¿SOBREVIVIRÁ LA DEMOCRACIA EN ITALIA?
Publicado en
octubre 12, 2016
Acosada por la inflación, la depresión económica, las huelgas, y con una burocracia incompetente en grado inimaginable, el gobierno democrático de Italia ha quedado virtualmente paralizado. Si no se recupera pronto, el país se enfrentará al peligro de que se apoderen de él los comunistas o la extrema derecha.
Por Claire Sterling.
"El País se rebelará por la incapacidad de ustedes, por los problemas que no pueden resolver", advirtió recientemente un diputado comunista a los partidos democráticos de Italia. "No hay otra alternativa que la rebelión ante esa impotencia; una rebelión que ocurrirá con el deseo o contra el deseo de nosotros, los comunistas; una revolución caótica y violenta, de la que sólo ustedes serán responsables".
Esto se ha dicho antes y sin duda se repetirá. Pero supongamos que realmente ocurra. ¿Qué sucederá si Italia —país muy industrializado y muy avanzado tecnológicamente, columna del Mercado Común y defensor indispensable del flanco meridional de la OTAN— llega a la postre a entenderse con un partido comunista cuyos diez millones aproximados de simpatizantes y un millón y medio de afiliados lo convierten en el más numeroso de Occidente?
O ¿qué ocurrirá si las fuerzas derechistas intentan tomar militarmente el poder ("la solución de los coroneles", como la llaman los italianos)?
Considerando el estado actual de la democracia en Italia, lo que maravilla es que aún no se haya realizado una de estas dos posibilidades. Hace más de un año lo que se supuso ser una coalición histórica del centro y de la izquierda, formada por cristianodemócratas, socialdemócratas, republicanos y socialistas, murió sin pena ni gloria después de haber logrado que el Parlamento, en ocho años, aprobara sólo cuatro o cinco iniciativas importantes de ley.
Las elecciones extraordinarias efectuadas en mayo de 1972 modificaron muy poco la situación, salvo el nombre del gobierno siguiente. No menos plagado de facciones y paralizado que sus predecesores, el nuevo "gobierno de centro" no pudo cumplir una sola de sus principales promesas de reforma legislativa, lo que provocó la dimisión, en junio pasado, del primer ministro Giulio Andreotti y de su gabinete. Ahora hace un nuevo intento el gobierno de centro-izquierda encabezado por el primer ministro Mariano Rumor.
Por lo pronto se ha estancado una economía famosa en todo el mundo por su milagroso crecimiento de posguerra. Al cabo de tres años consecutivos de retroceso, el índice de crecimiento en Italia —que se precipitó desde un promedio cercano al seis por ciento anual durante los dos decenios anteriores hasta cerca del uno por ciento en 1971— había recuperado algún terreno al llegar al tres por ciento a fines de 1972. Ya para entonces las utilidades habían bajado casi a cero y las inversiones estaban paralizadas. El desempleo llega ahora a casi un millón, y la inflación ha subido a uno de los niveles más altos entre los países industrializados. Los trabajadores abandonan su empleo por el motivo más trivial (el país apenas ha tenido un solo día sin huelgas durante los últimos cuatro años); el costo de la mano de obra se elevó en un 45 por ciento de 1969 a 1972; y después tuvo otra alza del 10 al 14 por ciento, tras la revisión de los contratos colectivos.
No es sorprendente que la violencia se haya desatado en las fábricas y en las calles, condenada por los líderes laborales oficiales y del partido, pero aplaudida calurosamente por los extremistas de izquierda en grupos "extraparlamentarios", empeñados en destruir la estructura misma de la sociedad italiana. Mezclada en un extraño mundo de clandestinidad terrorista con esta izquierda extraparlamentaria, existe una derecha, también extraparlamentaria, tan extremista que ni el neofascista Movimiento Social Italiano se atreve a apoyarla oficialmente.
PESADILLA BUROCRÁTICA
Cómo pudo una nación con tan prometedora vitalidad llegar a una situación tan deplorable? ¿Qué han hecho, o qué han dejado de hacer los partidos democráticos para perder la confianza de tantos ciudadanos? ¿Cómo es posible que, con una mayoría segura en el Parlamento, desde que se fundó la República de posguerra, no hayan hecho las reformas más elementales?
Tomemos de ejemplo los servicios públicos. Para cualquier italiano que se proponga algo, desde obtener un permiso de vendedor ambulante hasta cobrar una pensión de vejez, la muy bien atrincherada burocracia de la nación, formada por un millón de personas, constituye una pesadilla. Gran número de statali y parastatali, como se llaman estos empleados, obtienen sus cargos por cartas de recomendación de los políticos, y otros muchos ingresan en la burocracia en virtud de las cuotas señaladas para ciudadanos damnificados por desastres naturales o artificiales. Después de pasar por un período de prueba de seis meses, rara vez se les despide, a menos que caigan en la cárcel por cometer algún delito. La ineficiencia evidente también es motivo de despido, pero el Estado teme tanto los conflictos con su propia burocracia que durante un siglo a casi nadie han cesado por esta causa.
