C.N. VANDELLÓS (Alicia Sánchez Martínez)
Publicado en
diciembre 03, 2015
1. EL ÉXODO
“Vivir en La Marina cambiará nuestras vidas” —me dijiste— y, cómo siempre, has resultado tener razón. No creo, sin embargo, que sospecharás hasta qué punto nuestra existencia se vería transformada con este simple cambio de domicilio. O quizás sí. No lo sé, he llegado un punto de que dudo de todo, incluso de ti. Reconocerás que tengo razones sobradas para ello.
Me lo dijiste el mismo día que nos despedimos de Abel. Todavía recuerdo sus ojos enormes, esa expresión tan triste... Abel nos miraba con desespero desde su incubadora. No nos dejaron cogerlo. Ni siquiera pude tocarlo. Era mejor así, me dijeron las enfermeras.
Mi bebé estaba en estado crítico. Nació con una extraña malformación que los médicos bautizaron con un nombre imposible de memorizar. Aquel rosario de nombres científicos altisonantes, esa interminable sucesión de palabras sin sentido no eran otra cosa que eufemismos para ocultar la realidad. Una terrible realidad que nadie quería reconocer.
Abel había nacido con dos corazones. Su cuerpo era un laberinto de arterias, vasos sanguíneos y órganos multiplicados, un jeroglífico imposible de descifrar y que sometía a su pequeño cuerpo a un esfuerzo sobrehumano. “No vivirá más de una semana” —auguraron los médicos—, pero, pese a los malos pronósticos, los dos corazones de Abel seguían latiendo.
En la UCI de neonatos, mi bebé luchaba enconadamente por su vida. Me lo decían sus ojos, su enormes ojos negros enmarcados de piel violeta. Por ello, cuando tú pronunciaste la palabra eutanasia tuve aquella violenta reacción. Lo que para ti fue un ataque de histeria para mí no fue otra cosa que una reacción lógica. Yo sólo obedecía mi instinto maternal. Fui directa a la incubadora e intenté abrirla, quitarle los tubos uno a uno, llevarme a mi niño y calentarlo con mi cuerpo... Pero me lo impediste. Era mejor así, me repetíais todos, era mejor así.
Me inyectaron algo. Me llevaste a casa. Cuando el calmante empezó a hacer efecto, me enseñaste los planos de la hermosa mansión que estaban construyendo para nosotros. Dos plantas, maravillosas vistas al mar, piscina privada, jardín con especies autóctonas... “La urbanización es ideal —me dijiste—, me he informado. Volveremos a ser felices allí. Piensa en Paula, ella también necesita un cambio”.
La urbanización se llamaba La Marina y estaba cerca de tu trabajo, cerca de la C. N. o, lo que es lo mismo, la Central Nuclear de Vandellós, en Tarragona. “Así podíamos vernos cada día y no sólo los fines de semana, como hasta ahora”. Tendría que dejar mi trabajo en la Universidad, tendría que dejar a Abel... pero era mejor así. Volver a vivir juntos podría ser un nuevo aliciente para nuestra agonizante vida en pareja. Además, estaba Paula, mi hija mayor. “Allí sería más feliz —me dijiste convencido—, rodeada de naturaleza, al lado del mar. Haría nuevos amigos rápidamente, es una chica muy despierta”.
Dejar Barcelona, dejar mi vida, dejar a mi bebé, mi hermoso bebé con dos corazones...
No tenía elección. Si continuaba con mi vida de siempre, perdería a mis hijos, estaba segura. Si me metía de lleno en tu proyecto, aún había esperanza de salvar nuestra familia.
De acuerdo, lo haría, pero con una condición, no permitiría que mataran a Abel. “Es inhumano, está sufriendo —me decíais todos—”. Pero yo estaba segura de que mi hijo lo quería así. Abel quería una oportunidad paraseguir viviendo y yo le concedería esa gracia. Él se quedaría en Barcelona, en el Hospital de Sant Joan de Déu, ya que su delicado estado no permitía el traslado a un hospital de Tarragona, pero no me importaba. Iría a verlo siempre que pudiera. Sabía que él aprobaba mi decisión. Mi conciencia estaba tranquila. Nos trasladaríamos a La Marina tan pronto estuviera terminada nuestra gran casa.
2. LLEGADA AL EDÉN
—Papi, ¿por qué la luna es roja?
La primera noche en La Marina fue el anticipo de lo que sería una vida sometida a la crueldad de una naturaleza poderosa y vengativa. Paula estaba frente a la playa, bajo la luna llena más extraña que había visto jamás. Tal como había dicho, la luna era roja y su reflejo sanguinolento se derramaba sobre el mar. Era una visión apocalíptica, dramática a pesar de su belleza.
—La luna no es roja, cariño, son las nubes que están delante de ella. Y eso quiere decir simplemente que mañana hará mucho viento —explicaste tú, con la seguridad que te daban tus conocimientos de brillantísimo hombre de ciencias, el ingeniero nuclear con más talento que la C.N. había tenido jamás.
—¿Y eso quiere decir, papi, que mañana mami y yo no podremos ir a la playa?
—Pues muy probable, cielo, en esta zona, el viento sopla muy fuerte.
—¿Tan fuerte como el lobo de los tres cerditos?
—Mucho más fuerte, Pauli, mucho más fuerte... ¡Qué graciosa es nuestra niña! ¿Verdad cariño?
Yo asentí con una sonrisa aunque mi mente estaba muy lejos de allí. Como siempre, yo sólo pensaba en Abel. Vivía pendiente del teléfono. Cada vez que sonaba mi móvil temía que fuera una llamada del Hospital:
—Señora, tenemos una mala noticia que darle..
Pero los meses pasaban y Abel seguía viviendo. Nadie se explicaba cómo podía ser. Mi bebé seguía estando muy grave, pero resistía, gracias a su inexplicable fortaleza.
Caminamos unos pasos, tan sólo unos pasos más, y Paula volvió a gritar.
—Papi, ¡mira como vuela esa estrella!
Era una estrella fugaz, un brillante punto de luz que dibujó un trazo firme sobre el cielo para apagarse en cuestión de segundos.
—Vamos a pedir un deseo —dijiste— seguro que la estrella fugaz nos lo concederá.
—Vamos a pedir un sólo deseo los tres juntos, así tendremos más fuerza —dije yo—.
—¡Estupendo! ¿Por qué no deseamos ser siempre tan felices como ahora? —sugeriste tú—.
—No —te contesté— vamos a desear que Abel se cure y pueda venir a vivir con nosotros.
—Cariño, no está bien que digas eso. No es bueno para Paula... —me amonestaste—.
—Sí, mami, vamos a desear que venga mi hermanito, para que juegue en la playa conmigo.
—De acuerdo —dije yo— cerremos los ojos y pidamos el deseo. ¡Que se cure Abel!
—¡Que se cure Abel!, gritó Paula con todas sus fuerzas.
Tú no dijiste nada. Creo que fue entonces cuando te empecé a odiar.
A aquella noche le sucedieron muchas otras. Volvimos a ver lunas rojas, estrellas fugaces, nubes de colores extraños... y tú seguiste con tu actitud de no querer hablar de Abel. Para ti, era como si nuestro hijo hubiera muerto. Eso es lo que deseabas, verlo muerto y enterrado, olvidarte de él para siempre. Entonces yo no sabía que el drama de Abel era la consecuencia de tu fracaso, no sólo como padre, sino también como científico. Nuestras vidas empezaban a convertirse en una pesadilla.
Y después estaba el viento. El viento en La Marina soplaba día y de noche, un fuerte viento caliente y espeso que quebraba los árboles, revolvía la arena y llenaba la casa de suciedad. El paisaje de la zona parecía un cuadro de Van Gogh: arbustos torturados por el viento, nubes en forma de espiral, montañas negras como manchas, estrellas que se movían...
También la fauna era extraña. Como en la Patagonia, otra zona tradicionalmente ventosa, las especies animales se habían adaptado para sobrevivir en ese clima inhóspito. Las hormigas eran enormes y reptaban por la arena como si tuvieran ventosas en sus patas. Los insectos voladores también tenían gigantescas proporciones: moscas, mosquitos, abejas y avispas planeaban amenazadores sobre todo aquel que se aventuraba a abandonar sus casas herméticamente cerradas y refrigeradas por el aire acondicionado. Las libélulas parecían helicópteros en miniatura, incluso tenían unos colores inusuales en un insecto: naranja butano, rojo sangre, verde traslúcido... Parecían pequeños aviones de feria que hubieran abandonado súbitamente el Tío—Vivo para volar a voluntad.
Rosa, nuestra asistenta mexicana, tenía una curiosa teoría sobre el clima de La Marina. Estaba convencida de que la urbanización era la casa de Ehecatl, el dios azteca del viento y a diario rezaba una oración de su propia invención:
—”Ehecatl, dios del viento, soplo del creador Quetzalcoatl, limpia los caminos para que llegue Tlaloc, el dios del agua. Haz resonar tu voz divina para que los hombres se dobleguen a tu paso.”
Rosa estaba convencida de que si Ehecatl soplaba tan fuerte, era por alguna razón. “El sol quema pero el viento purifica. Si Ehecatl sopla, es para llevarse los malos espíritus” Yo me reía de las supersticiones de Rosa, pero ella se tomaba su religión muy en serio.
Lo cierto es que, al igual que Rosa, yo estaba medio trastornada por ese huracán diario que me obligaba a encerrarme en casa de la mañana a la noche. Paula también estaba muy nerviosa. A pesar de que el sol brillaba con fuerza —un sol blanco y extraño que bañaba el paisaje con una luz irreal— no podíamos disfrutar de la playa ni de nuestra piscina privada. No, La Marina no era el paraíso que nos había parecido al principio. Nuestra casa era únicamente una hermosa urna de cristal que no sólo nos preservaba de un clima cruel, sino también de una realidad que por aquel entonces desconocíamos por completo.
