Publicado en
julio 15, 2015
"¡Nunca voy a entender a las mujeres!", decía Roberto cabizbajo y acomplejado. Porque cada vez que le daba un regalo a Eulogia, ésta se lo lanzaba por la cabeza.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mi tía Eulogia tuvo muchos problemas en su vida con Roberto. Como toda mujer casada con un hombre que la adora, pero a la manera de adorar que tienen algunos maridos: con un ojo puesto en la vieja y el otro en la flaca de la esquina. Sin embargo, la flaca no fue el problema principal de mi tía. Al contrario, la flaca era un encanto y hasta los niños la querían. (Ni hablar de la Domitila que siempre dijo que si no hubiese existido la flaca, la vida de esa familia habría sido un aburrimiento). La cosa es que a la hora de sumar y restar, mi tía Eulogia advierte que lo peor de su matrimonio no ha sido la flaca, sino la rabia que le entra cada vez que Roberto le hace un regalo.
¿Por qué será que los hombres nunca le apuntan al regalo que le gustaría a su mujer?
Para el primer aniversario de matrimonio, Roberto le regaló una aspiradora.
—¿Y qué crees que voy a hacer con este artefacto? —le preguntó ella, frenética.
—Aspirar el polvo, pues —dijo Roberto, muy sorprendido de que mi tía no se le hubiese lanzado a los brazos diciéndole "gracias, mi amor".
Para el quinto aniversario le compró un vestido que le gustaba a él. Visto en la modelo de la vitrina, el vestido se veía precioso, pero a mi tía le quedaba fatal. Y se lo lanzó por la cabeza. "Nunca voy entender a las mujeres", dijo Roberto y salió de la casa cabizbajo y acomplejado.
Para los 10 años, decidió no arriesgar nada y le compró un ramo de flores. Pero entonces tampoco le dio en el gusto. A mi tía le pareció que si llevaba 10 años de casada, lo menos que podría hacer Roberto era regalarle un lindo abrigo de piel.
Para los 15 le regaló plata.
—Cómprate lo que quieras —le dijo—. Te alcanza para dos abrigos de piel.
Entonces mi tía se sintió mortalmente ofendida y se puso a llorar a gritos.
—Yo no soy un banco para que me regales plata. ¡Qué ordinariez tan grande! ¿No pudiste darte el tiempo y el esfuerzo de buscar por ti mismo algo que me gustara?
Una semana antes de que cumplieran 20 años de matrimonio, Roberto decidió hablar con su secretaria.
—Por favor... cómprele algo a su gusto a Eulogia. Estamos de aniversario y no quiero correr el riesgo de comprar algo que luego me lance por la cabeza.
La secretaria se fue con un fajo de billetes y le compró una cocina de gas, con cinco quemadores, horno automático y reloj incorporado (que era lo que ella necesitaba).
—¿Está segura de que esto es un buen regalo? —le preguntó Roberto.
—Espléndido, señor. No hay mejor regalo que una cocina de gas con reloj incorporado, ni mujer que no le guste.
La reacción de mi tía fue terrible. Ella se había hecho la ilusión de que le regalara un viaje a Río de Janeiro. La Domi estuvo a punto de llamar a la policía temiendo que mi tía iba a matarlo. El hecho es que Roberto pasó el aniversario en la posta donde le zurcieron la cabeza.
—Para el próximo aniversario —le preguntó directamente—, ¿qué quieres que te regale, Eulogia?
Y entonces mi tía lo insultó.
—¿Y tú no tienes ninguna imaginación? ¿Después de 30 años no me conoces como para saber lo que me gusta?
Entonces Roberto se dio por vencido y se puso a llorar.
En ese momento entraba la Domitila a la pieza.
—¿Y a usted qué le pasa?
—Es que no sé cómo hacer con los regalos de Eulogia. Todo lo que le compro le carga, Domi. Vivo aterrorizado cada vez que se acerca un aniversario o su cumpleaños o la Navidad —balbuceaba el pobre hombre.
—Es que ustedes son tan cabeza de corcho —murmuró la Domi pensativa.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Que todos los hombres son cabeza de corcho. Que no saben cómo complacer a sus mujeres. Unos llegan con una sorpresa que no es sorpresa, porque ya sabían que eso era lo que le gustaba. Y a las mujeres ¡siempre hay que sorprenderlas! No hay peor regalo que les den las cosas que ellas quieren.
Roberto la miró incrédulo, con la boca abierta.
