¡SECUESTRARON A UNA PEQUEÑA!
Publicado en
septiembre 11, 2016
Toda la nación danesa, desde el Rey hasta el último de los taxistas, reaccionó al conocer la noticia:
Por Allen Rankin.
HASTA poco después de mediodía del 14 de diciembre de 1965, Tina Wiegels no era más conocida que otros muchos niños dejados en su cochecito fuera del Daells Varehus, en el centro comercial de Copenhague, mientras las madres hacen sus compras en esa tienda. Arrebujada en sus mantas de lana, Tina, que sólo tenía dos meses y medio de edad, dormía apaciblemente en medio de la multitud que transitaba por la estrecha y antigua calle llamada Fiolstraede, en la que los refulgentes escaparates resultaban especialmente atractivos y encantadores en contraste con el crudo invierno de Dinamarca.
De pronto, hacia las 12:30, una persona desconocida y vaga como una sombra se inclinó sobre la niña y, procediendo sin ruido y con rapidez, tomó el cochecito y desapareció con él entre la multitud. Tina se vio envuelta así en una aventura que iba a convertirla en la niña más famosa de la historia de su nación y en objeto de la más implacable persecución de un criminal que se haya emprendido en Dinamarca.
Hacia las 12:45, cuando salió de la tienda la madre de Tina, Hanne Wiegels, hermosa joven de 23 años, quedó consternada al no encontrar a su hijita, y minutos después, al ser descubierto el cochecito vacío en un patio situado a unos 30 metros del lugar donde lo había dejado, se puso como loca.
Al anochecer de aquel día aún no habían encontrado a Tina, a pesar de los esfuerzos de unos 150 agentes de la policía que la buscaron por toda la ciudad con la ayuda de sabuesos. El jefe de detectives de la sección de homicidios, Knud Hornslet, aseguró a Hanne y al esposo de ésta, Peter Wiegels —estudiante de arquitectura, de 27 años de edad—que en Dinamarca, donde reina tanto orden y donde toda la población está registrada, nadie recordaba ningún caso grave de secuestro, y los pocos robos de niños se habían resuelto recuperando indemne a la víctima antes de 24 horas.
Sin embargo, a la tarde del día siguiente Tina aún no había sido encontrada. Así pues, la policía, por medio de la prensa y la radio, comenzó a pedir la colaboración del público, y describió así a la niña: menuda, rubia, de ojos azules, unos 60 centímetros de estatura y seis kilos de peso; en el momento en que fue secuestrada llevaba un abrigo azul, con cremallera y capucha, y con un conejito blanco bordado en el pecho. "Manténganse vigilantes cuando vayan por la calle", recomendaba la policía. "Presten atención si oyen llorar a un niño donde no hubiera antes niños". Se publicó también una seña particular de identificación: "Tina tiene una marca de nacimiento, de un centímetro y medio y color castaño, en la corva izquierda".
Hanne y Peter, incapaces ya de soportar la vista de la cuna vacía, se fueron a vivir a casa de unos amigos suyos. Allí hacían guardia de día y de noche junto al teléfono. La madre, por medio de la televisión, la radio y los periódicos, suplicó a la persona que había secuestrado a su hijita: "¡Llame al 390216! Nosotros no le deseamos a usted ningún mal, pero sentimos terriblemente la falta de. Tina. ¡Devuélvanosla!"
Una niña perdida cuando faltan sólo diez días para la Navidad... Una pequeña desvalida, víctima de un secuestro; una nenita cuyo nombre tintineaba como un cascabel... La reacción del público fue vigorosa. Centenares de daneses lo abandonaron todo para unirse personalmente a la caza del criminal. Muchos ofrecieron su auto, e incluso su casa, por si el secuestrador deseaba devolver a la niña en secreto.
El 17 de diciembre los 2000 taxistas de Copenhague se comprometieron a mantenerse atentos para encontrar a Tina. Los lecheros ofrecieron vigilar a cualquier cliente que aumentara de pronto su consumo de leche. Los carteros, con acceso diario a la puerta de entrada de todas las casas del reino, estarían atentos para tomar nota de cualquier incidente sospechoso durante su reparto de la correspondencia. Todas las tiendas de juguetes y de ropa para niños, todas las farmacias, hospitales y consultorios médicos se convirtieron en otras tantas agencias de detectives.
La semana siguiente la policía recibió unas 1500 comunicaciones de todo el país. Once personas informaban que habían visto a una "mujer de aspecto sospechoso" cerca del lugar del secuestro, en la Fiolstraede o cerca de la estación interurbana de Norreport, poco después del secuestro. Se describía a la sospechosa de diversas maneras: "De 20 a 30 años de edad". "Algo más alta y corpulenta de lo corriente y cubierta con un abrigo azul oscuro de lana basta". "Pelirroja, de ojos grandes y labios gruesos".
