compañía. Y el discurso que hizo a los uffts... no lo entiendo, Link. No lo comprendo. Me parece usted un buen muchacho, pero soy un hacendado y tengo responsabilidades. Y empiezo a pensar que con los tiempos actuales, los uftts animándole como lo hicieron y con todas mis otras dificultades...
—¿Qué? —preguntó Link.
—Me sabe mal decirlo, Link —murmuró con tono excusativo—, no me parece una cosa muy viril, pero con honradez creo que sería mejor que lo colguemos a usted junto al tipo patilludo que quería enviar un mensaje al viejo Addison. No me gustaría hacerlo, Link, y espero que no lo tome como una prueba de falta de delicadeza, pero creo que será mejor colgarles a los dos para evitar jaleos.
Los seguidores de Harl se reagruparon, dejando a Link encerrado de manera que no tuviese posibilidades de escape.
Capítulo 4
Llegaron al poblado que Harl señaló con el comentario de que era su hacienda. Entraron a caballo y había muchas mujeres y chicas a la vista. 1 iban complicadamente vestidas con ropas a la vez increíblemente brillantes y con grandes series de remiendos. Pero sólo había visibles unos cuantos hombres. No se veían perros, como es propio en toda pequeña zona de población humana, pero había uffts en las calles vagando enteramente a su antojo. Una vez la cabalgata se cruzó con dos de ellos, sentados en cuclillas, en la misma posición que lo hacen los cuadrúpedos, aparentemente sumidos en una satisfactoria conversación. Alcanzaron a una carreta cargada con una mezcla notable de hojas, semillas, raíces, hierba y toda clase de restos similares. Parecían como los desperdicios de un trabajo de agricultura, que se dirigían o bien para formar un montón de abonos compuestos, al pudrirse con el tiempo, o en busca de un lugar en donde desembarazarse de ellos. Pero había cuatro uffts tirando de la carreta, unidos a ella mediante un atalaje de cuero que sostenían con los dientes. Parecía, de algún modo, una especie de empresa personal de los uffts, que ellos mismos desempeñaban.
A poca distancia había carreta similar arrimada a una amplia puerta del mayor de los edificios del poblado. Esa carreta estaba vacía, pero un hombre con un sorprendente traje coloreado, aunque remendado, estaba colocando dentro botellas de plástico. El contenido parecía cerveza. Un ufft supervisaba la carga, contando en voz alta con voz sardónica como si ostentosamente manifestara que no sería fácil engañarle. Otros tres uffts aguardaban a queja tarea estuviera completa.
La cabalgada se detuvo delante de una gran entrada a este edificio mayor. Harl desmontó y dijo con tono tenso:
—Aquí vivo. No tengo más remedio que colgarle, Link, pero no es preciso encerrarle. Acompáñeme. Mis amigos estarán vigilando todas las puertas y ventanas. No podrá escapar, sin embargo, casi desearía que lo hiciese.
Los otros cuatro jinetes desmontaron. Evidentemente no se había manifestado ningún cambio en el estado de Link, desde el ser invitado bien acogido de alguien al que parecía luego lamentablemente necesario ahorcar, pero después de la decisión de Harl sus servidores había tomado medidas con indiferencia para impedir que escapase. Resultaba imposible efectuar una intentona ahora, ni tampoco era aquel el lugar más apropiado para ello.
Link se dejó caer al suelo. Durante toda su vida, hasta ahora, ansiaba lo nuevo y lo inesperado. Pero jamás se le ocurrió en toda su vida la perspectiva de terminar ahorcado. En cierto modo, sin comprenderlo, daba por asentado que jamás pasaría por tal trance. Nunca experimentó la necesidad de elaborar motivos sólidos contra el proyecto de ahorcarle. Pero Harl parecía hablar del todo en serio. Su aire de pena sobre la necesidad parecía sincero y Link asombrosamente creía que necesitaba unos cuantos buenos argumentos. Los necesitaba que fueran buenos y rápidos.
—Entre —dijo Harl con tristeza—. ¡Jamás tuve nada que tanto me molestase, Link! Ni siquiera sé qué es lo más adecuado y viril para resolver el asunto de su navío. Usted no me lo ha regalado y me recibió bien en su interior, así que quedaría deshonrado si me apoderase de él. ¡Pero es la mayor cantidad de hierro que ví jamás! Y las cosas indican una alarmante escasez de hierro, como de muchas otras mercancías. Tengo que meditar mucho.
Link le siguió, atravesando las enormes y amplias puertas. Parecía una entrada ceremonial. Dentro había un espléndido vestíbulo lleno de cortinajes que algún tiempo resultaron impresionantes. Eran una masa de bordado desde arriba abajo Y el efecto original debió haber sido de sincero esplendor. Pero ahora eran antiguos y lo mostraban. Al final del vestíbulo había una grandiosa silla con dosel, como un trono, instalada sobre un estrado. Parecía la silla de un presidente. Todo el efecto era de una grandeza como descolorida. El efecto actual está mucho más manifiesto por los paneles eléctricos que evidentemente no funcionaban y por los uffts tendidos y durmiendo cómodamente en el suelo.
—La mayor parte de mis siervos está fuera. —dijo Harl preocupado—. Un ufft vino ayer con un poco de hierro crudo y dijo que habían encontrado el mayor depósito que se hallara jamás. ¡Pero no se puede uno fiar de los uffts! Quería mil botellas de cerveza por enseñarnos dónde estaba y cinco botellas por cada carga que nos lleváramos. Así que envié la mayor parte de mis siervos a buscarlo por sí mismos. El ufft creería que era un truco muy inteligente para sacarme mil botellas de cerveza por nada y luego reírse de mí.
Uno de los uffts en apariencia dormidos bostezó con deliberación. No fue un gesto exactamente despreciativo, pero tampoco respetuoso.
Harl frunció el ceño. Dirigió la marcha pasando junto al sillón del trono y entró por una pequeña puerta que quedaba más allá. Aquí, bruscamente, se volvían a encontrar al aire libre. Y aquí, en un espacio cuadrado de quince metros de lado, había un jardín absolutamente sorprendente. Dejó a Link admirado porque le hizo darse cuenta de que ningún momento de su viaje desde el aterrizado Glamorgan hasta el pueblo había visto señal de tierra cultivada. Existía poquísima vegetación de cualquier índole. Retazos aislados de verde aparecían en trecho, quizá, pero nada más. No había campos cultivados, ni cosechas, ni agricultura de ninguna especie. Literalmente no se cultivaba comida alguna al exterior del pueblo para alimentar a sus habitantes. Pero aquí, en un espacio de menos de veinte metros en diagonal había un retazo de tres metros de trigo y otro de dos metros y medio de maíz y una fila de tubérculos que parecían patatas. Cada centímetro cuadrado estaba cultivado. Había filas de plantas todavía no identificables. Se veía una huerta, como un pañuelo, de lechugas, o cosa similar. Se trataba de un huertecito, muy productivo, pero a escala tan pequeña que apenas mejoraría la dieta de una sola familia reducida. En un rincón había un manzano mostrando unas cuantas frutas, pequeñas y probablemente agusanadas, en su ramas. Había otro árbol que no tenía aún edad para dar fruto, pero Link desconocía a qué especie pertenecía.
Y había una chica con una regadera, cuidadosamente rociando de agua una fila de vegetales.
—Thana —dijo Harl, turbado—. Te presento a Link Denham. Vino en, ese ruido que oímos hace un rato. Era una nave espacial. El patilludo también vino en ella. Voy a tener que colgar a Link con el otro... me sabe mal hacerlo, porque parece buen chico... pero pensé que hablases antes con él. Viniendo de tan lejos, quizá te dijese alguna de esas cosas que siempre ansías saber.
Volviéndose a Link añadió:
—Esta es mi hermana Thana. Dirige este huerto y no muchas haciendas comen tan bien como comemos en la mía. ¿Ve aquel manzano?
Link dijo:
—Muy bonito —y estudió con cuidado la chica. En esta época de sus asuntos no quería dejarse pasar por alto ninguna posibilidad. Hubiera sido bonita si hubiese tenido una expresión menos apenada. Pero no sonrió cuando clavó los ojos en él.
—Será mejor que hables con ese hombre de las patillas —dijo con seguridad a su hermano—. He tenido que hacerle enjaular.
—¿Por qué no te limitaste a poner a un tipo a vigilarle?-preguntó Harl—. Aun cuando un hombre vaya a ser colgado, resulta de mala educación no dejarle que viva cómodo.
La chica miró a Link. Estaba turbada. Se apartó un poquito. Harl se le acercó y ella le informó de algo en tonos bajos. Harl dijo, con aire de vejación:
—¡Cáscaras! ¡Jamás oí tal cosa! ¡Yo... jamás... oí tal cosa! Link, voy a pedirle que me haga un favor.
Link se encontraba en un estado de máxima confusión. Parecía previsto que estaba enfrentándose a una experiencia muy indeseable. La horca. Pero no se le ahorcaba como a un criminal. Harl, de hecho, parecía sentirse bastante arrepentido y deseaba a Link bien en todo excepto en continuar su existencia. Pero ahora regresó a Link, muy furioso.
—Voy a pedirle, Link —dijo indignado—, que vaya a ver a ese tipo de las patillas y le diga que mi paciencia tiene un límite. ¡Me insultó y eso puede pasar! Lo ahorcaré por el insulto y así terminará todo. ¡Pero dígale que se comporte bien hasta que le ahorquen! Lo que no aguanto es que intente enviar un mensaje a mi hermana... mi hermana, Link... ofreciendo pagarla por mandar aviso al viejo Addison, eso, repito, ¡no lo soporto! ¡Le van a ahorcar por haberme hecho a mí tal propuesta! ¿Qué más quiere?
Link abrió la boca para sugerir que quizás Thistlethwaite quería por eso enviar aviso al viejo Addison. Pero no le pareció prudente.
—Véale —continuó Harl en su arrebato de ira—. Si fuese yo, probablemente le haría ahorcar en seguida y todos mis servidores que no lo verían opinarían que me mostré poco viril al no aguardar. Así que, ¿querrá hablar con él?
Link tragó saliva. Luego preguntó.
—¿Cómo lo encontraré?
—Siga adelante —dijo Harl señalando—, y pida a un ufft que le acompañe. Hay algunos uffts por aquí. Pídaselo a cualquiera de ellos.
Volvió con su hermana. Link se encaminó hacia la puerta indicada. Oyó a Harl, a su espalda, decir furioso:
—¡Cáscaras, si no se porta bien...! ¡La horca es demasiado buena para él!
Pero entonces Link cruzó la puerta y ya no oyó más. Los uffts en su propio poblado se mostraban despreciativos hacia Harl. Pero correteaban por su casa y dormían en su suelo y el señor indudablemente lo toleraba. Se encontró en un pasillo con puertas a ambos lados y otra extraordinariamente maciza al extremo. Se le ocurrió que se hallaba en el mismo caso que Thistlethwaite, aunque Thistlethwaite había intentado enviar un mensaje mientras que él únicamente dirigió un discurso a los uffts. Buscó a tientas algo que diese sentido a la situación.
Un ufft dormía tranquilamente en el pasillo. Era como un cerdito pequeño. Parecía como si pesase unos treinta kilos, con la piel rosada bajo un pelo corto que le cubría por completo. Link agitó a la criatura con el pie. El ufft se despertó con un grito convulsivo y un asustado batir de cascos.
—¿Dónde está la cárcel?-preguntó Link. Acababa de darse cuenta de que no podía hacer planes para sí mismo, a solas, puesto que Thistlethwaite estaba en el mismo apuro. Eso dificultaba todavía más las cosas.
El ufft preguntó malhumorado:
—¿Qué es una cárcel?
—En este caso la habitación en donde está encerrado el hombre que hay que colgar —dijo Link—. ¿Dónde se encuentra?
—No hay ninguna —dijo el ufft más malhumorado que antes—. Y no está encerrado en ninguna habitación. Sino en una jaula.
—¿Entonces, dónde está la jaula?
—A su alrededor —contestó el ufft, con aire de extrema malicia—. Sólo porque vosotros, los humanos tengáis zarpas no os da derecho a despertar a la gente cuando descansa.
—¡Tú! —saltó Link—. ¿Dónde está esa jaula? El ufft retrocedió asustado.
—¡No lo hagas! —protestó nervioso—. ¡No me amenaces! ¡No me pongas furioso!
Comenzó a retroceder todavía más. Link se le aproximó.
—¡Entonces dime lo que quiero saber!
El ufft hizo acopio de valor. Dio un salto. A alguna distancia se detuvo en la ramificación del pasillo para quedarse mirando a Link con fijeza en la misma extrema intranquilidad.
—Se encuentra en la bodega —dijo el ufft—. ¡Allá abajo!
Señaló con uno de sus cascos delanteros.
—Gracias —repuso link con ironía.
El ufft protestó plañidero:
—Está muy bien para vosotros decir «gracias» después de asustar a una persona.
Link avanzó hacia adelante y el uftt huyó. Pero los propósitos de Link no eran ofensivos. Simplemente seguía instrucciones. Avanzó decidido pasillo abajo. Estaba alfombrado. Pero la alfombra se veía gastada y rota, aunque antaño tuvo que ser lujosa. Notó que el oricido de paredes y techo también mostraba huellas de uso excesivo, sin renovación.
Llegó a una esquina de la pared del pasillo. Un tramo de escaleras descendía a la bodega. Las bajó. Oyó voces. Una de ellas tenía la cualidad del habla de un ufft.
—Ahora podemos hacerlo. La tarifa será cinco mil cervezas.
Thistlethwaite le contestaba enrabiado.
—¡Ultrajante! ¡Latrocinio! ¡Mil botellas!
—El negocio es el negocio —decía la otra voz—. Cuatro. ¡Después de todo, tú eres humano!
Los pies de Link hicieron ruido al arrastrarse por el suelo. Hubo un corretear instantáneo y unos susurros en voz baja, acompañados de un murmullo de alarma. Link fue hacia el sonido y llegó al lugar en donde una mecha ardía en medio de un plato de aceite. La luz lanzaba sombras sobre una gran jaula de madera, hecha con troncos gruesos atados con cuerda. Dentro de la jaula, Thistlethwaite miraba fulminante hacia la causa de la interrupción.
Más allá de la jaula había una gran pila de receptores de visión, todos en apariencia nuevos y cada uno polvoriento. La combinación de reflectores de visión desusados y un candil de aceite para iluminarse, resultaba asombrosa. La luz era primitiva y humeante. Las pantallas de visión no. Pero la luz funcionaba y los televisores no. Evidentemente. Había paneles eléctricos. Pero no funcionarían tampoco, porque de funcionar no existiría la lámpara de aceite. Thistlethwaite todavía no había visto a Link.
—Será mejor que se lo digas a tu jefe —chirrió Thistlethwaite al sonido que producía Link, sin darse cuenta de que estaba allí su compañero—. Dile que si alguna vez espera algún negocio con el viejo Addison será mejor me suelte, me devuelva las ropas y...
Se interrumpió. Ahora podían verse Link y él. Thistlethwaite estaba desnudo, furioso y enjaulado. Un espectáculo para Link realzado por los bramidos de furia que salían a través de gruesos barrotes de madera.
—¡Tú! —rugió—. ¿Qué haces aquí? ¡Te dije que conservases el navío! ¡Hazlo de inmediato! ¿Quieres que el navío sea reclamado como desperdicio, como una nave abandonada sin representante de su propietario a bordo, verdad? ¡Vete allá! ¡Enciérrate dentro! ¡Estate a bordo hasta que terminen mis tratos comerciales y vaya a decirte lo que tienes que hacer después!
—Ya hay persona al mando, encargada de cuidar la nave —dijo con suavidad Link—. Uno de los del séquito de Harl actúa como vigilante. En mi nombre. Han habido acontecimientos desde entonces, pero eso hay tan sólo referente a la nave. Te traigo un mensaje de Harl.
Thistlethwaite soltó un torrente de insultos, la más ofensiva de las combinaciones.
—Parece ser —dijo Link—, que ofrecer pagar a un hacendado, para él es un insulto máximo, un crimen mayor. Por eso te van a ahorcar. Ofreciste pagar también a la hermana del hacendado por algo, lo que es un crimen aún peor. Parece ser que hacer negocio, excepto con los uffts, se considera una deshonra. Ignoro cómo funciona ese sistema de honor, pero así van las cosas. Si tú te excusases, me parece que habría posibilidad.
Thistlethwaite, gritó furioso.
—¿Cómo se puede hacer negocio sin negociar? Ve a decirle que...
—Me gustaría sacarte de aquí —continuó Link con suavidad—. Se supone que a mí también me tienen que ahorcar. Pero si consigo tu perdón, quizá consiga uno también para mí mismo, como cómplice no criminal. Así que...
Oyó débiles sonidos. Dijo:
—Si tú tienes un medio mejor de salir y librarte de la horca que excusarte, lo aceptaré. Tengo una idea de que hay personas con mayor amplitud de visión que... hmm... que los humanos de Sord tres. Me refiero a esa raza brillante e intelectual, los uffts. Con su cooperación...
Definitivamente oyó débiles sonidos. Había habido voces antes de que llegase a la jaula de Thistlethwaite. Aguardó esperanzado.
—¡Fíjate bien! —saltó Thistlethwaite—. ¡Yo soy el socio mayor de este negocio! ¡Firmaste un contrato dejándome a mí todas las decisiones y dedicándote sólo a la astrogación! ¡Me dejaste a mí esta clase de negocios! ¡Yo me encargaré de ellos!
Hubo un ligero rascar. Un ufft salió de detrás de la pila de televisores. Otros uffts aparecieron procedentes de otros lugares. El primero dijo:
—Dijiste que te van a colgar. ¿Te interesaría un trato con nosotros? Podemos lograr toda clase de fugas, huelgas, sabotajes, espionaje y labor inteligente y nos especializamos en demostraciones políticas —el ufft se fue entusiasmando a medida que hablaba—. ¿Qué os parece una manifestación contra colgar a los visitantes de otros mundos? ¡Turbas gritando por las calles! ¡Manifestantes rodeando la casa del hacendado! ¡Frases cantadas! ¡Jóvenes desfilando! ¡Y una demostración en el jardín y unos cuantos hombres atrevidos que descabalguen unicornios! Podemos...
—¿Puedes garantizar resultados?-preguntó Link con educación.
—¡Se conocerá en todo el planeta! —explicó el ufft—. ¡La opinión pública se movilizará! ¡Habrá probablemente demostraciones de simpatía en otras haciendas! ¡Habrán reuniones, indignaciones! ¡Habrá peticiones! ¡Habrá...!
—¿Pero cuál, exactamente cuál va a ser el resultado físico verdadero?-preguntó Link con tanta educación como antes—. ¿Pondrán en libertad a Thistlethwaite? Y se supone que a mí también me van a ahorcar. ¿Se me perdonará? ¿Qué hará actualmente Harl en respuesta a todas esas demostraciones?
—Su nombre pasará a la historia entre los más despreciables tiranos que trataron de mantener a los uffts en la esclavitud.
—Pero no a la historia de los humanos —objetó Link—. ¡No en las historias escritas por los hombres! ¡En realidad, Harl continuará con sus modales plácidos y ahorcará a Thistlethwaite y me ahorcará a mí! Y, me sabe mal decirlo, pero nuestros fantasmas no le producirán ni la mínima incomodidad, así como tampoco nuestros espíritus se conservarán bien con las posibles reacciones y manifestaciones que se produzcan tras nuestra muerte.
El ufft no respondió.
—Tengo una idea —dijo Link—. Cada cual tiene su debilidad. Vosotros tenéis la vuestra, Harl la suya, yo la mía. Harl es un apasionado por la buena educación. Arregla las cosas para que se muestre mal educado si no nos perdona a ambos y lo haga de buena gana. Si Thistlethwaite se excusa con bastante convicción, alegando ignorancia de las costumbres locales...
Thistlethwaite protestó con amargura.
—¿Excusarme por haber efectuado una proposición comercial? ¿Una estupenda transacción comercial? Ofrecí pagarle liberal...
—Ahí está el detalle —dijo Link—. ¡Exactamente eso!
—Turbas en las calles, gritando para avergonzarles —dijo el primer ufft entusiasmado—. Grupos en torno a esta casa, cantando frases escogidas. Uffts tumbados en las calles, jóvenes atrevidos que se dejan pisotear...
—No —dijo Link con paciencia—. Thistlethwaite se excusa. No conocía las costumbres locales. Pide a Harl que le perdone y le permita hacerle el regalo de las ropas y del rifle que Harl ya ha tomado. ¡No será muy caro! Luego pide a Harl que le instruya en la etiqueta local para que la pueda observar en los futuros contactos con Harl, de quien espera que sea su guía, mentor, amigo y su compañero íntimo cuando se haya hecho digno de la amistad de Harl...
—¡No lo haré! —bramó Thistlethwaite ferozmente—. ¡No lo haré! ¡Voy a llevar esto de manera comercial! ¡Eso que tú propones no es nada comercial!
—Tiene sentido común —observó Link.
—¡Quedas despedido! —bramó Thistlethwaite—. ¡Despedido! ¡Ya no eres mi socio! ¡Tu contrato conmigo dice que puedo despedirte cuando se me antoje! ¡Quedas despedido! ¡Llevaré esto a mi manera!
Link le miró muy serio, pero el hombrecillo le devolvió una mirada incendiaria. Link se encogió de hombros y se alejó. Regresó al jardín, en donde Harl paseaba arriba y abajo y abajo y arriba, y donde su hermana de nuevo regaba una fila de insignificantes plantas.
—Thistlethwaite —dijo Link, mintiendo como un bellaco—, tuvo una infancia desgraciada, rodeada prácticamente por personas con los modales, la moral y muchas de las costumbres de los uffts. Eso retorció su personalidad. Siempre se da cuenta tarde de que debía excusarse, ahora le pasa lo mismo; comprende que debería excusarse por haberte insultado. Pero está avergonzado. Está convencido de que se le debe castigar. También siente que tendría que efectuar una reparación. En este momento está luchando entre un deseo de muerte y un complejo de inferioridad. No te insultará más a menos que el forcejeo vaya por el camino equívoco.
Harl frunció el ceño.
—Pero hay una posibilidad razonable —añadió Link—, de que acabe haciendo de la espacionave y de su carga su regalo de huésped hacia ti. Esto te sacaría de un dilema desagradable. Serías muy educado aceptándolo. Tendrías la nave y tu educación al recibirla quedaría por encima de todo reproche.
Harl dijo receloso:
—¿Cuánto tiempo va a necesitar para tomar esa decisión?
—¿Cuándo tienes intención de colgarnos?-preguntó a su vez Link.
—Después de que mis siervos vuelvan —dijo Harl—. Quizá tarden un ratito. Me imaginé que lo bonito sería un ahorcamiento a la luz de las antorchas. Constituiría un espectáculo interesantísimo, llamas, etc. y a su luz, los ahorcamientos. ¡Mis siervos hablarían del hecho durante muchos años!
—Pues tómatelo con calma —aconsejó Link—. No apresures las cosas. El recobrará la razón antes de que nadie esté tan dormido como para apreciar su ajusticiamiento.
Esperaba tener razón. Era preciso. Pero Harl continuó sus paseos arriba y abajo.
—Yo no quisiera hacer nada mal educado —gruñó—. Está bien. Le daré un plazo hasta el momento de ahorcarle —pareció reanimarse—. Thana, prepara el material para la cena y hazlo duplicar mientras formulas preguntas a Link sobre las cosas que quieres saber.
La chica arrancó media docena de lechugas. Un puñado de guisantes. Examinó las manzanas del árbol y tomó una. Era pequeña y descolorida. Link vio el agujero de un gusano, cerca del tallo. La joven entregó los vegetales a su hermano. Luego dijo a Link:
—Se lo enseñaré.