Tú te pasabas prácticamente todo el día en la C.N, en Vandellós 3. La Central Nuclear había sido ampliada en los últimos meses con un nuevo reactor. Tenías mucho trabajo. Me dejabas sola día y noche, pero a mi no me importaba. Cada vez me irritaba más tu presencia.
Vandellós. La central nuclear más importante de Europa. Tu reputación creció como la espuma cuando rehabilitaste el primer reactor de la CN, un reactor que había estado fuera de servicio desde 1989 tras haber sufrido el accidente nuclear más grave del país. También mejoraste el funcionamiento del segundo reactor y ahora habías creado un tercero, tu mejor éxito, tu gran logro profesional. Eras el mejor ingeniero nuclear del continente, de eso no había duda, pero eso no había beneficiado en absoluto nuestra vida matrimonial. Todo lo contrario.
Yo odiaba tu trabajo. Odiaba tu completa entrega a él.
Nunca te veíamos. Te habías convertido en un ser extraño, absorto en lo que tú llamabas “tus cosas”. Tu vida era la CN. Tan sólo allí eras completamente feliz. En la Central lo tenías todo: tu trabajo, tus amigos, tus amores... Paula y yo tan sólo éramos un complemento, un apéndice necesario para que tu vida pareciera normal ante los ojos de los demás.
Llegó un día en el que empecé a preguntarme qué hacíamos Paula y yo en aquel paraíso artificial, en esa urbanización de lujo que nos mantenía prisioneras y casi enajenadas por la inhóspita naturaleza que la rodeaba. Quería huir, pero no podía. No tenía el valor necesario para hacerlo. La situación se hacía insostenible.
Volví a las andadas. No lo pude evitar. Las drogas era la única salida que tenía. Las pastillas alucinógenas de INX eran ilegales pero yo tenía dinero, mucho dinero, por lo que podía hacerme con ellas con facilidad. Tú no te enterarías ¡cómo te ibas a enterar, si nunca estabas en casa!. Noche que tú no venías, noche que yo me drogaba. Así fue mi vida hasta aquel día en el que todo cambió.
3. A TRAVÉS DEL ESPEJO
Me dijiste que llegarías a la hora de la cena pero eran las once y todavía no habías venido. Otra noche más. Saqué mi pastillero y me tomé una INX con una copa de cava. Me hizo el efecto de siempre. Me sentí hermosa y voluptuosa. Me desnudé, me maquillé y bailé delante del espejo examinando cada rincón de mi cuerpo. Reía y reía. Era tan feliz en aquellos momentos que mi angustia se evaporó por completo. Tenía una casa preciosa, un cuerpo perfecto y toda la droga que pudiera desear ¿qué más le podía pedir a la vida? Me estiré en el sofá y creí soñar. Ahora sé que aquello no fue ningún sueño. Lo que vi aquella noche, ahora lo sé, fue una escena muy real.
Oí cómo se abría la puerta. Habías llegado a casa y no estabas solo.
Las voces me llegaban amortiguadas, como si provinieran del más allá. Reconocí tu voz. Estabas con dos personas: un hombre y una mujer.
—¿Qué le pasa a tu puta? —dijo el hombre, con un marcado acento extranjero—.
—Se droga. Es adicta a las INX y no es mi puta, es mi mujer — contestaste tú—.
A continuación, oí una carcajada femenina. La mujer se reía con una voz metálica, casi distorsionada, como si hubiera sido grabada con un mal equipo de sonido.
—Alex, para ti, todas las mujeres somos unas putas. ¿Me equivoco? — dijo ella—.
Quise abrir los ojos, pero los párpados me pesaban tanto que tan sólo pude entornarlos ligeramente. A través de mis pestañas, pude ver a la extraña mujer que habías traído a casa. Era altísima, casi tanto como tú, y muy delgada. Sus senos, redondos y voluminosos, contrastaban con su vientre plano y sus caderas infantiles. Su larga melena rubia le llegaba hasta la cintura. Llevaba un escotado vestido rojo y unas altísimas sandalias de tacón anudadas en los tobillos. Tenía todo el aspecto de una prostituta de lujo, pero algo me decía que era mucho más que una simple meretriz.
La mujer reía y reía y movía su melena de un lado a otro, iniciando las inconfundibles maniobras de seducción femenina. Quiso besar al hombre desconocido, pero él no quiso. Aquel hombre sólo me miraba a mí.
—¿Te importa si me follo a tu mujer, Alex?
—Estás loco —le contestaste—. Tienes todas las mujeres del mundo a tu disposición y se te ocurre follarte a mi mujer. Estás verdaderamente loco. ¿No crees que Sabina está mucho más buena? Y la tienes aquí mismo, dispuesta a todo.
—Tu puta no está nada mal —prosiguió el hombre desconocido—. Además, con el útero radiactivo que tiene, podría hacerle un niño deforme, como le hiciste tú. Un simpático niño con dos corazones para ponerlo en una pecera de formol y exhibirlo por todo el mundo. ¡Podríamos hacernos millonarios!
Tus invitados se rieron, pero tú no.
—Hans, te agradecería que no empieces con la historia de siempre — contestaste—. Por favor, relajémonos un poco. Sabina, te lo ruego, ocúpate de Hans. Está un poco tenso esta noche. Yo me llevaré a mi mujer a su habitación. Hacedme un hueco para mí. Enseguida vuelvo.
Diligente, la mujer se levantó de un salto del sofá y se arrodilló delante del tal Hans para hacerle lo que me pareció una felación. Tú me cogiste en brazos y me llevaste arriba. Me dormí en cuanto me tapaste con la sábana.
Al día siguiente, recordaba vagamente lo que creí la típica alucinación provocada por la droga. Cuando bajé al salón, todo estaba en orden. Tú habías llegado de madrugada —me dijiste— por culpa de una reunión que había durado más de la cuenta. Me encontraste dormida en el sofá y me llevaste a mi habitación. Aquel sueño, sin embargo, me hizo pensar. Aquella breve escena, con una estructura casi teatral, no parecía ser fruto de mi imaginación. Los personajes, los diálogos, las referencias a la malformación de Abel... eran demasiado reales, demasiado ajenos a mi universo onírico. Además, había una frase que me quedó grabada y sobre la cual empecé a hacer las más variadas conjeturas. ¿Qué habían querido decir con lo de “útero radioactivo”?
Empecé a sospechar y me dediqué a vigilar todos tus pasos. Dormía durante el día para poder estar despierta durante toda la noche, por si volvías a organizar una velada con tus extraños amigos. Examinaba los mensajes de tu móvil, tus llamadas, pero no daba con ningún dato sospechoso. Te hacía preguntas intencionadas, revolvía tus bolsillos, examinaba tu cartera... O todo era fruto de mi imaginación o, evidentemente, utilizabas otra forma de comunicarte con Hans y Sabina. Pasaban los días y no conseguía nada. Estaba agotada por la falta de sueño, la tensión nerviosa y el síndrome de abstinencia, ya que había dejado de drogarme para estar más alerta. No era la sospecha de una presunta infidelidad lo que me obsesionaba —hacía ya años que sabía que ibas con otras mujeres— sino de la relación que la malformación de Abel pudiera tener con tu trabajo en la CN. Quería estirar del hilo y descubrir qué había detrás de todo ello.
Pero la confirmación a mis sospechas me llegó de una forma inesperada.
Un día me llamaste. Me preguntaste si podías invitar a unos amigos. Aun compañero de trabajo y a su mujer. Él era extranjero, alemán, y se llamaba Hans Lindemann. Su esposa era tarraconense pero de origen francés y se llamaba Sabina.
Ya los tenía y de una forma mucho más fácil de lo que pensaba pero... ¿cómo debía actuar después de todo lo que había visto aquella noche?
Por fin llegó el día de la cena. Estaba con los nervios de punta, no sabía con qué me encontraría. Necesitaba relajarme. Me tomé un tranquilizante y un baño caliente. Pasé casi una hora examinándome el cuerpo, grácil y proporcionado gracias a la cirugía estética. Mi piel, después de varias exfoliaciones con ácidos, era casi perfecta: sin arrugas, poros ni manchas, era como una lisa envoltura de plástico blanco. Mis senos eran suaves y tersos, mi sexo extremadamente sedoso bajo el vello decolorado.
Pensé que Sabina volvería a vestir de rojo, por lo que decidí ponerme un vestido negro. Me compré, sin embargo, unas sandalias de tacón casi idénticas a las que ella llevaba aquella noche, las más parecidas que pude encontrar. Puro fetichismo. Estuve tentada de tomarme media INX, pero me resistí. Debía estar alerta por lo que pudiera pasar.
Cuando llamaron al timbre, cerré tan fuertemente los puños que me clavé las uñas en la palma de las manos. Después de varias semanas de pesquisas, estaba a punto de comprobar que Hans y Sabina, unos personajes que creían de ficción, no sólo eran reales sino que estaban a punto de incorporarse a la historia de mi vida. Era como un sueño, o más bien una pesadilla, que se hacía realidad.
No acerté en mis conjeturas. Sabina vestía de negro, aunque se había puesto las mismas sandalias que llevaba la otra vez. Nos reímos enseguida de la coincidencia. Sabina y yo parecíamos clones. Tocadas las dos por operaciones estéticas similares, tan sólo nos diferenciábamos por el color de nuestros implantes capilares: rubio y sedoso el de Sabina, rojo intenso el mío. Hans vestía traje oscuro y corbata de fantasía, como tú. Era, sin embargo, algo más alto y bastante más robusto. Nuestro invitado era el típico joven alemán: rubicundo y saludable, aunque bastante pasado de kilos.
Hans era ingeniero nuclear y llevaba dos años viviendo en Tarragona. Su misión era estudiar a fondo el funcionamiento de Vandellós 3 y convencer al gobierno de su país para que reemprendiera la carrera nuclear. Nos encontrábamos en el año 2020, la fecha tope establecida por Alemania para clausurar todas las centrales nucleares del país y sustituirlas por centros de energías renovables. Hans trabajaba para una central eléctrica interesada en convencer a los políticos de los beneficios de volver a confiar en la energía nuclear, como se hacía en España, y tú querías ayudarle a conseguirlo. Lo hacías por amistad, me dijiste entonces.
