Publicado en
agosto 26, 2015
Todo empezó cuando la flaca de la esquina se fue con otro... Durante un mes, Roberto anduvo sumido en la tristeza, y mi tía Eulogia, al saber los motivos, decidió "gozar de mi marido, como si el nuestro hubiera sido siempre un matrimonio de dos".
Por Elizabeth Subercaseaux.
Para cualquier mujer, la noticia de que el marido ha terminado con su amante (o la amante ha terminado con él) es una buena noticia, ¡cómo no! A nadie le gusta que el perejiliento del marido ande con otra mujer, por muy firulauta que sea. Pero mi tía Eulogia no era una mujer común y corriente, así que cuando la Domitila desembuchó la noticia, que la flaca andaba con otro y que era por eso que Roberto había perdido el apetito y las ganas de vivir, mi tía, en vez de saltar en una pata, enfureció.
—¿Qué me dices? ¿Que esa flaca malagradecida abandonó a Roberto?
—No solo eso, señora Eulogia, anda propagando por los cuatro vientos que está tan enamorada que se va a casar.
—¿Y con quién va a casarse esa culebra de la galaxia?
—Con un vendedor de autos.
—¡No me digas!
—Y eso no es todo. También anda diciendo por toda la ciudad que ahora hasta quiere tener hijos.
¡Qué se había imaginado la flaca! Con lo que la querían y respetaban todos en la familia, irse con otro, y un vendedor de autos, para más remate. ¿Acaso se había vuelto loca?
Todo este drama comenzó unos meses antes, una mañana en que la flaca amaneció con el pie izquierdo, se miró al espejo y decidió cambiar de rumbo. ¿Por qué tenía que cargar para siempre con un hombre casado, con la señora del hombre casado, la empleada del hombre casado y toda la familia del hombre casado? Los parientes de Roberto se le figuraban un puñado de sanguijuelas que le estaban chupando la sangre. Ella quería su libertad, un hombre soltero como Dios manda, un hombre sin una vieja chillando en el clóset, ni haciendo dietas para recuperar al marido, ni tomando pócimas para la tristeza. Roberto era un encanto y ella lo quería, pero la verdad es que estaba muy ocupado. Por última vez, el día anterior, lo había puesto entre la espada y la pared.
—¡Ya, Rober! ¡Decide! Eulogia o yo.
—Las dos.
—Eso no es posible, no se puede tener todo en la vida, ¡Eulogia o yo!
—En ese caso, Eulogia.
—¿Me estás diciendo que prefieres a esa viejuca arrugada, medio histérica, que te controla hasta los estornudos, que me espía por teléfono y que gasta la mitad de tu sueldo sin trabajar? ¿Prefieres ese recuerdo de mujer bonita a una mujer bonita de verdad?
—Será un recuerdo, pero es mi recuerdo y será viejuca, pero es mi viejuca. ¿Qué te ha dado con esto, flaca? ¿No podemos ser amantes, como Dios manda?
—Rober, Dios nunca ha mandado una cosa tan absurda. Lee la Biblia, por favor.
—¿Sabes lo que dijo Oscar Wilde?
—No sé quién es ese, ni tengo idea de lo que dijo— replicó la flaca, furiosa a estas alturas por la conversación con Roberto.
—Wilde dijo: "Ten los maridos que quieras, pero júrame que yo seré tu único amante".
—¿Eso dijo? Pues bien, dile a tu amigo que yo no estoy dispuesta a seguir siendo la amante de nadie.
Roberto se fue a su casa sin preocuparse demasiado. No era la primera vez que la flaca se rebelaba. No obstante, un mes más tarde, cuando fue al cine a ver Titanic, con un compañero de la oficina, su sorpresa fue muy grande. Frente a ellos estaba sentada la flaca, ¡con otro! El otro le tomó la mano, la flaca se apoyó en su hombro, el otro le acarició la cabeza, la flaca le dijo algo al oído, el otro le puso una palomita de maíz en la boca, la flaca lo besó en las mejillas, el otro le pasó la mano por el cuello, la flaca volvió a sonreír y en este punto, Roberto se levantó de un salto y abandonó la sala.
Durante un mes anduvo sumido en una tristeza tan grande, que mi tía intentó llevarlo al médico.
—¿Qué te pasa, Rober?
Pero él no le decía nada. Hasta que la Domi desembuchó.
—¿Y qué piensa hacer, señora Eulogia?
Para sorpresa de la Domi, mi tía Eulogia no partió corriendo a rogarle a la flaca, ni cometió ninguna de las locuras que ya había hecho las veces anteriores, cuando la flaca amenazaba con partir de sus vidas para siempre.
—Lo único que pienso hacer es gozar de mi marido, como si el nuestro hubiera sido siempre un matrimonio de dos.
—Pero si los maridos no están para eso, señora Eulogia, los maridos están para pagar las cuentas, reclamar porque todo está cada día más caro y salir a regar el jardín para que se les pase el mal genio. ¿Cuándo se ha visto a un marido gozando con su señora?