La siguió. Entró en el edificio y se hallaron en el gran vestíbulo con el sillón doselado. Ella siguió la marcha cruzando el salón y entró en una habitación más pequeña. Estaba cubierta de estanterías y en ellas se veían todos los objetos que una hacienda puede desear o requerir como suministro a sus servidores. Habían estantes con herramientas, pero sólo una de cada. Había estantes con tela. La mayor parte resultaba increíblemente bella en sus bordados, pero amarilleaba por la edad. Habían cuchillos de varias formas y tamaños, platos y cristalería, pequeñas herramientas y sandalias, bolsas, pañuelos del cuello; aunque estas categorías se encontraban en lamentable condición. En general, allí había cada artefacto de una cultura que fabricó televisores y ahora utilizaba candiles de aceite para la iluminación.
Link de pronto supo que en cierto sentido aquello era la tesorería de la hacienda. Pero sólo había un objeto de cada clase en exhibición.
Thana abrió un cajón y mostró a Link una colección diferente de rocas y piedras de todas las variedades imaginables. Escrutó la expresión de él y dijo:
—Cuando se hace potaje, se coloca dentro carne y harina y las verduras que se tenga. Eso es verdad, ¿no?
—Eso supongo —asintió Link. Volvía a estar turbado por lo que le rodeaba y, de todos los inicios posibles de conversación, el asunto que ella mencionase era el más insólito.
—Pero —dijo Thana incómoda—, no tiene gusto a menos que se le eche sal y hierbas. Eso también es cierto, ¿no?
—Seguro que sí —dijo Link—. Pero...
—Aquí hay un cuchillo —estaba en el cajón, con las piedras. Ella se lo entregó. Era un vulgar cuchillo corriente; buen acero, de una forma más o menos antigua, con el mango redondeado. Probablemente tuvo con anterioridad un mango de hueso o de plástico que por algún accidente quedó destruido, así que alguien se tomó la molestia de proporcionarle uno nuevo de madera. Extendió ella la mano a una estantería y cogió otro cuchillo. Se lo entregó también a Link.
Miró la pareja de herramientas, al principio turbado y luego incrédulo. Eran idénticas. Eran puramente idénticas. Eran tan idénticas como Link jamás viera antes que dos objetos lo fuesen. Había una arañazo en el mango de cada cual de las piezas. Los arañazos resultaban idénticos. Había un tornillo parcialmente roto en uno y el mismo tornillo que seguía parcialmente roto precisamente en el lugar mismo correspondiente al segundo cuchillo. El parecido era microscópicamente exacto. Link se acercó hasta una ventana para examinarlos de nuevo y el grano y la fibra de los mangos de madera ofrecía «los mismos dibujos, la misma secuencia de anillos y había una mella en una de las hojas y un duplicado preciso de aquella mella en la otra. Quizá fue la madera lo que más sorprendía a Link. Jamás hay dos pedazos de madera que sean exactamente iguales. No puede ocurrir. Pero aquí lo tenía.
—Este cuchillo es el duplicado de aquel —dijo Thana—. Este es el duplicado. Aquel otro no. El que no es duplicado resulta mejor. Está más afilado y permanece así más tiempo. Su borde no se dobla. Yo... —dudó un momento—. He estado preguntándome si no hay nada mejor que un guisado. Quizá el cuchillo que no es duplicado tiene en él algo como sal, cosa que ha perdido el duplicado. Quizá no le dimos todo lo que necesita, como en caso de la sal. ¿Podría ser eso?
Link la miró boquiabierto. Ella ahora no parecía turbada. Parecía suplicante y ansiosa y... cuando la chica no estaba apenada resultaba una muchacha muy bonita. Advirtió eso incluso en este momento de asombro. Porque comenzó a hacer la frenética deducción de lo que podía explicar la existencia de la sociedad humana en Sord Tres.
Su experiencia limitada era abrumadora. Desde el momento en que se sentó en la escotilla de salida del Glamorgan y charló con un invisible interlocutor, hasta el instante en que Harl se tomó la molestia de decirle que tenía que colgarle porque había hecho un discurso sobre un barbero, cada acontecimiento debió confundirlo. Le parecía ver que la moneda corriente era la cerveza. Le parecía advertir que un jardín pequeñísimo, un huerto, suministraba alimentos para todo un pueblo, aunque sus plantas semejaban vulgares. Ahora mismo, conturbado contemplando o repasando toda la experiencia, recordó que no había carretera que condujese al pueblo. No había camino. Eso no era extraño. Encajaba en todo el sistema evidente que tenía ante los ojos.
—¡Aguarde un momento! —dijo Link, asombrado, aún incrédulo—. Cuando es algo duplicado... ¡le proporcionan una muestra del material que hay que hacer para que... los aparatos dupliquen esa muestra!
—Pues claro —dijo Thana. Arrugó un poco la frente mientras le miraba la cara—. Yo creo que el motivo de que algunas cosas duplicadas no son tan buenas como las originales es que nos dejamos algo fuera del material que damos al duplicador para duplicar las cosas no duplicadas.
La expresión de él no tenía nada de satisfecha.
—Claro que si la muestra es pobre, la cosa duplicada será también de pobre calidad; por eso nuestra ropa es tan débil. Las muestras son todas viejas y quebradizas y débiles. Así que el paño duplicado es quebradizo y débil también. Pero... preguntó incrédula—, ¿no tienen duplicadores en su país, en su mundo natal?
Link tragó saliva. Si lo que Thana decía era cierto... si era verdad... un enorme número de cosas encajaba, incluyendo la convicción desdeñosa de Thistlethwaite de que la riqueza en carintios era basura comparada con la riqueza que se podía tener con un viaje comercial a Sord Tres. Si lo que Thana decía era cierto, eso también resultaba verdad. Pero había otras consecuencias. Si los duplicadores se exportaban de Sord Tres, la civilización de la galaxia podría desplomarse. No había comercio, ni negocios en Sord Tres. ¡Naturalmente! ¿Para qué iba a molestarse nadie en fabricar, en cultivar algo a partir de materias primas si se podía suministrar y existía una muestra exactamente reproducible? ¿Quién apreciaba las riquezas, las manufacturas, las cosechas... la civilización en sí? ¿Qué valía todo eso?
Pues bien, el precio era la educación. Si alguien admiraba algo que tú poseías, se lo regalabas, o lo duplicabas, produciendo una réplica y le dabas el original. Eso no importaba. ¡Sería lo mismo! Pero el resto de la galaxia no encontraría fácil practicar la buena educación, después de centenares de millares de años de costumbres crudas y poco delicadas.
—¿No tiene duplicadores allá de donde usted viene?-repitió Thana. Estaba asombrada ante la simple idea que se le acababa de ocurrir.
—N-no —contestó Link, la garganta seca—. N-no, no los tenemos.
—¡Pobres criaturas! —exclamó Thana conmiserativa—. ¿Y cómo viven ustedes?
Por primera vez en su vida, Link estaba aterrorizado. Dijo lo primero que se le ocurrió.
—No lo hacemos —respondió con voz espesa—. Por lo menos, no viviremos mucho después de que consigamos los duplicadores.
Capítulo 5
Hubo un movimiento en el gran vestíbulo próximo a la puerta, pero Thana no prestó atención. Volvió a colocar el cuchillo en la estantería de donde lo tomara. Comenzó a mostrar a Link la colección de pequeñas piedras y rocas que había acumulado.
—Aquí hay un pedazo de roca a la que llamamos hierro crudo —dijo distraída—. Tiene ese metal en su interior. Coloque esta roca, con algo de madera, en el duplicador y una muestra de cuchillo para que lo duplique, entonces el duplicador extrae el hierro del mineral y la madera de la madera, fabricando otro cuchillo. Cada vez la roca se desmorona porque parte de sus componentes le han sido arrebatados. Lo mismo ocurre con la madera, por el mismo motivo. Así tenemos otro cuchillo. Sólo que no es tan bueno. Así que pensé que si un cuchillo no duplicado tiene algo además de hierro en él, como el potaje tiene sal, quizá encuentre la adecuada clase de roca que el duplicador necesitaría para extraer ese algo de ella y si era la adecuada clase de... lo que sea, el cuchillo duplicado será tan bueno como el original porque tendrá en él todo lo que poseía el cuchillo original.
—Sí —contestó Link, todavía aturdido—. Lo haría. Debería hacerlo. Si consigue la adecuada clase de roca.
—¿Sabe usted qué clase de roca podría ser?-preguntó Thana ansiosa—. ¿Podría mostrarme la clase apropiada?
Link sacudió la cabeza.
—Yo no —dijo con desencanto—. Es una profesión especial, conocer qué rocas son útiles para extraer mineral y cuáles no. Algunas de estas rocas las reconozco. Esa azul quizá tenga cobre. La he visto, pero no estoy seguro. Esta rosada la conozco. Pasé meses excavando en masas de tierra del tamaño de montañas, buscando un lugar en donde un meteoro hubiese caído en un mundo en el que solían sufrir de graves lluvias de meteoros. Pero el resto, no.
La muchacha parecía desencantada.
—Entonces de nada sirve el haber deducido algo cierto, ¿verdad? ¿Cuando se marche usted con su espacionave podría enviar a alguien que conozca bien las rocas? ¡Quizá pudiésemos volver a tener electricidad!
—Se supone que me tienen que ahorcar —dijo Link, con una maliciosa tranquilidad—. Y aun cuando pudiera, no creo que lo haría. Porque se marcharía otra vez y diría a los mundos exteriores que tienen duplicadores en Sord Tres. Y vendrían de aquellos hombres para arrebatárselos a ustedes. Los robarían por lo menos, aunque lo más probable es que los mataran para quitarles los duplicadores y luego empezarían a disputar entre sí y se matarían unos a otros.
Hizo un gesto bastante absurdo. Cuando uno se ha criado en una galaxia en donde cada mundo tiene su propio gobierno, pero están tan separados que no pueden luchar entre sí, el patriotismo, lealtad a un lugar dado o planeta tiende a morir. Carece de función. No sirve ningún propósito. Pero Link sabía ahora que cuando los hombres ya no vitoreaban a las pequeñas naciones, bien lo supieran o no, continuaban siendo leales a la humanidad. Y los duplicadores entregados a la humanidad podrían catalogarse como de traición.
Si hubiese un aparato que realizase tal clase de trabajo que el mundo necesita, entonces aquellos que lo tuviesen primero conseguirían una riqueza más allá de todos los sueños y además lograrían un orgullo insufrible. Pero el orgullo hace que los ricos sean como una droga en el mercado. Los hombres dejarían de trabajar, porque no habría necesidad de que lo hagan. Los hombres se morirían de hambre porque ya no sería preciso proporcionarles comida. No habría manera de ganar lo que es necesario. Uno no tendría más que tocarlo. Y dentro de poco nadie intentaría proporcionar lo que podía ser tomado.
Thana dijo con interés.
—Hay historia sobre luchas en Suheil Dos antes de que nuestros antecesores se marcharan. Todo el mundo trataba de matarles porque tenían duplicadores. Tuvieron que huir. Parece ridículo, pero escaparon, en espacionaves, y vinieron aquí. Eran sólo unos cuantos centenares. Los uffts armaron mucho escándalo sobre su instalación en haciendas, pero los hombres tenían cerveza y los uffts no sabían hacerla. Carecen de manos. Así que las cosas se enderezaron con el tiempo. Pero durante mucho, mucho se creyó que nadie de otro mundo podría aterrizar aquí. Sin embargo, me alegro de que usted lo hiciese.
—Para que me ahorquen —exclamó Link.
Pero comprendió la historia de Sord Tres mejor que ella. Se imaginaba las Guerras Económicas en Suheil Dos, después de que los antecesores de Thana hubieran huido. Existían duplicadores que los fugitivos no se llevaron. Unos pocos. Así que los hombres lucharon por poseerlos y otros individuos lucharon por arrebatárselos y últimamente se vieron destruidos por hombres que no podían defenderlos; es decir, destruyeron los duplicadores antes que entregarlos a la fuerza. Y hubo un asesinato general por la comida y las rapiñas, por apoderarse de las migajas que quedaban. Y por último la civilización tuvo que comenzar de nuevo, con gente muerta de hambre y campos sin sembrar como principio. Pero sin duplicadores.
Aquí el desastre había tomado una forma diferente. Mientras funcionasen los duplicadores no habría necesidad de aprender cosas útiles, tales como la mecánica, las artes, la química y la mineralogía. Así que tal conocimiento se había olvidado. El arte de tejer desaparecería también porque los duplicadores podían producir la tela que se les exigiera. La composición de aleaciones. Los aparatos eléctricos no funcionarían sin metales raros, que nadie sabía como encontrar para proporcionar a los duplicadores. Así, cuando las unidades originales se desgastaron, se quedaron sin electricidad. Y todas las ropas se hicieron viejas y amarillentas y quebradizas, como paño viejo, duplicado, produciendo tejido meramente viejo y los objetos de aleación de acero no se podían reproducir, sino sólo duplicar, por falta de los materiales de aleación, así que sólo había cuchillos de hierro blando y ropas remendadas. Y bastaba el más pequeño de los jardines, con cualquier clase de materia vegetal como objeto que iniciase la duplicación, porque esto se puede producir, duplicar hasta el límite, por lo que sólo cultivaron los jardines más pequeños. Por tal motivo la hacienda de Harl estaba repleta de ricas cortinas que se desmoronaban por sí solas, las alfombras de sus suelos estaban desgastadas y él se sentía orgulloso de que en su casa se poseyese el único raquítico manzano con fruta agusanada. Porque en Sord Tres los hombres no eran precisos para hacer cosas o cultivarlas. Y la hacienda de Harl estaba presta para desenvolverse por sí misma.
—Comienzo a estar de acuerdo con Harl —dijo Link con aire infeliz—. Puesto que Thistlethwaite no puede tener esperanzas de navegar en su navío, si me cuelgan a mí, no informará del estado de cosas sin mí. Así que es probable y quizá prudente ahorcarle. Por otra parte, yo no podría hacer funcionar los motores del navío, así que no podría divulgar la noticia si a él se le ahorcaba. Pero es preciso disponer del uno o del otro.
Thana contestó con aire de simpatía.
—Lo siente usted de manera terrible, ¿verdad? Veamos a Harl. Quizá se sentirá mejor. ¡No, espere! —una idea se le acababa de ocurrir. Miró una estantería de complicadas ropas bordadas. Escogió una—. ¿Le parece que esto es bonito?
—Mucho —dijo Link con tristeza. No se había tomado muchas cosas en serio durante toda su vida, pero comprendía que si se esparcían los duplicadores por la galaxia, no habría individuo que no tuviese uno de ellos, ni tampoco valdría un guijarro en caso de poseerlo.
—¡Estupendo! —exclamó Thana brillantemente—. ¡Venga!
Cogió un puñado de lo que parecían antiguos y amarillentos trapos viejos, más una pella de mineral de hierro. Abrió la marcha hasta llegar al gran vestíbulo.
Su hermano Harl estaba allí, con una expresión de paciente tristeza. Tenía dos servidores, trabajando en algo que gradualmente quedaba claro. Un tercer hombre trajo rodando una gran caja con ruedas desde alguna parte. Estaba llena hasta el borde con una confusa masa de hojas y raíces y ramas y semillas. Era una de esas mezclas que los uftts habían estado entrando en el pueblo en una carreta poco antes. Como mezcla, pertenecía a un montón compuesto o a una pila de escombros que debería tirarse. Pero en su lugar la entraban en el vestíbulo con las increíbles y deshilachadas cortinas que iban del techo al suelo.
Hubo un agitarse general. El estrado y el sillón con dosel fueron izados. Juntos, silla y estrado hacia el techo. Se reveló un pozo profundo donde ellos estuvieron. Y algo salía del pozo, como un montacargas. Apareció claramente a la vista y era un aparato de complejidad metálica con tres ganchos en lo alto que evidentemente estaban diseñados para sostener cosas. Uno de los ganchos contenía un cuévano con una masa húmeda de polvo verdoso formando un montón bastante irregular. Uno de los servidores de Harl comenzó a barrer aquello para echarlo en la caja de desperdicios. El gancho del centro contenía otro cuévano con una pila de manzanas, todas pequeñas, desmedradas y cada una con el agujero de un gusano cerca del tallo. Había allí un canasto más y lechugas amontonadas con las manzanas. El resto del gancho con su cuenco estaba lleno de guisantes.
El tercero de los ganchos también contenía un duplicado exacto del contenido del cuenco del gancho central. Cada hoja de lechuga del tercer recipiente era un duplicado de lo que había en el gancho del medio. Cada manzana era un duplicado de la manzana del gancho del centro. Cada guisante...
—Amontonadlo una vez más —dijo Harl—, y ya habrá bastante.
Los servidores apilaron el contenido del tercer cuenco en el segundo. Llenaron el primero con el contenido de la caja de restos vegetales. Link ahora conocía la teoría. La basura era vegetación. Persistían allí los mismos elementos y los mismos componentes que en las manzanas, lechugas y guisantes. Las proporciones serían distintas, pero la sustancia allí estaba. El duplicador extraía de la basura los materiales necesarios para duplicar las muestras comestibles. La misma cosa sería poco más o menos con los asados y los filetes. O los bordados complicados, siempre que se tuviese una muestra para que trabajase el duplicador. No dejaría más que desperdicios, claro, pero un duplicador es capaz de duplicar cualquier cosa. Incluso a un duplicador.
Y esa idea era la que le asustaba.
Harl dijo:
—Muy bien.
Los hombres se echaron atrás. El artefacto descendió en el pozo. La silla del trono bajó hasta que su estrado descansó en el suelo, cubriendo el pozo. Harl dijo con indiferencia:
—¿Qué has averiguado, Thana? ¿Sabe Link algo de las cosas que te preocupaban?
—La mayoría —contestó Thana confiada—. ¡Casi todo!
Esa era una afirmación menos que verdadera y Link se preguntó de mala gana por qué la había hecho. Pero entonces Harl oprimió el botón. La silla del trono se levantó. Apareció de nuevo el profundo pozo. El artefacto metálico llegó hasta el nivel del piso. La pila de fragmentos diversos del primer cuévano del gancho primero casi se había desvanecido. La fruta y la lechuga y los guisantes del segundo gancho estaban igual. El tercer gancho estaba con su cuévano lleno de un duplicado exacto de la colección de comestibles que había en el centro.
—Ya no necesitamos más — observó Harl —. Limpiar y...
—¡Espera! — exclamó Thana —... Estaba enseñando a Link cosas y admiró esta camisa.
Ella desplegó la prenda cuya opinión solicitó de Link. Era una camisa lujosamente bordada. Link abrió la boca, pero Harl dijo con indulgencia:
—Está bien.
Thana colocó la camisa en el centro... colgada del gancho. Luego dijo:
—Me dijo que el cuchillo que tienes tú es el más bonito que ha visto también.
Harl exclamó:
—¡Cáscaras! — su tono no era del todo complacido.
—Necesito ser educado, ¿verdad?— murmuró.
—Claro — afirmó Thana.
Con una mueca, Harl se desabrochó el cinturón y le entregó el cuchillo y todo a Thana. Ella lo colocó en el gancho del medio. Luego puso mineral de hierro, madera y retazos de trapos de la sala de tesorería en el lugar donde se debían colocar las materias primas. Asintió tranquila en dirección a su hermano.
Este prevenía algo; la silla del trono descendió, siguiendo el movimiento del mecanismo duplicador, la habitación pareció normal durante un momento y luego la silla volvió a alzarse, reapareció el pozo y el duplicador.
Había mucho menos mineral de hierro en el gancho primero. Se veía algo de arena en el fondo del cuévano. La camisa bordada y el cuchillo en el cinturón estaban, como antes, en el gancho del centro. Un duplicado exacto de camisa y cuchillo se veía en el tercer departamento.
Thana entregó a su hermano el cuchillo propio. Tomó y apartó la prenda de muestra. Extendió su duplicado y dijo a Link:
—¡Póngaselo! ¡Por favor!
Harl contempló impaciente mientras Link se despojaba de su propia camisa y se colocaba la bordada. Se sentía embarazado por su propio aspecto decorativo con el nuevo atuendo. Thana recogió la camisa que él se había quitado.
—¡Mira! ¡No es duplicada, Harl! — exclamó con extravagante admiración —. ¿Has visto alguna vez cosa tan maravillosa?
—¡Sput! — exclamó Harl furioso —. ¿Qué tratas de hacer?
—Insisto en que es una maravillosa camisa — contestó Thana, radiante —. No está duplicada. Es la camisa más bonita y nueva que vi jamás. ¿No lo crees? ¿Te atreverías a mentir y seguir fingiendo que tienes modales?
Harl volvió a repetir:
—¡Sput! — luego admitió de mala gana —. Está bien. Es cierto. Jamás vi una camisa nueva y no duplicada antes. Es una bonita camisa.
Thana se volvió triunfante a Link. El no comprendió la razón de ese triunfo. Pero ella aguardaba y aguardaba. Harl le miraba fulminante. De pronto, Link comprendió. Quizás estuviese condenado a la horca, pero se esperaba que se mostrase educado.
—La camisa es suya —dijo muy serio a Harl—. Se trata de un regalo.
Harl dudó lo que parecía una eternidad. Luego, con voz en que se trascendía una cierta mala gana, dijo:
—Gracias. Es un estupendo regalo de invitado. Lo agradezco.
Thana estaba radiante. Envió a uno de los servidores a que recogiese toda la tela de las estanterías de la tesorería. Se le veía rebosar de entusiasmo. Colocó la ex camisa de Link en el cuévano que colgaba del gancho segundo y llenó el otro con los trapos y retales, haciendo que descendiese el duplicador. Subió y había dos camisas. Descendió de nuevo con las dos camisas en el cuévano de las muestras. Cuando ascendió había cuatro. La silla del trono y el duplicador descendieron y subieron y descendieron y subieron y descendieron y subieron. Cuando se agotó el último trapo y retal, había ciento veintisiete duplicados de la camisa de Link, además del propio original.
—Creo que servirá — dijo Harl, con tono hosco —. Estaré enviando regalos a todos mis amigos a mis propios servidores, de modo que tendrán nuevas camisas, y sus esposas las desmontarán para hacerse vestidos, sábanas y lo que sea preciso — hizo un gesto de cabeza a Link —. Agradezco muchísimo esa camisa, Link. Gracias.
Se fue y Link se agitó rígido. Había contemplado todo el proceso. Los objetos se podían duplicar sin trabajo, ni pericia, ni industria. También se daba cuenta de que su cerebro le indicaba que eso constituía el final de la civilización humana a menos que él, o Thistlethwaite, fueran ahorcados. O ambos. Pero ahora tenía algo más. Ni siquiera eso impediría que la galaxia se destruyese a sí misma por las riquezas extraídas de los duplicadores. Eventualmente, con certeza, otro navío aterrizaría en Sord Tres. Quizá fuese por casualidad. Pero algún día vendría una nueva nave. Y entonces esta misma situación intolerable se repetiría.
—Me encargaré de la comida — dijo Thana. Se volvió cálida, y agradecida, hacia Link y luego se marchó.
Harl sacudió la cabeza al verla desaparecer.
—¡Es una chica muy lista! Yo jamás habría pensado en utilizar la buena educación para que usted se quitase la camisa y yo pudiese admirarla y tener la primera tela nueva desde la antigüedad. ¡Una chica muy lista, Link!
Link dijo con rigidez:
—Si ha terminado usted con el asunto de mi camisa, ¿qué hacemos ahora?
Harl pareció sorprendido.
—Oh, vaya usted a donde quiera, instálese y descanse, Link — dijo con amabilidad —. Tengo que hacer. ¡Perdóneme!
Se fue. Link quedó sólo en el gran vestíbulo, mórbidamente sopesando las alternativas; él o ambos, tenían que ser ahorcados para evitar el colapso de toda la economía galáctica, con guerras, asesinatos, saqueos y rapiña como consecuencia necesaria. No le hacía falta ya preguntar qué es lo que Thistlethwaite tenía intención de comerciar aquí, en Sord Tres. Eran los duplicadores. Y los duplicadores evidentemente podían duplicarse uno a otro también como los sujetos más comunes. Thistlethwaite quería establecer contacto con el Viejo Addison para cambiar objetos no duplicados por duplicadores. El Viejo Addison era evidentemente un hombre de tan escasa reputación como Hacendado que haría el negocio, si se le tentaba. Proporcionaría una carga completa de duplicadores, especialmente duplicados para el comercio exterior, a cambio de objetos que los duplicadores no podían duplicar en Sord Tres. Le parecería un excelente trato comercial.