Sabina también me contó su historia. Me explicó que era hija de una modelo francesa y de un empresario turístico de Tarragona. Tenía una inmobiliaria en L’Ametlla de Mar y estaba especializada en vender apartamentos de lujo a jubilados extranjeros. Así fue como conoció a Hans. Se enamoraron cuando Sabina le ayudó a buscarse una casa cerca de la CN. Se casaron al año de conocerse y hacía tan sólo una semana que vivían en La Marina, muy cerca de nosotros.
La velada transcurrió con normalidad. Afables, correctos, de conversación culta e interesante, no había nada que me hiciera sospechar de ellos. Llegué incluso a pensar que la droga había tergiversado la realidad y lo que entonces creí una orgía no había sido más que una inocente reunión de amigos. Se marcharon a las doce de la noche. Al despedirnos, los labios de Sabina mancharon mi mejilla de carmín.
4. ¿QUÉ ES UN ÚTERO RADIOACTIVO?
¿Qué es un útero radiactivo? Tengo un reactor nuclear dentro de mi cuerpo. Vandellós 1, 2, 3... ¿Cuál debe ser su número? Me he pasado con las INX, está claro. Y esa botella de vino blanco, me la he bebido yo sola. Era delicioso... con ese delicado sabor a uvas. ¿El vino es radiactivo? Me divierto... tanto. Pienso en Sabina, en su boca rojo Chanel, en su lengua inacabable. Sabina es mi hermana gemela. Un poco más alta, mucho más exuberante, pero igual que yo, igual. ¿Tendrá también el útero radioactivo? Que pena la otra noche. En el fondo, me hubiese encantado que la velada acabara en orgía. Intercambio de parejas, show lésbico.... Y, en nueve meses, Sabina y yo seríamos las felices mamás de dos monstruos, dos hijos del diablo. “Rosemary‘s baby”, la Semilla del Diablo, ¡como me ha gustado siempre esa película! Mia Farrow era la madre del pequeño monstruo, como ahora lo soy yo. La semilla del diablo nuclear. Me siento la protagonista de una película serie B. La Mala Semilla, La Parada de los Monstruos, La Aldea de los Malditos, La Guerra de los Mundos, la lista es interminable... ¡Es tan divertido! Pero se me cierran los ojos. Me vence el sueño. No podré esperar a que Alex regrese. Mañana iré al hospital. Quiero ver a Abel, mi pequeño monstruo radiactivo. Soy feliz cuando estoycon él. Él es mi fracaso, la carne de mi carne... podrida. Somos los protagonistas de una serie de televisión de los años 60, vivimos en una realidad de blanco y negro. Nos movemos como autómatas. No somos dueños de nuestro destino. Nunca lo hemos sido. ¿Qué es un útero radiactivo?
5. PABLO
No sé cómo he llegado hasta aquí. Estoy estirada sobre la arena de la playa. Está lloviendo. Una fría cortina de agua me acaba de despertar. Estoy vestida tan sólo con el camisón. Me escapé de casa anoche. Ya no podía más. Debí quedarme dormida en la cala. Cada vez consumo más droga, cada vez estoy más alejada de la realidad. Me duele todo el cuerpo. Tengo frío y mucha sed. Tengo la boca llena de arena y de sal. Ojala me muriera ahora mismo y conmigo toda mi estirpe nuclear. Te haría un gran favor ¿verdad, querido Alex?
Mi imagino la noticia, es un diario de sucesos.
“Conmoción en Tarragona: Esposa de un conocido científico se suicida después de asesinar a sus dos hijos. Su marido, consternado, manifiesta: “No pude rescatarla del infierno de las drogas”
Tendría que haber sido periodista. Hubiese tenido un gran futuro. Pero elegí la docencia, primer error. Después te elegí a ti, segundo gran error.
Me enamoré de ti nada más verte. Inteligente, atractivo, tu genio deslumbrante brillaba como una estrella en la gris mediocridad de la Universidad. Me sentí tan afortunada de que me eligieras entre tantas mujeres que te admiraban... Nunca he vuelto a ser tan feliz. Ni siquiera cuando nació Paula. Las cosas entre nosotros ya no funcionaban por aquel entonces. Cuando nació Abel, yo ya era completamente desgraciada. Su anomalía me acabó de hundir.
Me vuelvo a dormir, me vuelvo a despertar. Estoy entre la ficción y la realidad. Sé que debo levantarme, sacudirme la arena de la ropa, volver a casa... pero no puedo. Me he convertido en un fardo lamentable, basura marina que huele a alcohol y a vómito. “Las drogas te matarán”, me dijiste una vez. Ahora, ya no dices nada.
Intento volver a dormirme aunque lo que quiero es morirme de una vez.
Pero el sol despunta y me hace abrir los ojos. De nuevo creo tener una alucinación.
Veo unos pies enormes, morenos, casi cómicos. Voy subiendo. También veo unas piernas delgadas y peludas, cubiertas por una tela azul. Cierro los ojos. Seguro que es otra de mis alucinaciones. Pero los vuelvo a abrir y la visión sigue allí. Delante de mí, mirándome muy fijamente aunque sin decir nada, se encuentra un chico alto, delgado, vestido con un pantalón floreado, una prenda inusual en una zona playera de alto standing, donde los hombres llevan bermudas blancas o azules y zapatos náuticos en tan sólo tres colores —rojo, marino o marrón—.
—¿Estás bien? —me pregunta—.
Me incorporo. No sé qué contestar. Evidentemente, no estoy nada bien pero... ¿qué se supone que debo decirle? ¿Explicarme la historia de mi lamentable vida? Opto por guardar silencio. Finjo desorientación.
—¿Quieres agua?
El joven me acerca una botella de agua mineral. Me abalanzo sobre ella. El agua fresca purifica mi cuerpo, limpia mi alma.
—Gracias. Tenía sed.
—¿Qué te ha pasado?
—Pues, la verdad, no lo sé. Me quedé dormida, supongo. Estoy avergonzada. No suelo encontrarme en esta clase de situaciones.
—Claro. No te preocupes. ¿Quieres que te acompañe a casa? ¿Dónde vives?
Ese chico no puede acompañarme a casa. No sería una buena idea. Intento levantarme pero no puedo. Un violento mareo hace que me caiga sentada de nuevo sobre la arena.
—No tengas prisa. Es mejor que descanses un rato. ¿Quieres que avise a alguien para que venga a buscarte?
—No te preocupes. En unos minutos estaré mejor. Gracias por todo.
—Te haré compañía mientras te recuperas, si no te importa. Me llamo Pablo.
—¿Vives aquí?
—Sí, aquí mismo, en una cabaña, junto a la cala.
Pablo me señala una cabaña de madera situada en un lugar privilegiado, un peñasco desde donde se divisa toda la costa.
—Es una casa preciosa, pero vulnera la ley de costas. ¿Me equivoco?
—Mi casa está totalmente integrada en el paisaje, todo lo contrario que esas mansiones de lujo que, aunque están construidas algo más atrás, les dan una patada en el culo a la estética del lugar, por no hablar del daño que le hacen al ecosistema...
Lo que faltaba, un ecologista demagógico. Lo peor que te puede pasar en una mañana de resaca. Decido cambiar de tema.
—¿A qué te dedicas?
—Soy biólogo marino y me dedico a estudiar el plancton.
—¿El plancton?
—Si esos pequeños seres vivos que viven en suspensión sobre el agua.
—Sé perfectamente lo que es el plancton. Soy maestra.
—¿Ah sí? ¿Das clase en el colegio del pueblo?
—No. Estoy... de año sabático.
—Ah. ¿Estás mejor?
—Sí, creo que puedo marcharme por mi propio pie. Además, no vivo lejos de aquí.
—¿Dónde vives?
—En una de esas mansiones que les dan una patada en el culo a la estética del lugar.
—He metido la pata ¿no?
—No te preocupes. Tienes toda la razón del mundo. Son unas casas feísimas.
Antes de irme, le beso en la mejilla, rasposa por la barba, y le acaricio el pelo mojado. Vuelvo a casa tambaleante con la sensación de haber recibido en la cara una limpia ráfaga de aire fresco.
6. NOTICIAS BREVES E INTRASCENDENTES
Aparece una noticia breve en el periódico, dentro de la sección dedicada a las comarcas de Catalunya. La noticia dice así:
“La nuclear Vandellós 3, paralizada por una fuga”
L’Hospitalet de l’Infant (Baix Camp). Uno de los dos sistemas de agua de mar de refrigeración de la central nuclear Vandellós 3 sufrió un escape el pasado jueves. El responsable de la central decidió cesar la actividad del centro hasta que la anomalía quede totalmente reparada. Mientras el Consejo de Seguridad Nuclear califica el incidente de “intrascendente”, el portavoz de “Ecologistas en Lucha” en Tarragona, Pablo Muñoz, expresó la inquietud de su grupo por “la repetición de las paradas no programadas que demuestran el envejecimiento del centro”. El grupo ecologista ha demandado, en reiteradas ocasiones, la clausura de la central, alegando que sufre un proceso de agrietamiento múltiple que afecta a componentes de la vasija del reactor.
La noticia está ilustrada con dos fotos. En una de ellas apareces tú, en la otra, mi amigo Pablo. El pie de foto común dice así: Alejandro Cruz, responsable técnico de Vandellós 3 y Pablo Muñoz, portavoz de “Ecologistas en Lucha”:
Recorto la noticia para enseñártela. Empiezo a darle vueltas a la cabeza y redacto mentalmente mi propia noticia breve e intrascendente.
“Alarmante aumento de mujeres con un útero radioactivo en Tarragona”
La Marina (Baix Camp). Ya son dos las mujeres afectadas por un trastorno denominado “Síndrome del útero radioactivo”. Se trata de Sonia Flix y Sabina Vall—Dardenne, ambas esposas de dos trabajadores de la central nuclear de Vandellós 3. Este síndrome provoca, entre otros síntomas, el nacimiento de niños con dos corazones. Mientras el Consejo de Seguridad Nuclear califica el incidente de “intrascendente”, el portavoz de “Ecologistas en Acción” en Tarragona, Pablo Muñoz, expresó la inquietud de su grupo por “la aparición en playas de la zona de mujeres con resaca traumatizadas por tener un hijo deforme”.
