Publicado en
septiembre 15, 2016
ME PREOCUPABA la obesidad de mi marido, ya en la edad madura, consecuencia de su afición a la buena mesa y a los buenos vinos. Una tarde, al llegar a casa de la oficina, lo hallé jadeante después de haber subido a pie tres escaleras, cargado con dos pesadas bolsas de víveres. No había querido usar el ascensor.
Como buena esposa, le eché un sermón sobre el peligro de "someter el corazón a esfuerzos excesivos", por ejemplo subir por la escalera cargas tan pesadas.
Después de tomar un resuello, respondió mi esposo:
—Hija: lo que mata no es la comida que uno sube, sino la que hay que bajar luego.
—M.K.D.
NUESTRO amigo chino, Enrique Hsieh, cavaba un hoyo en su jardín para plantar un árbol, cuando un vecino suyo le dijo en broma:
—¡Eh, Enrique! ¿Estás haciendo una piscina de natación?
Sin interrumpir sus paletadas, el hombre respondió muy serio:
—No. Es que pienso regresar a mi tierra.
—M.M.J.
HACE POCO trasladaron a nuestro hijo, con su familia, a otra ciudad. Unos días antes de que fuésemos a visitarlos por primera vez, recibimos un cartucho de cinta magnetofónica, con instrucciones de tocarlo al llegar en el auto a cierto pueblo, distante pocos kilómetros de la ciudad donde residían.
Siguiendo las instrucciones, colocamos y echamos a andar la cinta al llegar al lugar indicado, y oímos a nuestro hijo decir: "Bienvenidos. Están ahora a 15 minutos de nuestra casa. El límite de velocidad es de 50 k.p.h.". Y procedio a señalar varios edificios o indicadores, advirtiéndonos cuándo debíamos aumentar o disminuir la velocidad, o virar a uno u otro lado, instrucciones todas ellas mezcladas con los comentarios de nuestra nieta de tres años. Transcurridos los 15 minutos, la voz de mi hijo anunció: "Ahora disminuyan la marcha y vuelvan a la izquierda. Delante de casa está nuestro automóvil rojo. Métanse por la entrada de la izquierda, y allí estaremos esperándolos".
—W.B.B.