EL EXTRAVAGANTE ARCHIPIÉLAGO DE LAS NUEVAS HÉBRIDAS
Publicado en
octubre 11, 2016
Indígenas de Tanna en uno de sus ritos, para que nuevamente les traigan bundancia de los cielos. Foto: Kal Muller.
Tierras y paisajes del mundo.
Un paraíso imprevisible y aún intacto del Pacífico del Sur, donde Inglaterra y Francia gobiernan en armonioso equilibrio y donde lo inverosímil se nos presenta a cada vuelta del camino.
Por Anthony Paul.
El Pabellón tricolor de Francia y el Union Jack del Reino Unido ondean simbólicamente uno al lado del otro en el puesto donde un gendarme francés y luego un agente de la policía británica —este último con bigote de la Guardia Real y marcado acento inglés—examinan nuestro pasaporte. El encuentro con esta pareja es la primera experiencia del asombrado viajero al desembarcar en Vila, capital de lo que muy bien podría llamarse el país más extraño del mundo (ciertamente, el único territorio poblado regido por dos potencias): el Condominio anglo francés de las Nuevas Hébridas.
En 80 islas alineadas en un archipiélago en forma de Y, en los confines de lo que queda de sus grandes imperios de antaño, Francia e Inglaterra siguen practicando los arcaicos ritos de la administración colonial, sobre el exótico fondo de cocoteros, fanfarrones traficantes blancos, indígenas que hasta hace poco fueron caníbales, volcanes sagrados y los restos, invadidos otra vez por la selva, de grandes bases militares de los Estados Unidos. Cómodamente distantes de las principales rutas marítimas y aéreas (la isla de Vaté, donde se encuentra Vila, está 5955 kilómetros al sudoeste de Honolulú y 2509 al nordeste de Sydney), y del siglo XX en casi todos sus aspectos, los 86.000 moradores de Nuevas Hébridas (multicolor mezcla políglota de melanesios y polinesios, europeos y asiáticos) todavía viven a la usanza de lo que en otro tiempo hacía tan sugestivos los libros infantiles de aventuras y los informes de las sociedades misioneras. He aquí los auténticos, los remotos mares del Sur, que no han cambiado gran cosa la romántica imagen de Oceanía que tejieron en sus obras Joseph Conrad y Somerset Maugham.
Los jefes de las policías británica y francesa, en Vila. Foto: Qantas Airways.
ARBITRARIA Y PLACENTERA AMALGAMA
"Alguien debía escribir una comedia musical con estos lugares como tema", nos sugirió un compañero de viaje. Recordé que alguien lo había hecho ya: Pacífico Sur, basada en el libro de James Michener —que tanto se vendió— acerca de los días en que Espíritu Santo, la isla más grande de las Nuevas Hébridas, era la mayor base de guerra norteamericana, y Michener estaba destacado allí como oficial de la marina. Virtualmente de la noche a la mañana, 100.000 norteamericanos desembarcaron en Espíritu Santo, y su minúscula población de Luganville se convirtió en una ciudad de los Estados Unidos, con 43 cines, un sistema telefónico de siete centralillas, una cooperativa militar y cuatro enormes hospitales.
"Por supuesto, hay mayores y más importantes naciones en el Pacífico", declaró Michener durante una nostálgica visita a las Nuevas Hébridas, después de la guerra. "Pero ninguna es más extravagante". Aunque no es verdad, como cuenta una malintencionada leyenda local, que los habitantes de Nuevas Hébridas practican una fórmula de avenencia entre los reglamentos de tráfico británico y francés conduciendo por mitad de la calle,* circulan dos monedas oficiales: el franco de las Nuevas Hébridas y el dólar australiano. Y, además de abundantes bellezas naturales, los nativos disponen de dos cuerpos de policía y de dos sistemas de pesas y medidas, y emplean tres idiomas de uso general. Quien no sepa hablar el inglés o el francés de su convecino, conversa en pidgin, lenguaje híbrido consistente en una peculiar mezcla de inglés, francés, melanesio, portugués y una docena de otras lenguas. "Pies blong lanich blong fly olsem pigin foldoan" (el sitio donde se posa la barca que vuela como un pájaro) acaso sea una retahíla de palabras, pero es ciertamente una pintoresca manera de expresar "pista de aterrizaje".