Lo que siempre digo. Hubiese tenido un gran futuro como periodista.
7. FUGAS
Estoy con Paula en la playa. Después del episodio del otro día, decidí controlarme con las INX. Quiero mucho a Paula y no puedo permitir que se hunda conmigo. Debo mantenerme a flote, por ella. Desde esta cala se divisa perfectamente la casa de madera donde vive Pablo. Desde que lo conocí, he pensado varias veces en él. Hacía mucho tiempo que no conocía a nadie que no fuera amigo tuyo. Mi círculo social se componía de compañeros de trabajo, esposas de tus compañeros de trabajo, vecinos... Personas poderosas, sofisticadas, totalmente seguras de sí mismas... “¿Qué es lo que has visto en ese imbécil?” Seguro que me preguntarías si lo conocieses. Ya lo sabes: idealismo, generosidad, naturalidad... Todo lo que tú y yo perdimos con los años.
Paula juega a hacer castillos con unos niños.
—Mi padre me ha enseñado a hacer castillos guachísimos —dice uno de los niños—. Porque es arquitecto.
—Mi papi también sabe hacer castillos —se defiende Paula—
—¿También es arquitecto?
—No, mi papá trabaja en una central nuclear.
El niño le mira con expresión de extrañeza.
—Sí —insiste Paula—. Como el padre de “Los Simpson”. No puedo evitar reírme.
Paula tiene unas salidas muy graciosas. A menudo pienso en su futuro. Seguro que tendrá una inteligencia deslumbrante, como tú, y elegirá una carrera para superdotados. Vivirá unos años de euforia y después se quemará y acabará hundida y frustrada, como yo lo estoy ahora. Me enjuago una lágrima e intento que no me caiga ninguna más.
Un submarinista aparece de repente en el agua. Con su traje de neopreno, parece un molusco gigante emergiendo en medio del mar espumoso. Andando trabajosamente con sus pies de pato, el buzo llega a la arena y se desviste poco a poco. Como una stripper sadomasoquista, abre cremalleras, hebillas, numerosos cintos... todo de color negro, hasta quedarse en bañador, luciendo un cuerpo perfecto. El hombre que ha surgido del mar no es otro que Pablo.
Le hago una señal, pero él ya me ha visto. Se dirige hacia mí, se sienta en mi toalla.
—Hola Pablo.
—Hola. Al final no me dijiste tu nombre. ¿Te has recuperado ya?
—Sí, estoy mejor.
—¿Y tu nombre?
— Sonia. Me llamo Sonia.—Me besaste pero no me dijiste tu nombre. Fue un poco raro. ¿No?
—Sí.
—Creí que eras una sirena varada en la playa y resulta que vives en una de esas mansiones para pijos. ¿De verdad eres profesora? Allí sólo viven los cerdos de la nuclear.
Paula aparece muy oportunamente. Como su padre, no le gusta que hable con extraños.
—¿Qué te dice este señor, mami?
—Este señor es un amigo de mamá que se llama Pablo.
—¿Tu pescas peces con una flecha? —le pregunta Paula, señalando tu traje de submarinista—.
—No, no me gusta pescar peces. Yo me sumerjo en el mar para hablar con ellos.
—¿Y qué te dicen?
—Que están muy tristes porque los hombres ensucian el mar.
—Sí. Antes he visto un vaso de plástico en el agua. Ahora mismo voy a cogerlo, para que los peces no se enfaden.
—Muy bien, eres una chica muy buena.
Paula se va corriendo y se mete en el agua, decidida a limpiar ella sola toda la basura que hay en el mar.
—Es mi hija, se llama Paula.
—Es muy guapa. Se parece a ti.
—Gracias.
—¿Estás casada?
—Sí, con un cerdo de la nuclear.
—Está visto que no hago más que meter la pata.
—No te preocupes, también en esto tienes razón.
—¿Eres ecologista y estás casada con un trabajador de la CN?
—No, no soy ecologista. Lo que pasa es que odio a mi marido.
Paula está distraída examinando el mar. No lo pienso dos veces y beso a Pablo en los labios. Nos quedamos en silencio unos minutos. Al poco tiempo, Pablo se levanta y se va. Paula y yo lo hacemos poco después.
Hoy vienes a cenar. Qué raro. En los últimos meses no te hemos visto el pelo. Te someto a un interrogatorio mientras degustamos el pollo con especies que Rosa ha cocinado especialmente para ti. No me ando con rodeos. Te hago una pregunta directa.
—¿Cuál crees que puede ser la causa de la anomalía de Abel? Nunca hemos hablado de ello.
—Ya lo dijeron los médicos. Es imposible saberlo.
—Sí, pero también dijeron que nos harían un estudio genético y, al final, no nos han hecho nada. Podríamos volver a hablar de ello con el doctor Cánovas.
—Te lo he dicho varias veces, Sonia. Lo que nos ha pasado es una terrible desgracia que ya no tiene solución, por lo que no creo que debamos darle más vueltas. Después del nacimiento de Abel decidimos no tener más hijos. Creo que lo del estudio genético no tiene sentido. Paula está sana. Tú y yo estamos sanos. No le pidamos más a la vida.
—El hecho de que tú trabajes en una central nuclear... ¿puede haber influido en algo?
Tragas saliva varias veces. Intentas fingir naturalidad, pero te conozco y sé que estás poniéndote nervioso.
—Sonia, por favor, no digas tonterías. La CN es totalmente segura. Hace muchos años que no hay ningún incidente importante. ¿Crees que trabajaría allí si sospechara que hubiese radioactividad en el centro? Además, sabes tan bien como yo que la energía nuclear es eficaz y ecológica. Creo que la enfermedad de Abel te está trastornando. Ya sabes mi opinión. Deberíamos acabar con todo esto de una vez. Prolongando su vida prolongamos su sufrimiento.
—He leído en el periódico que ha habido una fuga en la CN esta semana. No me habías dicho nada.
—Tan sólo afectó a un sistema de refrigeración. No hubo ningún riesgo. Se tomaron las medidas oportunas. Eres una ignorante respecto al tema de la energía nuclear, como esos ecologistas. Dejad el asunto a los expertos y dejad de hacer conjeturas. Sonia, tú siempre has confiado en mí. No me falles ahora.
Me acaricias y me besas. Rechazo tus mimos. ¿No te das cuenta de que acabas de humillarme? Me has tachado de crédula, de ignorante Me voy a mi habitación. Me cierro con llave. Me tomo dos INX. Picas a mi puerta, pero no quiero abrirte. Te vas. No sé a dónde ni me importa.
Voy a ver a Abel al hospital. No me lo dejan tocar. Tan sólo puedo verlo a través del cristal. Sigue teniendo los ojos grandes y el cuerpo extremadamente delgado. Sus finas costillas se marcan bajo la piel, como peldaños de una pequeña escalera. Pero Pablo ha crecido. Tiene ya seis meses Y su aspecto no es del todo malo. Sus dos corazones siguen latiendo, al compás. Vuelvo a jugar a ser la periodista que nunca seré.
“Un niño barcelonés vive feliz con dos corazones”
Barcelona. Abel Cruz Flix es un niño que lleva una vida normal a pesar de tener nada menos que dos corazones. Cuando los doctores diagnosticaron su anomalía, sugirieron a Alejandro y Sonia, sus padres, aplicarle la eutanasia. Afortunadamente para Abel, sus progenitores se negaron en rotundo. “Cada paso que da es un milagro, teniendo en cuenta que tiene dos corazones”, asegura Sonia, una valerosa mujer que luchó con uñas y dientes por la vida de su hijo.
¿Estoy haciendo todo lo posible por Abel? Es evidente que no. Mi “sacrificio” se limita a visitarlo de vez en cuando. Sentada en la sala de espera empiezo a hacerme preguntas. ¿Por qué todavía está en la UCI? Que yo sepa, no recibe ningún tipo de tratamiento especial. Abel ha superado la etapa crítica, su organismo ya funciona por si solo. Su aspecto es más o menos normal. Empiezo a sospechar que está allí para que nadie sepa de su existencia.
Pido cita con el doctor Cánovas, el jefe de cirujanos de cardiología infantil. Es casi tan hermético como tú. No quiere darme ninguna información adicional. Me desespero. Salgo de su despacho enloquecida, hablo con todo aquel que encuentro a mi paso: enfermeras, doctores, camilleros, padres de otros niños enfermos... Nadie sabe nada, todos parecen tener prisa, huyen de mi desesperación, evitan mi mirada enfebrecida. Quiero volver a la UCI pero no me lo permiten.
—Ya ha finalizado el horario de visitas —me dice una enfermera—. Abandone el centro, por favor. ¿Quiere un calmante?
No, no quiero un calmante. No quiero nada.
Estoy completamente sola. Hace tiempo que dejaste de ser mi amigo, mi confidente. No tengo a nadie en quien confiar. Rosa es mi única amiga, pero ella no puede ayudarme.
Salgo a dar un paseo por la playa y me acuerdo de Pablo. Estoy muy cerca de su cabaña. ¿Y si le hago una visita?
Pablo está merendado en el porche de su casa. Se alegra de verme. Me invita a un café y a unas galletas integrales. La vista, desde su casa, es impresionante. El mar rugiente se abre a nuestros pies, como si quisiera erosionar las piedras que sustentan la cabaña.
—Si tienes unos minutos te explico la historia de mi vida —le digo—.
—Tengo todo la tarde para escucharte —me contesta mientras me sirve otra taza de café—.
Le cuento mi desgracia, la anomalía de Abel, mi frustrado matrimonio, mi problema con las drogas. Incluso me atrevo a explicarle el extraño episodio de Hans y Sabina.
