¿SABE TRATAR A SU HIJO ADOLESCENTE?
Publicado en
agosto 05, 2015
Consejos a los padres de familia que se preguntan cómo tratar a sus hijos durante los difíciles años de la adolescencia.
Entrevista con el Dr. Martin Symonds, por Joan Rattner Heilman (EL DR. Martin Symonds, siquiatra especializado en el tratamiento de los adolescentes, es subdirector y profesor de sicoanálisis del Instituto Norteamericano de Sicoanálisis, y profesor adjunto de clínica siquiátrica de la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York.).
Pregunta: Dr. Symonds, ¿presentan problemas todos los adolescentes?
Respuesta: Así es; de una u otra índole, y en algún momento de esta etapa de la vida. Los adolescentes pasan por lo que llamamos vulgarmente "la edad del pavo" y se muestran exageradamente susceptibles. Les hablamos para saludarlos y contestan: "¡No me molestes!" Si el padre o la madre recomienda al hijo adolescente que se lave las manos, éste reprochará a su progenitor tratándolo con autoritaria severidad. Los adolescentes dudan de sus mayores; los desafían, se resisten a obedecerlos; insisten en rebelarse. También se quejan, refunfuñan por cuestiones de poca monta, y sufren. Pasan constantemente de uno a otro extremo; desde la cima de la felicidad se precipitan de pronto en la desesperación. Elaboran magníficos proyectos, pero carecen de la fuerza de voluntad necesaria para realizarlos. Se entregan tan completamente a sus propias aflicciones que apenas tienen tiempo de pensar en los demás. Por otra parte, la autoestimación y la confianza en sí mismos escasean más entre ellos que en grupos humanos de cualquier otra edad.
P. ¿Por qué se comportan así los adolescentes?
R. Porque se sienten conturbados. Mientras maduran, se están independizando. Están dejando atrás la niñez, que constituye, en esencia, un período de dependencia, y tratan de "encontrarse a sí mismos". Su actitud es de oposición a todo, pues consideran que la única forma de demostrar que son diferentes estriba en disentir.
Cuando el adulto ve sobre un banco del parque un letrero que advierte: "Pintura fresca", se abstiene de tocar el banco. El adolescente, en cambio, cree necesario tocarlo, mirarse los dedos y comentar: "Es cierto; es pintura fresca". Esta actitud podría tomarse por un desafío a la autoridad; incluso por un indicio de tontería. En realidad, constituye la manera como el adolescente descubre por sí mismo el mundo en que vive. Reacciona en forma similar en los demás aspectos de la vida, con gran desesperación de sus padres, que querrían ahorrarle el pesar de incurrir en errores. Los padres, con todo, deben recordar que cometer errores es peculiar de la adolescencia. No depende de ellos hacer felices a sus hijos adolescentes.
P. ¿Qué ocasiona las principales dificultades en las relaciones entre padres y adolescentes?
R. El que los mayores abdiquen su papel de padres. En todos los chicos confusos que he tratado resalta particularmente esta circunstancia: los padres no les proporcionan el ancla, el apoyo, la dirección que necesitan los jóvenes. Los adolescentes se desarrollan con gran rapidez y en forma incierta, y les hace falta algún punto de vista al que oponerse. Los padres deben comunicar a sus hijos los principios que los guían, pero sin animosidad. Veamos un sencillo ejemplo: si a los padres no les agradan las cabelleras largas, conviene que lo digan más o menos así: "Lo que es yo, prefiero el pelo corto", y no: "¡Estás horrible con esos pelos tan largos y enredados!"
P. Pero, ¿cree usted que en el mundo actual, con sus grandes cambios, conviene que los padres sean tan autoritarios?
R. El que los padres declaren su manera de pensar no significa que sean rígidos ni autoritarios. Con ello dan a entender que no son un cero a la izquierda para sus hijos. El hijo adolescente no hará por eso lo que haga el padre, ni lo que éste quiere que haga aquél; sólo le recuerda al hijo que es su padre y le hace ver lo que piensa. Los padres se rinden a los hijos con excesiva frecuencia y les permiten que tomen las riendas. Pero no es cierto que la juventud actual lo sepa todo. Los padres deben constituirse en guías. Los muchachos jamás contrariados son los más perturbados.
