Publicado en
septiembre 02, 2015
He consultado con mis amigas casadas, con mis amigas separadas, con mis amigas viudas y con todas mis tías separadas, casadas, viudas y reincidentes. Y no hay una opinión unánime. Para mi tía Filo, el mejor marido es el ex marido...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Antes, cuando todavía vivíamos como la escopeta (cargadas y en el rincón), el marido era el marido y punto, no había nada más que hablar, nada de qué lamentarse y nadie a quien acudir a quejarse. "Lo que le toca le toca, mijita, y dé gracias al cielo de que le haya tocado alguno... porque lo peor es quedarse solterona", decían las abuelas y se persignaban. El marido era una bendición de Dios y más valía no ponerlo en duda.
Pero todo ello es antiguo. Pertenece a ese pasado de sometidas que poco a poco va quedando en el arcón de la memoria colectiva. El marido de nuestros días, entendido como algo digno de mejorarse, de cambiarse y hasta de omitirse completamente, está en tela de juicio. La vieja historia de que el hombre puede hacer lo que se le antoja, sólo porque tiene una cosa que la mujer no tiene, ya no la creen ni las monjas. Ningún hombre moderno puede darse el lujo de ser ese marido a secas, que parecía hacerle un favor a la esposa, por el único hecho de existir. Ahora los maridos tienen que hacer esfuerzos, ganarse el corazón de la señora, ayudar en sus hogares, llevar a los niños al colegio, no levantar la voz, ser fieles, asistir a las reuniones de padres y apoderados, saber tomarle la fiebre al chiquillo, comportarse como gente decente... o hacer su maleta y buscarse otra casa. Hasta se habla de algo que antes ni siquiera se mencionaba: el marido ideal.
Personalmente, llevo varios años tratando de perfilar al marido ideal. He consultado con mis amigas casadas, con mis amigas separadas, con mis amigas viudas y con todas mis tías separadas, casadas, viudas y reincidentes. Y no hay una opinión unánime.
Para mi tía Filo, el marido ideal es el ex marido. En el caso particular suyo, el ex marido comenzó a visitarla cuando el pobre hombre cayó en la cuenta de que la flaca de la farmacia, su segunda mujer, no era esa cajita de caramelos que él creyó al comienzo.
"Ay, Filo, te echo de menos", le decía. "Ay, Filo, me equivoqué", reconocía. "Ay, Filo, quiero volver a ti".
La cuarta vez que le dijo "ay, Filo", terminaron bailando a la luz de la luna en una playa, escondidos de la flaca. El le puso la mano en el pecho y apretó su cara caliente contra la cara de ella.
"No logro olvidarte", le susurró al oído y después de ese baile se convirtieron en amantes.
"Es ideal", declara mi tía Filo. "Hacemos el amor martes, jueves y viernes, de siete a ocho, luego lo mando de vuelta a su casa, me arreglo, me perfumo, salgo con mis amigas, regreso a las doce de la noche, me agarro mi buen libro y me duermo como recién nacida. Nadie ronca a mi lado. Nadie me pregunta dónde estuve. Nadie me despierta a las seis de la mañana. Me llueve el amor y tengo el marido perfecto".
Para mi tía Eulogia, en cambio, el marido ideal es el marido muerto.
Una puede colgarle todas las cualidades habidas y por haber, y nadie nunca las va a poner en duda. Suele contar que su marido le mandaba rosas una vez al mes, que entraba en la casa en puntillas para no molestarla, que le cocinaba unos platos deliciosos, le escuchaba todas sus inquietudes y la sacaba a cenar una vez por semana. Todos sabemos que no la sacaba ni para los terremotos y que pasó media vida frente a un televisor mirando el fútbol, pero ella se lo imagina así y lo tiene convertido en un marido de lujo, al que no olvidará jamás.
Mi tía Amanda dice que a ella le gustan vivos, que hasta el malandrín más desastroso es mejorable, que es cosa de saber qué es lo que uno busca cambiar. Joaquín, su marido, era un verdadero adefesio, mentiroso, bueno para el trago y enamorado de cuanta boca pintada y de cuanto vestido escotado pasaba por la calle.
"Si no cambias ahora mismo", le dijo mi tía un día, "toma tu maleta, baja al primer piso, abre la puerta, enfrenta la calle, súbete al bus, vete a la casa de tu madre y olvídate de mi existencia para siempre".
Fue enfática. Y Joaquín entendió que estaba hablando en serio.
"¿Qué debo hacer?", preguntó con la voz estrangulada de preocupación.
Y ahí fue cuando mi tía le dijo que, o se convertía en el marido ideal o se despedían para siempre.
"¿Y cómo se hace eso?", quiso saber Joaquín, trémulo.
Y mi tía Amanda, que llevaba los mismos años que llevo yo perfilando al marido ideal, le entregó el pliego con las tres cosas que, según ella, debía tener un hombre para ser un marido de película:
1. Dejar a la señora echar su canita al aire sin preguntarle cómo, ni dónde ni por qué.
2. Aceptar el sistema cincuenta-cincuenta: "Tú pones la mitad de todo, yo pongo la mitad de todo; la mitad del sueldo, la mitad de las energías, la mitad de los sueños, la mitad de las conversaciones, la mitad de los gastos, la mitad del romanticismo y la mitad de los hijos".
3. No olvidar nunca que la mujer es la amante y no la hermana pequeña o la mamá.
Joaquín miró la lista y quedó espantado, pero qué diablos, no le quedaba más remedio que aceptar.
Mi amiga Inés dice que el marido ideal es un hombre que hable con su mujer como si fuera su socio de la oficina, que haga mucho deporte, que le mande flores una vez al año, que nunca le regale una cocina, ni una lavadora, ni un juego de ollas para las Pascuas, que planche las sábanas, que sea capaz de ir al supermercado y comprar cosas útiles, que nunca lea el periódico en su cara y que se muera de un infarto antes de los 80 años.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MARZO 11 DE 1997