...Y ENCONTRÉ MI DINOSAURIO
Publicado en
julio 31, 2015
Dibujo: Masaru Shimizu.
El paleontólogo japonés Ikuo Obata recoge la relación de Tadashi Suzuki, chico de 17 años de edad que con su descubrimiento ha conquistado renombre científico internacional.
EL CIELO otoñal prometía un domingo soleado cuando, al amanecer, me puse en camino al sitio de las excavaciones que, en busca de fósiles, se hacían en Irimazawa, prefectura de Fukushima, en el norte del Japón. Al cruzar el puente que conduce a la zona paleontológica no llegaba ni un rumor del lecho del río, que se había llenado de voces infantiles durante los meses de verano de aquel año de 1968. Sólo se oía el tintineo del martillo que golpeaba contra el cincel en mi mochila, lo que acentuaba mi sensación de contento.
Las excavaciones se hacían en un risco, arriba del cauce del río, bajo las ramas de umbrosos árboles. Estaba yo examinando el lugar, procurando que no me pasara inadvertido ni el más pequeño vestigio de un fósil, cuando atrajo mi atención una piedra aguzada. No había duda: se trataba de un colmillo de tiburón fósil. Después descubrí un segundo diente, rayado y de forma cónica. Cruzó por mi mente la idea de que podría ser de un "diente de dinosaurio", y excavé febrilmente.
No tardé en descubrir una capa de tierra más blanda, llena, al parecer, de trozos de madera podrida. Luego pegué en algo duro. A primera vista, tomé el objeto por el fósil de alguna planta enorme, pero al examinarlo más detenidamente vi que tenía el aspecto de un hueso. ¿Sería posible que fuese de un dinosaurio? Sentí que el corazón se me salía del pecho.
Los demás restos fósiles, sin embargo, estaban demasiado blandos y no sería posible extraerlos del estrato con el martillo. Sería necesario excavar con instrumentos más adecuados. En vista de ello, con gran pesar resolví renunciar por el momento a mi propósito de buscar fósiles.
En el sitio de la excavación, de izquierda a derecha: el profesor Obata, Suzuki y el profesor Hasegawa.
MI ENCUENTRO CON EL PROFESOR OBATA
Durante diez días me estuve rompiendo la cabeza para discurrir un método de excavación apropiado. Opté por escribir una carta urgente al profesor Ikuo Obata, del Museo Nacional de Ciencias, con quien había venido sosteniendo correspondencia durante los últimos meses. "Saldré para allá inmediatamente", me contestó el profesor a vuelta de correo.
El profesor llegó a la estación de Taira en el tren expreso, el 31 de octubre; allí tenía que trasbordar a un tren local para llegar hasta Irimazawa. Como era día de escuela y yo no podría acompañarlo, habíamos convenido en que nos reuniríamos durante los 25 minutos que el profesor tendría que esperar el tren local. Yo me sentía nervioso, pues no lo conocía personalmente. Con todo, lo identifiqué en cuanto lo vi avanzar por el andén. ¿Quién otro, si no, llevaría un morral y dos martillos colgados del cinturón?
Puse el fósil en manos del profesor Obata y éste se lo colocó sobre la rodilla y lo examinó detenidamente. Yo aguardaba trémulo de emoción, con los ojos fijos en el sabio. De pronto el semblante se le iluminó. "¡Es un hallazgo estupendo, muchacho!" exclamó. "¡Es un fósil auténtico!" Yo no cabía en mí de gozo.
¡NUESTRA ALDEA ESTABA EN EL FONDO DEL OCEANO!
Al anochecer del día siguiente me dirigí a la hostería donde se alojaba el profesor, para llevarle mi tesoro de fósiles. El profesor Obata me dijo que entre él y un perito que lo acompañaba, el profesor Yoshikazu Hasegawa, también del Museo Nacional de Ciencias, habían sacado otros dos fragmentos de vértebras fosilizadas, por los que colegían que los huesos correspondían, no precisamente a un dinosaurio terrestre, sino a un reptil marino: el plesiosauro.