P. ¿Qué opina usted de los padres que creen haberse equivocado de medio a medio en la educación de sus hijos?
R. Siempre hay algo de que sentirse culpable en este aspecto, ya que nadie es perfecto. Pero el sentimiento de culpa mina en nosotros el sentido común y causa más problemas que el error original. Aconsejaría yo a los padres que dejen de atormentarse por lo pasado; que acepten su papel y asuman su responsabilidad ahora mismo; es decir, que, día tras día, hagan cuanto esté en su mano.
P. Si los padres se sienten confundidos, si no están seguros de sus propias convicciones, ¿qué deben hacer?
R. En mi opinión, deberán leer mucho, pedir otros pareceres, hablar con otros adultos, expresar sus ideas, exponerse a sondeos y luego analizar la situación concienzudamente. Maravilla ver lo que ocurre cuando los adultos se confían sus problemas. Desde luego, hay alivio en "explayarse", en decir en alta voz lo que se lleva dentro. Es un consuelo enorme saber que nuestra situación y nuestras reacciones no son inusitadas; que otros padres riñen con sus hijos; que se encuentran a veces en un atolladero y que a menudo se desesperan. Exteriorizar nuestras ideas y sentimientos contribuye a sacar a luz los verdaderos sentimientos que se ocultan bajo las apariencias.
Por ejemplo: una madre siente hondo enojo contra su hija de 14 años de edad, que no le inspira confianza y es quizá insincera, que tiene amigos muy poco gratos a la madre. Al expresar en voz alta estos sentimientos, descubre que su enojo no es sino la careta con que disimula su temor de haber perdido todo el ascendiente sobre su hija; de estarla "perdiendo" a ella misma, o su temor a una independencia que la desasosiega. La madre, al hablar de su temor, descubre también que con su enojo ha ocultado, tanto a sí misma como a la hija, su amor y su preocupación.
P. Si lo peor que pueden hacer los padres es abstenerse de exponer claramente su opinión, ¿qué otra cosa puede haber casi tan contraproducente como eso?
R. El que marido y mujer no estén acordes en la forma de tratar a los hijos. En todos los adolescentes conturbados que he conocido en el curso de mi labor, he visto que el padre y la madre tenían pareceres opuestos en este punto. En cuanto ambos unen sus fuerzas, a pesar de que su actitud sea individualmente caprichosa, el hijo se comporta mejor. El muchacho necesita un ámbito de estabilidad y armonía.
P. Pero sin duda resulta ilusorio esperar que ambos padres piensen siempre igual del comportamiento de los hijos, ¿verdad?
R. ¡Claro! Sin embargo, los padres deberán conciliar sus diferencias y llegar a algún acuerdo. Supongamos que uno de ellos piensa que su hija de 15 años debe llegar a casa antes de las 10 de la noche, y que el otro no da importancia a eso. En tal situación, ambos tienen que optar por uno u otro parecer. A mi juicio, es indiferente cuál sea la decisión, con tal de que tomen alguna. Lo que sí importa es que no se menoscabe la autoridad paterna o materna; que no se oponga la opinión de uno de ellos a la del otro; que a ninguno le dé por decir: "Por mi parte, te daría permiso, pero es tu madre (o tu padre) quien se opone".
P. Al decif usted que los padres deben adoptar determinada actitud y afirmar su posición, ¿acaso no está recomendando la aplicación de una disciplina ya anticuada?
R. De ninguna manera. Recomiendo, eso sí, que los padres se muestren firmes; que digan a sus hijos lo que de ellos esperan y lo que en ellos les complacería, mas no que los traten con inflexible rigor. Los padres demasiado estrictos corren el riesgo de que el hijo adolescente, en su lucha para expresar su personalidad, se vuelva más rebelde. Hay que evitar el falso ultimátum que consiste en decir: "Si vuelves a salir con ese muchacho, te echaremos de casa". En vez de ello, quizá convenga más decir: "Me gustaría que hicieras tal o cual cosa", o bien: "Quisiera que tú..." De ese modo se ofrecerá al adolescente la oportunidad de elegir y los padres tendrán más probabilidades de contar con la colaboración del hijo o de la hija. Así los padres no renunciarán a sus prerrogativas ni orillarán al chico o a la chica a tener que desafiarlos para sentirse libres.
