XILOEH (Javier Omar Cabezudo Fernández)
Publicado en
septiembre 28, 2015
Tengo 33 años. Vivo en Uruguay y soy arquitecto; profesión que detesto pero que (según dicen algunos amigos) le otorga a mis relatos una cualidad espacial (urbanística se diría) absolutamente despreciable pero muy divertida.
Este es el primer cuento mío que resulta publicado y coincidentemente es el primer cuento mío que, me parece, vale un poco la pena, lo que no deja de ser una suerte y un hecho un poco perturbador.
No es mucho lo que diría si comentara que Xiloeh es una readaptación de los mitos de Chutluh y el intento de ver como le sentaban un par de ingredientes que a la obra de Lovecraft le faltaban: el sexo y el humor.
Siempre me llamó la atención que los protagonistas de las historias de Lovecraft eran, en general, ancianos castos y solitarios, incapaces de convocar una fuerza maligna ni aunque se lo propusieran. Me pareció que un verdadero cultor del inframundo debería ejercitar sus practicas en un ambiente de drogas, orgías y otros entretenimientos mas intensos que el estudio de viejas genealogías y polvorientos libros. En fin; creo que Xiloeh es lo que llamo un plagio critico; un relato que puede llegar a digustar a los admiradores de Lovecraft y a sus detractores por igual.
No puedo dejar paso al texto sin antes aclarar que la población de Cabo Polonio existe realmente pero que toda la información que van a leer acerca su geografía y población son productos mi imaginación. Los habitantes de esta aldea son decentes, sanos y absolutamente refractarios a los sacrificios de animales y a los intercambios venéreos con seres de las profundidades. He hecho leer Xiloeh a algunos habitantes de Cabo Polonio. Habla muy bien de estas gentes el hecho que todos me lo devolvieron completamente enfurecidos...
La primera regla de la magia negra y de la hechicería es la de reservar, antes de la sesión, a alguien medianamente sobrio, alerta y armado vigilando el espectáculo.
Cuando murió Papá me ocupé del funeral. Retiré la parte de los ahorros que me correspondía y me fui con Cecilia a drogarme y a follar a Xiloeh, una finca que tiene la familia en el balneario de Cabo Polonio.
Cecilia es mi hermana. Es cierto, follo con mi hermana. Además soy un drogadicto y un degenerado pero todo esto tiene una explicación que podrán entender. Yo soy como esos delincuentes que entrevistan en los programas progre de la televisión; la culpa no es mía, es de la sociedad.
Xiloeh no es un lugar lindo. Es una casa bastante grande frente a una barranca estéril bajo la cual rompe furioso el océano. La playa es angosta, fea, y de difícil acceso. Hay lugares mucho mas bonitos en Cabo Polonio; al otro lado del la pequeña península de piedras o mas cerca de la ciudad, donde esta el hotel y único edificio (aparte de la estación de policía y el dispensario médico) que tiene servicio eléctrico. Lo que pasa es que era adecuado al temperamento del viejo cuando la construyó.
La casa (en realidad una cabaña rústica construida poco a poco) solo tenía dos habitaciones; un dormitorio pequeño y una sala inmensa (O por lo menos comparada con el resto de la casa). El baño estaba separado del edificio principal y había una cocina a leña. Tanto esta gran sala como la cocina estaba llena de cachivaches, huesos, máscaras que mi padre había traído de sus viajes; pósters viejos anunciando viajes químicos y cosas así. Producía diversas impresiones dependiendo de la hora del día y del estado de ánimo del visitante pero todas giraban alrededor de un lugar increíblemente viejo y descuidado. Al lado de la puerta una enorme estufa de piedra dominaba la situación; con una boca ancha y llena de tela de arañas que no recuerdo haber visto jamas encendida.
En sus primeros años la casa fue empleada como una especie de cripta o templo por mi familia y sus extravagantes amistades para todo tipo de rituales: brujería, magia negra, necromancia, sacrificios de animales, de todo lo que cabe imaginarse. Estas visitas eran apenas toleradas (incluso por el permisivo ambiente de Cabo Polonio) y generalmente terminaban en grandes escándalos.
En los últimos años mi familia prácticamente había abandonado la casa. Solo yo aparecía de vez en cuando para hacer orgías y drogarme. Estas apariciones mías eran bienvenidas por los otros residentes porque le daban una gran tranquilidad a las inmediaciones si se las comparaban con las visitas de mi padre, mi madre y toda su comitiva. Tuvimos un millón de problemas con la policía y los vecinos pero siempre salíamos bien y paulatinamente nos fuimos quedando solos en la barranca.
Había otro detalle del que no me quiero olvidar; a la derecha de la casa había una especie de dolmen, bueno, los dolmen estan en Inglaterra pero esto era algo parecido. Una hermosa piedra roja, muy antigua, alta como una persona, enhiesta sobre un montón de piedras menores. Su silueta se recortaba contra el mar como un enorme falo y resultaba muy llamativa para todos los que conocían la zona.
Después de un largo viaje llegamos a la casa y Cecilia entró. Yo me retrasé un minuto para guardar la moto en un cobertizo inmundo y casi en ruinas que estaba pegado a la casa. Iba a entrar cuando me di cuenta me estaban observando.
Era una niña llena de pecas de unos 12 años, montada en su bicicleta. Estaba del otro lado de la calzada y me miraba inmóvil excepto para quitarse el pelo de la cara cada tanto.
Me moví un poco, fui al fondo para buscar una cadena con la cual asegurar la moto y la niña seguía ahí mirando. Me di cuenta que seria tonto seguir allí haciendo como si su presencia me pasara inadvertida.
—Hola —le dije acercándome.
—Hola —contestó con una actitud de estudiado desdén y luego agregó:
—¿Porque escribieron eso en la puerta de tu casa? .
Me fijé. Algún gracioso había escrito «la familia Adams» en la entrada.
Me encogí de hombros. — No sé. Algún admirador—. Me di cuenta que la chica era una típica desfachatada residente local. Ya había recibido sus primeras lecciones de soberbia y desprecio de los turistas pero aún no las había pulido. Le vendrían bien dentro de unos años cuando intentara vivir de ellos vendiendo artesanías o haciendo trenzas en la playa.
