NUESTRA IMPERIOSA NECESIDAD DE CARIÑO
Publicado en
agosto 24, 2015
Es la fuerza más importante en la formación de nuestra vida orgánica, emotiva y espiritual. Un hombre de ciencia aducía las pruebas de ello en SELECCIONES, hace ocho años. Por su interés y valor actual, estimamos oportuno presentarlas hoy nuevamente a la consideración de nuestros lectores.
Por Ashley Montagu.
HACE UNOS 60 años, cierto médico visitaba la Clínica Infantil de Düsseldorf, en Alemania, cuando observó a una gruesa anciana que se paseaba por la sala, con un niño sostenido sobre su cadera. Interrogado al respecto, el jefe de la clínica le explicó: "¡Ah! Es la vieja Ana. Siempre que tropezamos con una criatura con la cual de nada han servido todos nuestros esfuerzos, se la entregamos a la vieja Ana. Ella siempre logra buenos resultados".
Esto ocurría en una época en que la mayoría de las criaturas de menos de un año que ingresaban en los hospitales e instituciones destinadas al cuidado de la infancia, jamás salían de esos establecimientos con vida. Gradualmente empezó a comprenderse que era la ausencia de amor, la privación emocional, la carencia de atención materna, lo que causaba tan trágicas consecuencias en los orfanatos. A fines del decenio de 1920 a 1929, el Dr. J. Brennemann, de Chicago, estableció en su hospital la norma de tomar en brazos, entretener y mimar a cada criatura varias veces al día.
El estudio del amor es algo que los hombres de ciencia han eludido hasta hace muy poco tiempo. Pero al aumentar el interés por los orígenes de las enfermedades mentales se ha comenzado a prestar cada vez mayor atención a la infancia del ser humano. Lo que estas investigaciones han revelado es que el amor constituye, por encima de toda duda o sutileza, la experiencia más importante en la vida del hombre o la mujer.
Para el niño recién nacido, la supervivencia es, naturalmente, de importancia primordial. Pero la supervivencia no basta por sí sola, y en la mayoría de los casos es problemático que la mera satisfacción de sus necesidades físicas le proporcione eso siquiera. Por observaciones independientes de médicos e investigadores sabemos ya que el amor es parte esencial de la nutrición misma de toda criatura, y que esta, si se ve privada de amor, no podrá crecer y desarrollarse como organismo sano, sicológica, espiritual o físicamente. Aun cuando el niño esté bien criado físicamente, puede, no obstante, consumirse hasta morir.
Un viejo proverbio talmúdico dice que Dios, no pudiendo estar en todas partes, creó a la madre. (Y también a sus equivalentes; pues todo ser humano capaz de prodigar amor a la criatura puede ser el equivalente de la madre verdadera.) Ciertamente, el niño no puede sufrir pérdida mayor que la privación del amor materno.
Varios estudios llevados a cabo hace años han demostrado los perniciosos efectos de la falta del amor de la madre. El Dr. René Spitz, de Nueva York, estudió simultáneamente a las criaturas asiladas en dos establecimientos comparables que sólo diferían en un factor: el cariño prodigado a las criaturas. En la primera institución, llamada "Hogar Infantil", los niños estaban al cuidado de sus propias madres. En la segunda, llamada "Orfanato", criaba a los niños, desde que cumplían tres meses de edad, un personal agobiado de trabajo, y cada una de las niñeras estaba encargada de cuidar de ocho a doce niños.
