Publicado en
octubre 12, 2016
Cuando hay que tomar una decisión de consecuencias irrevocables, nada sustituye al escueto hecho impersonal, objetivo y comprobado.
Por Evan Hill (Condensado del "Christian Herald").
NUESTRA seguridad y bienestar —nuestra vida misma, podemos decir— dependen del grado de confianza que nos inspire la precisión de las personas a quienes tratamos. Por ejemplo, en julio de 1971 un avión jumbo 747 sufrió un accidente al tratar de despegar en San Francisco. Afortunadamente no hubo muertos, pero sí graves daños. El piloto atestiguó que el empleado encargado de dirigir las salidas de los aviones le había dicho que la pista de donde iba a despegar tenía 2900 metros de longitud. Y los tenía en efecto, pero a causa, sobre todo, de ciertos trabajos de construcción sólo se podían utilizar 2600. Esto hizo que se calculara mal la velocidad del despegue y que ocurriera el accidente. Los investigadores concluyeron que este error de cálculo derivó de una serie de irregularidades, equivocaciones ligeras en los informes o falta de información. La vida de miles de pasajeros está en juego cada día, y depende de que sean transmitidos con escrupulosa y absoluta precisión ciertos datos de importancia decisiva para su seguridad.
El científico Hans Gruene, especialista en cohetes, recuerda un incidente ocurrido en el decenio de 1950 a 1959, cuando trabajaba en el Redstone. Durante la investigación consiguiente al fracaso de una misión de este cohete, un ingeniero descubrió cierto error en que habían incurrido inadvertidamente mientras él trabajaba en la fabricación del artefacto, e informó inmediatamente a Wernher von Braun, jefe del programa. En vez de la esperada reprimenda, von Braun dio una recompensa al ingeniero, porque, según declaró después él mismo, era de suma importancia saber exactamente en qué parte se había producido la falla.
El grado de precisión que se alcanza en el programa espacial se puede ver por una declaración que hizo von Braun hace varios años: "El Saturno V tiene 5.600.000 partes. Si al trabajar en él tuviésemos un margen de seguridad del 99,99 por ciento, aún quedarían 5600 partes defectuosas. Sin embargo, la misión Apolo IV hizo un vuelo ejemplar, y en esa travesía hubo sólo dos anomalías, con lo cual se demostró una confiabilidad de 99,9999 por ciento. Si el automóvil típico, de 13.000 partes, estuviera construido con la misma precisión, tendría su primera falla mecánica al cabo de unos cien años".
El lenguaje inexacto o impreciso puede causar incidentes internacionales, e incluso puede llevar a la guerra. El diplomático inglés sir Harold Nicolson denunció "los horrores de la vaguedad". Escribió al respecto: "Lo esencial de la buena diplomacia es la precisión; su principal enemigo, la imprecisión".
La carga de la Brigada Ligera inglesa, el famoso desastre de la guerra de Crimea, en el siglo XIX, se ha atribuido a órdenes vagas y mal comprendidas. Es posible que el edecán de lord Raglan haya aumentado la confusión al transmitir la orden a lord Lucan y señalar vagamente la batería enemiga que era necesario atacar. La consecuencia fue que la Brigada Ligera se lanzó contra el grueso mismo del ejército ruso, en vez de lanzarse contra un reducto del que los rusos, en la confusión, estaba retirando sus cañones. Cualquiera que fuera la razón, el hecho es que, de los 609 soldados de caballería que se lanzaron a. la carga, sólo regresaron 198.
La precisión tiene importancia en cualquier esfuerzo serio. Durante los Juegos Olímpicos celebrados en Munich en 1972, dos atletas norteamericanos fueron descalificados porque su entrenador había interpretado mal el horario y no señaló bien la hora en que esos hombres tenían que llegar al estadio.
En la precisión, no se puede pecar por exceso. El director de una revista me preguntó en cierta ocasión si conocía yo a un famoso personaje que necesitaba ayuda para la redacción de sus escritos.
—Sí; lo conozco. Pero no estoy seguro de que él me conozca a mí —respondí—. He ido a verlo por lo menos seis veces, y siempre han tenido que presentarme de nuevo.
