MÓNACO MARCHA CON LOS TIEMPOS
Publicado en
febrero 15, 2015
Antes exclusivo centro de atracción de los adinerados, este próspero miniestado ofrece ahora sol y diversión a todo el mundo.
Por Irving Marder.
LA RESPETABLE matrona remoza su apariencia. Con el correr de los años, la noble anciana (Mónaco de nombre, y más conocida, aunque erróneamente, como Monte Carlo) se había vuelto un poco desaliñada. En una visita reciente advertí que se estaba transformando, y con éxito. Aún deslumbran sus antiguos encantos: el sol, el cielo azul, las aguas rielantes. Pero su aspecto está renovado, y hasta ofrece algunas ampliaciones (por ejemplo, las 32 hectáreas de tierra ganadas al mar). Su personalidad es también distinta: la que fuera en otro tiempo exclusiva sede de recreo invernal para pudientes, es ahora un miniestado laborioso que brinda diversiones durante todo el año al público en general.
El origen de esta campaña por modernizar a Mónaco se remonta a 1949, cuando el príncipe Rainiero III, de 26 años de edad, sucedió a su abuelo como soberano del país, el trigesimoprimero del antiguo linaje de los Grimaldi. Su minúsculo dominio, de 150 hectáreas de extensión, era rico en leyendas y pobre en fondos. Los acaudalados visitantes que le dieran fama habían disminuido sobremanera, y quienes aún solían frecuentarlo ya no derrochaban su dinero. El Príncipe se rodeó de consejeros que se habían formado en lugares como la Facultad de Comercio de la Universidad de Harvard y la selecta Escuela Politécnica de Francia, y que advirtieron la necesidad de fundar las finanzas del Principado en algo más que los ingresos del casino.
Hace 25 años Mónaco (sólo un distrito se llama Monte Carlo) funcionaba con pérdidas; ahora dispone de un sólido presupuesto equivalente a 100 millones de dólares, de los que escasamente unos dos provienen del juego. El resto lo proveen fuentes de ingreso tan prácticas como un impuesto sobre el valor agregado y contribuciones sobre sus prósperos negocios. El Principado es, sin duda, un paraíso para los empresarios internacionales. "Consideramos que aquí nuestras inversiones están seguras", señala uno de ellos. Lo mismo opinan los vecinos italianos, quienes, al sentir los fuertes vientos izquierdistas que azotan su tierra, han cruzado la frontera para construir y comprar apartamentos que luego alquilan o venden sin pagar ruinosos gravámenes sobre la riqueza ni impuestos sobre la renta. Muchos ingleses, alemanes, holandeses, suecos y franceses han llegado también en busca de seguridad para sus ahorros. Desde 1972 se han edificado o autorizado en el país casi 2000 apartamentos, y otros 3000 están en proyecto. Todo esto significa mayores ingresos y puestos de trabajo.
Asimismo se han establecido industrias pequeñas, todas ellas no contaminantes, pues Rainiero, que es un fuerte partidario de la protección ambiental, aprueba personalmente cada nueva empresa. En el Principado se fabrican molduras metálicas para autos, componentes electrónicos para aviones (incluso para el Concorde), piezas de programadoras de lavadoras, cosméticos, artículos enlatados y productos farmacéuticos. Las rasuradoras mecánicas que usaron los astronautas del Apolo 11 en su viaje alrededor de la Luna, también fueron manufacturadas allí.
"Quiero que Mónaco sea un lugar apto para el descanso y para el trabajo", manifestó el Príncipe. Sus 25.000 súbditos (menos de 5000 son realmente monegascos) no pueden reprocharle el resultado de tal propósito. La proporción de habitantes que poseen autos es 50 por ciento más alta que en Francia e Italia. Por término medio, los trabajadores de Mónaco tienen un ingreso anual superior, entre el cinco y el 25 por ciento, al de los franceses.
Sus relaciones internacionales son armoniosas. El único país con que linda es Francia y, como observó la escritora Colette, sólo una frontera de flores separa ambas naciones. Aunque Rainiero conserva la soberanía, el ministro de Estado debe ser, según un tratado de 1918, un funcionario civil francés. El sistema, salvo algunos traspiés, ha dado buenos resultados.
Uno de esos traspiés ocurrió en 1962, cuando las relaciones con de Gaulle llegaron a su punto efervescente. En opinión del general, Mónaco se había convertido en refugio de franceses que querían evadir impuestos; por tanto, ordenó que sus guardas aduanales tomaran posiciones en la frontera, invisible hasta entonces. ¿Engulliría el león al ratón? A la postre se llegó a una transacción: Francia se abstendría de anexar a Mónaco, y este permitiría que aquella cobrara impuestos a sus ciudadanos residentes en el Principado. Con ello los guardas se retiraron.
El otro gran conflicto fue con Aristóteles Onassis. En 1952, el magnate naviero, con la aprobación del soberano monegasco, compró la parte mayoritaria de la Société des Bains de Mer (SBM), la empresa que es dueña y operadora del Casino de Monte Carlo y de otras muchas instalaciones turísticas del país. Sin embargo, entre 1961 y 1965 resultó evidente que el Príncipe y Onassis no coincidían en cuanto a los planes de este para ampliar las actividades de la SBM. El magnate griego consideraba a la Société como una entre sus muchas empresas, mientras que a los ojos de Rainiero representaba la principal fuente de empleos y de dinamismo en el país. Cuando el choque parecía inevitable, Rainiero negoció serenamente la emisión de nuevas acciones de la SBM y dispuso que el Estado comprara la mayoría. El naviero tuvo que vender el resto por el equivalente de siete millones y medio de dólares, lo cual le significó una ganancia notable.