P. Pero si los padres no deben dictar órdenes al hijo adolescente, ¿cómo conseguirán que haga lo que ellos quieren?
R. Solamente por respeto a sus padres cumplirá el adolescente la voluntad paterna. La aprobación o la reprobación de los padres es de gran importancia para el adolescente, aunque no lo parezca. El joven desea conocer la opinión de sus padres, y también quiere que ellos lo acepten como ser humano que es, si bien no espera que sancionen necesariamente toda decisión que él tome.
Aconsejaría a los padres que dijesen a sus hijos adolescentes lo que desean y esperan de ellos, pero siempre como algo personal. Por ejemplo: "Ese vestido que llevas me parece demasiado corto", mejor que: "Con ese vestido estás espantosa". O bien podrían decirles: "Me gusta que la casa esté bien arreglada. Por favor, antes de salir, arregla tu habitación", mejor que: "¿Por qué no aprendes a ser limpio y ordenado ?"
Conviene que los padres no pongan en tela de juicio cuanto haga o diga el hijo adolescente; que no dramaticen todo lo que a éste concierne. Evitarán escucharlo con excesiva gravedad, prontos a la oposición, y tratarán de reaccionar al espíritu de sus afirmaciones antes que a sus palabras mismas. Conviene a los padres aceptar del adolescente algunas cosas y rechazar otras, y tendrán que guiarse por sus propios sentimientos para decidir qué pueden permitir y qué han de rechazar.
P. ¿En qué forma dirimiría usted una diferencia de opinión, por ejemplo, acerca de la hora en que un chico de 14 años de edad debe volver a casa?
R. Empezaría por hablar con él de la reunión a que proyectara asistir; le preguntaría qué piensa encontrar en ella, cómo se las arreglaría para ir y volver. Por último, le diría: "Te ruego que estés de vuelta hacia las 11".
Si el muchacho replicara: "¡Pero todos los demás estarán allí hasta las 12:30!" discutiría con él la cuestión y resolvería si es o no razonable que permanezca fuera hasta esa hora. Si me pareciera que no, le diría: "Sin embargo, las 12:30 no me parece bien. Sería mejor que volvieras a las 11:30". Estoy casi seguro de que si el padre le merece respeto, el adolescente regresará a la hora indicada. O bien podría argüirse: "Si esto va a ser causa de dificultades, tal vez valdría más dejar esa fiesta para otra ocasión".
P. ¿No cree usted que en la actualidad es más difícil educar a los adolescentes que hace algunos años?
R. Sí, por cierto. El adolescente de nuestros días, además de chocar con todos los problemas acostumbrados, siente los efectos de la desesperanza que asalta a los adultos. Si los padres tienen la convicción de que el mundo va hacia el abismo, o se sienten frustrados y víctimas de la opresión en su trabajo, ¿cómo van los adolescentes a creer sinceramente que valga la pena amoldarse a alguna disciplina?
Los padres deberán mostrarse optimistas. Deberán tener fe en el mundo y en el porvenir, pues, de lo contrario, no lo inculcarán en sus hijos. Sin la fe necesaria, el capitán diría antes de la batalla: "¡Nunca tomaremos ese reducto!" Los que crean de corazón que el mundo está irremediablemente hundido, deberán callar. Los padres han de ser sinceros, mas no se debe confundir la sinceridad con la confesión de todas nuestras dudas; no conviene decir todo lo que se piensa. No confíe sus temores acerca del futuro a su hijo adolescente. Antes bien, déle la oportunidad de explorar por sí mismo el porvenir con ayuda de sus padres.
Por último, los padres deben sentirse optimistas respecto a sus hijos. La crítica negativa destruye la imagen que el joven tiene de sí, que es la parte más esencial de su ser. Es deber de los padres descubrir las buenas cualidades del hijo; no sus defectos. Los progenitores habrán de confiar en el éxito final del hijo, dándoselo a entender así. En mi práctica de siquiatra he comprobado que, cuando les proyecto mi convicción de que sanarán, mis pacientes, en efecto, logran una evidente mejoría. La esperanza es el mayor beneficio que podemos hacer.