VEINTE MIL PELOTAS BAJO EL AGUA
Publicado en
septiembre 18, 2015
Sólo alguien con un espíritu emprendedor podía encontrar el tesoro oculto.
Por Bill Geist.
REMONTÁNDOSE por los aires desde el octavo tee del campo de golf Grand Cypress, de Orlando, Florida, la pelota asciende en línea recta, impulsada por un ultramoderno palo de grafito. La esfera va perdiendo altura antes de llegar al césped del hoyo correspondiente y cae en un laguito encantador.
—¡Bien! —exclama Jim Reid, que se encuentra en un carrito de golf estacionado a orillas de la trampa de agua.
Luego viene una pelota en trayectoria casi horizontal, la cual rebota tres veces en la superficie del lago antes de hundirse.
—Hermoso sonido, ¿no? —comenta Reid, mientras escucha el ruido que hacen las pelotas de golf al caer en el lago.
Tiene una buena razón para alegrarse. Lo que para otros es motivo de pesar y frustración, para Jim Reid representa una oportunidad. "En esencia, saco provecho de los errores de los demás", afirma. Él empezó a beneficiarse de esos errores en 1981, y se convirtió así en el rey de las pelotas de golf usadas de Florida.
Reid dejó el estado de Oklahoma en 1971 para irse a vivir a Florida, donde consiguió un empleo de agrimensor en el parque de atracciones Disney World. Conoció a Beverly, quien trabajaba para la compañía de teléfonos, y se casó con ella. Luego, la pareja adquirió una casita.
Jim aprendió a bucear, afición que le sirvió para explorar naufragios en busca de doblones de oro y objetos similares. Cierto día se puso su traje de buzo y se zambulló en una trampa de agua de un campo de golf sólo para ver qué encontraba.
"Lo que vi me sorprendió", recuerda. "El fondo estaba totalmente tapizado de blanco. ¡Había miles de pelotas de golf!"
Sacó unas cuantas y las examinó a la luz del día. "La mayoría estaban como nuevas", recuerda. Entonces se las mostró al administrador del campo de golf, quien le ofreció diez centavos por cada pelota.
Reid volvió a zambullirse. Ese día sacó más de 2000 pelotas, que representaron una ganancia casi igual a su sueldo de una semana. Tras consultar con Beverly, decidió renunciar a su empleo y dedicarse por completo al rescate de pelotas de golf.
"Me sentía un poco incómodo", confiesa Jim. "Cuando me preguntaban en qué trabajaba, respondía que me dedicaba a meterme en lodazales para sacar pelotas de golf, y la gente me veía con recelo".
Con todo, seguía zambulléndose, y la cosecha era abundante. Al principio llegaba a casa con el coche cargado de pelotas de golf, y las lavaba en la lavadora de Beverly. Aunque ella apoyaba a su marido, no estaba dispuesta a permitir que destrozara su máquina, así que Jim se compró la suya.
A los vecinos tampoco les encantaba la idea. Basta con imaginarse el ruido que hacen 500 pelotas de golf girando en una lavadora hasta altas horas de la noche. De modo que Jim contrató a los vecinos.
Al paso del tiempo, probó diversas tecnologías. Intentó lavar las pelotas en una mezcladora de cemento, pero este procedimiento les desgastaba los hoyuelos, lo cual hacía que no volaran en línea recta.
Así que Reid y su equipo de vecinos volvieron a lavar las pelotas a mano, tras lo cual las colocaban en una base formada por tres clavos y las pintaban con pintura en aerosol. Finalmente, las metían en cajas y las vendían a la mitad del precio de las pelotas nuevas.
Corrió la noticia, y otros buzos comenzaron a interesarse en esta actividad. Jim les compraba las pelotas que rescataban. Al poco tiempo, había un tránsito constante de camiones que llegaban con pelotas viejas y cubiertas de lodo y se iban con un cargamento de pelotas renovadas. Como no podía contratar a todos los vecinos inconformes, Jim trasladó su negocio a una zona industrial.
—¿Cómo ha estado la pesca hoy? —les grita Jim a los buzos que descargan el botín del día en su muelle.
—Muy bien. Traigo unas 2500 pelotas —dice uno de ellos.
Los buzos reciben ocho centavos por cada pelota. Uno de ellos, Dan Becher, ha demostrado ser el mejor en su oficio. En 1993 rescató 652,000 pelotas. Ahora tiene un auto con teléfono y gana alrededor de 50,000 dólares al año.
Sin embargo, Reid advierte que no es un negocio fácil: "No cualquiera se pasa varias horas bajo el agua, en la oscuridad y en compañía de víboras y anguilas".
Las trampas de agua llegan a tener hasta 15 metros de profundidad. Los buzos a veces pisan trozos de vidrio roto o de metal torcido. Varios de ellos han recibido algún pelotazo. El propio Reid fue alcanzado por un rayo estando bajo el agua.
Ya entrada la tarde, siguen llegando camiones cargados de pelotas usadas; los buzos llegan uno tras otro con la cosecha resultante de una gran cantidad de golpes fallidos.
Tras descargar las pelotas, los empleados las cuentan, las enjuagan y las remojan en una tina llena de un líquido blanqueador preparado por Jim y cuya fórmula es un secreto.
Después de este proceso, las pelotas se rocían con acrílico. Luego, unas personas que trabajan sentadas alrededor de una mesa las separan por marca y calidad, y las echan en un dispositivo del cual salen en todas direcciones unos tubos de plástico que las llevan a unas cubetas. Jim solía vender las pelotas que se encontraban en mal estado a los cruceros, desde donde iban a dar a la máxima trampa de agua, pero dejó de hacerlo debido a las disposiciones ecológicas. Ahora se almacenan por si algún día a alguien se le ocurre una buena idea para aprovecharlas.
"Cuando renuncié a mi trabajo", dice Jim, "calculé que tendría que encontrar 2500 pelotas de golf a la semana para ganar lo mismo". Hoy su empresa, llamada Compañía Recicladora de Pelotas de Golf Segunda Oportunidad, recibe entre 80,000 y 100,000 pelotas al día, algunas provenientes de lugares tan lejanos como Hawai. En 1993 tuvo un ingreso bruto de 5 millones de dólares aproximadamente.
"Lo único que podría perjudicar a la empresa", dice Reid, "es que alguna de las compañías fabricantes lance al mercado pelotas flotantes. Pero eso sería peor para ellas. Como están las cosas ahora, todo el mundo gana dinero, excepto el golfista que pierde la pelota".
Cada año se fabrican alrededor de 200 millones de pelotas de golf. ¿A dónde van a parar? Pues al agua.
—,Cuándo aprenderán los golfistas? —le pregunto a Jim.
—Espero que nunca.
Tras vender su empresa por 5.1 millones de dólares en mayo del año pasado, Jim Reid se dedica a descansar a bordo de su yate, llamado El Ladrón de Pelotas. "Quizá aprenda a jugar al golf", dice. "Jamás he practicado ese deporte".
CONDENSADO DE "MONSTER TRUCKS AND HAIR-IN-A-CAN", © 1994 POR BILL GEIST, PUBLICADO POR G.P. PUTNAM'S SONS, DE NUEVA YORK.