Publicado en
agosto 19, 2016
Notable ejemplo de lo que pueden lograr la resolución y la paciencia de un hombre.
Por Arthur Ashe (hijo, que en la actualidad es uno de los más notables tenistas profesionales, fue jugador del equipo norteamericano de la Copa Davis desde 1963 hasta 1970, y ganó varios campeonatos en los Estados Unidos, Australia y Francia.).
REALMENTE fue aquel un momento de intensa satisfacción: el "día de Arthur Ashe" en el Club Campestre Philmont, de Filadelfia. George McCall, capitán del equipo norteamericano de la Copa Davis, me hizo entrega de una hermosa escultura de bronce, de 60 centímetros de altura: mi efigie. Varios jugadores y funcionarios me habían colmado antes de elogios. Sin embargo, cuando llegó el momento de expresar mi agradecimiento, no pensé en mí sino en un hombre tranquilo, modesto, que se hallaba entre el público.
—En realidad —dije al auditorio— este homenaje se rinde al Dr. Johnson, que durante 13 años nos ha impulsado a mí y a otros tenistas negros.
El Dr. Walter Johnson, médico negro, desde mucho tiempo atrás perseguía un firme propósito. En una época en la que en los Estados Unidos no se permitía a los tenistas negros participar en torneos para blancos, tomó la resolución no sólo de preparar a jugadores negros, sino de hacerlos campeones. Los atletas de color sobresalían en deportes tales como el boxeo, el béisbol, el fútbol, el basquetbol y el atletismo, pero nunca había habido un tenista negro de primera magnitud, pues el tenis era entonces el deporte donde había más segregación.
Con todo, el Dr. Johnson modificó esa situación y realizó su sueño. Althea Gibson, bajo la tutela del médico, llegó a ser la mejor tenista del mundo. Cuando me eligieron jugador del equipo norteamericano de la Copa Davis, en 1963, y gané el Torneo Abierto de los Estados Unidos, en 1968, el Dr. Johnson realizó su ambición.
"¡ASÍ ME GUSTA!"
Cuando crecía yo en Richmond (Virginia), allá por los años cuarenta y tantos y cincuentas, vivía en un barrio negro, iba a escuelas de negros, bebía agua en fuentes especiales y ocupaba exclusivamente los asientos de atrás de los autobuses municipales. A la edad de seis años empecé a manejar una raqueta prestada y practicaba en Brook Field, campo de juego reservado para los negros. No obstante, en un aspecto podía considerarme afortunado: Brook Field, con sus cuatro canchas de tenis, estaba a espaldas de mi casa y mi padre era el encargado. Cuando vio que me interesaba el tenis, me compró una raqueta y así empecé a jugar con todo empeño.
Fue en Brook Field donde conocí al Dr. Johnson. Un instructor del campo de juego, llamado Ronald Charity, se había enterado del "programa de preparación de jóvenes" dirigido por el Dr. Johnson en beneficio de novatos de color y lo convenció para que fuera a verme lanzar unas cuantas pelotas. Tenía yo entonces diez años solamente y era tan flacucho que el Dr. Johnson creyó que padecía raquitismo. A pesar de ello, ofreció encargarse de mi adiestramiento. Mi padre convino en que podía pasar el verano con el Dr. Johnson y me puso en el ómnibus de Lynchburg, donde él vivía.
El Dr. Johnson medía 1,75 m., y tenía aspecto fuerte y digno. Cuando lo conocí andaba por los 54 años y conservaba aún su complexión atlética, que mantenía inalterable jugando tenis.
—Arthur, nos alegra mucho que hayas venido, pero nunca olvides que acudiste aquí a jugar tenis —me dijo cuando llegué.
El Dr. J., como le llamábamos los muchachos, había ideado un régimen abrumador para que aflorara lo mejor de cada uno de sus discípulos. Nos levantábamos a eso de las 8 de la mañana, preparábamos nuestro propio desayuno, aseábamos nuestra habitación y estábamos en las canchas antes de las 9. Formábamos parejas y peloteábamos toda la mañana. Después de comer, practicábamos dirigidos por el hijo del Dr. Johnson, Robert, magnífico jugador de 26 años de edad. Cuando no estábamos adiestrándonos, hacíamos faenas ligeras en casa.
