MANAUS: AUGE EN EL AMAZONAS
Publicado en
agosto 28, 2015
En el corazón de la selva, a 1200 km. del mar, esta antigua ciudad ha llegado a ser, una vez más, puerto de escala para el mundo.
Por Scott y Kathleen Seegers.
EL AUGE económico más estimulante que se observa en el Brasil, generalmente próspero, tiene lugar muy lejos de las inmensas ciudades industriales y comerciales del sur del país: Está centrado en Manaus; pintoresca ciudad de 300.000 habitantes, que, rodeada de selvas, se extiende, con sus tejados de colores claros, a la orilla del gigantesco río Negro, cerca de su confluencia con el caudaloso Amazonas, a 1200 km., tierra adentro, del océano Atlántico.
Aislada y virtualmente desdeñada del resto del país, Manaus se impuso de nuevo a la conciencia brasileña cuando fue declarada zona franca en 1967. La Zona Franca ha dado origen al establecimiento de fábricas, industrias y comercios, y a la construcción de hoteles y edificios de oficinas de vidrio y cromo, que se elevan por encima de los tejados, cubiertos de musgo, de la vieja ciudad. Ha atraído barcos de toda América, de Asia, Europa y África, que surcan las aguas color café con leche del Amazonas para amarrar en el dique flotante más grande del mundo. La construcción no cesa de día ni de noche, las tiendas están abarrotadas de compradores venidos, ávidos de gangas, de todas partes del Brasil, y el que quiera una habitación de hotel tiene que reservarla diez días antes.
El actual es el más reciente de los sensacionales auges que han señalado la turbulenta historia de Manaus. Hemos visto la ciudad pasar por muchas etapas de altas y bajas. En 1947, por ejemplo, era poco más que un pueblo abandonado. Los tranvías abiertos circulaban todavía alrededor de la plaza del teatro de la ópera y bajaban por la adoquinada avenida Eduardo Ribeiro, pero no transportaban muchos pasajeros. Los doseles de tela de mosquitero que cubrían las inmensas camas de latón del Gran Hotel (abierto hace más de 60 años) mostraban grandes agujeros. Las tiendas hacían poco negocio, y el interior del teatro de la ópera, lleno de telarañas, devolvía el eco de las pisadas del raro visitante que perturbaba su recinto polvoriento. Por la noche, las luciérnagas generaban casi tanta luz como las bombillas, que parpadeaban débilmente mientras la gastada central eléctrica con dificultad producía suficiente energía para la ciudad.
Pero la gente no perdía el ánimo: Un caso típico fue el de Isaac Sabbá, industrial que se elevó por propio esfuerzo y que, alrededor de 1955, concibió la idea de construir una refinería de petróleo, aunque la fuente más cercana de petróleo crudo quedaba a más de 3200 km. al oeste, en la parte de Perú lindante con el Amazonas. No existían carreteras que llegaran mucho más allá de los límites de la ciudad, y había pocos automóviles. "Isaac, estás loco", le dijeron los peritos financieros.
La siguiente vez que visitamos Manaus, en 1961, la resplandeciente refinería de Sabbá, que tuvo un costo equivalente a cinco millones de dólares, estaba trabajando desde hacía más de un año. Al eliminar el elevado costo de transportar el petróleo desde las refinerías del sur de Brasil, se redujo aproximadamente a la mitad el precio de los derivados del material. Veintenas de barcos fluviales, que quemaban leña, optaron por emplear motores diesel. Y centenares de pequeñas embarcaciones del Amazonas se movieron con esos motores o con máquinas de gasolina. Se estaba construyendo una central eléctrica y un sistema para servicio de agua, que funcionarían con los productos de la refinería de Sabbá.
"Tenemos dos eras económicas en Manaus", nos dijo un hombre de negocios de la localidad. "AR y DR: antes de la refinería, y después de la refinería".
Las 200 personas que manejan la refinería aprendieron su oficio sobre la marcha. A fin de que puedan participar en las utilidades, Sabbá ofrece a los empleados la oportunidad de comprar acciones de la empresa. "La región del Amazonas necesita capitalistas", comentó Sabbá, "y esta es una manera de formarlos".
Varios cientos de empleados distribuyen los productos petroleros de Sabbá por toda la cuenca del Amazonas, y 3000 más figuran en su nómina de minas, bosques madereros, fábricas de madera terciada y productos de yute, y en la recolección y aprovechamiento de productos forestales, tales como las nueces de Brasil y el caucho.
