INDUSTRIALICEMOS LA BASURA
Publicado en
septiembre 11, 2016
Intrigante solución ofrecida por un ingenioso industrial japonés para un problema de gravedad creciente.
Por J. D. Ratcliff
"NOS PERSIGUE un alud y ya empieza a sepultarnos", dice alguien. Otro agrega : "La palabra crisis se usa tanto que ya ha perdido su significado original... aunque no en este caso". Ambos son peritos en la materia y se refieren al gravísimo problema que tienen ante sí todas las ciudades y pueblos del mundo: ¿Qué hacer con las montañas cada vez más grandes de basura? Es un problema de dimensiones abrumadoras.
En todas partes los desperdicios se arrojan en algún sitio o se queman. El primer sistema contribuye a contaminar la tierra, a envenenar los mantos subterráneos de agua, a hacer criaderos de moscas, mosquitos y ratas, a ser focos de pestilencia. El segundo plantea problemas igualmente graves, porque los incineradores, entre otras cosas, contaminan el aire arrojando miles de toneladas de corrosivo ácido clorhídrico de los plásticos quemados. Aunque muchos quemadores de basura están ya equipados con dispositivos costosos de control del humo, no llegan a eliminar todo el hollín que obstruye los pulmones y ensucia las casas.
Ahora bien, si no debemos arrojar la basura ni quemarla ¿qué haremos con ella? El ingenioso industrial japonés Kunitoshi Tezuka ofrece una original alternativa. Ha inventado un método por el cual la basura se puede reducir hasta la séptima parte de su volumen y, además, utilizarla. Logra esto mediante potentes prensas que la comprimen para formar bloques de media tonelada a dos toneladas, de la densidad de la piedra arenisca. Estos bloques se recubren de asfalto, cemento, plástico o acero y se pueden aprovechar en la construcción de caminos, cimientos, muros de contención y, lo que es más importante, para rellenos en las obras de rehabilitación de tierras. No se trata ya de un sueño. Veinticinco ciudades japonesas firmaron contratos con la empresa Tezuka, y en 12 de ellas ya funcionan estas fábricas.
Lo mismo que en otros sistemas de destrucción de desechos, en éste el costo es una consideración muy importante. Aunque una instalación de prensa capaz de procesar 600 toneladas al día cuesta únicamente unos 900 millones de yenes, mientras que un incinerador de igual capacidad vale 2400 millones, el costo adicional de materiales para reforzar los bloques y la mano de obra para transportarlos aumentan mucho los gastos. Así, el término medio del costo de destrucción por tonelada llega a 2950 yenes para las prensas, mientras que en los incineradores sube sólo a 2300. Sin embargo, muchos peritos en destrucción de basura dicen que la prensa se ha vuelto una necesidad imprescindible, ya que los incineradores no pueden quemar una cantidad siempre en aumento de desperdicios duros e incombustibles. Otro aspecto que se debe tener en cuenta es que los incineradores dejan generalmente un residuo del 20 por ciento de cenizas, que por sí mismas son un nuevo problema de destrucción. Con las prensas no queda residuo.
El inventor de esta solución a uno de los más serios problemas municipales es un hombre que se ha pasado la vida barajando ideas. Tiene hoy 63 años, es sonriente, fornido, inquieto, y su biografía es una historia de éxitos de primer orden. Ha inventado de todo, desde juguetes para niños hasta una máquina gigantesca para "cocinar" automóviles de desecho: quema la tapicería, la pintura, los recubrimientos, y luego empaqueta el metal sobrante. Tezuka ha vivido siempre a ritmo acelerado desde que tenía cinco años, cuando su padre murió en una aldea cercana al monte Fuji, donde nació. Tezuka tuvo que abandonar la escuela a la edad de 12 años. Para ayudar al sostenimiento de su madre y siete hermanos, empezó desde que estaba en el primer año de escuela elemental a recoger ramas en el monte, con las que hacía escobas. Ejerció otros oficios: aseador de una casa de baños, vendedor de requesones de soja de puerta en puerta, obrero infantil en una fábrica de juguetes, repartidor de carbón en el pueblo, y así sucesivamente hasta llegar a fundar una de las más grandes empresas japonesas de arrendamiento de automóviles y a ser jefe del grupo Tezuka, que cuenta con un capital de 6300 millones de yenes, emplea a 680 operarios y maneja muchas compañías subcontratistas.
A los siete años de edad realizó la primera de sus incontables innovaciones. Cuando tenía que trapear a mano el piso de la casa de baños, vio que aquella labor consumía muchísimo tiempo. Resolvió entonces amarrarse varios trapeadores a las posaderas y, deslizándose sentado en el suelo, ejecutaba el trabajo en la mitad del tiempo.
A los 14 años se fue a Tokio en busca de nuevos horizontes. Con unos pocos yenes que había logrado economizar, compró una carreta y empezó a vender carbón. Observó que el hollín generalmente se tiraba como cosa inútil, inventó una pequeña prensa que construyó de piezas de desecho y empezó a comprimir el polvo de carbón en sólidos y útiles ladrillos. El resultado fue maravilloso. Tezuka empezó luego a fabricar prensas de este tipo para sus clientes, y ese fue el comienzo de la principal actividad de toda su vida: la construcción de prensas de todas clases, desde las más diminutas, que se usan en trabajos de joyería, hasta gigantescas máquinas de prensar y cortar metales.