Y también sería un excelente negocio para cualquier comerciante pagar cien millones de créditos y la mitad de sus beneficios por conseguir un duplicador. Thistlethwaite tenía razón. Los carintios eran basura en valor comparativo. Un hombre de empresa empezaría con el comercio de lujo y vendería a bajo precio todos los demás suministros, dispensando al por mayor duplicados de objetos de precio. Luego vendería a todo fabricante cualquier serie de mercancías. Podría vender normalmente suministros alimenticios. Cualquier comerciante en productos de carne, se repondría fácilmente con los elementos que él le proporcionase. Todos los que vendiesen algo obtendrían género de los duplicadores. Las fábricas dejarían de producir beneficios, incapaces de competir con la baratura de lo salido de los duplicadores. Cerrarían. Todos los hombres que trabajaban se quedarían sin empleo. Los salarios dejarían de subir excepto los ingresos que correspondiesen al propietario de un duplicador. Y luego habría el desastre, la calamidad, el colapso, la destrucción y el infierno.
Y Thistlethwaite no podía comprenderlo. Era incapaz de mirar más allá de un enorme e inmediato espíritu comercial.
Link frunció el ceño. El solo podía imaginar el inminente desastre. El solo podía pensar en medidas para impedirlo. Y se suponía que le iban a ahorcar dentro de poco por el discurso hecho acerca de un barbero imaginario. ¡Era un error! ¡Era monstruoso! ¡Tenía que permanecer vivo para salvar ala galaxia de lo que de otra forma sería inevitable!
Había un ufft en apariencia adormecido en un rincón del extremo del vestíbulo. Cuando Link se acercaba, el ufft abrió los ojos.
—¿Por qué no le dijiste a Harl que amabas a Thana cuando él dijo que era una chica lista?
El ufft, evidentemente, había estado escuchando. Se le ocurrió a Link que probablemente no había muchos secretos humanos desconocidos para los uffts. Vagaban por las calles del pueblo y casualmente dormitaban o parecían hacerlo en la propia casa del Hacendado.
—¿Y por qué iba a decir eso?— preguntó Link irritado.
—Si quieres casarte con ella — contestó el ufft —, ésa es la manera de empezar.
—¡Pero si acabo de conocerla! — exclamó Link.
El ufft se agitó de una manera que sugería una especie de encogimiento de hombros hecho por un animal cuadrúpedo acostado en el suelo.
—¿Y qué piensas hacer sobre Thistlethwaite?— preguntó el ufft —. El va a escapar. Está todo previsto. Tres mil botellas de cerveza, pagaderas por contrato escrito cuando llegue junto al Viejo Addison. Pero está furioso contigo. Dice que no eres parte de su organización, que has dejado de serlo. Que te despidió por desobedecer las órdenes de quedarte en su navío. Dice que te contrató para astrogador... ¿Qué es un astrogador?... porque no pudo conseguir a nadie mejor. Dice que puede astrogar la nave adonde quiera ir haciendo cuanto hiciste tú, pero al revés — Link notó cómo por su mente cruzaban pensamientos sulfurosos. El ufft prosiguió —: Dice que él y el Viejo Addison harán historia en Sord Tres. ¿Qué es lo que os hace llamar Sord Tres a este planeta? ¿Por qué no le llamáis simplemente Sord?
—Sord es el sol — contestó ceñudo Link, pensando en otra cosa —. Este es el tercer mundo a partir de él.
—¡Qué tontería! — exclamó el ufft —. ¿Y para qué habéis venido aquí? ¿Qué esperáis sacar?
—A pesar de la notable similidaridad y la de otros individuos con igual dudosa justificación — contestó Link —, simplemente observo que mi motivo es apto para ser revelado a las autoridades adecuadamente constituidas y no debo decirlo a cualquiera que carezca de significancia.
—¿Qué es significancia?— preguntó el ufft. Link dijo:
—¡Mira! Se supone que me van a ahorcar dentro de poco. No me gusta la idea. ¿Qué te parece concertar que me escape junto con Thistlethwaite?
El ufft preguntó:
—¿Cinco mil cervezas?
—No las tengo — admitió Link.
—¿Tres? ¿No pagará por ti el Viejo Addison?-No le conozco confesó Link.
—¿Entonces qué es lo que tienes que ofrecer?— preguntó el ufft con un tono comercial —. Como es natural, debo cobrar mi comisión.
—Pronuncié un discurso en la ciudad ufft —dijo Link esperanzado—, viniendo aquí desde mi navío. Fue muy bien recibido. Puedo tener... ejem... amigos entre mis oyentes que pensarían que sería una desgracia que me ahorcasen.
El ufft se puso sobre sus cuatro patas. Se desperezó. Luego dijo:
—¡Mala cosa!
Salió trotando del vestíbulo.
Link se dio cuenta de que estaba furioso. De hecho, echaba chispas. Thistlethwaite, si escapaba, podría en realidad tratar de astrogar el Glamorgande regreso a Trent gracias a las notas cuidadosas que Link había hecho y transcrito en el diario de a bordo de la nave. No era muy probable que lo consiguiese, pero era posible. Si lo hacia, entonces Link habría muerto en vano. Recorrió el edificio con aire tormentoso. No se había dado cuenta, pero se aproximaba la puesta del sol y lo que se veía del cielo a través de las ventanas era de un rojo y flamante carmesí. Se acercó a un ufft que vagaba tranquilamente de una habitación a otra y a un segundo que se había instalado para una tranquila siesta. Pero no vio a ningún humano hasta que se tropezó con lo que debía de ser la cocina. Allí Thana estaba ajetreada en lo que antaño fue un fogón, o una serie de fogones completamente electrificados, pero iluminado ahora con candiles de aceite. Le ayudaban dos muchachas de servicio. Utilizaban el antiguo equipo como bancos de cocina y el cocinado se efectuaba sobre un fuego de hojas secas y sarmientos.
—Oh — dijo cordialmente Thana —. Hola.
—¡Escuche! — dijo Link —. ¡Quiero presentar una protesta!
—Tengo un trabajo terrible — contestó Thana placenteramente —, y de cualquier forma Harl es la única persona que puede juzgar si falta algo en la manera de tratar a un invitado. ¿Querría usted perdonarme?
Link cambió su manera de abordar el asunto.
—Tengo una idea — dijo bastante desesperado —. Creo que podría identificar la clase de... de sal que usted quiere añadir al mineral de hierro para hacer buenos cuchillos de su muestra no duplicada.
—¡Oh, eso! — exclamó Thana acalorada —. ¡Dejaré de cocinar! ¿Qué es, Link?
—Cuando usted coloca mineral de hierro en el duplicador — dijo Link al azar —, y el duplicador hace un cuchillo, el mineral de hierro se desmorona porque se le ha arrebatado la parte metálica
Link ahora estaba irritado —. La idea es hacer una serie de cuchillos añadiendo distintas muestras de roca a cada uno, hasta que se tenga un buen cuchillo. Entonces la roca que contenía la aleación metálica que usted necesitaba se desmoronará como el mineral de hierro. ¿Comprende?
—¡Maravilloso! —exclamó Thana complacida—. ¡Debía haber pensado en ello! ¡Lo probaré mañana!
Hubo un débil ruido exterior. Fue un agudo y ululante sonido. Link no prestó atención. En su lugar, dijo apremiante:
—¡Y creo que puedo elaborar algunos modos para que recuperen ustedes la electricidad!
—Eso sería maravilloso —contestó Thana— ¡Debe decírselo a Harl! ¡A la hora de la cena, Link! Háblale de eso durante la cena. Ahora está ocupado, arreglando la luz de antorchas para el ahorcamiento. Creo que ha sido usted muy amable al decirme el truco necesario para conseguir mejores cuchillos. ¡Estoy segura de que funcionará! ¡Pero, realmente, ya debía tener dispuesta la cena!
El ruido exterior se hizo más fuerte. Hubo gritos. Sonaba como el principio de un tumulto de primera categoría. Thana inclinó la cabeza a un lado, escuchando.
—Los uffts están efectuando una demostración — dijo sin interés particular —. ¿Por qué no va a verla, Link? ¡Puede contar a Harl sus nuevas ideas cuando cenemos! ¡Creo que es maravilloso que piense en cosas como ésa! ¡Usted no tiene idea de lo importante que será! ¿Me perdona ahora?
Se alejó presurosa. Link rechinó los dientes. Si Thistlethwaite escapaba, él también debía hacerlo. Thistlethwaite podía llevar a cabo el trato con el Viejo Addison y tratar de regresar a Trent. El peligro estaba no en que no lo lograse, sino en que lo hiciera.
Link marchó en la dirección general del tumulto. Estaba oscuro ahora dentro del gran edificio. Una vez apartado de las débiles luces de los candiles, parecía a punto de tropezarse con las paredes y las puertas abiertas en parte y los escasos muebles mal colocados. Una vez oyó un fuerte corretear de pequeños cascos en el interior, en alguna parte del edificio. Un notable número de ufft parecían estar corriendo como locos escaleras arriba y bajando por un pasillo hasta el aire libre. El sonido de sus cascos cambió cuando salieron del edificio. Los ruidos del exterior cambiaron también cuando abandonaron la puerta abierta tras ellos. Link había oído sólo el estrépito de fondo, un continuo griterío agudo, pero ahora captaba voces individuales.
— ¡Abajo con los humanos! ¡Abajo con los asesinos de los Viajeros Interestelares! ¡Vivan los uffts! ¡Hombres, volved a casa! — Había una irrupción particularmente alta, con gritos detonantes —. ¡Queremos la libertad! ¡Queremos la libertad! —luego un grito de una miríada de voces de pequeñas y cerdunas gargantas —. ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya! ¡Los hombres tienen manos! ¡Ya! ¡Ya! ¡Ya!
Link llegó a la puerta abierta. La oscuridad había caído con la repentinidad sólo observable en los trópicos de algunos diez mil planetas. Se le ocurrió que la tropa de uffts que había en el edificio probablemente era la brigada de rescate de Thistlethwaite. Si tenían que arrollar a los guardias humanos de la puerta, tal guardia se encontraría ahora en lamentable condición para resistir su propia salida. Y había oscuridad y reinaba la confusión suficiente para cubrir a un hombre, incluso a un individuo que se suponía destinado a la horca, mientras dejaba la residencia del Hacendado.
Tenía razón. La luz estelar mostraba centenares de pequeños y rotundos cuerpos galopando frenéticos arriba y abajo por la calle, lanzando algunos insultos contra la raza humana en general y contra Harl en particular. Había un foco especial de tumulto. Tres hombres sobre unicornios eran su centro. Aparentemente se trataba de los servidores de Harl regresando de una caza iniciada en busca de algún nuevo depósito de mineral de hierro. Se habían visto atrapados en la calle del pueblo por el súbito irrumpir del desorden. Estaban rodeados por uffts, que corrían a su alrededor, como un tío vivo, lanzándoles gritos de denuncia a pleno pulmón.
— ¡Los hombres tienen manos! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Abajo con los asesinos de los viajeros interestelares! ¡Vivan los uffts! ¡Abajo los hombres! ¡Abajo...!
Las feas monturas de los servidores trataron de abrirse paso a través de la gritona multitud de uffts. Pero también tenían miedo. Alzaron sus grandes patas planas con una cierta y recelosa prontitud y las bajaron con algo de delicadeza. Lograron avanzar un poco por la calle cubierta de uffts, hasta que se encontraron casi frente al umbral en el que Link aguardaba una oportunidad para marcharse sin verse instantáneamente arrollado.
Luego un unicornio dio un paso en falso. Una de las patas bajó sobre un ufft. El galopante animalejo gritó:
— ¡Me ha pisoteado! — y huyó corriendo y gritando su queja.
El sonido del estrépito se redobló. Link se metió en la oscuridad, para escapar. Vio antorchas encendidas en donde los hombres estaban trabajando, construyendo algo que evidentemente era un cadalso. Hasta este instante se habían tomado con calma el ruido y el galopar. Siguieron con su trabajo, aunque de vez en cuando miraban con suave interés a las arremolinadas y gritonas criaturas que corrían arriba y abajo por la calle, haciendo todo el ruido que les era posible.
Pero al arrollar al chillón ufft, que puso el grito en el cielo, dominado por la indignidad, lo que no cambió ni su velocidad ni su voz, hizo que todo fuera distinto. Los uffts se apretaron más densamente que nunca en torno a los hombres montados. Parecían subirse uno sobre otro para acercarse más a los unicornios y gritar con la máxima ferocidad.
Los unicornios se vieron presos del pánico. Link advirtió cómo una enorme pata acolchada se alzaba con un ufft agarrado a ella, mordiéndola con furia. El ufft soltó y salió rebotado contra sus compañeros del suelo. Otros uffts mordieron las patas de los unicornios. Uno se desplomó de rodillas y arrojó por encima de las orejas a su jinete. Los tres torpes animales se encabritaron. Los tres huyeron enloquecidos del pueblo, con gigantescas zancadas. El hombre que había sido desmontado quedó enterrado bajo los gritones uffts, mientras que el mayor número de los manifestantes galopaban tras los unicornios furtivos. Los jinetes de los dos unicornios trataron frenéticamente de controlar sus cabalgaduras, pero la silla del tercero estaba vacía.
Link oyó al hombre sepultado lanzar sanguinarios juramentos. Se encontró lanzándose hacia su compañero de raza. De manera automática, sus manos agarraron dos cuartos traseros ufftianos y apartaron a los dos individuos lanzándolos por encima de las cabezas de sus compinches. Un par más. Otros dos. Gritos de los uffts que aparecieron de pronto aterrorizando a quienes habían sido más valientes y más esforzados vocalmente en el ataque.
Link de nuevo apartó a un par de uffts, hizo lo propio con otros dos y de pronto las criaturas estuvieron corriendo alocadas en todas direcciones. Algo pasó entre sus piernas con un grito agudo de terror. Se atascaron en aquella abertura y Link se desplomó con estrépito, aún agarrado al cuarto trasero voceante del ufft. El hombre al que había intentado salvar continuaba jurando, ahora sin uffts que apagaran sus palabras, que eran muy notables. Y entonces aparecieron hombres corriendo a la escena con antorchas.
Link soltó al ufft que mantenía cautivo. Tuvo que hacerlo, para levantarse. El ufft se fue como un rayo hacia el horizonte lejano, gritando a pleno pulmón. Harl salió echando chispas de la Hacienda.
—¡Sput! — exclamó —. ¡Esos uffts! ¡Han llegado hasta la jaula del patilludo y le han puesto en libertad! ¡Todo este jaleo era para conseguir que se escapase! ¡Sput! ¡Yo me imaginaba que íbamos a tener un verdadero ahorcamiento espectacular! ¡Se nos ha marchado!
El hombre a cuyo rescate fuera Link estaba ahora de pie. Habló, con una profundidad de asentimiento y una facilidad de expresión que ensombreció la indignación de Harl. Sus ropas estaban hechas harapos. Le habían mordido hasta dejarle prácticamente desnudo. Las antorchas incluso mostraban lugares en donde la sangre manaba de mordeduras más profundas que las demás.
—¡Iba a ser una ejecución estupenda! — se lamentó indignado Harl —. ¡A la luz de las antorchas! ¡Estaba aguardando a que todos los individuos regresasen y ese tipo tuvo que escapar! ¡Pero aquí está... — miró con fijeza —, Link!
Capítulo 6
—¡Este no es momento para decir estupideces acerca de ejecuciones! — exclamó Link, a la vez con dignidad y pasión.
Harl lo miró parpadeando a la luz de las estrellas.
—¿Qué es lo que pasa, Link? ¿Qué hace usted fuera de la casa? Ese individuo escapó, pero todavía...
—¡Pero todavía estoy yo, sí! — repuso Link —. ¡Pero ahora no se puede perder tiempo en eso! ¡Consiga unos cuantos hombres montados! ¡Tenemos que capturar a Thistlethwaite!
—No sabemos dónde fue — objetó Harl.
—¡Yo sí! — le respondió Link —. ¡Ha ido al navío! ¡Por lo menos, ha ido a recoger unos pantalones! ¡Entonces irá a ver al Viejo Addison! ¡Los uffts le llevarán! ¡Concertará un trato comercial con él! ¡Un negocio! ¡Un cambalache!
Resultaba un momento y un lugar absurdos para discutir. Los hombres con antorchas iluminaban una parte pequeña de la calle. Habían venido a ayudar a su compañero, momentáneamente enterrado bajo los gritones uffts. Link fue el primero en conseguirlo. Luego Harl. Ahora Link, con los puños crispados, se enfrentaba a Harl en una especie de apasionada frustración.
—¿No lo comprende?— preguntó con firmeza —. ¡Estuvo en Sord Tres el año pasado! ¡Llegó a un acuerdo con el Viejo Addison entonces! ¡Ha traído todo un cargamento de género sin duplicar para cambiarlo al Viejo Addison por duplicadores! ¿No lo comprende?
Harl frunció el entrecejo.
—¡Pero eso sería... eso no sería educado! — opuso —. ¡Eso sería...! ¡Sput, Link! ¡Eso sería... negociar!
Utilizó el vocablo como si fuese el único que se podía emplear en la consulta estrictamente particular con un médico, como si fuese un eufemismo de algo indescriptible.
—¡Eso es exactamente lo que es! —jadeó Link— ¡Un negocio! ¡Y un mal negocio, en verdad! ¡Venderá el contenido de su nave al Viejo Addison que le pagará con duplicadores! ¡Y los duplicadores...!
—¡Sput! — Harl agitó las manos. Bramó — ¡Que salga todo el mundo! ¡Una gran dificultad! ¡Todo el mundo fuera! ¡Todo el mundo con lanzas!
Los hombres salieron de las casas. Algunos de ellos llevaban camisas como la que dejó de emplear Link. Parecían complacidos con su nueva indumentaria. Puesto que el artículo duplicado era relativamente nuevo, las réplicas tenían todas las cualidades de las camisas nuevas, aunque la materia prima del tejido entrañaba que brevemente tuvo las propiedades de las anticuadas muestras de la que fue duplicada y que no habían sido nuevas desde antes de que se olvidase el arte de tejer. Los que portaban nuevas camisas salieron de las casas al oír las órdenes de Harl.
—¡Que monte todo el mundo! — rugió Harl —. Iremos hasta el navío que bajó hoy. ¡Lo que hay en él caerá en poder del Viejo Addison si no llegamos primero! ¡Tomad las lanzas! ¡En marcha! ¡Los uffts han ido ya demasiado lejos!
Hubo confusión. Aparecieron más hombres y corrieron a obedecer. Algunos de ellos regresaron montando unicornios. Otros los conducían de la brida. Los tres animales que se veían rodeados y cuyas suaves patas fueron mordidas por los uffts, regresaron cojeando al poblado. Los dos jinetes habían logrado dominar sus monturas y luego capturaron al animal sin jinete.
—¡Un unicornio para Link! — rugió Harl, en lo que evidentemente consideraba órdenes militares —. ¡Proporcionarle una lanza!
—¡Alto! — contestó ceñudo Link —. ¡Esa arma anonadadora que arrebataron a Thistlethwaite! ¡Usted la llevaba! ¡La portaré yo, Harl! ¡Sé cómo utilizarla!
—No tuve tiempo de averiguar su utilidad —dijo Harl, asintiendo. Luego bramó —: ¡Traed ese chisme tan raro que llevaba el patilludo esta mañana! ¡Dádselo a Link!
La confusión se acrecentó. Desde que vio por primera vez a Harl, cabalgando hasta el navío con cinco hombres montados en unicornios siguiéndolo, Link había hecho innumerables conjeturas acerca del sistema social y económico en Sord Tres. La mayor parte de ellas estaban equivocadas. Sin embargo, había logrado adivinar el sistema de seguridad social, comprendiendo que la organización en las Haciendas era un resurgimiento o reinvención del sistema feudal, en el que un Hacendado era responsable de alimentar y vestir a sus siervos y a cambio tenía una cantidad indefinida de poder. Harl tenía ese poder, con toda seguridad, suficiente para ordenar ahorcar a los forasteros y desconocidos.
Perd también resultaba claro que, fuese o no feudal el sistema, no estaba intencionado, ni predispuesto para tiempo de guerra. Harl quedaba al mando, pero nadie más tenía graduación secundaria. No había suboficiales, ni clases de tropa. Harl aullaba y ladraba órdenes para conseguir una tropa de hombres montados, haciendo que se reuniesen. De manera confusa y desordenada, se agruparon. Llevaban lanzas y dagas largas. Harl daba órdenes adicionales y cualquiera que las oía las obedecía más o menos al pie de la letra. Con una gran confusión, el grupo de hombres armados y montados se preparó para salir y emprender viaje a la luz de la luna.
Precisamente cuando estaba a punto de dar la orden de marcha, la voz de Thana llegó del edificio, que era residencia del Hacendado.
—¡Harl! ¡Harl! ¡Si os vais ahora, la cena se enfriará!
—¡Que se enfríe! — repuso Harl —. ¡Tenemos que alcanzar al tipo de las patillas!
Rugió a sus seguidores la orden de marcha y emprendieron el desfile formando una desperdigada columna tras él. Alguien confusamente buscó y encontró a Link, cabalgando junto a Harl, y logró entregarle la pistola anonadora que era la única arma que había a bordo del Glamorgan. Link la palpó en la oscuridad.
—Parece estar en orden de funcionamiento — dijo a Harl —. Gracias.
—¿Qué es...?— entonces Harl vio el arma. La luz de las estrellas eran moderadamente brillante, pero resultaba posible advertir detalles de cualquier cosa, bien del grupo armado o del panorama —. Oh. Tiene usted eso. Yo trataba de imaginar para qué servía, pero no tuve tiempo. ¿Cuál es su utilidad, Link?
—Dejar sin sentido a un hombre o a un animal — contestó con sequedad Link —. Dispara una carga eléctrica. Pero se puede ajustar de modo que la carga eléctrica no le mate, sino que sólo le escueza o le moleste hasta el grado que uno desee.
—¿Eléctrico?— preguntó Harl —. ¡Qué interesante! ¿Tiene mucho alcance?
—Depende — respondió Link.
—Hmm. Uf, Link, ¿cómo descubrió que ese tipo patilludo había hecho un trato con el Viejo Addison?
—Me lo dijeron los uffts — respondió Link ceñudo —. El Viejo Addison va a pagarles tres mil botellas de cerveza si le entregan a Thistlethwaite. Es un contrato escrito. ¡Thistlethwaite no hubiese prometido nada si no supiese cuál era su valor para el Viejo Addison!
—Han estropeado una buena ejecución al no decírmelo — dijo en tono de reproche —. Escapó. ¿Pero cómo sabe usted que se encamina hacia el navío?
—¡Ya se lo expliqué! — contestó Link —. Quiere unos pantalones. Quiere una camisa. Necesita ropas. ¡Desea ir vestido corno un comerciante cuando arregle el negocio con el Viejo Addison!
Harl meditó.
—Parece lógico — admitió —. ¡Muy lógico!
—Se me ofreció un trato para hacerme escapar también — contestó sombrío Link —. ¡Los uffts querían cinco mil botellas de cerveza por llevarme a la Hacienda del Viejo Addison!
—No le sería simpático — anunció Harl con sagacidad —. Apenas tiene más modales que un ufft. Cualquiera que sea educado, como usted, no puede llevarse bien con él, Link. Usted demostró sentido común al quedarse conmigo.
—¡Para que me ahorquen! — exclamó con amargura Link —. Pero...
—¡Alto! — exclamó Harl con asombro —. ¿No e admiraron la camisa suya? ¿Y no la acepté como regalo? Yo podría regalar algo a un hombre al que iba a ahorcar, Link. ¡Eso sería educado! ¡Pero no puedo aceptar un regalo y luego colgarle! ¡Eso sería deshonroso! — hizo una pausa para continuar después con tono ofendido —. ¡He oído decir que el Viejo Addison hace cosas así, pero jamás se me ocurrió que alguien sospechase de mí!
