EDDY MERCKX, AS DEL CICLISMO
Publicado en
julio 21, 2015
Semblanza de uno de los más extraordinarios campeones del pedal de todos los tiempos.
Por Joseph Harriss. Fotos: Photo Presse Sports, París.
AL HIMNO de Bélgica, la BrabanÇonne, rara vez se ha cantado con tanto entusiasmo como aquel soleado día de octubre de 1972, en el velódromo de Gante. El nutrido público, que se había congregado para presenciar una carrera nacional belga-holandesa, parecía electrizado ante la sola presencia de un joven alto y esbelto, en actitud militar de atención al lado de su vehículo. Al terminar el himno, el muchacho montó en su bicicleta; un mágico rugido de 8000 gargantas cimbró las vigas del edificio: Ed-dy... Ed-dy... Ed-dy...
Todo ese público pertenecía a una secta de fanáticos inofensivos: la de los merckxistas. Para ellos, el hombre que pedaleaba en torno de la pista de madera era muchas cosas a la vez: objeto de veneración, superestrella y, sin lugar a dudas, el más grande ciclista de la historia. Hasta los observadores más imparciales reconocen que, a los 27 años, Eddy Merckx ha dejado ya una huella imborrable en los anales del deporte. En el sentir de los belgas, se ha convertido en un monumento nacional.
El merckxismo, como culto, nació el 23 de julio de 1969, cuando Bélgica, imbuida de ciclismo —donde los aficionados insaciables pueden escoger entre un promedio de 25 carreras todos los días, durante la temporada— enloqueció al cruzar Eddy la meta de la Vuelta a Francia, en París. Por primera vez en 30 años un belga había ganado esa prueba clásica, famosa mundialmente, de 4000 kilómetros. Cuando Eddy volvió a ganar la Vuelta por segunda, tercera y cuarta vez, se extendió el culto; al grado de que su extraño apellido, en el que se aglomeran las consonantes, se trasformó en un nombre familiar donde el ciclismo es noticia. Raymond Poulidor, veterano campeón francés, confesó recientemente: "Eddy domina hoy por completo el ciclismo".
En 1972, el mejor año de su carrera, Eddy ganó el Giro Italiano y la Vuelta a Francia en la misma temporada, hazaña agotadora realizada sólo por otros dos campeones en la historia del deporte, y aún tuvo tiempo para lograr otras 40 victorias importantes, así como veintenas de carreras camineras de un día, pruebas de tiempo y "criterios". Para coronar tanta proeza, voló a la Ciudad de México al terminar la agotadora temporada y giró 148 veces en torno del Velódromo Olímpico de esa ciudad durante una hora, con lo que estableció una nueva marca mundial de distancia, de 49,431 kilómetros. El gran ex ciclista francés Jacques Anquetil, quien ganó cinco veces —no consecutivas— la Vuelta, considera a Merckx "el más completo campeón general de nuestros días".
Alto y espigado, con 75 kilos bien distribuidos en su estatura de 1,83 metros, Eddy tiene las enormes manos que suelen ser la marca distintiva del campeón ciclista. El cabello negro y lacio le cae cerca de las espesas cejas, y el mentón fuerte y prominente —lo que los franceses llaman un menton volontaire— se suaviza algo por la presencia de un hoyuelo. Sus largas pestañas, que enmarcan unos ojos de color pardo oscuro, habrían servido muy bien a Eddy para convertirse en ídolo teatral, de haber sido un fracaso su carrera ciclista.
Su iniciación en el ciclismo fue tan ordinaria como la de cualquier otro. A semejanza de la mayoría de los niños belgas, a Eddy lo enloquecía el ciclismo; seguía con inagotable interés las peripecias de sus pedalistas favoritos. Al cobrar vigor sus ambiciones de ciclista, su madre empezó a preocuparse por él a causa de sus estudios. La señora y el muchacho convinieron a la postre en considerar como prueba de sus facultades el resultado de una carrera en la cercana población de Hal, en la que Eddy se había inscrito. Si ganaba podría seguir siendo ciclista; si perdía, proseguiría sus estudios hasta obtener el título de instructor de educación física. Y aquel día, primero de mayo de 1962, Bélgica perdió un maestro de gimnasia que posiblemente habría resultado bueno.
De allí en adelante Eddy ya no retrocedió. Dos años después ganó el Campeonato Mundial de Aficionados, y en 1965 se volvió profesional. Su primera gran victoria en esa categoría fue en la carrera Milán-San Remo, a principios del año siguiente, y en septiembre de 1967 era ya Campeón Mundial Profesional, después de una temporada en la que había alcanzado 26 victorias. Tanto éxito le dio ánimos para proponer matrimonio a la agraciada Claudine Acou, hija del entrenador del equipo nacional de ciclistas aficionados de Bélgica. Al salir de la iglesia Claudine y Eddy, después de la boda, sus amigos hicieron un brillante arco con ruedas de bicicleta para que por él pasaran los novios.
