Publicado en
octubre 02, 2015
DURANTE UNA cena en casa de unos amigos, nuestro anfitrión mencionó la escuela de enseñanza media a la que había asistido. Uno de los convidados le preguntó si había estudiado ahí en la época de cierto sub¬director.
—¡Vaya que sí! —contestó—. Es el tipo más odioso con el que me he topado. ¿Lo conoces tú también?
—Más o menos —respondió el invitado—. Mi madre se casó con él el sábado pasado.
—J.F.
ACABABA yo de comprar un nuevo papel tapiz para la cocina, y estaba ansiosa por colocarlo. En cuanto todos salieron ese día, puse manos a la obra. A la hora en que mi esposo regresó a casa, ya estaban cubiertas las paredes con el nuevo papel, más claro y brillante. Entró, echó un vistazo a la cocina, y preguntó:
—¿Qué hiciste? ¿Cambiaste los focos?
—L.W.
AL LLEGAR a nuestro condominio en Kauai, Hawai, mi nuera nos dijo que había escuchado un raro reclamo. Preguntó si alguien sabía a qué ave correspondía, y describió el sonido como un "poc-poc-poc".
Mi hijo la acompañó afuera, y a los pocos minutos regresaron. Lo que ella había oído era el ruido de las raquetas de tenis al hacer contacto con la pelota.
—J.B.
DESPUÉS DE BUSCAR casa en una zona rural, mi esposa y yo encontramos una, pequeña y hermosa, en un terreno de cinco hectáreas. Cuando terminamos todo el papeleo y cerramos el trato, el agente de bienes raíces nos dijo:
—Supongo que eso es todo. ¡Mil felicidades!
—¿Y las llaves de la casa? —le pregunté.
Los anteriores dueños nos miraron desconcertados. Por fin, el hombre admitió:
—Supongo que alguna vez tuvimos llaves, pero no las hemos visto en años. ¡Bienvenidos al campo!
—R.J.P.
ILUSTRACIÓN: JIM THEODORE