SUPERDETECTIVE DE NUESTRO TIEMPO
Publicado en
julio 29, 2015
El director de "la oficina privada de investigaciones más formidable del mundo" aúna a su brillante talento deductivo una temeridad absoluta al perseguir a los trasgresores de la ley.
Por James Stewart-Gordon.
SI SHERLOCK HOLMES tuviera un "doble" que viajara por todo el mundo en avión retropropulsor, que fuese comandante de la reserva en la sección del servicio secreto naval de los Estados Unidos, que hubiera desenmascarado a algunos de los más poderosos cabecillas del delito organizado y fuese conocido como el "abogado investigador" más eminente de su época, ¿quién podría ser? Robert Dolan Peloquin, norteamericano, de ascendencia irlandesa y francocanadiense, de 44 años de edad, 1,85 m. de estatura y ojos vivos como brasas.
Pero mientras el incomparable Sherlock Holmes se las veía principalmente contra feroces sabuesos y con la densa niebla de las calles londinenses, Peloquin se especializa en medirse contra los maestros de la Mafia y con la compleja maquinaria de la delincuencia moderna. Después de trabajar durante 16 años en el gobierno, Peloquin ejerce actualmente el cargo de presidente de Intertel, despacho internacional de investigaciones privadas con oficina principal en Washington y sucursales en todo el globo. La Intertel, comentó hace poco un periodista, es "la empresa privada de investigaciones más formidable del mundo".
Auxiliado por un personal de 35 colaboradores —entre ellos varios ex directores de Scotland Yard y de la Real Policía Montada del Canadá—, Peloquin emplea su pericia en proteger a las empresas contra delitos que van desde el robo en los hoteles hasta la adquisición de acciones de las compañías por la Mafia. También está siempre alerta para descubrir la sutil práctica del fraude, como lo revela su más reciente empleo del modernísimo arte de la investigación en el ya famoso episodio de "la autobiografía que nunca fue tal", episodio que protagonizó Clifford Irving.
LA CLAVE DEL CASO
Cierta helada mañana de diciembre, Peloquin recibió una llamada telefónica de Chester Davis, abogado de Howard Hughes, el legendario y retraído archimillonario. Hughes —explicó Davis al detective— se sentía alarmado por la inminente publicación de lo que se anunciaba como su "autobiografía", en la que, se decía, Hughes había colaborado con un escritor de nombre Clifford Irving. Hughes negaba haber intervenido en la redacción del libro, pero la empresa McGraw-Hill, que publicó la obra, declaró que no la retiraría del mercado, insistiendo en que tenían pruebas irrefutables de que Hughes había colaborado con Irving e incluso había recibido 650.000 dólares como anticipo. En apoyo de su aserto, decían que tenían en su poder varios cheques endosados por H.R. Hughes y depositados en cuenta cifrada en un banco suizo.
Peloquin sabía que esos cheques eran la clave del caso, pero el problema estaba en cómo tener acceso a ellos. Los peritos habían determinado que el endoso de los cheques era de puño y letra de Hughes; McGraw-Hill no permitió a la Intertel examinarlos. Sin embargo, Peloquin tuvo pronto la oportunidad de hacerlo.
Uno de los directores de la compañía editora se presentó en Today, programa matutino de la televisión norteamericana, y mostró tres cheques por una cantidad total de 650.000 dólares, extendidos a nombre de H.R. Hughes y endosados por éste. Peloquin consiguió inmediatamente una copia magnetoscópica del programa, de la que sacó una impresión de los cheques. Al examinar una ampliación de la foto, Peloquin descubrió otro endoso, de la sucursal en Zurich del Crédit Suisse, en el cual aparecían el número y el lugar de la cuenta bancaria cifrada.
Esa misma tarde, mientras volaba rumbo a Zurich, Peloquin se preguntaba quién podría ser "H.R. Hughes". Irving no había hecho los depósitos, pues en todos los casos él se encontraba en alguna otra parte, con lo que había preparado una coartada perfecta. Lo que buscaba el detective para comprobar el fraude y suspender la publicación del libro era un cómplice asociado a Irving.
