CREO QUE TODOS ESTÁN MUERTOS
Publicado en
marzo 13, 2015
En aquella escena de caos, una joven enfermera se hizo cargo de la situación.
Por Janice Tyrwhitt.
EL AUTOBÚS acababa de salir de North Bay, en Ontario (Canadá), cuando frenó bruscamente. Era la 1:30 de la madrugada del sábado 11 de octubre de 1975. Jody Stevens se asomó por la ventanilla y distinguió en la oscuridad una fila de luces rojas a lo largo de la carretera 11. "Debe de haber ocurrido un choque allá adelante", anunció a su compañera de asiento. "Bajaré a ayudar".
La joven, de casi 24 años, era enfermera en Toronto y se dirigía a Timmins para celebrar su cumpleaños con la familia. Estaba lloviznando. Avanzó al lado de los vehículos detenidos hasta toparse, 400 metros más allá, con un espectáculo pavoroso. A la luz trémula de unas lámparas de gasolina y de unas antorchas, vio sangre esparcida en los dos carriles de la carretera. Un viejo autobús escolar convertido en casa rodante yacía de costado en la cuneta. En el carril izquierdo estaba atascada la camioneta de un cazador, y de su parte trasera colgaban, grotescamente, los cadáveres de dos alces. A un lado del acotamiento derecho un Mercedes-Benz, de color plata, tenía el capó aplastado. En medio de ambos, unos curiosos observaban en silencio un cuarto vehículo: un Ford azul, modelo 1973, hecho pedazos; en su interior se encontraban cuatro personas.
"Creo que todos están muertos", dijo un hombre fornido.
La chica contuvo la respiración. Y bien, Jody, se dijo, ¿qué vas a hacer ahora? Había acumulado mucha experiencia en los dos años desde que se había recibido de enfermera, sobre todo, trabajando en el Hospital General del Este de Toronto. Se quitó la chaqueta de pana y se metió a rastras en la parte trasera del automóvil.
Al mismo tiempo que ella viajaba en autobús al norte, Charles Jodouin, de 26 años, su esposa Jeanne, y sus suegros Omer y Lucie Fortin, se trasladaban de Timmins rumbo al sur para visitar a la hermana de jeanne, que vivía en Kingston. No obstante la hora avanzada, abundaba el tráfico en ambas direcciones. A unos cuatro kilómetros de North Bay, la rueda trasera izquierda del autobús convertido en casa rodante se desprendió inesperadamente y fue a dar contra la reja del radiador de una camioneta que iba delante de los Jodouin. En seguida, el autobús, cuyo conductor había perdido el control, cruzó patinando la línea divisoria y pegó de refilón en el Ford. Una fracción de segundo después, un flamante Mercedes-Benz que venía detrás del autobús embistió también a los Jodouin.
El interior del Ford azul era un revoltijo de sangre y astillas de vidrio. Charles tenía el volante clavado en el abdomen y una herida larga debajo de la axila izquierda. Su mujer yacía inconsciente junto a él. De la cintura abajo estaban aprisionados por el tablero del coche. Jody oyó una voz débil: en el asiento trasero estaba Lucie Fortin, conmocionada y con las piernas dobladas bajo su propio cuerpo. No había perdido el conocimiento y hablaba en forma incoherente. A su lado, su esposo perdía sangre a borbotones por una tremenda herida en la cabeza.
Horrorizada, la chica hizo acopio de la disciplina y destreza que había adquirido en la dura escuela del departamento de urgencias. Les palpó a los cuatro la arteria del muslo, cuyo pulso es un indicio más preciso que el de la muñeca, y comprobó que estaban aún con vida. Decidió luego qué medidas debía tomar primero. El rostro de Jeanne mostraba varias heridas profundas, pero en sus ojos y orejas no se apreciaban señales de hemorragia intracraneana. Al parecer, su madre se había fracturado las piernas y estaba al borde del pánico. Omer había sufrido, posiblemente, una fractura craneal; la irregularidad de su pulso y la palidez de su rostro hacían sospechar una afección cardiaca. La joven enfermera temía (y era lo más delicado) que alguna costilla rota le hubiera atravesado el pulmón izquierdo a Charles. Si dicho órgano llegara a absorber líquido, podría sobrevenirle un paro respiratorio.