Link agitó la mano impaciente. Era notable el descubrimiento de que los planes para su ejecución habían cambiado, aunque eso importaba muy poco según su manera de pensar. Ahora se interesaba por la prevención del desastre mucho más importante que la suerte que pudiese correr su persona.
—Dudo que podamos pasar a través de la ciudad ufft — dijo —. Será mejor que la circundemos. Sufriremos un retraso y Thistlethwaite tiene prisa por ajustar su negocio con el Viejo Addison. Viajará a toda marcha.
Harl se aclaró la garganta y bramó hacia los cielos. La cabalgata de feos unicornios que le seguía cambió de dirección para seguirle.
El grupo montado se componía probablemente de cincuenta hombres y animales fuertes. En la escasa luminosidad de las estrellas resultaba una visión sorprendente. Los hombres marchaban en grupitos de dos o tres o de media docena, a pasos cuya andadura semejaba la de un camello, por velocidad y por torpeza. Los unicornios oscilaban a cada zancada. Sus cuernos desmadejados y carnosos iban de lado a lado. Link, al mirar atrás y observar la falta total de disciplina, sintió una enorme exasperación.
No le gustaba la situación en que se encontraba, aun cuando la ejecución inmediata ya no estuviese incluida. En toda su vida anterior había sido descuidado e inquieto, interesándose sólo por conocer las cosas que eran nuevas o excitantes, y en ocasiones porque entrañaban algo de tumulto. Eso era una cosa normal a cualquiera que tuviese su edad. Pero ahora tenía una responsabilidad de importancia intolerable. El futuro y muchísimos millones humanos dependería de lo que hiciese, pero no recibiría muestras de agradecimiento por sus esfuerzos. Iba contra la naturaleza entera de Link el dedicarse a una tarea tediosa y comprometida como ésta. Si conseguía triunfar nunca se sabría. De hecho, era una condición del éxito que jamás se supiese en ninguna parte fuera de Sord Tres. ¡Y tampoco se comprendería aquí!
Por lo menos una hora después de haber partido un alto y agudo clamor se alzó, muy distante.
—Son los uffts — dijo Harl —. Algo ha pasado y están todos felices y excitados.
—Se trata de Thistlethwaite —contestó Link—. Ha llegado hasta la nave. Probablemente ha distribuido algunos regalos entre los uffts.
La cabalgada continuó. El débil y agudo clamor continuó.
—Oh, Link — exclamó Harl, con un tono a la vez exhaustivo y deprimido —. Se me ha ocurrido algo que quizá hiciese felices a los uffts. Si como usted dijo, él ha hecho regalos a los uffts, quizá son cosas no duplicadas. No podrían utilizarlas, puesto que tienen cascos en vez de manos. Pero saben que nosotros, los humanos, se las compraremos. Les gusta comerciar. Disfrutan haciendo que los humanos paguen demasiado. Les hace sentirse listos y superiores. ¡Puede que se hayan preparado ya una gran cantidad de dificultades, para nosotros, los humanos! ¡Una gran cantidad!
La larga e irregular fila de hombres y animales siguió a través de la oscuridad. Harl continuó hablando con tono infeliz.
—Los uffts estaban tratando de hacerme pagarles por el informe de dónde se encontraba un yacimiento de mineral de hierro. Imagínese lo que me harán pagar por algo que sea original, no duplicado. Si ese tipo está regalándoles toda esa clase de objetos, los uffts se crecerán. Quizás ellos se sientan tan felices. ¡Yo no!
Link no respondió. Hubiese sido razonable para Thistlethwaite sentir que tenía que dar muestras de su cargamento para asegurarse su trato con el Viejo Addison y luego hacer que un convoy de hombres y animales viniese para descargar el Glamorgan y llevarse de allí su cargamento de manera especial. Si abría los compartimentos de carga para conseguir muestras, los uffts pedirían que se les entregasen como regalo. O simplemente se apoderarían de ellas.
—Y — continuó Harl como si echase chispas mientras hablaba—, cuando tienen algo, piden cincuenta botellas de cerveza y no traen ni verduras ni desperdicios, hasta que no se las han acabado. Y si no trabajan, ¿cómo se les va a poder pagar? ¡Traerán cuchillos y ropa y exigirán cerveza! ¡Y si no la tengo, se llevarán el material a otra Hacienda!
—Entonces probablemente tendrá usted que pagar.
—Sin materias verdes, no puedo — exclamó Harl con amargura.
Hubo una adición al débil y alegre clamor que quedaba más allá del horizonte. Link comenzó a descontar cualquier posibilidad de éxito en esta expedición. Si Harl tenía razón, Thistlethwaite había llegado al navío, había conseguido más ropas y probablemente les entregó en lugar de una caja de cervezas objetos tales como espejitos, cosméticos, cacerolas, hechos de otros metales distintos al hierro, bisutería, aparatos eléctricos pequeños, linternas, plumas, lápices y tejidos sintéticos. Ninguna de estas cosas podría duplicarse en Sord Tres, porque los minerales requeridos eran materias crudas que se habían olvidado, si es que llegaron a conocerse jamás.
Y todo esto colocaría a Harl en una mala situación, sin duda. Cada Hacendado necesitaría tratar con el Viejo Addison para que diese tales muestras, que él suministraría a sus servidores o parecería menos que un superior feudal deseable. Pero para Link el hecho terrible era que Thistlethwaite debía haber llegado al navío antes que él lo hubo previsto. Si sospechaba que se le perseguía, no perdería tiempo. Seguiría adelante. Y si seguía adelante...
Y ahora, en frente, se oyeron pequeños y peculiares sonidos. Necesitó Link unos segundos para comprender que eran los cascos de los uffts sobre peldaños de metal y suelos metálicos, el estrépito viniendo de una abierta portezuela de salida.
—Harl — dijo Link en tono bajo —. Quizá Thistlethwaite esté todavía en la nave. ¡Hay muchos uffts trasteando por aquí! ¿Puede usted conseguir que sus hombres...?
Pero Harl no esperó tal consejo, como lo hubiera hecho un alto jefe si su subordinado le hablase la víspera de la batalla. Alzó la voz:
—¡Ahí están, muchachos! — bramó —. ¡Vamos a por ellos! ¡Capturad al.patilludo! ¡Si no lo conseguimos dominar, no habrá ejecución esta noche!
Rugiendo de manera impresionante, espoleó su torpe montura hacia adelante. Se vio seguido por todo su ejército indisciplinado. Fue una carga furiosa, frenética y completamente confusa. Link y Harl la condujeron, claro, culminaron la natural elevación del terreno y vieron la forma alta delGlamorgan recortándose contra las estrellas.
Hubo un frenético agitarse de lo que parecieron ser hordas de uffts, apiñadas en torno a la portezuela de salida y, en enjambre, entrando y saliendo. Una luz dentro del ojo de buey proyectaba al exterior un inadecuado resplandor y a tan tenue iluminación formas rotundas, cerdunas, se veían luchando y forcejeando por entrar en la nave, si estaban fuera, o por salir si sucedía que estuvieran dentro. Link, vio, en el resplandor de esa luz que iluminaba, cosas metálicas. Evidentemente los uffts se estaban sirviendo de los contenidos de un compartimento de carga. Sacaban cuantos objetos pequeños podían transportar.
Harl volvió a bramar y sus seguidores, evidentemente, gritaron a su espalda y toda la masa marchó descendiendo por la colina hacia la congregación de uffts. Los unicornios aparentemente estaban dotados de una buena visión nocturna, porque ninguno de ellos cayó al tropezar con los peñascos que salpicaban la ladera.
La carga fue descubierta. Gritos y chillidos de alarma salieron de los uffts. No fue tanto tumulto, sin embargo, como el que eran capaces de hacer tan pequeñas criaturas. Los que llevaban botes y sartenes de aluminio, o utensilios de cocina, o herramientas pequeñas u otros objetos, que transportaban en su boca o simplemente arrastraban en la oscuridad, no podían gritar puesto que al hacerlo dejarían caer su botín. Link vio a uno de ellos con una sartén especialmente grande saltar a una hondonada, perderla, volverla a recoger y correr diez pasos para luego tropezar y una nueva caída antes de que encontrase una manera de sujetar el objeto de manera adecuada y continuar su loco galope.
Los otros uffts se desparramaron. Pero había peñascos aquí. Tras ellos lanzaron sus gritos de desafío:
— ¡Abajo los hombres! ¡Vivan los uffts!
Insultaron a los humanos que iban montando los unicornios. Hasta ahora el combate concernía, sin embargo, a la carga contra la espacionave, pero carecía en absoluto de ambiente. Los uffts del exterior o bien huían con lo que habían capturado y apretaban entre sus dientes, o se desparramaban para insultar a los hombres desde sus escondites entre las piedras y rocas de los alrededores. Pero había muchos más dentro de la nave. Salieron en un torrente de forcejeante intensidad. Los jinetes no trataron de detenerles. Parecían satisfechos, incluso complacidos consigo mismos por el pánico que dominaba a los uffts. Se apiñaron en torno a la portezuela de salida, pero permitieron pasar a los uffts en su huida.
—¿Qué haremos ahora?— preguntó Harl.
—Ver si Thistlethwaite está dentro — contestó Link con sequedad. Preparo el arma anonadadora. No hubo esfuerzo por parte de ninguno de los jinetes en utilizar sus lanzas contra los uffts. Link podía comprenderlo. Los uffts hablaban. Y un hombre puede matar a un animal peligroso, incluso molesto, pero sería insensato utilizar un arma mortífera en una criatura que aparentemente es incapaz de nada más peligroso que de morder la pata de un unicornio, o de romper las ropas de un hombre enterrado bajo un montón de los de su raza. Un hombre simplemente no pensaría en matar a un individuo que habla y que sólo puede dañarle de palabra.
Harl giró saltando de la silla y penetró dentro de la nave. Link le vio subir por la escalera metálica del interior. Hubo un frenético grito y algo cayó por los escalones con un repiquetear de cacharros metálicos. Un ufft salió rodando por la puerta y se lanzó hacia el horizonte, bramando.
Hubo más gritos.
— ¡Abajo los asesinos de los viajeros interestelares! — gritó un ufft invisible desde algún lugar próximo —. ¡Los hombres tienen manos! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! — gritó otro.
Luego se les unió un coro:
— ¡Hombres, idos a casa! ¡Hombres, idos a casa! ¡Hombres, idos a casa! ¡Hombres, idos a casa!
Los hombres de los unicornios parecieron intranquilizarse. Estaban agrupados en torno a la portezuela de salida de la nave. Había muchos uffts ocultos en las proximidades. Formaban una especie de bando que dominaba los insultos. A veces sus gritos adquirían un tono rítmico, continuado, como, por ejemplo, decían: «¡Hombres, idos a casa!» Entonces también se oía a veces un clamor frenético hasta que alguna voz especialmente estridente comenzaba otra frase más atractiva en su contenido insultante. Hubo golpes dentro de la nave. Harl bramaba en alguna parte. Más golpes. Los gritos de abuso se hicieron más y más fuertes. En apariencia los uffts sin carga alguna habían dejado de huir cuando se vieron libres de toda persecución. El torrente de insultos se hizo ensordecedor. En el mismo límite de la luz, que salía del ojo de buey, se podían distinguir cuerpos redondos, corriendo entre las peñas mientras gritaban sus epítetos.
Los jinetes se agitaron aprensivos. Las tácticas militares de los uffts, si así podían llamarse, consistían en gritos inflamatorios de efecto moral y en la mordedura de las patas de los unicornios como ataque directo. La situación corría en círculos y habían preparado ya el ataque sobre tres unicornios, como ocurriese en la calle del poblado. Los jinetes aquí, a la luz de las estrellas, se mantenían inmóviles porque Harl estaba dentro de la nave. Pero mostrarían su, perturbación ante la perspectiva de otro ataque semblante contra sus monturas. Es más, se oyeron gritos sanguinarios y encorajinadores desde la otra.parte de la colina, como si un grupo bélico de la ciudad ufft estuviese en camino para reforzar a sus semejantes que armaban tumulto en torno a la nave.
Pisadas. Dos pares de pisadas. Harl salió por la escotilla, muy furioso, siguiéndole un entristecido servidor.
—Este tipo es el que dejé para que vigilase la nave en su favor, Link — dijo Harl echando chispas —. El patilludo llegó con una multitud de uffts. No tenía ropas y dijo a este tipo que estaba en dificultades y necesitaba vestirse. Mi servidor creyó que era educado permitir que un hombre se vistiera, así que le permitió el paso. Y luego el patilludo le golpeó por detrás con algo, y lo encerró en una cabina y dejó entrar a los uffts.
—Mala cosa, pero... — empezó a decir con sequedad Link.
—Será mejor que nos pongamos en marcha — dijo Harl colérico —. No lo hemos encontrado. Debió escapar antes de que llegáramos. Abrió alguna puerta allá arriba, dice este tipo, y le oyó maldecir a los uffts porque se estaban llevando cuanto podían aferrar con sus dientes. Después escuchó algún ruido.
Un ufft saltó sobre un peñasco y se lanzó hacia los intranquilos y piafantes unicornios. No tuvo valor para conseguir su propósito. Dio media vuelta. Pero otros uffts efectuaron similares maniobras. Al poco se encontrarían debajo de las patas de los cuadrúpedos, mordiendo los pies de los animales y los pondrían en estampida.
—Será mejor que nos pongamos en marcha —repitió Harl—. Se muestran muy nerviosos.
—No — exclamó Link, ceñudo —. ¡Aguarde un momento!
Hizo girar la pistola anonadadora a su alrededor. Abrió la abertura del cono de fuego. Ajustó el mando de la intensidad de la descarga. Alzó el arma. Los gritos eran en verdad ensordecedores.
— ¡Granujas! ¡Villanos! — bramaban las corretonas y nerviosas criaturitas.
Link oprimió el gatillo. El arma emitió un ruido seco. Las cargas eléctricas se desprendieron de ella, esparciéndose. El arma, alcanzaría un centenar de metros en la más amplia dispersión de su fuego. Dentro del espacio en forma de cono afectaba a cualquier carne que no estuviese protegida por metal y formaría una fuerte y dolorosa descarga eléctrica, aunque totalmente inofensiva. Para hombres que nada sabían de electricidad eso resultaría sorprendente. Para los uffts no tendría paralelo y les parecería totalmente horripilante. Lanzaron gritos.
Link tornó a disparar, a otra zona de la oscuridad. Los chillidos de terror ufftiano llegaron hasta las estrellas.
— ¡Asesinos! — gritaron las voces uffts —. ¡Asesinos! ¡Nos estáis matando!
Link apuntó a las voces y volvió a disparar. Dos veces.
Los uffts en torno a la espacionave huyeron de allí, lanzando un griterío histérico en el que las quejas de que los afectados habían sido asesinados quedaron únicamente apagadas por los gritos más altos indicando o pretendiendo indicar que para todos los efectos las víctimas habían muerto.
—¡Sput! — exclamó asombrado —. ¿Qué está usted haciendo, Link? ¿No estará matándoles? ¡Les necesito para que me traigan material verde!
—Vivirán — contestó Link —. Espere aquí. Quiero ver lo que hizo Thistlethwaite. ¡De cualquier forma no intentó elevar la espacionave y conducirla a la Hacienda del Viejo Addison!
Entró. Subió por la escalera. Vio la puerta de un compartimento de carga. Había sido sellada herméticamente. Ahora estaba cerrada. Pero soldada a sus goznes. Thistlethwaite había utilizado un soplete de oxígeno. Una segunda puerta de carga. También cerrada. La tercera estaba abierta. Aparentemente era el compartimento del que había salido el pillaje, el botín de los uffts. Parecía vacía. La puerta de la sala de máquinas estaba también soldada y la del compartimento de la lancha espacial. La sala de control también sellada para la entrada de cualquiera sin por lo menos un cortafríos, aunque preferiblemente un soplete. Y había desaparecido el soplete de oxígeno.
Link tornó a bajar las escaleras, murmurando. Thistlethwaite había hecho al Glamorgan inútil para cualquiera que no poseyese un cortafríos o un soplete de oxígeno. Harl no podía apoderarse de los materiales que Thistlethwaite planeaba cambiar por duplicadores. El Viejo Addison podía...
En el antaño acolchado espacio de carga —miró en su interior sin ninguna esperanza— encontró una lata de plástico llena de judías, volcada en el suelo. La recogió. Era demasiado grande para que las mandíbulas de los uffts la aferraran.
Volvió a descender a la puerta de salida, apagando precavidamente las luces que Thistlethwaite había dejado encendidas. Se sentía profunda y salvajemente desencantado. Estaba casi en la portezuela de salida cuando se le ocurrió una idea. Volvió a entrar y tocó la soldadura del fondo de una de las puertas. Se quemó los dedos. Thistlethwaite hacía poco rato que se había marchado. No podría estar lejos.
Link volvió a encender las luces y efectuó un registro. El único objeto suelto que quedaba era una lata abierta de material para soldaduras, para taponar filtraciones de aire tales como las que el Glamorgan tenía costumbre de desarrollar. Era una pasta negra y pegajosa e incluso un ufft no la hubiese querido. Link sí.
Volvió a salir otra vez al aire libre. Dijo con sequedad:
—Sujete esto, Harl.
Entregó el recipiente de judías y se puso a trabajar en la aleta de aterrizaje en la que estaba la puerta de salida. Tenía sólo el quebradizo pincel utilizado para aplicar el producto soldador y sólo este producto que aplicar con él. La luz que recibía era de las estrellas. Pero cuando terminó leyó las irregulares letras del mensaje con cierta satisfacción. El texto decía:
THISTLETHWAITE:
LOS HACENDADOS ENCANTADOS CON LA PRUEBA DE LAS ARMAS PARA HACER QUE LOS UFFTS TRABAJEN SIN COBRAR. CONDUCE TU BANDA A UNA EMBOSCADA COMO SE PLANEO PARA EL USO EN GRAN ESCALA DEL ARMA. TEN CUIDADO. CON LINK. ES PRO UFFT Y EN SECRETO SIMPATIZA CON LOS UFFT.
—¿Qué es lo que hace usted, Link?-preguntó Harl —. Todos los uffts han huido, gritando. ¿Qué hace usted? ¿Y para qué es ese escrito?
—Este escrito — contestó Link —, es para acabar con el problema Thistlethwaite en Sord Tres. Quizás usted no se dé cuenta de que existe tal problema, Harl, pero hay que cuidarse de él. Y lo que yo hice fue utilizar una pistola anonadadora con la máxima dispersión y mínima potencia. Voy a pedirle, Harl, que vuelva a la Hacienda de inmediato a través de la ciudad ufft. Si tratan de oponerse les daré una ración más de lo que acaban de recibir. Creo que el efecto psicológico será saludable.
Harl meditó. Sus seguidores no parecían un cuerpo muy militar bajo la luz de las estrellas.
—Bue-e-e-no — contestó Harl —. No estoy seguro de lo que significan esas palabras, Link, pero pensaba que tendríamos un viaje muy difícil para regresar a casa, con los uffts mordiendo las patas de los unicornios todo el camino. Pero usted dice que no nos pasará nada, ¿verdad?
—Sí — contestó Link —. Digo que no les pasará nada. Lo garantizo.
—Entonces lo intentaremos — anunció con tono pesado Harl —. Oh... ¿Qué es eso que me ha dado usted para que guardase?
—Es un regalo de invitado para Thana — dijo Link.
Harl soltó un bramido.
—¡Vámonos, amigos! ¡Volvemos a casa! ¡Pasaremos por la ciudad ufft! Hay un chisme con un máximo de dispersión y un mínimo de potencia que apartará de nuestro paso a los uffts y deseamos utilizarlo un poco más con ellos.
La cabalgata se lanzó a otro largo y pesado viaje bajo las estrellas. Pasó algún tiempo antes de que los unicornios llegasen a la ciudad ufft. No estaba en silencio, aunque reinaba la oscuridad. Había agudos balbuceos por todas partes. Las historias agitadas de los uffts que experimentaron la pistola anonadadora estaban siendo discutidos por los uffts que no la experimentaron. Los que recibieron las descargas no podían describirlas y los que no lo habían hecho tampoco podía creerles. Las discusiones tendían a alcanzar una creciente acritud. Luego hubo los gritos de los hombres que estaban a punto de pasar por la ciudad. Los que no habían recibido descarga salieron valientemente a ponerse al paso, o al menos a hacerlo tan desagradable como pudieran.
Link dejó que la congregación de inquietos y vituperantes uffts se hiciese grande y próxima.
— ¡Asesinos! ¡Criminales! — Eran los epítetos más suaves arrojados contra los hombres. Uno de los uffts gritó —: ¡El mundo se enterará de esta matanza!
Otro continuó en el mismo sentido:
— ¡Sabrán cuántos de nuestros camaradas asesinasteis esta noche!
Los unicornios siguieron su marcha hacia adelante, con aquella andadura suya tan ondulante y peculiar. Las voces encontraron una palabra más sencilla:
¡Asesinos! — gritaban desde la oscuridad ¡Asesinos! ¡Asesinos!
En la actualidad, y Link lo sabía, ningún ufft en toda la ciudad hubiese podido encontrar un lugar en su piel que fuese más colorado que el resto, sin tener que esperar a la mañana siguiente.
Pero ahora... al poco, hubo un galopar enorme, arremolinado, enloquecido y una frenética barrera de gritos de uffts ante la cabalgata. Si los animales continuaban sus patas sufrirían. Recibirían mordiscos. Si daban media vuelta, los uffts cobrarían el coraje suficiente para seguirlos y acordonarlos, para caer sobre ellos y morderles también las patas.
Harl dio la orden de alto. La cabalgata se quedó inmóvil. Link dirigió a la creciente congregación de insultonas criaturas dos disparos más de la pistola anonadadora. Los individuos sufrieron el equivalente de picaduras de abeja durante la fracción de un segundo. Gritaron y huyeron.
El resto del viaje a través de la ciudad transcurrió sin accidentes, excepto que muy ocasionalmente algunos bravísimos uffts gritaban insultos desde un poco más de un kilómetro de distancia y luego se alejaban todavía más de la irregular fila de hombres y monturas.
Entonces se vieron en los kilómetros ondulados que quedaban más allá, dónde aparecían por entre la oscuridad debilísimas y escasas luces. Y luego, al poco, las casas del pueblo asomaron por ambos lados.
Thana salió a recibir a Harl y a Link, pero se la veía apenada porque su cena hubiera de recalentarse ahora y tuviese por tal motivo una calidad inferior. Cenaron. Link obsequió a Thana con la lata de plástico de judías. Harl preguntó qué eran. Cuando Link se lo dijo, contestó distraído:
—He oído decir que hay una Hacienda, más allá de la del Viejo Addison, que tiene judías. Pero jamás las probé. Duplicaremos unas cuantas y las tomaremos para desayunar. ¿De acuerdo?
Y Link fue acomodado a una sala de huéspedes, con una luz consistente en una mecha flotando en un plato de aceite. Durmió como un tronco, hasta una hora después de salir el sol. Luego le despertó el sonido de gritos. Desde la ventana no podía ver nada, así que se vistió y bajó con indiferencia a verlo desde la calle.
Había muchos aldeanos en el exterior, mirando a lo lejos. De vez en cuando gritaban dándose ánimos. Link vio qué era el objeto de esos gritos.
Una figurita pequeña y peluda, castamente envuelta en un mantel a cuadros rojos que le rodeaba la cintura, corría enloquecida hacia la Hacienda. La figura pertenecía a Thistlethwaite. El mantel a cuadros rojos que antaño estaba colocado en el comedor del Glamorgan. Thistlethwaite corrió como un ciervo y tras él venían los uffts bramando insultos y tratando de morderle los talones.
Llegó a la seguridad y los uffts se retiraron, gritando como la más suave de las acusaciones las palabras:
— ¡Traidor! ¡Asesino!
