DETRÁS DE CADA GRAN HOMBRE
Publicado en
octubre 30, 2015
Según mi abuelo, detrás de cada gran hombre (¿qué entendería él por gran hombre?), hay una gran mujer. Pero según mi abuela, lo que hay detrás de un gran hombre es una mujer agobiada por los compromisos del marido, cruzando los dedos para que a su cónyuge le dé un infarto y la deje, ¡por fin!, vivir en paz.
Por Elizabeth Subercaseaux.
A mi abuelo le encantaba la famosa frase que dice: "Detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer". La enunciaba con tanta frecuencia, que yo llegué a creer que la había inventado él mismo.
Cuando a mi abuela le entraba esa predepresión que solía bajarle una vez al mes, y suspiraba: "¡Ay, Demetrio! Qué daría por ser hombre", mi abuelo se estiraba las mangas de la camisa, enderezaba la cabeza, ponía cara de abogado y replicaba: "No escupas al cielo, Virginia, mira que detrás de cada gran hombre, hay una gran mujer, y yo soy un gran hombre." Ella se quedaba contemplándolo en silencio, sabiendo desde toda la vida que no valía la pena discutir. Para empezar a conversar, ella no estaba nada convencida de que mi abuelo fuese un gran hombre. Grandes hombres habían sido el emperador Adriano, Clark Gable, Simón Bolívar, Albert Einstein, Robert Schumann, Leonardo da Vinci, Leon Tolstoi y Jesús, ¿cómo podría compararse al adefesio de mi abuelo con alguno de ellos? Además, detrás de cada gran hombre no había ninguna gran mujer, sino una señora furiosa por tener que andar poniendo la cara para los fotógrafos y los periodistas, y antes de que existieran los fotógrafos y los periodistas, para los trogloditas de la edad de piedra. Lo que había detrás de cada gran hombre, según mi abuela, era una esposa agobiada con los compromisos del marido, cruzando los dedos para que al gran hombre le diera un infarto de una vez por todas y la dejara vivir en paz.
Es probable que mi abuela exagerara un poco las cosas, pero lo cierto es que este cuento de la gran mujer detrás del gran hombre no es más que una patraña histórica en la cual ya no cree nadie, y si las señoras de los hombres famosos pasan la vida detrás de sus esposos, no es específicamente porque sean "grandes mujeres", sino porque al troglodita le daría un ataque si su mujer comenzara a sobresalir y a convertirse en alguien más importante que él.
Son contados con los dedos de la mano los hombres que han sido capaces de llevar una vida decorosa detrás de sus mujeres.
Si una cierra los ojos y trata de recordar cuántos varones hemos visto en los diarios y revistas detrás de sus mujeres, más que seguro que aparecerán el rostro contrito del marido de Margaret Thatcher y la cara de lata del príncipe Felipe de Edimburgo, y pare usted de contar.
El tango de la grandeza es un tango que se baila de a uno, créame. Y el uno suele ser bailarín, no bailarina. Las "grandes mujeres" desaparecen de la escena en el mismo minuto en que comienzan a hacerle sombra al marido.
Una de las historias que mejor ilustra lo que estamos diciendo es la de Hillary Clinton. Cuando Bill Clinton estaba en campaña, Hillary aparecía todos los días en las noticias, daba conferencias de prensa, pronunciaba discursos en las universidades, aparecía en las radios y en los talk shows, era quien daba entrevistas por televisión y ofrecía explicaciones cuando las diversas Jennifer Flowers aseguraban que habían sido "la amiguita" del candidato. Fueran ciertas o no fueran ciertas las historias y rumores, ¿quién estaba en la primera fila dando la cara por los dos?, Hillary. ¿Quién era la más articulada de la pareja, la más honda en realidad y la más ilustrada?, Hillary. Sí, hasta el mismo Bill Clinton decía, a quien lo quisiera escuchar, que su mujer estaba mucho mejor preparada que él.
Pero bastó que Clinton asumiera la presidencia para que, poco a poco, Hillary comenzara a desaparecer. Yo no creo que haya sido él quien le dijo: "Mira, Hillary, ya gané la elección, ya soy presidente, no te metas más, dedícate a tejer calceta y a cocinar apple pies". No lo creo, pero estoy casi segura de que un grupo de republicanos, frenéticos con la extrema importancia que estaba adquiriendo Hillary, y otro grupo de demócratas igualmente frenéticos por la misma razón, deben haberle dicho a Clinton: "Mira, Bill, déjate de cuentos, dile a tu señora que desaparezca de la escena, vamos a instalarle un escritorio con un citófono y una secretaria para que se dedique a cositas mejores: atender a los niños pobres, a las señoras con las piernas gordas, a los viejitos con hepatitis, cositas como ésas, tú sabes, mientras nosotros gobernamos".
Sabrá Dios cómo se cocinaría ese pastel, pero la verdad es que la pobre Hillary salió volando de la primera plana...
Otra cosa que habría que aclarar respecto a esta falacia histórica, es el asunto del gran hombre.¿Cuáles son los criterios para determinar quién es un gran hombre? ¿Se ha fijado usted que, en general, los llamados grandes hombres de la historia son Carlomagno, Napoleón, César, Atila, Pepino el Breve y otros, por sus guerras feroces y su poder incalculable? Pero nadie habla de la estela de angustias, muertes y tristezas que esos "grandes hombres" dejaron a su paso por el mundo. Amén de que tras ellos dudo mucho de que haya habido ninguna "gran mujer", sino más bien una pobre señora aterrorizada y llena de tics.
Por otra parte, está el problema de la divergencia de criterios. Para algunas personas, Arafat, por ejemplo, es un "gran hombre", para otros es el más grande sinvergüenza de la historia, y para Colifloro, el fontanero de mi tía Eulogia, no es más que "el caballero ése que sale en la tele con un mantel en la cabeza". Lo que yo me pregunto entonces es, ¿qué pasa con la "gran mujer" en este caso?, ¿qué es la señora de Arafat?, ¿gran señora, gran sinvergüenza o, simplemente, la vieja del que usa el mantel en la cabeza?
Uno de los maridos de mi tía Eulogia era un guerrillero que se hacía llamar Coronel 500. Entre los pobres de toda la tierra, el Coronel 500 era, después de Jesús, el hombre más grande de la historia. Sin embargo, cuando mi tía le presentó su coronel a mi abuelo, éste casi sufre una hemiplejia. El coronel lucía un gorro pasamontañas y andaba apestoso a tabaco negro, hacía varios días que no se duchaba y hablaba de su lucha como quien habla de los valores de la Bolsa de Comercio.
Mi abuelo, un conservador imposible de redimir ni curar, lo miraba con verdadero espanto, y cuando mi tía le dijo que se iba a casar con él, porque era un gran hombre y ella lo admiraba y lo adoraba, fue la única vez en toda su vida que no dijo: "Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer", sino todo lo contrario: "No me extaña nada que te cases con él, porque detrás de un guerrillero paranoico, siempre hay una tarada".
¿No le digo yo? Todo es cuestión de apreciación o de conveniencia.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, OCTUBRE 10 DE 1995