Por las noches, después de una cena sustanciosa, en la que nunca había helado, bebidas gaseosas o pasteles, solíamos ir al salón de juegos del sótano, donde el Dr. J. nos mostraba películas de partidos de tenis o nos señalaba diversas formas de mejorar nuestro juego. También nos recordaba constantemente lo valioso de una buena educación y del tenis como medio de lograrla.
Yo era el más joven y más pequeño del grupo, y algunos de mis compañeros me aventajaban en destreza. Aunque me derrotaban fácilmente una y otra vez, al Dr. Johnson le agradaba ver que estaba decidido a mejorar: "Arthur es el primero que llega a las canchas por la mañana y el último que las abandona al anochecer. ¡Así me gusta!"
DERRIBANDO BARRERAS
Ese primer verano me pareció interminable, por el trabajo y la práctica continuos. Pero regresé al verano siguiente y triunfé en el grupo de novatos menores de 12 años en todos los torneos entre jugadores negros en que participé. Durante mi tercer verano el Dr. Johnson me inscribió en los grupos de jóvenes y de hombres, para que me enfrentara a adversarios más fogueados. Nos apretujaba en su Buick verde y nos llevaba a los torneos de negros en ciudades como Washington, Baltimore, Filadelfia y Nueva York.
Nos gustaban esos torneos entre jugadores negros de la Asociación de Tenis de los Estados Unidos, pero el Dr. Johnson quería que jugásemos también en la Asociación Norteamericana de Tenis (para jugadores blancos), porque esos eran los torneos importantes. Me inscribía a mí o a cualquier otro muchacho negro en un torneo de blancos, pero solían rechazar sin explicaciones su solicitud. Al año siguiente, pacientemente, volvía a inscribirnos. A veces me sentía desanimado y quería abandonar el tenis, pero el Dr. Johnson me recordaba que saber soportar es una de las cualidades del campeón.
En 1954 él y su hijo Robert solicitaron jugar en el campeonato de dobles de padre e hijo en cancha de arcilla, de Atlanta. Cuando llegaron a esa ciudad se les dijo que no podían jugar. El Dr. Johnson se apresuró a llamar por teléfono a la Asociación Norteamericana de Tenis para hacer hincapié en que "esos campeonatos eran nacionales, no campeonatos de blancos. Se efectuaban en un estadio público, construido con el dinero de todos los contribuyentes, no sólo de los blancos". Después de eso pudo jugar la pareja de los Johnson y así se abrió la brecha. Con ese mismo esfuerzo paciente el Dr. Johnson logró que sus muchachos participásemos por primera vez en un torneo para blancos, en Baltimore, cuando yo tenía 14 años. Se había dado otro paso adelante.
SABIO CONSEJO
Walter Johnson, uno de los doce hijos de un leñador de Carolina del Norte, decidió en su adolescencia ser médico. Estudió en la Universidad Lincoln, exclusiva para negros, en Pensilvania, en donde formó parte del equipo de fútbol. Después de graduarse trabajó durante cuatro años como maestro y entrenador de fútbol en tres colegios superiores del Sur para negros. Ya con dinero suficiente para iniciar sus estudios de medicina, se inscribió en la Facultad de Medicina Meharry, de Nashville.
Se graduó y empezó a practicar la medicina en 1933. Cuando yo llegué a Lynchburg, el Dr. Johnson era dueño de una confortable casa, "abierta" siempre a la gente de color. En efecto, muchos negros procedentes de diversas partes del país llegaban a disfrutar de su hospitalidad y a jugar al tenis con él; y algunos se quedaban días y hasta semanas. Siempre generoso y sociable, al Dr. Johnson le agradaba estar rodeado de gente. Sin embargo, con el tiempo decidió encauzar sus energías y su dinero en una forma más eficaz. Fue entonces cuando inició su programa de preparación de jóvenes, gracias al cual entré yo en su redil.
En 1958 el Dr. J. logró que algunos de nosotros participásemos en los campeonatos nacionales para niños y muchachos, en Kalamazoo (Michigan). Era esa la primera vez que los jovencitos negros jugaban en un torneo nacional. El mismo año me inscribió en el torneo interescolar nacional, en Charlottesville (Virginia), que fue mi primer torneo blanco importante, en el Sur. Entre los inscritos, era yo uno de los pocos jugadores negros, y eso no resultaba muy agradable.
