CUATRO MITOS SOBRE EL HAMBRE MUNDIAL
Publicado en
diciembre 30, 2016
Por Frances Moore Lappé y Joseph Collins (directores del Instituto de Políticas Alimentarias y de Desarrollo, de San Francisco, y coautores del libro Food First ("La alimentación primero").
EL ESPECTRO del hambre se cierne cada vez más amenazador sobre India y otras naciones. Para luchar contra él parece que la reacción evidente consiste en aumentar la producción de alimentos, frenando al mismo tiempo el crecimiento acelerado de la población. Pero para los famosos agrónomos autores de la apasionante obra Food First ("La alimentación primero"), esa premisa constituye únicamente parte de la verdad, puesto que, afirman, tanto en la actualidad como en el porvenir, todos los países del mundo podrían autoabastecerse en su alimentación Fundamental.
Primer mito: El hambre se debe a la escasez producida por el exceso de población en relación con los recursos alimenticios.
Sin embargo, lo cierto es que la escasez no es la causa real, ya que, incluso cuando se sufrió la "crisis alimentaria" de comienzos de este decenio, solamente en cereales se contaba con existencias suficientes para que todos los habitantes del mundo pudieran recibir 3000 calorías diarias y una generosa dosis de proteínas.
Las estimaciones globales apenas significan nada en este caso, salvo para desechar el generalizado concepto de que hemos alcanzado ya los límites productivos mundiales. Lo importante es saber si existen recursos adecuados para la producción de alimentos en aquellos lugares donde la población sufre mayor hambre.
La respuesta es que esos recursos existen realmente. Un procedimiento para medir esta situación consiste en considerar la laguna que hay entre la producción actual y la posible, medición que nos indica que sólo se utiliza un 44 por ciento de las tierras cultivables del mundo. El rendimiento promedio de cereales en los países subdesarrollados es menos de la mitad del que obtienen los industrializados, sin contar con que una gran parte de las tierras de labor en que se obtiene únicamente una cosecha anual, podrían producir dos o más. En la mayoría de los casos las barreras que se oponen al aumento de la productividad agrícola no son de carácter físico sino más bien social, puesto que el control antidemocrático de los recursos productivos inhibe su desarrollo.
En la mayoría de los países que sufren hambre los grandes terratenientes poseen la mayor parte de las tierras. Según un estudio realizado en 83 naciones, los terratenientes que poseen 50 hectáreas o más (los cuales constituyen poco más del tres por ciento del total) controlan casi el 80 por ciento de todas las tierras de labor y, al mismo tiempo, el producto que consiguen por hectáreas es habitualmente menor que el que logran los agricultores más modestos.
Además, los campesinos del Tercer Mundo no producen tanto como podrían, y son precisamente los influyentes latifundistas los que monopolizan los mercados, los servicios de educación agrícola y los créditos no usuarios.
Precisamente en los pueblos hambrientos, además de no utilizarse plenamente la tierra, se utiliza mal. Cuando la mayoría de la gente tiene tan escasa capacidad adquisitiva que no puede influir en el mercado, los recursos productivos de alimentos se ponen al servicio de aquellos que pueden pagar por ellos: las altas capas sociales del país y los mercados exteriores. Por ello se amplía el cultivo de las cosechas exportables al mismo tiempo que se descuidan los alimentos básicos. En América Central y en el Caribe un 70 por ciento de los niños padecen de desnutrición, y sin embargo la mitad de las tierras agrícolas (a menudo las mejores) se usan para productos de exportación. Cuando a principios del decenio actual los países africanos de la zona del Sahel padecían una terrible sequía y eran presa del hambre, algunas de sus exportaciones agrícolas aumentaron. Una parte considerable de toda la producción agrícola que va a parar a los Estados Unidos procede de países que supuestamente sufren escasez.
Si la causa del hambre fuese un exceso de población, lo lógico sería que hubiese más gente famélica en los países de mayor densidad demográfica, pero tal correlación no aparece en la realidad. En China, por ejemplo, cada hectárea cultivada debe alimentar a un 50 por ciento más de personas que en India. No obstante, en la actualidad allí nadie muere de hambre. Las investigaciones efectuadas país por país, y que incluyen a casos tan extremos como el de Bangladesh, nos han llevado a la convicción de que virtualmente no existe país sin recursos agrícolas adecuados para alimentar a su población.
La causa del hambre no reside hoy en el número de habitantes del planeta ni en el crecimiento de la población, aunque es evidente que, si sigue produciéndose el incremento demográfico en la actual proporción, sus consecuencias afectarán gravemente al bienestar futuro de todo el planeta.
Segundo mito: La solución del problema del hambre consiste en producir más alimentos.
Durante los 30 años últimos tanto los gobiernos como los organismos internacionales y las empresas multinacionales han promovido la "modernización" de la agricultura para aumentar las cosechas: riego en gran escala, fertilizantes químicos, pesticidas, uso de máquinas y empleo de semillas de elevado rendimiento. Pero cuando se aplica una nueva tecnología agrícola en un sistema afectado por grandes desigualdades, beneficia únicamente a aquellos que poseen una adecuada combinación de tierras, recursos financieros, facilidades de crédito e influencias políticas.
Cuando la inversión agrícola adquiere el carácter de especulativa, la competencia para adquirir tierras eleva enormemente el valor de estas, y el consiguiente aumento de las rentas desposee de sus parcelas a los arrendatarios y aparceros. Al aumentar sus ganancias, los poderosos adquieren las tierras de los pobres, hasta el punto de que los desposeídos constituyen actualmente la mayoría de la población rural en varios países. Al mismo tiempo aumenta la mecanización para evitar los problemas laborales.