Cómo se las arregla para acumular victoria tras victoria, año tras año? Eddy, lacónico y tímido por naturaleza, lo explica así: "Me gusta el ciclismo y por eso lo practico mucho". Sin duda practica, pues recorre hasta 250 kilómetros diarios, llueva o truene, en caminos apartados, en torno del suburbio de Kraainem (en Bruselas), donde vive. Eso, por supuesto, además de otros 15.000 kilómetros que corre anualmente durante la temporada, en unas 140 competiciones de diversos países. "Eddy se entrena un 30 por ciento más de lo que yo solía entrenarme", reconoce Jacques Anquetil. Hasta en las raras ocasiones en que se toma unas vacaciones, fuera de la temporada, Merckx por lo general lleva una bicicleta, para no empolvarse.
Esta dedicación apasionada al deporte ciertamente explica en gran parte el fenómeno Merckx. Otra explicación se halla en la voluntad enorme de triunfo que tiene Eddy. La potencia de su pedaleo puede verse en su estilo de montar en bicicleta: se sienta muy atrás en el sillín, empuja los pedales con los músculos de la espalda, además de usar los de los muslos, y oscila violentamente, dando la impresión de hacerlo con furia castigadora.
La negativa de Eddy a aceptar la derrota lo convierte en profesional con corazón de aficionado. El mejor ejemplo, tal vez, del Carácter de Merckx se reveló en la Vuelta a Francia de 1971. En los Alpes Marítimos, al sur de Grenoble, Eddy quedó a la zaga del español Luis Ocaña. Al terminar la etapa de la jornada, cuando la Vuelta llegó a la aldea de Orciéres-Merlette, en la cima de la montaña, Merckx había perdido ocho importantísimos minutos frente a Ocaña, y por eso pensó que también había perdido la Vuelta. "Por primera vez", declaró posteriormente, "comprendí la angustia del perdedor".
Pero cuando se dio la señal de partida para la siguiente etapa de 250 kilómetros, hasta Marsella, Eddy inició inmediatamente uno de los asaltos más impresionantes en la larga historia de la Vuelta. Comenzando con una descolgada vertiginosa desde Orciéres, Merckx se puso en punta y allí se sostuvo. Después de haber pasado por las soñolientas aldeas de Provenza a velocidades hasta de 50 y 60 kilómetros por hora, entró en Marsella a la cabeza de la Vuelta con una hora y media de anticipación. Para un hombre que acababa de padecer una derrota humillante, esa fue una clara demostración de cómo reacciona el verdadero campeón.
Algunos han intentado analizar el éxito de Merckx en términos morfológicos. Cierto es que sus fémures son excepcionalmente largos, lo cual le sirve de inmejorable palanca en los pedales. Pero otros muchos ciclistas también tienen esta característica. Es verdad igualmente que los latidos de su corazón son más lentos —unos 44 por minuto, en reposo, en comparación con 70 u 80 en la mayoría de los mortales—, lo que le permite hacer un esfuerzo físico mucho mayor. Pero esta bradicardia no es ajena a otros ciclistas. En realidad, la respuesta no se halla tanto en las facultades fisiológicas fundamentales de Eddy como en la forma en que él las aprovecha.
La inteligencia y una comprensión profunda de la estrategia de la carrera son elementos muy importantes en el arsenal de Eddy. Conoce los puntos fuertes y débiles de sus oponentes tan bien como los propios. Así, puede llevar el control de una carrera, en grado considerable, escogiendo el momento en que sus ataques sean más eficaces y cansando a sus contrincantes con sus repentinas descolgadas. Por ejemplo, en la Vuelta a Francia de 1969, al llegar a un tramo muy empinado de los Pirineos, intempestivamente dejó atrás al pelotón. Con sus largas piernas que pedaleaban a ritmo increíblemente vigoroso, cruzó solitario tres desfiladeros y atravesó con donaire la meta del día, nueve minutos antes que su perseguidor más cercano. Al recordar ese episodio, Eddy lo considera su mejor hazaña en las cuatro Vueltas en que ha participado hasta el momento de escribir este artículo.