La guerra interrumpió una carrera que tan brillantemente se iniciaba, como interrumpió la de millones de conciudadanos suyos. Suboficial en el ejército, fue destinado a servir en los famosos cazas Zeros. Los oficiales se retorcían las manos de desesperación ante la trágica escasez de aceites lubricantes, que amenazaba con paralizar a la Fuerza Aérea japonesa. Tezuka ideó la manera de resolver este problema inventando un procedimiento para volver a refinar el aceite usado.
Al terminar la guerra encontró su fábrica convertida en ruinas por los bombardeos; mas sin arredrarse por ello, comenzó a reconstruir. La industria japonesa necesitaba con urgencia prensas grandes. Trabajando casi 24 horas al día, Tezuka comenzó a construir modelos gigantescos.
Su interés por la basura empezó en una forma casi accidental. Hace 15 años se ofreció en venta un lote de una hectárea en las afueras de Tokio, a precio de ganga, pues había sido un pantano y lo habían rellenado utilizándolo como basurero. Tezuka lo compró y se puso a pensar en los inconvenientes que tenía la rehabilitación hecha en esta forma. A pesar de que el relleno se había aplanado repetidas veces con rodillos y se había cubierto de tierra, la base seguía siendo blanda y esponjosa. Pasarían tal vez unos diez años antes de que se asentara lo suficiente para sostener estructuras, por ligeras que fuesen. En un destello de inspiración, pensó que si, por el contrario, la basura se comprimía previamente, la base del relleno podría ser muy sólida, y en esta forma el terreno rehabilitado se podría usar mucho más pronto (en realidad, en la mitad del tiempo, como se demostró luego).
Cuanto más lo pensaba, más le gustaba la idea. A primera vista parecía muy sencilla, pero en realidad no lo fue: se necesitó una inversión de cerca de mil millones de yenes para perfeccionar una prensa práctica. El escollo principal consistía en la recuperación elástica, o sea la tendencia de los materiales comprimidos a regresar a su volumen original una vez que se alivia la presión. Tezuka se acordó de las inmensas presiones concentradas que ejercen los tacones estrechos de las mujeres, suficientes para horadar un linóleo resistente. ¿Por qué no utilizar puntos de presión semejantes en una prensa de basura? Y así resolvió el problema de la recuperación elástica.
Se presentaron luego otras dificultades. El agua maloliente que se exprimía de la basura iba a convertirse en un nuevo problema de contaminación. Se resolvió con una compacta máquina purificadora. Los residuos simplemente vuelven a la prensa para ser empacados, mientras que el agua filtrada se recoge en un recipiente.
Visité la central más nueva, la de Osaka, que inició operaciones en mayo de 1971. Es una fábrica de hormigón blanca, limpia, que casi no despide ningún olor. Costó 900 millones de yenes y puede procesar 600 toneladas de basura cada 24 horas. Una vez que los camiones arrojan la basura en un hueco, unas grúas la pasan a una gran tolva; de ahí en adelante todo el proceso es automático, dirigido por 20 personas que oprimen botones. Unas varillas de acero empujan la basura a una empacadora automáticamente forrada con una malla de alambre. Cuando hay dos toneladas en la caja de la empacadora, baja la enorme prensa. Unas tenazas levantan el cubo, que mide 1,2 metros por cada lado, lo meten en asfalto líquido y luego en agua fría. Toda la operación dura unos nueve minutos. Los bloques terminados se están utilizando para construir un montículo de 20 metros, sobre el cual se hará un nuevo parque para la ciudad. En lo futuro, la producción de la central servirá para rehabilitar otros terrenos en la bahía de Osaka, proyecto que otras ciudades portuarias están siguiendo con mucho interés.
Tezuka está experimentando con otra idea, que consiste en usar los bloques en la construcción de carreteras: sencillamente se colocan en tierra y se recubren de asfalto. En efecto, la basura viene a ser la base del camino, y las pruebas ya realizadas indican que un camino así construido tendrá la resistencia suficiente para soportar el más pesado tráfico de camiones.
¿Cuánto tardarán los bloques en desintegrarse bajo tierra o debajo del agua? Todavía no se sabe a ciencia cierta. Tezuka ha mantenido un bloque sumergido en un depósito desde hace cinco años. Está intacto, y la contaminación del agua es casi nula; está suficientemente limpia y pura para que puedan vivir en ella pececitos. Acaso el proceso de desintegración sea tan lento que no presente ninguna dificultad.
En momentos en que los problemas de destrucción de desperdicios se están agravando año tras año (se calcula que la basura de la ciudad de Tokio llegará a 22.000 toneladas diarias en 1985), Tezuka tal vez haya descubierto un método eficaz para mitigar las aflicciones de los ingenieros de sanidad.