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noviembre 10, 2015
Sin lugar a dudas, el mundo nunca ha visto una potranca mejor que Ruffian.
Por Gene Smith.
RUFFIAN NACIÓ en el rancho Claiborne, de Kentucky, en abril de 1972. Era propiedad de Barbara Janney y de su esposo, Stuart. La potranquita era grande, tenía excelente equilibrio y un cuerpo perfectamente proporcionado.
En la primavera de 1974 llegó al hipódromo de Belmont Park, en las afueras de la Ciudad de Nueva York. Su entrenador, Frank Whiteley, viejo lobo de mar, le comentó a uno de sus ayudantes algo muy extraño sobre Ruffian. Es tradición inmemorial en el mundo de las carreras que el entrenador no debe elogiar demasiado a un caballo, para no provocar la ira de los dioses que determinan cuál animal gana por una nariz y cuál no. Así pues, Yates Kennedy se sorprendió en extremo cuando Whiteley le dijo:
—Te voy a poner a lomos del animal más veloz que hayas montado.
El primer día que Yates Kennedy llevó a correr a Ruffian, se dio cuenta de que tenía un paso larguísimo y fluido. Tiempo después, habría de asegurarle a Jane Schwartz, autora de la biografía titulada Ruffian: Burning From the Start ("Ruffian: en llamas desde la salida"), que, entre tranco y tranco, la potranca parecía sostenerse en el aire como si la impulsara una vela. Kennedy —al igual que todos los jinetes que habrían de montar a Ruffian— se convenció de que, más que navegar, volaba.
En mayo ganó su carrera de estreno por 15 cuerpos, y al mes siguiente la inscribieron en el torneo Fashion Stakes, de Belmont. De los seis caballos jóvenes que aguardaban en el arrancadero, tres no conocían la derrota. Ruffian venció sin mayor esfuerzo por casi siete cuerpos en un tiempo que no había hecho hasta entonces ningún ganador de una prueba de 5 1/2 furlongs* . Y un mes después estableció una nueva marca en las carreras de Astoria. "Le sobró velocidad", informó el periódico The Daily Racing Form.
En el premio Spinaway de Saratoga, en agosto, Ruffian llevaba una ventaja de tres cuerpos en la penúltima recta. Como los dueños no querían que la potranca se esforzara innecesariamente, el jockey Vince Bracciale intentó frenarla, y poco faltó para que la estrangulara porque el animal se resistía a aminorar el paso. Ruffian parecía empeñada en asombrar al mundo.
La potranca ganó por 13 cuerpos. Cuando acababa de cruzar la meta, le preguntaron a Bracciale cuánto tiempo creía haber hecho, y él dijo que seguramente un minuto con once segundos.
—La verdad es que no la dejé correr —comentó.
Pero al acercarse a la gradería principal vio el tablero: 1:08 3/5, un nuevo récord no sólo para el premio Spinaway, sino para las carreras de seis furlongs con caballos de dos años en toda la historia de Saratoga.
Transcurrido un mes, le avisaron a Whiteley una mañana que Ruffian no se había terminado su ración de grano de las 4 de la madrugada. Él le tomó la temperatura y vio que estaba un poco alta, y luego notó que pisaba de una manera rara al dar vuelta. Más tarde, los rayos X indicaron que había una fisura insignificante en el tobillo trasero derecho. Los veterinarios le pusieron un vendaje de algodón sostenido con elástico y la enviaron a su cuadra.
Siete meses después, Ruffian regresó a las carreras, más grande y hermosa que nunca. En enero de 1975, en el premio Eclipse, el más importante de las carreras de caballos, la nombraron la mejor potranca dosañera entre más de 25,000 ejemplares pura sangre.
La inscribie la llamada "triple corona de potrancas" (las carreras Acorn, Mother Goose y del Club de Entrenamiento American Oaks), y ganó las tres sin esforzarse demasiado y estableciendo nuevamente marcas. The Racing Form la llamó "invencible". Ni Secretariat, ni Citation, ni Man O' War lo habían sido. En uno u otro momento, todos ellos habían mordido el polvo.
Ruffian ya no tenía más terrenos que conquistar; salvo uno: jamás había competido contra un potro.
