LOS CALVOS SON MÁS SENSUALES
Publicado en
agosto 05, 2015
¡Ojo con los calvos! Aunque usted no lo crea, esos hombres que no tienen un solo pelo en la cabeza son los más atractivos y "sexy"...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mi amiga Joyce me ha contado algo que me dejó maravillada. Cuando llevaba apenas un año casada con Michael (su marido hasta el día de hoy y hasta que la muerte los divorcie, según suele decir ella), Michael comenzó a perder el cabello. Fue repentino. "De la noche a la mañana", dijo Joyce. Estaba Michael frente al espejo, peinándose para ir a la oficina, cuando lanzó el grito que retumbó en toda la casa. Joyce, que se encontraba preparando el desayuno, creyó que le había dado un infarto, que hasta ahí no más había llegado el matrimonio y que su viudez había comenzado en ese instante....
Pero no era infarto. Era que había empezado a perder el cabello. Y ahí estaba Michael, con el peine en la mano, con cara de desconcierto, mirándose como quien mira a la muerte, suspirando: "Ay, Joyce, mira todo este cabello, hasta hace tres minutos estaba en mi cabeza y ahora, mira dónde está, mira Joyce, en el peine".
En aquel tiempo Joyce era joven, inmadura, "indocumentada", como dice ella, y su primera reacción fue enfurecerse.
—¡Cómo se te ocurre ser tan bruto! Si te peinas como un salvaje, ¿cómo quieres que no se te caiga el pelo? Tienes que pasarte el peine así, Michael (le decía Joyce) así, con suavidad, como hacemos las mujeres, mira, así.
Y Michael la miraba hacer con esa cara de niño que ponen los hombres cuando tienen susto o cuando tienen fiebre. Pero no hubo caso, mientras más suavemente se peinaba Michael, más grandes eran los mechones de cabello que iban cayendo.
Cuatro meses más tarde, ¡madre santa!, Michael estaba casi completamente calvo y Joyce lo miraba compungida, creyendo que hasta ahí no más había llegado la cosa, cómo iba a seguir casada con un calvo. Además, lo probable es que ella estuviera haciéndolo lo más infeliz del mundo, porque si no, ¿cómo se explicaba eso de perder el cabello así, a esa edad, tan de repente, sin haber razones? En alguna parte había leído Joyce que la infelicidad hacía salir canas a las mujeres y hacía perder el cabello a los hombres. "Se le cayó el pelo de pura pena", decía la gente.
Cuando Michael llevaba tres semanas sin querer sacarse el sombrero, ni siquiera cuando estaban comiendo, Joyce decidió consultar a un especialista. A ver si había algún tónico, alguna crema especial, algo para devolverle el pelo a Michael.
Phillip Cook se llamaba el especialista, un gordo de sonrisa encantadora, con una panza digna de algún Sancho de Castilla y sin un solo cabello en la cabeza. La hizo pasar haciendo una reverencia al estilo de los chinos y luego le ofreció recostarse en un diván de siquiatra.
—Yo no soy la enferma, doctor, es mi marido —le dijo Joyce.
—¿Y qué tiene su marido? —preguntó el doctor Cook.
Y Joyce le explicó. El problema no estaba en lo que Michael tenía, sino en lo que estaba dejando de tener: cabello. "Se quedó calvo, doctor". Llorando le dijo que fue de la noche a la mañana. La vida les había cambiado; a Michael le estaban entrando complejos que nunca antes había tenido; no se atrevía a andar por la calle sin sombrero, temía que sus compañeros de oficina se burlaran de él, y cuando estaba en la casa se paseaba como gato enjaulado, lamentándose, diciendo que era un viejo prematuro, nunca más volvería a tener la juventud de antes, estaba perdiendo su encanto. "Cosas de ésas, doctor".
El doctor Cook la miraba con esa cara que ponen los doctores cuando entienden, sonriendo, sobándose la barbilla, meneando la cabeza para lado y lado. Y después de un rato de estar escuchándola, le dijo:
—Pero la vida sexual está mejor que nunca, ¿verdad, señora? Su marido está mucho más entusiasmado con usted que antes, ¿verdad, señora? Pasa haciéndole el amor, ¿no es cierto? Tres, cuatro veces por semana, ¿me equivoco?
