Publicado en
noviembre 10, 2015
No crea que a esta vida se llega "Para ser feliz"; se nace para tratar de serlo, ¿cómo?.
Por Elizabeth Subercaseaux.
¿Se ha fijado que hay mujeres que siempre andan cansadas, siempre tienen mucho trabajo, más que nadie en la oficina, y les duele mucho la espalda? Además, las tragedias las están esperando en la otra esquina. No van a la peluquería porque la peluquera les puede quemar el cabello, el marido se les va a escapar mañana, los hijos van a ser atropellados en la esquina por un auto, el sábado no van a poder partir a la playa porque se les va a inundar la casa. El presente es siempre malo, pero el pasado fue casi peor. De la infancia no pueden acordarse porque su infancia fue demasiado triste. ¿Se ha fijado que hay mujeres que andan por la vida quejándose de todo y sufriendo por las desgracias aun antes de que las desgracias les pasen? Uno les pregunta, ¿cómo te va?, y ellas ponen cara de dolor en el alma, luego ladean un poco la cabeza como queriendo escucharse los latidos del propio corazón y enseguida contestan: "¿Cómo quieres que me vaya?".
Haga este experimento: coloque un vaso con agua hasta la mitad sobre una mesa y pregúntele a sus amigas cómo ven el vaso con respecto a la cantidad de agua que contiene: lleno o vacío. Unas van a decirle "medio lleno" y otras van a decirle "medio vacío". Las amigas que apechugan con la vida, les pase lo que les pase, y ante las calamidades de la odisea de ser mujer, tratan de salvar la integridad de sus pobres nervios lo mejor posible... Esas mujeres maravillosas que han pasado por todas las depresiones, todos los goces, todas las apreturas, las alegrías y todas las bromas pesadas que a veces hace la vida, pero así y todo la viven con los ojos abiertos y el corazón sorprendido, ellas van a ver el vaso "medio lleno".
Las perseguidas por la mala suerte, el agotamiento y las tragedias, las que atraviesan por el mundo con los ojos cerrados y el corazón repleto de penas, ésas van a verlo "medio vacío".
Mi tía Dorita es así. Siempre ve el vaso medio vacío. Cuando era joven y linda y los hombres se acercaban a decirle piropos, ella ponía su mejor cara de lástima y respondía: "¿De qué me sirve ser linda y joven ahora si en cincuenta años más voy a estar vieja y arrugada y en sesenta años más voy a estar muerta?". Cuando salía a caminar por la playa al atardecer, y alguno de los muchachos de entonces se le acercaba y le decía: "¿Quiere que la acompañe, Dorita?", ella respondía: "No, porque no voy a ninguna parte".
Para qué decir que nunca se casó. La única vez que alguien pidió su mano, ella se quedó mirándolo con esos ojos agobiados que tenía y le respondió: "¿Y para qué quiere casarse conmigo si yo puedo volverme loca e intentar matarlo durante su sueño?". El pretendiente salió arrancando a perderse.
Era negativa. Cuando mi abuela le hizo la prueba del vaso con agua hasta la mitad, ella no sólo lo vio medio vacío sino que después de contemplar el vaso un buen rato declaró que no lo veía.
Mi abuelo, para quien mi tía Dorita era un castigo que Dios le había enviado por andarse jugando la plata de los sueldos en el club, decidió llevarla de paseo a Europa. A ver si viendo cosas bellas se le componía un poco el carácter, se le desagriaba el corazón y en vez de seguir viendo el vaso de la vida medio vacío, comenzaba a verlo medio lleno.
Se fueron en barco. Ya en Callao mi tía Dorita se quiso lanzar a las aguas peruanas, "para qué seguir viviendo si este barco va a naufragar en una tormenta". Durante la travesía se negó a comer la comida italiana que ofrecían en el barco, "porque si se me queda pegado un tallarín en la garganta no voy a poder respirar". Llegaron a Europa y mi abuelo no escatimó en gastos para mostrarle las maravillas del viejo continente. La llevó a la catedral de Burgos en España, a los museos de Londres, a las callejas de Brujas, a las caletas de pescadores del sur de Francia; la paseó por Lisboa, le mostró las bellezas de Florencia y contrató una góndola para recorrer el Gran Canal de Venecia. Pero nada la entusiasmó, "porque más temprano que tarde voy a ponerme vieja y todo esto se me va a borrar de la memoria".
Ver el vaso medio vacío en lugar de verlo medio lleno. Hay gente así, y en vez de pasar por la vida limando a favor suyo los momentos tristes y las amarguras normales de la existencia, pasan por la vida vanagloriándose de las desgracias que les acontecen. Y para los demás, créame, no hay nada más cargante que el relato continuo de las tragedias. Es frecuente escuchar a esas personas decir que la vida las ha decepcionado, ellas nacieron para ser felices y "¡mire cómo estoy!".
Creo que el error está en creer que se nace para ser feliz, ¡cómo se le ocurre! Nadie llega a esta vida "para ser feliz". Es una arrogancia muy grande pensar de esa manera. A esta vida se llega para TRATAR de ser lo más feliz posible, con todas las tristezas, dificultades, soledades y complicaciones que presenta normalmente la existencia.
A veces pienso que las historias que nos contaron cuando niños tienen buena parte de responsabilidad en la decepción que puede producir la vida cuando adultos. ¿Recuerda esos cuentos que nos contaban antes de dormir? Eran unos cuentos preciosos, qué duda cabe, pero salpicados de verdades falsas: que uno iba a encontrar al príncipe azul y se iba a casar con él, iban a tener muchos hijos y serían inmensamente felices para siempre, amén de millonarios, porque en los cuentos infantiles nadie paga la cuenta de la luz, no existen las hipotecas de las casas y todos nacen con un Cadillac en la puerta. Que no importaba nada que la madrastra fuera una bruja que anduviera siempre por el castillo envenenándole el corazón a la familia; no importaba nada, porque la madrastra se iba a morir envenenada por una manzana, y los hijos y el papá iban a poder ser felices otra vez.
La vida no es así, degraciadamente no es así. El príncipe azul suele ser un gordito medio machista y de genio atravesado, que hay que tratar de aguantar con la mejor cara posible, y las madrastras suelen enterrar a toda la familia y morirse ellas de últimas.
No quiero insinuar que a esta vida se llega para llorar a corazón apretado, secarse de dolor y luego morirse crespa de angustia y con el alma avinagrada; por supuesto que no, pero tampoco hay que creer que a una la mandaron a este planeta a recoger una felicidad que merecía por obra y gracia del Espíritu Santo o sabe Dios de quién, porque ahí es cuando sobrevienen las decepciones. Lo cierto es que una ni sabe de dónde viene ni para dónde va; sin embargo, de que le entregaron a una un vaso con agua hasta la mitad, no hay duda. Y de usted depende si ese vaso está medio lleno o medio vacío.
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 27 DE 1994