EL INOLVIDABLE LOUIS ARMSTRONG
Publicado en
agosto 26, 2015
Fue hombre impetuoso, admirable, singular: el músico de "jazz" más notable entre todos. Aun así, su recuerdo deberá perdurar porque fue, más que nada, un ser humano excepcional, que se ganó el amor de todos con dar a todos el suyo.
Por Tyree Glenn (Trombonista, fue muchos años el director musical de la banda de Louis Armstrong.).
¡CARAMBA! ¡Qué manera la suya de tocar la trompeta! Louis se pasaba un blanco pañuelo por la frente reluciente, se llevaba a los labios su trompeta dorada, la apuntaba hacia las alturas, soplaba... y de ella surgían notas tan bellas como volutas de humo. Y al entonar, con su ronca voz, cualquier canción, mostrando sus grandes dientes blancos, dando saltitos y moviendo el cuerpo, daba la impresión de que no había su igual en el mundo. Para quien hubiera formado parte de su banda o que lo hubiera oído tocar, quedaría siempre en la música un poco del espíritu de Louis Armstrong.
Antes de que "Pops", según llamaban a Louis Armstrong la mayoría de sus amigos, llegara a la violenta ciudad de Chicago del tercer decenio de nuestro siglo, el jazz se oía ejecutado generalmente por algún conjunto. Pero el joven Louis no tardó, gracias al virtuosismo de su talento musical, en liberar la música en favor de los instrumentistas en lo individual. La forma del jazz sufrió un cambio radical y se enriqueció totalmente por influjo de Louis Armstrong. El jazz llegó a ser una expresión artística netamente norteamericana, y Louis mismo se convirtió en una de las más brillantes estrellas de esa música. Recorrió el mundo entero y se hizo tan popular en otros países como en el suyo. Participó en no menos de 36 filmes, fue gran figura de la televisión y grabó alrededor de 2500 discos fonográficos, entre ellos triunfos tan perdurables como los titulados Mack the Knife, Helio, Dolly, Blueberry Hill y When It's Sleepy Time Down South.
Sin embargo no fue en su calidad de músico y de fuente de entretenimiento para el público como Louis Armstrong dejó memoria perdurable, sino más bien por su singular calidad humana, pues era hombre que conquistaba el amor de cuantos lo rodeaban al dar el suyo propio. Su filosofía se resumía en la frase: "¡Qué mal se verá el que no me trate bien!" Supo vencer la pobreza y superar los agravios y las crueldades que le infligió el fanatismo racista, y jamás permitió que aquellos dejaran en él cicatriz alguna. Era hombre sencillamente demasiado bondadoso y demasiado apacible, demasiado amigo de la diversión y de la broma inocente para ser capaz de alimentar ningún rencor. "Apenas despierta, ya está sonriendo", solía decir su esposa, Lucille.
Siendo yo un muchacho salido de Corsicana (Tejas), que tocaba el trombón en una banda de provincia, oí en discos, por primera vez, la inconfundible trompeta de Louis. Las jubilosas notas de su instrumento, puras, brillantes, y la ronca voz con que él cantaba, sacudían en lo vivo a todos los de nuestro conjunto. Solíamos sacar la cabeza por la ventanilla del autobús en que viajábamos, a fin de pillar un resfriado y así llegar a cantar como Louis Armstrong. Pero esto nadie lo logró jamás. Pocos años después, cuando llegué a Nueva York como uno de los acompañantes de la cantante Ethel Waters en sus actuaciones en el cabaré Cotton Club, me tocó participar en algunas reuniones musicales en que Louis intervenía. Yo me sentía transportado al mismo cielo. Por fin, cuando me invitó a incorporarme a su conjunto, conocí la profunda impresión de tocar a su lado y de viajar con él por todo el mundo.
Aquello fue para mí una lección, no sólo en el arte musical, sino también en el arte de vivir. El pasarse tocando en una banda, una noche en un pueblo y en otro la siguiente, durmiendo unas cuantas horas y malcomiendo siempre, es una existencia muy penosa. No obstante, Pops tenía el don de saber aceptar las cosas tal como vinieran. Se las arreglaba para acurrucarse en cualquier parte y descabezar un sueño. "No permito que nada me incomode", solía decir. "Es uno más sano y más feliz viviendo buenamente".
