DIFICULTADES DE LA UNIÓN SOVIÉTICA PARA ALIMENTARSE
Publicado en
agosto 03, 2015
Año tras año, pese a enormes inversiones, la agricultura soviética no llega a satisfacer las necesidades del país: un problema cuya solución puede ser peligrosa para los hombres del Kremlin.
Por Edward Hughes (escribe sobre cuestiones de Europa oriental, desde la terminación de la segunda guerra mundial, primero para The Wall Street lournal y después como jefe de la oficina centroeuropea de la revista Time. Este artículo, escrito a principios del año, está basado en largas entrevistas con diplomáticos, investigadores, comerciantes y peritos agrícolas).
LA UNION SOVIETICA estará pronto en movilización general. Se ordenará a las unidades de transporte que tomen posiciones a lo largo de la ancha faja de tierra que va de Ucrania occidental hasta el lejano Kazakstán. Se indicará a los estudiantes de universidades y liceos que pongan en sus maletas ropa para dos meses y que se preparen a salir al frente. Los capataces harán listas de obreros que dejarán las fábricas para participar en la lucha.
Los combatientes no llevarán fusiles, ya que esta movilización es parte de la batalla anual de la URSS para recoger la cosecha de la que depende su alimentación. No hace muchos años Nikita Jrushof, alardeando del alto nivel productivo alcanzado por los soviéticos, intentó burlarse de Norteamérica con su célebre frase: "Los enterraremos". Pero tras de medio siglo de comunismo, este enorme país agrícola, en otro tiempo llamado "el granero de Europa", se enfrenta al espectro de la escasez de alimentos.
En el verano de 1972, cuando se aproximaba la época de la recolección del trigo, una marea de punzante angustia cundió por todo el país. La cosecha se veía gravemente amenazada por una sucesión de heladas, tenaces sequías y ondas cálidas. Repentinamente los periódicos y la televisión lanzaron muchos llamamientos para salvar los trigales que aún quedaban. Cientos de millares de trabajadores y estudiantes fueron sacados rápidamente de sus ocupaciones habituales y llevados a toda prisa a las zonas en que escaseaba la mano de obra. Leonid Brezhnef, el jefe del partido comunista, interrumpió sus vacaciones para dirigirse apresuradamente al "frente agrícola" a fin de alentar con su presencia a los trabajadores. Se proclamaron "héroes de la cosecha" y se puso por las nubes a los conductores de tractores. Los sargentos del ejército comenzaron a cortar más finas las rebanadas de pan que distribuían a sus hombres, y la policía amonestó a las camareras de Moscú por tirar como desperdicio trozos de panecillos que sobraban en las comidas. Se condenó a dos ucranianos a un año de prisión por arrojar a la basura mil hogazas de pan duro y mohoso.
Ansiosos y angustiados, los dirigentes del Kremlin pidieron auxilio al occidente capitalista. Moscú firmó contratos para comprar grano por casi 2000 millones de dólares a Francia, Alemania, Australia y Canadá, y principalmente a los Estados Unidos. La compra de la cuarta parte de la cosecha de los Estados Unidos de 1972 ha sido la mayor transacción de artículos de primera necesidad que consigna la historia. Desde entonces los puertos soviéticos han quedado enterrados por aludes de trigo norteamericano.
El trigo no constituye el único problema alimenticio de los soviéticos, ya que las papas, otro producto básico del feculento régimen del pueblo ruso, también escaseaban en el verano de 1972. La campaña destinada a aumentar la producción de carne ha tenido poco éxito. Durante semanas enteras es casi imposible comprar verdura y fruta fresca en las grandes ciudades. En Leningrado y en Moscú se forman largas colas en cuanto aparece un camión cargado de melones. Ninguna ama de casa rusa sale de su apartamento sin la avoska, o bolsa de cordel para la compra, en previsión de que en cualquier calle céntrica se improvise un inesperado mercado de lechugas, manzanas o tomates.
¿Qué ha sucedido a la agricultura rusa?
TIRANOS Y BURÓCRATAS
Hace más de 30 años Stalin colectivizó la agricultura e intentó aterrorizar a los labradores para que aumentasen la producción. Pero no consiguió su propósito. Nikita Jrushof fusionó millares de granjas colectivas y del Estado en monstruosas granjas modelo, y ordenó arar y sembrar enormes extensiones de tierras marginales en lugares como el Kazakstán, donde apenas llueve, lo cual redundó en el desastroso fracaso de la cosecha de 1963 y en la aparición de grandes tormentas de polvo. Brezhnef elevó los salarios de los campesinos y puso por obra un vasto programa de inversiones en tractores, abonos, sistemas de riego y otros medios para incrementar la productividad a toda costa. Estas inversiones se han duplicado desde que Brezhnef llegó al poder, pero no se vislumbra aún la abundancia prometida. ¿Por qué?