¿Y en qué otro lugar se encontrará en el siglo XX un volcán como el Yasur, 190 kilómetros al sudeste de Vila, en la isla de Tanna? Los residentes europeos proclaman que el Yasur es "el volcán más accesibledel mundo"; pues bien, los indígenas no permiten a nadie escalarlo sin compañía. Y dicen que hay una buena razón de ello. Según la leyenda local, Yasur fue mucho tiempo el depósito de diez piedras en las cuales estaba inscrito todo cuanto el hombre podría llegar a saber. En 1774, aseguran los tanneanos, el célebre navegante inglés capitán James Cook se llevó siete de las piedras del Yasur. (Este robo explica el mayor adelanto técnico del hombre blanco.) Para que los sucesores de Cook no roben las piedras restantes, dos guías tanneanos vigilan estrechamente a todo escalador del Yasur. Uno de los pro-hombres de la aldea, Moillas, nos explicó con solemnidad: "No sabemos qué aspecto tienen las piedras mágicas; así pues, nadie podrá llevarse de la montaña ninguna piedra; ni siquiera una guija".
Tanna es también la sede de una religión creada en torno a la creencia de que John Frum, a quien se describe alternativamente como el "rey de América" o el hijo de un incógnito Presidente de los Estados Unidos, llegará un día a la isla y hará ricos a todos los tanneanos. Desde 1937, cuando unos indígenas informaron haber visto a "este mesías que se llamaba a sí mismo Frum", varios adeptos han venido tratando de establecer el ritual adecuado para que se materialicen las prometidas riquezas. Y todavía siguen en actitud esperanzada. Si se les pregunta por qué son tan pacientes, contestan: "Los cristianos llevan 2000 años esperando a que su Salvador reaparezca y los lleve a todos al paraíso. ¿Por qué entonces no hemos de esperar nosotros 35 años a John?"
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Un hombre se arroja desde una torre de más de 20 m. de altura. Se pueden ver las lianas atadas a los tobillos del acróbata. Foto: Kal Muller
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MEZCLA MELANESIA
Y así es la vida en las Nuevas Hébridas: la cristiandad occidental convive con algunos de los cultos más extraños del mundo. Los contrastes abundan: algunos viejos conocedores del Pacífico consideran la playa Champagne, unos 50 kilómetros al norte de Luganville, la más hermosa de Oceanía, y ciertamente en ninguna parte se encontrará un mar tan diáfano. No obstante, no muy lejos de allí hay un lugar que los indígenas llaman "la punta del millón de dólares", nacida cuando el ejército de los Estados Unidos no pudo ponerse de acuerdo con la administración conjunta sobre el precio de los excedentes de material de guerra y arrojó al mar todo el que tenía en su base de abastecimiento de Lugan-ville.
Desde que comenzaron a visitarlas los europeos, Nuevas Hébridas parecen haber sido un país enigmático. El primero que llegó, en 1606, fue el navegante portugués Pedro Fernández de Quirós, al servicio del Rey de España. Quirós declaró sin tardanza que Espíritu Santo, de 3900 kilómetros cuadrados, era el legendario continente meridional que los marinos buscaban hacía muchos siglos. Tomando equivocadamente las distantes formaciones de coral por mármol blanco, anunció a su escéptica tripulación que pensaba fundar allí una ciudad. Pero, pocos días después, una rebelión de los indígenas y las enfermedades de la tripulación obligaron a Quirós a marcharse. Pasó el resto de su vida escribiendo infructuosos llamamientos para que 3000 frailes convirtieran a las naciones paganas de lo que él seguía considerando un vasto continente.
Los misioneros, los mercaderes de sándalo y los negreros de infausta memoria, reclutadores de mano de obra indígena para los campos de caña de azúcar de Queensland y Fidji, fueron los únicos visitantes de las Nuevas Hébridas en el siglo XIX. En Erromango mataron y devoraron a tantos misioneros que todavía se le conoce como "la isla de los mártires". El archipiélago siguió siendo una repulsiva tierra de nadie entre las islas británicas de Salomón y la francesa de Nueva Caledonia hasta el decenio de 1880 a 1889, en que varias disputas entre colonos y traficantes de ambas nacionalidades amenazaron con desatar una seria tempestad diplomática. Para que estas islas remotas no trastornaran en Europa el delicado equilibrio del poder, Londres y París concertaron una serie de tratados, y en 1906 se estableció el insólito Condominio. Las revisiones subsiguientes culminaron en el Protocolo de 1914, que, con algunas enmiendas, ha regido desde entonces la administración del archipiélago.
