Publicado en
diciembre 19, 2016
Retrato de Fairfield Osborn pintado por Albert Murray. Cortesía de la Sociedad Zoológica de Nueva York. Foto: William Sonntag.
Fairfield Osborn, precursor de la ecología ya antes de que la mayoría de nosotros supiéramos lo que significa esta palabra, vivía envuelto en una aura de gozo que conmovía a todos cuantos lo conocían.
Por Laurence Rockefeller.
CUANDO asistí por primera vez a una reunión de la junta de gobierno de la Sociedad Zoológica de Nueva York, en 1935, encontré a un grupo de hombres entusiastas y serios. La mayoría eran personalidades financieras o cívicas que dedicaban sus ratos de ocio a la administración del parque zoológico del Bronx y el Acuario de Nueva York como una contribución al servicio público. Uno de nosotros, no obstante, era un inconformista, hombre que tenía un irreverente sentido del humor. Se llamaba Fairfield Osborn.
Ya era consejero de la junta desde hacía algún tiempo, y en aquella precisa reunión lo eligieron secretario. Su discurso de aceptación fue original. "Caballeros", dijo, "les agradezco su confianza en mí y les aseguro que, por lo menos, tengo un mérito para este cargo. Soy uno de los pocos conocidos de ustedes que sabe lo que dice un cocodrilo cuando se siente feliz". Y, después de una pausa durante la cual miró a los presentes con aire de reto, prosiguió: "Cuando era niño, yo tenía un cocodrilo domesticado; al acostarnos juntos por la noche, se echaba a la larga sobre mi estómago y, una vez caliente y cómodo, decía: ¡Ungh... ungh... ungh!"
Aparte de su picaresco sentido del humor, mi primera impresión de Fairfield Osborn fue que era un hombre notablemente feo. Era alto y flaco, tenía una cara llena de arrugas, dominada por una nariz de proporciones espectaculares. Aquella primera impresión fue efímera, sin embargo, porque no se podía estar con él mucho tiempo en una habitación sin sentir la influencia casi tangible del amor a la vida que animaba a aquel hombre. En su rostro brillaba un espíritu de gozo que lo hacía realmente hermoso.
EL EJÉRCITO DE FAIR
Desde joven, Osborn planeó su vida... y perseveró en su plan. Después de su graduación en las universidades de Princeton y de Cambridge, se casó, volvió la espalda al mundo académico y se hizo corredor de bolsa en Wall Street . Más tarde, a los 48 años, habiendo criado tres hijas y logrado la seguridad económica, se retiró de los negocios y puso en acción la "fase 2" del plan de su vida: consagrar el resto de sus días a la conservación y el cuidado de la vida silvestre.
Cuando Fair (el apodo cariñoso con que lo conocíamos) fue elevado a la presidencia de la sociedad, en 1940, el parque zoológico empezó a cambiar. Donde le fue posible abolió jaulas y dejó a los animales en espacios libres que eran más parecidos a su hábitat natural. Había tradicionalistas que al principio se opusieron a sus planes, pero Fair era un revolucionario y renovador de energía casi ilimitada. Sin embargo, no imponía sus ideas a otros hombres. Los arrastraba consigo por su mismo entusiasmo ferviente; los convertía en voluntarios de su ejército.
Aunque Fair no tenía título académico en zoología, poseía algo aun más raro y precioso: comprensión y compenetración con los animales. Un día, pasando al lado de un oso, se detuvo y dijo al guarda:
—Ese oso polar sufre.
—¿Sufre? —replicó, perplejo, el mozo— No he notado nada raro en él, señor Osborn.
—No obstante, algo le pasa. Haré que lo vea el veterinario.
Y, ciertamente, el veterinario descubrió que el oso tenía una infección de la piel.