—¿Es tu novia?— Volvió a preguntar apuntando con su pequeño mentón a la casa. Claramente se refería a Cecilia.
—No. Es mi hermana.
—Tiene los pantalones muy ajustados — dijo lanzando una sonrisa maliciosa , sin piedad.
—Sí. Ella es así.
—¿Tu padre no viene? Yo sé quien es.
—No. Murió ya.
—¿Van a volver a gritar y a tocar tambores por la noche como hacían antes?
No lo preguntó molesta o en actitud de reclamo sino con desfachatez y curiosidad, no sé si sincera, y un velado propósito de intimidarme o provocarme como hacen siempre los niños cuando los adultos se muestran abiertos a sus preguntas. Creo que quería que me diera cuenta que sabía lo mal que nos portábamos aquellos días.
—No. Las cosas van a cambiar ahora —no sé porque dije eso—. ¿Cómo te llamas?
—Luziana.
—¿Eres de aquí?
—No. Voy a la rambla. A ver a los turistas aplaudir al sol cuando se pone. Me mato de la risa.
—Si debe ser genial.
—...
—Bueno, que te diviertas.
—Y chau —dijo dando la vuelta y desapareciendo por el camino.
Entré a la casa. Un tiempo atrás, para mis fiestas privadas, yo había colocado un gran espejo de piso a techo en una de las paredes de la sala. Ahora, cuando entré, lo primero que atrajo mi mirada fue mi hermana mirándose en ese espejo y a mí mismo acercándome a ella. Puede parecer raro pero de todas mis expediciones a Xiloeh lo que siempre me quedó mas grabado eran las diversas imágenes del interior de la casa visto a través de ese espejo. De noche, recuerdo, las luces de las velas (me encantan, yo suelo ponerlas por decenas) que se reflejaban en la miríada de objetos que colgaban de las paredes producían un efecto perturbador como el de estar en una habitación completamente diferente y extraña. Ahora era de día y, aunque ese efecto en particular no se producía, el espejo igualmente tenía la virtud de transportarme a un mundo de fantasía. Solo las dos personas que estaban en la habitación dominaban la imagen que devolvía; mi hermana aparecía con un rostro angelical pero siempre fue una atleta, es decir, tenia las piernas fuertes como columnas de acero, un torso poderoso (incluso un poco masculino) que se afinaba en una cintura minúscula. Yo aparecía algo detrás rodeándola con mis brazos, como un tipo con su elegancia, tal vez un poco pasado de peso y al que se le empezaban a notar los años de excesos. Cecilia me preguntó si había metido la marihuana adentro de la casa porque si la dejaba sola en la moto en cinco minutos nos la robarían. Pero no le hice caso, estaba absorto en la imagen. El conjunto me parecía majestuoso. Yo era un Cesar que había mandado llamar a su tienda Imperial a su gladiadora favorita para felicitarla por su actuación en la arena (por azar la historia la había sorprendido en blue jeans). Nos quedamos un rato mirándonos, disfrutando de nuestras fantasías ante una escena que no dejaba de perturbarme. No, perturbarme no es la palabra, me dejaba una sensación extraña; como si estuviera ante dos personas completamente ajenas al mundo.
Como llegamos a la hora de almorzar me llevé a Cecilia a uno de esos restaurantes de pescado que están en el pueblo. Estabamos de buen humor, teníamos hambre y no hablamos mucho; lo que me permitió pensar un poco en mi situación en su conjunto.
Estar ahí, rodeado de turistas era algo que en mi familia podría considerarse un desliz burgués. Mi padre era una especie de Thimothy Leary local aunque de un carácter más malsano. En mi familia las orgías, la hechicería y la droga fueron algo cotidiano desde que tengo memoria.
Cabo Polonio siempre tuvo un ambiente muy proclive para ese tipo de cosas. Se daban cursos, se hacían sesiones de meditación y yoga, yo que sé... Mas allá de los centenares de locos simpáticos que podían encontrarse estaban, además, los pesados; los aficionados a la magia negra, a las drogas duras, a la pornografía infantil... Para todos ellos mi padre era una especie de líder espiritual.
Me acuerdo, cuando siendo chico, yo mismo me encerraba en mi cuarto y me ponía una almohada en la cabeza para no oír los demenciales ritos que se hacían en el caserón que teníamos en Montevideo. En esos ritos participaba mi hermana prácticamente desde que aprendió a ponerse en pie, ella siempre fue mas dura que yo para esos negocios.
Cuando cumplí doce años Cecilia, me violó con exquisito arte (ella tenia catorce) y a partir de ese momento (aunque tuve otras parejas) intermitentemente seguí follando con ella. A los 18 mi padre (visto que no compartía su entusiasmo por los ritos que practicaba la familia y que, además, me mantenía razonablemente sobrio la mayor parte del tiempo) me dio un revólver y me encargó cuidar de cualquier desborde en los rituales de los viernes. Con el tiempo supe que esa es la regla de oro de la magia negra; siempre tiene que haber alguien sobrio, alerta y armado vigilando el espectáculo.
Una noche yo estaba en una de esas misiones de vigilancia cuando se me nubló la vista, se me cayó el revólver de las manos y caí completamente inconsciente. En el ambiente en que muevo es vital ser muy desconfiado y a mí me parece que alguien me puso algo en la cena para que no viera o recordara nada de lo que pasaría esa noche. Lo cierto es que debe haber sucedido algo particularmente horrible ya que esas ceremonias se abandonaron para siempre en Xiloeh y en la casa de Montevideo. No recuerdo nada de esa noche, aunque recientemente me ha surgido como un pseudo recuerdo; una reunión nocturna en el extraño invernáculo de la casa de Montevideo con varios encapuchados formando un circulo alrededor de un enorme recipiente lleno de agua donde chapoteaba algo blanco que no llegué a distinguir.
Esos recuerdos me vinieron en épocas mas recientes, supongo que alguien que tiene las neuronas tan maltratadas por los químicos como yo no puede estructurar una relación memoria—tiempo como una persona normal, quiero decir, el incidente no me afectó en una forma visible en esa época pero reapareció de manera intermitente en tiempos recientes.