Pero de vez en cuando uno lanzaba un agudo chillido diciéndole:
— ¡Agente provocador!
Capítulo 7
La situación se desenvolvía de una manera estrictamente lógica. Los uffts permanecieron a distancia, gritando insultos y ofendiendo de palabra a todos los humanos del poblado que constituía la Hacienda Harl. Pasaron unas horas. No entró ninguno de los carritos pequeños y tirados por uffts que portaban cargas de raíces, corteza, hierbas, bayas, capullos y flores. Normalmente entraban para que el duplicador las convirtiese en parte en cerveza, con la humedad necesaria, y en parte en mercancías tales como manzanas pequeñas agusanadas, legumbres, guisantes y hojas suculentas y descoloridas como las de las lechugas. Se hacía toda clase de alimentos duplicados con el material procedente de aquellas carretillas ufft, claro. El trigo, incluso la harina, se podían sintetizar por el duplicador de los diversos componentes de la vegetación que contenían las carretas. Los rábanos también se podían multiplicar. Cada producto del jardín de Thana se podía incrementar de manera indefinida. Pero esta mañana ninguna materia prima para obtener cerveza o alimentos apareció. Los uffts permanecieron a distancia, gritando insultos.
Thistlethwaite reveló el trasfondo de los acontecimientos que habían sucedido últimamente. Había escapado de la Hacienda, rodeado por una escurridiza guardia de uffts, mientras estaba en su punto álgido la demostración política de la calle. Ese tumulto continuó durante el tiempo en que le llevaban hasta la ciudad ufft. Allí fue vitoreado, aunque no le dieron de comer. Los uffts no empleaban comida humana. Eran herbívoros y no tenían provisiones para él. Pero hicieron discursos acerca de su fuga.
Estuvo allí mucho rato, pero a su pesar, ya que era un hombre de negocios. Quería comida y vestirse y llegar a la Hacienda del Viejo Addison para proceder con su trato comercial y terminar con los detalles pertinentes. No pensó en términos inseguros. Pero insistió en llegarse primero al Glamorganpara vestirse. Habló con orgullo de su talento comercial. Los uffts mencionaron, como seres también negociantes, que el contrato para su rescate y escolta no incluía comida, ropas ni un viaje al oeste a la ciudad ufft. Habría un cargo ligeramente superior, un extra. Thistlethwaite se mostró indignado, pero asintió.
Le llevaron hasta la nave. El vigilante dejado por Harl le permitió pasar. Noqueó a este vigilante y lo encerró en un camarote para miembros de la tripulación. Se atiborró de comida, porque tenía más necesidad de comer que de vestirse. Dejó pasar a los uffts, porque estaban gritando allá abajo. Deseaban el pago extra que habían puesto de sobretasa a sus servicios. Anunciaron que no les interesaban los artefactos humanos. Quería la moneda corriente, cerveza. El patilludo no la tenía. Sugirieron que aceptarían carga con el adecuado descuento. El descuento fue por el hecho de que tendrían que comerciar con mercancías humanas para los hombres y que éstos se las cambiasen por la cerveza que preferían. El descuento sería grande.
Thistlethwaite tuvo que ceder, aunque estaba furioso. Abrió un compartimento de carga y los uffts comenzaron a vaciarlo. Thistlethwaite lloró de furia porque las circunstancias le habían puesto a merced de los uffts. En cuestiones comerciales eran muy comerciantes. No mostraban la menor piedad. Expresaba su indignación ante la actitud cuando hablaron de aumentar la cantidad por la demora en el pago que él estaba causando. Reprimiendo su ira, tomó medidas. Aún estaba tomándolas cuando la expedición de hombres y unicornios cargó hondonada abajo en donde el Glamorgan se había pasado. Thistlethwaite salió entre los primeros y estaba muy lejos antes de que entrara en función la pistola anonadadora. Y luego, de regreso a la ciudad ufft, los pequeños retornados exigieron una compensación por los heridos de un número exagerado de sus compañeros, heridas recibidas en la misión para que les empleara el humano. Al contarlo más tarde, una vez de regreso en la Hacienda de Harl y presumiblemente ante la perspectiva de verse ahorcado, Thistlethwaite estaba púrpura de furia ante las exigencias de los uffts. No le habían despojado de todo el cargamento del Glamorgansino del navío en sí y habría llegado al Viejo Addison sin una muestra siquiera de las mercancías comerciales con las que efectuar los tratos. Todo su viaje habría sido en vano. Incluso resultaba improbable que el Viejo Addison también le pagase por su entrega, cuando no tenía nada que ofrecer al jefecillo feudal en cuestión de artículos comerciales.
Escuchando el relato, Harl dijo con tono rotundo:
—Los uffts no tienen modales. Debió de ser más prudente antes de tratar con ellos. Hizo bien en volver — entonces se le ocurrió algo —. ¿Por qué le persiguieron?
Thistlethwaite tornó sobre Link sus ojos sanguinolentos y llameantes.
—Alguien — dijo con tristeza —. Alguien pintó una nota en la aleta del Glamorgan. ¡Iba dirigida a mí! Así que los uffts la leyeron y allí decía que yo había traído armas para los Hacendados, con el fin de que éstos obligasen a los uffts a trabajar gratis. La nota decía que condujese a los uffts a una emboscada como se había concertado previamente, para que se les disparara. ¡Así que decidieron que el que me pusieran en una jaula y consiguiera que ellos me proporcionasen la fuga era una triquiñuela para que ustedes tuviesen posibilidad de probar con ellos anoche la pistola anonadadora!
Link dijo con suavidad:
—¡Vaya, cómo han podido pensar tal cosa! Thistlethwaite reprimió su furia. Estaba sin habla.
—Empieza a parecer — dijo Link con la misma suavidad —, como si los uffts estuviesen en realidad enfadados. Dudo de que se dejen caer por la Hacienda sólo por el placer de llamarnos con los peores nombres que pueden pensar. ¿Qué se imaginan que quieren, Harl?
—¡Mucho! — contestó Harl sombrío —. ¡Mucho!
—Sugirieron que vaya usted a averiguarlo —dijo Link.
—Puede que tenga razón — contestó Harl, aún más sombrío —. Si no traen materia verde, no comeremos. No se puede duplicar los que Thana cría a menos que se tengan materias primas para proporcionar al duplicador.
Se levantó y salió de mala gana de la habitación en donde la conferencia había tenido lugar. Thistlethwaite dijo amargado:
—¡Ojalá hubiese decidido ser yo quien astrogase la nave hasta aquí!
—Una pregunta — le interrumpió Link —. Dices que los uffts creen que trajiste armas para que se les esclavizara. ¿Verdad?
—¡No, no lo hice! — saltó Thistlethwaite.
—¿Me mencionaron a mí los uffts?— preguntó Link.
Thistlethwaite prácticamente echaba espuma por la boca.
—¡Decían que tú eras su amigo! — respondió furioso —. Decían...
—Les hice un discurso — le interrumpió Link con aire modesto —. Era sobre un barbero que afeitaba a todos los del pueblo que no se afeitaban a sí mismos y que no rasuraba a nadie que se afeitaba de por sí. Ha habido dificultades en decidir quién afeitaba el barbero. Quizá me tengan simpatía por eso.
Thistlethwaite emitió ruidos incoherentes.
¡Tate, tate! — dijo Link —. Hay una pregunta más, pero no es preciso que la respondas. Haré que Thana me ayude a descubrirlo. No creo que te escapes otra vez gracias a los uffts y no creo tampoco que te cuelguen antes que tenga yo una oportunidad de protestar. Por lo menos, eso espero.
Fue en busca de Thana. La encontró mirando tristemente a las plantas de su pequeñísimo jardín.
—¡Hoy no ha llegado ninguna carreta con material verde! — dijo a Link con aire infeliz —. Y los uffts están empleando tan malas palabras que no sé cuándo se decidirán a regresar can sus carretas y reanudar el servicio como antes.
—¿Tenía usted comida almacenada por anticipado?— preguntó Link.
—No mucha — admitió Thana —. Los uffts siempre traen materia verde, así que no es preciso almacenar comestibles.
—Mala cosa — comentó él —. ¿Duplicaría usted el arma que puse anoche para ver si funciona? ¡Quizá fuese una solución al problema! Una solución poco agradable, pero solución al fin.
—¡Pues claro! — exclamó Thana.
Ella abrió la marcha. Primero al gran vestíbulo y, cruzándolo, a la habitación con innumerables estanterías que servían al propósito de una tesorería. Bajó la pistola anonadadora de uno de los estantes más altos, comprendiendo Link que ningún ufft con sus cascos en vez de manos podría trepar hasta él. Dio a Link varias pellas de mineral de hierro. Sacó un pedazo de madera recién cortado.
Cruzaron de nuevo el vestíbulo. Ella oprimió un botón y el sillón del trono y su dosel subieron hacia el techo. El aparato que era el duplicador apareció en el foso que la silla y estrado cubrían de ordinario. Thana colocó el mineral y la madera en el gancho y cuévano destinados a las materias primas. Colocó la pistola en el cuévano que debía contener el objeto a duplicar. Dejó el tercer recipiente vacío. El duplicado que se produjese no tardaría en aparecer allí.
Oprimió el botón. El duplicador descendió. La silla del trono bajó también. Tornó a oprimir el botón. El trono subió y el duplicador ascendió, a una diferente velocidad de ascensión. El mineral de hierro del primer cuévano había disminuido visiblemente y había mucha arena en el fondo del recipiente. La misma y auténtica pistola anonadadora original permaneció donde fue colocada, en el depósito del centro. Pero un duplicado en apariencia exacto aparecía en el tercer cuévano.
Link tomó el objeto duplicado. Lo examinó. Apuntó al cielo y oprimió el gatillo. No pasó nada, ni siquiera el ligero silbido que acompaña a la operación de la pistola anonadadora.
Hizo girar el tornillo que servía para desarmar el arma y la pistola quedó abierta para su inspección. Link la miró y sacudió la cabeza.
—No hay transistores — informó presuroso —. Están hechos de germanio y género por el estilo, metales raros en la mayor parte de las veces. No tenemos nada de eso. Así que el arma está incompleta. Una pistola anonadadora duplicada necesita germanio y sin él de nada sirve, al igual que un cuchillo duplicado. No hay posibilidad. De lo que me alegro.
Harl entró, indignado.
—¡Link! — dijo en un tono que expresaba algo así como sorpresa ante algo abrumador y ante el ultraje también de algo inconcebible —. ¡Envié a un par de individuos a descubrir lo que querían los uffts y los uffts les persiguieron haciéndoles volver!
—¿Mencionaron su razón?— preguntó Link.
—Gritaron que yo era un conspirador. Gritaron que el hombre patilludo tuvo que conducirles a una emboscada anoche para que les matasen. ¡Gritaron que yo iba a intentar hacerles trabajar todo el tiempo sin pagarles cerveza! ¡Dijeron que no era yo... educado! ¡Yo! — exclamó Harl incrédulo —. ¡Dicen que tienen en proceso una huelga general en contra mía! ¡No habrá materia verde! ¡No llevarán mensajes míos a ninguna parte! ¡Nada! Tengo que desembarazarme de la cosa que dicen que les mató anoche a centenares. ¿Les mató de verdad, Link?
—A ninguno — contestó Link —. Recibieron como una mordedura, pero eso es todo. Nada peor que un alfilerazo durante una fracción de segundo.
—Dicen que la huelga seguirá hasta que ahorque al patilludo y me desembarace del arma que fue utilizada contra ellos — aclaró Harl estupefacto —. Y que les permita registrar toda la Hacienda para ver si hay más armas de esas, y repetir la búsqueda cuando se les antoje. ¡Tienen que leer todos los mensajes que yo envíe, y he de darles de ahora en adelante cuatro botellas más de cerveza por cada carreta de materia verde que traigan!
Link meditó un momento. Luego dijo:
—¿Y qué ha decidido usted?
—¡Aunque quisiese no podría! — contesto Harl ¡Sput, Link! ¡Si ahorco a ese patilludo porque los uffts así lo desean, quedaré deshonrado! ¡Ningún siervo de la Hacienda querría quedarse aquí! ¡Si dejo que los uffts registren la casa de cualquiera cuando se les antoje, ninguna mujer permitiría que su marido se quedase! ¡Si accedo a eso, Link, no habrá en esta casa una alma viviente cuando se ponga el sol!
Link se sintió aliviado en cierto modo. La economía humana aquí en Sord Tres tenía defectos, incluso a sus ojos tolerantes. Los humanos dependían profundamente de los uffts para los elementos que consumían y las ropas que llevaban en un sentido tal como el que les hacía estar pendientes de la llegada de carretas uffts con materias primas. En cualquier momento los uffts podían interrumpir el suministro y dejar que se muriesen todos los humanos de la Hacienda. Era un alivio descubrir que los humanos no preferirían rendirse.
—¿Y qué hará usted?
—Enviar a un mensajero a mi próximo vecino — contestó Harl furioso —. Le diré que voy a ir de invitado. Llevaré una docena de hombres y cuarenta o cincuenta unicornios. Iré hasta su Hacienda. Le haré un regalo de invitado de una camisa nueva duplicada y de una lata duplicada de judías. Entonces podrá tener todas las camisas y judías que desee en adelante. ¡Es un gran regalo, Link! Así que se mostrará ansioso de devolverme de manera educada un regalo también de huésped. Por eso admiraré la comida que tiene almacenada y presta para su duplicación. ¡Y él duplicará los elementos suficientes para cargar mi caravana de unicornios y así traer aquí los elementos que necesitamos!
—¿Y luego qué? ¿Supóngase que los uffts realizan una demostración política en la calle mientras usted está fuera?
Harl frunció el ceño.
—¡Será mejor que no lo hagan! — dijo sombrío —. ¡Ella... ejem... será mejor que no lo hagan! Enviaré a mi mensajero.
Se fue presuroso.
Thana dijo:
—Usted no cree que eso va a resultar.
—Puede que sí — contestó Link —. Pero no por necesidad.
Thana continuó con un tono de voz plenamente práctico:
—Veremos qué podemos hacer con ese cuchillo no duplicado. Link.
Entró en la habitación que Link consideraba la tesorería de la Hacienda. Volvió con el cuchillo de aleación de acero, del cual las copias duplicadas hasta ahora habían sido sólo de hierro blando. Traía también su colección de diversas rocas.
Duplicó el cuchillo sólo con mineral de hierro en el cuévano de materias primas para duplicar. El aparato descendió hasta el foso, el sillón bajó y cubrió la abertura, luego subió otra vez y el conjunto apareció a la vista de nuevo. Había un segundo cuchillo en el cuévano de los productos. Se lo entregó a Link. Este probó el filo. Lo dobló casi de inmediato. Era de hierro blando. Lo entregó a la muchacha. Ella limpió el cono de los materiales quitando la arena y el mineral restante y colocó el cuchillo recién duplicado corno materia prima. Añadió una docena de piedras y guijarros de diversos minerales.
El duplicador descendió y subió. El cuchillo de nuevo había sido duplicado. Su borde seguía siendo inútil. El duplicador no pudo extraer de las muestras de roca los elementos de la aleación que el cuchillo original contenía además del hierro y que un verdadero duplicado debería también contener. No estaban en las rocas. Thana quitó las piedras inútiles con aire profesional.
—Me temo que tiene usted razón, Link, sobre los uffts.
—¿Cómo?— preguntó Link.
—Harl piensa en la educación todo el tiempo. No es práctico, como usted.
—Jamás se me acusó antes de ser práctico — dijo Link con sequedad.
Thana colocó el cuchillo reduplicado en el cuévano de los materiales. Añadió más rocas. El sillón descendió, dijo:
—¿Qué es lo que hacía usted antes de venir aquí, Link?
—Oh, iba de aquí para allá — contestó Link —, haciendo diversas cosas.
El sillón subió y reapareció el duplicador. De nuevo había otro cuchillo. También de hierro blando. Thana limpió de su cuévano las muestras de roca nada satisfactorias. Cambió el cuchillo de hierro blando del primer cuévano y colocó más guijarros. Cuando el duplicador descendió y tornó a descender, el cuchillo re-reduplicado había desaparecido del depósito de materias primas y reaparecido en el tercer cuévano, en donde salían los productos duplicados. No había desmoronamiento entre los guijarros minerales. Los substituyó por otros y el ciclo de duplicación se reanudó.
—¿Dónde está su casa, Link?
—En cualquier parte — contestó Link. Contempló cómo el duplicador descendía y el trono bajaba para cubrir el foso. Se alzó de nuevo para descubrir un cuchillo re-re-reduplicado. Esta vez, también, no era bueno. Substituyó la muchacha nuevas piedras e hizo bajar el duplicador para repetir la operación.
—¿Dónde es «cualquier parte»?— preguntó Thana. Le miró con intensidad.
Link se lo dijo. Cuando el duplicador sufrió el proceso de hacer y rehacer el cuchillo según la muestra proporcionada, pero sin el material de aleación que lo convertiría en acero, contestó las aparentes fútiles preguntas y al poco se encontró esbozando la historia de su vida. La habló de Glaeth. Le contó sus dos años pasados en la Academia Mercantil del Espacio de Malibú. Se encontró diciendo:
—Ahí fue donde conocí a Imogene.
—¿Su novia?— preguntó Thana, con una indiferencia posiblemente exagerada.
—No — repuso Link —, oh, durante una temporada supongo que se podía decir que era mi novia. Quería casarme con ella. Ignoro la razón. En aquellos tiempos me parecía buena idea. Pero ella me preguntó con aire comercial si tenía propiedades en alguna parte y cuáles eran mis perspectivas para el futuro, etc., etc. Dijo que nuestros genios eran bastante parecidos, pero que el matrimonio era la carrera de una chica y que era preciso conocer todos los hechos antes de decidir nada tan importante. Sin embargo, era una muchacha muy linda — dijo Link.
Thana quitó las diversas piedras que habían sido probadas indicando que no contenían el catalizador necesario para convertir el hierro en acero. Colocó más. Entre las que iba a probar esta vez había una muestra de una roca color melocotón que él advirtiese antes como familiar. Link se puso rígido durante un momento. Luego buscó dentro de su camisa, en el bolsillo secreto de su cinturón. A palpas, seleccionó un pequeño cristal reluciente. Lo colocó junto al cuchillo de muestra.
El estrado y el sillón descendieron. Aguardó a que volvieran a subir.
—¿Qué pasó?— preguntó Thana. De nuevo se mostraba don una indiferencia poco convincente.
—Oh —exclamó Link—. Volví adonde me alojaba y conté mis fondos. Había estado jugando con la idea de ir a Glaeth para enriquecerme. Tenía suficiente para el viaje y me sobraban unos dos mil créditos. Así que me compré los billetes necesarios y el equipo y reservé un lugar en la espacionave que partía aquella tarde. Luego me fui a una florista.
Thana preguntó con aire indiferente:
—¿Para qué?
—Quería comprar flores.
El duplicador ascendió. Un pedazo irregular de roca negra grisácea se había desintegrado visiblemente. No había desaparecido del todo, sino una décima parte de su sustancia. Se veían las escamas relucientes para demostrar que se desmoronaba al contacto. La piedra color melocotón se había convertido también en fino polvo.
—¡Esto parece prometedor! — exclamó Link.
Probó el filo del cuchillo duplicado. Era excelente, equivalente al original. Tenía que haberlo sido. El acero al tungsteno tiene un buen filo y lo conserva, también. Entregó el cuchillo a Thana y rebuscó en el fondo del cuévano que contenía el producto duplicado. Había allí un pequeño cristal muy brillante. Lo tomó, junto con el cristal de muestra que sacara de su cinturón; con mucha calma colocó los dos cristales destellantes en el bolsillo del cinturón del que extrajera uno. Thana sostenía en las manos un duplicado de cuchillo de acero, pero esta vez de verdadero acero al tungsteno. Debió haber estado hechizada. Pero en su lugar preguntó, casi apremiante:
—¿Para qué fue usted a la florista?
—Compré dos mil créditos de flores — dijo Link —. Ordené que las entregasen a Imogene. Llenarían todas las habitaciones de casa de sus padres y quedarían algunas para colgar de las ventanas. Redacté una nota para que les acompañase, despidiéndome de ella.
Thana le miró con un creciente interés.
—Ella deseaba un marido rico y a mí me sabía mal desencantarla — explicó Link —. Y también había la posibilidad de que me pudiera enriquecer en Glaeth. Así que le dije en mi nota que mi padre multimillonario había consentido que viajase por la galaxia hasta encontrar una chica que me amase por mí mismo, sin conocer la existencia de esos millones y que yo la había encontrado a ella. Y que era la única mujer a la que podría amar jamás. Fue una nota bastante larga — añadió Link.
—Pero... pero...
—Dije que me alejaría durante un año para ver si podía vivir sin ella. Si no podía... aun cuando ella supiera lo de los millones de mi padre... volvería y tristemente le pediría que se casase conmigo, aun a causa de los millones paternos. Si podía, dije, pasaría el resto de mi existencia explorando planetas extraños y meditando el porqué la única mujer a quien podía amar no podía quererme por mí mismo, como yo la quería a ella. Resultó una muestra brillantísima de literatura romántica.
Thana dijo inexpresiva:
—¿Y luego qué?
Harl apareció por segunda vez en el umbral. Estaba furioso. Tenía las manos crispadas. Su ceño era formidable.
—¡No dejaron que pasase mi jinete! — dijo con tono ominoso —. Mordieron las patas del unicornio. ¡Le hicieron caer y desmontaron a mi hombre! ¡Así que regresó! ¡Los uffts jamás se atrevieron antes a un gesto así! ¡No en esta Hacienda! ¡Y no volverán a hacerlo!
—Qué...
—Podría duplicar esa pistola que usted utilizó anoche, Link — dijo Harl feroz —, y con un grupo de mis servidores saldremos y les daremos sacudidas como usted hizo, sólo que en abundancia. ¡Cuando los uffts dicen que un hombre tiene que ser ahorcado y un Hacendado no puede enviar el mensaje que se le antoja, es que ya no hay modales! ¡Eso es... eso es...!
Se detuvo, sin encontrar una palabra que expresase la conducta más reprensible todavía que los malos modales. Link advirtió que en Sord Tres, los «modales» habían llegado a implicar que todo era admirable, como en otros lugares se emplea la palabra «honor», «intelectual», «piedad» y «patriótico», convertidas en sinónimos de «bien», y, como en otros casos, algo le faltaba. Pero dijo:
—¡Thana y yo tratamos ya de duplicarla, Harl! El duplicado no funciona, al igual que pasa con el filo de los cuchillos duplicados no resisten.
Harl se le quedó mirando.
—¡Sput! ¿Está usted seguro?
—Del todo — contestó Link —. Resolvimos el problema del cuchillo, pero el material crudo que se necesita para hacer una pistola anonadadora duplicada es raro por doquier. No lo tenemos y yo no lo conocería aunque lo viese.
Harl volvió a exclamar:
—¡Sput! y comenzó a pasear arriba y abajo. Al cabo de un minuto o algo más, dijo amargado —: ¡No voy a dejar que mi Hacienda se muera de hambre! Por lo que sé, ningún hombre ha matado jamás a un ufft en un siglo. Actúan alocados. Pero no pueden sostener una lanza para luchar, aun cuando supiesen fabricarla. Así que será una deshonra utilizar una espada contra ellos. Pero también será una deshonra colgar a un hombre solo porque los uffts desean que lo ahorquemos. ¡Y dejarlos que registren nuestras casas cuando les da la gana, porque son incapaces de pelear! ¡De cualquier forma no voy a dejar que mi Hacienda pase hambre porque los uffts aseguran que es preciso todo eso!
Dio una serie de patadas en el suelo. Rechinó los dientes. Se dirigió hacia la puerta. Link dijo:
—¡Espere, Harl! ¡Tengo una idea! Usted no querrá utilizar lanzas contra los uffts.
—¡Tengo que hacerlo!
—No. Y si tuviese la única pistola anonadadora del planeta, les pondría más furiosos que nunca.