El consiguiente retraso en el despacho de asuntos es casi increíble. No sólo transcurren por lo menos tres años antes de obtener la aprobación ministerial un programa de nuevas escuelas o de casas para obreros, sino que muchos de esos programas nunca pasan de las mesas de los ministerios. Una y otra vez, el programa sencillamente desaparece en una zona misteriosa de contabilidad de libros del Estado conocida como residui passivi, esto es, dinero asignado para inversión pública, pero que nunca se gasta, porque se pierde toda huella de él, hundido en el pantano de algún ministerio. Hasta hoy, por ese motivo, ha quedado sin utilización el equivalente de más de 15.000 millones de dólares de fondos públicos.
El sistema educativo italiano proporciona otro ejemplo de este caos. Con un déficit superior al millón de pupitres, un escolar de cada ocho no tiene donde sentarse. Los maestros carecen a menudo hasta de la preparación profesional mínima. Uno de cada siete niños italianos abandona la escuela antes de llegar al quinto año de educación primaria. Sólo uno de cada cuatro llega a graduarse en la escuela de segunda enseñanza.
A los que continúan su educación en la universidad les esperan muchas decepciones. Aunque las inscripciones se han triplicado con creces desde 1969, casi no se han construido nuevas aulas. (Por ejemplo, la Universidad de Roma tiene sólo un asiento para cada 11 estudiantes.) Como es improbable que escuchen de viva voz a sus profesores (esos "señores feudales de las aulas" rara vez se presentan personalmente, pues prefieren vender copias impresas de sus clases) pocos estudiantes se molestan en asistir a la universidad. En consecuencia, la moneda educacional del país está tan devaluada que muchos títulos universitarios apenas valen lo que el papel en que están impresos.
Por todas partes encuentran los italianos la misma triste situación. El país pierde lo que se calcula en mil millones de dólares al año por la ineficacia burocrática sólo en el sector de hospitales y sanidad pública. No obstante, está pendiente desde 1963 una serie de proyectos de ley de reforma de la asistencia sanitaria que aún no llegó al Parlamento. Una medida de urgencia que sí fue aprobada señalaba un aumento considerable en los sueldos del personal de los hospitales. El resultado fue que una cama cuesta ahora más del equivalente de 50 dólares diarios, aun en las regiones más pobres del sur del país, si bien los enfermos a veces tienen que suministrar sus propias sábanas limpias y mandar traer sus comidas de algún restaurante.
En materia de viviendas baratas Italia ha quedado a la zaga de toda Europa Occidental. Aunque su meta desde 1970 ha sido construir más de 100.000 viviendas cada año, la junta financiera pública, que maneja más de la mitad de los fondos para casas baratas, ha construido únicamente unas 465.000 viviendas en 24 años.
GOBIERNO POR INTERMEDIARIOS
En años recientes la distancia entre los políticos de Roma y el pueblo se ha alargado en forma alarmante. Pocos dirigentes democráticos pretenden algo más que el triunfo en la feroz lucha por el poder; el apoyo político está relacionado en una forma u otra con el bienestar público, y el público ya no ve mucha conexión entre gobernantes y gobernados.
Por qué la clase dirigente de un país tan viejo y tan civilizado carece de conciencia cívica, es una pregunta que inquieta. En opinión de algunos, los políticos suponen que los emprendedores italianos pueden prescindir perfectamente de ellos (¿de qué otra manera se podría explicar el milagro económico de los decenios de 1950 y 1960?) Otros insinúan que esos políticos no temen a los electores, quienes siempre esperan lo peor de cualquier gobierno y, por lo mismo, nunca quedan demasiado decepcionados.
Cualquiera que sea la causa, la falta de un gobierno auténtico ha producido un vacío en el cual se mueven como intermediarios, en el gobierno del país, la Iglesia Católica, los sindicatos y los comunistas. Pero incluso la Iglesia y los sindicatos tienen problemas. Ha pasado ya mucho tiempo desde los días en que los dirigentes cristianodemócratas recibían un citatorio imperial del Vaticano para discutir su "línea" oficial de política interior italiana. Eso ocurre ahora únicamente cuando se presenta algún asunto que interese mucho a la Iglesia, como el divorcio. De otra manera, la Santa Sede (consciente de que su antigua estructura monolítica se ha fragmentado en multitud de grupos locales y facciones) demuestra ahora un interés creciente, pero todavía tangencial, en llegar a un modus vivendi con los comunistas del país y del extranjero.
En cuanto a las tres federaciones de sindicatos obreros, ni siquiera han tratado de ocupar lentamente una posición de verdadera fuerza. Como casi el 20 por ciento de los servicios públicos y de las industrias de Italia están administrados por el Estado, el principal oponente de los sindicatos ha sido con frecuencia el gobierno o, más exactamente, una serie sucesiva de seudogobiernos, cada uno más débil que el anterior. Cualesquiera que sean sus criterios particulares acerca de la capacidad de la economía, últimamente los líderes obreros casi no han podido frenar las huelgas locas. Hasta los comunistas han estado advirtiendo a sus partidarios que tal vez sería prudente trabajar más y organizar menos huelgas. Pero esta consigna será inútil hasta que los trabajadores italianos obtengan algo tangiblemente mejor que aumentos de salarios en una moneda que se devalúa rápidamente: por ejemplo, más casas, escuelas y hospitales, pensiones, intervención de precios.