Hoy en día rara vez se realizan carreras parejeras, sobre todo entre un potro y una potranca, pues los machos son más fuertes. Pero había dos competidores notables. Foolish Pleasure era el mejor potro del país. Se perfilaba como posible ganador en el Derby de Kentucky, pues había salido victorioso en 11 de sus 14 carreras. No era un animal particularmente grande, pero sí robusto. En circunstancias normales se habría considerado un disparate enfrentarlo a una potranca, pero Ruffian había roto las marcas de siete premios y había ganado por un promedio de ocho cuerpos las diez carreras en las que había participado.
Así pues, se entabló la batalla de los sexos. El hipódromo de Belmont Park fijó una bolsa de 225,000 dólares para el ganador y 125,000 para el perdedor. Dos kilómetros, macho contra hembra, el domingo 6 de julio de 1975. Hasta quienes jamás habían pisado un hipódromo se interesaron en "la gran carrera".
El martes anterior se congregaron numerosos aficionados en la escalinata de la Biblioteca Pública de Nueva York a fin de hacerle publicidad a la carrera. En los establecimientos en que se realizaban apuestas fuera del hipódromo, se distribuyeron 200,000 prendedores que decían unos ÉL, y otros, ELLA, y pronto se comenzó a ver por todas partes gente con alguno de los prendedores en la ropa, dependiendo de qué caballo fuera su favorito.
Contra todo lo acostumbrado, la Asociación Hípica de Nueva York anunció que se iban a pesar los dos contendientes antes del encuentro. Ruffian pesó 510 kilos; Foolish Pleasure, 481. Y la hembra aventajaba en alzada a su contrincante por 7.5 centímetros. El pronosticador de Belmont la señaló a ella como probable favorita.
La tarde de la carrera, 50,000 personas llenaron las tribunas del hipódromo y unos 13 millones de televidentes vieron el programa especial que se transmitió. En el círculo de ganadores estaban los cheques, con el nombre del acreedor en blanco, y un trofeo de 200 años de antigüedad.
Los caballos se aproximaron a la salida, en el lado de la pista opuesto al de la gradería principal. A Ruffian le tocó en suerte el carril interior, y a Foolish Pleasure, el exterior.
"¡Arrancan!", gritó el anunciador, y las puertas se abrieron.
Foolish Pleasure salió primero, pero unas cuantas zancadas después Ruffian se le emparejó y adelantó varios centímetros su nariz. Corrieron al parejo hasta completar el primer cuarto en 22 1/5, y todo hacía pensar que iban a desarrollar una velocidad jamás alcanzada por dos caballos en una carrera relativamente larga. El público, casi no veía al potro, pues Ruffian lo tapaba por completo.
Pero poco a poco se le empezó a ver la cola y la grupa. Ruffian se adelantaba. Ambos volaban por la recta opuesta. Los jinetes iban encaramados sobre el cuello de sus caballos, con los codos retraídos, la cabeza baja y las rodillas juntas. La potranca ganó terreno, y a los 600 metros ya llevaba medio cuerpo de ventaja.
Entonces sobrevino la desgracia. Ambos jockeys oyeron un crujido, como el de una rama que se rompiera. Ruffian había dado lo que la gente del medio hípico llama "un mal paso". En ese momento empezó a chocar contra el potro.
El jockey, Jacinto Vásquez, tiró de las riendas con fuerza, pero la potranca no se detuvo. Por seguir corriendo, se hizo añicos el tobillo delantero derecho. Unas astillas de hueso, filosas como vidrios, le estaban desgarrando la piel, pero la bestia no paraba de correr.
La gente tuvo la impresión de que Foolish Pleasure aceleraba muchísimo, porque de repente dejó atrás a Ruffian. Unos 65 metros más adelante, la potranca se tambaleó hacia la derecha. En ese momento, todo el mundo comprendió lo que pasaba.
—¡Ruffian se lesionó! —gritó en el micrófono Chic Anderson, el locutor de la televisión.
Jacinto Vásquez tuvo que echar mano de todas sus fuerzas para frenarla. La potranca iba tambaleándose, a punto de caer. El jockey desmontó de inmediato y trató de sosegarla. Ruffian se había desgarrado arterias, ligamentos y tendones. En las gradas, el griterío dio paso a un silencio absoluto.