A los 25 recibí la licenciatura de antropología y escribí un trabajo de matriculación sobre las momias blancas peruanas. Por pura chiripa 14 meses después de publicado se encontró en Perú un santuario con 300 de esas momias, tenté suerte, lo ofrecí a una editorial peruana y gané muchísima plata. A partir de entonces nadie en mi familia hace nada productivo. Ni siquiera yo. De todos modos puedo darme el lujo de decir que tengo una profesión, la de escritor. Algo de lo que pocos de mi entorno pueden alardear.
Me quedé con Cecilia charlando y tomando cerveza en el hermoso restaurante disfrutando de la brisa. Ibamos por el café cuando se me acercó un tipo por detrás dándome un susto que casi me tira de la silla.
Estaba todo tatuado y me hablaba con esa simpatía que solo cabe atribuírsela a los locos y a los borrachos. Atrás esperaban otros zaparrastrosos; cuatro chicas y dos hombres llenos de tatuajes y peinados raros.
Era increíble la popularidad que papá había adquirido en esa zona, sobre todo para las comunidades (Juro que pagaría para encontrarle un nombre mejor) semi-hippies que habitaban la zona. Eran muy fáciles de reconocer. Parecía que todos los habitantes del pueblo se comportaran igual, había visto esas características (Aunque no desarrolladas del todo en Luziana, la niña de la bicicleta)
No eran solo las fachas sino un aire de superioridad y ese aire de entenderlo todo de que hacían gala.
Después de darme un efusivo pésame (mas parecía una calurosa felicitación) fue al grano.
— Tu padre fue un gran mago.Me dio ganas de reírmele en la cara (Un gran psicópata) pero simplemente le agradecí modestamente.
—Todos los conocimos bien por aquí, fue una gran perdida para la comunidad. Cuando él venía esto estaba de más... Ahora; con todos estos turistas...
—La gente lo recuerda permanente. Él nos leía siempre el libro.
—Oh, me acuerdo —contemporicé. En realidad no me acordaba. En casa había muchos libros.
—Yo estuve en tu casa de Montevideo una vez que tu padre ofreció un rito a los seres del mar. Fue una experiencia maravillosa.
—Sí. Dagón, los seres del mar —terció Cecilia con entusiasmo.
Yo había tratado de llevar la charla con una especie de cordial indiferencia a ver si podía sacármelos de encima rápido pero Cecilia empezó a fraternizar con ellos de una manera que me enfureció. Luego de un rato de charla lanzó la terrible frase:
—Nosotros nos vamos a casa. ¿Porque no nos acompañan y tomamos una cerveza allá?
Un rato después estaban todos tirados en el piso de la sala de Xiloeh tomando cerveza y fumando marihuana. Eran como todas las bandas que visitaban a papá; snobs, oficiosos y mentirosos pero me llamó la atención que no eran tan ignorantes como los que yo conocía de antes. Estaban bastante bien informados aunque curiosamente no sobre hechicería afro (el mettier de mi padre) sino de mitología polinésica a la que habían equipado de verborragia ubandista (supongo que para hacerla potable a los gustos de la zona). Pero, sobre todo, eran terriblemente latosos. Como todos los adictos carecían de capacidad de «descentrarse», es decir, de apartarse por un rato del tema que los obsesionaba para escuchar a su interlocutor. Cada tanto Cecilia y yo lográbamos intercalar alguna palabra pero eran meras interrupciones en el discurso de ellos.
—Es una suerte que hayan vuelto.
—Solamente volvimos por unos días.
—El padre de ustedes fue el último que hizo el ritual del Dios Pez.
—Sí. Luego dejo de hacerse —dijo Cecilia con seriedad.
—¿Porque? Era lo más importante del año en el Cabo, venía gente de otros lados a presenciarlo, incluso...
—Quisiera saberlo—intervine con sarcasmo—. Pero alguien estaba bastante interesado en impedírmelo.
—Nosotros sabemos hacer el ritual— dijo una chica que parecía salida de un montón de leña—. Pero lo tiene que hacer alguno de la familia.
—Bueno —dijo Cecilia—. Nosotros estamos aquí
El líder del grupo, bah, el líder..., el tipo que me abordó en el restaurante, se hacia llamar Obiang entró en escena:
—Ustedes conocen la historia de los seres del mar —susurró misterioso.
Los seres del mar. Los hijos de Xiloeh en la época lejana, antes que vinieran los conquistadores, salieron del océano y se mezclaron con los primeros humanos, aquí, en la playa.
—Los seres del mar se aparearon con los humanos del pueblo y engendraron —agregó con entusiasmo el otro hombre del grupo.
—¿Cómo? ¿No usaron preservativos?
El pobre muchacho parecía inmune a mis burlas. Creo que si lo hubiera rociado con alquitrán y le hubiera arrojado plumas blancas de gallina hubiera seguido ahí, en cuclillas, hablándome, imperturbable.
—Los seres del mar eran monstruos, eran mitad hombres y mitad peces, con una especie de agallas en las clavículas. Y eran todos machos.
—Todos los habitantes de este pueblo son descendientes de los seres del mar. Todos los descendientes del pueblo del mar son machos.
—Entonces. ¿Ustedes también? —sugerí tratando de imaginar a Obiang con un par de aletas y una escafandra verde como el monstruo de la laguna negra.
—No. Nosotros vinimos aquí hace poco, los seres del mar solo engendraron hombres. Todos en este pueblo son descendientes del pueblo del mar.
—Pues yo en este pueblo veo hombres y mujeres.
—No se —dudó Obiang.
—Vos sabes de donde viene el nombre de la casa
—Sí. Xiloeh, el dios pez.
—Xiloeh es el padre de los seres del mar. Ha ascendido del mar muchas veces. Si se lo convoca de manera correcta nos deja ver su modo mas hermoso.
Lentamente la situación se fue ablandando y la conversación fue perdiendo coherencia. Vi todo tipo de pastillas y hierbas esa tarde. Una pareja comenzó a tocarse y abrazarse en un rincón, yo los dejé hacer. ¿Que iba a hacer?