Al descansar en su hermosa casa de ladrillo, estilo norteamericano, Eddy reflexionó un instante cuando le pregunté cuál creía que fuese su principal característica. "Dudar de mí mismo", contestó, tras haber pensado la respuesta. "Siento pavor antes de una carrera importante y me pregunto si me pondré a la altura de mis oponentes. A veces la duda me preocupa tanto que me impide correr tan bien como podría hacerlo". Un siquiatra probablemente clasificaría a Merckx como vencedor compulsivo.
Como resultado de ello, Merckx es un adepto de la perfección, siempre ocupado durante su tiempo libre en examinar su equipo. En su garaje ha instalado un taller completo de bicicletas, en el que cuelga una docena de sus máquinas anaranjadas, que lo distinguen, y unas 50 ruedas de repuesto. Cuidadosamente arrollados en torno de barriles de madera se encuentran unos 300 neumáticos de carrera que él "cura" hasta tres años para darles mayor resistencia. En el banco de trabajo, arreglados con esmero, se hallan engranes, piñones y herramientas.
Tanta atención a los detalles es típica de un profesional del calibre de Merckx. Las siete u ocho bicicletas que suele llevar a una carrera importante tienen en conjunto unas 3600 piezas, pero pesan sólo de seis a diez kilos. (Las máquinas más ligeras son para carreras contra el reloj.) Entre ellas y las bicicletas ordinarias de turismo existe casi la misma diferencia que entre un automóvil de carreras de fórmula uno y el coche de la familia. Además de sus magníficas transmisiones, que pueden convertir cada pedaleo en ocho metros de avance, las ruedas de algunos modelos tienen menos rayos, y sus neumáticos, del grosor de un buen puro habano, suelen pesar no más de 90 gramos. Pero en atención a que actualmente todos los ciclistas profesionales disponen casi del mismo equipo, Eddy trata siempre de mejorar el suyo. Más de una vez, por la noche, después de una carrera, se le puede encontrar en su garaje, apretando plácidamente una tuerca aquí o perforando allá un agujero que ahorre peso.
Como estrella en la actividad que ha elegido, Merckx es objeto de tantas adulaciones que casi no puede resistirlas. Recibe diariamente un promedio de 50 cartas de sus admiradores (al día siguiente de su derrota en los Alpes Marítimos recibió centenares de telegramas de aliento), y las contesta todas escrupulosamente. Pero, en realidad, el aplauso le produce a veces cierta inquietud. Por ejemplo, en julio de 1972, cuando volvió triunfante a Bruselas después de haber ganado por cuarta vez la Vuelta a Francia, el alcalde le dio la bienvenida en el balcón del palacio municipal, construcción de estilo gótico, frente a la Plaza Mayor, que en esa ocasión estaba abarrotada. Eddy logró sonreír, saludó con un cortés ademán a la muchedumbre y se apartó del balcón. "Lo más importante es ganar por la dicha de ganar; no por complacer al público", declara sin rodeos. "Eso, automáticamente, hace felices a los que nos apoyan". Y lo dice como lo más natural del mundo.
El ciclismo ha tratado bien a Eddy; lo volvió rico a los 25 años y ahora sus ingresos anuales sobrepasan al equivalente de 100.000 dólares. Gran parte de ello procede de Molteni, fabricante milanés de salchichas, cuyo equipo de ciclistas capitanea Merckx. Otra parte de sus ingresos proviene de los honorarios que recibe por estar presente en carreras locales. Se calcula que esas gratificaciones son las más elevadas en la historia del deporte, pues ascienden al equivalente de unos 2000 dólares por carrera. Le llegan más ingresos por anunciar infinidad de productos, desde hojas de afeitar hasta zapatos de ciclismo. Por otra parte, Eddy casi no obtiene ingresos de sus triunfos en carreras importantes, como la Vuelta a Francia, pues cede por costumbre el premio en efectivo a sus diez compañeros de equipo.
Aunque no le desagrada el dinero, no es éste lo que induce a Eddy a correr. "Mire usted: hay otras muchas maneras de ganarse la vida que no resultan tan agotadoras", comenta con displicencia.
Quizá no esté muy lejano el día en que Eddy Merckx cuelgue su bicicleta anaranjada y pruebe alguna de esas otras maneras. Varios factores parecen indicar que se retirará relativamente pronto. Desde luego, su carrera ha sido vertiginosa. Además, le queda muy poco por conquistar, ahora que se ha echado al bolsillo casi todos los campeonatos importantes. Por último, Eddy dio ya a entender que se propone retirarse cuando aún se encuentre en la cúspide, mucho antes de la inevitable decadencia física que empiezan a sentir los ciclistas al llegar a los 35 años de edad. "Me retiraré cuando esto me resulte demasiado difícil", me dijo evasivamente, dándome a entender que él mismo será quien decida cuándo le ocurrirá eso.