Durante el cuarto de hora que dura mi confesión, Pablo no ha dicho ni una sola palabra. Mientras hablo me mira inexpresivo, con la boca inerte, los ojos perdidos, como si, en realidad estuviera muy lejos de allí, como si no le importara nada de lo que le estoy diciendo. Hay momentos en los que realmente dudo de que me esté escuchando. Hago pausas, le interrogo con la mirada, pero él sigue impasible, tan impasible como las rocas que hay bajo nuestros pies. Cuando por fin termino, se hace un prolongado silencio, tres o cuatro minutos en el que tan sólo oímos el rumor de las olas y los chillidos desesperados de las gaviotas. Pablo parpadea por fin, me mira directamente a los ojos y empieza a hablar, rápidamente, con las palabras atropellándose unas a otras, como si acabase de salir de un fuerte estado de shock.
— Yo podría ayudarte —me dice—, pero antes quisiera que supierasque pertenezco a un grupo que está totalmente en contra de la energía nuclear.
—Lo sé, vi tu foto en el periódico.
—Entonces comprenderás que la información que me proporciones a partir de ahora podrá ser utilizada por “Ecologistas en Lucha” en contra de los intereses de tu marido.
—Será un intercambio de favores. Tú me ayudas a mí y yo te ayudo a ti. Pero... ¿qué opinas de todo lo que te he contado?
—No opino nada. Cada vez me doy más cuenta de que soy un simple intermediario, el peón en una complicada partida de ajedrez. Para hacer bien el trabajo que el destino me ha encomendado no debo opinar ni sentir nada, tan sólo actuar. Ayudarte pero, sobre todo, ayudar a la humanidad.
Le miro y me da la impresión de que estoy ante un robot o un soldado enloquecido. Un ser sin sentimientos ni convicciones que tan sólo actúa en función de la labor que le ha sido encomendada. No sé qué hacer ni qué decir. La situación es violenta. Nos acabamos el café y Pablo me invita a entrar en su casa. En circunstancias normales, podría pensar que, una vez dentro, Pablo y yo caeríamos el uno en los brazos de otro pero, como cabe esperar, las cosas no van por ahí.
Me siento en la esquina de un sofá, me mantengo a la expectativa. Realmente, me gustaría mucho acostarme con Pablo, pero su actitud es fría y distante. Desparece durante unos minutos y, cuando regresa, lo hace cargado de papeles. Pablo sigue absorto, su rostro no revela ningún tipo de emoción. Sólo su ceño fruncido denota una cierta preocupación.
Se sienta a mi lado, procurando no tocarme lo más mínimo, y me enseña un informe que enumera los tipos de malformaciones que experimentaron los niños que nacieron después del accidente nuclear de Chernóbil. En el apartado de cardiopatías, aparece la malformación que sufre Abel: “Duplicación cardiaca”. Me pongo a llorar. Por fin he dado con la verdad que tanto buscaba pero que, al mismo tiempo, tanto temía encontrar.
—La Central se cae a pedazos —me explica Pablo—, es evidentemente que el mantenimiento es nulo. Vandellós 3 no deja de tener averías y no todas aparecen en la prensa. Las más graves, aquellas que ponen en peligro la integridad de todos los que vivimos alrededor de ella, se silencian. Estamos seguros que la inversión de capital y los esfuerzos del personal están destinado a hacer que la CN sea cada vez más rentable, sin pensar en el mantenimiento.
—Y los trabajadores son los que están más expuestos.
—Por supuesto.
—Y son los que más riesgo tienen de sufrir las consecuencias de la radiación, incluso sus hijos...
—Sí, e incluso sus parejas, contaminadas con su semen radioactivo. Lo siento Sonia.
De nuevo silencio. Un deslumbrante relámpago precede un trueno estremecedor. El sonido retumba en mi pecho como el latido de un gran corazón. En un acto reflejo, le doy la mano a Pablo, que sigue sentado en el sofá, junto a mí. Al momento, Pablo retira su mano de la mía mientras mira hacia otro lado.
—Sonia —empieza a decirme—, Sonia escúchame... va a llover, y mucho. Es mejor que te vayas. Aquí las tormentas son peligrosas.
Salvado por la campana. Mi querido Pablo siempre ha tenido a la Naturaleza a su favor. Pero antes de irme, le hago una pregunta.
—Pablo —le digo—. ¿Tengo un útero radiactivo?
Pablo no me contesta. Ya sé por qué se mantiene tan distante.
Cuando salí de la cabaña diluviaba. Llegué a casa con las mejillas llenas de lágrimas y gotas de lluvia.
8. ETHELCAL ESTÁ CERCA
Las noticias sobre Vandellós 3 no dejan de sucederse. Abro el periódico y allí está una nueva información, de nuevo en la sección de breves, aunque, esta vez, con un fondo en color que la destaca sobre los demás.
“La fuerte tormenta de ayer altera el funcionamiento de Vandellós 3”
L’Hospitalet de l’Infant (Baix Camp). La tormenta con relámpagos de ayer alteró los señalizadores eléctricos de la central nuclear Vandellós 3 sin que, en ningún momento, llegara a paralizarla ni causase daños, según ha informado el Consejo de Seguridad Nuclear. El suceso ocurrió a las 20.30 horas de ayer. A pesar de la incidencia, la central nuclear siguió operando al 100% de su potencia.
No pasa nada, nunca pasa nada. Vivimos en un mundo feliz, rodeados de lujos: sexo, drogas e incluso la compañía esporádica de un joven ingenuo y dulce, tan apetitoso como un caramelo de fresa. Pero yo estoy sucia, sucia de drogas caras, de pensamientos obscenos, de maquillaje exclusivo... Al caramelito le repugna esa mujer que tiene la piel de plástico y los senos rellenos de silicona. Esa mujer de labios henchidos y ojos de color imposible —violeta Taylor, el tono más solicitado en las consultas de los oftalmólogos estéticos—. ¿Qué es lo que hecho? ¿En qué me he convertido? No hace tanto yo era como él, una joven de veinte años, con el cabello castaño y los ojos grises. Una hermosa mujer con problemas de acné y las caderas demasiado anchas. Pero te conocí y me convertiste en una de vosotros, una androide supersexy como Sabina y otras tantas mujeres. Una puta, una puta perfecta por fuera pero podrida por dentro, podrida de radioactividad. Te odio, te odio por todo esto: por haberme convertido en una mujer que no soy, por haberme inoculado tu semen contaminado, por condenar a nuestro hijo a la desgracia antes de que hubiera nacido.
Tengo la impresión de que estamos a un paso del apocalipsis. Las noticias sobre la CN, cada vez son más preocupantes. El Consejo de Seguridad Nuclear empieza a admitir que el nivel de radioactividad de la vieja central supera los niveles de seguridad. Además, el clima en la zona cada vez está más alterado. Las tormentas se suceden casi a diario, el viento sopla tan fuerte que casi no podemos salir de casa. Vivimos prácticamente aislados. Rosa no hace más que llorar y rezar “Ethelcal, el dios del viento, se manifiesta. Está rabioso. Algo le ha hecho enfadar”. Nunca la Naturaleza me había parecido tan violenta.
“El fin del mundo está cerca”. El tan repetido eslogan de los profetas apocalípticos ha dejado de ser una frase hecha, quizás está empezando a ser realidad.
Inexplicablemente, todas las demás personas que conozco no parecen acusar todos estos cambios que están sucediendo en los últimos días. Como los pasajeros de un barco de lujo a la deriva, celebran una fiesta después de otra sin importarles lo que ocurre a su alrededor. Y tú, convertido en capitán de este Titanic en el que estamos todos, serás el último en abandonar el barco. Pues claro que sí.
Hoy celebramos tu cumpleaños en casa. Hemos organizado una fiesta por todo lo alto. Seremos unas veinte personas, todos ellos compañeros tuyos de la CN y sus respectivas parejas. Hans y Sabina son los invitados de honor. Lo vamos a pasar bien, muy bien.
Ya están todos en el salón y empezamos a descorchar las primeras botellas de vino. La comida es suculenta, la música perfecta. Yo estoy como ausente, apenas pronuncio palabra. Me recriminas mi silencio.
—¿Por qué no vas a hablar con Sabina? —me sugieres—. Ella te puede presentar a las demás mujeres.
Voy por la tercera copa, voy a hablar con Sabina. Está más hermosa que nunca, de nuevo con su sexy vestido de terciopelo rojo.
—Hola Sabina —le saludo— ¿Qué tal?
—¡Querida Sonia! —me dice— qué guapa estás. Deja que te dé un beso.
Sabina me besa muy cerca de los labios mientras me enlaza suavemente por la cintura.
—Vamos a sentarnos, cariño. Quiero hablar contigo.
Me sirve una cuarta copa de vino y nos sentamos en el sofá desde donde la vi por primera vez.
—Tenemos que vernos más a menudo —me susurra al oído—. Alex me ha dicho que estás muy sola. Seremos muy buenas amigas. Yo soy muy diferente a las demás esposas de la C.N. Un poco loca... como tú. Seguro que lo pasaríamos muy bien juntas. ¿Quieres otra copa?
Apenas hablo. Sólo sonrío y digo que sí mientras bebo una copa detrás de otra.
Llega un momento en el que me noto completamente borracha. Estoy tan mareada que apenas me tengo en pie. Te pones nervioso. Tienes ganas de chillarme, de pegarme, pero te contienes y te limitas a mirarme con odio mientras me aprietas el brazo fuertemente. Sabina intercede.
—Apenas ha comido, la pobre —te dice, con un tono de voz dulce y zalamero—. El poco vino que ha bebido le ha sentado fatal. No te preocupes Alex, la llevaré a su cuarto y me ocuparé de ella.
Sabina te guiña el ojo, tú le sonríes con toda la dulzura del mundo. Me pregunto qué vais a hacer conmigo. Me entran ganas de salir corriendo y refugiarme en casa de Pablo, acostarme en su cama y hacer el amor con él, pero no tengo fuerzas para resistirme.
