Publicado en
octubre 01, 2015
¿Por qué se toleran abusos de la justicia que hacen sufrir a los inocentes y dejan sin castigo a los malhechores?
COMPILACIÓN
¿NADIE SE DIO CUENTA?
SEGÚN los funcionarios encargados de la aplicación de la ley, Henry Wallace es un espantoso ejemplo de cómo puede fallar un sistema que a menudo depende de la policía y los tribunales locales, que cuentan con poco personal, para enfrentarse al creciente número de delincuentes.
A Wallace lo detuvieron por allanamiento de morada en el estado de Washington, en enero de 1988, delito por el cual pasó ocho días en la cárcel. Como violó su libertad condicional, se giró una orden de captura a nivel nacional.
Wallace se marchó a Carolina del Sur, donde dos años después fue acusado de conducta sexual criminal en agravio de una chica de 16 años. Las autoridades ignoraban la existencia de la orden del estado de Washington, así que le permitieron participar en un programa especial para delincuentes no violentos en lugar de someterlo a juicio. Le exigieron realizar un servicio social y pagar parte del tratamiento psicológico de la víctima.
Antes de un año, detuvieron y condenaron a Wallace por allanamiento de morada y robo, pero cumplió menos de cuatro meses de una sentencia a diez años de prisión. En 1992 lo arrestaron en Rock Hill, Carolina del Sur, nuevamente por conducta sexual criminal, pero salió de la cárcel bajo la promesa de regresar para presentarse a juicio.
Hoy Wallace se encuentra encarcelado en Charlotte, Carolina del Norte, donde aguarda que lo procesen por el asesinato de diez mujeres; todas ellas perdieron la vida mientras las autoridades del estado de Washington buscaban al malhechor.
—Dave Moniz y Twila Decker
BONITA RECOMPENSA
CUANDO a Jay Dubner, administrador de educación especial, lo arrestaron, condenaron y enviaron a prisión en 1990 por vender cocaína a unos policías secretos, los funcionaríos del distrito escolar pensaron que sería fácil cesarlo de su empleo.
No fue así. Al cabo de cinco años y de más de 185,000 dólares que el consejo de educación gastó en procedimientos disciplinarios, Dubner conserva la opción de trabajar para el distrito escolar.
Como gozaba de permanencia en el puesto, no lo despidieron después de su arresto en mayo de 1989, sino que lo transfirieron a la oficina central del consejo. Cobró su salario por incapacidad médica durante las cinco semanas en que participó en un programa de rehabilitación para drogadictos; luego se reintegró a su trabajo mientras continuaba el tratamiento. En junio de 1990, como parte de una negociación con la fiscalía, Dubner se declaró culpable de un cargo por vender drogas.
Al iniciarse el periodo lectivo de otoño, Dubner, todavía en la cárcel, pidió licencia sin goce de sueldo, pero no por mucho tiempo. En noviembre de 1990, gracias a su condición de maestro, ingresó en un programa de liberación anticipada que le permitió trabajar en su puesto en el consejo y pasar sólo tres noches por semana en la penitenciaría.
A principios de 1991, se integró una junta disciplinaria que, después de diez meses, declaró culpable a Dubner. El consejo lo despidió en mayo de 1992.
Cuando Dubner apeló esta decisión, el comisionado de educación Thomas Sobol le redujo la pena a dos años de suspensión sin goce de sueldo. Sobol dijo que el despido era una medida demasiado severa, tomada cuenta de que Dubner se había rehabilitado. Al concluir la suspensión en mayo pasado, Dubner recuperó la categoría de empleado permanente y pidió licencia sin goce de sueldo.
—Sam Dillon, en el Times de Nueva York
INCORREGIBLE
EN FEBRERO de 1992, la juez miró al callado joven de 16 años que había apuntado una pistola a la cabeza de Roy David Dunsmore, de 17, y luego había apretado el gatillo —una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, por lo menos siete veces—, y pronunció la sentencia: de uno a 15 años de prisión, que se suspenderían si pasaba tres años de libertad. condicional.
Creo que en tu alma hay algo más que violencia—le dijo la juez Leslie Lewis a John Connor—. No eres basura, sino un ser humano.
El 13 de mayo de 1991, el delincuente y su víctima comenzaron a discutir sobre quién de ellos debía guardar una suma de dinero, que no llegaba a 100 dólares. Armado con una pistola de calibre .22, Connor llevó en su automóvil a Dunsmore y otro chico, Leif Taylor, a un terreno descampado a varios kilómetros de sus hogares. Allí disparó el arma, quizá para probarla o para ver si alguien oía la detonación.
Según el testimonio de Taylor, Connor quitó entonces el cargador y se lo dio a Dunsmore.
—Esta pistola se está trabando —le dijo—. ¿Quieres revisar esto?
Mientras Dunsmore examinaba el cargador, Connor le puso al arma otro cargador y le disparó en la cabeza.
Cuando la víctima cayó, Connor le apuntó al ojo derecho y le descerrajó varios tiros más. Luego regresó al auto y volvió a cargar la pistola. Hizo un último disparo a la cabeza y otro al pecho.
—Acabas de presenciar un verdadero asesinato —le dijo Connor a Taylor.
Aunque el acusado se declaró culpable de homicidio simple, la juez Lewis aceptó una solicitud para reducir el cargo a homicidio impremeditado. Le suspendió la sentencia de prisión y le dio tres años de libertad condicional. Entre los términos de esta última figuraban un año de cárcel y la obligación de terminar, con buenos resultados, el programa del Asilo Odyssey, un centro residencial para drogadictos.
Al cabo de siete meses, la juez suspendió el tiempo que le restaba por cumplir en la cárcel y lo transfirió al Asilo Odyssey. Sin embargo, en mayo de 1993, el joven abandonó el centro, aunque se entregó unos días después. La juez lo sentenció entonces a cinco meses de prisión, pero le dio otra oportunidad y lo volvió a enviar al Asilo Odyssey. En abril Connor huyó por segunda ocasión y, tras su captura, cumple ahora su condena original en la prisión.
Jim Alcock, detective de Salt Lake City, dice que la rehabilitación puede resultar eficaz, pero que Connor "no es el mejor candidato".
—Vince Horiuchi, en Salt Lake Tribune
BREVE CONDENA
FUE UN DÍA de mucha actividad para Willie Royster. El 4 de agosto de 1993, en un lapso de seis horas, golpeó a un taxista en la cabeza con una llave para desmontar neumáticos, amenazó a otro con un cuchillo y estranguló a un tercero. Dos meses antes, había asaltado a otro taxista.
Royster, de 33 años, no impugnó cuatro cargos de robo con arma letal ni tres de agresión con agravantes. Como tenía antecedentes de allanamiento de morada y otros delitos, el fiscal Ken Padowitz pidió a la juez que condenara al acusado a 50 años de cárcel. También solicitó que se le sentenciara como a un delincuente profesional violento, lo cual significaba que probablemente tuviera que cumplir por lo menos 50 por ciento de su condena.
La juez Susan Lebow sentenció a Royster a la pena mínima de acuerdo con los lineamientos estatales: siete años. Sin embargo, debido a la sobrepoblación de las penitenciarías, los fiscales creen que Royster pasará mucho menos tiempo tras las rejas.
—Barbara Walsh, en el Sun-Sentinel de Fort Lauderdale, Florida