Las raíces del problema están en la tremenda inercia y la rígida burocracia del sistema comunista, que intenta aplicar el "socialismo" a la tierra. Los campesinos son apenas algo más que peones asalariados, trabajadores de grandes granjas "colectivas" y "estatales", algunas de 25.000 hectáreas o más. La granja colectiva es, en teoría, una cooperativa cuyos socios son propietarios de la tierra y de los aperos de labranza, pero en realidad ninguno obtiene jamás el "beneficio" que le corresponde ni se le permite abandonar el grupo a que pertenece. La granja estatal no es más que una fábrica rural y los campesinos que trabajan en ella son sólo obreros agrícolas. En estos centros se emplea la cuarta parte de la mano de obra soviética.
Tanto las granjas estatales como las colectivas están dirigidas por burócratas que las administran desde los sillones de sus oficinas. Las órdenes y normas descienden desde los planificadores del Ministerio de Agricultura y del Comité Central del partido comunista, en Moscú, hasta las capitales de las repúblicas, de donde van a los centros provinciales, y de allí a los distritos, para llegar, por último, a las diversas concentraciones agrícolas. En vez de basarse en la intuición de la tierra que posee el campesino y de su buen ojo para el tiempo y los cultivos, los burócratas se guían por estadísticas y teorías.
El efecto de este sistema resulta paralizante para los campesinos. Son otras personas las que les dicen lo que han de cultivar y cuándo; dónde y cómo han de hacerlo. Sin poder adoptar ninguna decisión y sin que exista relación tangible entre sus esfuerzos y los beneficios que obtienen, los labriegos pierden todo interés por la tarea. En consecuencia, más de la mitad de la mano de obra que se emplea en las granjas soviéticas está constituida por mujeres entradas en años que sólo usan el azadón y la guadaña. Los jóvenes se valen de pretextos —incluso la prestación voluntaria del servicio militar— para escapar del campo y no regresar jamás. El gobierno ha adiestrado a doce millones de mecánicos y tractoristas, pero sólo la cuarta parte de esta fuerza laboral se queda en el campo.
PLANIFICACIÓN CAÓTICA
El efecto corrosivo de la socialización no se limita a las granjas. En las zonas rurales se ven grandes cementerios de tractores —en espera de repuestos o de reparación— que abarcan muchas hectáreas dedicadas a garajes de servicio. La maquinaria nueva escasea. Los centros agrícolas disponen de unos dos millones de tractores y necesitan el doble. En una ocasión se enviaron 68 nuevos camiones Kolkida, que se precisaban urgentemente para recoger la cosecha del año anterior, y en el camino los saquearon a todos para obtener repuestos. Durante muchas semanas tuvieron que permanecer inmovilizados cerca de la vía férrea de Kazakstán, donde los habían descargado.
El sistema soviético de distribución de víveres también es un desbarajuste. En las zonas rurales apenas hay carreteras pavimentadas, por lo cual es mínima la circulación de camiones de carga. Tanto el sistema de ferrocarriles como el de transporte por carretera funcionan en forma muy deficiente. En el otoño de 1972, por ejemplo, una granja de los alrededores de Kiev pidió 120 vagones especiales para transportar grano, pero en lugar de éstos le suministraron plataformas abiertas; al llegar el tren a su destino, el viento había barrido la mayor parte del grano. Es frecuente que los envíos de abono se hagan en camiones descubiertos o en carros sin protección contra la lluvia; por ello llega a su destino tan apelmazado y duro que hay que partirlo con taladros neumáticos.
V.K. Pobokin, director de una granja estatal de verdura y fruta del territorio de Krasnodar, al este del mar Negro, se queja de que no le suministran frascos de medio litro para envasar los productos. Los consumidores se ven obligados a llevar a la granja los envases de vidrio. "Las fábricas de botellas y frascos hacen únicamente envases de tres a diez litros", dice amargamente Pobokin, "porque estiman que así obtienen más beneficios". Pero, qué ama de casa quiere llevarse a su hogar un frasco con ocho kilos de tomates? ¿Y por qué la fábrica no hace más que envases grandes? Sencillamente, porque depende del Ministerio de la Industria de Materiales de Construcción, que no tiene nada que ver con la fruta y la verdura.
La planificación deficiente es la causa de casi todos los problemas. Año tras año los estadígrafos calculan erróneamente los datos fundamentales. En la cooperativa estatal de Luza, provincia de Omsk, los campesinos venden habitualmente sus cerdos al combinado para la carne de Omsk-Kirov, pero el año pasado la empresa envió a la granja estatal este mensaje: "No hagan nuevas entregas. No aceptaremos más ganado". El problema consistía en que los planificadores habían incrementado la producción de la granja estatal, pero no habían hecho lo mismo con la capacidad del combinado Omsk-Kirov, por lo que no podían admitir a los animales y, en consecuencia, los consumidores soviéticos se vieron privados de 1000 cerdos.