Al final paso lo que se suponía que tenia que pasar. Nos sacamos la ropa todos y nos entrelazamos frente al gran espejo que yo había puesto en el cuarto chico. Aunque metí mano por todos lados (y me di cuenta que la chica del montón de leña tenía el par de pechos mas espectaculares del mundo) lo que realmente quería era encontrarme con el cuerpo fuerte y reconocible de mi hermana y cuando lo logré me quede toda la noche con ella. Sin ser un episodio memorable la pasé bien. Solo dos cosas no me gustaron; una fue el único vistazo que le di al espejo en toda la fiesta. La profusión de piernas, brazos y torsos que se movían adquiría el aspecto de un mar agitado fluyendo lentamente y el espejo me suministraba la acostumbrada imagen de brillantes objetos de metal, hueso, madera y cuero que convertían al interior de la cabaña en una rebuscada y barroca catedral. Sin embargo, me dio por un momento la impresión que entre nosotros se movía una figura demasiado blanca y demasiado plástica para corresponder al de un humano desnudo divirtiéndose, fue solo un instante porque la boca y el cuerpo de mi hermana me reclamaban y enseguida tuve que volver a lo que estaba haciendo. Además, cuando mi hermana está drogada, tiene unos modales para hacer el amor que es capaz de romperte el cuello si te descuidas. Lo segundo fue a la noche, cuando todos dormíamos desnudos a lo obscuro. Me desperté un momento y tuve la imprecisa sensación que dos manos heladas me agarraban los tobillos.
A la mañana siguiente me levanté y salí de la casa para ir al baño. Mis huéspedes no se habían marchado y me pregunté si iba a tener que soportarlos hasta el almuerzo. A mitad de camino me encontré con Cecilia que venia del mismo lado. Nos cruzamos las miradas y una perversa electricidad fluyó desde nuestros ojos. Sin decirnos nada fuimos hasta la piedra roja y la empujamos. Como era muy esbelta y estaba apoyada en un lecho inestable de grandes rocas sueltas no nos costo mucho derribarla. No se porque hicimos eso. Supongo que por maldad.
Estuve toda la mañana sacando borrachos de la casa. Cecilia estaba peor que la mayoría. Conozco ese tipo. Nunca tienen dinero y en siempre andan a la caza de alguien con vivienda para que los albergue. Si no mostraba firmeza pasaría mis vacaciones en comunidad.
Salí de muy mal humor a dar un paseo solo. Estuve recorriendo el pueblo durante un rato pero me cansé enseguida . El día se había puesto solidario con mi estado de animo. Pesado y húmedo. No me apetecía estar más tiempo a la intemperie.
Volví a la casa y me encontré con Luziana casi en el mismo lugar donde la había encontrado la mañana anterior. No se porque me dio ganas de hablar con ella. Hoy estaba hosca y nada comunicativa. Vamos a ver— pensé—. A lo mejor hoy puedo molestarla yo.
—¿No vas a ver a los turistas aplaudir el sol hoy?
No me contestó. Ahora era yo el que buscaba prosa. Intenté de nuevo.
—A lo mejor alguno se cae al agua hoy, yo....
—Cuidado con lo que hace con las piedras —me interrumpió secamente clavándome sus ojos azules de niña—. No se meta con cosas que no sabe.
—¿Que piedras?
—La piedra roja. No debió haberla movido. ¿Porque lo hizo?
No supe que contestarle y me metí adentro de casa.
Cecilia se había levantado. Estaba con un poco de resaca. El día era maravilloso e hicimos cosas muy agradables, Cecilia estuvo muy sexy, loca y de gran humor pero no era ella. Perdonen que traiga a páginas este tema justo ahora pero a lo largo de toda nuestra vida Cecilia pasó por momentos en que tenia como fugas, en los que parecía que otra persona ocupaba su lugar. En ocasiones eran manifestaciones benignas como esta, podía hablar, bromear, hacer todas las cosas que hacía habitualmente pero era como si otra persona sutilmente distinta hubiera tomado el mando de su cuerpo. Otras eran mucho mas severas, no tengo mucha memoria de haber visto ese tipo de episodios en tiempos recientes. Pero esa misma madrugada esos ataques volvieron.
Era todavía de noche o a lo sumo estabamos en el comienzo del crepúsculo. Cecilia no estaba a mi lado, lo que me alarmó. Como nunca me acuerdo de poner fósforos cerca cuando me voy a dormir me quedé un rato con los ojos abiertos para adaptarme a la obscuridad. Cuando me levanté sentí una especie de rumor sordo en la sala y me di cuenta que era la respiración de Cecilia.
Me di cuenta que la había atrapado en una de sus «lagunas». Estaba toda arrollada y con la mirada vidriosa. Estaba acostumbrado a eso.
Me acerque a ella y le hable muy bajo.
—¿Qué te pasa Cecilia? Vamos a dormir.
—Tengo que leer el libro pero no puedo.
En el pasado, las primeras veces que la encontraba en ese estado intentaba despertarla, luego me di cuenta que lo que mi hermana padecía no tenía nada que ver con el sonambulismo ni nada parecido. Había que seguirle la corriente.
—Es que hay muy poca luz.
—No puedo ver claro, no puedo ver claro en absoluto, ¿Oyes el mar?
—Si lo oigo.
—Necesito leer el libro para cuando el mar venga a Xiloeh, necesito leerlo para recibirlo de forma correcta.
Entonces hice algo que se me ocurrió en la primera época de sus ataques y que mas tarde note que le hacia bien. Cuando Cecilia quedaba en ese estado de trance yo la levantaba, la ponía detrás de mi, la obligaba a poner los brazos alrededor de mi cuello y caminábamos un rato en la esperanza semi—infantil de que el ejercicio físico pudiera espantar de algún modo el «espíritu malo» que la acosaba. Esta vez volví a hacer eso. La levanté y caminamos de ese modo levemente ridículo alrededor de la sala hasta que consideré que ya se había calmado lo suficiente y nos volvimos a acostar. Me sentí terriblemente inseguro y agitado (debo decir asustado) Nunca le habían dado esos ataques estando a solas conmigo.
La mañana siguiente lo pasamos adentro de la casa, a la tarde bañándonos en el mar y paseando por el pueblo como una pareja normal, es decir, olvidando cualquier vínculo fraternal que nos uniera. Cecilia pasó por algunos breves periodos de aturdimiento pero fue ella en la mayor parte del día. Solo ocurrió un episodio muy amargo al caer la noche del cual solo yo fui testigo.
