LOS HÉROES DEL CAMPO EN LA CHINA POPULAR
Publicado en
noviembre 24, 2016
Los campesinos toman parte en el mayor drama del mundo: la lucha para alimentar a 750 millones de personas.
Por Anthony e Irmgard Lawrence.
SE LES ve en carteles y en las páginas de las revistas de propaganda: alegres, fuertes y entusiastas. Son los campesinos, pasado y futuro de China, y se les ha asignado el papel de héroes.
La revolución de Mao no se basó en los trabajadores industriales de las ciudades (sencillamente no los había en número suficiente), sino en los campesinos, que constituyen aproximadamente el 85 por ciento, de la población china. Formaron las reservas humanas inagotables para la guerra contra Chang Kaishek y para el inevitable trabajo de la reconstrucción. Podían recoger cosechas productivas para la exportación, que darían a China divisas urgentemente necesarias.
Pero, ante todo, son actores en el gran drama de encontrar alimento suficiente para los millones de chinos, cuyo número aumenta constantemente.
Nadie, probablemente ni siquiera Pekín, sabe con exactitud cuántos habitantes tiene China. No pueden ser menos de 750 millones, y podrían ser 800 o más. Y a pesar de los esfuerzos de planeamiento familiar, que han reducido el aumento anual de la natalidad a menos del dos por ciento, eso aún significa que cada año hay alrededor de diez millones de bocas nuevas que alimentar (lo que es casi el equivalente al total de la población de Australia).
En gran parte de China (casi en un 90 por ciento de su área) no es posible cultivar nada: ni arroz, ni maíz, ni trigo, ni papa, ya que está formada por montañas estériles y llanuras desérticas donde apenas se dan escasas hierbas. Aun donde la tierra es cultivable, el promedio de rendimiento por hectárea es mucho menor que en los países agrícolamente más adelantados, tales como Japón y Estados Unidos.
¿Cómo les va a los campesinos? Lo pasaban muy mal desde mucho antes de que los comunistas tomaran el gobierno, y éstos se jactan de que ha mejorado notablemente la suerte de todos los habitantes del campo desde la "liberación".
La mayor parte de los visitantes de China están de acuerdo en que así es. Todavía los caminos de tierra son el medio normal de comunicación, y hay más senderos que caminos; es increíble la escasez de vehículos y aun de animales de tiro, de modo que se ven campesinos encorvados arrastrando pesadas cargas en carretas o carretillas.
Sin embargo, la gente se muestra alegre, con capacidad para un trabajo durísimo, agobiante. Se oyen risas en los grupos de fuertes mujeres que deshierban los arrozales inundados, y los niños parecen sanos y contentos.
Desde luego, al forastero no se le permite visitar todas las regiones del país. En las excursiones dirigidas no se incluyen provincias pobres, como Kweichow, ni una zona de intranquilidad como el Tíbet, ni provincias fronterizas como Yunnan, Sinkiang o Heilungkiang. Los occidentales ven principalmente las regiones ricas del litoral oriental.
En dos recientes visitas a China nos mostraron una comuna del pueblo, en la provincia meridional de Kuangtung, donde 20.000 personas se dedican principalmente al cultivo del arroz. Nos llevaron a otra comuna donde se produce algodón, en los alrededores de Shanghai; y cerca de Wusih, no lejos de aquella ciudad, visitamos una brigada de producción donde aprendimos mucho de piscicultura intensiva.
La brigada dedicada a los peces había ahondado recientemente sus cien o más estanques para poder acomodar mayor variedad de peces en diferentes niveles: cabezudos en el nivel superior; en el siguiente, platijas, y luego dos variedades de carpa plateada, habitantes todos de la misma agua. Asistimos al dragado bimensual de un estanque, en el que los botes se iban acercando cada vez más hasta que los peces saltaban como si fueran salmones.
Esta brigada también había tomado de las regiones vecinas la idea de cultivar perlas artificiales. Vimos unas muchachas que las sacaban de las ostras con palas diminutas. ¿Qué hacían con ellas? ¿Exportarlas para collares? No, nos contestaron: las perlas se usan en la medicina tradicional de los chinos. Son muy buenas para los ojos.