CORRUPCIÓN
Aunque el salario en las granjas colectivas ha aumentado hasta el equivalente de unos cien dólares mensuales, la vida en casi todo el campo es muy difícil. Más de la mitad de los establecimientos agrícolas no poseen electricidad. Un diario de Moscú hizo una encuesta en la provincia de Smolensk y resultó que el 25 por ciento de la población tenía que "caminar fatigosamente muchos kilómetros, a veces entre el barro y la nieve, para llegar a una tienda, ir al cine o a la escuela". Además el campesino colectivizado se halla tan ligado a su granja como los siervos del siglo XIX, puesto que no se concede el salvoconducto que se exige en la URSS para viajar por el país, no puede elegir a su patrono y no dispone de medios para reclamar contra las injusticias.
Muchos campesinos compensan en parte esta precaria existencia recurriendo a actividades ilegales. Los administradores de las granjas colectivas venden parcelas baldías a gente de la ciudad que desea construir una casita de campo. Casi todos los campesinos hurtan algo todos los días de los almacenes colectivos —un trozo de tubería, una rueda dentada, una carretilla— y lo venden en la ciudad.
La prensa soviética está llena de noticias de estos hechos delictivos. Según los diarios de Moscú, son tales las "mermas" de grano que ocasiona el robo, que ha sido necesario enviar patrullas de milicianos a las zonas rurales. El administrador de un combinado y su hermano fueron aprehendidos en la granja colectiva Lenin, de Georgia, al descubrírseles 40 toneladas de trigo, cebada y semillas de girasol que habían robado y ocultado para venderlas en el mercado negro. Andrei Amalrik, escritor desterrado a una granja colectiva de Siberia, cuenta que un cobertizo en construcción destinado al ganado, que edificaban los integrantes de la granja, fue objeto de tantos robos de vigas y clavos, que se cayó.
LA ELECCIÓN INEVITABLE
La única luz en el enorme y lúgubre panorama de la agricultura socializada rusa es la que proviene de las empresas privadas que aún quedan en suelo soviético: las diminutas parcelas de propiedad particular —de menos de media hectárea— que todavía se les permite poseer y explotara los trabajadores de las granjas estatales y colectivas. En ellas los campesinos aran el terreno a su manera y recogen el beneficio o sufren la pérdida correspondiente. (El mismo Stalin consintió en que los campesinos conservaran parcelas diminutas como aliciente para que trabajasen en las odiadas granjas colectivas.) Estas parcelas particulares suman hoy solamente el tres por ciento de la tierra cultivada y, aunque dependen del sector público para obtener el forraje del ganado, representan la cuarta parte de la producción agrícola total. En ellas se obtienen cerca de los dos tercios de la cosecha de papas, la mitad de la producción de huevos y un tercio de las de carne y leche.
De este desordenado sistema de parcelas particulares depende la red más eficaz de distribución de alimentos de la Unión Soviética. Los productos de estas granjas se envían a una red nacional de mercados agrícolas donde impera la ley de la oferta y la demanda, y no la planificación. El total de ventas de estos mercados asciende al equivalente de 11.000 millones de dólares anuales y cada ciudad cuenta al menos con uno, ya sea en una plaza al aire libre o en un enorme pabellón techado. Estos mercados constituyen un espectáculo animado y lleno de colorido que no existe en ningún otro lugar de las impersonales ciudades soviéticas. Los granjeros llegan al rayar el alba, frecuentemente en sus ruidosos carros tirados por caballos, y descargan las coles, los huevos y las setas. A algunos los autorizan de vez en cuando a utilizar los camiones de las granjas colectivas. Los precios de estos mercados son, desde luego, más altos que los que rigen en las tiendas estatales, pero también son mejores la calidad y el servicio ofrecidos.
Los funcionarios comunistas confiesan francamente que las parcelas particulares y los mercados libres son esenciales para su economía, pero ¿constituyen la verdadera solución de los problemas de la agricultura soviética? Los técnicos agrícolas occidentales están convencidos de que las sumas que se invierten en el campo seguirán desperdiciándose en gran parte hasta que se permita a los trabajadores agrícolas intervenir directamente en las decisiones. Los dirigentes del Kremlin han estudiado la conveniencia de aplicar esta proposición. ¿Pueden, por razones ideológicas, correr indefinidamente el riesgo de sufrir desastres agrícolas como el de 1972?
Tal es el aprieto en que se encuentran. Un camino consiste en seguir invirtiendo enormes sumas en la agricultura, lo cual será una sangría para los demás sectores de la economía. El otro implica apartarse de la vía socialista en el campo, lo que acarrearía riesgos políticos. Sea como fuere, mientras no se llegue a la solución adecuada, la URSS seguirá sometida a la sombría perspectiva de tener que recurrir a Occidente para poder alimentarse.