PENURIAS Y ÉXITOS DE RAY CHARLES
Publicado en
febrero 15, 2015
En el curso de 20 años, las emotivas canciones de este trovador ciego han impresionado perdurablemente a su público.
Por James Lincoln Collier.
SU CARRERA es una de las más asombrosas en la historia del espectáculo. Durante casi 20 años ha sido la figura descollante en el campo de la música popular estadounidense.
"Es el único genio en nuestro campo", comenta Frank Sinatra. Y sin embargo, más asombrosa todavía que su éxito es la historia de cómo Ray Charles escaló la cumbre.
Ray Charles Robinson (posteriormente dejó de usar su apellido para evitar confusiones con el boxeador Sugar Ray Robinson) nació el 23 de septiembre de 1930, en la honda miseria imperante en el Sur de los Estados Unidos durante la crisis económica de ese decenio. Pocos meses después de su venida al mundo, sus padres se trasladaron de Georgia al pueblo maderero de Greenville (Florida). Como el padre de Ray pasaba mucho tiempo fuera de casa trabajando para el ferrocarril, de su madre principalmente recibía el chico apoyo y dirección. "Mi madre no tenía mucha instrucción", cuenta él. "Pero poseía un extraordinario sentido común. Tenía parábolas para todo en la vida, y actualmente me guío por muchas de ellas".
La madre de Charles trabajaba como sirvienta y, algunas veces, también en el aserradero. Cuando todo iba bien, la familia, incluyendo otro varón nacido un año después de Ray, disponía de 40 dólares a la semana. Pero, como dice Charles: "Lo que se puede afirmar es que en el campo, si la gente es pobre, la pobreza genera solidaridad. Cuando en una comunidad todos se ven en la misma situación, acaban ayudándose mutuamente".
Una familia laboriosa y honrada como aquella merecía sin duda un poco de buena suerte. Lejos de ello, la tuvo casi totalmente adversa. En 1935, cuando Ray tenía cinco años, su hermano menor cayó en una tina de lavar y se ahogó, no obstante los desesperados esfuerzos de Ray para salvarlo. Luego el niño empezó a perder la vista. Despertaba con los párpados pegados por mucosidades, al punto que debía abrírselos por la fuerza con los dedos. A veces los ojos le punzaban dolorosamente. Su campo de visión empezó a reducirse. Sus padres lo llevaron con el médico de la localidad, pero lo que se necesitaba era un especialista y no tenían dinero para eso.
A la edad de siete años Ray Charles estaba ciego, quizá por glaucoma, como le han dicho luego los médicos. El muchacho podía haberse dejado arrastrar por la apatía y caer en la mendicidad. Lo que le salvó fue la inteligencia y el valor de su madre. "Eres ciego, no estúpido", le decía. "Has perdido los ojos, no el cerebro". Y con inagotable paciencia inició la ardua tarea de convertir a su hijo en un ser humano autosuficiente. Lo hacía lavar pisos, barrer, incluso cortar leña. "Mi madre me dio a comprender que, si yo aplicaba mi pensamiento a algo", cuenta Ray, "terminaría encontrando la manera de hacerlo por mí mismo. Solía repetirme: Algún día ya no estaré aquí para ayudarte. Tienes que bastarte tú solo".
Ray contaba con algo más en su favor: la música. Un vecino que tenía un piano le empezó a enseñar a tocar breves melodías y a ligar las notas para formar acordes. Una segunda fuente de música para Charles fue la iglesia. "El canto que practicábamos allí no se parecía a esa música en que se truenan los dedos y que hoy suelen llamar música evangélica", cuenta. "Eran himnos lentos. Ese tipo de oficio religioso me entusiasmaba".
Cuando cumplió siete años, edad suficiente para ingresar en una escuela de ciegos de Saint Augustine (Florida), Ray Charles había cultivado su pasión por la música, y su aptitud para ella era considerable. En la escuela se le estimuló para que estudiara varios instrumentos, y aprendió algo de piano clásico. Luego sobrevino una desventura más: su adorada madre, que aún no tenía 35 años, murió de repente. El chico no podía llorar, no podía comer. Se quedó encerrado en casa durante dos semanas y hubo que alimentarlo a la fuerza. Por último una vecina le dijo que su madre le hubiera exigido tener valor. Le recordó la bondad y el ánimo de su progenitora. Ray pudo al fin llorar. Cuando su padre murió, un año más tarde, el niño supo soportar el nuevo golpe. "Mi madre me había dado aguante", dice. "Yo sabía que sería capaz de valerme por mí mismo, que jamás le pediría nada a nadie".
A los 16 años Ray empezaba a trabajar con bandas de música en diversas poblaciones de Florida: Jacksonville, Orlando, Tampa. Cantaba, tocaba el piano y hacía arreglos musicales, con lo que ganaba de tres a cuatro dólares por noche. En su interior había tomado la determinación de hacer de la música su carrera. Como temía enfrentarse al público de Nueva York o Chicago, pidió a un amigo suyo que señalara en un mapa una ciudad de dimensiones medianas, lo más lejos de Jacksonville que fuera posible. La Liudad elegida fue Seattle, en el Estado de Washington.
