¿QUÉ MARCA EL COMPÁS EN NUESTRO ORGANISMO?
Publicado en
febrero 15, 2015
En una serie de experimentos interesantísimos, los investigadores biomédicos empiezan a descubrir el mecanismo que regula los ritmos vitales.
Por Vicki Goldberg.
SON LAS 3 de la tarde en el Laboratorio de Cronofisiología Humana del Hospital Montefiore, de Nueva York. Barry Perlmutter duerme mientras le toman muestras de sangre por un tubo conectado al brazo; un aparato registra los datos que captan varios electrodos fijados a su cráneo: el movimiento rápido de los ojos, el rechinar de los dientes. Un termómetro automatizado revela, minuto por minuto, su temperatura corporal. Durante 15 días Perlmutter ha sido aislado de toda noción del tiempo. Cree que han transcurrido 13, pues ha dormido sólo 13 veces, en cierta ocasión por espacio de 16 horas. Al terminar el experimento comentó: "Soñé las cosas más agradables de mi vida". Luego estuvo despierto 33 horas. "Me pareció un día corto", opinó.
Se le paga por servir de conejillo de Indias, durante tres semanas y media, en un estudio de los ritmos biológicos. Son estos los que determinan la producción de hormonas, los latidos del corazón, la agilidad mental, la capacidad de concentración, los sueños nocturnos y las fantasías diurnas; cada uno lleva su propio compás. En experimentos como este, en los que quedan desligados del tiempo, casi todos los sujetos hacen caso omiso del día de 24 horas y adoptan un horario diferente. Algunos "se extravían" sin tino alguno, y estiran el tiempo como si fuera una banda elástica. Perlmutter almuerza a la hora que para él equivale al mediodía, aunque tal vez sean las 4 de la madrugada, justamente cuando sus hormonas están en reposo. Varios de sus ritmos vitales han perdido el compás, y ello le impide disfrutar de los alimentos. Es evidente que están funcionando varios relojes internos; sin embargo, rehusan ajustarse al horario ambiental a menos que exista alguna señal externa, como la alarma de un despertador o la luz del amanecer.
En el laboratorio del Montefiore analizan las diferencias entre las personas que en las mañanas se levantan despejadas y alegres, y las que se sienten desanimadas. En estas últimas, la temperatura corporal asciende lentamente en la mañana hasta alcanzar su punto máximo por la tarde. El Dr. Elliot Weitzman, jefe del departamento, opina al respecto: "Es posible que existan diferencias esenciales de personalidad entre estos dos grupos". Algunos investigadores en Gran Bretaña comparten su apreciación: al parecer, los que se levantan animosos son más introvertidos. ¿Será la introversión más bien resultado de los ritmos biológicos innatos que de la educación?
Los ritmos influyen, de hecho, en nuestro ánimo. Científicos de la Universidad de California examinaron a 36 estudiantes de sexo masculino en buen estado de salud, y notaron, en las primeras horas de la mañana, una depresión e ineficacia que decrecían al correr el tiempo. El nivel anímico tendía a ascender a la par con la temperatura. Más aún, parece ser que cada 90 minutos, aproximadamente, varía la intensidad de la imaginación; de ahí la hipótesis de que el predominio del cerebro alterna, a lo largo del día, entre uno y otro hemisferio. Dos sicólogos han advertido que las pruebas de personalidad pueden dar resultados diferentes según la hora en que se apliquen. Por ejemplo, las respuestas a una prueba de Rorschach (que consiste en interpretar unas manchas de tinta) parecerán disparatadas cuando la fantasía del sujeto alcanza la cumbre de su ciclo, e insulsas cuando está en el punto bajo.
Por supuesto, los cambios emocionales de las mujeres se suceden con los ciclos mensuales de producción hormonal. Es probable que también en los hombres opere un mecanismo semejante. Por ejemplo, el crecimiento de la barba, regulado por hormonas, sigue un ritmo que se mide en semanas.
Todos llevamos dentro una especie de director incansable que coordina las secreciones de ciertos órganos, el estado de ánimo, el sueño y la vigilia; ni la salud física ni el equilibrio mental pueden adaptarse fácilmente a un compás distinto. Cada vez más se tiende a evaluar los trastornos mentales en términos de una inestabilidad rítmica. Así, la depresión fuerte trastorna la noción del tiempo, rompe el ciclo del sueño y hace que las suprarrenales segreguen el cortisol, hormona que interviene en las reacciones a la tensión nerviosa, en cantidades superiores a las normales. (Después de un tratamiento clínico eficaz, los ritmos se acercan a lo normal.) Igualmente, se cree que la manía depresiva nace de una asincronización hormonal. Algunas personas aseguran que ciertos triunfos del hombre sobre la naturaleza (en especial la luz y el calor artificiales), lo han privado de una cadencia orgánica, y han ayudado a aumentar los trastornos mentales.
