Publicado en
octubre 31, 2015
MI HIJO, estudiante de psicología que figuró en el cuadro de honór durante su primer año en la universidad, me llamó por teléfono semanas después de iniciar el segundo año.
—¡Mamá! —me dijo, muy animado—. He descubierto la clave para sobrevivir en la universidad. Las calificaciones no son lo importante, sino la calidad de lo que uno aprende y cómo lo aplica en la vida cotidiana. ¡No sabes cuánto me alegra haber llegado a esta conclusión!
—Muy bien, pero, ¿a qué viene todo eso? —pregunté.
—A que reprobé matemáticas.
—B.C.F.
MI CLASE de manejo de personal se componía principalmente de adultos que trabajaban. Una noche en que hablábamos de enriquecimiento laboral, el maestro preguntó si a alguno de nosotros le gustaría hacer durante el resto de su vida lo que había hecho ese día. Un estudiante de las últimas filas levantó la mano. Sorprendido, el maestro le preguntó:
—¿Qué hiciste hoy?
—Me tomé el día libre —contestó el otro con una sonrisa.
—D.A.G.
UN SENADOR que había sido invitado a una graduación en cierta universidad inició así su discurso: "Como ustedes saben, el orador en estas ceremonias es como el difunto en un funeral. Tiene que cumplir con su papel, pero nadie espera que diga gran cosa".
—C.D.
ALGUNOS DE LOS AMIGOS de Rhonda, profesora universitaria, le concertamos una cita con alguien a quien ella no conocía. Como la mujer tiene fama de pasarse la vida con la nariz entre los libros, le advertimos al candidato que probablemente se vestiría en forma muy recatada, dado su carácter intelectual. Cuál no sería nuestra sorpresa cuando la vimos llegar con un vestido escotado y la falda abierta hasta el muslo. Sorprendido, el que iba a ser su acompañante exclamó:
—¡Vaya! ¡No se te ven los sesos por ningún lado!
—B.B.
ILUSTRACIÓN: TERRY SIRRELL