De ese modo, en 1948, Charles, que aún no cumplía 18 años, tomó un autobús con 600 dólares en el bolsillo, economizados en el curso de los años, y cinco días más tarde llegó a Seattle agotado y hambriento. Se dirigió a un hotelito y durmió 21 horas seguidas. Al despertar, pidió a la encargada que le indicara dónde podría encontrar un restaurante. La mujer le respondió: "Son las 2 de la madrugada; no hay nada abierto". Luego recordó que cerca de allí había un pequeño cabaré donde quizá sirvieran comida. Ray encontró el lugar y llamó a la puerta.
—¿Qué quieres, muchacho? —le preguntó un hombre.
—Algo que comer —respondió él.
—Hoy no servimos comidas. Estamos celebrando una velada de artistas noveles.
Charles comprendió que aquella era la oportunidad anhelada, y dijo que sabía tocar el piano y cantar. El otro quiso alejarlo, pero el joven persistió, y al final le franquearon el paso. Cuando los demás aspirantes se habían ido, alguien condujo a Ray al piano. El muchacho cantó Driftin' Blues. Bajaba del estrado cuando un sujeto lo detuvo y le dijo "Soy del Elks Club. Forma un trío y yo te daré trabajo para los fines de semana".
Eso sucedió el martes. El viernes ya Charles estaba trabajando. A partir de ese momento no volvió a recordar lo pasado. En los primeros años le pagaban mal los trabajos, los músicos con quienes se acompañaba eran a veces inadecuados, la vida errabunda resultaba fatigosa. Pero Ray era joven y se sentía emocionado con su modesto éxito; además amaba la música. "El dinero no significaba gran cosa para mí", comenta. "Yo quería ser aceptado en la profesión como uno de los mejores".
En los años siguientes Ray Charles trabajó con varios conjuntos, principalmente en el oeste, y grabó discos para una modesta marca local. En 1954 Atlantic Records compró su contrato y en ese mismo año sacó al mercado I Got a Woman. El disco marcó un momento importante en la historia de la música popular norteamericana, porque fue la primera vez que encontraba amplia aceptación una música decididamente "negra". Fue el germen de mucho de lo que hoy se da en el terreno de la música popular estadounidense, con su énfasis en lo que llaman soul o rhythm and blues.
Después de I Got a W oman la vida no fue, de ningún modo, un lecho de rosas para Ray. Entre otras cosas ha de mencionarse la afición de Charles a las drogas, abundantemente aireada en público. Cuando la ley finalmente lo llamó a cuentas, lo dejó en libertad bajo la condición de que se sometiera a tratamiento médico. Hoy dice: "Yo quería liberarme de esa parte de mi vida y así lo hice". No le fue fácil. Tuvo que interrumpir su carrera durante un año, pero al final consiguió su propósito.
A partir de entonces conquistó un éxito tras otro, desde su clásica versión de Georgia On My Mind, que sigue cantando virtualmente en cada una de sus actuaciones, hasta I Can't Stop Loving You, de cuya grabación se han vendido más de tres millones de ejemplares. (En conjunto se han vendido alrededor de 200 millones de sus discos.)
En la actualidad Ray Charles encabeza dos empresas editoras de música, una compañía grabadora y un organismo que maneja los asuntos de unos 24 músicos, cantantes y ayudantes que viajan con él. En conjunto tiene ingresos brutos de dos millones de dólares anuales,como mínimo. Aunque pasa nueve meses al año viajando, vuelve constantemente a Los Ángeles, donde tiene su base de operaciones y su residencia, para atender a sus negocios y ver a su familia. Charles y su esposa Della tienen tres hijos varones, el mayor de los cuales asiste actualmente a la universidad. (Ray Charles tiene además una hija ya adulta, fruto de un matrimonio anterior.)
El músico dirige sus negocios con autoridad, exigiendo de sus empleados un elevado nivel de profesionalismo. Y como siempre, se guía aún por uno de los preceptos de su madre: "Cuando conozcas a una persona, preséntale una hoja en blanco para que ella misma se encargue de llenarla".
¿Cuál es el secreto de su enorme popularidad? Desde luego, su gran sentido musical, su impecable compás y escrupuloso profesionalismo. Hay algo más, sin embargo. "Trato de externar mi alma para que la gente comprenda lo que soy", afirma Ray Charles. "Me esfuerzo en hacerlo así, de manera que mis oyentes crean que lo que canto me ocurrió realmente".
"Todos lo adoran, cualquiera que sea su clase, su credo y el color de su piel, tal vez porque despierta la emoción de sus oyentes con su voz", ha escrito Whitney Balliett, uno de los críticos de jazz más famosos de los Estados Unidos. "Con su estilo abierto y vigoroso, está a la altura de Billie Holiday, Bessie Smith y Louis Armstrong".