Unos años después, Manaus experimentó otro auge económico. Como parte de un programa nacional para atraer capitales a las vastas regiones subdesarrolladas del Amazonas, el Gobierno decretó que cualquier brasileño podía retener la mitad de sus impuestos sobre la renta para invertirla en nuevas industrias en esas zonas. Con el dinero de Río de Janeiro y de Sáo Paulo se empezó a financiar nuevos ranchos, plantaciones, explotaciones de maderas, instalaciones para elaboración y astilleros en la región del Amazonas. Mucho tiempo antes, prósperos y laboriosos inmigrantes japoneses habían traído plantas de yute y de pimienta negra, que resultaron productos muy provechosos.
En Manaus se construyó un hotel con aire acondicionado, después otro y otro más. El adoquinado desapareció bajo el pavimento de asfalto a la vez que en las calles aumentaban los automóviles. Pero Manaus estaba todavía en el tobogán de la fortuna. Los precios del yute y del caucho (los productos que más dinero producían al Estado de Amazonas) comenzaron a bajar, y en 1966 la región estaba de nuevo al borde de la quiebra.
Luego el Gobierno estableció la Zona Franca de Manaus, y la prosperidad fue sensacional. Los productos importados podían obtenerse en Manaus aproximadamente por la mitad de lo que costaban en Río de Janeiro. Cada barco que llegaba inundaba el mercado con ropa, herramientas y aparatos domésticos, y las mercancías más ligeras llegaban por avión. Los brasileños del sur venían en tropel en barcos y aviones para comprar sus artículos importados favoritos.
En 1968, el primer año fiscal de la operación de la Zona Franca, aparecieron en Manaus 448 empresas. De enero a mayo de 1970 los comerciantes de Manaus importaron mercancía del país y extranjera por valor de 47 millones de dólares, el doble de las importaciones por igual período en el año anterior. Y con aplomo imparcial, Manaus exporta madera terciada, caucho en bruto, peces tropicales y cueros sin curtir de animales selváticos.
La SUFRAMA, o Superintendencia de la Zona Franca de Manaus, está formando un distrito industrial; se han aprobado ya 46 proyectos para la manufactura y elaboración de artículos ligeros. Atraídos por el incentivo de impuestos reducidos, varios industriales de Inglaterra, de los Estados Unidos y de media docena de países europeos han llegado a la ciudad para ver qué están haciendo en el Amazonas.
Para este año se proyecta la instalación de una acería que comenzará la producción con una capacidad inicial de 60.000 toneladas. El presidente de la compañía es el Dr. Sócrates Bonfim, nacido en la región del Amazonas. Gracias a él, esta es la primera sociedad anónima completamente abierta a la inversión privada que se funda en la región, y 5000 de sus 17.000 accionistas viven en Manaus. Cuando se constituyó una nueva compañía de teléfonos localmente financiada, las acciones se vendieron en 28 días.
Sin embargo, ni siquiera la vertiginosa prosperidad traída por las concesiones de la Zona Franca puede compararse con la locura del gran auge del caucho que se desató a principios del siglo XX. Anteriormente el caucho había sido más una curiosidad que un material industrial, y Manaus, fundada en 1669 y bautizada con el nombre de la belicosa tribu de indios que vivía en la zona, languideció a lo largo de los siglos. Cuando se constituyó el Estado de Amazonas en 1852, Manaus fue designada su capital.
En 1839 Charles Goodyear había inventado el método de vulcanización, que hacía el caucho más resistente al calor, y ya más avanzado el siglo, una nueva invención llamada el coche sin caballos dio origen a un insaciable apetito de neumáticos.
El caucho en bruto se vendía a unos 68 centavos de dólar el kilo, y el 98 por ciento del suministro mundial de esta sustancia procedía del Hevea brasilensis, el descomunal árbol del caucho, originario de las selvas del Amazonas. Hombres de negocios, especuladores, aventureros, jugadores y ladrones, procedentes de muchos países, se congregaron en Manaus, ansiosos de sacar tajada de aquella bonanza. (De la cosecha de 1910, Brasil obtuvo 125 millones de dólares, gran parte de los cuales fueron a dar a Manaus.)