—Otros —siguió la Domi— regalan las cosas que ellos quieren que una use. Otros no quieren arriesgarse y sólo regalan flores y perfumes, convencidos de que a toda mujer le gustan las flores y los perfumes. A mí, por ejemplo, me cargan, porque soy alérgica. Otros le dan un cheque. Insulto más grande no se ha visto. ¿Cómo se le ocurre regalarle plata a la señora? Eso es una ofensa. Otros mandan a la secretaria a comprarle el regalo a la vieja. Y otros pretenden sorprenderla regalándole un loro, un canario o un gato, y después la vieja no sabe qué hacer con el animal.
—Bueno, pero dame alguna idea —insistió Roberto, cada vez más descorazonado.
—¿Cuándo es el próximo regalo que tiene que hacerle a la señora? —le preguntó.
—El jueves —dijo Roberto, con angustia en la voz.
—Regálele dos pasajes para un crucero —dijo la Domi, muy seria.
—¿Dos? ¿Y por qué dos? Yo no puedo hacer un crucero, estoy tapado de trabajo.
—Uno para ella y otro para míster músculo, por ejemplo.
—¿Qué?
—Uno para ella y otro para míster músculo —repitió la Domi muy seria.
Roberto se quedó mirándola con esa cara que ponen los maridos cuando no saben si lo que están oyendo es una broma de la empleada o una confesión de infidelidad de su mujer, que va a cambiar su vida para siempre.
—¿Quién es míster músculo, Domitila?
—¿No lo ha visto nunca? Es el instructor de gimnasia de la señora Eulogia. Un churrazo. Ya me lo quisiera yo para un fin de semana.
—¿Y quién le puso ese nombre, Eulogia?
—¡La señora, pues!
—¿Estás insinuando que Eulogia tiene algo que ver con ese tipo?
—No, por supuesto que no. Míster músculo es cariñoso con ella, eso sí. Para su último cumpleaños le regaló una pesa y el año pasado le regaló una malla negra. No es que tenga un amante la señora, pero ya estaría bueno que empezara, ¿no le parece? Usted le lleva como 20 años de ventaja en este tema. Por lo mismo... si quiere hacerle un buen regalo, hágame caso. Regálele dos pasajes para Río de Janeiro con un amigo, con el que ella quiera, puede ser el flaco de la moto, míster músculo o ese jovencito tan bien parecido que vino el otro día a traerle un ramo de rosas.
—¿Cuál jovencito? —preguntó Roberto, ahora con el corazón en la mano.
—El de las pecas y el mechón de pelo rubio en la frente. Michael, parece que se llama. Es gringuito ¿y no ve que dicen que a los gringuitos les gustan las mujeres mayores?
Roberto la miraba atónito.
—¿Y por qué le trajo un ramo de rosas?
—Porque era su santo, Santa Eulogia. El otro día.
Roberto lo había olvidado.
—¿Y cómo supo ese joven que era el día de Eulogia?
Entonces la Domi se lo llevó a un rincón y ahí, a la luz de una lámpara que nunca había visto antes en ese rincón, le explicó que el gringuito era bien amoroso, para todos los cumpleaños le llevaba algo y a veces unos regalos "bien decidores"... la última vez, para cuando la señora cumplió los 50, el gringuito le trajo un anillo de rubí, así de grande era el rubí, con forma de corazón y todo. "Lo hubiera visto, usted, la señora Eulogia andaba suspirando como una colegiala, don Roberto".
Esa noche Roberto permaneció en vela. No lograba conciliar el sueño. Finalmente se le iluminó la ampolleta. "Ya sé lo que voy a regalarle", se dijo y tomó una hoja de papel y un lápiz.
Dos días más tarde despertó a mi tía con su regalo.
—Aquí tienes mi regalo por los 30 años de matrimonio —le dijo.
—¿Y esto qué es? —exclamó mi tía, lista para lanzarle el sobre a la cabeza.
—Abrelo y léelo.
Mi tía abrió el sobre y se encontró con dos pasajes para un crucero y un papel que decía: "Querida Eulogia, te regalo tu libertad".
Cuando Roberto se había marchado a la oficina, la Domi entró en la pieza dé mi tía.
—Yo le dije que iba a lograr sacarle los dos pasajes para que usted y su amiga Sara se fueran al Caribe —dijo la Domi—. Me debe 30 mil pesos, señora.
Mi tía Eulogia, a regañadientes, se los pagó.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 15 DEL 2007