A través de las brumas del alcohol, puedo ver cómo besas a Sabina en los labios. Cierro los ojos. Tengo miedo, mucho miedo. No me quiero ir con Sabina pero ya no soy dueña de mis actos. No tengo más remedio que esconderme en la habitación, con ella. No puedo organizar un escándalo delante de tus compañeros de trabajo.
Recuerdo muy poco de aquella noche. Más droga, más alcohol. Un intenso placer sexual. El peso del suave cuerpo de Sabina sobre el mío. Besos con sabor a carmín. El roce de su pelo sobre mi piel. Y después, los golpes, los mordiscos, los arañazos en el cuello y en el pecho... La penetración profunda y dolorosa de un miembro enorme, quizás el de Hans, o quizás de un monstruoso juguete sexual... No lo sé. No pude saberlo. Apenas dormí aquella noche y al día siguiente, no me podía mantener en pie.
Había llegado demasiado lejos, ya no podía escapar.
Se anuncian turbulencias. El Centro de Predicción del Clima (CPC) ha advertido que, antes de que pase un año, tendrá lugar una tormenta que puede dar lugar a un huracán de gran magnitud. Ethelcal se prepara. ¿A qué llaman un huracán de gran magnitud? Pablo me lo explica.
—Se trata de huracanes con vientos superiores a los 180 km por hora y con olas mayores de tres metros.
Estamos en la playa y realmente hace mucho viento. Los granos de arena se clavan en nuestra piel mojada como si fueran agujas diminutas. El aire sabe a sal.
—Esta no es zona de huracanes.
—No, no lo es, pero los cambios climáticos que han tenido lugar durante los últimos años han puesto las condiciones adecuadas para que se formen
—¿Qué condiciones?
—Una gran masa de agua cálida en la superficie del mar, vientos suaves que formen un castillo de nubes y que lo hagan girar... Es difícil que se den todas las condiciones pero a veces pasa y, cuando lo hace, las consecuencias son fatales.
—¿Y qué va a pasar, Pablo? ¿Nos vamos a morir todos? ¿Va a ser el día del juicio final?
—Te lo estás tomando a risa y, créeme, no es ninguna broma. Los huracanes se cobran vidas humanas. ¿Lo sabías?
—Morir de un golpe de viento. Sería un buen final. La verdad es que no me preocupa demasiado.
—¿Ni siquiera por Paula?
—No sé. Con el futuro que le espera... quizás sería mejor acabar con todo de una vez.
—Estás loca.
—Sí, cada vez estoy más convencida de ello ¿qué te esperabas? Yo no soy como tú ni como nadie que tú conozcas.
—Ya lo sé Sonia pero te aprecio y me duele verte así.
—¿Me aprecias, cariño? ¡Qué majo eres! Tú aprecias a todo el mundo y así te va.
—Me voy. No me gustas cuando te pones así. Por cierto, ¿cómo te hiciste ese cardenal?
Pablo señala una de las marcas que me aparecieron tras el día de la fiesta.
—Supongo que recibiría un golpe en una de mis orgías sadomasoquistas, pero no lo recuerdo. Estaba borracha.
—Estás loca, estás muy loca y, te repito, te estás destruyendo, a ti y, de paso, a tus hijos.
Indignado, Pablo se levanta y se marcha sin saludar.
—Adiós cariño —le digo—, que disfrutes de tu maravillosa vida.
Después de aquello temí no volver a verle más.
Rosa me explica que la costumbre de ponerle nombres de persona a los huracanes proviene de los países latinoamericanos. Años atrás se les daba el nombre del santo del día, quizás para conjurar su efecto devastador. Los brillantes científicos del siglo XX acabaron con esa costumbre y decidieron designar a los huracanes por su posición pero, cuando llevaron a la práctica este nuevo sistema, reconocieron que su obsesión por la exactitud matemática generaba una gran confusión y decidieron recuperar la vieja costumbre. Hoy en día, los huracanes se vuelven a designar con nombres de persona, pero siguiendo el orden alfabético.
El viento. El fuerte viento de Mistral que siempre sopla en esta zona. Recuerdo lo que me dijo Pablo un día. El viento podría convertirse en energía, limpia y potente. Hace unos años quisieron instalar un parque eólico marino en la costa tarraconense, un ambicioso proyecto que podría desbancar la energía nuclear de la zona, pero aquella buena idea quedó en eso, en un simple proyecto. El precio de los aerogeneradores marinos era excesivo, decían, y nadie se atrevió a arriesgar su dinero en ellos. Me hubiese gustado tanto ver esos gráciles molinos blancos girando en el mar de La Marina....
Morir de un golpe de viento. Sigo estando convencida de no estaría mal, una forma limpia y natural de desaparecer de este mundo. Invoco a ese huracán que tiene que venir para que me recoja con su lengua caliente y me lleve muy lejos, lejos de allí.
La gente empieza a tomarse en serio las advertencias oficiales y quien más quien menos se prepara para su llegada. En los supermercados, se han acabado las existencias de alimentos básicos, linternas y... ¡papel higiénico! Me gusta la sensación apocalíptica que se respira en todos los rincones. El final del mundo está cerca, una posibilidad que cada vez me excita más.
Yo me río de todo y me resisto a contagiarme del alarmismo de mis semejantes. En mi casa no hay más comida que la que Rosa está guardándose bajo su cama a escondidas. No disponemos de sótano, no tenemos linternas... A ti no te importa el peligro que corremos, absorto como estás en tu trabajo, ni a mí tampoco. Pienso en Pablo ¿Tendrá él también su propio refugio como esos aprensivos suizos? Seguro que sí. A pesar del poco contacto que he tenido con él, lo conozco como si lo hubiera parido. Las personas tan dogmáticas son así de predecibles.
9. ADN
Pablo me ha llamado. Quiere que vaya a su casa, tiene que decirme una cosa muy importante. Tengo el presentimiento de que quiere utilizarme, aprovecharse de mi posición para sacarme información y después proporcionándosela a los miembros de esa absurda asociación ecologista. Decido vencer mis reticencias y caer voluntariamente en su trampa. Total, no tengo otra cosa que hacer. El amor siempre me ha convertido en un ser muy vulnerable.
Voy dando un paseo por la playa y llego animada y contenta a su cabaña. Pablo me recibe en el mismo lugar de siempre, en el porche, como si temiera que entrase en su casa y le pusiera en un compromiso. Una precaución muy razonable, teniendo en cuenta mi condición radioactiva.
—Hola Pablo, pensaba que no me querrías volver a ver.
—¿Por qué? Todo sigue igual ¿no?
—¿No me odias entonces?
—Todo lo contrario. Lo que quiero es ayudarte, y lo voy a hacer.
—¿Cómo? ¿Qué te llevas entre manos?
—Se me ha ocurrido una idea. En realidad es una idea a la que llevo dando vueltas desde hace ya años. Tu llegada ha sido providencial porque tú eres la única persona que puede ayudarme. Eres una enviada de los dioses.
—Pablo, ¿has estado fumando o me estás tomando el pelo?
—No. Hablo muy en serio. Quiero entrar en la nuclear, examinarla a fondo, valorar su estado y hacer fotos.
—¿Pero tú sabes lo que estás diciendo?
—Tengo un amigo periodista, nos podría ayudar. Si encontráramos algo que mereciera la pena, se ha comprometido a publicarlo en su revista. Si conseguimos las pruebas de que supone un peligro para la sociedad, la CN está acabada.
—¿Y qué te hace pensar que yo podría ayudarte? No tengo ninguna llave, no conozco las claves de acceso...
—Tú no pero tu marido sí.
—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Sonsacarle la información como una Mata-Hari?
—Quiero entrar en el corazón de la C.N, un lugar al que tan sólo tu marido tiene acceso.
—¿Sólo él conoce la clave?
—No, el sistema de seguridad es mucho más complicado. Se basa en el código de ADN. Un sensor registra el ADN de quien quiere entrar y, si no es el de la persona que tiene memorizada, no se abre la puerta.
—Entonces no hay manera.
—Sí, sí que la hay. Pero necesitamos tu ayuda.
—¿Qué estás diciendo?
—Necesitamos una muestra de tu marido para descubrir su ADN. Un pelo, saliva, un trozo de uña, cualquier cosa servirá...
—Muy bien. Eso es fácil pero ¿qué conseguís con ello?.
Me llamo Alicia Sánchez Martínez, vivo en Barcelona, y soy periodista, aunque mi verdadera vocación es la escritura. He publicado varios relatos en diversas antologías y en alguna revista del género. También he quedado finalista en varios concursos, especialmente sobre literatura fantástica.
—Crear un clónico de tu marido para poder entrar en la CN.
—¿Qué estás diciendo?
C.N. Vandellós es uno de los pocos relatos de ciencia ficción que he escrito, ya que suelo moverme más en géneros como el terror y la fantasía. Los culpables de esta esporádica incursión en la “ci-fi” son autores que me apasionan como Ballard, Houllebecq o Asimov. A la hora de escribir este relato supongo que también ha influido el hecho de veranear cada año en un pueblo marinero que está justo al lado de una central nuclear, una situación inquietante pero, al mismo tiempo, muy inspiradora.
—Somos capaces de hacerlo. Somos científicos de alto nivel. Tenemos medios. Estamos preparados para ello.
—No lo permitiré. Es algo monstruoso. ¿Y os llamáis ecologistas? Es el acto más anti—natura que he oído jamás. ¿Y todo eso para hacer unas fotos? No me lo creo. Seguro que hay algo más. No soy tonta, Pablo, dime cual es vuestra verdadera intención....
—Confía en mí Sonia, es lo único que puedo decirte. Confía en mí y no hagas más preguntas.
—No puedo confiar en ti. Hace tan sólo unas semanas que te conozco. En realidad no sé quién eres ni cuál es tu intención conmigo. Tan sólo quieres aprovecharte de mí, como todo el mundo. Aprovecharte de mi fragilidad, de mi desamparo... Nunca debería haberte contado mis secretos. Nunca. Aquello fue un gran error.
