PRIMOGÉNITOS, MEDIANOS Y BENJAMINES: SUS DIFERENCIAS DE CARÁCTER
Publicado en
abril 23, 2015
Un notable observador social examina las pruebas del caso.
Por Vance Packard.
Como benjamín, me ha intrigado (y quizá me ha desagradado un poco) el hecho de que, al parecer, la mayoría de los que logran destacar en nuestro mundo son primogénitos. Ocupado, además, en el estudio del papel que desempeña en la vida de una persona su situación social, me interesa conocer cómo influye el hecho de ser primogénito, benjamín o hijo "intermedio" en el trato que recibimos de los padres.
En los últimos años cientos de especialistas en el estudio de la conducta han venido examinando personas y haciendo pruebas y mediciones con ellas, para determinar el efecto que pueda tener el hecho de ser el hijo primogénito, el último, el "intermedio" o el hijo único. He leído cuidadosamente 60 de estos estudios y he efectuado yo mismo un modesto cotejo. No puede deducirse ninguna conclusión exacta respecto a ninguno de los niños y, en ciertos puntos, los mismos investigadores discrepan. Sin embargo, al comparar grupos numerosos de personas guiándonos por el orden de su nacimiento, aparecen ciertas diferencias notables.
Consideremos, por ejemplo, la cuestión del éxito en la vida. Se han hecho una variedad de estudios para ver si hay alguna relación entre la fama o el genio y el sitio ocupado por determinada persona en el orden de sucesión. Stanley Schachter, científico de la Universidad de Columbia, especializado en la investigación del comportamiento, resume tales estudios diciendo que, entre las personas famosas o dotadas de genio, la mayoría son, "con asombrosa regularidad", primogénitos. Primogénitos son la mayoría de las personas que figuran en las listas de individuos prominentes. Los cinco presidentes de los Estados Unidos que ocupan el primer lugar o uno de los primeros lugares en casi cualquier clasificación fueron primogénitos: Jorge Washington, Abrahám Lincoln, Tomás Jefferson, Woodrow Wilson y Franklin Roosevelt. De los 23 primeros astronautas norteamericanos que cumplieron misiones espaciales, 21 eran primogénitos o hijos únicos, lo cual resulta notable considerando que, en la población total de los Estados Unidos, el número de segundones es aproximadamente el doble del de primogénitos. Y un reciente análisis de 1618 finalistas en las competencias de la National Merit Scholarship Corporation reveló que casi el 60 por ciento de ellos eran primogénitos.
No sé que existan pruebas fidedignas de que los primogénitos sean intelectualmente superiores. Es, más bien, que por la educación recibida son más dados al estudio y propenden a destacar. Asimismo, por razones económicas, es mayor el número de primogénitos que logran llegar a la universidad.
Uno de los más impresionantes análisis fue el hecho como parte del Estudio del Desarrollo de los Adultos en la Universidad de Harvard. Durante más de un decenio, Charles McArthur, sicólogo, y Margaret Lantis, especialista en antropología social, estudiaron a unos 200 graduados de Harvard desde que empezaron a formar su propia familia. Estos jóvenes padres de familia informaban acerca de sí mismos y de sus hijos. Analizando esos informes y observando sistemáticamente a los hijos, los investigadores comprobaron que, en efecto, los primogénitos muestran un tipo de personalidad diferente al de los hijos posteriores, y estuvieron completamente de acuerdo en cuáles eran estas diferencias. "La constelación familiar", concluyó McArthur, "es un factor importante en la determinación de la personalidad".
He aquí mis impresiones acerca de cómo y por qué tendemos a criar a nuestros hijos en diferentes formas, según el orden de su nacimiento.
El primogénito, cuando nace, es probablemente el hijo mejor recibido por la pareja: los padres están demostrando su capacidad para tener hijos y, en cierto modo, asegurando su propia inmortalidad. Por lo común, esperan más de su primer hijo que de los siguientes. Lo probable es que le tomen más fotografías que a los demás, que hablen y jugueteen con él más que con los otros, pero también que se preocupen y se inquieten más por él. Son novatos en el arte de la paternidad y tienden a vivir en tensión constante.
Cuando llega el segundo hijo, si han pasado dos o más años desde el nacimiento del primero, suele prevalecer en el hogar un ambiente más calmado. Dos terceras partes de los jóvenes padres de familia objeto del estudio de Harvard, dijeron que, al nacer su segundo hijo, ellos se hallaban más tranquilos, que fueron menos rigurosos y sólo daban a sus niños la mitad de azotainas que antes. A medida que se tienen más hijos, no sólo tienden los padres a repartir su atención entre todos ellos, sino que también disminuye su preocupación por la tarea de criarlos. Los hijos que no son los primeros de un matrimonio pueden tener la sensación de ser más independientes.
El primogénito recibe mucha atención de sus padres y se orienta intensamente hacia ellos. Pero entonces se ve destronado por el segundo hijo. Este destronamiento, dicen muchos siquiatras, puede constituir un grave peligro para el niño si sus padres se conducen al respecto de modo inepto. En todo caso, el primogénito pierde su condición de hijo "único" y tiende, especialmente en familias numerosas, a verse cargado con la responsabilidad de hermano o hermana mayor.
Los hijos "intermedios" carecen de la autoridad del primogénito y de la libertad del benjamín. La doctora Louise Bates Ames, del Instituto Gesell de Formación Infantil, juzga que muchos de estos niños se sienten "aplastados en medio". En cambio, es menor su sensación de destronamiento cuando nacen más hijos. Además, como su atención se orienta más hacia los hermanos, tienden a preocuparse menos que los otros hijos por conseguir la aprobación paterna. Una autoridad en higiene mental sostiene que el hijo "intermedio" goza de una "situación más cómoda" que el hijo mayor y el último.
