EL AMOR Y LA MUJER EJECUTIVA
Publicado en
noviembre 30, 2015
Ella tiene frecuentemente que hacer el amor por correspondencia. Son los gajes del oficio que la llevan a viajar constantemente. ¿Dónde va a encontrar al hombre de sus sueños? Nada raro que sea en un avión, en un hotel o en una convención, y que la relación continúe después por carta, fax o teléfono.
Por Victoria Puig de Lange
Que las mujeres seamos independientes y que tengamos profesiones interesantes ha dejado de ser novedad desde hace tiempo. Llevamos ya décadas probando que somos capaces de manejar una corporación como de presidir las reuniones de los padres de familia.
Somos versátiles. Igual practicamos un deporte tradicional como el tenis, que uno como el polo, que históricamente ha sido juego de hombre. Y por supuesto, también podemos enamoramos del capitán del equipo contrario, porque la independencia y la capacidad no anulan la química, que funciona hoy igual que ayer.
Sí, el hecho de ser mujer de trabajo no impide que nos enamoremos, y cuando esos trabajos nos llevan a viajar extensamente, a menudo conocemos al hombre del que no queremos prescindir, muy lejos del sitio donde nos desempeñamos.
Y allí es cuando surge un problema cada vez más frecuente: ¿Quién abandona su trabajo para seguir al otro? Al principio, por supuesto, el problema se ignora. Yo conocí a una mujer que pasó por ese trauma. Se enamoró de un hombre que vivía en Munich, y empezó a vivir un romance a través del océano, basado en cartas, visitas esporádicas y conversaciones telefónicas que eran una amenaza al presupuesto de ambos.
"Escribirse es divino", me decía (aquí conviene aclarar que mi amiga se gana la vida escribiendo, una de las razones de nuestra amistad) "Las cartas nos dan la libertad de expresar nuestros sentimientos con claridad y honestidad, algo que resultaría mucho más dificil de lograr en la rapidez de la comunicación verbal".
Por varios meses seguí con interés el desarrollo del romance. ¡Estamos tan acostumbrados al cambio constante de pareja, a gente presa del vertiginoso ritmo de la vida, tal como ésta se presenta hoy! Observando a Jeanette creí entrever que la suya era una relación especial, necesitada de espacio y tiempo. Y me alegré mucho de verla tan dedicada a ella.
Sin embargo, llegó el día en que ambos quisieron algo más. Un compromiso serio. Cuando se le pidió una decisión, Jeanette se convirtió en una cuerda llena de nudos. ¿Debería trasladar su trabajo y su vida al otro lado del océano para estar con él?
El está firmemente anclado en Europa. "El no puede moverse", decía con la angustia nublándole el rostro. "Pero cada vez que pienso seriamente en seguirlo, esta voz interior me increpa: 'Bueno, ¿y tus amigos? ¿Y la vida que te has labrado aquí? ¿Y tus proyectos? ¿Y tu prestigio? ¿Vas a destruir todo eso?'".
La mujer emancipada que vive en ella contesta que no, por supuesto. Ella no tiene que ir a ningún lado sólo por seguir a un hombre. "La independencia es buena. Es saludable. Yo también tengo una vida".
Pero la otra Jeanette, la tradicional, la romántica, llora calladamente mientras conjuga verbos pasados de moda: compartir desinteresadamente, sacrificarse en aras del amor... tener vidas afines, amigos comunes... ¡niños!
A ratos hasta llegamos a evocar los tiempos en que los hombres trabajaban y las mujeres los esperaban en casa. En un dilema así, la mujer hubiera seguido al marido. "Yo no tengo problemas aceptando eso, si ambos sinceramente creen que esa es la solución», me dice Jeanette, "pero a mí me costaría ajustarme a esa teoría. Tengo una idea muy clara del esfuerzo que he puesto para llegar a lo que soy". Terminando con un deseperado: "¡Nada de esto hubiera sucedido si no viviéramos en distintos países! ¡Y lo más grande es que esas diferencias son parte del atractivo... es por eso que tenemos mundos tan interesantes que compartir! Pero, ¿cómo resolver esas diferencias?".
Jeanette no está sola, cientos de mujeres que trabajan encuentran que su profesión choca con su vida amorosa. Dinámicas y brillantes, a menudo dueñas de negocios que ellas mismas crearon, son el prototipo de la mujer de éxito, la mujer liberada de hoy. Y de pronto un hombre irrumpe en su vida. El vive en Nueva York. Ella vive en Caracas.
"Mi vida era perfecta", dice la protagonista de esa experiencia. "Me encantaba ser soltera en estos tiempos. Y de pronto una amiga me envía a este gringo que venía a Caracas por negocios. Salimos a cenar, y cuando volví a estar sola, llamé a mi amiga: Te comunico que voy a casarme con este hombre. ¡Qué hombre!, le dije entusiasmada".
"Siguieron meses increíbles. Su negocio requería que viajara a Venezuela una vez al mes, así que nos veíamos todos los meses por el tiempo que durara su gestión. Perfecto, Luego yo fui a Chicago por dos semanas a conocer a su familia. Vivíamos un sueño. Es el hombre perfecto para mí en todo sentido. Un hombre de éxito, poderoso, muy bien situado en la Industria de las publicaciones. Tiene 45 años, no está casado".
