CAMPOS SEMBRADOS DE MUERTE
Publicado en
octubre 23, 2015
Cien millones de minas terrestres —algunas de las cuales son imposibles de detectar— están matando y dejando lisiados a muchos civiles inocentes de todo el mundo.
Por Rudolph Chelminski.
EN EL INCLEMENTE calor de Camboya, la viuda lloraba al recordar aquel día de abril de 1989 en que una mina explotó bajo sus pies. Su esposo había muerto en combate; su hijo de nueve años había desaparecido. Voin Lonn llevaba cuatro días caminando por la selva en busca de su hijo, cuando de pronto escuchó un ruido terrible y se desmayó. Al recobrar la conciencia sintió un dolor lacerante, y vio una masa sanguinolenta donde antes tenía la pierna derecha. Había pisado una mina.
El campesino Luis Upeme yacía en el suelo de una sala maloliente e infestada de moscas del Hospital Josina Machel, en Luanda, Angola. A pesar de la escasez de anestésicos y antibióticos, los médicos acababan de amputarle la pierna izquierda por encima de la rodilla. Upeme había pisado una de los 9 millones de minas terrestres sembradas por las fuerzas rebeldes y por las fuerzas gubernamentales de Angola con la intención de hacer daño a los civiles.
Estas son apenas dos víctimas del arma más traicionera y cruel de la guerra moderna: la mina terrestre diseñada específicamente para lesionar a seres humanos. En Angola hay por lo menos 20,000 mutilados a causa de estos artefactos. En Camboya hay unos 35.000, según se cree, y muchos de ellos también han quedado ciegos. En Afganistán, las minas colocadas tras la invasión soviética de 1979 han matado o herido a decenas de miles de personas.
En total, más de 600 personas mueren o resultan heridas cada mes a causa de las minas, lo cual suma ya alrededor de 1 millón de muertes desde el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. Pero no acaba ahí la cosa. Se calcula que hay 100 millones de minas diseminadas por todo el mundo, cebadas y listas para estallar.
VERDADERAS GANGAS
La capacidad destructiva de las minas terrestres se ha incrementado de manera impresionante desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los planificadores y los fabricantes llegaron a la escalofriante conclusión de que daba mejores resultados mutilar que matar. El teniente coronel P. R. Courtney-Green, autor del libro A mmunition for the Land Battle ("Pertrechos para la batalla terrestre"), explica: "Un soldado herido desmoraliza más a sus camaradas que uno muerto, y representa, además, una carga económica para los servicios médicos y logísticos de su bando".
Esta cruel verdad dio origen a la mina moderna, que puede ser tan pequeña y ligera como una pastilla de jabón de baño (20 gramos de TNT bastan para arrancar un pie) y es fácil de fabricar, almacenar y transportar. Ni siquiera requiere de metralla, pues la explosión basta para que se le tenga que amputar un miembro a la víctima.
Además, son baratas. La mina china Tipo 72 cuesta unos tres dólares. Y en el mercado negro pueden conseguirse incluso por menos dinero. Las minas constituyen un mercado de muerte que alcanza en todo el orbe un valor de entre 50 y 200 millones de dólares anuales. En él participan al menos 78 fabricantes de 44 países, entre los cuales figuran Venezuela, Austria, Pakistán, El Salvador y Estados Unidos.
La demanda procede principalmente de los países del Tercer Mundo, cuyas "guerras populares" de corte revolucionario arrastran a la población civil a conflictos entre ejércitos heterogéneos encabezados por comandantes sin escrúpulos. En estos mortíferos conflictos, las minas —empleadas originalmente como recurso defensivo— han adquirido un carácter ofensivo completamente nuevo. Colocadas en carreteras, senderos y pozos, pueden conducir al enemigo a trampas ingeniosas, pero también dejan aterrorizados durante años a los pobladores del lugar.
MARIPOSA INFERNAL
Si un cabecilla considera que una comunidad entera es hostil, nada le impide minar las tierras de cultivo y los pastizales con el objeto de provocar una hambruna. Eso hizo Saddam Hussein en 1988, cuando lanzó la campaña "Anfal" contra la antigua región del Kurdistán, perteneciente al propio Irak. Sus tropas bombardearon las aldeas y luego derribaron las ruinas, tras lo cual minaron los escombros para que nunca nadie volviera a habitar esa tierra.
Algunos de los tiranos de África no se quedan muy a la zaga de Hussein. Según el Departamento de Estado de Estados Unidos, en 18 países africanos hay sembradas entre 18 y 30 millones de minas. En Sudán, donde los musulmanes del norte libran una guerra genocida contra los cristianos y otros grupos del sur, se han minado los campos para "impedir el acceso de la población a los alimentos y al agua", afirma David Gowdey, ex funcionario del Departamento de Estado. "¿No es eso una siembra de terror?"