El Condominio es lo que en pidgin se llama un "gobierno de dos individuos". En realidad no son dos administraciones, sino tres. Los ciudadanos franceses y británicos tienen su propia administración de cada nacionalidad, y las dos naciones juntas mantienen los llamados "servicios conjuntos" o "gobierno del Condominio", que se ocupa en asuntos cooperativos tales como la recaudación de aranceles, obras y transportes públicos, correos y telégrafos. Poco después de llegar, el visitante que no sea británico ni francés debe escoger a cuál de los sistemas legales de las dos potencias quiere adherirse. Es decir, se le permite designar con cuál de las dos policías ha de entendérselas en caso de verse en dificultades. (Mencionemos de paso, como dato anecdótico, que las cárceles francesas tienen, según se dice, mejor comida, mientras que las inglesas son más cómodas.)
REINA EL PROTOCOLO
Mantener el equilibrio de los intereses británicos y franceses es tarea de todos los días, y sumamente delicada. No debe sorprender, por tanto, que el protocolo sea casi una obsesión. Cuando los franceses trasladaron en cierta ocasión su residencia de Vila y su bandera tricolor a alguna distancia de su localización original, al lado de la residencia británica y su Union Jack, los topógrafos hubieron de comprobar que la nueva asta del pabellón francés estuviera exactamente a la misma altura sobre el nivel del mar que la inglesa.
Los dos comisionados residentes están empeñados en la tarea de introducir cada vez más cambios en las leyes de Nuevas Hébridas. Pero supongamos que el inglés desea lanzar la iniciativa de una importante ley nueva. Una vez que ha llegado a un acuerdo con su colega francés en Vila, la propuesta pasa a los respectivos altos comisarios en Honiara y Noumea, quienes, a su vez, la elevan a sus ministerios de relaciones exteriores de Londres y París. Entonces discuten la propuesta los organismos competentes de estos dos gobiernos. Después de haber tenido todo el mundo ocasión de opinar sobre el asunto, la propuesta (si ha sobrevivido) debe volver a Vila y pasar en sentido inverso por los mismos trámites. "La constitución de las Nuevas Hébridas es un documento fundamentalmente inaplicable", declara D.P. O'Connel, profesor de derecho internacional de la Universidad de Oxford. En su opinión, probablemente lo único que impide que la administración se paralice completamente es la armoniosa relación personal entre los funcionarios británicos y franceses que residen en las islas.
Un caso típico es la colaboración que existe en el tribunal supremo conjunto, piedra angular de la constitución. Los autores del protocolo vieron la necesidad de introducir un tercer elemento que sirviera de árbitro cuando el juez británico y su colega francés no estuvieran de acuerdo. Por consiguiente Londres y París recurrieron al Rey de España para que nombrara un presidente del tribunal, que tendría el voto decisivo. Pero la monarquía española fue derrocada en 1931, y ocho años más tarde se retiró el último presidente del tribunal. Enfrentados a tal crisis, los británicos y los franceses improvisaron una política muy sensata: ahora dos jueces, uno francés y otro inglés, se alternan en la presidencia, y evitan posibles estancamientos procurando unanimidad en sus decisiones.
RELIQUIAS RITUALES
Los vientos de descolonización, que han soplado por todo el resto del Pacífico en los últimos 20 años no fueron sino una suave brisa en las Nuevas Hébridas. La única concesión al gobierno autónomo es un consejo asesor de europeos, neohebridenses y funcionarios que no tiene ninguna atribución legislativa, aunque sus consejeros están trabajando para convertirlo en un consejo legislativo. "No es que se les impida dedicarse a la política", comenta un profesional de Espíritu Santo; "pero la mayoría de los neohebridenses no parecen estar interesados en ella". Una explicación de esta apatía es el modo en que las dos administraciones compiten por el favor de los indígenas. "Tenemos dificultad incluso para que funcionen los gobiernos locales", declaró un joven funcionario. "Pero algunos de los jefes son bastante duchos en el arte de enfrentar entre sí a británicos y franceses, para obtener beneficios".