Uno de los problemas del parque zoológico del Bronx, como de todos, era el de mantener vivos a los gorilas en cautividad. Fair pasó muchas horas con sus colaboradores estudiando la cuestión, basta que un día dijo:
—Creo que ya sé cuál es la falla. Nuestros gorilas no reciben bastante afecto. Son inteligentes, sensitivos y tristes. Tenemos que procurar que los guardas los abracen más, que los traten como si fueran humanos.
Desde aquel día los gorilas del parque zoológico del Bronx gozaron ampliamente de la vida. Una de las grandes atracciones públicas era ver a un gorila crecido acurrucarse en el regazo de un hombre que tenía la mitad de su tamaño.
TRONIDO DE PREVENCIÓN
El interés de Fair por la protección de la vida de la naturaleza lo llevó inevitablemente a un examen de nuestro ambiente y del papel destructivo del hombre. En 1948 escribió un libro precursor de la ecología, Nuestro expoliado planeta. El libro produjo escándalo a mucha gente, porque decía lo que por aquel entonces se consideraba revolucionario y alarmista.
"La naturaleza puede ser algo bello, y es indudablemente una sinfonía", escribió, "pero por encima y por debajo y dentro de sus propias e inmutables esencias, sus distancias, su aparente tranquilidad e invariabilidad, es una máquina activa, coordinada, con un propósito. Cada parte de ella depende de otra, y todas están relacionadas con el movimiento de la totalidad. Algunas partes de la Tierra, en otro tiempo vivas y productivas, han muerto a manos del hombre. Otras están muriendo ahora. Si hacemos que mueran más, la naturaleza se desquitará a su modo, inexorablemente, como ya lo ha comenzado a hacer".
Osborn escribió cuidadosamente, con documentación, y sus palabras se extendieron retumbando por toda la faz de la Tierra como un estampido de prevención. El libro fue traducido a 13 idiomas y leído por millones, y todavía hoy sigue imprimiéndose.
El exceso de población es inherente a nuestros problemas ecológicos. Osborn escribió acerca de ello en otro libro muy leído, Límites de la Tierra, publicado en 1953, cuando el autor tenía 66 años de edad. "La idea de que el aumento de la población garantiza una vida mejor, en el económico y en otros órdenes", escribió, "es un mito que sólo tienen algún derecho de creer los que venden pañales, cochecitos de niño y artículos semejantes".
Sus escritos fueron clarinadas para la acción, y él mismo se mantuvo listo para acaudillar a las tropas. Cuando se vio que la Sociedad Zoológica no estaba preparada para hacer frente a los grandes problemas de ambiente y población, Fair fue elemento influyente para que se organizara en 1948 la Fundación de Conservación. Su propósito consistía en fomentar el conocimiento de los recursos naturales y estimular a la gente para que los conservara. No existía entonces una institución semejante, y hoy el conocimiento general de los problemas de ambiente se debe, por lo menos en parte, a los esfuerzos precursores de la Fundación.
JARDÍN PARA DOS
Se ha dicho que el destino de un hombre no se decide finalmente hasta que se casa. No sé cuánto hay de verdad en esto, pero cuando Fair conoció a Marjorie Lamond y se casó con ella, en Inglaterra en 1914, se alió a la compañera que no le iba en zaga por su gozo de vivir. Ella consideraba el trabajo de su esposo extraordinariamente importante, pero no dejó que esto la abrumase. Pintora de talento, ella también amaba la vida, mas la veía con sus propios ojos.
Con motivo de sus bodas de oro, regresaron a Santa Margarita, en Westminster (Londres), donde habían contraído matrimonio. Rodeados de amigos que habían estado presentes en el enlace, celebraron una breve ceremonia para prometer nuevamente consagrarse el uno al otro. Después se festejó la ocasión con un almuerzo en el cual una vieja amiga pronunció un discurso emocionado, recordando que Fair y Marjorie se habían comprometido en su jardín.
Fair dijo:
—No tanto, querida. Estábamos en el marjal buscando ranas.