A su llegada a Zurich, Peloquin se dirigió a la sucursal del Crédit Suisse que estampó el endoso en los cheques. Allí supo que H.R. Hughes era, en realidad, una mujer. Sabía que entonces había tres mujeres en la vida de Irving; Edith, su esposa, y dos amigas. Cualquiera de ellas podría haber sido su cómplice.
Pero después de oír la descripción de la mujer, Peloquin tuvo una corazonada. Llamó inmediatamente por teléfono a su oficina de Washington para pedir que le mandaran telegráficamente cierta fotografía. Cuatro horas después llevó la foto a la policía suiza y los agentes lo acompañaron al banco.
—¿Es este H.R. Hughes? —preguntaron a la empleada que manejaba la cuenta.
Ella examinó la fotografía: el retrato de Edith Irving.
—El cabello parece diferente —respondió—. Pero, sí; es la misma persona que se hace llamar H.R. Hughes.
Minutos después el detective transmitió aquellos informes a Davis, quien los turnó al procurador de justicia de los Estados Unidos, en Manhattan. Al poco tiempo la policía aprehendió a Clifford Irving y a su esposa por el delito de fraude. La editorial McGraw-Hill renunció a su proyecto de publicar el libro y Robert Peloquin regresó en avión a Washington, a esperar su próximo caso.
"LA CIUDAD DEL PECADO"
Robert Peloquin estudió en la Universidad de Georgetown y en 1951 se enroló en la Marina norteamericana. Tras servir un tiempo en alta mar lo transfirieron al servicio secreto naval y, posteriormente, a la Dirección de Seguridad Nacional. Deseoso de prosperar, Peloquin siguió la carrera de leyes en la escuela nocturna de su universidad. Al recibir el título de abogado, en 1955, obtuvo un empleo en la Secretaría de Justicia de los Estados Unidos.
En el primer caso importante que se le encomendó, en 1961, Peloquin se enfrentó a Newport (Kentucky), población entonces conocida como "la ciudad del pecado". Newport era el más importante centro de juego y prostitución de los Estados Unidos, sujeto a la férula de la delincuencia organizada. Alarmados por lo que ocurría allí, varios ciudadanos se unieron para reformar la población. Designaron como candidato suyo para alguacil mayor a George Ratterman, padre de ocho hijos que había sido distinguido jugador profesional de fútbol, a la vez que enviaban a Washington a un ministro protestante local con la misión de solicitar la ayuda de Robert Kennedy, procurador general de la nación.
Kennedy tuvo que decir al ministro que el problema no era de su jurisdicción, pues el juego es ilegal sólo en algunos Estados. "Pero comisionaré a uno de nuestros agentes, Robert Peloquin, para que nos informe de la situación", agregó.
Dos días después, es decir, el 9 de mayo, se recibieron sensacionales noticias. A George Ratterman, el candidato incorruptible, lo habían detenido, poco menos que desnudo, en un hotel de Newport, en compañía de una bailarina desnudista. Ratterman juró que le habían dado a beber una droga durante una comida en la cercana Cincinnati y que luego lo habían llevado hasta el hotel, donde, casi inconsciente, lo habían desvestido por la fuerza.
Peloquin ponderó cuidadosamente todos los hechos e informó a Kennedy: "En mi opinión, lo que declaró Ratterman es verdad; podemos aprovechar su caso para acabar con la organización criminal".
Al practicar una investigación personal, Peloquin descubrió que el organismo criminal había trasladado a la desnudista a Houston (Tejas). Allí la encontraron los agentes federales. Al principio insistió en que no diría nada, pero Peloquin le advirtió que se expondría a que la acusaran de asociación delictiva.
—¡Nada de eso! —gritó— La primera vez que vi a Ratterman fue cuando me metieron en la habitación con él.
—¡No mienta! —repuso Peloquin— Usted iba en el auto en que transportaron a George desde Cfncinnati.