Estaba en la casa buscando velas y empezando a añorar la presencia de un televisor cuando escuché una fuerte derrapada seguida de un torrente de tacos. Me di cuenta que algo terrible había sucedido en el camino frente a la casa. Un jeep viejo y destartalado estaba cruzado en el camino con el parabrisas roto y una niña en el piso inmóvil, completamente empapada en sangre. Fijé mas la atención y vi una bicicleta destrozada un poco mas lejos. No había dudas; era Luziana; la niña que había hablado conmigo ese par de veces. A pesar que, como dije, la casa esta en un lugar bastante desierto nunca faltan espectadores que saben que hacer en estos casos. El conductor salió del jeep agarrándose la cabeza pero dos o tres tipos que pasaban por ahí le gritaron que levantara la niña y la llevara a la clínica. Lo hizo; la levantó como un muñeco (estoy seguro que estaba muerta) la metió en el jeep y arrancó a toda velocidad. Un vecino que estaba por allí me dijo; «Es increíble; vienen de vacaciones y se creen que estan en Monza.» Ahora hay una gran mancha de sangre frente a la casa que se va volviendo marrón a medida que pasan las horas.
Cecilia y yo volvimos a salir, no me acuerdo a donde, le conté la novedad pero fue como si no le hubiera dicho nada. Nunca fue una persona compasiva.
Volvimos de noche, tarde. Entraba al jardín de la casa cuando casi piso a Obiang que dormía a pierna suelta frente a la puerta. Toda la turba de payasos con la que nos habíamos encontrado el día anterior estaban esperándonos. En el ambiente en que se movía mi familia siempre reinaba un hipócrita sentido de la hospitalidad. Siempre en casa se podía encontrar viviendo alguien raro que se había auto—invitado. Si bien eran situaciones bastante incomodas, cuando me acostumbré, se puede decir que me sirvió para aprender bastante de la gente.
Los hice pasar, los deje con Cecilia y me fui a buscar unas cervezas a un comercio el cual esta bastante lejos.
El realidad me alegré que hubieran aparecido esos vagos porque no me hubiera parecido buena idea quedarnos solos con el horrible recuerdo de lo que sucedió a la tarde, además, temía protagonizar otro episodio de demencia de Cecilia, como el de la noche anterior.
Cuando regresé ya estaban enfrascados en una amena charla en la sala. Flotaba en el ambiente el acostumbrado aroma mitad dulzón, mitad algo parecido a la pólvora, en fin, lo que siempre me pareció el olor a marihuana.
—Vamos a hacer un gran ritual —dijo Obiang apenas me instalé.
—¿Como el de anoche? —dije afilando mi costado mas irónico.
—Vamos a convocar al Dios Pez —dijo Cecilia temblando de excitación.
—¿Y donde lo van a hacer? ¿Contrataron salón?
—Aquí —dijo “La chica del montón de leña” con una autoridad que la hacia parecer como si acabara de firmar el contrato de compra de Xiloeh.
—¿Y qué vamos a hacer? —pregunté—. ¿Vamos a torcerle el cuello a algunas gallinas?
—No. Esto es mucho mas serio. Hay que hacer un gran sacrificio. Matar un carnero.
—Pues nadie va a matar un carnero aquí. Ensuciarán la alfombra.
—No va a ver sangre —me respondió “ La chica del montón de leña”. En su mirada brilló un rayo que no me gustó nada—. Hay que matarlo con las manos.
—Yo quiero hacer el sacrificio — gritó Cecilia con cantarina voz. Al parecer muy cómoda entre sus nuevos amigos. (Saltó como una escolar diciendo: —Señorita, señorita, yo voy a decir la lección.) —Esta casa es tanto mía como tuya. No puedes impedir que haga lo que quiera. ¿Para que discutir? Está bien. ¡Matemos al carnero¡ —dije agarrando una revista y fingiendo gran indiferencia.
—Yo podría hacer eso —dijo Cecilia en medio de una nube de marihuana.
—Tú no podrías matar un carnero con las manos —le dije riendo.
—Claro que si —dijo dando otra pitada con superioridad—. Me le subo encima y lo ahorco. A mí me gusta matar.
A pesar de esta barbaridad su declaración me tranquilizó. Esa era mi hermanita: arrogante, sádica y depravada. Bah, pobre Cecilia, todos en la familia somos igual, no se porque solo por el hecho de ser el que cuenta la historia me pongo en un plano superior.
Se fueron a la madrugada. Quedaron para hacer la ceremonia a la medianoche siguiente. No cumplieron mi deseo de quedarse toda la noche. Un buen bacanal, creo, me hubiera quitado la esa sensación de opresión que estaba experimentando desde que derribamos la piedra roja.
Tuve un dormir agitado; plagado de sueños extraños en los que me desperté varias veces para volver a dormirme y retomar los mismos sueños.
De repente me hallo buceando en un mar profundo y opaco, prácticamente flotando en las tinieblas. Por encima de mi cabeza el manto del océano se agita como un sudario. Las cosas se ven con ese tono veteado y azul con el que se ven en las películas subacuáticas. Soy como un ser marino nadando a mis anchas sin equipo, ni ninguno de esos chirimbolos que llevan los hombres ranas. Estoy en eso cuando se me acerca un pez enorme y plateado. Me intimida un poco pero para nada me asusta. Es un ser maravilloso. Parece una nave espacial. Comienza a hacer círculos en silencio alrededor mío. Es algo como hipnótico. De repente, movido no se por que inspiración, extiendo mi mano y lo agarro de la punta de la cola. El pez se zambulle entonces en las profundidades mas obscuras y viscosas, arrastrándome consigo. Yo estoy horrorizado pero no puedo (esas cosas que tienen los sueños) hacer algo tan simple como abrir la mano para librarme de ese viaje horrible que me lleva a no se donde.