"Las vértebras que ha encontrado usted, joven, son más que extraordinarias", me dijo el profesor Obata. "Sé por experiencia que cuando se hallan varias vértebras fosilizadas en el mismo sitio, ello indica que allí está también toda la columna vertebral. Si encontrásemos el fósil de un plesiosauro completo, no sólo sería el primero descubierto en Japón, sino el primero hallado en la región del Pacífico". Con estas palabras el profesor Obata empezó a relatarme la historia de la época en que los reptiles prehistóricos poblaban lo que hoy es nuestra aldea de Irimazawa.
Hace 80 millones de años las aguas del mar, poco profundas, cubrían el estrato de 14 kilómetros de longitud que se extiende entre el manantial de aguas minerales de Tamayama y la aldea de Kido, en la prefectura de Fukushima. Por aquella época el Japón formaba parte de la tierra firme de Asia; los dinosaurios y otros reptiles prehistóricos vagaban allí libremente, alimentándose de helechos y plantas acuáticas. Durante ese período la temperatura y la humedad de la Tierra descendieron más que durante el período precedente, el jurásico, y los pantanos y marismas se fueron desecando poco a poco. Los dinosaurios, animales herbívoros, se extinguieron gradualmente por falta de alimento.
Entre los reptiles del período mesozoico que vivían en el mar estaba el plesiosauro, de cuerpo semejante al de la tortuga, pero de patas grandes y sueltas, como los remos de una barquilla. Llevaba la cabeza montada sobre un largo cuello de serpiente, con la boca llena de afilados dientes.
Yo escuchaba absorto la relación del profesor Obata, y éste acababa apenas de hablar cuando ya estaba yo pensando en el sitio en que nuestro plesiosauro llevaba 80 millones de años esperando que lo desenterraran.
El cráneo del Wellesiosaurus suzukii (Asahi Shimbun-Sha)
COMIENZA LA EXCAVACION
A la mañana siguiente, a las 9:30, me trasladé al sitio de la excavación en compañía de los dos profesores. Cuando empezábamos la tarea, el profesor Obata me indicó cuatro manchas de color castaño oscuro que se extendían en línea recta a ambos lados del agujero de donde habíamos sacado la vértebra. La del extremo izquierdo era el corte transversal de la cabeza y las que veía yo a unos 40 cm. de la espina dorsal parecían ser la sección transversal de los huesos de las aletas. Ambos profesores resolvieron extraer los que estaban a la izquierda de la columna vertebral.
Turnándonos los tres en la tarea, pasamos el día entero en la excavación, trabajando acuclillados, mientras el agua goteaba sobre nosotros al filtrarse por las rocas. Sólo conseguimos desenterrar dos pequeños fragmentos de hueso, de menos de 10 cm. de largo, y otro que parecía un trozo de fémur. Al seguir cavando nos dimos cuenta de que el ilion o cuadril se encontraba enterrado en lo más hondo de la tierra.
Al siguiente día logramos cavar hasta 15 cm. de profundidad. El fémur se había estrechado hasta medir unos 10 cm., pero aún se resistía a salir. La oscuridad iba en aumento, así que no nos quedó más remedio que dejar de excavar. Por añadidura, los dos profesores debían volver a Tokio al día siguiente. Tras asegurarme que regresarían, me recomendaron que continuara excavando.
Restauración del Wellesiosaurus suzukii. Las partes blancas corresponden a los huesos recuperados. (Asahi Shimbun-Sha)
EXCAVACION EN TODA FORMA
La empresa de excavar que me correspondió cumplir se prolongó durante todo el invierno. A la llegada de la primavera recibí la buena noticia de que los profesores se proponían regresar para acometer la excavación en toda forma.