Cuando mi padre y algunos vecinos de mi barrio que llegaron para verme jugar tomaron sus asientos en las tribunas, la gente que se hallaba cerca de ellos se apartó. Yo ardía de rabia, pero el Dr. Johnson me había advertido antes que no lo demostrara. Puedo decir que el dominio de mis emociones, logrado durante los años que estuve bajo el ala del Dr. Johnson, siempre me ha servido de mucho.
LA MAYOR VICTORIA
En 1960 el Dr. Johnson hizo los arreglos necesarios para que yo fuese a vivir un año en San Luis (Misuri). "Allí no hay barrera racial", me dijo. "Vivirás con Richard Hudlin, maestro de escuela negro que es un gran promotor del tenis. Te enfrentarás a jugadores mucho mejores de los que puedes encontrar por aquí". No me sentía muy bien dispuesto a abandonar al Dr. Johnson y a mi familia, pero, como de costumbre, mi mentor tenía razón. En San Luis había buenas canchas bajo techo, por lo que pude jugar todo el año contra tenistas blancos de categoría nacional. Ese año gané mi primer campeonato nacional, el individual (singles) bajo techo, de jóvenes.
Después de mi temporada en San Luis lo demás vino aprisa. Muchas universidades importantes, me ofrecieron becas. Escogí la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles) por su tradición de justicia hacia los atletas de color desde los tiempos de Jackie Robinson, que traspuso la barrera racial en el béisbol de las ligas mayores. Aunque en la UCLA había un magnífico entrenador de tenis, echaba de menos al Dr. Johnson, que se hallaba a 5000 kilómetros, pero continuaba ayudándome. Después de una derrota importante me telefoneaba a larga distancia para analizar conmigo por qué había perdido. Si ganaba no telefoneaba, salvo para advertirme tal vez que no me confiara demasiado. En 1963 me ayudó a reunir el dinero necesario para mis gastos en la competición de Wimbledon.
También solía aparecer en los encuentros importantes para aconsejarme. En el torneo individual nacional de 1965, en Forest Hill, jugué contra Roy Emerson, de Australia, que era entonces el primer tenista del mundo. Gracias a que puse en mi servicio toda la potencia de que era capaz, logré ganarle los dos primeros sets, pero después flaqueé y perdí el decisivo. Durante el intermedio recordé algo que el Dr. Johnson me había dicho antes del partido. "No trates de hacer muchos servicios incontestables. Modera tu primer servicio". Siguiendo ese consejo reanudé el juego ya con más serenidad, me sostuve en un nivel más firme que Roy y de esa manera gané el cuarto set y el partido, que constituyó la victoria mayor de mi vida, hasta ese momento.
RESTITUCIÓN
A pesar de su profundo interés por el tenis, el Dr. Johnson nunca descuidó su muy activa profesión médica. Comprendió que la alimentación, la vivienda y las circunstancias sanitarias deficientes afectan invariablemente a la salud, y luchó siempre para mejorar las condiciones de vida de los habitantes pobres de las zonas rurales próximas a Lynchburg. A él se debe en parte que las autoridades municipales construyeran en esa población un conjunto de habitaciones para gente de color, y en 1965 el alcalde de Lynchburg le hizo entrega de una placa de reconocimiento por sus constantes esfuerzos en favor de los pobres y los que no tienen hogar.
Hace un par de años el cáncer hizo presa del Dr. Johnson. Aunque sentía intensos dolores, continuó ejerciendo su profesión médica hasta el día mismo en que murió, el año pasado, a la edad de 72 años.
Ahora soy profesional, recorro el mundo y juego contra los mejores tenistas de mi categoría. Recibo a menudo cartas acerca de jugadores jóvenes de color que prometen mucho. Siempre que puedo, trato de verlos jugar y de ayudarles, para que su camino se allane, como me lo allanaron a mí. Cuando ayudo en algo, siento que restituyo una pequeña parte de lo que el Dr. Johnson me dio a mí y a otros muchos jóvenes negros pobres.