Me acuerdo que viajaba a una velocidad increíble, como si estuviera prendido a una extraña maquina submarina y veía el fondo del mar pasando frente a mi, con una extraña textura, como de superficie lunar. Arena, rocas, piedritas redondas pasaban raudas ante mi vista. Si quisiera comparar esta experiencia con lo mas aproximado en el mundo real y de vigilia podría hablar de aquella escena del viaje alucinante del astronauta en “2001 odisea del espacio”. Esa escena donde el polvo interestelar pasaba frente a sus ojos adquiriendo todo tipo de formas caprichosas.
Luego el escenario cambió. Me encontraba abajo, en la playa, en una noche cerrada, constelada de estrellas. Solo. La diabólica luna brillaba justo frente a mí. (Yo me encontraba de espaldas al pueblo) Siempre me pareció que no importa lo loco que fueran mis sueños las emociones que me producían eran muy próximas a la situación que yo vivía en ese momento. Juguemos a la interpretación freudiana; en el sueño anterior mi sensación era de fascinación mezclada con miedo. El hermoso y poderoso pez que me arrastraba a las profundidades era, sin dudas, Cecilia a la que se le habían pegado desordenados recuerdos de la delirante disertación de Obiang acerca de Xiloeh. Cecilia me arrastraba hacia la profundidad de su amor, de un amor enfermo pero amor al fin y yo me zambullía para saborearlo trozo por trozo. En cambio, mi sensación en esa playa era solo de pavor. El mar parecía haberse vuelto loco y a mi derecha, arriba, en la cima de la cuesta, las luces de Xiloeh se encendían y apagaban como haciendo señales. Casi me muero de un infarto cuando me di cuenta que Cecilia estaba a mi lado. Vestía una pollera verde y estaba sentada en posición de Buda en la arena, de espaldas al mar, con un libro enorme y viejo sobre las piernas, en una actitud de gran concentración.
—¿Que estás leyendo?
—Un libro que explica como matar un carnero.
—¿Qué?
Cecilia empezó a leer en voz alta
—Tome al carnero y proceda de la siguiente manera»
No recuerdo que mas leyó porque apenas empezó, me di cuenta enseguida, en el mar, en medio de enormes torbellinos, empezó a salir una mano blanca y gigantesca, unos dedos como torres y unas uñas largas y retorcidas, altas como el velamen de los mas grandes barcos. Surgían vacilantes del agua levantando chorros de espuma blanca y transparente. A mi me dio como una especie de vértigo animal que hizo que se me aflojaran las piernas. A medida que Cecilia leía la mano salía del agua, blanca y brillante se acercaba a nosotros como si se tratara de un tren expreso, en el medio de una especie de maremoto mientras las luces de la casa se prendían y a apagaban de una manera cada vez mas enloquecida.
—Por favor no leas más. Basta.
Cecilia se detuvo y la mano se hundió majestuosa en el mar. Tan lenta como había surgido. Cecilia levantó hacia mi esos maravillosos ojos negros.
Los ojos negros que yo también tenia mirándome con tristeza.
—Pero mañana no voy a saber como matar al carnero.
No supe que contestar y me di cuenta, horrorizado, que tomaba de nuevo el libro, bajaba la vista y arrancaba nuevamente con su lectura..
—...Una vez que el carnero este a su merced...
Apenas empezó, una columna blanca, como un géiser monstruoso, levantando miles de toneladas de agua se elevó imponente en el medio del océano.
En eso me desperté.
Estaba amaneciendo y cuando me incorporé me di cuenta que estaba absolutamente descompuesto por el miedo. La cabeza me punzaba. Mi estomago era un volcán en erupción. Dando tropezones logré salir afuera y apoyarme en la pared exterior de la cabaña. Un sol como de sangre asomaba de ese mar, con ese color tan raro y tan obscuro.
—¿Que está pasando aquí? Casi lo grité. ¿Que era lo que estaba pasando en el pueblo. ¿Que era lo que le pasaba a mi hermana y sobre todo que era lo que me pasaba a mi? ¿Que era lo que me tenia muerto de miedo de solo pensar lo que podría ocurrir esta noche.
De a poco mi respiración se fue normalizando. No se cuanto tiempo estuve ahí, apoyado contra la pared de la casa, mirando hacia el mar sin atreverme siquiera a plantarme sobre mis propios pies. Pero logré hacerlo cuando los rayos del sol empezaron a calentarme un poco.
Finalmente, después de tantos años, los ritos de magia negra volverían a Xiloeh. Entré. Cecilia estaba levantada y fiel a su costumbre ancestral andaba semidesnuda por toda la casa. Estaba alegre y comenzó a comentar llena de dicha la noche que se aproximaba.
—Hay que sacar todos los muebles de la casa, hay que dejar espacio para hacer un circulo...—Al carnero lo podemos atar a la estufa.
—Cecilia. Tú no has estado bien en estos días. No te acuerdas pero te volvieron los ataques. Aquí hay un clima que no se soporta. ¿Que te parece si juntamos las cosas, agarramos la moto y nos vamos a la casa de Kuati? Tienen TV cable, nos podríamos quedar unos días.
—Nos perderíamos la ceremonia —me dijo mirándome como si fuera un loco—. Para mi es muy importante la ceremonia—. Yo voy a presidirla— . Quiero ver a Xiloeh.
—Ustedes no saben cómo hacer la ceremonia.
—Ayúdanos
—Yo tampoco sé.
—¿No te gustaría verme matar al carnero? —Se me acercó insinuante—. Lo voy a montar y ahorcar entre las piernas, entre estas piernas fuertes—. Me dijo tocándose los muslos y paladeando las palabras, mostrando la punta de una lengua roja y brillante como una brasa.
Si, claro que me gustaría. Ya lo dije; soy un depravado, un drogadicto y un incestuoso pero no esta noche. Estaba dominado por el obscuro recuerdo de las ceremonias Xiloeh de mi infancia. Un pseudo-recuerdo nada agradable. Como tampoco era lo que sucedía en las mañanas siguientes; los apresurados movimientos para quemar o enterrar los despojos, las anomalías que aparecían en la playa después de los rituales — algunas de tamaño increíble— que llenaban de horror, incluso, a los que conocían a nuestro clan desde hace tiempo. Y porque sé, aunque no podría describir detalles, que una vez, en una de esas ceremonias de locos, apareció algo tan espantoso que mi estirpe enferma y degenerada las suspendió para siempre.