El benjamín, por ser el último hijo, recibe de su madre casi tanta atención devota como un hijo único. Pero, por lo general, no siente que los padres lo apremien tanto como al unigénito para que se afane en distinguirse. Algún benjamín se siente atormentado o molestado por sus hermanos o hermanas mayores, pero en realidad suele ser el hijo más consentido y más mimado de la familia.
Estas diferentes formas de tratar a los hijos son muy comunes e influyen en lo que concebimos como "personalidad". La doctora Frances Ilg, del Instituto Gesell, asombra con frecuencia a los padres de familia que llevan a sus hijos a la clínica al deducir, tras una consulta de una hora, el sitio que ocupan estos en el orden familiar. (La doctora Ilg se refiere al hijo nacido en tercer lugar llamándolo "el glorioso tercero".)
He aquí ejemplos de las diferencias en las características de la personalidad. (Téngase presente que hay muchas excepciones.)
Seriedad. El primogénito, según varias investigaciones, se distingue por ser el hijo más consciente y serio. Comparando los diversos tipos de personalidad vistos en el estudio de Harvard, Margaret Lantis dijo: "Al nacido en segundo lugar se le puede considerar capaz de vivo ingenio, pero no se esfuerza en ser serio". Su colega McArthur observó que la seriedad, así como la susceptibilidad a los desaires, figuraban entre las características mejor comprobadas del primogénito, el cual (según han demostrado otros investigadores) suele ser también más propenso a tratar de alcanzar la perfección en cuanto emprende.
Sociabilidad. McArthur comentó que otro de los rasgos, entre los mejor comprobados, que distinguen al primogénito del segundón es "la llana amigabilidad" de este último, en contraste con la actitud reservada y retraída de aquel. El profesor Schachter, en un fascinante estudio de los hermanos, individuos de la misma asociación de estudiantes, en la Universidad de Minnesota, comprobó que los primogénitos eran "considerablemente menos populares" que los nacidos después, en 13 de los 15 grupos de universitarios estudiados. En cinco estudios, por lo menos, se apunta también que el primogénito suele ser dado a preocuparse, susceptible y emocionalmente tenso. Otro investigador concluyó que los benjamines tienden a ser los más sociables de todos los hijos de la misma familia.
Escrupulosidad. El primogénito (ya sea hijo único o el mayor de sus hermanos) se convierte muy pronto en devoto extremado de las normas y esperanzas de sus padres, y así tiende a medirse a sí mismo con la vara de los adultos. El Instituto de Investigación Juvenil entrevistó a unos 1200 estudiantes de segunda enseñanza y universitarios en la región de Chicago. En respuesta a las preguntas que se les hicieron, los primogénitos (entre varones y mujeres) mostraron clara inclinación a propugnar que los jóvenes asuman la responsabilidad de su comportamiento a edad más temprana de la edad a que, según los hermanos menores, deben hacerlo, mientras que estos, en general, abogaron para que los jóvenes tengan oportunidad de afirmar su independencia a edad más temprana que la indicada para ello por los mayores.
La mayor parte de los resultados de esos estudios prueban que los primogénitos tienden a aceptar las normas de sus padres, a ser tradicionalistas y a llamarse a sí mismos religiosos. Si hay rebeldes en una familia, lo más probable es que sean los nacidos después del mayor.
Afán de mando. Una serie de observadores con formación siquiátrica han notado que el primogénito tiende con frecuencia a buscar el mando en su vida ulterior. El primogénito asume este papel, apuntan tales observadores, bien por su práctica del ejercicio de la responsabilidad en el seno de la familia, bien porque siente la necesidad de ocupar el primer lugar, anhelo que nace en él a temprana edad, al tratar de reconquistar su situación privilegiada, tras de haberse visto destronado como hijo "único". Un siquiatra que ha investigado estas cuestiones derivadas del orden de los nacimientos, sostiene que el benjamín tiene poca inclinación al mando. Si llegan a ejercerlo, sus seguidores tienden más a "simpatizar" con ellos que a apoyarse en ellos.
Todas estas observaciones expresan simples tendencias corrientes, no cosas inevitables. Lo que ocurre en cada caso particular depende mucho todavía de la prudencia paterna. Por ejemplo:
Los padres de familia perspicaces están atentos para ver cómo cada hijo percibe su propia situación dentro de la familia. Si un primogénito se siente destronado o un hijo "intermedio" siente que no le hacen caso, los padres tienen que tomar en cuenta estos sentimientos, aunque carezcan de fundamento. Los padres que saben serlo se cuidan de no caer en trampas tan corrientes como el dar muestras de favoritismo para el primogénito, olvidarse de alabarles a los hijos "intermedios" sus esfuerzos meritorios, o proteger con exceso al benjamín. Esos padres se forman una filosofía del castigo y la aplican con razonable regularidad a todos sus hijos.
Además, los padres inteligentes se esfuerzan por alentar en el primogénito la flexibilidad y la alegría de carácter. Ponen gran cuidado en hablar a menudo con sus hijos "intermedios". Y le hacen ver al benjamín, más que a los otros hijos, que esperan que sepa valerse por sí mismo desde muy pronto.
Lo más importante de todo: los buenos padres proporcionan a cada hijo razones para saber que, sea primogénito, "intermedio" o benjamín, es persona importante para ellos y que lo aman y lo aceptan de buena gana tal como es.