—¿Acaso puedo evitarlo?
—Ni siquiera desea que dejen de comerciar con su Hacienda, intercambiando materia verde
—¡Deseo — exclamó Harl con furia —, que las cosas sean como lo eran en los viejos tiempos, cuando los viejos se mostraban educados con los uffts y éstos les devolvían también la educación en su conducta! ¡Cuando los humanos no necesitaban a los uffts y las herramientas eran buenas y los cuchillos afilados!
—Y todo el mundo tenía judías para cenar
—terminó Link con él Pero tengo una idea, Harl. A los uffts les gustan los discursos. Harl le miró ceñudo.
—Les gustan mis discursos — añadió Link. El ceño de Harl no disminuyó.
—Yo — continuó Link —, saldré y les haré un discurso. Si no quieren escucharme, regresaré. Pero si me escuchan, les reuniré en una espléndida reunión pública con un programa trazado y hablaremos sobre... oh, horas de trabajo y beneficios, o algo por el estilo. Les organizaré en comités. Luego les destinaré a un lugar más conveniente.
Harl preguntó inquieto:
—¿Y luego qué?
—Los llevaré lejos de cualquier sitio próximo a la Hacienda y usted y cuarenta o cincuenta unicornios podrán ir de invitados y volver con la comida necesaria. Y, mientras, los uffts estarán hablando. Y el hablar produce sed. Habrá un ansia hacia las negociaciones con las cuales los uffts puedan procurarse algo de cerveza.
Harl continuó ceñudo, pero no tanto como antes: Al cabo de un rato, dijo con tono pesado:
—Quizá se arreglasen las cosas por ahora. Pero la situación es mala, Link, y sigue empeorando. Eso sería una solución provisional.
—¡Ah! — exclamó brioso Link —. ¡Ahí quería yo ir a parar! En su sistema de invitación, Harl, mientras esté de huésped, hablará con su anfitrión sobre los nuevos y viejos tiempos. Destacará lo superiores que eran con respecto al ahora actual. Propondrá una asamblea de Haciendas y Hacendados para organizar la vuelta de nuevo a los viejos días, a los Viejos y buenos Días. ¡Eso, por sí solo, es un programa completo, para un grupo político, de amplia y popular atracción!
—¡Hmmm! — exclamó Harl despacio —. ¡Ya era hora de que alguien lo iniciase!
—Eso mismo — asintió Link —. Así que Thana me preparará un almuerzo ligero... los uffts no tenían comida para que consumiese Thistlethwaite... y saldré y trataré de embaucarles con mi oratoria. Con la debida modestia, creo que puedo hacer reaccionar a una multitud de uffts.
El ceño de Harl todavía no había desaparecido. Pero dijo:
—¡Me gusta la idea de volver a los viejos tiempos!
—Si se les permite a ustedes definirlos —asintió Link—. Pero mientras, dejaremos que los uffts hablen hasta ponerse sedientos para que no les quede más remedio que traer materia verde y conseguir cerveza que les permita continuar con sus discurseos.
Harl dijo, con tono muy denso:
—Lo intentaremos. Usted tiene palabras, Link. Le conseguiré un unicornio. Es una buena idea lo de los viejos tiempos.
Desapareció. Thana habló:
—No ha terminado de contarme lo de Imogene.
—Oh, ha debido casarse con otra persona — contestó Link —. Me pregunto si no... De todas formas...
—Le prepararé el almuerzo —anunció Thana—. Creo, Link, que va usted a conseguir mucho en Sord Tres.
La miró asombrado.
—¿Por qué?
—¡Usted contempla las cosas de una manera muy práctica! — repuso Thana.
Desapareció, a su vez. Link extendió las manos en un gesto que nadie pudo contemplar. Oyó un débil, muy débil ruido. Agudizó los oídos. Se acercó hasta la puerta abierta y escuchó. Un aullido agudo vino de alguna parte más allá del poblado. Pertenecía a las voces penetrantes de los uffts. Un enigma se estableció. Los uffts estaban canturreando:
— ¡Mueran los hombres! ¡Mueran los hombres! ¡Mueran los hombres!
Capítulo 8
Una hora más tarde, Link salía de la Hacienda, espoleando su unicornio hasta el máximo, mientras Harl lanzaba gritos de cólera e irritación entre las casas. Otro jinete salió tras Link. Habían elegido cuidadosamente su montura y no tenía la menor posibilidad de alcanzar al fugitivo. Luego vinieron dos jinetes más, uno tras otro, a poca distancia y después un grupo de casi una docena, como si la persecución de Link hubiese comenzado tan de prisa como los hombres volvieron a ensillar los unicornios para tal propósito. Corrieron tras Link con aparente furia. Pero él tenía una montura más rápida, un animal preparado evidentemente más veloz.
Pero no era la cabalgadura más confortable que montar. Los unicornios saltaban. Extendían sus patas grandes y tiernas con feos y descoyuntados movimientos, cuyo objeto parecía intentar descabalgar a su jinete. Pero cuando más de prisa viajaban, más bruscos eran los movimientos de sus patas y más violentas las sacudidas que recibía el hombre que iba sobre, ellos. Los colgantes apéndices carnosos que pendían de sus frentes y rebotaban al correr.
Los perseguidores de Link parecieron forcejear desesperadamente por alcanzarle. Dispararon lanzas y agitaron los puños contra él mientras aumentaba su delantera. Culminó una colina a un kilómetro de la Hacienda, descendiendo por su ladera opuesta y lanzando insultos, que recibieron un refuerzo por las gargantas de los uffts, cuyo intento debía ser sin duda de amedrentar a los perseguidores de la Hacienda. Cuando Link se perdió de vista los gritos de los uffts invisibles lanzaron epítetos contra sus perseguidores. El grupo de persecución disminuyó la marcha y por último se detuvo. Parecieron conferenciar. Los uffts les gritaron:
— ¡Asesinos! — como palabra más suave —. ¡Criminales! — cosa más frecuente —. ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! — era el vocablo más común.
Los hombres de la Hacienda, como de mala gana, volvieron sus monturas hacia sus casas y se vieron los uffts escurriéndose por entre el desigual terreno para gritarles.
— ¡Cobardes! — Y se oyó también —: ¡Tenéis miedo de pelear! ¡Yah! ¡Yah! ¡Yah!
Al espolear los jinetes sus monturas, los uffts se hicieron más atrevidos. Rotundos animalitos fueron casi atrapados por los lanceros en retirada, surgiendo junto a las patas de los unicornios y gritando cada insulto que la mente ufftiniana podía concebir.
Sin embargo, cuando los hombres montados regresaron al pueblo, los uffts continuaron corriendo y apresurándose para ver qué había sido de Link. Pero el mensaje pintado en la aleta del Glamorgan le representaba como pro-ufft, mientras que Thistlethwaite aparecía como poseedor de villanas intenciones hacia ellos. Link les había dirigido un discurso, presentándoles un problema que podría interesarles indefinidamente. No obstante, lo importante era que había huido de la Hacienda, con los perseguidores pisándole los talones. Si los humanos de la Hacienda le odiaban lo bastante para perseguirle, los uffts estaban prácticamente prestos para nombrarle miembro honorable de su raza.
Link mantuvo su carrera durante un par de kilómetros. Luego gradualmente disminuyó la velocidad, mientras dirigía miradas repetidas hacia la parte que quedó hacia atrás sin revelarle signo alguno de sus perseguidores. Al poco cesó de espolear al unicornio mientras cabalgaba y este adoptó un paso tranquilo, lleno de cadencias.
Se dio cuenta de que los uffts trotaban y galopaban paralelos a su rumbo para ver lo que haría. Al principio no se mostraron, pero finalmente captó vistazos fugitivos de uno o dos en cada ocasión. Pero evidentemente había varios centenares de ellos, por precaución fuera de vista pero manteniéndose al paso con él a ambos lados. Refrenó su montura y aguardó.
Las voces uffts murmuraron. Hubo incluso chillidos en bajos tonos, como si los uffts de entre los peñascos y más allá de las cumbres de las colinas discutiesen unos con otros sobre quien deberían aparecer a la vista e iniciar una conversación. El zumbido de las voces alcanzó casi tonos coléricos. Luego Link dejó que su unicornio avanzase lentamente a un lado mientras que las voces murmuraron indignadas:
— ¿Quién le teme?
— ¡Tú, tú eres quien le teme!
— ¡Eso es mentira! ¡El que tienes un pánico cerval eres tú!
— Entonces, si no estás asustado, sal y habla con él.
— ¡Hazlo tú!
— ¡Uff! ¡Si te atreves sal y háblale!
— ¡Pues si te atreves tú, ya puedes hacerlo!
— ¡Yo soy más atrevido que tú...!
— ¡Yo soy cuatro veces más...!
Entonces asomó la cabeza de Link por encima de la colina y los uffts supieron que él podía ver una masa densa de los de su raza tratando de insultarse uno a otro para ver quién hacia el primer contacto con el humano.
—¡Amigos míos! — exclamó Link, con voz conmovedora —. ¡Me pongo en vuestras manos! ¡Pido asilo político de los Hacendados y de los tiranos que son vuestros enemigos, a la vez que enemigos de cada persona que esté en favor de vuestra noble condición!
Cada ufft le miró. Los que estaban más próximos a él trataron de aparecer asustados. Pero Link agitó los brazos.
—En una ocasión anterior — dijo con tono espléndido —, os hablé de la admiración que siente la galaxia por vuestro intelecto y os presenté un problema que los lógicos metafísicos de otros mundos han hallado insoluble, aunque debe de existir alguna solución. En aquel tiempo no me di cuenta de que las condiciones socioeconómicas de vuestra vida os habían impulsado a la revolución. No comprendí que vosotros en la actualidad y de manera inimaginable tenéis que ganaros la cerveza tan necesaria a las altas funciones de la inteligencia. No sabía que vosotros, la raza más brillante de la galaxia, vivíais frustrados por un sistema de cartas del que erais menos que el menor grado. Pero comencé a sospecharlo anoche, cuando hicisteis una demostración política en las calles de la Hacienda. Lo confirmé esta mañana. Y cuando expresé mi admiración porque los uffts aquí presentes... los uffts, amigos míos... no fuesen alegremente mantenidos por los humanos que debían escucharles con reverencia, cuando comprendí la increíble tiranía a que estáis sometidos...
Link se escuchaba incluso a sí mismo, interesado. Un hombre que no cree demasiado firmemente en su propia importancia no puede ofrecer cosas notables si simplemente empieza a hablar y luego se arrellana para escuchar. La boca de uno, si se le permite decir lo que se le antoje, algunas veces asombra a su propietario. Claro, en otras ocasiones le mete también en dificultades.
Link se encontró agitando los brazos de manera espléndida mientras pasaba de la lisonja a la exaltación y de la excitación al pergeñar un plan de acción. No le gustaba desilusionar a nadie y los uffts eran capaces del desencanto.
Parte de su mente dijo de manera maliciosa que estaba haciendo el ridículo cuando todo lo que necesitaba era conseguir que los uffts se marchasen para que Harl pudiese salir con una caravana de unicornios y regresar con varios de estos animales cargados de verduras. Pero otra parte de su cerebro siguió grandilocuente, no queriendo desencantar a los uffts.
—Vuestra revolución — les dijo en tono oratorio —, tiene la simpatía de cuantos aman la libertad, la vida noble y los uffts. Trato de imaginarme el crecimiento espontáneo que ya hemos conseguido saliendo de un sistema que representa oposición al desafío abierto de un planeta. Veo comités armados por la correspondencia con los ufts en todo este mundo. Una comisión para coordinar la publicidad que subirá al máximo el nivel de vida de todos los uffts. Me imagino otro comité para la organización de las unidades revolucionarias. ¡Todos los talentos poseídos por los uffts deben aportarse a la lucha! ¿Por qué no un comité de poetas, para crear las palabras mortíferas que hablan de las aspiraciones de la raza ufft? ¡Amigos míos, os lo pido! ¿Quién se muestra voluntario para formar un comité de correspondencia, para informar a todo el planeta de vuestras intolerables ofensas? ¿Quién?
Hubo algunos vítores. Los uffts más próximos le ovacionaron entusiasmados. Los que estaban más lejos le vitorearon porque los hacían los cercanos. Los que quedaban más allá del alcance de Link gritaron porque se había iniciado el griterío. Pero los que estaban muy alejados no seguían de cerca los acontecimientos. Un ufft más fanático que de ordinario, lanzó un grito agudo:
— ¡Mueran los humanos!
—¡Espléndido! — correspondió Link con un grito valeroso —. Ahora, ¿quién está a favor de la creación de un comité que presente una serie de unidad revolucionarias para la liberación de los uffts?
Los que estaban cerca le vitorearon con más fuerza. De nuevo, de los bordes de la reunión, vinieron gritos sanguinarios.
—¡Abajo con ellos! — gritó estimulante Link —. ¿Quién, es partidario de la organización de propaganda para estimular el patriotismo y la revolución de todos los uffts, por doquier?
Más vítores.
—¿Quién se presenta voluntario para el Consejo Revolucionario Ufftiano, para determinar la política con la que los uffts sean independientes de todos los humanos y alcancen su posición adecuada de inalienable de superioridad?
Aplausos. Gritos. El delirio.
—¡Amigos míos! — bramó Link —. ¡No beneficia a las teorías y tradiciones de los uffts que el Gobierno Provisional Ufftiano se reúna al borde de una Hacienda Humana que es guiada por los humanos! ¡Marchemos a alguna zona estrictamente ufftiana en donde pueda al poco aparecer la futura capital del mundo de vuestra raza! ¡Planeemos esa metrópoli! ¡Organicemos nuestra revuelta! ¡Marchemos hacia delante, gritando las consignas de la libertad Ufftiana! ¿Quién me sigue?
Hubo una explosión de «vivas» que se oyeron claramente desde la Hacienda de la que Link en apariencia huyó poco tiempo antes.
Con un gesto grandioso, Link puso en movimiento su unicornio, encaminándose en una dirección cualquiera en general. Hubo un agitarse y al poco innumerables animales regordetes, con su piel rosada mostrándose a través de las calvas de su vello, venían trotando y galopando para acercársele. Se inclinó a su silla y se dirigió a los que tenla más cerca, a su derecha.
—¿Quiere algún voluntario dirigir el ritmo de la marcha?— preguntó —. Deberemos formar unidades de marcha, cantando los principios de esta espléndida revolución. ¡Jefes, por favor!
Una serie de voces clamó pretendiendo ser nombrados. El los designó a todos, con gestos indefinidos de su mano. Les dio el canto que servía de ritmo para la marcha. Ellos lo siguieron como grupo y casi instantáneamente abandonaron este grupo para conducir otros grupitos. Link conocía por intuición que quienquiera que desee hablar como los uffts, también gustará de conducir, de ser jefe de los demás de su clase. Le parecía que inmediatamente había allí media docena de reuniones de uffts, en torno a los volubles jefes autonominados, emitiendo un griterío rítmico.
— ¡Adelante, a-de-lan-te! ¡A-de-lan-te! ¡A-de-lante, a-de-lan-te, uffts! ¡En mar-cha, en mar-cha! ¡Ade-lan-te, a-de-lan-te, uffts!
—Esto será el flanco derecho del Ejército de liberación — aclaró profundamente a los que quedaban a su izquierda —. ¿Directores de canciones? ¿Quién conducirá los cánticos?
Los uffts se ofrecieron por docenas, vociferando dijeron de ser nombrados. Hizo lo propio que antes, los nombró a todos. Después les proporcionó frases. Al poco había bandadas de criaturas cerdunas pululando por toda la zona, gritando.
— ¡Uffts triunfantes! ¡Uffts supremos! ¡Los uffts forman ahora un bloque sólido! — Hubo otras parecidas frases también —: ¡Los uffts se han levantado para luchar! ¡Temblad, temblad ante este poder! — melodía bastante más sencilla alcanzó pleno éxito —: ¡Uffts, uffts, en camino! ¡Uffts, uffts, uffts, en camino para luchar!
La población original de Sord Tres, los uffts, se extendió sobre una área sinuosa mientras. Trepaban por las laderas de las colinas y manaba descendiendo por las pendientes hacia los valles. Aquellos que tenían consignas satisfactorias que cantar tendían a permanecer más unidos y gritaron con mayor potencia. La inventiva de Link cedió por fin y nombró a un Comité para el Recitativo de Marcha que crease otras consignas y las convirtiese en palabras dignas de alguien que se podía considerar a sí mismo un genio. Hubo muchos parloteos y algunos cánticos de marcha notablemente sanguinarios pero el comité consiguió el éxito.
Con un estupendo desprecio hacia todo lo práctico pero con una estimación profunda de la volubilidad de la raza, Link estableció todos los comités en un estado admirablemente vago para que cualquier ufft que desease pertenecer a alguna comisión ex oficio fuese convertido en miembro. Repartió con prodigalidad títulos a los comités. El Comité de la Logística para el Ejército de Liberación. La Junta de Jefes de Estado Mayor. El Consejo de Estrategia del Ejército Ufftiano. El Comité para la Propaganda. El Comité de la Constitución Nacional Ufftiana. El Comité de Comités para la Coordinación del Esfuerzo Bélico...
A lo lejos se veían montañas y Link más o menos se encaminó hacia ellas. El sol de la tarde era cálido. El terreno estaba apenas cubierto de vegetación. Probablemente sería una buena idea encaminarse a una zona en donde las criaturas herbívoras como los uffts pudiesen encontrar algo que comer. Las montañas parecían verdes. Y también se veían más frescas.
Ajustó el paso de marcha a un ritmo cómodo. Conducía a los uffts que anteriormente habían estado sitiando la Hacienda de Harl y gritando insultos a sus habitantes. Creaba la diversión necesaria para que Harl llevase un convoy hasta la Hacienda de su vecino y se aprovisionase de comestibles para soportar un sitio.
Encontró agradable su papel. Le gustaba la novedad. Le gustaba la excitación. En ocasiones disfrutaba con el tumulto. La situación actual le proporcionaba las tres cosas. Casi estaba pesaroso de que no pudiera ayudar. Consideraba cierto que cuando se cansase de caminar el Ejército Ufftiano de Liberación se sentaría sobre sus cuartos traseros como hacen los cuadrúpedos y descansaría, y se desanimaría, y al poco volvería a su casa. Mientras, sin embargo, él era el generalísimo de un ejército estrictamente improvisado.
Había tropas de uffts trepando por las laderas y descendían de nuevo, gritando:
— ¡A-de-lan-te, a-de-lan-te! ¡Uffts! ¡Uffts! ¡Uffts!
El original ritmo de marcha había quedado modificado. Link reconoció para sí que quedaba mejorado. Su Comité Para Consignas de Marcha había asombrosamente acertado con otras frases. Al pasar el tiempo comenzaron a aparecer espontáneamente en cada formación y en los siempre cambiantes grupos de uffts. Continuaron apareciendo nuevas formas al caer la tarde. Se veían otros signos de iniciativa. Los uffts vinieron galopando hasta su lado para identificarse como autodenominados comandantes de Retaguardia, Exploradores, Reservas Inderrotables, Comandos Ufftianos, Batidores, Guerrillas y otros grupos militares y para decirle que todos iban bien con sus misiones. Se alejaron una vez confirmados su nombramiento gracias a la aceptación de Link de estos informes. En algunos casos simplemente se separaron para formar las unidades cuya jefatura habían alcanzado por el simple hecho de así desearlo.
Se aproximaba la puesta de sol. Las colinas se hicieron más altas y escarpadas. La vegetación se hizo menos escasa. Link comenzaba a asombrarse por la persistencia de los uffts en lo que él había imaginado que no quedaría más que una hora o así de dramática comedia. Incluso comenzó a preocuparse un poco.
Habían profundas sombras en las laderas cuando un ufft de los que se habían designado guardias avanzados regresó galopando desde el grupo de vanguardia de la formación. Describió un espléndido semicírculo y se colocó al lado del unicornio de Link y dijo con modales puramente militares.
—General, señor, el coronel al mando de la vanguardia le pregunta si desea ocupar la Hacienda abandonada por los humanos del valle de la izquierda, señor. Sugiere que por razones lógicas quizá sea un conveniente cuartel general temporal. Hay un gran manantial, señor, con buena agua. ¿Cuáles son sus órdenes?
—Por todos los medios, ocupadla — ordenó Link —. Cuanto menos acamparemos allí durante esta noche.
Miró parpadeando a las escarpadas colinas que le rodeaban. Ya era casi de noche. La situación comenzaba a parecerle menos que simplemente divertida. Los uffts en realidad creían en este asunto de la revolución. El no se lo había tomado en serio. No era fácil hacerlo ahora. Actuaban como niños, eso seguro. Pero los niños se habrían cansado de esta actuación y habrían desertado hacía ya mucho tiempo. Los niños, en verdad, habrían abandonado el sitio de la Hacienda de Harl.
Se le ocurrió a Link que los uffts tenían más cerebro de lo que él pensara. Estaban interesados desesperadamente en el arma anonadadora con la que se vieran atacados la noche antes. Si tales armas aún eran asequibles a los humanos de Sord Tres, los uffts se encontrarían en un grave aprieto. No podían devolver la pelea. Tenían cascos pequeños en vez de manos y sus cerebros les eran inútiles porque carecían de dedos y especialmente de pulgares.
Naturalmente, en presencia de los cohabitantes humanos de Sord Tres tuvieron que agacharse para sufrir la prueba. Decían con desdén que tener manos en lugar de cascos era algo vergonzoso. Pero sabían, de igual modo, que la introducción de armas anonadadoras en Sord Tres les dejaría profundamente desvalidos contra los humanos. Así que con una maligna desesperación estaban adoptando la única acción que podían imaginar, bajo el único jefe que eran capaces de considerar calificado. No era una acción prudente. Apenas sería efectiva. Pero Link se sentía oscuramente avergonzado de sí mismo. El lo había iniciado todo.
Las colinas a derecha e izquierda se hicieron más abruptas y el valle en el que el Ejército marchaba se convirtió en algo más profundo. Link vio a sus seguidores como más o menos forma de masa, por primera vez. Había varios millares de uffts. Cubrirían todo un acre en el orden de marcha más posiblemente cerrado. Extendidos, formaban un lote de criaturas impresionante.
Aquí había una banda de cien o más, manteniendo los sonidos y silencios durante un rato. Allí había un nudo de veinte, poco más o menos, cantando una consigna mientras marchaban Advirtió que parecían cansados. También tenían aspecto absurdo. Todos eran absolutamente injustificados en materias tan prácticas como la defensa propia contra hombres montados en unicornios y llevando lanzas. Podrían ser perseguidos como correspondía a criaturas que han sido cazadas en diez mil mundos colonizados. La única diferencia entre ellos y los animales salvajes más inferiores de otros planetas era que los uffts poseían cerebros. Pero cerebros con la ausencia de un pulgar en sus manos les hacían ser ridículos.
El pulular ahora de patas cansadas de la pequeña horda de uffts, penetró en un valle más estrecho al que se accedía por un ramal de la izquierda. Muy adentro de este segundo valle se veían estructuras humanas. Incluso a la creciente oscuridad se advertía que estaban abandonadas. Las paredes del valle eran casi precipicios. Estratos rocosos de diversos colores alternaba en decantadas franjas de piedra. Link vio un estrato de un color melocotón en extremo familiar. Se encogió de hombros.
Los uffts siguieron manando, en grupos pequeños y grandes, algunos pocos individualmente, muchos en parejas. El cansancio estaba rompiendo el grupo indisciplinado de marcha. Ahora formaban simplemente un gran número de pequeñísimos animales, siguiendo positivamente la jefatura de Link porque él les había hecho un discurso y ellos no pueden hacer nada más que discursear ante sí y no eran capaces calcular la utilidad de la palabra.
Algunos de ellos comenzaron a apresurarse ahora. Había un arroyo pequeño que serpenteaba disminuyendo hasta formar un estrecho hilo acuoso bajando hacia el valle por el que Link cabalgaba ahora con descuido. Cerca de las estructuras desiertas sinuosas había otro mayor. En sus orígenes se veía el manantial alcanzando un volumen considerable. Link advirtió multitudes de uffts bebiendo sedientos y apartándose para ser sustituidos por otros hermanos.
