Publicado en
julio 04, 2015
LA VITALIDAD de estas flores delicadas de los Alpes Dolomitas se abre paso en la nieve como la alegría en las situaciones mas adversas, sutil pero decisiva para crear un paisaje más rico y hermoso.
Por Yvette Moya-Angeler.
Estación de nieblas y fecundas sazones, comienza el poema de John Keats dedicado al otoño. Recogida la cosecha, la penumbra va penetrando los días, la naturaleza entra en un periodo de austeridad y sentimos su último vigor, su suave declinar de fuerzas. Qué mejor ocasión para reivindicar la alegria, para instituirla como divisa de una vida que, por encima de todo, merece ser gozada.
La alegría, que no las euforias pasajeras, consiste en frecuentar cierto estado interior fresco y luminoso, inclinado a lo bueno y lo positivo: al amor, a la risa, al placer y la espontaneidad. La persona alegre no es necesariamente bulliciosa pero tiene en su energía generosa y jovial un punto de insurrecta: a las dificultades de la vida opone el disfrute, el contento, una satisfacción intima. Está activa, dispuesta, animosa, radiante. Sabe de su riqueza inagotable.
EL LADO AMABLE
"Felicidad" es la palabra talismán de nuestros tiempos, el grial propuesto como premio a una carrera de no pocos esfuerzos y méritos. Sin embargo, ¿por que no simplemente aspirar a la alegría? Está aqui y ahora, es concreta y asequible: se nota, se manifiesta, se propaga y hasta se antoja menos efímera y vulnerable. No existe mejor antídoto para desactivar la tristeza y congraciarse con la vida, para disolver marañas mentales. Parece tan simple pero no es banal. Es sutil y profunda. Porque no se trata de alimentar la alegría negando el sufrimiento, sino de aceptar ambas cosas. De tener en cuenta que existe un lado de la vida que se habita con sonrisas, buen talante, humor y permisividad, y que es un territorio que conviene no dejar de visitar.
La alegría no irrumpe en nosotros de forma caprichosa, hay que cultivarla cotidianamente. También hay que saber acogerla, tal vez acercándose a quienes son capaces de procurarla. Y hay que saber promoverla, transferirla: la alegría se da, se contagia, no puede ni debe retenerse, está viva y en permanente movimiento. Quizás podamos empezar preguntándonos: ¿Que nos hace alegres?
Fuente:
CUERPO MENTE - ESPAÑA - NOVIEMBRE 2008