Para entonces, los aldeanos de Irimazawa se habían entusiasmado con nuestro proyecto y ya se brindaban a prestarnos ayuda. Con lentitud, pero sin interrupción, la labor proseguía; conseguimos extraer un trozo de roca de un metro cuadrado, que contenía la pelvis, y lo izamos hasta el camino, arriba del risco. Fijamos los huesos de las aletas en una tabla. A continuación enviamos nuestros valiosos fósiles al Museo Nacional de Ciencias de Tokio.
Tocó entonces a los científicos del Museo ejecutar la difícil operación de limpiar el fósil. Con su trabajo pusieron al descubierto un cráneo, 22 vértebras, el iliaco entero, los dos fémures, los huesos de los dedos y las aletas traseras. El cuerpo del plesiosauro era de ocho metros de longitud y, con las aletas extendidas, medía como tres metros de anchura. Tenía en la quijada unos dientes tan agudos como los del cocodrilo. Como se hallaron muchos colmillos de tiburón en torno de la cabeza del plesiosauro, se pensó que probablemente murió peleando contra alguno de estos escualos.
EL PLESIOSAURO DE MI NOMBRE
El 20 de enero de 1970, en la sesión de la Junta Japonesa de Paleontología reunida en la Universidad de Tohoku, en Sendai, los profesores Obata y Hasegawa presentaron conjuntamente su tesis acerca del plesiosauro de Irimazawa. Declararon su certeza de que aquel hallazgo resultaría inapreciable no sólo para el estudio de la distribución y evolución de los plesiosauros, sino también de la geología del período cretáceo avanzado. Por haber sido yo el descubridor original del plesiosauro, la Junta decidió darle el nombre de Wellesiosaurus suzukii.
La noticia de que un muchacho de 17 años de edad había descubierto el fósil de un plesiosauro se difundió profusamente y provocó reacciones de júbilo en no pocos países del mundo. Sin embargo, a medida que los eruditos avanzaban en el estudio de la estructura ósea del Wellesiosaurus suzukii, más se lamentaban de que faltasen algunos eslabones. Existía la posibilidad de que el esternón y las aletas delanteras estuvieran enterradas todavía, pero se creía que el sitio exacto se encontraba debajo de la carretera, y nosotros, por nuestra parte, carecíamos de fondos suficientes para poner por obra una excavación tan costosa.
Aspecto de la obra
EL PLESIOSAURO RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
Pero un día recibimos ayuda de donde menos la esperábamos. En septiembre de 1970 el diario de Asahi se ofreció a aportar fondos suficientes para acometer la búsqueda de los huesos que faltaban. Y después de dos semanas de excavar sin interrupción, con ayuda de barrenas, se encontraron el esternón, las costillas y las dos aletas delanteras. Por fin, el 16 de noviembre, a los dos años y un mes de haberse descubierto el primero de los fragmentos del plesiosauro, el reptil emergía de la tierra en su totalidad.
Aquel día por la tarde la aldea de Irimazawa celebraba unas "honras fúnebres en memoria del plesiosauro". Mientras un camión llegaba al lugar de la excavación y lo cargaban con los últimos pedazos de roca, yo pensaba en aquella remota época de hace 80 millones de años en que mi aldea natal estaba cubierta por las aguas del mar. En mi imaginación veía yo al plesiosauro vagando en busca de alimento; el cuerpo del reptil resplandecía a los ardorosos rayos de sol, al arrastrarse por las aguas azules y poco profundas. Y vi que una manada de tiburones lo rodeaba sigilosamente, saltaba de pronto contra él y lo hacía trizas. Y ahora resucitaba de entre los muertos...
Han pasado tres años desde aquella fecha memorable, y hoy estoy más dedicado que nunca a la paleontología. Al prepararme para los exámenes de admisión en la universidad ¿qué creen ustedes que elegí como materia principal? Casi huelga decirlo: la geología.
Condensado de "Bokura no Machi ni Ryu ga Ita", © 1970 por Ikuo Obata, publicado por Kaiseisha; con material adicional proporcionado por los redactores.