Si tal mujer era realmente la secuestradora, ¿qué tren habría tomado? Un testigo afirmó que, hacia la una de la tarde del día del plagio, subió a un tren en el que iba una mujer con un lactante inquieto; y creía que esa mujer había bajado con la criatura en Ballerup, unos 18 kilómetros al oeste de Copenhague. Otro testigo informaba que había visto a la sospechosa, con la criatura, bajar de un tren en Elsinore, 44 kilómetros al norte de la capital. Otros, que sumaban centenares, estaban seguros de haber visto a la mujer con la niña en ciudades de provincia tales como Odense, Aarhus o Aalborg.
La policía, investigando todas las pistas posibles, incluso hacía parar a los tranvías para interrogar a alguna mujer, que, según tenían noticia, "se comportaba sospechosamente con un chiquitín". Todo en vano.
En las iglesias del reino se elevaban plegarias pidiendo que reapareciera Tina sana y salva. En verdad, todo el pueblo de Dinamarca (unos 4.700.000 habitantes) se había unido en un solo propósito: ¡encontrar a Tina y devolvérsela a sus padres antes de la Navidad! Los 130 agentes encargados del caso renunciaron a su descanso de fin de semana y a sus vacaciones navideñas con la esperanza de solucionarlo antes de ese plazo.
Pero llegó la Navidad y pasó sin que se lograra averiguar nada acerca de Tina. Una sombra oscureció las festividades tradicionales. Peter Wiegels declaró: "¡No desistiremos nunca, nunca, hasta que la recuperemos!"
Llegado el último día del año, la policía había interrogado a un número sin precedente de personas: 10.000. "Nunca habíamos encontrado tanta comprensión como ahora", declaró Hornslet, el jefe de detectives, "ni recibido tanta ayuda del público... con tan poco éxito".
La gente había aportado 32.000 coronas danesas para pagar el rescate o como recompensa por la entrega de la niña; y el 4 de enero Villy Holm Hvilsby, hombre de negocios de Copenhague, ofreció por su parte 100.000 coronas. Pero K. Axel Nielsen, ministro de Justicia, no podía autorizar estos incentivos y declaró que nadie podría darle un salvoconducto al secuestrador. Muchos temieron que tal actitud asustara al desconocido hasta el punto de inducirlo a matar a la niña.
De unas 4000 cartas e informaciones que había recibido la policía el 11 de enero, sólo quedaban por investigar 200. ¿Se hallaría en una de ellas la pista que llevara a solucionar el caso? Muchos peritos lo ponían en duda.
Cuarenta y cuatro kilómetros al norte de la capital, en la ciudad de Elsinore, pequeña y cuajada de torres, cobijada a la sombra del castillo de Hamlet, dos fatigados agentes de la sección de homicidios leyeron el Informe sobre Tina número 3552, enviado desde la jefatura de Copenhague. Soñolientos, pues habían trabajado toda la noche y eran las 12:30 de la tarde, los detectives Holger Larsen y Leif Carlsson leyeron aquella carta. Era descorazonadoramente parecida a otras muchas cuyo contenido habían investigado ya sin éxito. El autor de esta carta decía que trabajaba en los astilleros de Elsinore, y que la esposa de un compañero suyo de trabajo, llamado Leif Andersen y de 21 años de edad, tenía una criatura nacida, según la pareja, el 14 de diciembre, pero que parecía "demasiado grande". Los Andersen vivían en el número 10 de la calle Stjernegade, apenas a cinco minutos a pie de la comisaría de Elsinore.
"Podemos despachar esto en media hora", dijo Carlsson, "y luego nos iremos a casa a dormir un poco".
La dirección dada en el informe correspondía a un apartamento en el segundo piso de una ruinosa manzana de casas y tiendas. Los dos detectives tenían la sensación de estar perdiendo el tiempo, como en ocasiones anteriores: era evidente que Birgit Andersen, de 23 años, estaba orgullosa de la niña que yacía tranquila en la cuna y cuyo aspecto decía a las claras que estaba bien cuidada.
La señora Andersen explicó a los agentes que su hija, Marianne, parecía mayor porque había nacido con seis semanas de retraso. No, agregó; no tenía el certificado de nacimiento, pero la comadrona había informado al registro civil y a la parroquia. Larsen se fue a comprobar estos datos.
Carlsson, por su parte, hizo la pregunta de rigor:
—¿Me permite usted echarle un vistazo a la niña?
La señora Andersen replicó:
—Es una verdadera coincidencia, pero mi hija tiene una marca de nacimiento en el mismo sitio que Tina.
Al oír esto, Carlsson sintió de súbito que el corazón le latía con más fuerza.
Midió el detective la mancha de color castaño que mostraba la niña en la corva izquierda: tenía exactamente un centímetro y medio de diámetro. Cuando le preguntó a la señora Andersen si tenía un abrigo oscuro, ella respondió con una voz rara y débil:
—En efecto, resulta bastante extraño, pero sí; tengo un abrigo azul oscuro de lana basta.