EXPERIMENTANDO
Louis Armstrong nació el 4 de julio dé 1900 en un pobre barrio negro de Nueva Orleáns (Luisiana), el barrio llamado "Back o' Town". Creció en un mundo de prostíbulos, garitos, cultura criolla, riñas a navaja y jazz. Su madre, a quien Louis adoraba, era doméstica, y su padre que trabajaba en el negocio de la trementina los abandonó pronto. "Mi madre me enseñó que lo que uno no pueda conseguir, no vale la pena", contaría Louis más tarde. El chico se ganaba su miserable sustento entregando carbón en centros deportivos, y fue en estos donde oyó por primera vez la música de jazz ejecutada por músicos excelentes, tales como Jelly Roll Morton, Bunk Johnson y Joe "King" Oliver.
Tenía Louis 13 años de edad cuando, en un arrebato de juvenil entusiasmo, disparó varios cartuchos de salva en celebración del Año Nuevo. Ello le valió que lo mandaran a una casa de corrección para niños de raza negra. Pero esto, después de todo, le fue de provecho, pues en el lugar le enseñaron a tocar el clarín y la trompeta. Al salir el chico de allí, King Oliver, de quien Louis había hecho un ídolo, le regaló una trompeta vieja y le enseñó algo más acerca de su manejo. Durante un tiempo el muchacho tocó a bordo de los vapores fluviales que viajaban entre Nueva Orleáns y San Luis (Misurí), tras de lo cual Oliver lo llamó a Chicago para que se incorporase a su banda. "Era yo entonces un chiquillo", solía decir Louis. "No sabía nada, y ni siquiera imaginaba gran cosa".
Con todo, no pasó mucho tiempo sin que "Little Louis" (que a la sazón era un muchacho gordo de 102 kilos de peso) cautivara la atención de los otros músicos por la forma extraordinaria como tocaba la trompeta. Era poseedor de las dotes ideales para hacer de él un gran trompetista: un pecho amplio, un diafragma potente y los carnosos labios y la boca grande que le valieron el apodo de "Satchel-mouth"* (que a la postre tomó la forma abreviada de "Satchmo"). Tan fuertemente soplaba que, cuando el conjunto de Oliver grababa algún disco, los especialistas en acústica debían colocar a Satchmo cinco o seis metros más lejos que a los demás ejecutantes, para equilibrar su parte con el resto de la banda.
Desde luego, Louis era capaz de algo más que soplar con increíble brío. Experimentaba continuamente, ensayando diversos sonidos, nuevas ideas. "Todos damos el do, el re y el mi", acostumbraba decir, "pero el resto de las notas lo tiene uno que descubrir por sí mismo". Y Louis lo descubrió en el curso de su propia vida, plena de incidentes. "Cuando toco", le dijo cierta vez al escritor Larry King, "evoco épocas pasadas que me traen una imagen concreta. La de alguna población, la de una chica con quien uno se cruzó en el camino, la de algún sujeto anónimo, visto en una ocasión en algún sitio de que uno no se acuerda. Lo que uno expresa con la trompeta, eso mismo es lo que es uno".
En 1924 Louis se trasladó a Nueva York para incorporarse a la orquesta de Fletcher Henderson, el primer conjunto de músicos negros compuesto por gran número de instrumentistas.
Henderson dejó a Louis en completa libertad, y a poco andar, ya el estilo de Satchmo convertía a la orquesta de Henderson de un conjunto de música bailable en la primera banda verdaderamente de jazz.
HOMBRE SENCILLO
Al crecer la popularidad de Amstrong, se constituyó él mismo en empresa. En 1932 efectuó el primero de muchos viajes fuera de su país, y donde se presentó atrajo enormes multitudes.
No obstante haber ganado fama y fortuna, Louis fue siempre un hombre sencillo. "Yo nunca pensé en llegar a ser una gran estrella", solía decir. "Todo esto de andar viajando, sí, resulta grandioso, es bonito, pero no fue a mí a quien se le ocurrió. Yo no era menos feliz en Nueva Orleáns". Vivía con sencillez en compañía de Lucille, su esposa, en una casa de 11 habitaciones en total, en un tranquilo barrio de Nueva York. Su platillo predilecto consistía en arroz con frijoles. Sentía gran cariño por los niños del barrio y ellos, a su vez, lo adoraban. Muchas veces, al llegar el autobús de la orquesta a casa de Louis con objeto de recogerlo, teníamos que esperar mientras él se detenía a comprar helados para la chiquillería.