En Afganistán, el Ejército Rojo llevó a cabo lo que, en opinión de algunos expertos, es la operación de minado más ambiciosa de todos los tiempos: arrojaron desde sus helicópteros y aviones millones de minas "dispersables". La más mortífera de ellas fue la PFM-1, o "loro verde", artefacto de plástico provisto de alas que revolotean hasta el suelo como una mariposa infernal. Como parece juguete, va a mutilar a los niños durante muchos años.
"En Afganistán, Camboya, el Kurdistán, Mozambique y otros lugares, las minas acarrean consecuencias no menos graves que la hambruna", señala Rae McGrath del Grupo Asesor sobre Minas (GAM). "Los pequeños de siete u ocho años se ven obligados a decidir si vale la pena correr el riesgo de volar en pedazos para llevar a pastar las ovejas".
Cuando tenía 45 años y luego de haber servido en el ejército británico durante casi dos décadas, McGrath empezó a dedicarse al trabajo humanitario. En 1990 fundó el GAM con miras a ayudar a que los campos minados vuelvan a la normalidad.
MALEZA MORTIFERA
Financiado por la Comunidad Europea y otros organismos, el GAM cuenta con cerca de 500 miembros —entre desactivadores de minas y personal de apoyo—, y es la principal institución no gubernamental que se dedica a eliminar estos artefactos. Sus expertos enseñan a las poblaciones locales a identificar y limpiar los campos minados.
En octubre de 1993, un equipo del GAM acudió a Suay Geath, aldea camboyana que fue escenario de una intensa lucha entre fuerzas vietnamitas y camboyanas. El equipo encontró minas por doquier.
El jefe de la aldea, Phlork Kob, les refirió cómo se había transformado la vida de la aldea a raíz de los combates. A causa de las minas, los niños ya no iban a los campos ni a los bosques. Los campesinos habían abandonado cerca de un tercio de la tierra que dedicaban al cultivo del arroz, por lo cual los alimentos escaseaban. Hasta entonces, cuatro hombres y una mujer habían perdido una pierna, o las dos.
Beng Veng, pueblecito situado a unos kilómetros de ahí, también estaba siendo limpiado de minas por un equipo de 32 especialistas camboyanos del GAM, dirigido por Russell Bedford, capitán retirado del cuerpo de Reales Ingenieros británicos. Vestidos con overoles verdes, los desactivadores de minas portaban detectores de metales y llevaban chalecos antiproyectiles balísticos y cascos protectores contra explosiones, dotados de visores de alta resistencia a los impactos. Apostados en corredores sin minas delimitados con cinta de color rojo y blanco, la mitad de los hombres observaban mientras los otros cortaban cuidadosamente la maleza con tijeras para jardín.
"La maleza es enemiga de los eliminadores de minas", dijo Bedford. "Antes de limpiar una zona, indefectiblemente debemos desbrozarla por completo y luego buscar las minas. El trabajo se realiza en parejas: un hombre aparta los mortales artefactos mientras el otro lo observa y lo saca del lugar si resulta herido". Es una labor lenta. "Calculo que nos tardaremos unos 50 años en despejar Camboya".
DISEÑO DIABOLICO
A cierta distancia, donde ya se había desbrozado la maleza, otros hombres estaban de rodillas, tanteando la tierra con unos instrumentos de mango azul semejantes a cuchillos de caza. Suavemente, pero con firmeza, hendían la tierra con las largas hojas de sus instrumentos, formando apenas un ángulo; buscaban la cubierta de plástico que indica que han dado con el costado de una mina. Avanzaban lentamente, y a cada paso el corredor sin minas era mayor.
Puede ocurrir que un removedor de minas trabaje meses y meses sin que se produzca un solo percance, y, olvidando lo arriesgado de su labor, haga a un lado la cautela y empiece a sondear con brusquedad. También existe el constante peligro de las trampas explosivas: minas enterradas bajo otras, y diseñadas para estallar en cuanto el operario alza la primera. Los artefactos también pueden colocarse deliberadamente de lado, de modo que la plancha que responde a la presión reciba todo el impacto de la sonda del desactivador. Un empujón demasiado enérgico, y se acabó.
Por si fuera poco, cada vez se diseñan minas más y más diabólicas: hay modelos con espoletas químicas y partes de plástico "invisibles" para los detectores de metales, y también con dispositivos por los cuales el artefacto explota si se le inclina diez grados.
"Estas minas indetectables o inamovibles son particularmente útiles para los ejércitos insurgentes que desean destruir la infraestructura de un país", señala Paul Jefferson, experto en minas. "Las prefieren, porque matan a montones de personas".
Jefferson mismo quedó ciego y perdió una pierna a resultas de las heridas que sufrió hace tres años en Kuwait, cuando caminaba por una zona supuestamente despejada. Pisó una mina PMN de fabricación rusa y pasó a engrosar las filas de las víctimas de estas armas brutales.