Los resultados de las diferentes condiciones existentes en estos dos establecimientos se manifestaban en mucha formas, acaso más cabalmente en lo que se llama "cociente de desarrollo", que corresponde al desarrollo de las capacidades de percepción, de las funciones del organismo, las relaciones sociales, memoria e imitación, habilidad manual e inteligencia. Los niños del Hogar Infantil habían empezado con un cociente de 101,5 que, al final del primer año, se había elevado a 105. Al mismo tiempo, el cociente medio del Orfanato, que era de 124 al principio, se había reducido a 72, ¡y al final del segundo año a un pasmoso mínimo de 45! De lecho, en los dos años en que el Orfanato estuvo en observación, según hizo notar el Dr. Spitz, aquellas criaturas emocionalmente desnutridas jamás aprendieron a hablar, andar ni alimentarse por sí mismas. Durante los cinco años en que se estudió un total de 239 niños que llevaban asilados un año o más, el Hogar no perdió a una sola criatura por defunción, mientras que en el Orfanato 37 por ciento de los chiquitines murieron en un período de observación de dos años.
La carencia de amor y cariño normales puede causar incluso anquilosamiento físico y enanismo. Los doctores Ralph Fried y M. F. Mayer, en un estudio efectuado en el Asilo de Niños Judíos, de Cleveland, comprobaron que los más graves trastornos del crecimiento y el desarrollo ocurrían en niños empobrecidos o desamparados emocionalmente, es. decir, en aquellos que habían sido atendidos inadecuadamente, descuidados o abandonados por sus padres.
Si la privación emocional puede dar por resultado severos retrasos en el crecimiento y el desarrollo, sus efectos en la formación de la personalidad y la conducta parecen ser más graves todavía. Ciertas formas anormales de proceder, como las criminales, delincuentes, neuróticas, sicopáticas, antisociales y otras, pueden atribuirse en la mayoría de los casos a una infancia rodeada de amor insuficiente e inestabilidad emocional.
El Dr. Adrian Vander Veer, en The Unwanted Child ("El niño indeseado"), dice que el rechazo materno puede considerarse como el "factor causante de casi todos los tipos y casos individuales de neurosis o de problemas de conducta observados en los niños".
La criatura construye su imagen del mundo basándola mayormente en la experiencia que tiene con su madre. Según sea la madre cariñosa o indiferente, el niño sentirá que el mundo es cariñoso o indiferente. El niño, dotado al nacer de todos los impulsos necesarios para desarrollarse como amoroso y armónico ser humano, aprende a querer al sentirse querido. Cuando no es amado, no aprende a amar. Tales criaturas se convierten al crecer en personas para quienes el comprender el significado del amor resulta extremadamente difícil; de ahí que establezcan toda clase de relaciones humanas de manera superficial.
Tratándose de un criminal empedernido, un delincuente juvenil, un sicópata o de algún individuo que a nadie tiene apego, en casi todos los casos se verá que se trata de una persona que recurre a medios desesperados para atraerse el calor y la atención emocionales de que careció, pero que tanto anhela y necesita. La conducta "hostil", cuando se comprende plenamente, no es en realidad sino amor frustrado: una técnica para provocar amor... al mismo tiempo que un medio de venganza contra la sociedad que ha abandonado y desilusionado a esa persona, que se ha desentendido de ella y la ha deshumanizado. Así pues, el mejor medio de tratar la conducta hostil en los niños no es observar con ellos una conducta más hostil aun, sino prodigarles amor. Y esto ha de aplicarse no sólo a los niños, sino también a los seres humanos de todas las edades.
El amor es creador y enriquece grandemente la vida, tanto del que lo recibe como del que lo otorga. Es la única cosa en el mundo de la que nunca se dará demasiado a nadie. El verdadero amor posee firmeza y disciplina propias para las cuales no puede haber sustitutos; el amor nunca podrá perjudicar, inhibir ni corromper; sólo puede beneficiar.
Hoy los hombres de ciencia vienen descubriendo que vivir como si la vida y el amor fueran una sola y misma cosa es condición indispensable, porque tal es el sistema de vida que requiere la naturaleza humana. La idea no es nueva. Lo que hay en ella de nuevo es que los hombres contemporáneos están descubriendo otra vez, por medios científicos, las viejas verdades contenidas en el Sermón de la Montaña. Para el ser humano —y para la humanidad— nada puede ser más importante.
Condensado de "The Humanization of Man", © 1962 por Ashley Montagu.