No todo fue siempre tan pacífico. Hasta tiempos recientes había continuas guerras entre las tribus, promovidas a menudo con el más leve pretexto. El canibalismo era común, especialmente entre los poderosos nambas de la isla Malekula. Darvall Wilkins, agente británico de distrito, preguntó en cierta ocasión a uno de los nambas cuál era su plato favorito. "El antebrazo", fue su plácida respuesta. El último caso conocido de canibalismo ocurrió hace apenas unos 20 años.
Aunque van desapareciendo algunas de las viejas costumbres, como el canibalismo, los nambas de Malekula todavía usan cerdos de colmillos curvos como moneda, y los colmillos como adorno personal; cuanto más largo es el colmillo, más elevada la categoría de su dueño. A menudo los cerdos reciben el mejor alimento disponible, y las mujeres que han dado a luz amamantan a los lechones. Las nambas todavía buscan con ansiedad la señal ritual de aprobación de sus maridos: si ha sido una esposa particularmente trabajadora y fiel, el esposo le quitará dos dientes incisivos. De este modo, una sonrisa con la boca meliada es el sello de la belleza y del prestigio de una matrona.
Por el contrario, una ceremonia singular entre los indígenas de la isla de Pentecostés recuerda a los hombres la perfidia de la mujer cuando quiere engañar. El gol, o "zambullida en tierra", conmemora un incidente en que la infiel esposa desafió a su marido a demostrar su valor saltando los dos desde la copa de un árbol muy alto. Él saltó y se mató; pero ella se había atado lianas a los tobillos y sobrevivió.
Durante semanas antes de mi llegada a Pentecostés, los indígenas de Bunlap habían estado construyendo una torre de 20 metros de altura con troncos y bejucos amarrados a dos árboles que crecían en una ladera de 45 grados de pendiente. De las plataformas construidas en lo alto de la torre colgaban unos bejucos; y en la base había una parcela pequeña de tierra recién removida. Cuando subíamos por la colina, las mujeres y las niñas de Bunlap, vestidas sólo con faldas de paja y dirigidas por ancianos que blandían mazas guerreras, iniciaron un canto primitivo acompañado de agudos silbidos.
De pronto un joven trepó hasta lo alto de la torre. El cántico se hizo más rápido e intenso. Dos ayudantes le ataron un bejuco a cada uno de los tobillos. Se pasó allí muchos minutos, unas veces invocando a sus dioses y otras cantando al unísono con la muchedumbre reunida a sus pies. Luego se dejó caer lentamente hacia adelante, con los puños apretados bajo la barbilla y los antebrazos contra el pecho. Los bejucos se estiraron con un alarmante rechinido y amortiguaron su caída. En el preciso segundo en que parecía que se iba a romper la cabeza, la parte superior de ésta rozó ligeramente la tierra, y los flexibles bejucos lo alzaron otra vez. Se puso en pie instantáneamente, riendo y saltando como un boxeador triunfante.
Siguieron al primer saltador 14 hombres y muchachos. Los bejucos se rompieron dos veces. Con una sacudida que parecía haberles destrozado la espina dorsal, o por lo menos haberles causado graves lesiones, ambos saltadores cayeron de cabeza al suelo. Después de varios segundos de aturdimiento, los hombres se levantaron para saludar respondiendo a las aclamaciones de los danzantes.
"¿Se ha matado alguien alguna vez?" preguntamos a Bong, el cacique de Bunlap. Nos aseguró que nunca hubo más que alguna distensión de tobillo. "Incroyable!" exclamó un francés a mi lado, meneando la cabeza.
Increíble, ciertamente, pero a mí ya no me sorprendía nada. En las insólitas Nuevas Hébridas, según ya había comprobado yo entonces, lo increíble es común.
*Las autoridades del Condominio decidieron que el reglamento de tráfico se aplicara según la nacionalidad de la primera persona que introdujera un vehículo de motor. Poco después, una monja francesa importó una motocicleta Peugeot.
Condensado de "Travel" (Diciembre de 1972)