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septiembre 16, 2015
YO ME ENCARGO de recoger en la oficina local de correos la correspondencia de la empresa donde trabajo. Deben tenerla lista a las 8:30 de la mañana, pero con frecuencia se retrasaban. Fui a quejarme a la oficina central, y una mañana el jefe de la oficina local me estaba esperando cuando llegué. Me explicó que no tenía derecho a reclamar pues la compañía no había pagado una tarifa especial por el privilegio de recoger la correspondencia temprano en vez de esperar a que se la entregaran.
—¿Y si pagáramos esa tarifa mejoraría el servicio? —le pregunté.
—No —respondió—. Pero les daría derecho a reclamar.
—M.J.K.
MI HIJO, que es radiólogo, fue el primer médico que aplicó en el hospital donde trabaja una nueva técnica para eliminar la obstrucción en las trompas de Falopio sin necesidad de cirugía. Lo ha hecho varias veces, con lo que esas mujeres, antes estériles, han concebido.
Mi nuera y yo platicábamos sobre esto, y ella comentó:
—¡Creo que soy la única mujer en el mundo que se entusiasma cuando su marido llega a casa y le dice: "¡Felicítame! ¡Hoy embaracé a otra mujer!"
—M.F.S.
MI ESPOSO Y YO somos pilotos de aeronaves comerciales. Me gusta pensar que, como tengo una ocupación casi exclusivamente masculina, Cory, mi hijo de seis años, crecerá sin prejuicios sobre los papeles del hombre y la mujer en la vida.
Cierta vez alcancé a escuchar que un amigo nuestro le preguntaba a Cory qué deseaba ser de grande.
—Policía —respondió el niño.
—¿No te gustaría ser piloto de aviones?
—¿Piloto? —replicó Cory con evidente desagrado— ¡Ese es trabajo de mujeres!
—V.W.P.
SOY MESERA, así es que estoy acostumbrada a que me hagan toda clase de preguntas sobre los alimentos que sirvo. Un día atendí a una mujer que estaba muy preocupada por los ingredientes que usábamos y la preparación de los platos del día. Le sugerí que probara la langosta. Pareció complacida, y yo estaba segura de que ese plato satisfaría todas sus exigencias. Sin embargo, cuando señalé orgullosamente el tanque donde estaban las langostas vivas, la señora volvió a su escepticismo.
—¿Está segura de que son frescas? —preguntó.
—D.L.A.
LA COMPAÑÍA donde yo trabajaba contrató a un especialista en jubilaciones para que impartiera un seminario a algunos empleados a punto de jubilarse, y a sus cónyuges. Mi esposo y yo asistimos. Nos pidieron que llenáramos un formulario indicando qué pensábamos hacer cada hora del día durante los siete días de la semana, después de la jubilación. Nos explicaron la importancia del ejercicio: "Dense cuenta de que, por primera vez en su vida, pasarán juntos las 24 horas del día, semana tras semana".
Todos los asistentes nos quedamos en absoluto silencio. De pronto se oyó una voz angustiada:
—¡Ay, Dios mío!
—F.L.
UNA DE MIS MUCHAS obligaciones como vigilante de un parque nacional que tiene un lago es instruir a los niños sobre los peligros que pueden correr al nadar. Una vez pedí a un grupo de chicos que mencionaran algunos de esos peligros.
—Puede haber tiburones —dijo una pequeña.
Les expliqué que los tiburones prefieren el mar, por lo que no teníamos que preocuparnos por ellos. Después toqué el tema de las técnicas de rescate, y les mostré una pértiga.
—¿Alguno de ustedes me puede decir para qué sirve esto?
La misma niñita respondió:
—Para obligar a los tiburones a quedarse en el mar.
—C.M.
UNO DE MIS PRIMEROS trabajos en un taller de hojalatería fue la reparación de un auto que necesitaba un parachoques nuevo y tenía algunos daños en una portezuela. Tardé horas e hice un trabajo perfecto, pero cuando llegó el dueño del auto no se mostró complacido en absoluto.
—¿Qué ocurre? —le pregunté.
Señaló un costado del auto y se quejó de que la pintura no era del mismo color en diversas partes, de que los espacios entre las secciones de la puerta eran desiguales, y de muchas otras cosas. Me exigió una explicación.
—Lo que pasa —le dije— es que yo reparé el otro lado.
—S.J.
EN EL CONSULTORIO veterinario donde trabajo como técnica enviamos recordatorios a los clientes cuando es tiempo de que vacunen a sus mascotas. Un pastor alemán llamado Bruno llegó para que le pusieran su vacuna antirrábica anual y, de acuerdo con lo establecido por la ley, le preguntamos a la dueña si el perro había mordido a alguien en los últimos diez días.
—Sí —respondió la señora—. De hecho, por eso estamos aquí.
Sorprendida, le dije que habíamos creído que su visita se debía a nuestro recordatorio.
—También es por eso —explicó ella—. Bruno mordió al cartero que nos lo entregó.
—A.T.M.
ILUSTRACIÓN: PHILIP SCHEUER