Jody organizó rápidamente a los circunstantes para que ayudaran. Algunos vacacionistas le proporcionaron chalecos salvavidas, que aprovechó para alzar la cabeza de las víctimas y evitar que se ahogaran al tragar sangre o saliva. "¿Quién tiene unas mantas?" gritó. "¿Unas chaquetas o unos trapos?" Alguien le ofreció un paquete de pañales desechables. Jody lloró de alivio: ¡servirían de vendas estériles!
Metió unos pañales entre las costillas salientes de Jodouin, y utilizó un chaleco salvavidas como compresa: Charles comenzó a mascullar en francés. Luchando contra el tiempo, la muchacha recurrió a las señas y al poco francés aprendido en la escuela de segunda enseñanza. "No arréter, no arréter", balbuceaba. "¡No deje de respirar!" Y con ademanes le indicaba cómo mover los músculos intercostales para tomar aire. Por fortuna Charles entendió, y al verlo más tranquilo, la enfermera se dedicó a Omer.
En la penumbra examinó la piel desgarrada y vio que le manaba sangre de una vena de la cabeza. Pidió a gritos algo con que cerrar la lesión, y tomó, agradecida, un paquete de grapas de las que se usan para colgar de una cuerda los peces atrapados. Con ellas obturó la vena; luego vendó la corteza cerebral que estaba al descubierto.
Mientras atendía a Fortin, le inquietaban los gemidos de la esposa de este. Jody pidió a dos hombres que metieran las manos por la ventanilla trasera. "Sosténganla con firmeza para que se sienta protegida. Hagan de cuenta que se trata de su propia madre". Lucie dejó de gritar. Si logro controlar el miedo, pensaba Jody, el de ellos y el mío, tal vez salgamos del apuro.
Al presentarse la Policía Provincial de Ontario, a la 1:52, Jody salió del auto con las piernas temblorosas. "En esos momentos ignoraba que la joven fuera enfermera", relata el agente Robert Jolley, "pero tenía dominada la situación. No le ordené nada. Me limité a preguntarle en qué podía serle útil".
La policía dio a Jody lo que más necesitaba: confianza en sí misma y espacio para actuar. Mantuvieron apartados a los curiosos, y a ella la instaron a que siguiera trabajando. Jolley recogió la chaqueta empapada de la muchacha y la puso dentro del auto policiaco; aquella acción sencilla le infundió seguridad. Confían en mí, pensó. Voy bien hasta ahora, y saldré adelante.
Cuando llegó la primera ambulancia de North Bay, la enfermera dio instrucciones a los ambulantes. "No suministren oxígeno puro al conductor", ordenó. "Si tiene lesionado el pulmón, puede matarlo. Necesitaré el oxígeno para otro paciente". Tomó la mascarilla y administró seis litros a Fortin (más de lo que el personal estaba autorizado para suministrar). El herido empezó a recobrar el color. A continuación, Jody tomó el teléfono de la ambulancia.
—Señora, no sé quién es usted —le respondieron desde el hospital—, pero siga hablando.
Automáticamente, Jody dio la señal médica acostumbrada en casos de urgencia; luego ordenó:
—Dispongan el quirófano y notifiquen a un cirujano y a un anestesista. El que conducía tal vez requiera una operación de tórax. Necesita una radiografía, una bomba Emerson para drenarlo y equipo para determinar su grupo sanguíneo. Su esposa está inconsciente. Habrá que hacerle una radiografía del cráneo y aplicarle una inyección intravenosa para estabilizar sus funciones vitales. La señora de mayor edad está conmocionada. En su caso harán falta una inyección intravenosa, un oscilador de rayos catódicos para observar el funcionamiento de su corazón, determinar su grupo de sangre, y preparar el equipo de tracción para una posible intervención ortopédica. El marido de esta señora presenta una probable fractura craneal, con hemorragia intensa.