—Ahora no tiene sentido hablar de la naturaleza de nuestra relación. No, hasta que todo esto haya pasado. Comprendo que tengas tus dudas pero ya te dije que, si colaborabas con nosotros, te daríamos algo a cambio, algo muy valioso.
—Tengo dinero, tengo poder, lo tengo todo...
—Pero no tienes a tu hijo.
—¿Qué estás diciendo? No metas a mi hijo en esto.
—Nosotros podemos ayudarte. Podemos sacarlo del hospital y cuidarlo. No es la primera vez que lo hacemos.
—¿Y curarlo? ¿Podéis curarlo?
—Podemos conseguir que tenga una calidad de vida razonable. Que pueda vivir como un niño normal. En casa, con Paula y contigo.
—Me engañas. Como todos, me engañas. Abel morirá, lo dijeron los médicos.
—Sí, Abel morirá. Si no nos damos prisa, lo matarán, como a todos. Pregúntale a tu amiga Sabina. Ella también tuvo una niña con anomalías. La mataron antes de cumplir un año, cuando ya habían realizado todos los estudios y experimentos que quisieron hacerle. Por eso está como está. Loca, alcoholizada. La han convertido en su esclava. ¿Es que no te das cuenta? Van a hacer lo mismo contigo.
—No pueden matar a Abel. Yo no lo permitiré.
—No te pedirán permiso. Un día te llamarán y te dirán que tu hijo ha muerto. Te enseñaran un informe lleno de mentiras y se acabó la historia. Quiero ayudarte Sonia. No quiero que tu hijo muera, no quiero que sigas haciéndote daño, no quiero que tu marido te destruya... Dices que estoy obsesionado con la CN. Es posible, pero debes creerme, nunca haré nada que pudiera perjudicarte, ni siquiera por la causa.
Por primera vez desde que lo conozco, sus ojos me miran con amor, pero sigo sin creerlo. Es hábil, debe serlo, como el líder de una secta, esos poderosos seres que dominan la voluntad de los demás. Pero el caso es que estoy enamorada de él, enamorada como nunca lo he estado de nadie.
Salvar a Abel, salvar al Planeta. ¡Qué hermosa historia! Tan hermosa que me cuesta muchísimo creérmela. Pablo me acaba de contar un cuento de hadas y hace ya mucho tiempo que dejé de creer en la magia.
Cuando era joven, tenía una máxima que aplicaba siempre que debía tomar una decisión. “Donde el corazón te lleve”, decía constantemente, “donde el corazón te lleve”. Siempre seguí esa máxima, menos el día que te conocí. Desde ese día dejé de tomar decisiones con el corazón y fue precisamente a partir de ese momento cuando me empecé a equivocar una y otra vez. Quizá había llegado el momento de volver a confiar en mi intuición, en mis sentimientos. Si, tal como decían, el fin del mundo estaba cerca... ¿por qué no quemar los últimos cartuchos? Escuchar al corazón, volver a la Naturaleza, al instinto de madre, al amor... Mi corazón me llevaba a mis hijos, a Pablo, al futuro, a la ilusión. No, no podía decir que no.
—¿Qué es lo que tenemos que hacer? —contesté secamente, como una autómata—.
—No te arrepentirás, Sonia, te lo juro. Confía en mí.
—¿Qué hay que hacer?
—Tráenos una muestra de tu marido. Nosotros haremos el resto.
—¿Qué haréis entonces?
—Sería mejor que no conocieras los detalles.
—Exijo saberlo. Si no, no colaboro.
—Crearemos un embrión clónico que, en poco tiempo, se convertirá en un ser humano idéntico a tu marido. Un ser con su mismo ADN que podrá entrar sin dificultad en la CN.
—¿Él sólo? ¿Un bebé recién nacido? El sistema tan sólo dejará entrar al bebé, no a sus acompañantes y me temo que un niño de días es incapaz de hacer fotos.
—No será un recién nacido. Tenemos capacidad de crear un joven de quince años, capaz de realizar todo aquello que le pidamos.
—Sigo pensando que es algo monstruoso. ¿Y luego qué haréis con el chico?
—Lo siento Sonia, no puedo hablar más. Es mejor que no sepas más.
—¿Cuándo podré tener a Abel?
—Eso tendrá que esperar.
—Quiero a Abel en mi casa tan pronto como sea posible.
—No te lo podemos traer hasta que...
—¿Hasta qué?
—Hasta que todo haya acabado. Si se descubriera antes de tiempo, todo se iría al traste. Lo comprendes ¿verdad? No podríamos correr riesgos.
No, no podíamos correr riesgos. Tenía que tener paciencia pero, dadas las circunstancias, tener paciencia me resultaba tremendamente difícil. Pero... ¿qué otra cosa podía hacer que esperar?
No fue difícil conseguir una muestra tuya. Encontré un cabello en el lavabo y se lo di a Pablo. Misión conseguida.
Todo iba según lo acordado, pero yo tenía miedo, mucho miedo. Lo que Pablo y su gente iban hacer era algo horrible. Intuía que aquella compleja operación desencadenaría una gran desgracia.
Me puse enferma. Estaba tan nerviosa que vomitaba a cada momento. Tuve el impulso de huir, coger a Paula y escaparme lejos, lejos de aquella maldita urbanización, lejos de todos vosotros...
Pero estaba Abel. No podía dejarle solo. Lo matarían, seguro.
No volví a ver a Pablo. Simplemente desapareció. Un día fui a su cabaña, pero estaba cerrada. No tenía ninguna manera de ponerme en contacto con él. Me sentía sola, arrepentida de lo que había hecho y muy preocupada por Abel. Si era cierto lo que Pablo me había contado, su vida estaba en peligro.
10. EXPULSADOS DEL PARAÍSO
Pasaron las semanas y, por fin llegó el huracán. Rosa rezaba y rezaba, invocaba a su dios del viento día y noche, descuidando su trabajo en casa. Paula no iba al colegio, habían suspendido las clases por seguridad. El viento soplaba cada vez más fuerte y ya no salíamos de casa. Tan sólo tú seguías haciendo vida normal, yendo y viniendo de la CN como si nada ocurriera.
Hacía meses que no veía a Pablo ni tenía noticias suyas. Mi única preocupación por aquel entonces era Abel. Temía por su vida, y llamaba al hospital casi a diario pero Abel seguía vivo, estable, dentro de la gravedad.
Los meses pasaban uno detrás de otro sin que nada perturbara nuestras vidas, vivíamos inmersos en una extraña calma, una tranquilidad imposible, teniendo en cuenta las alarmantes circunstancias en las que nos encontrábamos. La situación era tan insoportable que casi deseaba que llegara de una vez el temido huracán caribeño.
Y el huracán llegó. Y se llamaba Pablo, aunque Rosa no dejaba de asegurar que se trataba del mismo Ethelcal en persona.
Nos desalojaron. Nos llevaron a un refugio bajo tierra especialmente acondicionado para los trabajadores de la CN. Estaban todos, menos Hans y Sabrina. Me dijiste se habían ido a Alemania, huyendo del huracán.
Una noche ya no pude más, dejé a Paula con Rosa y me escapé del refugio. Escapé de ti.
Fui en busca de Ethelcal.
El viento soplaba tan fuerte que casi no podía tenerme en pie. Las calles estaban desiertas. En las carreteras no había coches. Estaba segura de que tu clon ya estaba en este mundo y tenía el camino libre para llevar a cabo su misión. Las circunstancias no podían ser mejores, ya que, por culpa del huracán, los alrededores de la CN estaban prácticamente desiertos.
Cogí un coche que alguien había abandonado en la entrada de un desvencijado granero. El coche funcionaba. Me dirigí hacia la Marina, en busca de Pablo. Cuando llegué, bien entrada la noche, vi luz en su cabaña. Como había intuido, Pablo había vuelto a ella. Dejé el coche en la carretera e hice el resto del camino andando. Las ramas de los árboles, que habían cobrado vida gracias al viento, no dejaban de azotarme todo el cuerpo. Tenía la ropa destrozada, el cuerpo lleno de heridas. Creí que no llegaría nunca. Pero llegué, aunque prácticamente sin fuerzas.
Me asomé a una de las ventanas. No estabas solo. Me escondí y escuche la conversación que mantenías con dos personas más: un hombre y una mujer.
—No puedo darte más datos —dijo el hombre—. La misión es secreta, incluso para ti. Tan sólo tu compañero estará totalmente al corriente de lo que hay que hacer. No podemos correr riesgos.
—¿Y cómo sabré lo que tengo que hacer? —preguntó Pablo—.
—Tu compañero te informará a su debido tiempo —contestó—.
La mujer se mantenía en silencio, ajena a la conversación, ocupando únicamente en avivar el fuego de la chimenea.
—Supongo que accederemos por los túneles —volvió a intervenir Pablo.
—Sí, iremos a través de los túneles. Sabemos que no los han descubierto.
—¿Llevaremos a Ka, ya vestido o lo vestiremos allí?
—Irá vestido, no podremos perder tiempo.
—Pero, si es así, el trayecto será muy peligroso.
—Sabías que la misión entrañaba muchos riesgos y ese es uno de ellos.
—No temo por nuestra vida. Temo por el éxito de la misión.
—No te preocupes Pablo. Está todo calculado al milímetro. Nada fallará.
Un extraño grito interrumpió la sigilosa conversación. La mujer se levantó y desapareció del salón.
—Bueno, os dejo —dijo el hombre apurando su café—. Recuerda. Mañana estará todo preparado. Recibirás las instrucciones en el último momento. Tu compañero vendrá a las diez para vestir a Ka. La misión se iniciará a las once en punto. Que tengas mucha suerte, Pablo. Adiós Ifigenia. Ten paciencia con Ka, está en plena adolescencia.
Ka era tu clon. Un joven exactamente igual a ti cuando tenías su edad. No era mi hijo, pero era responsable de su nacimiento. Además, aquel chico guardaba una cierta relación de parentesco con mis verdaderos hijos. Ka era como su padre o, más bien, igual que su padre. Un verdadero galimatías. Lo que sí era cierto es que ese niño estaba sólo y estaba en peligro. Nadie excepto yo podía ayudarlo. Ka era responsabilidad mía.