Joyce se quedó mirándolo sorprendida. ¿Cómo sabía tanto ese doctor? ¿No sería agente del FBI o de la CIA?
—¿Y usted, cómo sabe? —le preguntó por fin.
Y ahí fue cuando el médico le explicó lo de la testosterona. Existía una relación directa entre la pérdida del cabello y la actividad sexual de los hombres, le dijo el doctor Cook. Los hombres que perdían el cabello prematuramente eran los que producían más testosterona, la hormona masculina, "esa que mueve toda esa cosa deliciosa que a usted le pasa con su marido", le decía el doctor Cook acercando su cara a la cara de Joyce. Luego le explicó que no había bendición más grande que la de ser calvo.
—Mientras menos cabello en la cabeza, más amor bajo la cintura —decía el médico sobándose su propia calva—. Váyase tranquila, señora, esto es lo mejor que podría haberle sucedido y olvídese de tónicos para el cabello o de vitaminas, porque lo que se pierde en la cabeza se gana en el resto del cuerpo.
Joyce salió de la consulta encantada de la vida. Llegando a la casa, llamó a Michael a la oficina. Y aunque Michael no entendió nada cuando ella le dijo "eres un calvo sexy y adorable", presintió que algo bueno debía haberle dicho el médico a su mujer y se fue a la casa más que volando.
—Puras buenas noticias —lo recibió Joyce en la puerta—. El doctor Cook me lo explicó todo. Lo que pasa es que tú tienes más testosterona, por eso perdiste el pelo, pero ganaste en sensualidad. Calvo, igual a sexy, eso me dijo el médico.
Poco a poco Michael empezó a creer que el doctor Cook estaba en lo cierto. Se miraba al espejo y le parecía que su calva le daba un aire interesante, un atractivo diferente, los ojos se le habían puesto más luminosos, la mirada más profunda... Y Joyce le gustaba cada día más.
El tema de la pérdida del cabello de Michael no volvió a tocarse en esa casa y hoy, después de casi treinta años de matrimonio, Joyce dice que gracias a la calva de Michael, la llama de la pasión no se ha apagado nunca.
La historia de Joyce me ha hecho pensar en los calvos de mi vida y por fin he llegado a concluir que el tal doctor Cook tenía toda la razón del mundo: los calvos son más sexy. Será que tienen más testosterona, será otra cosa además de eso, pero que son más sexy, lo son. Fíjese en los calvos que usted misma ha conocido. ¿No ve que tienen una hondura distinta en la mirada? Y la boca, ¿se ha fijado que los calvos, en general, tienen la boca amplia, bonita? Además, sonríen de otra forma, con otra picardía, con mucho más sensualidad... fíjese.
Ahora comprendo por qué mi abuela amó a mi abuelo hasta el día de su muerte.
Mi abuelo era una de las personas más insoportables que yo he conocido en toda mi vida, pero no tenía un solo pelo en la cabeza y ¡claro! ahora entiendo lo que quería decir esa mirada encantadora que tenía él. Y esa manera de decirle a mi abuela en las noches, "Ven, Virginia, es hora de dormir". Ahora entiendo. Mi abuelo era calvo desde siempre.
El marido de mi tía José, en cambio, tenía cabellos hasta en la frente, una mata de pelo como de troglodita de alguna selva, pelo sedoso, grueso, negro como el carbón, impresionante. Pero el marido de mi tía José, con todo ese cabello en la cabeza, carecía de encanto, no tenía la menor chispa en la mirada, andaba por el mundo como si el planeta le pesara.
Joyce dice que existe una relación directa entre el encanto y la sensualidad masculina y la calvicie. Y parece que es verdad. Así es que si su marido ha perdido el cabello, no le ocurra pensar que desde ahora en adelante no lo van a mirar las mujeres, porque será justamente lo contrario. Mi amiga Joyce, que entiende de esas cosas más que nadie, me ha dicho que cualquier mujer que se precie de entendida en "materias sexuales", sabe que lo mejor de lo mejor no se encuentra en esos varones llenos de cabello en la cabeza, como Tarzán de la selva, sino en los otros, en los que no tienen ni un solo pelo a la vista, en los de la mirada profunda, la boca ancha y la cabeza brillante.
¡Ojo con los calvos!
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, OCTUBRE 13 DE 1992