No quedaba tiempo para analizar la sangre de Omer Fortin y determinar su grupo. Por tanto, Jody dio instrucciones de que prepararan glóbulos rojos congelados (con los que se puede sostener con vida a un paciente por tiempo breve, cualquiera que sea su tipo sanguíneo).
Ya para entonces, centenares de viajeros, obligados a detenerse por el accidente, se apretujaban sobre las salientes rocosas al lado del camino. Jody echó una rápida mirada en torno. No parecía haber otros lesionados de gravedad; sólo un pasajero de la casa rodante que tenía el rostro enrojecido. Le tomó el pulso: el corazón latía rápida e irregularmente. El hombre, Robert Mack, se había roto la nariz contra un pasamano cuando el vehículo cayó de lado. Jody encargó a un ambulante que lo trasladara al hospital.
Otra ambulancia aguardaba a los Jodouin, atrapados todavía en el automóvil, entre el capó doblado y las portezuelas delanteras. Mientras los bomberos trataban de forzar una de las puertas con ayuda de gatos hidráulicos, los agentes de la policía ponían orden en la circulación congestionada. Poco a poco, los vehículos empezaron a avanzar. Pasó el autobús en que venía Jody; los agentes le pidieron que no se fuera. Calada hasta los huesos, tiritando, y ansiosa por llegar a casa, se miró los pantalones de dril y la blusa salpicados de sangre. "Me quedaré", respondió.
A la postre fue necesario que un camión grúa separara en dos el Ford azul. Subieron a Charles y a Jeanne a la ambulancia, y Jody viajó en un auto policiaco que los acompañó hasta el Hospital Civil de North Bay. Tras asearse en la comisaría, aceptó que un agente la llevara hasta alcanzar el autobús.
Sus padres la esperaban en la terminal de Timnains. En casa, relató entre tartamudeos lo ocurrido; luego se dio un baño caliente y se metió en la cama. Durmió todo el sábado. Todavía una semana después, al cepillarse los cabellos, se sacaba astillas de vidrio.
En el hospital, los Fortin y los Jodouin fueron trasladados de la sala de urgencias al pabellón de terapia intensiva. Posteriormente, el médico de guardia informó: "Tenían lesiones graves, pero los primeros auxilios fueron eficaces. Omer Fortin había perdido casi por completo la piel cabelluda pero se le contuvo la hemorragia". Jody no había errado al sospechar que su paciente andaba mal del corazón, pues padecía de hipertensión arterial.
Lucie tenía fracturada la cadera, rotas ambas muñecas y dislocado el hombro derecho. Desde el accidente se ha sometido a tres operaciones. Charles Jodouin se fracturó la clavícula y la muñeca derecha, y se desgarró el índice de la mano izquierda, que requirió 24 puntadas. A pesar del golpe ocasionado por el volante, no sufrió lesiones internas. Jeanne recibió múltiples cortaduras en la cara y en las piernas. A Robert Mack le trataron el estado de choque y más tarde lo dieron de alta.
Durante las tres horas pasadas en el sitio del accidente, Jody había tenido que luchar contra su propio temor: Soy joven. ¿Seré capaz de dominar la situación? Si tomo decisiones que legalmente no son de mi competencia, ¿no arruinaré mi carrera? En junio de 1976, cuando un agente de la policía llamó a la puerta de su casa, creyó que se trataba de una citación judicial para presentarse a rendir testimonio. Por lo contrario, la invitaban a un banquete donde se le otorgaría un diploma de parte del jefe de la Policía Provincial de Ontario en reconocimiento por su extraordinaria labor de aquella noche lluviosa de octubre, en la carretera 11.
Por extraño que parezca, después de transcurrido un año, ninguna de las víctimas conocía el nombre de la enfermera. Pero los Fortin y los Jodouin estaban conscientes de lo que le debían. "Sin su ayuda", comenta Omer, "quizá no hubiéramos sobrevivido".