Publicado en
septiembre 25, 2015
Cuando mi tía Lucrecia se recuperó de la decepción con el torero y se dedicó a encontrar un marido a como diera lugar, mi tía Eulogia le prestó un libro que a ella le había dado estupendos resultados, porque ya iba por el tercer marido. Así fue como logró atrapar a Anacleto, con el que no fue feliz para nada y tuvo una hija: Lucrecita...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mi tía Lucrecia quedó profundamente afectada cuando se enamoró como una loca del torero español y el torero (mucho más enamorado de los toros que de cualquier mujer) la cortejó tres días llenándola de esperanzas y luego volvió a lo suyo (los toros). Pasó una semana, dos, tres, y del torero, nada. Lo próximo que ella supo de él lo leyó en un obituario del ABC, donde ponían que "su valor lo elevó a la gloria", aunque no explicaban qué se trataba realmente de la gloria, ya que lo enterraban ese mismo domingo en la tarde. Los cuernos del toro se habían clavado en medio de su corazón y lo habían dejado sentado en la gloria mucho antes de que los médicos del Hospital la Paz pudieran hacer nada para ayudarlo a seguir toreando.
Después de este fracaso, mi tía regresó a América sintiéndose terriblemente rechazada; su novio no sólo no la había llamado más, sino que había muerto y, claro, como la muerte es la única cosa que no tiene vuelta, no hay un abandono más grande que ése.
No más bajarse del avión, mi tía le dijo a mi abuela:
"Mamá, ahora me dedico a buscar un marido donde sea y como sea, me da lo mismo si es tuerto, cojo o más o menos estúpido, pero yo quiero casarme".
Y dicho esto se puso a buscar marido con la ayuda de un libro que le prestó mi tía Eulogia, un libro que se llamaba "Cómo atrapar a un marido sin que se dé cuenta", y que a ella le había dado espléndidos resultados, porque ya iba por el tercero. Debo dejar en claro que estamos hablando de los años 40, una época en que las mujeres aún no se liberaban, ni nada por el estilo, veían a los hombres como la cosa más necesaria de la tierra (por no decir indispensable) y estaban dispuestas a hacer las tonterías más grandes para complacerlos y atraparlos.
El libro en cuestión aconsejaba no tomar nunca la iniciativa, no llamar al hombre por teléfono, hacerse de rogar; si él la llamaba, se debía dejar que el teléfono sonara y sonara, de ese modo se le haría creer que había salido con otro, no verlo más de una vez a la semana (para no cansarlo). "Deje de salir con él si no le regala joyas, flores u otro objeto romántico". "Si le dice que la llamará el viernes, el sábado o el domingo, desconecte su teléfono, para que se vuelva loco de inquietud, de ansiedad, de impaciencia y el lunes lo tenga comiendo en la mano".
Mi tía Lucrecia, que nunca se caracterizó por su inteligencia (mi abuelo decía que era la única hija que le había nacido con la mitad de la cabeza), hizo todas esas bobadas y Anacleto picó el anzuelo y se enamoró de ella como un perdido. El pobre hombre pasó cinco fines de semana intentando hablar con ella por teléfono para invitarla a salir, se endeudó hasta la muerte para regalarle un zafiro, le envió flores cada quince días, hasta que mi tía (siempre guiada por el bendito libro) se dignó hacerle caso, más bien dicho, hacerse la que le hacía caso, porque la verdad era que lo tenía todo bien planeado desde el principio. Se casaron, no fueron nada felices y tuvieron una hija: Lucrecita.
Cuando Lucrecita llegó a la edad de merecer, y porque de repente es cierto que lo que le pasa a la abuela, le pasa a la madre y le pasa a la hija, le pasó lo mismo que a su mamá: se enamoró no de un torero, pero sí de un baterista y el baterista le cantó cuatro canciones de amor, la dejó toda esperanzada y después volvió a lo suyo (su música). Lo próximo que supo de él, lo supo por un obituario del New York Times donde ponían que el pobre tipo había pasado a la gloria luego de una sobredosis, en pleno concierto de rock.
Habían cambiado los tiempos, pero los líos del amor seguían siendo los mismos. Lucrecita, medio desesperada, tomó el viejo libro de su mamá, "Cómo atrapar al marido sin que se dé cuenta", a ver si a ella le prestaba algún servicio. También se sentía rechazada y también quería casarse como fuera, y cuando apareció el próximo interesado comenzó a aplicar las reglas... Pero, ¡ay, sorpresa! Lo que había funcionado para su madre no funcionaba para ella. En estos tiempos de celular, fax, internet, E-Mail, teléfonos inalámbricos, contestador automático, etc., no le resultó para nada descolgar el teléfono, porque a los tres minutos de tenerlo descolgado, le llegó un fax del interesado diciéndole:
"Dime si estás ahí, porque si no estás, voy a llamar a Sofía, que estoy lateado como ostra y no tengo tiempo ni paciencia para perseguirte".
Cuando Lucrecita le dijo que iba a verlo sólo una vez por semana, el interesado le contestó:
"Tú te lo pierdes, nena".
Y se fue a la playa con una morena despampanante, que había conocido en Bogotá. Y cuando se negó a salir con él de nuevo, porque el tipo no le había compra do ni una joya, ni un objeto romántico, ni le había enviado flores, él la espetó furioso:
"¿Y quién crees que eres? Si te gustan los anillos, cómpralos con tu sueldo, yo estoy muy endeudado y, aunque no lo estuviera, no me gusta gastar la plata en tonterías".
Y se fue casi tan para siempre como se había ido el baterista.
Ya no es como era antes. ¿Cómo se le va a exigir una joya a un pobre tipo que está hasta más arriba del pelo con las tarjetas de crédito? Y si se le advierte "vamos a vernos solamente los jueves", lo único que se logrará es que el tipo salga con otra el resto de la semana. Pero eso no es todo: lo más importante es que no sólo han cambiado los tiempos, sino que las mujeres, hoy por hoy, no están tan interesadas en atrapar a un marido. Tengo amigas a quienes la sola palabra "marido" les produce cuatro tiritones, y además cualquier mujer con un dedo de frente sabe que los hombres no son tan distintos de los pájaros... y pájaro que se atrapa hoy, mañana sale volando.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, NOVIEMBRE 18 DE 1997