Con el tiempo y sus malas experiencias con Luterio Meneses, la Domi se había ido poniendo cada vez más escéptica... la cosa es que por primera vez en su vida, mi tía Eulogia hizo lo que debió haber hecho 10 años antes, y en lugar de deprimirse porque Roberto iba a pasar todo el día y toda la noche metido en la casa, y salir a rogarle a la flaca que se quedara, decidió comportarse como la esposa ideal. El problema fue que no contó con la reacción de
Roberto. Este, acostumbrado a encontrarse con mi tía, casi siempre metida en la cama a las siete de la tarde, tejiendo y mirando la tele, con una bolsa de agua caliente en los pies y un gato ronroneando en la almohada —la cosa menos romántica y seductora del mundo— empezó a encontrarse con un panorama perfectamente distinto: mi tía muy bien maquillada, con traje ajustado y zapatos de tacón de aguja, sentada en el living, esperándolo frente a dos cocteles Margarita y una bandeja de canapés, música suave en la pieza de al lado, flores en todas partes, perfume detrás de la oreja, labios pintados de rojo, con brillo.
—Cuéntame cómo fue tu día, mi amor.
—¿Qué?
—¿Cómo fue tu día, mi amor?
—¿Qué te pasa, Eulogia? ¿Te sientes bien? —le preguntó Roberto asombrado.
—Estupendamente, y ahora que llegaste, mejor que nunca. ¿Un traguito?
—Eulogia, no me asustes, ¿estás segura de que no te pasa nada?
—Lo único que me pasa es una ráfaga de pasión por ti, ¿otro traguito?
Un mes más tarde, Roberto empezó a quedarse en la oficina hasta las 11 de la noche. Uno de sus compañeros le preguntó si tenía algún problema.
—Ya no puedo más —le dijo—, Eulogia está rarísima, la desconozco, me colma de atenciones, en la casa solo se cocina lo que a mí me gusta, me espera de punta en blanco, con un coctel y canapés; me mete conversación culta, me habla de Beethoven, de política internacional, de literatura europea, no me contradice en nada. Súbitamente he pasado a tener la razón en todo, a ser un genio, el hombre más entretenido del mundo, el más fiable, el más tierno; me dice que está enamorada de mis ojos y de mis ronquidos, y me espera como quien espera al príncipe azul. Con decirte que ni mi barriga le molesta y le ha dado por decirme que soy el hombre más regio de Latinoamérica, el que hace mejor los negocios, que ella me adora, si hasta me dice piropos en inglés y me llama "cuckie pai" y otras sandeces por el estilo. A veces creo que está jugando a ser la Grace Kelly de los 60, enamorada de Gregory Peck, la esposa ideal, la impecable, la alfombra del marido... ¡Estoy desesperado, no sé qué hacer! Lo único que quiero es recuperar a mi vieja de siempre, con sus cachirulos horrendos, sus reclamos por todo, sus amenazas de depresiones, su amor-odio por la flaca de la esquina, su bolsa de agua caliente en los pies, sus malos humores y su gato, ¿Qué hago?
El compañero lo miró con lástima.
—Dile a Eulogia que si no cambia, te vas a ir con otra.
—¡Pero si todo esto empezó porque "la otra" se me fue!
—¡No me digas! Entonces, mira, he aquí la solución —le dijo y se le acercó y le sopló un secreto de 10 minutos al oído.
Al día siguiente, Roberto llegó a la casa regiamente vestido de traje sastre azul, camisa nueva, perfume de los caros, imperdibles en las mangas y un ramo de rosas amarillas.
—Está la dulcinea de mis sueños? — preguntó desde la puerta.
En el living le entregó las rosas, le dijo "estás preciosa", puso un vals, bailaron cinco minutos, luego le sirvió champán, le alcanzó un par de pasajes a Miami, le dijo por segunda vez que estaba preciosa y la invitó al dormitorio.
—¿Cómo ha sido tu jornada, vida mía?
Al quinto día de repetirse esta misma escena, mi tía Eulogia no pudo más y le confió a la Domitila:
—Se volvió loco, Domi, me trata como a una reina. De pronto soy lo mejor de lo mejor, me encuentra maravillosa, hábil para todo, dice que se entretiene conmigo a morir y que lo más fabuloso que le ha pasado en su vida soy yo. ¿Me estás oyendo? ¡Yo! ¡No doy más, Domi! Lo único que quiero es recuperar a mi marido de siempre.
Esa tarde, cuando Roberto preguntó desde la puerta:
—¿Está la Dulcinea de mis sueños?
Mi tía emergió con una escoba, con su misma pinta desastrosa de siempre.
—Mira, perejiliento, si vuelves a decirme "Dulcinea de tus sueños", esta escoba dará cuenta de los pocos pelos que te quedan en la cabeza...
Y Roberto sonrió.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, OCTUBRE 15 DEL 2002