Muy frecuentemente los que son eliminados del proceso de producción de los alimentos quedan también eliminados de su consumo. Como dice un trabajador agrícola de Bihar (India) que gana 36 centavos de dólar por día: "Cuando uno no posee tierras, aunque estas produzcan buenas cosechas, nunca consigue lo suficiente para comer".
No se trata aquí de ninguna teoría. Las muchas investigaciones que se llevan a cabo en el mundo entero demuestran que, aunque se está produciendo una mayor cantidad de alimentos por persona, aumenta la miseria de una gran parte de la población rural y se extiende en ella el hambre. Sin embargo, aquellos que controlan sus propios recursos productivos podrán, con su trabajo y su ingenio, alimentarse bien y, además, incrementar su productividad. La energía humana, organizada y motivada adecuadamente, ha transformado los desiertos en vergeles.
Tercer mito: La mejor forma de salir del subdesarrollo consiste en cultivar y exportar aquellos productos que se dan mejor en un país, y utilizar las divisas para importar productos agrícolas e industriales.
No es muy lógico —ni resulta ventajoso a la larga— concentrar los esfuerzos en unos pocos productos agrícolas de escaso valor nutritivo, ya que la misma tierra en que se cultiva el cacao, el té y la caña de azucar podría producir muy variadas y nutritivas cosechas. Quienes se benefician con la exportación de productos agrícolas no son los que trabajan para obtenerlos. Y, aunque las divisas obtenidas se utilicen para importar alimentos, estos no suelen ser los que necesitan las masas, sino los que consumen los grupos urbanos de ingresos elevados.
En Senegal, por ejemplo, una gran proporción de los terrenos agrícolas se dedican al cultivo del cacahuete, que se exporta a Europa, y parte de la moneda extranjera que se obtiene a cambio se dedica a importar trigo que usan las panaderías para elaborar pan francés destinado a los habitantes de las ciudades.
El éxito de la agricultura orientada hacia la exportación puede contribuir, en realidad, a acrecentar la miseria de las zonas rurales. El aumento del precio mundial de un producto suele traducirse frecuentemente en un ingreso menor para el trabajador de las plantaciones o para el campesino. El gran aumento del precio del azúcar que ocurrió hace varios años en el mercado mundial contribuyó a desencadenar una espiral inflacionaria que tuvo como consecuencia la disminución del salario real de los cortadores de caña de la República Dominicana.
Los gobiernos suelen evitar aquellas reformas laborales que estiman reducirán la capacidad competitiva de sus exportaciones. En algunos países, como en Filipinas, las tierras de labor cuyo producto se destina a la exportación no están sometidas a la reforma agraria. Con estas medidas, no solamente se mantiene la pobreza de quienes carecen de tierras en las zonas rurales, sino que además se reduce la producción de alimentos, puesto que los propietarios dedican sus cultivos a la exportación, con el fin de evitar la redistribución de sus tierras.
En cambio, las políticas orientadas hacia el autoabastecimiento alimentario miden su éxito en función del bienestar de la población y no de los ingresos derivados de las exportaciones. El autoabastecimiento no supone aislacionismo. La intensificación del comercio es un resultado orgánico del desarrollo y no la frágil base de que depende la supervivencia de una nación.
Cuarto mito: El hambre es pugna entre el mundo rico y el pobre.
Según este concepto, los hambrientos constituyen una amenaza contra las mayorías de otros países, pero lo cierto es que el hambre afecta a las capas bajas de todos los países, ya sean desarrollados o subdesarrollados, puesto que en los primeros, al igual que en los segundos, tiene lugar un proceso de concentración cada vez mayor del control de las tierras y de otros recursos productivos de alimentos.
Por ejemplo, únicamente el 5,5 por ciento de todas las explotaciones agrícolas de los Estados Unidos poseen más de la mitad de todas las tierras de labor. Las cuatro empresas más importantes elaboradoras de alimentos controlan, como promedio, más de la mitad del mercado de sus especialidades alimentarias. Tales oligopolios han dado lugar a excesivos gastos generales, precios elevados y a la desnutrición de innumerables personas.
Muchas de las grandes empresas elaboradoras de alimentos están trasladando ahora la producción de sus artículos de elevado precio (hortalizas, frutos, flores y carne) a los países subdesarrollados, en los que la mano de obra puede representar apenas un 10 por ciento de lo que cuesta en los Estados Unidos. Encuentran socios dispuestos entre los grupos selectos extranjeros, que se hallan ante mercados internos paralizados por la creciente pobreza de una gran parte de su población.
Las empresas agrícolas multinacionales están creando así una explotación agrícola global destinada a abastecer a un supermercado global. En este mercado la gente más pobre tiene que obtener sus alimentos en las mismas estanterías que centenares de millones de consumidores del mundo entero, y el precio de cada artículo es el que están dispuestos a pagar aquellos clientes que se hallan en mejor situación económica. De este modo los consumidores de los países industrializados, aun sin quererlo, se convierten en una fuerza succionadora de los recursos alimentarios de los países subdesarrollados y evitan que se satisfagan las necesidades locales.
El supermercado global da lugar a un tipo de interdependencia totalmente indeseable. La "interdependencia" en un mundo de extremas desigualdades de poder se convierte en una cortina de humo para que los recursos alimentarios sean usurpados por una minoría, en favor de esa minoría.
© 1977 POR EL INSTITUTO DE POLÍTICAS ALIMENTARIAS Y DE DESARROLLO. 2588 MISSION ST., SAN FRANCISCO (CALIFORNIA) 94110. EL ARTÍCULO SE PUBLICÓ TAMBIÉN EN EL "POST" DE WASHINGTON (8-IV-1977).