Pase el día en un bar del pueblo viendo llegar la hora fatal. A la tarde, los turistas esperaban que se pusiera el sol para aplaudirlo. Por primera vez no me pareció estúpida la actitud y casi envidié su normalidad. No me angustiaba el acto de crueldad contra los animales que iba a producirse. Si bien no pasaba todos los días, estaba acostumbrado a ese tipo de conductas en mi familia, nuestro entretenimiento con Cecilia de niños era atormentar gatos y perritos. Siempre estuvimos vinculados al Mal, es decir, el mal entendido (como decía Poe) como esa necesidad de hacer actos malvados o disparatados por el simple hecho de saber que esta mal hacerlos, es mas, no recuerdo bien, pero tengo la impresión de que Cecilia protagonizó un hecho muy similar cuando ella tenia once o doce años. Pero había algo raro en el conocimiento que tenían esos tipos de mi familia, del ritual, pero sobre todo me inquietó el condicional «si el ritual se hace de la manera correcta Xiloeh muestra su aspecto mas hermoso» Sabia lo que pasaba si el ritual no se hacia de la manera mas correcta. Es mas, si algo me constaba de la noche en que se abandonaron en mi casa los rituales, fue que no se habían hecho de la forma correcta.
El sol se puso y los turistas, previsiblemente, aplaudieron. Lentamente los bares y las tiendas encendieron las luces. Me senté en una de las mesillas al aire libre, pedí cerveza y me prometí no levantarme hasta que estuviera completamente borracho. Sentí un deseo irrefrenable de cambiar mi vida aunque no sabia de que manera. Mas allá del pueblo el mar estaba desagradablemente negro y encrespado. Unas nubes, como un ejercito de enanos encapuchados se acercaba desde el Oeste y si aguzaba la vista, veía una única luz sobre la barranca, deseé equivocarme pero sabía que no había otras casas en la zona.
Llegue a Xiloeh a eso de las once de la noche, tambaleándome y sucio con mi propio vómito. Había pensado en quedarme mas pero los del bar me dijeron que me echarían a patadas si no me iba por las buenas.
Entre. La sala de Xiloeh estaba totalmente vacía. Los escasos muebles de la sala habían sido arrojados, sin piedad, para afuera. Por todos lados habrían unas cien velas de colores y la casa ya estaba llena de la gente de Obiáng, esos inútiles, esos parásitos, formando un circulo en el medio de la sala. En el centro había un carnero viejo y enorme, de cuernos retorcidos, atado a un bastidor con esa actitud extrañamente pacifica que exhiben las víctimas de sacrificios. Sin dudas era un animal fuerte pero no había duda que Cecilia lo podría partir en cuatro en el momento que quisiera. Ella estaba cerca, inmóvil, de pie, de cara hacia el, con los puños apretados y los ojos cerrados en una expresión de gran concentración y esperando el momento para saltarle encima.
Toda la gente de la sala no reparó siquiera de mi presencia, todos estaban concentradas en las dos figuras en el centro del circulo. Un extraño canto salía de todas las bocas como una especie de salmodia y vi a Cecilia moviendo los labios apenas al ritmo del sonido que salía de la sala. Yo conocía la teoría del proceso, en realidad la que comandaba el rito era mi hermana pero no era dando instrucciones sino de un modo solamente corporal. Seamos francos, mi hermana se imponía por su belleza y por su físico tremendo pero como persona era una estúpida, una nulidad, solo interesada en las drogas, follar y hacer maldades. Pero ahora ella o lo que fuera que estaba en su interior tenía el control sobre todo el lugar. Ella estaba balanceando su cuerpo para imponer el ritmo del canto, como esos tipos con los tambores que en los barcos antiguos le imponían el ritmo a los remeros. Se suponía que en el momento que considerara justo se arrojaría sobre el animal y lo mataría. Como en la mayoría de los rituales que implican sacrificio de animales se suponía que la energía vital del carnero haría como una especie de carnada que impulsaría al dios ha abandonar su fuente espacio—temporal y acercarse a esta.
El deber de Cecilia era sostener el trance del grupo. Lentamente, sin dejar de balancearse se fue acercando al animal que retrocedió asustado. A espaldas de los participantes el espejo estaba apoyado de una manera precaria contra la pared. Al parecer cumplía algún papel en el rito que yo no alcance a descifrar. Por un momento me vi tentado a mirar su superficie pero por el rabillo del ojo entreví que la imagen que devolvía parecía una colmena invadida por una horda de furiosas luces anaranjadas y me quitó inmediatamente los deseos de emprender tal aventura.
Tuve la intención de hacerle a mi hermana un chiste; «suerte, cuidado con su derecha y no dejes que te ponga contra las cuerdas» pero me di cuenta que ya no era Cecilia sino esa entidad que aparecía y desaparecía en su cuerpo.
Me encerré en la habitación. No tenía intención de ver a mi hermana haciendo lucha libre con un carnero.
Me senté en la cama, a obscuras, he hice lo que hace tantos años se me enseño hacer; preparé el revólver que había traído conmigo, lo puse en un cajón que hacia las veces de mesa veladora y me preparé por si necesitaba hacer frente a lo que fuera. Solo hice una trampita; me tome un trago de whisky y un par de Valium. Algo del fulgor rojo de las velas de la sala de al lado se filtraba por el marco de la puerta y se reflejaba en la cantidad de objetos que llenaba el cuarto, además, el moroso cántico que me había recibido se había convertido en una enloquecida cacofonía, un ensordecedor griterío que me daba la sensación de estar en la sala misma. Sentía al carnero balar desesperado, No me acuerdo bien, no se si fue por la desesperación que me vino después, pero no lograba distinguir una palabra salvo la voz de la chica del montón de leña que en algún momento la escuche gritar: —¡Mátalo, mátalo al carnero de mierda..¡¡
Sentía un pavor tan grande que me costó dominarme y evitar tirarme en la cama y ponerme la almohada en la cabeza como cuando era niño. Después sentí un ruido, tan fuerte que no logré explicarme el origen, proveniente del mar. Un rugir como de un objeto inmenso y correoso deslizándose barranca arriba, hacia la casa. Un segundo después algo enorme golpeó Xiloeh con tanto poder que derribó todos los objetos que colgaban de mi cuarto. Creo que fue la primera vez que vi las paredes de la casa desnudas. ESTABAN TODAS ESCRITAS con unos caracteres que no tuve ni tiempo ni ánimos para descifrar. TODA LA CASA ERA UN LIBRO, ojo, no quiero ponerme en pose, de darle a este descubrimientos atributos de gran revelación que, estoy seguro, no tiene. Ya sabia yo de hace tiempo que la casa era el libro; la casa, mi padre Cecilia, yo, el Cabo Polonio entero era un perverso libro que el horrible ídolo marino que esos estúpidos llaman Xiloeh escribió hace millones de años. No era nuevo para mí. Desde chico sabía que éramos como marionetas. Mientras pensaba esto, temblando y sudando como una liebre sentí como las luces se apagaban, los cantos cesaban y como todo el frente de la casa se desplomaba con enorme estrépito.