Encerrada en un coche robado, a merced de un viento cada vez más violento, era incapaz de elaborar ningún tipo de estrategia. Estaba bloqueada. ¿Qué le iban a hacer a Ka? ¿Qué iban a hacer en la CN? Estaba claro que lo de la fotos era un simple engaño. El plan era mucho ambicioso y peligroso.
Decidí ir a ver a Pablo. Era lo único que podía hacer. Me lo jugaría todo a una carta. Confiaba en él. Sabía que, fuera cual fuera su misión, sería incapaz de hacerme daño. Volví a asomarme a la ventana de su cabaña. Pablo estaba solo, leyendo en su butaca. El hombre ya se había ido y la mujer no estaba en el pequeño salón. Seguramente estaría en la habitación, con el chico. Le hice señas. Tal como me vio salió rápidamente hacia el lugar donde me encontraba. No me abrazó ni me besó. Ni siquiera me saludó.
—¿Qué haces aquí? Es peligroso —me preguntó—.
—No me da miedo el huracán.
—No estoy hablando del huracán.
—Creí que tu organización era pacífica.
—Pues no, no lo somos. Es mejor que te vayas. Tu vida corre peligro. Si te descubren, yo no podría hacer nada.
—Pablo. He venido aquí buscando explicaciones. ¿Qué es lo que va a pasar mañana?
—Vete con tu hija, Sonia, vete ahora mismo o tendré que matarte.
—Mátame, cariño. Sabes que no tengo nada que perder pero, antes explícame lo que va a pasar mañana en la CN.
—¿Y por qué te lo tendría que decir?
—Porque si no le diré a la Policía que tenéis un clon de mi marido y que pensáis entrar en la CN. Y, por si os ocurre la feliz idea de raptarme o matarme, Rosa, mi asistente, lo sabe todo —mentí—, y si mañana por la mañana no estoy en el refugio, os denunciará. Ah, y no intentéis irla a buscar. Está escondida, muy lejos de aquí.
No sé si Pablo se creyó toda aquella sarta de mentiras pero lo cierto es que no se la podía jugar. No hice bien en confiar en él. Cuando entramos en la casa, me redujo y me maniató. Avisó a la mujer y me apuntaron con un arma.
—Dime donde está Rosa o te mataremos a ti y a tu hijo —me amenazó Pablo—.
—La Policía lo sabe, la Policía lo sabe todo. Vendrán a buscarme — contesté—.
—Mátala —dijo la mujer—. Mátala y acabaremos con todo. No me creo el rollo ese de la asistenta.
Ka empezó a gritar de nuevo. Tú me apuntaste en la sien, pero el pulso te temblaba.
—Mátala Pablo —volvió a decir la mujer—, mátala o la mato yo.
Como Pablo no se decidía, la mujer sacó su propia arma y me apuntó. Cuanto estaba a punto de accionar el gatillo, Pablo le disparó.
La mujer estaba muerta. Su pesado cuerpo cayó como un fardo sobre el suelo de salón, tiñendo de sangre la alfombra oriental que se encontraba a nuestros pies.
Asustado, Ka empezó a gritar todavía más fuerte.
—Debe tener hambre —dije yo con toda naturalidad—. ¿Tienes algo para comer?
—En la cocina encontrarás todo lo que necesitas —me contestaste—. Haz que se calle de una vez. Yo limpiaré todo ésto.
Cuando Pablo se deshizo del cadáver, nos fuimos a dormir, pero antes me explicó todos los detalles de la misión.
Iban a destruirlo todo. Pablo pertenecía a una organización ecologista radical que estaba dispuesta a hundir el país. La misión de Pablo era la de introducir a Ka en el corazón de la CN con las instrucciones precisas para destruir la nuclear desde dentro. Entraría cargado de bombas, bombas que distribuiría en un tiempo récord en los lugares claves. Pablo me explicó que Ka no sabía que con esa acción, él también moriría. Le habían programado para que tan sólo pensara en el éxito su misión. No sólo Vandellós estaba amenazaba, también lo estaban dos de las centrales nucleares más importantes del país: Zorita y Cofrentes. Habían creado tres jóvenes, cada uno de ellos clónicos a los responsables de los centros para hacerlos estallar al mismo tiempo. Si no desmantelaban todas las nucleares del mundo, las destruirían, ahogando el planeta en radioactividad. La obra de un loco.
—Es horrible —le dije a Pablo—.
—Sí, pero muy efectivo y ahora tú no puedes poner en peligro una operación que se ha organizado durante meses.
—Tienes que matarme entonces.
—Sí, tengo que matarte, pero no puedo hacerlo. Te pido, por favor, que guardes silencio. Te salvo la vida a cambio de tu silencio.
—¿No te da miedo morir?
—No. Confío en que las autoridades nos harán caso. Desmantelarán las nucleares y viviremos felices. Imagínate lo que ganaremos con tu silencio.
—No funcionará
—¿Prefieres vivir como hasta ahora? ¿Qué el mundo se llene de niños enfermos como Abel? Estamos condenados a una muerte lenta ¿es que no lo ves?
—No creo que la situación sea tan alarmante como dices.
—No sabes lo que estás diciendo. No tienes ni idea lo que han hecho contigo. Lo que harán con otras.
—¿A qué te refieres?
—Os inseminan con semen manipulado con radioactividad. Están haciendo pruebas para obtener el hombre perfecto.
—¿Qué estás diciendo?
—Os drogan, os introducen semen manipulado sin que os enteréis. Tu hijo Abel fue concebido de esa manera. Y seguro que lo han intentado de nuevo, sin que tú te des cuenta.
Al momento pensé en la extraña penetración que sentí durante aquella noche con Sabrina. Así que era aquello. Durante todos estos años, no he sido otra cosa que un conejillo de indias para ellos, para tí, para tu amigo Hans, para quién sabe cuantos más...
—En la CN no se ocupan tan sólo en proporcionar energía. En todas las centrales nucleares se experimenta con radioactividad. Están intentando crear una raza nueva, una raza de superhombres que dominarán la Tierra. Con Abel se equivocaron, como con tantos otros que acaban matando, pero hay muchos niños en el mundo que funcionan con genes radioactivos. Tu marido es uno de los cerebros de esta operación. No sólo queremos eliminar la energía nuclear en el mundo, queremos que las autoridades, al desmantelar las centrales, se den cuenta por fin de lo que realmente pasa allí y pongan freno a esa barbaridad.
—Vuestro propósito es legítimo pero no la forma de conseguirlo.
—No hay otro camino. Si lo hubiera, no dudaríamos en seguirlo. Es mejor morir ahora que sufrir una agonía dolorosa y dramática, la agonía nuclear.
No le contesté. Cerré los ojos y me dormí sin tomar ninguna decisión.
Ka se despertó de madrugada. Tenía hambre. Le preparamos un bocadillo y se durmió. A las ocho se volvió a despertar. Estaba obsesionado con la comida. Pablo no había dormido en toda la noche. Sus ojos nadaban enfebrecidos de un lado a otro. ¿Qué íbamos a hacer? De repente me vinola imagen. Éramos como Adán y Eva, recién expulsados del paraíso, con nuestros hijos: Paula, la primogénita, la futura gran madre, y los hermanos Ka y Abel, el malo y el bueno, el origen de un nuevo mundo, un mundo igual de contradictorio e imperfecto como el que estaba a punto de desaparecer.
No hizo falta hablar. Pablo y yo abandonamos la cabaña con Ka antes de que llegase el activista que debía llevar a cabo la misión. Cogimos el coche robado, fuimos a buscar a Paula y, después nos marchamos a Barcelona. Nos llevamos del hospital a Abel a punta de pistola.
Una hora después llegaron las noticias, primero fue Zorita, le siguió Cofrentes. El Gobierno desatendió las amenazas, nadie se creyó la historia de los clones, hasta que fue demasiado tarde para detener aquella locura.
Ni siquiera Vandellós se salvó. Pero, en este caso, los encargados de destruirla no fueron los explosivos, sino Ethelcal. Tal como predijo Rosa, el dios del viento se cebó con la central y su fuerza fue tan grande que la dejó totalmente arrasada. La pureza del huracán sagrado limpió Vandellós, y te llevó consigo, mi querido y odiado Alex, y a todos aquellos que provocaron mi desgracia.
Miles de muertos, altos niveles de radioactividad en todo el mundo. Ese ha sido el resultado del atentado terrorista más devastador de todos los tiempos. Probablemente moriremos todos en los próximos años. Algunos lo haremos más tarde, todos aquellos que, como nosotros, tuvieron tiempo de buscar cobijo.
Pablo y yo, junto a nuestra familia, vivimos encerrados en un sofisticado refugio nuclear que Pablo construyó bajo su cabaña por si pasaba lo peor. De momento, estamos protegidos. El ambiente todavía es limpio y tenemos víveres para varios años. Conseguimos agua gracias a un yacimiento subterráneo que no parece contaminado, aunque no sabemos durante cuánto tiempo se mantendrá potable. Pablo hace crecer frutas y hortalizas en un rincón del refugio sin necesidad de luz solar. Fotosíntesis artificial le llama. Sus conocimientos en biología experimental son ilimitados y sorprendentes. Gracias a ellos nos mantenemos en vida.
Muchas veces pienso en nuestro futuro. Cuando Pablo y yo hayamos muerto, nuestros hijos, si sobreviven en un ambiente tan hostil, prolongarán la especie. Paula cuidará con amor a su hermano Abel, que seguirá viviendo a pesar de todo, y se llevará a matar con el violento Ka. Pero cuando llegue la noche y el deseo la guíe, buscará a su padre/ hermano y copulará con él hasta el amanecer, porque Ka será el más fuerte del clan, el macho dominante... Sus hijos, los hijos de Paula y de tu clon, Alex querido, serán seres extraños, una nueva especie humana que repoblará esta devastada zona.
Y ya no sé más, no tengo capacidad para imaginar nada más. Sólo sé que moriremos, algún día.
Fin