Sólo entonces pudo el soberano emprender la obra de remozamiento. Para multiplicar las fuentes de ingresos, invitó a otros inversionistas a construir hoteles. Dos cadenas norteamericanas aceptaron la oferta; una abrió en 1975 un establecimiento de 640 habitaciones. Construido en parte sobre una plataforma de hormigón volada sobre el mar, es una especie de panal de cristal, cemento, mármol y acero, aferrado a la ladera de la colina, junto al Casino. Constituye todo un centro turístico: cuenta con cinco restaurantes, una piscina, tiendas, cabarés y su propio casino.
Y por si acaso las excursiones de grupos no llenaran las nuevas instalaciones, Rainiero se aseguró de que hubiera otros eventos para atraer a los turistas: el legendario Grand Prix de Monte Carlo, que se celebra en mayo; el Festival Internacional de Televisión, en febrero; el Festival del Circo, en Navidad; la Olimpiada Internacional de Bridge, durante la primavera; conciertos en los jardines del palacio, y funciones de gala en la Ópera. En fin, siempre hay algo para cualquier visitante.
En consecuencia, los congresos celebrados en Monte Carlo se han duplicado desde 1970. Se espera terminar en 1978 una sala de asambleas con cupo para 1500 asistentes. Niza, Cannes y Juan-les-Pins, rivales de Mónaco en cuanto a elegancia y lujo, han empezado a consolarse con la ilusión de que el Principado perderá "ambiente" al modernizarse.
A tal afirmación responde Louis Blanchi, director de turismo: "Mónaco está a la altura de los millonarios, y de los que no lo son". Prueba de ello es que no exigen ya corbata en la principal sala de juego del Casino, aunque casi a diario se presentan clientes vestidos de etiqueta. Alrededor de la plaza del Casino, numerosos autobuses de turismo se estacionan al lado de lujosos Rolls Royce, Maserati y Mercedes.
Muy cerca se encuentra el nuevo Sporting d'Eté, construido en un terraplén tendido sobre el mar. Sus elegantes curvas y bóvedas de estilo futurista abrigan un palacio que da diversión a manos llenas en sus restaurantes, cabarés y salas de juego. El techo corredizo del salón de banquetes permite a 1000 personas cenar y bailar bajo un cielo estrellado mientras las fuentes juguetean en los jardines y los fuegos de artificio estallan sobre las olas.
Fontvieille, otro pedazo de tierra ganado al mar, está destinado a satisfacer necesidades más ordinarias. En sus 22 hectáreas se construirán viviendas de costo mediano, una escuela, un estadio de atletismo, un centro comercial y un pequeño parque industrial. Quedará sin urbanizar una faja central, que será, por así decirlo, como terreno en el banco.
Es indudable que el remozamiento de Mónaco ha beneficiado a la población local. El ministro de Estado, André Saint-Mleux, francés oriundo de Bretaña, me habló de las prestaciones de que disfrutan los monegascos: generosas pensiones a los ancianos, actividades culturales de primerísima calidad, un magnífico hospital. Sin embargo, no faltan quienes consideran excesivo el precio de tales beneficios. Desde el despacho de Saint-Mleux contemplamos las empinadas laderas salpicadas de fincas de recreo que combinan en forma natural con el paisaje circundante. Pero cerca de nosotros, a la derecha, vimos un imponente edificio de apartamentos, cuya estructura semeja una caja de huevos vuelta al revés. ¿Sería aquel el costo del progreso? Al advertir la dirección de mi mirada, el ministro comentó con ironía: "Cuando se tiene la responsabilidad de proporcionar vivienda y empleo a la gente, hay que conjugar la estética y el desarrollo".
En la actualidad la balanza favorece a la estética, por lo que la construcción se regula cuidadosamente; y aun así ha desfigurado ya parte de Mónaco. Sin embargo, todavía embellecen el paisaje construcciones como los gráciles arcos del Hermitage, encantador hotel de fines del siglo XIX. Al modernizar sus instalaciones, la SBM, tuvo cuidado de dejar intactos todos los elementos originales. Incluso el moblaje nuevo es copia fiel del antiguo (como las armazones de latón de las camas). Lo mismo puede afirmarse del legendario Hotel de París, que data de 1864 y es un magnífico ejemplar de la época dorada de los hoteles de lujo.
También en el Casino han conservado lo antiguo al mismo tiempo que han agregado comodidades, como el aire acondicionado, y hecho innovaciones en el juego. Por ejemplo, la SBM ha empezado a organizar excursiones especiales para jugadores, a quienes se les ve ahora, de la mañana a la noche, en todos los bares, cafés y tabaquerías, echando francos en las máquinas traga-monedas, que ofrecen cuantiosos premios a los afortunados.
Cierta noche entré en un bar cerca del mercado al aire libre a tomar una copa de vino rosado. El local estaba casi desierto. De pronto, el tintineo de unas monedas de plata rompió el silencio: la máquina tragamonedas había hecho espontáneamente un pago fabuloso. El simbolismo era patente: el dinero llovía, como por arte de magia, de un cielo mediterráneo del azul más oscuro. Porque, a pesar de la modernización, el espíritu del Principado sigue siendo esencialmente el mismo: el de un lugar especialísimo en el que el visitante puede sentirse millonario, o incluso serlo.