—¡Mentira! —aulló la mujer—Me metieron en ese cuarto donde tenían a Ratterman más tieso que una tabla.
La mujer confesó por fin que Ratterman era víctima de un complot. El hombre fue reivindicado y poco después lo eligieron alguacil mayor de la ciudad.
NUEVA ARMA
Cuando en 1966 la Secretaría de Justicia buscaba a la persona idónea para que dirigiera su primer "Cuerpo de ataque" destinado a combatir la delincuencia organizada, se designó a Peloquin. El Cuerpo, integrado por agentes de la FBI y de otras dependencias gubernamentales, representaba un concepto completamente nuevo para resolver los problemas que tradicionalmente suscitan los conflictos de autoridad entre tales organismo policiales. El primer objetivo que se le señaló fue una notoria "familia" de la Mafia, la Maggadino, que operaba en Nueva York, Pensilvania y Canadá.
El Cuerpo de ataque se enfrentaba a la difícil tarea de conseguir testigos de cargo dispuestos a declarar ante los tribunales. Más de 20 individuos de la familia Maggadino, perfectamente identificados como tales, se hallaban en prisión en los Estados Unidos y Canadá, y Peloquin confiaba en poder obtener entre ellos los indispensables testigos. "Necesitamos al tipo que tenga algún motivo para vengarse de la Mafia y que esté lo bastante cerca de sus jefes para tener acceso a los informes que nos hacen falta", dijo Peloquin a sus colaboradores.
La investigación los condujo hasta uno de aquellos sujetos: Patty Calabrese, ladrón de profesión, integrante de la familia Maggadino y asaltante especializado, que cumplía una condena de cinco años de cárcel por robo. Como Calabrese se había olvidado de compartir el botín con Fred Randaccio y Patsy Natarelli, dos de los jefes de la familia, la pandilla le había negado la acostumbrada asistencia legal y no se había ocupado de su esposa ni de sus cuatro hijos durante su encierro. Enfurecido porque su mujer le relató que la pandilla había hecho caso omiso de sus repetidas solicitudes de auxilio, Calabrese dijo: "No hay más remedio: cantaré". Y comunicó a los agentes todo cuanto sabía de los Maggadino.
Meses más tarde el caso llegó a los tribunales, y no sólo condenaron a Natarelli y a Randaccio, sino también a otros 15 pandilleros de Maggadino, acusados de varios delitos. La familia Maggadino, que había sido una de las más poderosas de la Mafia, se derrumbó. Al mismo tiempo Peloquin logró forjar un arma nueva para combatir el delito organizado: los cuerpos de ataque. En la actualidad opera con eficacia en los Estados Unidos un total de 18 de estos organismos.
INTELIGENCIAS RIVALES
Hombre seguro de sí, Peloquin desconoce el miedo y no se deja impresionar por la reputación de nadie. Cierta vez, al investigar un fraude por 200 millones de dólares contra una compañía de seguros, conferenciaba —antes de que el asunto se ventilara en los tribunales— con uno de los más talentosos especialistas en cuestiones financieras del país y con su famoso abogado. El abogado trataba de anonadar al detective mientras el brillante financiero procuraba confundirlo haciendo juegos malabares con las cifras.
Peloquin escuchaba, guardando respetuoso silencio, los argumentos que le presentaban. Al cabo de tres horas, el detective se levantó. "Gracias, señores", les dijo. "Ahora pasemos revista a los hechos".
Entonces Peloquin comenzó a hacer un resumen del caso, señalando las pruebas que había reunido y dos circunstancias primordiales: cómo habían robado el dinero y adónde había ido a parar. Cuando acabó de hablar, el hacendista le dijo:
—Nunca creí conocer a mi igual en estos asuntos. ¿Qué me aconseja usted?
—Es usted culpable —replicó Peloquin—. Le aconsejo que lo reconozca ante el juez y base en ello su defensa.
El mismo Sherlock Holmes no lo habría expresado mejor.
Condensado de "The Kiwanis Magazine"