"Todo marchaba bien hasta que él quiso formalizar la situación, pidiéndome que nos casáramos y me trasladara a Nueva York con él. La ironía es que yo no había todavía cerrado el contrato con mis socios. Estaba a tiempo de dejarlo todo y unirme a él. No lo hice, por supuesto. Me había tomado mucho tiempo llegar a este punto, elegir socios, ver por fin despuntar mi negocio como algo de mucho futuro. ¡Qué diablos! No se desbarata todo lo que ha tomado años formar sólo porque conocemos a un hombre encantador. Además, estoy acostumbrada a vivir sola. Nunca he vivido con nadie".
"Si comparo mi negocio con el suyo, el mío es una insignificancia. Pero tiene gran importancia para mí. Es mío, y lo hice sola. En él me siento realizada, y a través de mis actividades tengo una imagen que la gente respeta".
"Al momento estamos en una encrucijada. Hablamos todos los días, pero qué vamos a hacer, no lo sé. Tal vez lo mejor sería casarnos y seguir como hasta ahora, cada uno en su parte del mundo. O tal vez yo llegue a organizar mis cosas para poder pasar la mayor parte del tiempo en Nueva York. No sé cuál es la solución. Ni él ni yo podemos ceder."
"Otras en cambio aseguran que han encontrado la estabilidad en relaciones con personas que ven dos veces por año, y que tal vez porque la intimidad emocional precedió por mucho a la física, ahora tienen una relación amorosa muy firme, aunque sólo se realice físicamente durante cortas etapas. De nuevo oigo a dos personas decir que el romance respaldado por la palabra escrita fortalece la relación".
"Escribirse es una forma de amar que debería reactivarse" , dice una mujer que vive esa experiencia. "Con cada carta que recibo de él nuestro mutuo conocimiento se afIrma",dice. "Mucha gente se sorprende de que yo no salga con otros, ya que él casi nunca está conmigo. Pero no necesito otra compañía. Vivo ocupada. Trabajo mucho y realmente aprecio mi soledad. Ya pasé la etapa de la loca búsqueda del hombre ideal. Me casé a los 21 años, me divorcié a los 26 y hasta hubo un tiempo en que hice el papel de mujer liberada, con varios Intereses. Pero eso no era lo que yo pedía a la vida".
No hay duda de que estamos ante una generación realista. Las mujeres trabajan y disfrutan haciéndolo. Se cuidan. Son sanas y valorizan la amistad. Tienen amigos de verdad que las ayudan a creer en sí mismas y a no aferrarse a otros... sólo por no estar solas. ,De hecho, saben vivir consigo mismas y reconocer las ventajas de la soledad.
"Yo sé cuáles son mis sentimientos hacia Mike", nos dice una muchacha que vive un romance a la distancia. Los dos tenemos oportunidad para frecuentar la compañía de otros, pero tanto él como yo hemos llegado a la conclusión de que no existe otro ser tan importante en nuestra vida... como nosotros. Porque ante todo y sobre todo, somos grandes amigos.
"Cuando Mike viene a Miami, parece que siempre hubiera estado conmigo. Y cuando tiene que irse, yo me entrego a una actividad febril, hasta que supero el dolor de la ausencia. Cuando él me pide que deje todo y me una a él yo alego que no puedo, que tengo la responsabilidad de mi trabajo, pero a veces pienso que esa es una excusa. Que yo no quiero una relación permanente".
"Mucha gente no entiende esta necesidad de independencia y privacidad, porque la sociedad todavía insiste en que no es normal que una mujer no quiera casarse lo más temprano posible, apenas encuentra quién la quiera, 'antes de que se acaben los hombres'".
"El matrimonio", me dijo hace poco una encantadora cubana, con la apariencia de un lirio desmayado, pero firmemente anclada en una posición ejecutiva en una de las universidades locales "es algo maravilloso si todas las circunstancias se ajustan. Pero ese no es siempre el caso. Yo tengo siete años de ser 'una pareja' con Tom, pero sólo hemos vivido juntos dos años. Tom es ingeniero industrial y cuando no está viajando por el país, está en Sudamérica supervisando obras".
"En siete años, hemos recorrido toda la gama de las emociones, desde los tiempos en que 'no podíamos vivir separados' hasta aquellos en que cuando Tom se iba yo me daba cuenta de que era feliz soltera de nuevo, yendo al cine con mis amigas y quedándome en casa con un libro".
"No sé cómo catalogar nuestro estilo de vida. No soy una mujer soltera, pero tampoco soy casada. Podría salir con otros hombres, pero eso significaría mentir, y además no es algo que me tienta. No pienso en eso. La verdad, creo que viviendo separados el amor no se cansa, se mantiene fresco. Una vez estuvimos juntos durante nueve meses, y por razón de las circunstancias, no nos separamos ni un momento, como pegados con chicle. Fue una experiencia extraña. No peleamos, pero dejamos de hacer el amor. Nos convertimos en hermanos. Eso me hizo pensar en que tal vez nuestra situación 'anormal', es la que lo lleva a él a correr mundos mientras yo permanezco en Miami en la atmósfera estimulante de la universidad, con la perspectiva de llegar de noche a una casa solitaria donde nadie me disputa un televisor, no es tan indeseable".
"Porque entonces puedo sentirme sola a gusto, soñando con el momento en que él volverá a interrumpir mi vida de trabajo intenso, y a darme por un tiempo todas esas cosas complicadas y tiernas, todas esas crisis emocionales y desconcertantes dilemas que constituyen la vida de dos".
Fuente:
Revista HOGAR, Septiembre 1993