El editor intercambió una mirada significativa con un colega suyo, y luego me dijo:
—Se lo preguntamos porque usted nos había dicho que lo conocía, pero cuando pedimos referencias por teléfono a este señor, nos contestó que él no lo conocía a usted. Ahora comprendemos.
Y me dieron el empleo.
Pocos dirigentes consideran que la precisión sea una virtud especial: simplemente cuentan con ella. Las declaraciones o informes vagos y exagerados parecen llamar más la atención, pero el hábito de la precisión es mucho más ventajoso a la larga. Quienes tienen por costumbre ser precisos logran inspirar confianza, y la gente cuenta con ellos; así se convierten en los más viables candidatos para cargos de responsabilidad. Si usted tuviera que elegir entre un hombre que sólo hace conjeturas y otro que se atiene estrictamente a los hechos, ¿en cuál de los dos confiaría?
La imprecisión desquicia toda clase de relación humana. El individuo que en una reunión nos presenta vagamente quizá demuestra no hacer mucho caso de nosotros. ¿Cuántos matrimonios han tenido discusiones durante un paseo dominical en automóvil porque uno de los esposos dijo con vaguedad "por ese camino", en vez de decir: "el próximo a la izquierda" o "derecho"? La exactitud en todos nuestros tratos, en cambio, suaviza las relaciones, evita los equívocos y nos ayuda a vivir en paz.
¿Cómo aprender el arte de la precisión? He aquí algunos consejos:
1. Busque o compruebe los hechos en fuentes fidedignas. Vivimos en una época de opiniones instantáneas, argumentos prefabricados y estadísticas amañadas. Por ejemplo, todos "sabemos" que un divorcio lleva a otro divorcio. El hecho, sin embargo, es que un enorme porcentaje de divorciados lo son por primera vez, y la mayoría siguen casados en su segundo matrimonio o no se han vuelto a casar.
Los hechos no siempre son conocidos o fáciles de interpretar, pero debemos buscarlos o comprobarlos en fuentes dignas de crédito, de modo que sepamos por lo menos cuáles se tienen por verdaderos. Además, debemos dar la debida importancia a todos los hechos pertinentes, evitando aceptar sólo los que nos favorecen y pasar por alto los que debilitan nuestra convicción.
2. Adquiera el hábito de la precisión en los buenos libros de consulta. La exactitud no es simplemente consignar hechos comprobables; es también la ortografía, la puntuación correcta, la gramática, la medición, el contexto, la pertinencia. En una palabra, la precisión. Aprendí esto de mi primer jefe, reportero local de un diario. Él me enseñó que una puerta no es un portal ni un zaguán; "no se informó de daños" no significa "no hubo daños"; un hombre acusado de robo no es necesariamente un ladrón.
Descubrir la verdad no siempre resulta fácil. C.L. Sulzberger, corresponsal del Times de Nueva York, informa que una vez estaba jugando a las cartas con Dwight Eisenhower, Averell Harriman, Alfred Gruenther y Dan Kimball, secretario de Marina de los Estados Unidos, mientras ellos hablaban de las memorias de James Forrestal, primer secretario de Defensa. Todos habían asistido a cierta reunión mencionada en el libro, y todos estaban de acuerdo en que el relato que hacía Forrestal de tal reunión era erróneo. "Pero cuando les pregunté cuál era la verdadera versión, todos discreparon".
Situaciones como esta ocurren constantemente. Y descubrir los hechos requiere que valoremos cuidadosamente las pruebas contradictorias y fundemos una observación en otra. Para esto hace falta disciplina, así como un prudente escepticismo. La persona que tiene el hábito de la precisión preferirá muchas veces abstenerse de juzgar a hacer conjeturas descabelladas. Está más dispuesta que la mayoría de las personas a confesar honradamente: "No lo sé".
En su forma óptima, la precisión es una facultad mental que entraña ser concienzudo, cuidadoso, paciente y razonable. Y en última instancia es también capacidad creadora, pues no sólo busca los hechos y se atiene a ellos, sino que, antes que nada, los descubre.