El corazón del detective empezó a palpitar más aprisa.
—Póngaselo usted, por favor —suplicó a la señora Andersen, esforzándose en hablar con tranquilo tono de voz.
La mujer obedeció. Al verla vestida con el abrigo, a la vez que notaba el pelo rojizo, los ojos grandes y los gruesos rasgos de su interlocutora, Carlsson no tuvo ya ninguna duda. Acusó serenamente a la joven de ser la secuestradora.
—Sí —confesó Birgit Andersen en un susurro—. Esta niña es Tina.
Y empezó a sollozar. Leif Carlsson sintió la emoción más viva de su vida al disponerse a dar la buena nueva. Era la una de la tarde.
En Copenhague, el jefe Hornslet, exultante, telefoneó a la madre de Tina y le dijo: "Señora Wiegels, ¡creo que le tenemos buenas noticias!"
Poco después de llegar Carlsson con la niña a la comisaría de Elsinore comenzó a reunirse frente a ésta una multitud. Pronto la gente vio lo que esperaba. Un auto de la policía detuvo allí su rauda carrera y de él se apeó Hanne Wiegels. Al ver a su hijita, gritó: "¡Es Tina, es Tina!" Llorando de alegría, cuando le pusieron a la niña en los brazos, susurró: "¡Oh, qué grande estás!" La multitud lloraba también y vitoreaba, y lo mismo hicieron algunos agentes avezados a todo. Luego, cuando el padre de Tina llegó a toda prisa en el auto de un reportero y se completó así la reunión de la familia Wiegels, surgió en la calle un jubiloso griterío.
Desde el día de la liberación, al término de la segunda guerra mundial, nunca se había visto en Dinamarca una celebración como aquella. En un periódico la noticia ocupó más de 28 páginas. Las actividades diarias se interrumpieron en todo el país. En calles y cafés, personas que no se conocían se estrechaban las manos con júbilo e incluso se besaban. En algunos barrios de Copenhague el servicio telefónico no se daba abasto, pues todos querían comunicar a los demás la noticia. Su Majestad, el rey Federico IX, envió a los Wiegels un mensaje de felicitación.
Al parecer en todo el país sólo había una persona desdichada: Birgit Andersen. Conducida ante el juez de primera instancia de Copenhague, confesó, deshecha en lágrimas, una trágica historia de engaño. Cuando se casó con ella, unos cuatro meses antes, Leif Andersen creía que Birgit estaba embarazada, pero en realidad ya había abortado. Por ello, después de la boda, la muchacha temió que Leif la abandonara al ver que no llegaba el esperado hijo.
Pero Birgit no había pensado nunca en robar un niño hasta que salió del Daells Varehus aquel aciago mediodía. Vio entonces todos aquellos cochecitos de niño estacionados en la calle; se inclinó a mirar en uno de ellos y sintió un impulso irresistible. Se apoderó de la criatura. En la estación de Norreport subió a un tren que iba al suburbio de Klampenborg, donde trasbordó, y llegó a su casa a las 2:30 de la tarde. Esperaba que su esposo acudiera en menos de una hora. "Vestí a la niña con algunas ropas que había comprado para Marianne (así había yo planeado llamar a la criatura que perdí) y me acosté con ella".
Leif Andersen pensó que el nacimiento había sido "muy repentino". Pero su esposa "estaba radiante de felicidad" y él nunca dudó de que "Marianne" había nacido con la asistencia de una comadrona titulada. Después, Birgit, aunque oyó hablar de la busca que se hacía en toda la nación, había llegado a querer tanto a la niña que no abandonó la esperanza de conservarla de algún modo.
Los padres de Tina perdonaron pronto a Birgit Andersen. "Creemos que ya ha sufrido bastante castigo", decían. "Llegó a considerar a Tina hija suya, y ahora la ha perdido". La gente tenía muy en cuenta que la "secuestradora" había cuidado perfectamente a la niña y que nunca le tentaron las 132.000 coronas ofrecidas como recompensa por su devolución. Finalmente la señora Andersen fue condenada a prisión.
Unas dos semanas después, aprovechando que el Rey estaba concediendo audiencia al público, los esposos Wiegels fueron a darles las gracias a él y a la Reina por la benevolencia que les habían mostrado. Y, naturalmente, llevaron consigo a Tina. El guardia real se mantenía tieso como un soldadito de plomo ante la majestuosa entrada del palacio de Amalienborg. Pero, por esta vez, su rostro, bajo el alto morrión de piel de oso, se animó con una amplia sonrisa al dar paso a la pequeña familia. Y así, la historia de Tina, como tantas otras de esta nación de los cuentos de hadas, terminó en el palacio del Rey.
También para Birgit Andersen la historia tuvo un final feliz. El esposo se mostró comprensivo, y, cuando ella cumplió su sentencia de 18 meses de prisión, reanudaron su interrumpida vida matrimonial. Ahora la pareja se ha visto bendecida con el nacimiento de un hijo.