Su propia escolta — notó de pronto que algunos uffts se habían nombrado a sí mismos escolta personal y estado mayor suyo — avanzó hacia las estructuras humanas. Los tejados de los edificios más pequeños se habían desplomado. La casa o poblado debió haber sido abandonada muchos años atrás. La estructura mayor equivalía a la residencia de Harl. Había sido la vivienda del Hacendado de este lugar. Las puertas habían caído. Las ventanas mostraban brechas abiertas.
La escolta de Link se detuvo ante el edificio.
—Supongo — dijo Link —, que será mejor que tome esto como mi cuartel general.
—Sí, señor — contestó una voz ufft —. ¿Nos dará más órdenes por la mañana, señor? ¿Tiene usted planes para la guerra de Liberación, señor?
—Ya los haré — anunció Link. Se sentía vejado.
Desmontó y muchos dolores pequeños y molestias le recordaron que un unicornio no sería el más cómodo de los animales de silla. Entró en la abandonada residencia del Hacendado para contemplarla mientras quedaba algo de luz.
Dentro reinaba la desolación. Había restos de muebles, pero algunos se habían desmoronado y otros estaban prestos a hacerlo por su propio peso y en cualquier momento. Se veía el gran vestíbulo, con una impresionante silla de trono como la que había en la gran habitación de Harl. El suelo de este salón era de piedra. Link Vio pedazos de muebles podridos y los apartó de su lado de una patada. Se hicieron polvo. Encendió una hoguera, tanto para animarse como para calentarse.
Thana le había preparado un almuerzo. No había tenido tiempo de consumirlo. Se componía de pan y judías, pero había tres botellas de plástico de cerveza. Link comió parte del pan y las judías del almuerzo. Comenzó a beber una de las botellas de cerveza.
Luego miró la silla del trono que estaba sobre su estrado. Se encogió de hombros y de nuevo comenzó a beberse la cerveza. Pero otra vez se interrumpió.
Con el chisporroteante fuego por toda luz, se acercó a la silla del trono. Buscó y encontró un botón. Lo oprimió. Se oyeron una serie de crujidos y gemidos. El trono subió hasta el techo. Algo excesivamente polvoriento salía del pozo que había debajo. Era el duplicador. Link se lo quedó mirando.
—No resultará — se dijo con firmeza —. ¡No puede ser! ¡Abandonaron este lugar porque había dejado de funcionar!
Y ese pudo haber sido un motivo suficiente. Si el arte de la aleación del acero se había perdido, incluso el de tejer, si la agricultura prácticamente estaba abandonada, con seguridad nadie se había acordado de cómo funcionaba un duplicador, para repararlo cuando se estropeara.
Link probó el mecanismo. Colocó una astilla de madera en el receptáculo del centro, como muestra, y otra en el receptáculo destinado a las materias crudas, y oprimió el botón. El duplicador se hundió en el foso y el sillón del trono, crujiente, descendió hasta el suelo. De nuevo el botón. El proceso se invirtió. El duplicador apareció a la vista.
No había funcionado. Nada había pasado. Link volvió a su pequeña hoguera. Meditó. Le gustaba la novedad y la excitación y a veces el tumulto. Ahora no tenía ninguna de estas cosas a su alrededor. Miró ceñudo las llamas.
Al poco tomó una rama ardiendo y volvió al duplicador. Lo repasó. Era complejo. Utilizando principios que ni siquiera era capaz de deducir. Pero había cables que salían de aquí y allá. Apartó a soplidos el polvo y lo examinó con fijeza.
Uno se había roto. En otro lugar un contacto estaba oxidado. Y el aislamiento de otro cable había desaparecido, por lo que debía quedar en cortocircuito. Repasó más alambres para descubrir cuántos estaban rotos o qué contactos quedaban sueltos.
Estaba irritado consigo mismo, pero el razonamiento era sólido. Si nadie recordaba ni siquiera vagamente cómo funcionaba un aparato eléctrico y Harl había dicho que solían ser chismes eléctricos pero que ya no existían —. Y si nadie se molestaba en comprender, quizá no sabían lo que sería capaz de hacer un cortocircuito. ¡Hasta quizá no comprendiesen lo que significaría un contacto suelto!
Utilizó cuatro antorchas, trasteando con los defectos evidentes que cualquier niño de diez años en otro planeta habría observado. Al poco volvió con el botón. El duplicador y tras él el trono descendieron. Oprimió el botón una vez más y se alzaron en su secuencia estabilizada.
El duplicador funcionaba. Una astilla de madera del cuévano de los materiales casi había desaparecido. Otra astilla de madera, duplicado de la que había en el receptáculo de las muestras, había aparecido.
Link salió y comenzó a ladrar órdenes. Los uffts vinieron cansados en la oscuridad. Link se quitó la camisa bordada que llevaba.
—Necesito algo de material verde — dijo con firmeza —. Quiero que empapéis esta camisa con agua y que me la traigáis goteando.
Buscó más muebles rotos con qué conservar la hoguera mientras obedecían sus órdenes. Al poco vino su camisa goteante — los uffts apenas podían llevar agua de otra manera — con ramas y semillas en el duplicador. Colocó una de sus tres botellas de cerveza en el sitio de las muestras. Oprimió el botón.
Al poco tenía cuatro botellas de cerveza. Los recipientes de plástico se fabricaron de la celulosa de los tallos verdes. La cerveza se elaboraba de los componentes orgánicos entrañados en el agua traída en la camisa empapada.
Hubo entonces un grandísimo agitarse en la oscuridad en torno a la abandonada Hacienda. Los uffts, excitados, empezaron a buscar materias verdes por entre los edificios. Las semillas se amontonaron. Había árboles. Unos cuantos pequeños, pero otros de tamaño considerable porque esta Hacienda humana se hallaba abandonada. Link duplicó necesariamente su camisa para que los uffts pudieran traerle más agua ya que no tenían otro modo de llevarla. El trono ascendió y descendió y subió y bajó muchas veces.
Cuando Link se tumbó a dormir en el suelo durísimo era bien entrada la noche. La moral del Ejército Ufftiano de Liberación era alta. Excesivamente alta. Había enseñado a unos cuantos uffts cómo mantener en funcionamiento el duplicador con treinta y dos botellas de cerveza en el receptáculo de las muestras. Lo hizo funcionar sin cesar. Fuera, en la oscuridad, los uffts cantaban gloriosamente, en espléndida confianza hacia el futuro:
«General Link, ¿qué piensa usted?
¡Trajo aquí a su ejército!
¡Cuando se detuvo, empezó a proporcionarles centenares de botellas de cerveza!»
Link se durmió con varios y coordinados coros cantando esta melodía. Pero no gozaba de tranquilidad. De hecho, tuvo pesadillas.
Capítulo 9
Link pronunció un discurso a la mañana siguiente. Machacó, dolorosísimamente, en la única posible acción que podía aconsejar u ordenar a sus seguidores que tomaran. En esencia, no constituía emprender acción alguna en absoluta. Pero no podía decírselo así. Era evidente que si la cultura de los habitantes humanos de Sord Tres se había estropeado por causa de la falta de contacto con la civilización galáctica, el estado de los uffts disminuyó también. Pero también resultaba del todo cierto que si hubiese habido contacto con el resto de la galaxia, el precio a pagar habría sido infernal.
Por lo menos, cada duplicador de Sord Tres hubiera sido arrebatado a la fuerza por los aventureros que aterrizasen con armas modernas y sin escrúpulos de ninguna clase. Como consecuencia colateral, tales ladrones del espacio habrían caído sobre los uffts. Les habrían raptado y vendido como monstruos inteligentes en un millar de mundos mientras un planeta tras otro se desplomaba en el caos como consecuencia de los duplicadores. Últimamente, de hecho, los ciudadanos de Sord Tres se habrían muerto de hambre por falta de duplicadores mientras que el resto de la galaxia la sufría también a causa de poseerlos. Transportados y esclavizados los uffts se habrían visto envueltos en el colapso de la civilización humana y la galaxia, a la larga, se hubiera ido al infierno, podrida como la basura de un cubo.
Podría existir una fuerte probabilidad. Link era la única persona por doquier que se daba cuenta. Si tenía que ser prevenido el desastre, era él quien debía obrar. La responsabilidad, sin embargo, era abrumadora.
Por tanto pronunció su discurso.
— ¡Amigos míos! — dijo con aire resonante, desde un ruinoso balcón de la pared exterior de la residencia del antiguo Hacendado —. Amigos míos, es necesario decidir una política de acción para la realización de la Revolución Ufftiana. Permitidme decir que cuando vine aquí para pedir vuestra ayuda en la solución de una cuestión abstracta, no comprendí la emergencia que existía en realidad. Yo os digo que mi problema, mi problema, del barbero y de quien le afeita debe ser dejado de lado durante la duración de esta emergencia. ¡Todos los recursos de la raza ufftiana, incluyendo su intelecto increíble, deberían dedicarse a un sólo propósito... libertad!
Hubo vítores. Fueron más rápidos y altos que el día anterior, porque Link había nombrado una Comisión para Destacar la Unanimidad de la Opinión Ufftiana y le vitoreaban hasta cuando se detenía en el transcurso de una pausa.
—Instalaré esto aquí como un ejército —continuó retórico Link—, y un ejército seguiréis siendo. Pero sois la raza más inteligente de la galaxia. Por lo tanto, es natural para vosotros que adoptéis la estrategia más inteligente para la consecución de vuestros fines. Vuestros genios de las estrategias indudablemente han discutido esa obra clásica de la doctrina militar: «Poder en el Espacio» y han decidido aplicar el principio de la flota espacial para que sea el problema básico de esta guerra, asegurándose así la victoria ufftiana.
Hizo una pausa y los vítores se alzaron confusos bajo el sol matutino.
—Un ejército existente — anuncio Link con profundidad —, es un ejército no derrotado. Por el hecho de que existe ha demostrado que es invencible. Para ser un ejército en existencia y ser un ejército victorioso, es necesario existir, porque si no fuese victorioso no podría continuar existiendo. Por lo tanto, el principio principal de la política ufftiana es mantener al ejército en existencia y por consiguiente mantenerlo inderrotado y victorioso, como inspiración para los uffts de todas partes, atrayéndoles para que se le unan y compartan su gloria y su triunfo.
Ovación. El Comité para Destacar la Unanimidad de la Opinión Ufftiana se puso a trabajar de inmediato y hubo en el acto un agudo tumulto de aprobación, mucho mayor que antes.
—Específicamente — dijo Link con una estupenda precisión —, la política del Gobierno Provisional Ufftiano es mantener su ejército en existencia, extender la propaganda por doquier para que todos los uffts se alisten e incrementen ese ejército, para hacer que sus enemigos se den cuenta de la futilidad del conflicto y, por último, establecer una paz generosa y equitativa que comporte las inspiraciones nacionales ufftianas y establezca a la Nación Ufft en una base permanente, inobjetable e incuestionable de solidez.
Los vítores ahora despertaron ecos y ecos de las murallas del valle. Link alzó su mano, reclamando atención.
—Para conseguir esta política — dijo valientemente —, organizaremos de inmediato el Comité de Propaganda pero a nueva escala. Ampliaremos la organización de G-1 y G-2, nuestros grupos de inteligencia y contrainteligencia, es decir, de espionaje y contraespionaje. Se necesitan más voluntarios para ese trabajo necesario. Necesitaremos también voluntarios para explicar la política de la Constitución Nacional Ufftiana a los uffts que dentro de poco se unirán al ejército Revolucionario Ufftiano. Necesitaremos tener voluntarios para servicios de seguridad, para comunicaciones, para espionaje, para educación y para vigilar los monumentos culturales en los propósitos, logrando que se mantengan y obedezcan las órdenes y además consiguiendo la preparación de una historia... una historia detallada... de esta época trascendental del unánime alzamiento de todos los uffts para la consecución de sus miras nacionales. Y...
Fue un discurso admirable. Cuando terminó, sus oyentes estaban casi roncos de vitorearle. Se retiró al interior de la residencia del Hacendado con una triste satisfacción. Seguía siendo jefe de la revolución. Los uffts creían que iban a conseguir algo único bajo su guía. Era concebible que lo lograsen. Ningún ufft podría posiblemente destronarle de su puesto, como jefe, porque todos los uffts sabían que estaban inexorablemente restringidos en consecución por el hecho de tener cascos en vez de manos. Sólo podían creer en lograr algo asociándose con las manos. Era posible que los uffts se lanzasen al sabotaje o al crimen inducidos por un jefe puramente ufftiano, pero sólo Link sería el núcleo capaz de amalgamarlos en un número lo bastante grande como para que importase.
También había dos razones principales. Una era su ventaja psicológica de que podía pronunciar discursos y además tenía manos. La otra era la discreción. Pediría voluntarios para innumerables comités y altisonantes comisiones y consejos. Pero todavía no había hecho una referencia a la organización de unidades de combate. El Ejército Revolucionario Ufftiano estaba preparado para la propaganda, el espionaje, la educación, el contraespionaje y probablemente los servicios sociales y el psicoanálisis. Pero Link no tenía tiempo de sugerir que nadie se preparase para la lucha.
Un motivo importante aunque subsidiario era la cerveza gratis repartida por el Cuerpo de Estado Mayor a cualquier ufft o grupo de uffts que entrase en el gran vestíbulo de la hacienda, trayendo una cantidad razonable de materias verdes y un número suficiente de camisas empapadas en agua, prestamente duplicadas para el transporte de agua necesitado en la fabricación de la cerveza. Indudablemente, la cerveza gratis ayudaba.
Su atracción se demostró durante el segundo día del movimiento revolucionario donde un grupito de uffts viajeros, unos veinte en total, fue detenido por los uffts de seguridad mientras cruzaba las montañas en una misión particular comercial. Se les interrogó, se les dio cerveza y se les puso en libertad. La mitad no se marchó. El resto se fue para decir a sus amigos lo ocurrido y volver con ellos. Varios de los primeros viajeros se nombraron oficiales de reclutamiento con nombres de las organizaciones verdaderamente rimbombantes y volvieron a diversos poblados en busca de nuevos miembros. Los consiguieron.
Al tercer día ya había un fluir firme y continuado de voluntarios para el ejército y especialmente el servicio civil del gobierno provisional. Vinieron a través de los pasos de montaña cruzando las onduladas colinas hacia la antigua hacienda humana. Al cuarto día, la pérdida de poder ufft era notable en los establecimientos humanos en un radio de unos ochenta kilómetros a la redonda. La Hacienda Harl reposaba en una enorme tranquilidad. Grupos de animales de carga podían ir y venir entre las haciendas vecinas sin que nadie les gritase siquiera un ¡Asesinos!, durante el camino. Pero los hacendados se enfrentaron a la necesidad de ir de invitados y conseguir materia verde. No era una huelga general, claro, pero el resultado parecía idéntico. Los uffts se reunían en la Capital del Mundo Futuro Ufft y ésta estaba situada en un vallecito escarpado en donde cualquiera podía tener cuanta cerveza necesitase entregando la materia verde precisa para su fabricación. Link había empezado con dos o tres mil seguidores. Cuatro días más tarde eran veinte mil los que se instalaban alrededor de la antigua población humana. Alguno de los uffts, hembras, sin duda, desaprobaban la idea de acampar. Madrigueras permanentes comenzaron a aparecer de trecho en trecho.
De vez en cuando Link ejecutaba algo ritual para recordar a los uffts que eran un ejército revolucionario. En una ocasión presidió una competición de recitativos militares, mientras que pequeñas bandas de uffts desfilaban por delante de su residencia cantando himnos gloriosos e inspirados por algunos de sus componentes. Las consignas, claro, reforzaban la lealtad a los principios del Gobierno Provisional, de la Constitución Nacional, de la Declaración de libertad, de la Llamada de los Intelectos, etc.
En otra ocasión condujo solamente a una organización valle abajo hasta donde una veta de roca color melocotón, muy familiar, aparecía en el acantilado. Cogió un pedazo de la roca del tamaño de un puño, desprendida de la veta, y lo llevó a la hacienda. Lo colocó como la primera piedra de un montón de dos metros de altura de rocas color melocotón para señalar el lugar en donde el fuero de los Derechos Nacionales Ufftianos se adoptaría dentro de poco. Todavía no había sido redactado. La discusión de sus detalles requería mucha cerveza y el comité autodenominado para componerlo debía de pasar mucho tiempo trayendo la materia necesaria para fabricarla, tanto tiempo o más del que emplearía en las deliberaciones. Ya resultaba aparente a Link que a falta de carretas uffts la cerveza sacada del duplicador costaba más tiempo y esfuerzo por botella que cuando se entregaba materia verde sobre ruedas y los humanos se quedaban buena parte del género.
Pero los asuntos en las haciendas próximas se habían convertido en graves. Prácticamente no quedaban uffts que permaneciesen vagando en torno a las aldeas humanas dentro de una zona muy grande. Un espacio de unos seiscientos kilómetros de diámetro estaba desprovisto de uffts. Se extendía desde el mar hacia adelante del cuartel general de Link, mucho más allá de las montañas en las que mandaba. En algunas de esas haciendas, los hombres se habían visto obligados a reunir materias verdes o pasar hambre. El hecho causó un sentimiento antiufft que fue creciendo. Ya se le había ocurrido a Link que si podía encontrar otra hacienda abandonada con un duplicador tan fácil de reparar como este primero, dirigiría un nuevo centro de independencia ufftiana. Si se les daban duplicadores y camisas o los equivalentes para transportar agua, los uffts tendrían cerveza a voluntad, poco más o menos. No ganaba ningún otro beneficio tangible desde su asociación con los humanos. Cosa paradójica, era la propiedad de Link la que comenzó las contramedidas que se oponían a la Revolución. Cuando Harl había hablado tan amargamente en favor de los viejos tiempos, Link estuvo de acuerdo con él. Sugirió que Harl convocase una asamblea para fomentar su retorno. Era una sugestión con infinito atractivo. Cada cual quería pensar en los viejos tiempos a los que gustaría hacer vivir de nuevo. No hay dos personas que quieran resucitar el mismo espacio de viejos buenos tiempos, pero la teoría resulta atractiva.
Harl echaba chispas por la deserción de los uffts que habían hecho de su hacienda un lugar deshabitable. Discutió del asunto tristemente con otros hacendados y viajando mientras trataban de conseguir alimentos sin trabajar para obtenerlos. Tendían a estar más de acuerdo furiosamente cuando el número de uffts de sus haciendas disminuyó y las condiciones les acercaron a los verdaderos tiempos viejos cuando Sord Tres fue colonizado por primera vez.
Link continuó deprimido ejerciendo de jefe del Gobierno Provisional Ufftiano, del Ejército Ufftiano de Liberación, de Coordinador de Guerra y un considerable número de otros cargos. De vez en cuando tomaba una botella de cerveza. Para sus subsistencias dependía de las duplicaciones repetidas del almuerzo que Thana hizo para él. Era un buen almuerzo, pero resultaba una dieta terriblemente monótona. Pero nada podía hacer por remediarlo. A todas partes le seguían sus devotos uffts quienes, eso resultaba irritantemente conmovedor, parecían creer de buena fe que iban a llegar a alguna parte.
Quizá sí. De cualquier forma, por el hecho de su ausencia impresionaba a los humanos con la necesidad de su presencia. Se organizaban mutuamente discursos interminables. Bebían innumerables botellas de cerveza. Y desnudaban el valle de materias verdes. Al fin de una semana se les veía arrastrar ramas desde unos tres kilómetros para conseguir cerveza. A los nueve días la producción y consumo de cerveza comenzó a descender. El trabajo requerido valía mucho más que la cerveza obtenida.
Link se imaginó un cambio en la política de provisión de alimentos de las haciendas humanas en Sord Tres. Grandes máquinas agrícolas, semillas de castas modernas, un hombre no demasiado experto volvía a arar, cultivar y prepararse para la cosecha una enorme cantidad de terreno. Los uffts podrían sembrar. Los uffts podrían cosechar. Podrían entrar en una relación verdaderamente simbiótica con la humanidad. Había comenzado a pensar un modo de asegurar los materiales de reacción y los suministros raramente raros necesarios para la restauración de la electricidad, los televisores, las fibras sintéticas y tejidos y probablemente de transportes superiores a los unicornios. Se puso más pensativo mientras se imaginaba todo esto. Sord Tres se convertiría en un paraíso y los duplicadores se podrían utilizar durante un periodo nuevo tan efectivamente que su función original se olvidaría pronto. El sistema económico de Sord Tres solamente se convertiría en algo en realidad estable.
Link se sentía capacitado para diseñar un inteligente sistema económico Le gustaría hablar con alguien del asunto. Pero el único oyente aceptable en Sord Tres sería Thana. Al hacer sus planes, se imaginó que los explicaba a la muchacha.
Cuando llegó el desastre Link estaba absorto en la preparación de un nuevo plan económico y flexible que eventualmente sería capaz de soportar visitantes sin perturbaciones y los visitantes no se verían alterados por lo que encontrasen. Los duplicadores quedarían irreconocibles como tales y así resultarían inofensivos. Diseñar un sistema tal era un problema apasionante, pero Link lo abordó de manera valiente... hasta llegar el desastre.
Un grupo de uffts trajo a un recién llegado al ruinoso edificio que habitaba Link a solas. El recién llegado se mostraba rebelde e insultante.
—Señor — dijo un ufft de seguridad con una voz muy seria —, aquí hay un espía. Vino de la Hacienda del Viejo Addison. Se le envió para que averiguase nuestros secretos militares.
— ¡Bah! — rezongó el espía desdeñoso —. ¡No tenéis ningún secreto militar! Somos docenas y sabemos todo cuanto hacéis. Formamos una organización muy unida y el Viejo Addison sabe cada secreto de todas las Haciendas y todos los uffts y sus ciudades y si me hacéis daño él sabrá quién lo hizo y se vengará.
Miró retador en su torno.
—Lo sabrá, ¿eh?— preguntó Link —. Quizá alguien ya le está hablando de tu captura, ¿eh?
— ¡Eso es cierto! — repuso el espía —. ¡No te atreverás a hacerme daño!
Link reflexionó. En cierto modo aquello era un consejo de guerra, excepto que Link resultaba el único juez. El gran vestíbulo con su silla del trono estaba polvoriento y lleno de basuras. Los regordetes y coléricos uffts que habían traído al prisionero emitían ruidos de indignación.
—Veamos — dijo con tono placentero Link —, tienes una posibilidad de ser un doble espía, rango altísimo en tu profesión. Comienza por decirnos todo lo que sabes sobre la manera de planear que en esta guerra tienen los Hacendados.
El espía ufft emitió roncos sonidos de desprecio. Por eso Link continuó muy serio:
—Reuniremos el Ejército. Marchará de prisa por delante de ti. Cada miembro del ejército te dará un bocado. Sólo uno. Nadie te matará, pero en medio del proceso de recibir unas docenas de millares de mordiscos...
El espía lanzó un grito. Link se lo esperaba. Había nada menos que cuarenta mil uffts en el Ejército de Liberación o en los Comités a él asociados. La suma total alcanzaría a unos cincuenta mil. El espía accedió al instante, temblando de terror, a contarlo todo, todo, todo.
—Llevároslo e interrogadle — dijo Link con voz autoritaria.
Una hora más tarde recibía el informe. El espía había hablado. Al exigírselo, identificó a otros espías. Fueron interrogados separadamente, bajo la misma amenaza. Sus historias coincidían. Hasta ahora, en lo concerniente a la revolución, el desastre era absoluto.
Harl había comenzado la organización de los Hacendados para la Restauración de los Buenos Viejos Tiempos. Hubo una gran y áspera aprobación y disparidad en las definiciones de los Viejos Buenos Días, pero existió una Unanimidad acerca de los días actuales. Un ejército ufftiano de liberación, equipado con una Hacienda que tenía un duplicador en funcionamiento, capaz de suministrarse cerveza sin beneficiar a los humanos, resultaba algo que no se podía soportar. Los Hacendados habían movilizado a sus siervos. Estaban armados con lanzas. Cuatrocientos o quinientos humanos se habían reunido en la Hacienda del Viejo Addison. Por la mañana marcharían contra la Capital Provisional del Gobierno Provisional Ufftiano. Estaban preparados para matar a los uffts con sus lanzas. Lo harían.