En general, observamos que los pueblos situados dentro de un radio de 50 kilómetros de alguna ciudad grande son los que están mejor. Cerca de Shanghai los campesinos ganan dinero adicional haciendo complicadas labores de cestería, y las amas de casa aumentan el ingreso colectivo trabajando en fábricas de la localidad, que tienen contratos con los grandes organismos industriales urbanos. Visitamos un gran cobertizo donde unas 30 a 40 aldeanas estaban haciendo vestidos con máquinas de coser que ellas mismas habían comprado, y elaboraban a destajo zapatos de fieltro y caucho. En ciertas épocas del año los aldeanos también van a las ciudades para trabajar en las fábricas. Además de cumplir con las cuotas de arroz o de trigo que el Estado les fija, estos campesinos están autorizados a cultivar hortalizas para alimentar a la ciudad.
La organización general de la agricultura y de la vida es muy parecida en toda China. En la base está el equipo de producción, que corresponde a una o (a veces) a dos aldeas. En orden ascendente siguen la brigada de producción, la comuna popular, el distrito, la provincia y el gobierno de Pekín.
Los burócratas de alto nivel convienen con el Estado cuánto grano se debe entregar como impuesto y cuánto se venderá a precios fijos. La presión ejercida desde arriba para que se produzca más alimento es constante. En la comuna se trazan los grandes proyectos (riego, presas, caminos, repoblación forestal), para los cuales se necesita el esfuerzo conjunto de muchas aldeas. Pero éstas tienen gran libertad para decidir cómo se han de gastar los frutos de su trabajo, una vez satisfechas las necesidades del Estado. Son ellas las que deciden si se ha de comprar nueva maquinaria o más abono (China consume unos 22 millones de toneladas métricas de fertilizantes al año), qué se va hacer con la escuela y con las personas demasiado ancianas para trabajar, qué cultivos especiales se deben emprender para obtener una utilidad mayor.
Hoy se permite al individuo que tenga su propia parcela privada (unos 80 metros cuadrados, por término medio). Estas parcelas se distinguen al punto cuando uno recorre la campiña; la monotonía de una gran superficie sembrada con arroz o trigo se rompe súbitamente por campos más pequeños donde una sorprendente variedad de hortalizas y árboles frutales traza diseños vivaces e irregulares en el paisaje.
El campesino puede conservar lo que cultive en su parcela privada, pero deberá entregar los cerdos a la colectiva, si bien tiene prioridad para reservarse parte de la carne.
La tela de algodón, el arroz y el aceite para cocinar están racionados en cantidades que varían en las distintas partes del país. Por ejemplo, en el distrito de Shun-teh la ración de arroz no suele alcanzar a una persona más que para 26 días del mes, y se tiene que complementar con batatas o maíz. Pero hay un próspero mercado libre de carne de cerdo, pescado y aceite para cocinar. En caso de una boda, nunca es difícil conseguir suficientes alimentos para la fiesta.
Perduran aún las ceremonias matrimoniales de estilo antiguo, y la novia y el novio se postran ante las tablas de los antepasados, tocando el suelo con la frente, como muestra del más profundo respeto. El novio lleva todavía bandas escarlata terciadas sobre el pecho; la novia viste de ceremonia. Con frecuencia los convidados llevan como presentes grandes piezas de tela adornadas con figuras recortadas de papel dorado para desear a la pareja, como es tradicional, larga vida y fecundidad. Las figuras se pueden desprender después para dar a la tela un uso práctico.
La jornada típica de trabajo en los pueblos es de las 7 a las 11 de la mañana, y de las 2 a las 6 de la tarde, con tres horas para el almuerzo. A los niños pequeños se les envía a una guardería mientras sus padres trabajan en el campo. Éstos pasan a recogerlos tanto a la hora del almuerzo como después de terminar la faena de la tarde. Por este servicio se cobra una pequeña suma mensual equivalente a 77 centavos de dólar.
En las excursiones por la campiña china organizadas por el gobierno para los visitantes, se proporciona mucha información oficial y demasiados datos estadísticos. Es muy difícil entrar en contacto con el pueblo de las aldeas. Siempre es posible entablar conversaciones a propósito de las comidas, la jornada de trabajo, la hora en que la gente se acuesta o se levanta, los niños y el tiempo. Pero nadie, entre los campesinos, critica jamás al régimen en presencia de un forastero. En sus conversaciones con nosotros, algunos dirigentes y altos funcionarios reconocieron que China todavía está atrasada, pero cuando surgieron cuestiones políticas, nadie dijo nada que difiriese de los textos de la Revista de Pekín o el Diario del Pueblo.