Foolish Pleasure terminó la carrera en poco más de dos minutos, pero casi nadie le prestó atención. Frank Whiteley saltó de su asiento y se fue en auto al otro lado de la pista. El doctor Manuel Gilman, veterinario del hipódromo, encontró a la potranca cubierta de sudor espumoso, con los ojos en blanco y la herida llena de tierra. Se notaba a leguas que el animal sufría un dolor terrible. Si hubiera sido cualquier otro caballo, la habrían matado allí mismo, pero era la mejor potranca que había existido jamás.
Gilman le colocó una férula inflable para que le mantuviera temporalmente la pata rígida y en su lugar. Luego metieron a la potranca en la ambulancia del hipódromo y se la llevaron a la caballeriza. Iban a intentar salvarla no con el propósito de que volviera a correr, sino por tratarse de ella.
Jim Prendergast, veterinario de establo de Whiteley, le inyectó anti-coagulantes, antibióticos, antihistamínicos y narcóticos analgésicos. Pero ni así se le calmó el terrible dolor, y Ruffian se agitaba y pateaba las paredes del establo.
Los rayos X mostraron la gravedad de su lesión. Dada su continua excitación, no había más alternativa que operarla de inmediato. En un hospital de caballos contiguo al hipódromo, los médicos le acomodaron con cuidado los fragmentos de hueso. Luego le pusieron una bota envuelta en yeso, la pasaron a la sala de recuperación y la acostaron en un piso acolchonado. Sin embargo, no podía quedarse así mucho tiempo. Los caballos necesitan estar erguidos. Si permanecen acostados durante un periodo largo, puede sobrevenirles una parálisis o una neumonía.
Antes de las 2 de la mañana empezaron a desaparecer los efectos de la anestesia. Tumbada sobre su costado, Ruffian comenzó a estirarse y a mover las patas más y más rápidamente. Estaba tratando de correr.
Inútilmente intentaron sujetarla. Acaso quería huir del dolor que la atormentaba, o creía encontrarse aún en la pista, volando delante de Foolish Pleasure.
La bota se le aflojó y se le desprendió y, en consecuencia, se le abrió la herida. Los veterinarios le inyectaron sedantes hasta dormirla de nuevo. ¿Otra operación? Consultaron por teléfono a los dueños.
—¡Por favor, no la dejen sufrir más! —les pidió Stuart Janney.
Aquella fractura podría habérsele tratado si ella no hubiera seguido corriendo, pero ahora se habían extinguido casi todas las esperanzas de recuperación.
—Lo mismo que la llevó a la victoria, la llevó a la muerte —comentó Prendergast.
A las 2:20 de la mañana le inyectaron una dosis masiva de fenobarbital y, según alguien dijo, Ruffian se fue a correr en otras pistas.
Ese día por la tarde, al terminar las carreras, unas 40 personas se reunieron junto al asta del hipódromo de Belmont Park, mientras cientos de visitantes observaban a la distancia. Una excavadora abrió la fosa. Nunca antes se había enterrado un caballo en un hipódromo de la Asociación Hípica de Nueva York.
La misma ambulancia que se había llevado de la pista a Ruffian unas 27 horas antes se acercó despacio. Las portezuelas se abrieron, y una grúa hidráulica sacó de ella un voluminoso envoltorio blanco que luego metió a la fosa. Un entrenador lo cubrió con dos mantas que Ruffian había usado, y otras personas le arrojaron flores. La excavadora rellenó la fosa. Encima se colocó una ofrenda floral en forma de herradura, y la gente se alejó a la luz del crepúsculo.
Los aficionados todavía envían flores a veces para que las coloquen junto a la lápida donde están inscritos los triunfos de la que con toda seguridad ha sido la mejor potranca de la historia, y bajo la cual yace Ruffian con la cabeza apuntando a la meta.
CONDENSADO DE "AMERICAN HERITAGE" (SEPTIEMBRE DE 1993). ©1993 POR AMERICAN HERITAGE, INC., DE NUEVA YORK, NUEVA YORK. FOTO: © DAN BALIOTTI/SPORTS ILLUSTRATED. PRENDEDORES: (FOOLISH PLEASURE), CORTESÍA DE JIM EVANGELOU / THOROUGHBRED MEMORIES; (RUFFIAN), CORTESÍA DE BOB COGLIANESE.
* Un furlong equivale a 201 metros.