Aún no se había terminado de informar a Link en ese aspecto cuando el comité para el Contraespionaje lanzó sus agudos gritos. Sus agentes habían informado sustancialmente los mismos hechos abrumadores. Miembros del G-1 y G-2 vinieron galopando. Les habían llegado las noticias. Hubo agitación. Tumulto. Terror.
—Amigos míos — dijo Link con profunda tristeza —, la causa por la que estamos preparados a sufrir y morir ha experimentado un retroceso. El éxito inmediato de la Revolución es ahora objetable, pero su éxito final sigue siendo cierto. No sería inteligente para los uffts, que son los seres más inteligentes de esta galaxia, desperdiciar sus vidas con algo menos que la certeza de su viva necesidad. Pero no es verdad esto en los momentos actuales. Hay una acción por la que la Revolución podrá continuar. ¡Hay trabajo por hacer... organización, propaganda, planeamiento! ¡Debemos... debemos dedicarnos a la clandestinidad! ¡Debemos lanzarnos a un mundo de trabajo subterráneo!
Fue el más lúcido y convincente de todos los discursos posibles. Los uffts vivían en madrigueras. Subterráneamente, en la clandestinidad. Así lo preferían. Las madrigueras significaban seguridad, hogar, la vida familiar, normal y más satisfactoria. ¿Clandestinidad, subterraneidad? Los uffts le vitorearon. ¡Espontáneamente!
—Desde este momento hasta la próxima ocasión para alzarse dijo Link con esplendidez —, el Gobierno Provisional existirá en secreto. ¡El Ejército de Liberación existirá en los corazones de sus miembros! ¡Y los uffts, por doquier, recordarán que el tiempo sigue su marcha, que la vida es breve pero que la guerra es larga, que la unidad representa la fuerza y que los uffts volverán a levantarse! El ejército se disolverá. Sus miembros mantendrán el fuego sagrado de los secretos de su asociación. Y con el tiempo...
Les despidió. Naturalmente, aunque en privado, se sintió muy aliviado. Sabía que Harl, con certeza, no soñaría en tratar de destacar ningún individuo ufft para el castigo por su parte en la Revolución. Por un detalle, resultaría imposible. Por otro, si lo hacían los uffts volverían a oír hablar de él. Los otros Hacendados tendrían el mismo motivo imperativo para ignorar, en lo posible, la revolución de los uffts. Incluso era probable que se tomasen alguna molestia por impedir que existiese un descontento máximo entre los uffts, quienes a su vez podrían abandonar la Hacienda y trasladarse a otra, o instalarse en donde se les tratara mejor.
Había un asunto en el que Link estaba menos que satisfecho. No se sentía seguro de que los Hacendados, como Harl, se sintiesen inclinados a restablecer la agricultura hasta el punto en donde la comida se obtuviera sin duplicadores. Era necesario para los planes a largo plazo que Link ya había meditado. Pero seguía sin estar convencido de que lo lograría. Aún.
Pero poseía un sentido personal al notar un aire abrumador de pena cuando dimitió de su generalato en la revuelta. Había estado viviendo con raciones duplicadas, réplicas del almuerzo que Thana le preparó días atrás. En las nuevas jornadas transcurridas aquel almuerzo había alcanzado un estado deplorable. Pero eso aún no era lo peor. En nueve días con la misma comida, Link casi estaba histéricamente harto de judías.
Contempló como un desfile ceremonial del Ejército de Liberación se efectuaba antes de disolverse en grupos individuales y familiares, encaminándose en sus madrigueras patrias y con una negativa vociferante de haber estado en absoluto en la milicia.
Pero se había reservado una unidad de unos doscientos uffts, que se presentaron voluntarios en particular para una última acción de servicio militar contra sus opresores, en caso de que fuese necesario. Eran miembros del Regimiento Ufftiano, pero escucharon serios e incluso con devoción cuando les dio sus instrucciones. Parecieron dispersarse como el resto. Pero...
Cuando se hubieron ido, se encontró a solas en la ruinosa Hacienda. Había algo que era preciso hacer y que sólo él podía realizar. Trabajó casi toda la noche alumbrado por las antorchas. Cuando llegó el alba borró toda evidencia de su trabajo. Sacó el duplicador de su pozo por última vez. Penosamente, volvió a cortar cada uno de los antiguos cables averiados. Separó los que estaban antaño sueltos. Aflojó los contactos y los inutilizó. El duplicador ya no duplicaría más.
Desde primeras horas de la mañana cabalgó al encuentro del ejército de hacendados y sus servidores. En un sentido, claro, iba a rendirse. Pero estaba convencido de que su explicación satisfaría a Harl y por lo tanto al resto. Pero mientras cabalgaba, no pensaba en tales asuntos. Disfrutaba con imágenes de comida que no fuese simples judías.
Llegó hasta el ejército que se aproximaba a unos veinte kilómetros de su antiguo cuartel general. Se equivocaba sobre lo de que sus explicaciones satisfarían a los Hacendados, sin embargo. Harl aparecía visiblemente apenado tanto por su explicación como por su recepción. Thana, cabalgando con Harl — era la única chica de la expedición armada — miró a Link de manera inescrutable.
El ejército humano se había detenido para revisar la conducta de Link. Thistlethwaite miró fulminante al muchacho y en voz alta exclamó que no tenía ya ninguna asociación en absoluto con su antiguo compañero. Había dejado de ser el socio de Thistlethwaite. Era...
Acamparon para discutir con detalle la situación. Luego Thistlethwaite se había asombrado al verse colocado en la picota como compañeros de crímenes de Link. El presidente del tribunal marcial o consejo de guerra sería el Viejo Addison. No era un tipo amable y Link de inmediato sintió antipatía hacia él. Poseía aire autoritario y ofensivo. Su discurso distó muchísimo de ser cordial. Link halló que sus objeciones al Viejo Addison podrían resumirse en la afirmación de que carecía de modales en absoluto. Pero sabía lo que pretendía realizar el consejo de guerra y con toda evidencia pensaba procurar que se realizara. En contra de Thistlethwaite dijo con acritud:
—Me engañaste una vez. Te di la carga de una espacionave contra tu promesa de volver y pagarme lo adecuado por unos cuantos duplicadores. Ya has vuelto. ¿Dónde está el género que ibas a traer?
Thistlethwaite protestó desesperadamente.
—Te iban a ahorcar — dijo el Viejo Addison, tan acremente como antes —. Y yo te confisco tu navío para resarcirme de lo que me has engañado. ¡Y si aterrizan en Sord Tres más desconocidos se les colgará también; no queremos ni curiosos ni preguntas por aquí!
El consejo de guerra se formó. Link explicó con lucidez que los uffts en torno a la Hacienda de Harl ya estaban casi revueltos, que habían puesto sitio a la Hacienda de Harl y que con permiso de Harl salió para convencerles de que se fuesen a alguna parte y dejasen que una caravana de unicornios proporcionasen los suministros alimenticios que tanto escaseaban. Destacó que había cumplido exactamente con esa misión. Incluso destacó que no había sido insultado ningún ser humano, ni herido, por los uffts que siguieron sus sugerencias. Que asumió la jefatura de los uffts como un favor para Harl.
Harl fue el único en el tribunal que votó a favor de Link. La decisión fue que Link y Thistlethwaite tenían que ser ahorcados a la mañana siguiente. El retraso era para permitir a otros hacendados, que venían presurosos a aquel lugar, presenciar el agradable espectáculo.
Link guardó compostura. Especialmente después de que el número de uffts que solían verse en toda reunión de humanos creció; uno a uno, se instalaron indiferentes en torno al campamento. Nadie les molestó. Era costumbre de los humanos tolerar a los uffts. A mediodía había por lo menos cincuenta uffts moviéndose entre los hombres y tiendas y animales. Más tarde hubo más.
Cerca de la puesta del sol, se permitió entrar a Thana en el lugar estrechamente guardado donde Link y Thistlethwaite esperaban el amanecer y la ejecución de la sentencia. Thana aparecía a la vez indignada y sumisa.
—Lo... lo siento, Link — dijo con aire infeliz —. Harl sigue discutiendo, tratando de hacerles cambiar de idea. ¡Pero me parece que nada logrará! ¡Incluso les ha dicho que me enseñaste cómo duplicar un cuchillo para que sea tan bueno como el original! ¡Ha prometido regalarles a todos camisas y judías y cuchillos no duplicados! Pero escuchan al Viejo Addison.
—Sí — admitió Link —. Tiene cierta fuerza de carácter. Pero sus modales — sacudió la cabeza—. ¡Ni siquiera Thistlethwaite aprueba ahora al Viejo Addison!
Thana contuvo el aliento como si tratase de no llorar.
—Le... le he traído una camisa, Link. Yo... me imagino que no le gustó la bordada. Usted se la quitó. Esta es duplicada de la que usted regaló a Harl.
—Hmmm —murmuró Link—. ¡Estupendo! ¡Gracias, Thana!
Ella lloró. Él le acarició el hombro.
— ¿Hay algo... — murmuró —, hay algo que pueda hacer? ¡Cualquier cosa, Link! — sollozó —. Siento... como si yo tuviera la culpa de que usted esté en dificultades. Si hubiese tenido más comida almacenada no habría tenido que irse usted y dejarnos, si... si... si...
Link dijo, esperanzado:
—Si siente así, oh... un par de unicornios en el valle a medianoche... si pudiese conseguirlo, se lo agradecería muchísimo.
Ella guardó silencio. Luego dijo con amargura:
— ¡Usted... usted quiere volver con Imogene! Link la miró con fijeza.
—Mira, Thana — dijo Link tuteándola por primera vez —, no te conté el final de la historia. Después de que entré en la espacionave, y de eso hace ya casi un año, destruí el recibo que la florista me había dado. ¡Y tenía escrita la dirección de Imogene en el dorso! Así que me di cuenta de que no puedo enviar ni flores ni nota. ¡Por tanto Imogene jamás pudo tener noticias mías otra vez y yo sé que se ha casado hace mucho tiempo!
Ella le miró muy seria.
— ¿De verdad, Link?
—Pues claro — contestó Link con dignidad —. ¿Me has pillado alguna vez en mentira?
— ¿Dónde debo de tener los unicornios?-preguntó ella —. ¿Y cómo?
—Influencias — contestó Link —. Tengo influencias. Ahora...
Le dijo el lugar de manera que no podría confundirse, quizá a dos kilómetros valle arriba, a partir del campamento. Ella se fue.
Link pareció absorto en sus pensamientos durante largo rato después. Ni siquiera prestó particular atención a los uffts que, cerca de la puesta del sol, comenzaron a aumentar en número. Pero en una ocasión uno de éstos le guiñó el ojo, tranquilizándole. Thistlethwaite se sentía amargado, pero Link le consoló también como pudo.
—Tú — dijo con amabilidad —, confundes la cortesía de la vida comercial con los sentimientos de importancia más profunda. Deberías reformarte.
Thistlethwaite le miró lanzando unos cuantos juramentos desesperados.
Se hizo de noche. Brillaron las estrellas. El campamento se aquietó. Luego, a medianoche, hubo un súbito estrépito. Las tiendas se desplomaron. Los unicornios lanzaron gemidos de desaliento, trataban de encabritarse y al encontrar sus traíllas mordidas y cortadas por los uffts, emprendieron la huida hasta las laderas de la montaña, siempre acuciados por mordeduras en sus patas. Los hombres juraron, bajo las lonas que habían caído sobre ellos. Muchos trataron de correr tras los unicornios y los uffts y éstos se les enredaron en las piernas y les hicieron caer. Los que trataron de levantar las desplomadas tiendas de sus compañeros sufrieron ataques similarmente irritantes. Cuando los maldicientes hombres salieron al aire libre, los uffts les mordisquearon las piernas y les obligaron a saltar locamente. Hubo un enjambre de uffts gritando en todo el alrededor, mordiendo a cualquier humano, bien en sus piernas o en lo que tuviesen a su alcance, mordiendo también las cuerdas que permanecían intactas y bramando órdenes contradictorias en una estupenda imitación de las voces de los hombres. Convirtieron el campamento en algo así como el caos primordial.
Link gruñó cuando uno de sus propios guardias se vio atacado. Cogió a Thistlethwaite. Le guió para salir. Un pequeño grupo de uffts formó a su alrededor, abriéndoles paso. En dos ocasiones, los servidores de los hacendados parecieron a punto de tropezar con ellos, pero cada vez cayeron cuando los uffts, corriendo, les mordieron desde atrás en las pantorrillas. Toda la escolta huyó presurosa, pasando sobre ellos en lo que consideraron la más fina tradición militar de rescate. Antes de desbandar su ejército, Link les había elegido, dramáticamente, para una posible acción militar secreta. Este era el momento de poner en práctica las instrucciones.
El y Thistlethwaite llegaron donde tenían que estar los unicornios. A su alrededor, la escolta fanfarroneó presumiendo de su éxito al libertar a Link. Tuvo que avisarles que estos unicornios, precisamente vistos a la luz de las estrellas, no debían de entrar en estampida.
Luego descubrió que había tres unicornios, no dos. Thana le entregó unas riendas a Link.
— ¡Vamos! — dijo con dureza —. ¡Quizá me siguen!
—Tengo organizada una fuerza de retaguardia — contestó Link tranquilo —, será mejor que no vengas con nosotros, Thana. Es preferible que des la vuelta a tu unicornio, le pongas en libertad y regresases al campamento.
— ¡No lo haré! — contestó Thana —. Le dije a Harl lo que iba a hacer. Me pidió que me excusase por no venir a despedirnos.
— ¿Despedirnos?— Link se quedó boquiabierto. Luego se sintió bien. Notablemente bien. Dijo acalorado —. ¡Harl tiene los mejores modales de cuantos conozco!
Ascendieron hacia el paso por el que viniera Link para rendirse. Los unicornios trepaban. Thistlethwaite echaba chispas de furor. Se había edificado un gran palacio de ensueños sobre un negocio supuestamente firme con el Viejo Addison. Ahora estaba destrozado. Y el Viejo Addison consideraba que le deberían ahorcar. Y la andadura de los unicornios era excesivamente desagradable. Pero siguió, con desmayo, a la resuelta Thana, silueteada contra las estrellas. La figura de Link estaba a menudo muy cerca de ella. Muchísimo.
Al cabo de una hora cruzaron el paso. Thana quería seguir el camino pasando el estrecho valle en el que el Gobierno Provisional había estado funcionando durante nueve días. Pero Link hizo girar a los animales hacia el fondo del valle y guió a los otros hasta la Capital Nacional Provisional Ufftiana.
—Hay algo en la antigua Hacienda que necesito recoger — dijo Link —. Estuve trabajando toda la noche para aso.
Para cuando llegaron al sombrío edificio, Link había resuelto el problema que constituía el cierre de las alforjas que tenía ante sí en el unicornio. Eran bastante grandes para sus propósitos. Desmontó y señaló a los demás un montón de rocas color melocotón de tamaño considerablemente reducido. Explicó a Thana por qué las había preparado y por qué deseaba que se las llevasen. Cuando entraron en el gran vestíbulo del trono, ella le acompañaba. Le indicó que utilizaba las rocas color melocotón como materias primas con las que obtener tan preciosas piedras.
— ¡Muy bonitas! — dijo Thana.
Le ayudó con su carga. Tuvieron que hacer dos viajes, llenando las alforjas. Tornaron a montar y se encaminaron valle abajo de nuevo. Thana dijo con interés:
— ¡Son hermosas! ¡Jamás vi cosas por el estilo antes!
Continuaron su marcha. Siguieron. Siguieron. Cuando las colinas quedaron bien atrás, Link dijo:
—Thistlethwaite, tú lo cerraste todo en la espacionave. Después lo has soldado también todo, incluyendo el compartimento de la lancha salvavidas. ¿Dónde está el soplete de oxígeno?
Thistlethwaite balbuceó su respuesta.
—No podemos utilizar la nave — dijo Link animoso —. Por lo menos con una plancha del casco arrancada y la estructura general débil de todo lo demás. No nos queda más remedio que utilizar la lancha salvavidas.
Thistlethwaite murmuró. Una ligera, ligerísima esperanza empezaba a nacer en él. A lo lejos, muy lejos se veía una luz.
—Eso es la Hacienda — dijo Link —, La Hacienda de Harl.
—Sí — confirmó Thana con una voz singularmente débil.
—Podrás llegar sola allí.
— ¿Quieres?
— ¡No! — contestó Link de manera explosiva—. ¡No!
La débil luz de la Hacienda fue como un faro guía. Al poco llegaron a la ciudad ufft y la visión nocturna de los unicornios les ayudó a evitar las madrigueras y los montones de tierra sacados de ellas. Oyeron voces asustadas a su alrededor. Link se detuvo.
—Amigos míos — dijo con tono profundo —, soy Link Denham, que ha escapado de vuestros opresores. Yo voy a seguir en mis funciones como gobierno en el exilio y a prepararme para el resurgir de la raza ufftiana. Volveré con medios para restaurar la lucha de los uffts y alcanzar su reconocimiento, su estado de gente libre, su independencia de la humanidad, lo que constituyen sus justas aspiraciones.
Hubo vítores, pero sonaron bastante desanimados.
—Mientras — siguió Link —. Seguidnos. En el navío hay regalos y tesoros. Podéis considerarlos como la tesorería de la República Ufftiana. Los distribuiremos. Podréis utilizarlos como mercancía para tratar con los hombres. ¡Seguidnos!
A Thistlethwaite dijo animoso:
—Te pagaré por toda la carga.
Thistlethwaite contestó con amargura:
— ¡Si no puedo disponer de ella, tampoco quiero que el Viejo Addison la tenga!
Cruzaron la ciudad. Se vieron acompañados, escoltados, rodeados por un enjambre de uffts. Marcharon más allá de la urbe, hasta el navío. Thistlethwaite juraba corrosivamente, pero sacó el soplete de oxígeno.
Se oyeron gritos desde lo lejos. Hombres con unicornios se dirigían hacia la nave. Seguían, naturalmente, siendo los perseguidores de Link y Thistlethwaite, que no habían perdido ningún tiempo en preparar una maniobra de diversión como su viaje a la Capital Nacional Ufftiana. Link se hizo cargo del mando. Ordenó a los uffts que mordiesen las patas de los unicornios para tratar de dispersarlos y, en cualquier caso, retrasaran a sus perseguidores. Con una estupenda y briosa competencia tomó el soplete de oxígeno y abrió el compartimento de la lancha salvavidas para poder entrar y utilizar la misma. Metió las alforjas en el bote. Comenzó abrir los compartimentos de carga para los uffts. Estos entraron en enjambre en el navío. A medida que cada puerta del compartimento se les abría, se precipitaban en su interior. Serían ricos. Podrían hacer tratos maravillosamente insultantes con los humanos de Sord Tres. Podrían...
En levante se veía una débil, debilísima luz gris. Link se abrió paso hasta entrar en la sala de control para conseguir el Directorio Galáctico. Regresó.
— ¿Dónde está Thana? ¿Dónde está Thana?— preguntó alarmado.
Ella apareció, asustada, pero sonriente.
—Quería... quería estar segura de que... me echabas de menos.
La hizo entrar en la lancha espacial con el Directorio. Hizo que Thistlethwaite penetrase tras ella. Abrió las puertas externas del compartimento de la embarcación y gritó a los uffts que quedaban por debajo:
— ¡Regresaré! ¡Regresaré!
Hubo una masa de animales montados que venía del oeste. Los uffts echaron a correr para rodearlos. Los hombres de los unicornios, en consecuencia, avanzaron sólo muy despacio.
Link penetró en la lancha espacial. Oprimió los botones apropiados y accionó las palancas adecuadas. El salvavidas pareció salir despedido hacia el exterior. Sus cohetes rugieron furiosos, poniéndose en movimiento.
Fue una escapada en el último momento. Los salvavidas están diseñados para ser lanzados en el espacio. Pero el morro de éste apuntó al cielo y sus cohetes le impulsaron de manera firme y violenta en ascensión y, al poco, su rugido cambió en el modo sutil indicador del puro vacío por el que se movía entonces la lancha. Luego saltó hacia el firmamento salpicado de estrellas.
* * *
Días más tarde Thistlethwaite trabajaba tranquilo, con un ceño portentoso, preparando un nuevo contrato que proponer a Link. Era para formar una organización, la «Corporación para la Explotación de Sord Tres». Link proporcionaría todo el capital. Thistlethwaite tendría opinión definitiva en las decisiones comerciales. Los detalles para la operación habían sido elaborados durante las conversaciones y Thistlethwaite los trasladaba a la fraseología comercial, por lo menos ponía una trampa en cada dos párrafos del contrato. Link compraría y dirigiría una espacionave moderna de primera categoría. Volverían a Sord Tres con muestras de todos los materiales necesarios para conseguir aleaciones. Establecerían un duplicador junto a la playa para extraer de las aguas del mar, como materias primas, los minerales raros necesarios para duplicar la larga lista de los nuevos objetos, corrientemente no duplicables, e instrumentos necesarios en Sord. Link, en particular, había diseñado un equipo para fabricar cerveza de forma que no explotaran a los uffts. Habría enormes dislocaciones en la actual economía cuando los uffts no necesitasen comerciar con los humanos para conseguir cerveza. Los humanos empezarían a cultivar el campo. De hecho, comenzarían a preparar cosechas. Sus duplicadores serían más briosos extrayendo metales de aleación que duplicando raíces, cortezas, hierbas, bayas, capullos y flores.
Se produciría un estado infernal de cosas en Sord Tres cuando Link volviese. Eso proporcionaría experiencias nuevas. Emocionantes. De vez en cuando indudablemente habría tumultos. Pero si ningún otro navío aterrizaba en Sord Tres durante unos poquísimos años, cuando este aterrizaje se produjera no habría ningún desastre. Ya no existirían duplicadores en acción. Nadie reconocería el amplísimo desastre en plan galáctico que podía haberse producido si ciertos aparatos extractores de minerales, trabajando en el agua del mar, se destinaban a otros usos. ¡Todo marcharía sobre ruedas!
Link señaló a una pequeña imagen astral creciente que se destacaba contra las estrellas y que se veía desde los ojos de buey de la lancha salvavidas.
— ¿Vamos a aterrizar allí?— preguntó Thana. Link asintió. Thana dijo en tono bajo:
—Link, ¿vas a firmar ese contrato que él está preparando?
— ¡Pues claro que no! — contestó Link —. Pero le hace feliz redactarlo. En realidad, le gustará el trato que le propondré más que el engaño que está preparando.
Thana dijo intranquila:
—Cuando aterricemos...
—Iré a ver a un joyero —dijo con ternura Link —. Le venderé unos cuantos carintos; una cuarta parte, poco más o menos. Comenzaré a preparar las cosas para nuestro viaje de regreso. Y entonces... ¿Te importa una boda discreta?
—No... no, en absoluto.
El asintió. Se cogieron de las manos cuando la lancha salvavidas se encaminaba hacia el planeta que tenían delante. Había mares y continentes y casquetes polares. Había ciudades. Cuatro alforjas llenas de corintos apenas se podían vender en un sólo planeta sin hacer descender los precios, pero una distribución discreta, mediante espacionaves, a joyeros responsables de otros mundos...
—Ya podemos pensar en volver — prometió Link —, dentro de un mes, poco más o menos.
Y lo hicieron. Pero se retrasaron unos cuantos días. Link había preparado algo especial y tuvieron que esperar a que acabasen el segundo collar de corintos de Thana. Se decía que era la única mujer en la galaxia que poseía más de uno.
Fin
Título original The duplicators
Autor: Murray Leinster
Traductor Fernando M. Sesén
Publicación 1964 (1968)
Editorial Vértice