La lucidez me volvió enseguida. Desde luego es esa lucidez falsa que causa el miedo. Estoy seguro que si un policía de tránsito me hubiera pedido que caminara en una línea me hubiera caído de bruces completamente Knock—out. No lo pensé mas; agarré el revólver y me lancé a la sala. Estaba todo tan obscuro que no podía ver a un palmo de distancia. Toda la gente había desaparecido, se habían esfumado sin dejar rastro, creo, que en el mismo momento en que escuche cesar los cánticos. Estaba casi al aire libre. Junto con el frente de la casa lo que fuera que nos hubiera golpeado se había llevado un pedazo del techo. Al lado de la estufa divisé, en el suelo, a Cecilia y al carnero; el animal daba los últimos estertores. La cabeza llena de agujeros rojos productos de los puños llenos de pesados anillos de mi hermana. Cecilia estaba sentada a horcajadas, sobre su lomo, Con sus manos le sujetaba los cuernos e inclinaba su cuerpo hacia atrás para destrozarle las vértebras en un esfuerzo tan intenso que las rodillas de mi hermana estaban hundidas diez centímetros en la arena a ambos lados del animal. Tenía la piel blanca como un papel, los músculos como cañerías a punto de explotar, inmóvil y concentrada en un esfuerzo brutal, levantó la cabeza y me dirigió una mirada ROJA. No quiero decir que tenia las pupilas coloradas como en las películas de terror, tenia una mirada roja como las fieras salvajes que estan comiendo una presa y levantan la vista para mirar la cámara del documentalista. Solo fue un momento, porque en ese momento sentí que una figura se acercaba del lado norte de la sala (el lado que había quedado entero) me di vuelta y estuve a punto de meterle cuatro tiros en la cabeza a “la chica del montón de leña” que se arrastraba (mas pálida que mi hermana, los ojos desorbitados) gritando enloquecida.
—¡¡¡¡Esto es culpa de ustedes¡¡¡. ¡¡¡No hicieron el ritual de la manera correcta, derribaron la piedra roja¡¡
Entonces Cecilia (De nuevo la otra Cecilia) dejo en paz al carnero (cuya cabeza hizo un ruido seco al caer en el piso de madera) y saltó como una fiera frente a la muchacha.
—¡NO ME VENGAS A HABLAR DEL RITUAL¡ ¡Yo sé todo lo del libro¡ ¡¡Nadie sabe mas del libro que yo¡¡
Se lanzó sobre ella pero yo la atajé prácticamente en el aire. Estoy seguro que la chica hubiera corrido la suerte del carnero si no lo hacia. Mientras trataba de sujetar a mi hermana le preguntaba a los gritos a la chica donde se habían ido los demás, pero también estaba totalmente incoherente; se alejó lentamente y salió por el boquete de la casa. Nunca más volví a verla.
Forcejeamos un rato. Mi hermana se fue calmando hasta convertirse en una especie de muñeca inanimada en mis brazos, de forma tal en que me costó darme cuenta si estaba viva o muerta. Por última vez en mi vida logré que se apoyara en mi espalda, la tomé de los brazos que colgaban encima de mis hombros y empece a arrastrarla afuera de la casa mientras ella respiraba como Darth Vader al lado de mi oído.
Nos dirigimos hacia el boquete para salir cuanto antes de allí. El mar vomitaba espuma blanca y un viento ululante casi me impedía caminar con la carga extra.
Antes de irme cometí la estupidez de dirigir la última mirada al espejo. Me vi a mi mismo llevando a Cecilia sobre mi espalda, Ya dije que ella era prácticamente una atleta. Yo nunca lo fui pero, bueno, tenía 27 años y lo que yo vi en ese espejo eran dos ancianos. No se. No estoy seguro de lo que vi. Ni quiero acordarme.
A la mañana me subí a la moto y me volví para Montevideo solo. No hubo manera que Cecilia recuperara la razón ni que viniera conmigo. Solo era verle la cara y darse cuenta que era perder el tiempo. No quise avisar a las autoridades; mi pasado es bastante obscuro (por no decir mi futuro) Me han dicho que la han visto convertida en una bruja, viviendo entre los matorrales que estan alrededor de la cabaña, asustando turistas a medianoche, comiendo basura y proclamando la llegada de Xiloeh a quien quiera y no quiera escucharla.
Eso es todo. Un mal ambiente general. Unas pesadillas y unos cultos satánicos aderezados con alcohol y drogas. Parecería que algo mas entró por el frente de la casa pero juro por Dios que no lo vi. Es una casa vieja, mal construida y está sobre una barranca muy expuesta a los vientos. Se que declaré haber visto algo extraño reflejado en el espejo pero recuerden; tenia tres litros de cerveza encima y un par de anfetaminas, en ese estado no me hubiera extrañado haber visto a Mahoma instalado en mi casa y a Osama Bin Laden abriéndome la puerta personalmente. No soy de esos escritores que dicen «Preferir retratar el ambiente a los hechos». Si hubieran ocurrido algo mas seguro lo hubiera contado. Bueno, ocurrió algo más, solo un poquito. Algo acerca de Luziana, la niña que atropellaron. Antes de irme leí en el diario local una noticia sobe ella; la autopsia indicó que en realidad era un niño...
Fin