Publicado en
julio 29, 2015
¿Quién no ha sido tocada alguna vez en la vida por su voz inconfundible? El inspiró todos los romances y desventuras de mis tías... fue el culpable directo del matrimonio entre mi tía Amanda y el Hillie Billy de Nebraska; y de que mi tía Julia cayera ardiendo de pasión por el torero andaluz...
Por Elizabeth Subercaseaux.
No podría pasar por alto en estas páginas la muerte del gran enamorador del siglo XX, ese chico de un barrio modesto de Nueva Jersey, que llegó a ser el cantante más romántico y famoso de los últimos tiempos, el hombre que se caracterizó por una lealtad a muerte hacia sus amigos y una muy católica preferencia por el adulterio y la aventura, al más puro estilo de mi abuelo y de cualquier "latin lover" que se respete...
No podría dejar de dedicar este espacio a Frank Sinatra, inspirador de prácticamente todos los romances y desventuras de mis tías, culpable directo del matrimonio entre mi tía Amanda y el Hillie Billy de Nebraska, responsable de los amoríos de mi tía Julia con el torero andaluz, de las últimas noches de juerga de mi abuelo y de la penúltima reconciliación de mi tía Eulogia con Roberto. Yo misma, la primera vez que el amor me tendió sus deliciosos tentáculos, por allá por el fin de los 60, cuando no era más que una lunática que de la vida sabía tanto como de las guerras napoleónicas, di el primer beso de mi vida escuchando "Extraños en la noche". Estábamos en pleno bailoteo, yo mirando por una ventana haciéndome la interesante o la Greta Garbo en la Dama de las Camelias, cuando se me acercó Leonel. No fue necesario decir nada. Frank lo decía todo por una.
Al llegar a mi casa después de la velada, envuelta en lunas, le escribí una nota al trovador diciéndole:
Querido señor Sinatra, seguro que no recibirá jamás esta carta, pero si la recibe sólo quiero que sepa que nunca me olvidaré de usted.
¿Quién no ha sido tocada, alguna vez en la vida, por la voz de este hombre sensual y salvaje, sutil y secreto?
Mi tía Amanda me contaba que un día iba por los caminos de Nebraska con el Hillie Billy y su escopeta, su barba de 100 días y su firme decisión de no hacer nada que no fuera matar conejos y vivir de la plata de la mujer de turno (le tocaba a mi tía Amanda)... Ese día andaban dando vueltas por esa región del país, sin rumbo fijo, como hacían siempre, porque el Hillie Billy no tenía casa ni nada por el estilo. En ningún momento habían hablado de convertir esa relación en algo distinto de andar paseando en camioneta. Si no hubiera sido porque al encender la radio de la vieja camioneta emergió clara, aterciopela y seductora la maravillosa voz de Sinatra cantando "I did it my way", ella nunca, ¡nunca! se habría casado con ese adefesio. Mi tía dice que escuchó la bella canción, que el corazón se le encogió, que se sintió atravesada por una profunda emoción y se dijo: "Al diablo los convencionalismos, al diablo mi papá y mi mamá y lo que digan mis hermanas; yo me caso con mi Hillie Billy aunque sea un desastre y hago las cosas a mi manera". Y esa misma tarde se casaron ante un juez medio borracho, que encontraron cerca de la frontera con el estado de Colorado.
Y cuando mi tía Julia cayó ardiendo de pasión por el torero andaluz, ¿quién tuvo la culpa? ¡Sinatra! Se hallaban en Málaga. El torero venía saliendo de una corrida. Dos orejas y un rabo. Estaba eufórico el hombre.
"Ven muschascha zortera, Dios la guarde mi Virhen, mi Purízima Conzezió, vamos a zelebrá mi triunfo, hermoza", le dijo y la llevó a una taberna a beber vino. No más entrar al lugar los asaltó la voz jugosa y suave de Sinatra. "I've got you under my skin". Mi tía cayó en trance y se aferró al torero con todo su cuerpo y toda su alma, y el hombre, todavía enardecido por el frenesí del toro, se aferró a ella y se pusieron a bailar como si fueran a despedirse esa noche para siempre. "I've got you deep in the heart of me", tronaba Sinatra, y el torero: "¡Ay, Providenzia Divina, zi yevo corgada a mi cueyo a la Virhen der Rosío!"...
Y la canción seguía envolviendo a la apasionada pareja, "so deep in my heart that you are really a part of me..."
"Torero de mi vida", suspiraba mi tía y se apretaba más. "Durze dueña mía", se agitaba el torero, y la voz de Frank continuaba: "I said to my self this affair never would go so well..."
"Me quedo contigo, torero, no me vuelvo a mi país ni nada, me quedo contigo, mi amor", le dijo mi tía en el clímax de su ardor, y el hombre la apartó un poco de su cuerpo y respondió: "Ezo no puede zer mi reina glorioza, siempre tenemos eze miedo ar qué dirán y como yo tengo zeñora...".
"I've got you under my skin..." (cuando Sinatra terminó de cantar y la ilusión del romanticismo se desvaneció, mi tía la emprendió contra las mechas, la espalda y las orejas del torero, pero eso para otro artículo).
¿Y qué habría hecho mi tía Eulogia si la voz de Sinatra no hubiese entrado esa noche por su ventana?
Roberto andaba con el corazón atravesado por la enfermera jefa. Era regia la enfermera: 10 años menor que ella. "De ésta sí que no vuelve", se decía mi tía acongojada. Pero volvió. Una noche estaban los dos viendo la televisión desde la cama. Callados. Sin mirarse. Sin querer mirarse. Haciendo hora para que pasara la noche y llegara otra mañana. De pronto se apagó la luz y se apagó el televisor, y el mundo quedó a oscuras. Súbitamente, desde algún lugar de la calle, surgió la inconfundible voz de Frank Sinatra. "When somebody loves you, it's no good unless he loves you, all the way..."
Mi tía se volvió hacia Roberto y se encontró con que Roberto la estaba mirando con esa cara de "perdóname, te juro que es la última vez", que ponen los maridos cuando creen que es la última vez, y en alguna parte muy honda de ella misma comprendió que 20 años no se lanzan por la ventana así no más.
¿Cuántos amantes se habrán dormido arrullados por su música? ¿Cuántos sueños de amor se habrán cristalizado ante las palabras sedosas de este galán empedernido? Miles. Millones. Y seguirán enamorándose con su voz, aunque Sinatra vaya volando hacia la luna, hacia la eternidad de su última canción.
Buena suerte, Frank.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JUNIO 30 DE 1998