—Tú buscabas ranas —replicó Marjorie—. Yo buscaba flores.
Durante toda su vida recorrieron juntos el mundo para estudiar sus recursos y luchar contra la ignorancia y el despilfarro del hombre, pero sus recuerdos más amables no eran siempre de acontecimientos serios. En su primer viaje a Italia, Fair pasó el tiempo en el buque estudiando italiano en un libro para turistas hasta dominar las frases extrañas y frecuentemente inútiles que esa clase de literatura ofrece.
Al llegar a Nápoles fueron sitiados y acosados por quisquillosos y chillones taxistas. Aunque era difícil incluso hacerse oír, Fair acabó eligiendo un vehículo y comenzó a meter en él su equipaje. En seguida, uno de los conductores rechazados empezó a zaherirlo por ello. A medida que el individuo iba animándose, parecía que todas las injusticias del mundo habían caído sobre él, y acabó en un estado frenético. Fair lo escuchó, aunque no tenía la menor idea de lo que estaba diciendo. Cuando por fin el hombre hizo una pausa para recobrar el aliento, Fair vio su oportunidad.
"¿Dónde está el sombrero de mi tía ?" gritó. Y antes de que su asombrado antagonista pudiera reaccionar, Fair prosiguió: "Deseo una toalla para el baño". Y luego chilló: "¡He comido demasiado ajo!" Siguió así sucesivamente, repitiendo las lecciones de su libro de conversación, y lanzándose a una furia que dejó en mantillas la de su contendiente. Cuando por fin terminó, los arremolinados taxistas rompieron en un ruidoso aplauso. Dando gritos de "Bello! Bello!" acompañaron a Fair como a un héroe al salir del muelle.
AURA DE GOZO
A los 79 años de edad Fair sufrió un ataque que lo dejó con una leve cojera y dificultad para hablar, contratiempos que no le quitaron sus ímpetus. Para compensar sus pasos más cortos, andaba más de prisa; cuando sus palabras salían confusas, se limitaba meramente a esperar que lo escucharan con más atención. Su mente seguía fértil, su espíritu valeroso; no hizo caso de la torpeza de su organismo. Finalmente, a los 81 años se retiró de la presidencia de la Sociedad Zoológica y se trasladó con Marjorie de su casa de la ciudad a su cabaña de Garrison (Nueva York). Allí, sin servicio doméstico, vivieron cerca de la naturaleza y el uno cerca del otro. El segundo verano fueron a un baile, y Fair sufrió un nuevo ataque, después del cual tuvo gran dificultad para moverse. Pese a ello, se negó a ir a un hospital y a permitir que Marjorie lo ayudara. Luego, una mañana de septiembre, no pudo levantarse de la cama ni hablar. Pidió por señas papel y lápiz, y cuado Marjorie se los dio, escribió: "Eres tan hermosa como siempre". La segunda mañana pidió otra vez el papel y el lápiz, y escribió, "Eres tan hermosa..." No pudo terminar la frase, y el 16 de septiembre de 1969 murió serenamente.
Después del funeral en la iglesia de Garrison, oí a un viejo amigo decir: "No lloraré a Fair. Tuvo una vida perfecta".
Está equivocado, naturalmente, porque ningún hombre pasa por la vida libre de pecado y error. Sin embargo, sé lo que quería decir. Fairfield Osborn estaba envuelto en una aura de gozo; gozo de la naturaleza, gozo del trabajo, gozo del amor y la risa. A todos cuantos estuvieron cerca de él, los conmovía esta cualidad. Y eso es probablemente el estado más cercano a la perfección que cualquier hombre pueda aspirar a conseguir en este mundo.
LAS OBRAS filantrópicas de Laurance Rockefeller en el campo de la conservación de la naturaleza han sido extensas. Sucedió a Fairfield Osborn como presidente de la Sociedad Zoológica de Nueva York, y fue socio fundador de la Fundación de Conservación.