"Manaus se volvió la ciudad más cosmopolita del Brasil", dice Cosme Ferreira, hombre de 77 años de edad, antiguo residente de Manaus y exportador de productos de la selva. "Recuerdo una reunión de 11 personas, en la que estaban representadas nueve nacionalidades". Aunque había gran cantidad de piedra roja en las afueras de la ciudad, sus calles estaban pavimentadas con adoquines de granito traídos de Portugal al precio de 1,25 dólares cada uno. En la abovedada sala del teatro de la ópera, que tiene 1000 asientos y es una de las más grandes de Sudamérica, actuaban compañías de opereta francesa y sopranos italianas mientras los jaguares rugían en la selva, a seis calles de distancia. Los reyes del caucho erigían casas llenas de ornamentos, muchas de las cuales, aunque construidas con los más delirantes excesos de la arquitectura victoriana, todavía están en uso. Fueron ingleses quienes construyeron la imponente aduana, el enorme dique flotante y un sistema municipal de agua, y en 1910 estaban listos para instalar un sistema de alcantarillado, pero cuando iban a iniciar los trabajos, aquel auge llegó paradójicamente a su fin a causa de otra muestra de iniciativa inglesa. En 1876 Henry Whickham había sacado del país subrepticiamente unas cuantas semillas del Hevea brasilensis. Los Jardines Botánicos Kew, de Londres, les sirvieron de lecho, y las semillas que dieron se sembraron en ordenadas plantaciones abiertas en la selva de Malasia. En 1910 la colonia inglesa del Extremo Oriente comenzó a producir caucho a una pequeña fracción de lo que costaba recoger la goma de la selva indómita brasileña, y el precio del material bajó radicalmente. La ciudad vivió 30 años de amodorrada existencia hasta el breve auge que alcanzó el caucho durante la segunda guerra mundial.
Aún hoy, a pesar de las calles pavimentadas, los rascacielos, las tiendas modernas y la vida cultural, Manaus es fruto del río y de la selva, creado y criado por el río y por los 2.600.000 kilómetros cuadrados de la cuenca del Amazonas. En el vuelo del puerto de Belém, cerca del Atlántico, hasta Manaus, únicas señales de vida que de vez en cuando observa el viajero son alguna diminuta embarcación fluvial que arrastra en pos de sí la V de su estela, y, cada 150 km. poco más o menos, una aldea adherida a un claro de la ribera. Los afluentes aportan sus caudalosas aguas al canal del Amazonas, que arroja en el Atlántico más de una quinta parte de toda el agua dulce del mundo. Cuando nos acercamos a Manaus, vemos el oscuro río Negro, que aparta las parduscas aguas del Amazonas, y los dos poderosos torrentes corren lado a lado, uno negro, ocre el otro, a lo largo de unos dos kilómetros, antes de confundirse. Los aviones mantienen su rumbo a la vista de las brillantes sinuosidades del Amazonas, porque la única posibilidad de sobrevivir, en caso de un aterrizaje forzoso, es descender en la orilla del río.
Este espléndido aislamiento está llegando a su fin a medida que Brasil se expande incesantemente hacia el oeste. En 1960 Manaus quedó unida por aire con Brasilia, la nueva capital del país. Hace tres años llegó hasta la ciudad una carretera que atraviesa río y selva desde Porto Velho, a orillas del Madeira, 800 km. al sur. Los ingenieros del Ejército están abriendo otro camino en dirección al norte, a través de la selva, hacia Boa Vista, capital del casi despoblado territorio de Río Branco, en la frontera con Venezuela. Otro atrevido proyecto es la carretera transamazónica que penetrará por el túnel de la selva, más o menos paralela a la ribera oriental del Amazonas, para unir el puerto de Recife, sobre el Atlántico, con Benjamín Constant, curioso pueblecito montado sobre zancos y situado a 4800 km. al oeste, en la frontera del Perú.
Predecir el futuro de Manaus ha sido siempre muy arriesgado, pero la mayoría de la gente confía en el creciente interés por el valle del Amazonas. No es probable que la prosperidad actual, el establecimiento de una producción industrial y agrícola sólidamente cimentada, así como el comercio engendrado por la Zona Franca, se desplomen en un abismo como el abierto por el derrumbamiento del caucho.
El camino que tome Manaus dependerá en gran parte de lo que sea de la región del Amazonas. Es todavía una de las regiones indómitas de la Tierra, y los hombres que pretenden civilizar tales regiones tratan a la Naturaleza como una adversaria, no como una compañera. Son hombres que las explotan para sobrevivir, y no tienen el dinero, el tiempo ni la inclinación que se necesitan para la conservación del ambiente natural. La gente consciente ha advertido de los peligros del uso inmoderado de los recursos forestales, y ya ha comenzado a aparecer una conciencia "conservacionista" en Río de Janeiro y en Brasilia. Si esta conciencia puede fortalecerse suficientemente como para asegurar el delicado equilibrio ecológico de la región del Amazonas, Manaus podrá continuar reinando prósperamente sobre su fascinante imperio.