En una aldea que no dista mucho de la antigua ciudad de Suchow, nos percatamos de lo tenaz que es la gente del campo en China. Preguntamos si hacía frío en invierno y nos contestaron :
—Sí, bastante frío en mitad del invierno.
—¿Qué clase de calefacción usan ustedes? ¿Tienen el kang? (El kang es una forma primitiva pero eficaz de calefacción: la mitad del piso está elevada y se calienta por debajo con fuego de carbón vegetal. Por la noche todos duermen en él.)
—No —repusieron—. Solamente los habitantes del norte lo tienen. Nosotros no nos preocupamos gran cosa por la calefacción.
—¿No nieva en el invierno?
—Sí, a veces caen hasta 30 centímetros de nieve, pero por lo general no dura mucho.
—¿Y nada de calefacción?
—Tenemos nuestra ropa acolchada. Y además disponemos de grandes botellas metálicas de agua caliente. Mantienen la cama con calefacción toda la noche. Todavía están tibias las sábanas por la mañana.
—¿Y qué hacen ustedes al anochecer?
—No hay gran cosa que hacer entonces. Por aquí casi todos se acuestan poco después de las 8 de la noche y se levantan más o menos a las 5, es decir, tan pronto como hay luz.
En los lugares donde disponen de electricidad, los habitantes tienen mucho cuidado con las bombillas. Una choza iluminada por una bombilla de 25 vatios nos pareció a nosotros muy triste, pero los aldeanos decían que esa iluminación es más que suficiente para todo lo que se pueda necesitar. No suelen leer de noche. Acompañado de una cuadrilla de televisión visité cierta vez una aldea cuyo sistema eléctrico asombró a mis técnicos. "Este pueblo está alambrado con alambre de embalar", me dijeron, "pero lo cierto es que funciona el tendido eléctrico".
En un viaje que hicimos la primavera pasada a una aldea cercana a la población de Wusih, nos enteramos de que por lo general los aldeanos no tienen que pagar arrendamiento, y a veces parece que son propietarios de las casas en que viven.
En la provincia de Kuangtung nos dijeron que un individuo puede comprar los materiales para construir su casa y edificarla él mismo con ayuda de sus vecinos. Entonces viene a ser de su propiedad, aun cuando no la puede arrendar ni vender a otra persona. Preguntamos qué había sido de los antiguos propietarios y nos dijeron que tuvieron que "trabajar en pago de su pasaje" antes de ser admitidos como integrantes de una comuna. Los hijos de los propietarios anteriores están libres de toda restricción y son elegibles para ingreso en la comuna.
Los jóvenes que han recibido educación en la ciudad saben que tan pronto como terminen sus estudios en la escuela de segunda enseñanza, serán enviados al campo para trabajar allí durante varios años, o acaso de por vida. Preguntamos si podríamos conocer a algunos de estos jóvenes instruidos, y entonces nos presentaron a una docena de brillantes mozos y mozas, a quienes trajeron especialmente desde una comuna para que conversaran con nosotros en Shanghai. Estos jóvenes nos dijeron que la vida en el campo era la mejor que se pueda imaginar. Uno de nuestro grupo comentó que, por haber sido ellos destinados a comunas que estaban cerca de Shanghai, seguramente les había tocado un trabajo relativamente cómodo. Contestaron muy sonrientes que, en realidad, ellos se habían ofrecido como voluntarios para servir en las regiones más remotas, pero que el Partido los había destinado a su posición actual, y ellos cumplían gustosos la voluntad del Partido. (Naturalmente, no todos los muchachos se adaptan con facilidad a la vida en el campo. Algunos tratan de regresar clandestinamente a la ciudad, o se fugan a Hong Kong, atravesando a nado aguas infestadas de tiburones.)
A pesar de todo no se puede ocultar la dura realidad de que China es ante todo un país agrícola que se salvará o perecerá por obra de sus campesinos, y que la producción de alimentos (además de algunos cultivos generadores de dinero, como el algodón) tiene que ser la principal preocupación de la China moderna.
Este es el drama más intenso del mundo contemporáneo: la lucha continua del pueblo chino en el campo para producir alimento suficiente a una creciente población, y producir el excedente necesario para los fabricantes de acero, los constructores de buques y los obreros fabriles que pondrán a China a tono con el siglo XX.