Pops tenía el corazón más blando del mundo, y la generosidad que desplegaba solía desesperar a Joe Glaser, su representante. "¡Pops regala de 500 a 1000 dólares cada semana!" estalló Glaser en alguna ocasión. "Literalmente los regala. Y no cada mes; no: todas las semanas". Yo mismo vi en varias ocasiones que Louis le regalaba su trompeta a algún chico que carecía de los medios para comprarse una.
Antes de cada función observaba el rito de aplicarse diversos remedios. Ingería un trago de miel con glicerina "para aclararse el gañote" y recurría a una pomada alemana a fin de "suavizarse los morros". Se untaba un linimento en cuello, pecho y vientre para estar a salvo de resfriados, y se frotaba la cara con cierto ungüento de nitrato llamado "a eliminar cualquier fiebre". Por último, echaba mano de su dosis nocturna de "Swiss Kriss", cierto purgante cuyo uso ya era en él poco menos que una manía. Daba risa ver a Satchmo, cubierta la cabeza con un pañuelo que le daba el aspecto de una niñera negra, dando cumplimiento a aquel rito. Pero eso conservaba sus energías.
"HAZTE A UN LADO, GABRIEL"
Tras de viajar por el mundo y de soplar la trompeta durante más de medio siglo, Louis acabó por experimentar los efectos de ello. Hace unos años, Pops, que hacía un recorrido por Italia, sufrió un colapso. Más tarde, ya en Nueva York, fue necesario hospitalizarlo, pero el ánimo de Louis se mantenía firme. "No es nada que no se cure con un poco de música". me contó la vez que fui a visitarlo. Y a continuación insistió en que ensayáramos un número que se proponía tocar en la función entonces en proyecto.
La última actuación de Louis ocurrió el mes de marzo de 1971, en el Hotel Waldorf Astoria, de Nueva York. Lo que había sido un cuerpo robusto aparecía ya consumido por la enfermedad, pero Satchmo "había acudido para envolver en música a la gente". Los médicos le habían advertido que se abstuviera de tocar la trompeta, mas él hizo oír sus agudas notas.
Después se le debió hospitalizar de nuevo y luego se le ordenó descansar en casa. A pesar de ello, todas las tardes practicaba la trompeta. Hablaba a veces de la muerte, pero se negaba a lamentar la proximidad de su propio deceso. "Me parece haber llevado una vida magnífica", me decía. "Nunca quise nada que no pudiera alcanzar, y alcancé casi todo cuanto aspiré a tener. Los aficionados al jazz se gozarán en tocar en honor mío; vendrán de todas partes con ese objeto. No me disgustará llegar hasta las puertas de la gloria. Tocaré en compañía del arcángel Gabriel. Sí, señor: juntos tocaremos Sleepy Time Down South".
Sin embargo, Pops nunca mostró tener mucha prisa por tocar en tal compañía. Estaba impaciente por lanzarse de vuelta al camino. "Mis morros se hallan en excelentes condiciones", me aseguraba. "Lo único que me hace falta es recobrar la solidez de mis zancas". Con esto, Louis y yo atacamos Sleepy Time Down South. Días después, el 6 de julio, Louis murió apaciblemente mientras dormía.
Sus funerales, muy sencillos, se celebraron en el tranquilo barrio residencial donde Pops había vivido hacía largo tiempo, pero a ellos asistieron muchos personajes distinguidos y se difundieron a 16 naciones europeas por televisión, con ayuda del Telstar. La popular cantante Peggy Lee cantó el Padre Nuestro al ritmo lento de una procesión fúnebre propia de Nueva Orleáns. Al Hibbler, cantante ciego, interpretó Nobody Knows the Trouble I've Seen. Freddie Robbins, director de un famoso programa de música grabada, pronunció una breve oración fúnebre, que terminó diciendo: "Hazte a un lado, Gabriel, que ahí va Satchmo".
Y cuando el cortejo funerario partió hacia el cementerio, un grupo de chiquillos alzó un cartel que decía: "Todos te quisimos, Louis". Así fue: todos lo quisimos.
*Que, literalmente, significa "boca de baúl", pero que mejor traduciríamos por "boquimundo".