SORDIDA TRAYECTORIA
La matanza ha adquirido tales dimensiones, que algunas personas de razón se han unido para intentar detenerla. Alarmado por la avalancha de reportes de desmoralizados cirujanos de campo, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), cuya sede se encuentra en Ginebra, se ha sumado a este esfuerzo. En un simposio patrocinado por el CICR en abril de 1993 y celebrado en Suiza, Ferruccio Petracco, periodista italiano especializado en economía, reveló que la compañía italiana Valsella Meccanotecnica —la mitad de la cual pertenece a la empresa Fiat— vendió 9 millones de minas a Irak entre 1983 y 1985.
El producto de Valsella causó un enorme sufrimiento a miles de escolares iraníes. Durante la guerra en que se enfrentaron Irán e Irak de 1980 a 1988, grupos enteros de escolares fueron llevados al frente como "avanzada" y obligados a caminar sobre los campos minados enemigos. Anteriormente, Teherán había empleado ovejas para ese fin, pero luego consideró que también los niños debían colaborar con el esfuerzo bélico. Para su tranquilidad, los niños tenían garantizado el cielo en caso de morir, pues habían participado en una misión "sagrada". A los sobrevivientes que "sólo" perdían algún miembro se les daban piernas de madera.
En algún momento, las autoridades le negaron a Valsella las licencias de exportación para efectuar sus envíos desde Italia. Entonces, la empresa discurrió trasladar la producción a una compañía recién fundada en Singapur. Dicha transacción le reportó 180 millones de dólares. "Resulta imposible creer que el gobierno italiano, y menos aún su servicio secreto, no estuviera al tanto de esas ventas", afirmó Ferruccio Petracco.
Gracias a una labor de investigación de primer orden y a una táctica de mercadotecnia muy sagaz, Valsella es hoy uno de los principales productores mundiales de minas. La compañía se halla a la vanguardia por lo que toca a lo ingenioso de sus diseños: minas de distintos colores, al gustó del cliente, para que se confundan con el trasfondo; mecanismos de trampas explosivas; plásticos indetectables resistentes a cualquier contraataque...
El 14 de septiembre pasado, el Senado de Estados Unidos decidió por unanimidad ampliar tres años más la moratoria a la exportación de minas de fabricación estadounidense. La moratoria ha brindado a la campaña internacional contra las minas el impulso que tanto necesitaba. En 1993, Francia determinó también poner un alto a la exportación de minas. El Parlamento Europeo ha emitido una resolución en la que insta a sus integrantes a imponer una moratoria de cinco años.
En diciembre pasado, la ONU invitó al mundo a prohibir la exportación de minas y a celebrar una conferencia sobre el tema.
En la actualidad, la única ley internacional que restringe el uso de minas terrestres es el Protocolo II de un convenio de la ONU, celebrado en 1980. Ratificado tan sólo por 40 naciones (entre las cuales se cuentan Guatemala, México y Ecuador), el protocolo se aplica solamente a las guerras internacionales, y no a los conflictos internos. "Tal como están las cosas, uno puede hacerle lo que le venga en gana a su propia gente", dice Toni Pfanner, jefe de la División Jurídica del CICR, en Ginebra. "Es evidente que este tratado debe revisarse o remplazarse".
POSTURA FIRME
Para combatir la creciente amenaza que representan las minas terrestres, la comunidad internacional tendría que tomar las siguientes medidas como punto de partida:
• Deben proscribirse las minas y los dispositivos indetectables, sin componentes de metal, que matan o hieren a quienes pretenden desactivarlos. Dichas armas carecen de uso militar: su único propósito es matar indiscriminadamente, en especial a los civiles.
• Las minas deben estar equipadas con mecanismos de autodestrucción que las inutilicen después de un corto periodo.
• Se deben promulgar leyes que obliguen a levantar planos y a demarcar los campos minados.
• Debe destinarse más dinero a buscar mejores técnicas de detección y remoción de minas. Es absurdo que, para buscar estas armas, la gente siga teniendo que ponerse de rodillas y tomar unas tijeras, como si fueran jardineros.
Un nuevo acuerdo internacional proporcionaría un marco de principios legales y morales irrefutables que ningún Estado o grupo armado podría trasgredir sin convertirse en criminal a los ojos de las naciones civilizadas. Los infractores deberían afrontar consecuencias muy serias.
"Nada tengo contra los debates de la ONU", apunta Rae McGrath, "pero la respuesta ha de venir en última instancia de la gente común y corriente. El pueblo debe presionar a su gobierno para que se oponga a estos repulsivos asesinos. Quienes no hayan estado en Camboya o en el Kurdistán, no se imaginan la miseria en que viven esos pueblos. Cuando uno sabe que algo está mal, no debe cruzarse de brazos".