También la alimentación puede afectar la armonía biológica. En un experimento en la Universidad de Minnesota, varias personas tomaron un único alimento al día, por la mañana; la concentración de insulina y glucagón (hormonas pancreáticas) en la sangre llegó a su punto máximo en pocas horas. Situación del todo normal: la insulina reduce el nivel de glucosa sanguínea y el glucagón la aumenta, y así se mantiene un equilibrio. Pero cuando los sujetos tomaron su único alimento por la noche, las concentraciones máximas de dichas hormonas ocurrieron en momentos muy distantes uno del otro, y se alteró el sistema regulador de los hidratos de carbono.
La posibilidad de separar los ritmos vitales por este medio significa mucho para la medicina del futuro. En caso de sobrevenir una escasez general de alimentos, convendría saber qué calorías, ingeridas en qué momento, mantendrían con vida a un famélico. Es un hecho comprobado que las ratas mueren si no comen a la hora más propicia. En la Universidad de Minnesota, alimentaron a varios de estos animales sólo durante las primeras cuatro horas matutinas, tiempo que normalmente dedican al reposo. Murieron casi todas. Otras, en cambio, comieron en las primeras cuatro horas de la noche, y las más de ellas sobrevivieron. Una mayor conciencia de las horas óptimas para la alimentación del ser humano quizá llegue a salvar la vida de muchas personas desnutridas o enfermas de gravedad.
El conocimiento de los ritmos biológicos podría ayudar a explicar cómo se adapta el organismo al ambiente. En la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, en Boston, un tití vive en el interior de una caja de porcelana blanca, en la que se reproduce el clima del trópico. Pero ha sufrido diversos trastornos: debido a la luz permanente, sin amaneceres ni puestas de Sol que hagan funcionar el reloj biológico, sus ritmos vitales perdieron toda sincronía y el simio quedó incapacitado para adaptarse a los cambios de temperatura. En condiciones normales, al enfriarse el ambiente, el organismo acelera su funcionamiento para mantener el calor. Pero en el caso de este mono, la temperatura interior baja a una con la exterior, a veces hasta en 2°C. Esto es un indicio más de que el desarreglo del compás fisiológico puede impedir al organismo mantener constantes sus características vitales internas, cualesquiera que sean las variaciones del medio. En consecuencia, le resulta ya imposible sobreponerse a las amenazas del exterior.
El ciclo de 24 horas entraña tanto peligros como satisfacciones. Los nacimientos y los decesos ocurren con mayor frecuencia en la madrugada. Todos los seres vivos somos más vulnerables en algunos momentos. Un ruido súbito e intenso matará a determinadas horas a los ratones con cierta susceptibilidad genética. Se necesita menos pentobarbital para narcotizar a un ratón en el período de reposo, que en el de actividad.
Es evidente que nadie puede escapar a la influencia del tiempo. Todos los hechos arriba apuntados son elementos importantes de la cronoterapia, nueva rama de la medicina basada en los ritmos naturales del organismo. Tal vez esta ciencia llegue a modificar el tratamiento del cáncer (ya ha dado resultados positivos en animales). Por ejemplo, en las universidades de Arkansas y Minnesota, unos ratones leucémicos sometidos a la cronoterapia, tuvieron un número de sobrevivientes dos veces mayor que otros tratados cada tres horas con igual dosis de medicamento. Ambos grupos ingirieron la misma cantidad en el transcurso del día.
La clave está en descubrir los ritmos adecuados. Ciertos tumores cancerosos siguen uno diferente del resto del organismo: han perdido el compás. Quizá algún día alcancemos a detectar con exactitud las fluctuaciones en la síntesis del ácido ribonucleico o en la división de células malignas. Así, podremos atacar el cáncer en el momento más oportuno. Puede ser que el tiempo más indicado para aplicar la quimioterapia o la radiación sea cuando la síntesis del ácido ribonucleico esté en un punto bajo, para dañar lo menos posible los tejidos sanos circundantes.
Cuando estemos en condiciones de precisar el tiempo biológico, cambiarán incluso los horarios de actividad en los quirófanos. En los Laboratorios de Cronobiología de Minnesota se comprobó que los injertos cutáneos hechos en ratones tienen mayor éxito si se practican a determinadas horas. Aún se desconocen los momentos más oportunos para efectuar trasplantes en el ser humano.
Nuestro corazón, nuestras manos y cada una de nuestras células poseen ritmos propios. Los científicos tratan de descubrir estos minúsculos relojes y los cronómetros que coordinan todo el sistema. Si los encuentran, tal vez algún día aprendamos a darles cuerda.
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