Por tanto, ahora se ha vuelto lugar común en Italia predecir que la incapacidad de los demócratas para sostenerse el tiempo suficiente hasta lograr todos estos beneficios, conducirá al país a la ruina. Cerca de la cuarta parte de los electores votan ya por los candidatos comunistas. No disponen de otra arma para castigar a los perversos, para infundir temor a los poderosos o para sacar a Roma de su letargo. En este sentido, casi no cuentan las principales deficiencias de los comunistas. Por diluido que esté su vino revolucionario, por rancios que resulten sus lemas, por torpes que parezcan sus dirigentes y por dudosa que resulte su separación de Moscú, el partido comunista italiano sigue siendo un magnífico "ministerio de protesta".
Las posibilidades del partido en otro orden son cada vez más inquietantes. ¿Puede y debe un partido que afirma hablar en nombre de la clase trabajadora, y que por añadidura obtiene cerca de diez millones de votos, permanecer indefinidamente al margen del gobierno? ¿Son realmente los comunistas italianos diferentes de otros comunistas, como ellos mismos afirman? ¿Están ya "democráticamente maduros" para formar parte de una coalición, bajo un arco general democrático?
DUDAS Y CAUTELA
Los comunistas italianos han renunciado hace mucho a la lucha armada; han rechazado a la Rusia soviética como Estado guía y han puesto en tela de juicio el derecho de la Unión Soviética a intervenir en sus asuntos. Más de la cuarta parte del millón y medio de afiliados al partido son tenderos, comerciantes modestos, amas de casa, notarios, abogados, médicos y periodistas. Interrogados en una encuesta reciente, sólo el 5,1 por ciento del partido dijo que quería una revolución violenta, mientras el 32 por ciento propugnaba reformas progresivas. En una encuesta anterior, el 27 por ciento veía en la Unión Soviética el modelo del verdadero socialismo.
Pero una pizca de cautela impide todavía a la mayoría de los demócratas italianos llegar a una transacción con ese partido comunista, al parecer domesticado. No hace mucho uno de sus diputados advirtió indiscretamente que tal vez el partido comunista tendría que "ocupar" el Parlamento de Italia, si la situación no mejoraba. Y nadie sabe qué haría la clase obrera italiana si los comunistas subieran al poder. El partido comunista italiano nunca ha tenido mandato para colaborar con los partidos democráticos. Por lo contrario, la atracción que ejerce sobre los italianos estriba en su facultad de ser el portavoz de su indignación; en pocas palabras, en su facultad de apretarle las tuercas al orden establecido. Si llegara a unirse al sistema en vigor, todo ese espacio vacante en la oposición se dejaría a veintenas de grupos extremistas extraparlamentarios, que ya están estorbando mucho al partido.
Tampoco cuenta el partido comunista italiano con los elementos indispensables para el ejercicio eficaz del poder. Carece de pie firme en la industria y en los bancos, no ejerce influencia apreciable en las fuerzas armadas, ni cuenta con apoyo entre la policía ni en los ministerios importantes. Aunque acaso contara con muchos partidarios entre los intelectuales y entre los grandes medios de difusión, aun ese apoyo sería limitado.
CONSECUENCIAS CATASTRÓFICAS
En vista de todas estas consideraciones, los comunistas italianos quizá no quieran tomar el poder, por pacífica que sea la forma en que lo harían, al menos por ahora. Sin embargo, hay el peligro de que les llegue el poder a las manos simplemente porque lo abandonen los políticos democráticos, o porque cunda el pánico ante la perspectiva de un golpe de Estado derechista, o bien por la combinación de ambas situaciones.
Tras muchos años de predecir catástrofes, gran número de comentaristas extranjeros insisten ahora en que, por muy incompetente que sea el gobierno, Italia no se apartará de la vía democrática. Cualquiera que sea la provocación, el electorado italiano rara vez cambia de parecer en más de unos cuantos puntos decimales.
Pero también es posible que los partidos gobernantes de Italia hayan tentado ya demasiado su suerte. El gobierno totalitario tal vez repugne a la mayoría de los italianos, especialmente porque ya lo han sufrido. Sin embargo, lo que conviene señalar es que precisamente han pasado ya por él; lo que ha ocurrido antes puede ocurrir de nuevo. El que ese gobierno sea impuesto por la izquierda o por la derecha, podría tener consecuencias catastróficas, no sólo para Italia, sino para Europa, para la OTAN, para los Estados Unidos y para todo el mundo.
Condensado de "The Atlantic Monthly" (Octubre de 1973), © 1973 por The Atlantic Monthly Co., 8 Arlington St., Boston, Mass. 02116.